Los textos reunidos en La voluntad de crear (Texao, Arequipa, 2015) de Juan Carlos Valdivia Cano abordan la obra de José Carlos Mariátegui a través de notas autobiográficas y ensayos en torno a la singularidad de su método de interpretación de la realidad social. Un tema recurrente es la tesis del Mariátegui posmoderno. En «Ensayo y posmodernidad», Valdivia Cano desarrolla este planteamiento sobre la base de la crítica a la modernidad —que el autor equipara a la planteada por Marx, Nietzsche y Freud—, la proximidad al intuicionismo de Henri Bergson, la heterodoxia de su análisis marxista de la realidad y su método de interpretación distante del cientificismo y el positivismo vigentes en aquella época.
Ciertamente, estos rasgos aproximan a Mariátegui hacia la posmodernidad; sin embargo, Valdivia Cano abraza con excesivo entusiasmo esta idea sin matizar el sólido anclaje del pensamiento del Amauta en la modernidad, por ejemplo, en lo que concierne a la cuestión racial, donde el autor de los Siete Ensayos manifiesta el discurso dominante en gran parte de la intelectualidad socialista de la época, según el cual las categorías «raza», «etnia», «lengua», «género», entre otras, son subsidiarias de la «clase», a cuya comprensión aportarían muy poco. A esto se agrega el énfasis en la relectura de la literatura peruana al amparo de una fuerte resonancia del Estado-nación, configuración sociopolítica de raigambre moderna.
Lo más acertado es asociar a Mariátegui con las tendencias posracionalistas y escépticas de su época, pero no con el relativismo ni el nihilismo como sucede dentro de la posmodernidad más radical. Cabe precisar que la posmodernidad significó un giro en la visión eurocéntrica de la modernidad, es decir, se trató de una relectura de los fundamentos de la modernidad, útil para explicar cómo Europa se imaginó a sí misma y a su periferia. Por ello, llevar íntegramente a Mariátegui hacia la posmodernidad implica la dificultad de asimilarlo a un proceso que fue fundamental para Europa pero que en América Latina necesitaba aun de la maduración de una tardía modernidad. En suma, la idea de Estado-nación de Mariátegui y de sus contemporáneos, a pesar de sus diferencias ideológicas, estaba orientada por las coordenadas de la modernidad.
Las constantes digresiones y la abundancia de personalidades invocadas para comentar al paso algunas ideas poco gravitantes perjudican el desarrollo de estos ensayos. El estilo y algunas frases ingeniosas no logran salvar la ausencia de rigurosidad analítica o la liviandad de afirmaciones que no indagan más allá del lugar común: la distorsión del pensamiento de Mariátegui por parte de sus seguidores, la heterodoxia de su marxismo, y la demonización de los regímenes ecuatoriano, boliviano y venezolano sin reparar en detalles esclarecedores sobre los avatares de la democracia liberal y el neoliberalismo en América Latina.
En este punto, Valdivia Cano no distingue claramente liberalismo económico y liberalismo político, lo cual agudiza una confusión muy frecuente cuando se menciona el término «liberal» o «liberalismo» sin mayor aclaración. En el ámbito anglosajón, liberal es el progresista; un tenaz opositor del conservadurismo. Fuera de ese entorno, liberal puede equivaler perfectamente con los ideales neoconservadores, por ejemplo, en lo relativo al libre mercado. El liberalismo político y el socialismo originarios mantienen puntos de encuentro, precisamente, porque criticaron frontalmente al conservadurismo. No obstante, si se trata del liberalismo económico, este no marcha necesariamente al compás de las libertades civiles estimuladas por el liberalismo político, sino que, eventualmente, las limita si perjudican el progreso del libre mercado. Esas restricciones son gratas al conservadurismo de derecha, razón por la cual neoliberalismo y neoconservadurismo son muy próximos. Distinguir ambos liberalismos habría contribuido a dilucidar la proximidades entre el socialismo heterodoxo de Mariátegui y el liberalismo político, y las distancias entre aquel y el liberalismo económico.
Una notoria ausencia en esta reedición es el diálogo con el trabajo de José Ignacio López Soria Adiós a Mariátegui. Pensar el Perú en perspectiva posmoderna (2007), cuyos planteamientos merituaban un comentario respecto a Mariátegui y la posmodernidad. López Soria propone despedirnos no solo de Mariátegui sino de los pensadores fundacionales de la modernidad peruana como Haya de La Torre, Riva Agüero, Víctor Andrés Belaúnde y Francisco García Calderón, puesto que el proyecto de modernidad que impulsaban no sería viable en el Perú de hoy. En consecuencia, urge releerlos en clave posmoderna para rediseñar sus ideas. En ese sentido, el despido o el abandono de estos intelectuales no significa en modo alguno confinarlos al olvido. A diferencia de Valdivia Cano, López Soria no inscribe a Mariátegui en la posmodernidad sino que propone repensarlo desde ese lugar de enunciación.
En general, se trata de ensayos fragmentarios, erráticos, elocuentes y creativos. En todos ellos, el autor emprende un constante elogio del ensayo: ese es el mayor homenaje de Valdivia Cano a Mariátegui.
Mariátegui asume y critica la modernidad al mismo tiempo, pero busca su superación en la historia y no al margen de ella, como los posmodernos. Concuerdo con el autor y le agregaría algunos argumentos más que revelan la incompatibilidad entre el Amauta y los posmodernos:
1) Su enfática adhesión al determinismo y al materialismo (llamado “objetivismo” por algunos), en Defensa del Marxismo.
2) Su clara definición del sujeto histórico de la revolución: los trabajadores y sobre todo la clase obrera.
3) A diferencia de la fraseología vacía, sin susstancia y sin metas de los posmodernos, la actitud de Mariátegui es la identificación vital y no intelectualista o verborreica con el socialismo: “meter toda mi sangre en mis ideas”. Y como lo dijo, lo hizo.
(Hay mucho más. Basta por ahora)
P.S.- ¿Quién es autor de la crítica a Valdivia Cano?
Hola Guillermo, yo escribí el comentario. Gracias por los aportes. Saludos,
Charlie