Archivo por meses: febrero 2010

La edad de la utopía hispano, andina y universal

Manuel Piqueras Cotolí (1885-1937) y Gustavo Gutiérrez Merino (1928), cada uno en su propio lenguaje, en dos momentos críticos y lúcidos de la historia de las Américas, logran articular, con fortaleza y delicadeza, todas las sangres fragmentadas y enfrentadas en estas tierras de tragedia y esperanza. Sus obras iluminan -como un haz de luz-, el laberinto de nuestra identidad: ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿adónde vamos? El horizonte utópico es la democracia, una brújula para “embarcarnos de otras Indias mejores” a otras “Américas mejores”. Como señala Max Hernández, estamos frente a una novela familiar, un mito individual y una utopía pero, así mismo, nos encontramos ante un proyecto histórico y un camino concreto .

En busca de la tierra del padre andamos en la huella de una palabra tridimensional que, a la vez, congregue el arte y la identidad en la resurrección de las Américas, el hablar de Dios desde las Indias y las Américas, y la democracia como proyecto y como camino en la nueva y aún ignorada edad. La vida, la libertad, la búsqueda de la felicidad, la creación de arte y el recogimiento son las raíces hondas de una identidad activa y operante en estas tierras de nuestros sufrimientos y esperanzas.

En este horizonte utópico, destacamos la importancia central de la auténtica democracia en la incertidumbre del siglo XXI, de los cambios en la economía en el malestar de la globalización, de la lucha por la paz contra la violencia estructural y conductiva en el teatro de las Américas y del mundo, y de la democratización y la no violencia cotidiana en la morada humana del recogimiento, la feminidad, la paternidad, la filiación, la amistad y la hospitalidad. Bajo esta luz solar y lunar, andamos tras la huella de “otras Indias mejores” a “otras Américas mejores”.

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Manuel Piqueras Cotolí: gran artista hispano, andino y universal

“Cervantes pinta dos caracteres típicos de una raza y pinta los de la humanidad. Shakespeare busca las pasiones en la vida y la historia de un pueblo y son las pasiones de la humanidad.” Manuel Piqueras Cotolí.
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“Manuel Piqueras Cotolí”
Manuel Piqueras Cotolí (1885-1937), artista español dotado de una sólida formación cultural, intelectual, escultórica, arquitectónica y urbanística, desarrolló una visión estética, una obra artística y un principio de humanidad que fueron a contracorriente de las visiones estéticas hegemónicas en España y en el Perú. Este artista inconformista se fue haciendo en el tiempo y en el espacio, en la humanitas española y americana. Echar raíces en el Perú constituyó una revelación y un estímulo decisivos en la maduración y originalidad de su obra monumental.

El artista tuvo que simbolizar el horror de la violencia y sus heridas abiertas, que marcaron su historia personal y su circunstancia histórica. La muerte de su padre, oficial español, en la guerra entre España y Estados Unidos, acaecida en Cuba en 1898, sumada a la muerte inmediata de su madre, lo dejaron en una dolorosa situación de orfandad infantil.

Hacia atrás, la remembranza de la destrucción de la Indias durante la conquista y la colonización española en el siglo XVI despertó en él una vocación de restitución. La Primera Guerra Mundial (1914-1918), que él vivió mientras estaba formándose en Roma, lo sacudió hondamente.

La Guerra Civil Española, ocurrida entre 1936 y 1939; que él intuyó como una tragedia de conflagración y genocidio, y cuyo desenlace devastador no conoció porque murió intempestivamente en 1937; fue el motivo capital de su preocupación y desvelo durante sus últimos días. La monstruosidad de la violencia condujo al artista a elaborar una idea fuerza de restitución personal y comunitaria; andina, hispánica y universal que rubricó los cimientos más íntimos de su obra.

Su idea cardinal de articulación de fragmentos enfrentados violentamente, su propuesta de una unidad compleja y difícil de elementos distintos que, redivivos en una relación de alteridad, debían ir formando una identidad personal y colectiva en el Perú y en América, tenían su fuente en la experiencia de todas las violencias que lo signaron biográfica e históricamente.

Su temprana muerte se debió, probablemente, a estos dolores que cargaba como un vía crucis. Antes de cruzar la frontera, transpuso magistralmente el diálogo entre dos mundos en el collage arquitectónico-escultórico del Pabellón del Perú en Sevilla, llevando hasta sus últimas consecuencias su idea de las identidades diversas en la universalidad.

Reconocemos póstumamente a este gran artista, más de 50 años después de su muerte temprana, que dejó trunca su obra. La paradoja es que a inicios del siglo XXI, recién estamos descubriéndolo e intuyendo que su trabajo es fundacional para la cultura y el arte de nuestro tiempo, tanto en el mundo americano como en los centros hegemónicos mundiales.

Manuel Piqueras Luna, En busca de la tierra del padre, revista Páginas 186. Instituto Bartolomé de Las Casas, Centro de Estudios y Publicaciones. Lima: Abril, 2004.

http://blog.pucp.edu.pe/media/avatar/140.pdf

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“El Pabellón peruano en la Feria Ideroamericana de Sevilla (1929)”

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Gustavo Gutiérrez: testigo de la tragedia andina y universal

Gustavo Gutiérrez —fraile, sacerdote y teólogo peruano— se mueve en la paradoja de la muerte de la teología por la supremacía de la práctica, la contemplación y el silencio. En contraindicación, anuncia la vida de la teología por la preeminencia del hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente.

El signo distintivo de la personalidad de este hombre que bebe del pozo de la tragedia andina y universal es su maestría de la amistad que rompe todo límite. El significado de esta gracia se asocia a su espiritualidad marcada por el proyecto de amistad con Dios y de amistad con los pobres. El tiempo, como escucha de los seres humanos concretos que sufren despojo y asesinato, y de todas las personas únicas e irrepetibles que se duelen a secas. El Evangelio de Juan, que proclama el proyecto de amistad de Jesús, inspira esta centralidad de la amistad en la palabra y la acción de Gutiérrez. En esta alteridad se inscribe su apasionado gusto por la vida, la libertad y la belleza, y su notable sentido del humor, que marcan toda su existencia y su obra.

Lo que más le indigna a este testigo del Dios de Jesucristo es el cinismo de quienes fundan y conservan el sufrimiento humano, despojan y asesinan al pobre y al diferente, exterminan las culturas nativas y destruyen el hábitat natural en el fontano lugar de “las Indias”, “las Américas” y el mundo. El Evangelio de Mateo, en el que Jesús habla del discipulado como un camino acechado por los riesgos del fariseísmo y el cinismo -cuando va acercándose la hora de su muerte en cruz-, es una fuente esencial de la reflexión y la acción de Gutiérrez. No es Pedro negando a Jesús tres veces a causa de su poca fe el que lo indigna; no es Judas traicionando a Jesús, por razón de su ideología mesiánica y sectaria, el que lo indigna; es el cinismo de Herodes y Pilatos asesinando y despojando a los inocentes el que lo indigna, el que lo remueve hasta los conchos.

Recorrer la vida y la obra de este hombre con sus 80 años nos lleva al misterio de Dios y al misterio del mundo, en el cual el Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob y de Jesucristo se encarnó, sufrió muerte de cruz y resucitó. Este misterio del amor de Dios, que todo lo envuelve, se juega entre la cálida luz y la dura luz, es la sinrazón de la esperanza de Gutiérrez, aunque este principio de esperanza no llegue siquiera a tener la pequeñez de una gota de rocío o de una brizna de paja. El discípulo es, a la vez, en su mundo interno y externo, aquel que articula con firmeza y delicadeza todas las sangres fragmentadas y enfrentadas en estas tierras de tragedia y esperanza.

Manuel Piqueras, Gustavo Gutiérrez: hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente. Lima: 2004. Leer más »