El estructuralismo no es un método nuevo; es la conciencia despierta e inquieta del saber moderno.
Michel Foucault
No todas las teorías literarias suscitaron el mismo impacto en la forma de analizar los textos literarios como el estructuralismo. Aunque se originó en reflexiones provenientes de la lingüística y la antropología, sus alcances se extendieron a la sociología, historia, psicología, psicoanálisis, filosofía y crítica literaria. El estructuralismo heredó los aportes del formalismo ruso y a la vez construyó los fundamentos de la semiótica. Sus más importantes pensadores transitaron en los años sesenta hacia el postestructuralismo sin que ello deba entenderse como una traición sino como una acentuación de las premisas estructuralistas como también una revisión crítica de sus propias limitaciones. Roland Barthes, Jacques Lacan, Michel Foucault, Claude Lévi-Strauss, Louis Althusser, Tzvetan Todorov, Julia Kristeva son algunas de sus personalidades más destacadas. Sin embargo, nos equivocaríamos al afirmar que conformaron una escuela o corriente de pensamiento orgánica sin fisuras ni tensiones. Aquello que los congregó fue el interés por el lenguaje, es decir, la convicción de que cualquier especulación sobre el quehacer humano está ligada al lenguaje. Así, la pregunta por el significado fue reemplazada por la cuestión en torno a cómo se produce el significado y cuáles son las reglas, normas o leyes que rigen ese proceso. En seguida evaluaré brevemente el impacto del estructuralismo en los estudios literarios.
El cuestionamiento del humanismo planteado por los estructuralistas tuvo grandes repercusiones en la manera de analizar los textos literarios. El humanismo imaginó al hombre como un sujeto capaz de conocerlo y comprenderlo todo a través de la razón. Su influjo en la literatura se evidenció en la forma en que la crítica literaria asumía sin discusión que era posible hallar el sentido único de la obra determinado previamente por el autor, ese sujeto de quien dependería la asignación de un texto a su obra que posteriormente tendría que ser identificado por el lector. El humanismo convirtió al autor en el soberano del sentido. Por consiguiente, no habría posibilidad de entender una obra sin pasar previamente por su autor quien como creador sería el único capaz de develar el misterio del significado. Esta excesiva confianza en las capacidades absolutas del hombre defendida por el humanismo fue criticada por el estructuralismo, que desplazó al autor y se concentró en el texto y su recepción por el lector. Roland Barthes en su artículo «La muerte del autor» sostuvo que había llegado el momento del lector ante la inminente muerte del autor, afirmación que en realidad consistía en un duro ataque al humanismo cuyo efecto inmediato en los estudios literarios fue la base de la crítica biográfica, que tuvo como premisa estudiar la vida del autor para descifrar el sentido de su obra. En consecuencia, el estructuralismo desbarató la idea de que la literatura fuera una autobiografía camuflada, pues en verdad las obras no le pertenecían a sus autores sino que a lo sumo, el autor se trataba de un médium, instrumento o intermediario que (re)organizaba estructuras previamente disponibles para dar forma a alguna obra artística. De este modo, las obras no solo dejaban de pertenecer a sus autores sino que pasamos a otra afirmación no menos radical: una obra es en realidad muchas obras, por lo cual la genialidad del autor, su creatividad o la innovación artística no radicaba en inventar algo totalmente nuevo sino en reestructurar fórmulas precedentes. Por supuesto, estas ideas provocaron gran resistencia en los críticos tradicionales y en los artistas que de ningún modo estaban dispuestos a aceptar que esta nueva teoría los deje de lado siendo que históricamente los críticos habían elaborado interpretaciones basadas en la vida de sus escritores predilectos.
El estructuralismo también desmitificó la literatura. Desprovistos de la investidura que los situaba como creadores del sentido de sus obras y disminuida su creatividad a una simple reformulación de estructuras ya existentes, las «grandes obras» y los «grandes autores» perdieron atractivo para el análisis estructural, ya que no había una diferencia estructural entre, por ejemplo, un chiste, una anécdota, un spot publicitario, un documental, un filme, una novela, una cuento, una autobiografía, una crónica policial o un expediente judicial. Todo estos textos (literarios o no) podían ser leídos como relatos, o sea como narraciones donde el tiempo, las funciones de los personajes y los significados era resultado de una organización peculiar. De esta manera, surgió el interés por describir la estructura temporal de los relatos a partir del orden de las secuencias (tiempo lógico y tiempo cronológico); la estructura de las funciones de los actantes (sujeto, objeto, ayudante, opositor, destinador y destinatario); y las oposiciones binarias que construían diversos significados al interior del texto. No interesaba a los estructuralistas la cualidad literaria o no de los textos que analizarían; solo importaba la estructura. De ahí que los discursos de la cultura de masas (cine, publicidad, moda, televisión, gastronomía, etc.) fueran objeto de estudio, por ejemplo, de Roland Barthes en Mitologías, conjunto de artículos dedicados a la industria cultural francesa constructora de los mitos sociales contemporáneos. Las fronteras entre la alta cultura y la cultura popular, las bellas letras y los best-sellers fueron diluyéndose junto a la idea de que cierta literatura representaba lo más refinado y culto de una sociedad lo que justificaría estudiarla en perjuicio de otras manifestaciones culturales. Los Cultural Studies ingleses arribaron por otra vía a la misma conclusión.
He trazado solo algunas consecuencias del estructuralismo en los estudios literarios. Definitivamente, la forma de ver la literatura no fue la misma luego de la impronta estructuralista en los estudios literarios. Sin embargo, todavía subsisten muchas preconcepciones que refuerzan la idea de la supremacía autoral o la reducción del sentido al mensaje de la obra, enfoques que lamentablemente continúan impartiéndose en la enseñanza escolar y universitaria. Hoy el estructuralismo es un paradigma ampliamente discutido y revisado; el postestructuralismo significó un avance y una revisión crítica del estructuralismo, pero no abandonó el interés por el lenguaje y las leyes que gobiernan la producción del sentido. La deconstrucción radicalizó el contraste entre las oposiciones binarias a fin de indagar en los márgenes del sentido lo cual devino desestabilización del concepto de estructura, pero no la negación del estructuralismo. La consideración de la Realidad como el gran macrosigno, tal vez su mayor aporte a las teorías de la comunicación, sería recogida posteriormente por la semiótica, actual heredera del legado estructuralista y verdadera caja de resonancia de su trascendencia.