La literatura infantil es un género a menudo subestimado, pues está muy extendida la idea de que es un tipo de lectura ligera, necesariamente fantasiosa o de menor jerarquía que la consumida por el público adulto, considerada más densa y compleja. Por ello es frecuente observar que los padres de familia interesados por motivar la lectura a sus pequeños hijos les obsequian libros pero no los leen ni comparten esa experiencia.
Una forma diferente de aproximar a los niños a la lectura nos propone la escritora, ilustradora y cantante Isol (Buenos Aires, 1972). Desde la publicación de su primer libro Vida de perros (1997), ha obtenido diversos reconocimientos por su singular manera de concebir la literatura infantil.
El globo (2002) cuenta la historia de Camila, una niña que desearía ver a su madre convertida en un globo porque se pone tan colorada cuando le grita que se parece a uno. El relato subvierte la lógica tradicional «políticamente correcta» de los relatos para niños y las sentencias moralistas que limitan una forma de pensar diferente. Este relato nos muestra que la autoridad paterna no es tan sólida como parece sino vulnerable, ligera y manipulable como un globo. Camila no es ingenua sino que influye en su entorno hasta que logra superar una situación que la aqueja, lo cual parece ser una constante en el diseño de sus personajes.
En Tener un patito es útil (2007), se aprecia aún más la voluntad por deconstruir un punto de vista unilateral sobre la realidad y plantearnos la posibilidad de observarla desde el lugar del otro. La forma del libro refuerza este propósito ya que se puede leerlo de dos formas distintas. Las ilustraciones de Isol tampoco son convencionales; son más bien descentradas, de trazos inestables y cortos, y con sombras y contrastes que imprimen una atmósfera acorde al relato.
Los libros mencionados son representativos de la obra de Isol, quien demuestra que los pequeños lectores están más que listos para historias que desafíen lo tradicional y, por qué no, a una autoridad tan ligera como un globo. Sigue leyendo →
Comparto este cuento de Wilber Frisancho del Carpio.
Suicidarse, piensa, no es un acto valiente ni cobarde, sino natural y silencioso.
Es un adolescente alto y delgado, que odia a la soledad pero teme la compañía. Clava su mirada en el techo de su habitación, apoyando su espalda en la pared. A pesar del oceánico silencio que requiere su plan, el volumen de la radio es muy alto, y el croquis que estaba diseñando se ha convertido rápidamente en una maraña de garabatos desperdigados en un cuaderno anillado y grueso.
Sus padres interpretan una utopía íntima. Su madre se coloca todos los días una almohada debajo de la bata celeste antes de iniciar su día. Se levanta con una pesadez simulada, se dirige a la cocina y busca en el refrigerador cualquier comida que alcance la categoría de “antojo”. Por otro lado, su padre está alargando su jornada ordinaria de trabajo para complacer, más de lo debido, a sus jefes más inmediatos (desde la ventana de su oficina, observa a la masa desempleada, varios de ellos tienen su edad). De regreso a casa, lleva pañuelos, sonajas o cualquier juego infantil para un hijo imaginado que, sin duda alguna, sustenta la existencia de su compañera y justifica su matrimonio.
Todavía no ilumina su habitación y baja, lentamente, el volumen del aparato. Sin embargo siente la necesidad de sacudir el aletargado ambiente con una fuerte actividad: camina en círculos, de forma rápida y torpe, por la habitación chocando sus rodillas contra los cajones del escritorio y los pies de la cama. También busca pañuelos para secar el sudor que desciende por su frente, a sabiendas que no los usa.
Hoy es domingo, su padre podrá realizar sus ejercicios matutinos, sin apuro; revisará oficios o memorandos inconclusos de 10 a 12; regresará a casa y dará un pequeño paseo con su madre.
Sus piernas flaquean y siente demasiado cansancio. Ya echado sobre su cama, soporta el ardor en sus ojos. Trata de descansar pero los gritos de sus padres lo despiertan, avisándole que darán un paseo corto por las afueras de la ciudad. Él sólo da respuestas cortas que calman la inquietud de sus padres. Segundos después, cree sentir el encendido del motor. Decide abrir las persianas y despedirlos, pero se detiene.
Se equivocó. Sus padres todavía no han salido del edificio porque se encuentran totalmente absortos contemplando cómo la vecina del piso inferior reclama al vigilante más cuidado con las cosas; éste simplemente asiente con la cabeza, de forma pasiva, pero ella persiste. Ellos se acercan y tratan de calmarla, pero esta iracunda mujer los mira con reproche y se retira. Ansiosos por una explicación abordan al vigilante con miradas hoscas. Este levanta la cabeza y dice: “La señora peleaba demasiado con su esposo e hijos quienes decidieron tomar todas sus cosas e irse” .Un poco anonadados por la repuesta, retoman su camino y se disponen a abordar el auto, el vigilante los alcanza y con la mano derecha les señala su apartamento; intenta decir algo pero solo emite balbuceos. Se desesperan y deciden volver. Primero imaginan un robo, luego descartan la idea. Suben las escaleras, él más rápido que ella y observa a su hijo con las manos apoyadas en la baranda con varios hilos de sangre que salen de sus antebrazos.
Ocurrió lo más esperado y menos deseado a la vez: un suicidio pomposo y torpe, concluye. Sigue leyendo →
Basada en la novela Il disprezzo de Alberto Moravia, Jean-Luc Godard plasmó en Le mépris (1963) la estética de la «Nouvelle vague»: el metafilm (una película que se presenta como la historia de una realización cinematográfica); ruptura con el cine clásico; referencias a la cultura del cine; tendencia a la adaptación de novelas; exploración de la condición humana en sus facetas más cotidianas e íntimas; acercamiento al cine estadounidense; y, en general, la apuesta por el cine de autor.
Le mépris es la historia de un malentendido que desencadena una crisis conyugal y una tragedia. Jerry Prokosh (Jack Palance), productor de una versión de La Odisea que está siendo dirigida por Fritz Lang, quien se interpreta a sí mismo, encarga a Paul Javal (Michel Piccoli) la reescritura del guion, pues no está conforme con la versión de Lang. El problema surge cuando Paul permite que Prokosh lleve en su auto a su esposa, Camille (Brigitte Bardot), a su mansión. Ella cree que su marido la entregó para asegurar un mejor pago por el guion, lo cual deteriora rápidamente su relación.
Prokosh tiene una teoría sobre La Odisea: cree que Penélope le fue infiel a Ulises durante su ausencia y por otro lado que Ulises demoró intencionalmente su regreso a Ítaca porque no la amaba. Aquí se anticipa un paralelo entre la historia de Ulises y Penélope y la de Paul y Camille. De alguna manera, Prokosh se aventura a probar su hipótesis seduciendo a Camille y contratando a Paul como guionista. La infidelidad de Camille y la ingenua condescendencia de Paul corroboran su idea.
El título admite varias lecturas. La más evidente tiene que ver con la transformación del amor en decepción y luego en desprecio hacia el amante. Pero, además, se observa esta actitud en las tensas relaciones entre el productor y el director. Prokosh apuesta por un cine comercial, masivo y rentable. No entiende y, en consecuencia, desprecia la estética intelectualizada de Fritz Lang, quien, a su vez, no desaprovecha ocasión para enrostrarle sutilmente su mal gusto. Lang hace gala de su erudición lingüística, expresándose fluidamente en inglés y francés aparte del alemán, y libresca, como conocedor del clasicismo griego y el romanticismo alemán. En cambio, Prokosh presume de cierta sabiduría consultando un diminuto libro de frases célebres. Lang representa la línea del cine de autor que ha caracterizado los filmes europeos, cuyos cineastas y espectadores ven con desdén el cine comercial hollywoodense, modelo que Jerry quiere imponerle. Asimismo, Paul «desprecia», aunque demasiado tarde, el guion porque desea dedicarse a escribir para el teatro y no para un cine masivo, a lo cual accedió solo por el dinero.
La lengua interpone barreras y jerarquías entre los personajes. Camille y Paul están aislados y en desventaja frente a lo que Prokosh propone, cuyo discurso es intermediado por la traducción de la fiel y eficiente Francesca, su asistenta. En la cúspide está Fritz Lang por lo mencionado anteriormente, luego Francesca quien como él se desenvuelve en varias lenguas, pero solo traduce, mas no crea. Después ubicaríamos a Prokosh; pese a ejercer cierto dominio sobre quienes lo rodean, depende de la intermediación de Francesca. Camille y Paul ocupan el último lugar: hablan la misma lengua pero no les sirve la superar la crisis.
La fotografía es de lo mejor. La escena inmediatamente posterior al prólogo destaca por los juegos cromáticos que construyen una atmósfera íntima donde una penumbra azulada que envuelve a los amantes es el único momento oscuro de la cinta, que al desaparecer muestra un plano iluminado de la reposada desnudez de la Bardot. El resto de escenas aprovechan la intensa luz al aire libre. En la escena de la mansión de Prokosh el reflejo de la cabellera dorada de Camille contrasta con el azul profundo de sus prendas. De otra parte, están los encuadres de Camille y Paul en el departamento donde resaltan encendidos tonos rojo y amarillo, y mucho más los que capturan las agrestes costas mediterráneas, el mar y las panorámicas sobre los acantilados y la Villa Malaparte, una bellísima obra arquitectónica encaramada sobre un promontorio del golfo de Salerno en la isla de Capri, con texturas más tenues. También sobresalen los contrastes de blanco, celeste, negro y rojo del vestuario y maquillaje de los personajes de la cinta filmada por Lang.
Godard coloca a Brigitte Bardot en un papel protagónico, en el cénit de su belleza, desbordando una ingenua sensualidad proporcional a su ironía y a la extrema frialdad de su desprecio. Su personaje, una sencilla dactilógrafa sin aspiraciones casada con un guionista que espera salir del anonimato, transita de la simpleza a la complejidad. Se divierte atormentando a su pareja con la incertidumbre de la infidelidad en represalia por haberla entregado, según su interpretación de los hechos, a Prokosh a cambio de un buen contrato.
Los diálogos más intensos se hallan en la intimidad del departamento de los Javal. Los comentarios y gestos de Camille desafían la paciencia de Paul quien inútilmente desea saber qué le ocurre a su mujer. En una de las escenas mejores escenas, Camille replica a Paul espetándole una lista de groserías que él no la creía capaz de pronunciar. El rojo intenso de la toalla usada por Camille, su andar desenfadado, su actitud entre complaciente, agresiva e irónica es lo mejor de esta parte.
Prokosh reúne el estererotipo del productor de cine que interfiere en la realización en tanto económicamente depende de él. Jerry es histriónico como el actor que gustaría tener en «sus» películas. No solo desprecia la estética de Lang, sino también los sentimientos de quienes lo rodean. No se detiene en explicaciones, mas bien condiciona, negocia e impone. Y para ello tiene la sumisa complicidad de su asistenta Francesca Vanini. Por el contrario, Fritz Lang, flemático, irónico e intelectual, filma de acuerdo a su propia idea sobre el cine, pese a las bravatas de Jerry. A su manera, lo desprecia por su pragmatismo e ignorancia. Las relaciones entre los personajes están tensadas por el amor y el desamor, entre el cine como arte y como industria comercial. Los únicos que se entienden son Lang y Francesca, simpatía refrendada por su dominio de lenguas.
George Deleure, habitual colaborador de Truffaut y Godard, compuso la banda sonora. Como sucede en los mejores filmes, la música es casi media película; y Le mépris no es la excepción. El tema de Camille gradualmente imprime una profunda angustia que intensifica las emociones suscitadas por los diálogos, las actuaciones y la fotografía. Hacia la mitad, libera tensiones, pero al final retoma la sensación inicial.
Le mépris es una cinta que nos confronta con el dolor, el cuestionamiento de uno mismo frente al amor, la literatura, el cine y el dinero.
A Carlos Rivera y a los entusiastas integrantes de La casa de cartón
A los pocos días que llegué a Córdoba, una compañera del doctorado me llevó al Cine Club Municipal Hugo del Carril, donde una entusiasta asociación de amigos colabora con la sostenibilidad del cine club. Y lo hacen muy bien, pues cada mes se exhibe un atractivo ciclo de películas organizadas temáticamente y por director (para este mes está programado un excelente ciclo de Jean-Luc Godard, David Lynch y una muestra de cine rumano contemporáneo). También se imparten cursos sobre el cine y su relación con otras artes dictados por profesores universitarios y especialistas en la materia. La Asociación Amigos del Cine Club Municipal, fundada en marzo de 2002, es una entidad civil sin fines de lucro que apoya la administración de este espacio cultural cuyo emprendimiento fue una iniciativa de la Municipalidad de Córdoba. Luego de diez años, están plenamente convencidos de que con creatividad, talento y voluntad es posible superar los escollos que usualmente encuentran quienes emprenden una tarea a favor de la cultura.
El Cineclub Municipal Hugo del Carril abrió sus puertas en marzo del 2001, continuando la conocida tradición cineclubista cordobesa y devolviendo a la comunidad una propuesta periférica al circuito de exhibición comercial, única en el país. El proyecto incluyó la recuperación de un edificio histórico de la ciudad, con una ubicación privilegiada, se acondicionó la sala de exhibiciones con capacidad para 200 personas y se la equipó con la tecnología necesaria para proyectar hasta cinco formatos diferentes, ofreciendo al espectador la misma experiencia cinematográfica que cualquier sala del país. La inscripción anual cuesta 115 pesos, 70 soles aproximadamente, y la mensual 35 pesos, que serían alrededor de 20 soles. Ese pago permite a los socios asistir a las funciones cuantas veces quisieran abonando solamente 1 peso (70 céntimos) por concepto de impuestos. Aparte, dispone de una biblioteca con abundantes libros sobre cine y películas que los socios pueden consultar en sala o en domicilio. En el «Quentin Cafe», pequeño pero acogedor, se puede conversar mientras se espera la función o comentar el filme acabado de ver. La página web está muy bien diseñada y correctamente actualizada. Me llamó mucho la atención el lenguaje metafórico y las referencias cinéfilas: «Gimnasio cinematográfico Cero en Conducta», «Biblioteca Los 39 escalones», Ciclo «Pasión de los fuertes», «Extraños en el paraíso», para indicar la presencia de los músicos en el cine, etc.
En Córdoba hay varios multicines. Nada los diferencia de los que hay en Arequipa o Lima, tanto en los costos, la masiva asistencia de público y la monótona cartelera comercial que posterga «ese otro cine» que mucha gente quisiera ver, porque no es cierto que el acceso al cine, la literatura, el teatro y las artes en general tenga que ser oneroso para el bolsillo del ciudadano o que este posea una formación erudita que lo califique para asistir.
Entonces, ¿qué sucede en países como Argentina, Venezuela, Cuba, por citar algunos ejemplos, donde la crisis económica no ha obstaculizado el emprendimiento de actividades culturales de gran envergadura? La Feria del Libro de Buenos Aires figura entre las más importantes del mundo, así como el Festival de Jazz de La Habana que anualmente convoca en la isla a destacados músicos de todo el planeta. ¿Por qué a pesar de la notable recuperación económica nos encontramos tan rezagados al respecto?
Ocurre que en el Perú durante mucho tiempo las artes y las letras han sido entendidas como un gasto, un lujo, un producto suntuoso solo para gente bien educada y de refinado gusto. En consecuencia, la gestión cultural ha sido malentendida por quienes han tenido o tienen a su cargo una función pública relacionada con la difusión cultural. El reciente desarrollo económico que ha conllevado la emergencia de un amplio sector de la población que ha salido de la pobreza no se ha traducido en una masificación del acceso de la ciudadanía a la cultura ni en la reducción sustantiva de los preocupantes índices de comprensión de lectura ni en la mejora de la educación pública escolar o universitaria. El argumento de que la calidad depende del precio es desbaratado por la triste realidad en la que están sumidas la educación y la cultura hoy en el Perú: las universidades particulares creadas al amparo de una ley promulgada durante el fujimorato que promovía la inversión privada en educación ofrecen una formación muy endeble y más bien han convertido en un negocio muy rentable la necesidad aspiracional de ser universitario en el Perú. En suma, el crecimiento económico ha sido inversamente proporcional a la democratización del acceso a los espacios culturales.
Que en Trujillo se haya recuperado la feria del libro, que en Lima la Casa de la Literatura Peruana se mantenga muy activa o que Arequipa cuente con una feria internacional del libro rumbo a su cuarta edición no debería hacernos perder la perspectiva del abandono en que se halla la cultura por parte del Estado. (A riesgo de ser malinterpretado, aclaro que utilizo una noción bastante reductiva de cultura para referirme a la producción artística en general. Porque ningún ser humano carece de cultura en el sentido de experiencia de la realidad). Y menos aún si considerásemos a Mistura como el non plus ultra de nuestra identidad cultural.
La manera como desde el Estado se ha abordado la cultura recientemente va por el lado de la imagen y el mercado. La designación de Susana Baca como ministra de Cultura lamentablemente no fue la mejor elección: un artista que aprecie su arte debe ser artista a tiempo completo, lo mismo que un funcionario del Ejecutivo. El legado cultural del gobierno aprista —muy bien acogido por el empresariado nacional— ha sido convertir al Perú en una marca para beneplácito del capital y de la opinión pública que se siente muy cómoda depositando su identidad en una copa de pisco o en un plato de bandera.
Algunas iniciativas ciudadanas han sido importantes, pero aportan todavía muy poco, pese al denodado entusiasmo que anima a sus integrantes, si es que no se articulan con las instituciones de la sociedad civil. Durante los años universitarios, fui testigo del empuje de varios compañeros que se las ingeniaban para sacar adelante conciertos, recitales, presentaciones de libros, seminarios y congresos nacionales. Y después lo constaté en mis esporádicas visitas con la aparición de colectivos literarios en Arequipa que periódicamente organizaban eventos en los que se encontraban diversos grupos y artistas jóvenes de la ciudad. Una de las iniciativas más activas que conozco es la de La casa de cartón, asociación cultural dirigida por Carlos Rivera, quien junto a varios jóvenes voluntarios constantemente organiza eventos culturales en los que en varias oportunidades tuve el placer de participar. El apoyo brindado por los centros culturales dio mayor continuidad a estos proyectos. Es así que el mayor esfuerzo en Arequipa a favor de la cultura confluyó en Artequipa, una asociación sin fines de lucro que integra a instituciones académicas y culturales de la ciudad.
Un verdadero trabajo de gestión cultural —como el que viene realizando La casa de cartón y Artequipa— persuade a la ciudadanía acerca del lugar que debería concederle a la cultura en su vida diaria: un encuentro con la diversidad que nos rodea y una forma de educarnos en el saber como vivencia del otro. Sigue leyendo →