Archivo por meses: junio 2008

Jordán y el “Moqueguazo”

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El presidente García declaró ante los medios de comunicación que el general Jordán se entregó mansamente en Moquegua. Criticó que el contingente dirigido por el general PNP no estuviera provisto de armas disuasivas, lo cual permitió a los agitadores reducir con facilidad a los policías. El presidente tuvo algunas frases muy duras contra el general Jordán a quien, prácticamente y en vivo y en directo a todo el país, calificó de cobarde: “Una persona que tiene miedo físico es mejor que no se meta en estas cosas”.

Diversos analistas se manifestaron acerca de la ineptitud del ministro Alva Castro respecto al “moqueguazo”, lo que no es novedad, ya que en otros conflictos sociales similares (Ayacucho, Chimbote) brilló por su ausencia. Hace mucho tiempo que a Alva Castro el oficialismo y sus eventuales aliados fujimoristas y de Unidad Nacional le arrojan un salvavidas para evitar la vergüenza de la censura a un ministro aprista. Sin embargo, a medida que este blindaje aumenta, también se incrementa el descrédito del Congreso y la aprobación presidencial. Alva Castro representa un lastre muy pesado como para cargar con él gratuitamente, a sabiendas que no suma nada, en absoluto, a los logros económicos que viene obteniendo el Ejecutivo.

Pero lo sustancial aquí son las declaraciones del presidente en torno a las responsabilidades sobre el desborde popular en Moquegua. García volvió a salvar a su correligionario al enfilar sus baterías contra el general Jordán, como si este tuviera a su cargo la estrategia de prevención de conflictos sociales que, como el de Moquegua, eran previsibles. No, señor presidente, Alva Castro ha demostrado con creces que es un inútil en materia de seguridad interna y que está más interesado en otras carteras -publicar artículos sobre economía es una señal muy sutil- puesto que durante los momentos más críticos de la protesta en Moquegua, se escondió y no dio la cara, salvo para referirse a Fernando Rospigliosi con quien sostiene un diferendo de larga data.

Debemos agradecer a la “mansedumbre” del general Jordán que no tengamos muertos que lamentar. ¿Qué hubiera sucedido si, efectivamente, los policías enfrentaban con sus armas a los manifestantes? Simplemente una masacre similar a la del Frontón. Señor presidente, ¿acaso no aprendió usted las lecciones del pasado? ¿Cuál es la deuda que usted o el APRA tienen con Alva Castro? Los dos muertos en Ayacucho levantaron una andanada de críticas al procedimiento de que emplea la policía contra los manifestantes e hizo trastabillar al ministro del Interior, quien supo salir airoso como siempre.

Jordán brindó una lección de sensatez y prudencia a pesar de que el costo profesional para él mismo haya sido elevado. La represión con armas de fuego, los muertos regados a lo largo del puente Montalvo y los policías ajusticiados por la turba jamás podrían ser compensados por algún reconocimiento presidencial al valor. Pero la lección que deja a las fuerzas de orden: nada justifica el atropello a los derechos humanos ni la ley ni la fuerza de las armas. El diálogo debe imponerse hasta agotar todos los recursos. De no haber sido por la que sí fue una fallida intervención de la DINOES quienes dispararon bombas lacrimógenas durante el diálogo con los manifestantes, posiblemente, los policías no hubieran sido secuestrados. Si bien Jordán está asumiendo las consecuencias de su decisión, sabe que puede dormir tranquilo sin cargar en la conciencia con el peso de cientos de muertos, algo que dudamos, pueda hacer el presidente García.
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Jordán y el “Moqueguazo”

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El presidente García declaró ante los medios de comunicación que el general Jordán se entregó mansamente en Moquegua. Criticó que el contingente dirigido por el general PNP no estuviera provisto de armas disuasivas, lo cual permitió a los agitadores reducir con facilidad a los policías. El presidente tuvo algunas frases muy duras contra el general Jordán a quien, prácticamente y en vivo y en directo a todo el país, calificó de cobarde: “Una persona que tiene miedo físico es mejor que no se meta en estas cosas”.

Diversos analistas se manifestaron acerca de la ineptitud del ministro Alva Castro respecto al “moqueguazo”, lo que no es novedad, ya que en otros conflictos sociales similares (Ayacucho, Chimbote) brilló por su ausencia. Hace mucho tiempo que a Alva Castro el oficialismo y sus eventuales aliados fujimoristas y de Unidad Nacional le arrojan un salvavidas para evitar la vergüenza de la censura a un ministro aprista. Sin embargo, a medida que este blindaje aumenta, también se incrementa el descrédito del Congreso y la aprobación presidencial. Alva Castro representa un lastre muy pesado como para cargar con él gratuitamente, a sabiendas que no suma nada, en absoluto, a los logros económicos que viene obteniendo el Ejecutivo.

Pero lo sustancial aquí son las declaraciones del presidente en torno a las responsabilidades sobre el desborde popular en Moquegua. García volvió a salvar a su correligionario al enfilar sus baterías contra el general Jordán, como si este tuviera a su cargo la estrategia de prevención de conflictos sociales que, como el de Moquegua, eran previsibles. No, señor presidente, Alva Castro ha demostrado con creces que es un inútil en materia de seguridad interna y que está más interesado en otras carteras -publicar artículos sobre economía es una señal muy sutil- puesto que durante los momentos más críticos de la protesta en Moquegua, se escondió y no dio la cara, salvo para referirse a Fernando Rospigliosi con quien sostiene un diferendo de larga data.

Debemos agradecer a la “mansedumbre” del general Jordán que no tengamos muertos que lamentar. ¿Qué hubiera sucedido si, efectivamente, los policías enfrentaban con sus armas a los manifestantes? Simplemente una masacre similar a la del Frontón. Señor presidente, ¿acaso no aprendió usted las lecciones del pasado? ¿Cuál es la deuda que usted o el APRA tienen con Alva Castro? Los dos muertos en Ayacucho levantaron una andanada de críticas al procedimiento de que emplea la policía contra los manifestantes e hizo trastabillar al ministro del Interior, quien supo salir airoso como siempre.

Jordán brindó una lección de sensatez y prudencia a pesar de que el costo profesional para él mismo haya sido elevado. La represión con armas de fuego, los muertos regados a lo largo del puente Montalvo y los policías ajusticiados por la turba jamás podrían ser compensados por algún reconocimiento presidencial al valor. Pero la lección que deja a las fuerzas de orden: nada justifica el atropello a los derechos humanos ni la ley ni la fuerza de las armas. El diálogo debe imponerse hasta agotar todos los recursos. De no haber sido por la que sí fue una fallida intervención de la DINOES quienes dispararon bombas lacrimógenas durante el diálogo con los manifestantes, posiblemente, los policías no hubieran sido secuestrados. Si bien Jordán está asumiendo las consecuencias de su decisión, sabe que puede dormir tranquilo sin cargar en la conciencia con el peso de cientos de muertos, algo que dudamos, pueda hacer el presidente García.
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¿Puede el subalterno hablar?

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Los fines de semana suelo leer “Rincón del autor”, columna de Hugo Guerra en El Comercio, cuyas apreciaciones previas a la del último sábado 7 de junio, se caracterizaban por la precisión y la claridad en la forma que exponía sus ideas. Grande fue mi sorpresa al leer su artículo titulado “La tuerca que debe ajustarse”, en la cual tiene frases nada halagüeñas respecto a Evo Morales. Me recordó a una editorial de Aldo Mariátegui en la que luego calificar a los reservistas etnocaceristas como ignorantes, los conminaba a leer la carta que Miguel Grau escribió a la viuda de Arturo Prat, como ejemplo de respeto al rival caído. Curiosa la persuasión de Aldo: insulta primero y luego sustenta la idea del respeto al adversario.

Similar actitud tuvo Mario Vargas Llosa al comentar la visita de Evo Morales a España poco después de ser elegido presidente de Bolivia: “ardilla trepadora”, “peinado de fraile campanero”, “sus chompas rayadas con todos los colores del arco iris, las casacas de cuero raídas, los vaqueros arrugados y los zapatones de minero se convertirán pronto en el nuevo signo de distinción vestuaria de la progresía occidental. Excelente noticia para los criadores de auquénidos bolivianos y peruanos, y para los fabricantes de chompas de alpaca, llama o vicuña de los países andinos, que así verán incrementarse sus exportaciones ”. Si bien más adelante Vargas Llosa modera sus frases y elabora una argumentación más sólida frente al nacionalismo emergente en América Latina, estas apreciaciones no hacen más que encender la pradera, oscurecer la comprensión del problema y convertir su imagen en blanco de ataques, es decir, el objetivo mayor que consiste en criticar alguna postura totalitaria se desvirtúa cuando se recurre a las mismas estrategias arteras de quienes son criticados.

Esta es la actitud que me sorprendió al leer el artículo de Hugo Guerra: “Quizá esté emulando a su paradigmático Hugo Chávez, o tal vez desde su psicología de subalterno acomplejado pretenda convertirse en una suerte de gorila andino. Y esto no es uso de adjetivos azarosos, porque quien lo haya observado en las reuniones internacionales, advertirá que mezcla la hipocresía formal con el ataque artero”. ¿Acaso esta apelación a complejos de inferioridad y a la fisonomía andina no son “ataques arteros”? Parece que Guerra olvidó las fallidas palabras del padre de Lourdes Flores, a quien la lideresa de Unidad Nacional le debe el no haber llegado a la segunda vuelta electoral en 2002.

Es cierto que los comentarios de Evo Morales sobre la obesidad y el antiimperialismo de Alan García estuvieron fuera de lugar, toda vez que un mandatario invitado a una cumbre debe guardar las formas que corresponden a su investidura. También es cierto que Morales, lamentablemente, no puede zafarse de la impronta bolivariana y pareciera que asumir actitudes desafiantes en los eventos internacionales fuera una manera de imitar a Hugo Chávez. Sin embargo, cuando Guerra plantea su crítica a Morales en los términos citados líneas arriba, difícilmente logrará persuadir a aquellos que consideran a Evo Morales como un modelo de reivindicación de los derechos de las minorías indígenas. A propósito de esto, escribí un extenso ensayo sobre el Arequipazo, en el cual sostengo que más que un reclamo contra la privatización, la protesta popular en la Ciudad Blanca estuvo amparada por la indignación de la ciudadanía frente a los insultos del ministro del Interior, Fernando Rospigliosi.

La hipocresía formal que Guerra adjudica a Evo Morales también la tuvo Alan García en similares circunstancia y ante Hugo Chávez. Luego de que aquel fuera calificado como “ladrón de siete suelas” por el presidente venezolano, en la cumbre de Santa Cruz, ambos de estrecharon la mano para la fotografía. Al ser consultado por la prensa, García declaro que “hay química”. Más integro fue Rafael Correa en Lima, ya que de ninguna manera iba a prestarse a fingir que con Álvaro Uribe podría existir un simple borrón y cuenta nueva.

En otra sección del artículo, Guerra dice: “frente al enfoque radical de Evo Morales sobre la relación con el Perú, es hora de reaccionar con prudencia pero con energía”. Plenamente de acuerdo, señor Guerra, aunque cabe decir que el tono que utiliza en su texto más enérgico que prudente. Revocar las facilidades de acceso de Bolivia al mar de Ilo, militarizar la frontera con Bolivia (ud. critica a Chávez pero propone lo mismo que él frente a Colombia).

Entonces, ¿debemos tolerar los exabruptos de Chávez y Morales? En absoluto; lo que debemos hacer es combatirlos con buenas ideas. Ello significa solidez en los argumentos y desapasionamiento. Impregnar de emotividad a nuestras opiniones es casi inevitable, pero lo que sí podemos —y debemos evitar— es convertirnos en fanáticos del antifanatismo.

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¿Puede el subalterno hablar?

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Los fines de semana suelo leer “Rincón del autor”, columna de Hugo Guerra en El Comercio, cuyas apreciaciones previas a la del último sábado 7 de junio, se caracterizaban por la precisión y la claridad en la forma que exponía sus ideas. Grande fue mi sorpresa al leer su artículo titulado “La tuerca que debe ajustarse”, en la cual tiene frases nada halagüeñas respecto a Evo Morales. Me recordó a una editorial de Aldo Mariátegui en la que luego calificar a los reservistas etnocaceristas como ignorantes, los conminaba a leer la carta que Miguel Grau escribió a la viuda de Arturo Prat, como ejemplo de respeto al rival caído. Curiosa la persuasión de Aldo: insulta primero y luego sustenta la idea del respeto al adversario.

Similar actitud tuvo Mario Vargas Llosa al comentar la visita de Evo Morales a España poco después de ser elegido presidente de Bolivia: “ardilla trepadora”, “peinado de fraile campanero”, “sus chompas rayadas con todos los colores del arco iris, las casacas de cuero raídas, los vaqueros arrugados y los zapatones de minero se convertirán pronto en el nuevo signo de distinción vestuaria de la progresía occidental. Excelente noticia para los criadores de auquénidos bolivianos y peruanos, y para los fabricantes de chompas de alpaca, llama o vicuña de los países andinos, que así verán incrementarse sus exportaciones ”. Si bien más adelante Vargas Llosa modera sus frases y elabora una argumentación más sólida frente al nacionalismo emergente en América Latina, estas apreciaciones no hacen más que encender la pradera, oscurecer la comprensión del problema y convertir su imagen en blanco de ataques, es decir, el objetivo mayor que consiste en criticar alguna postura totalitaria se desvirtúa cuando se recurre a las mismas estrategias arteras de quienes son criticados.

Esta es la actitud que me sorprendió al leer el artículo de Hugo Guerra: “Quizá esté emulando a su paradigmático Hugo Chávez, o tal vez desde su psicología de subalterno acomplejado pretenda convertirse en una suerte de gorila andino. Y esto no es uso de adjetivos azarosos, porque quien lo haya observado en las reuniones internacionales, advertirá que mezcla la hipocresía formal con el ataque artero”. ¿Acaso esta apelación a complejos de inferioridad y a la fisonomía andina no son “ataques arteros”? Parece que Guerra olvidó las fallidas palabras del padre de Lourdes Flores, a quien la lideresa de Unidad Nacional le debe el no haber llegado a la segunda vuelta electoral en 2002.

Es cierto que los comentarios de Evo Morales sobre la obesidad y el antiimperialismo de Alan García estuvieron fuera de lugar, toda vez que un mandatario invitado a una cumbre debe guardar las formas que corresponden a su investidura. También es cierto que Morales, lamentablemente, no puede zafarse de la impronta bolivariana y pareciera que asumir actitudes desafiantes en los eventos internacionales fuera una manera de imitar a Hugo Chávez. Sin embargo, cuando Guerra plantea su crítica a Morales en los términos citados líneas arriba, difícilmente logrará persuadir a aquellos que consideran a Evo Morales como un modelo de reivindicación de los derechos de las minorías indígenas. A propósito de esto, escribí un extenso ensayo sobre el Arequipazo, en el cual sostengo que más que un reclamo contra la privatización, la protesta popular en la Ciudad Blanca estuvo amparada por la indignación de la ciudadanía frente a los insultos del ministro del Interior, Fernando Rospigliosi.

La hipocresía formal que Guerra adjudica a Evo Morales también la tuvo Alan García en similares circunstancia y ante Hugo Chávez. Luego de que aquel fuera calificado como “ladrón de siete suelas” por el presidente venezolano, en la cumbre de Santa Cruz, ambos de estrecharon la mano para la fotografía. Al ser consultado por la prensa, García declaro que “hay química”. Más integro fue Rafael Correa en Lima, ya que de ninguna manera iba a prestarse a fingir que con Álvaro Uribe podría existir un simple borrón y cuenta nueva.

En otra sección del artículo, Guerra dice: “frente al enfoque radical de Evo Morales sobre la relación con el Perú, es hora de reaccionar con prudencia pero con energía”. Plenamente de acuerdo, señor Guerra, aunque cabe decir que el tono que utiliza en su texto más enérgico que prudente. Revocar las facilidades de acceso de Bolivia al mar de Ilo, militarizar la frontera con Bolivia (ud. critica a Chávez pero propone lo mismo que él frente a Colombia).

Entonces, ¿debemos tolerar los exabruptos de Chávez y Morales? En absoluto; lo que debemos hacer es combatirlos con buenas ideas. Ello significa solidez en los argumentos y desapasionamiento. Impregnar de emotividad a nuestras opiniones es casi inevitable, pero lo que sí podemos —y debemos evitar— es convertirnos en fanáticos del antifanatismo.

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