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Manuel Piqueras Cotolí: fusión hispano, andina y universal

El Pabellón del Perú en la Feria Iberoamericana de Sevilla, que inventó Manuel Piqueras Cotolí entre 1929 y 1930, ganó la Medalla de Oro en este evento internacional de gran significación para la artes en el mundo. Su punto de visión estético, su creación artística y su principio de humanidad se relaciona con la idea germinal de: “ir a lo hondo, hacia atrás”, donde opone “fusión frente a superposición”. Su genio fue el de haber logrado una obra maestra en la mistura de estilos arquitectónicos y escultóricos que estaba presente en toda la historia del arte universal.

“Manuel Piqueras Cotolí hizo del espacio americano el lugar significante de su búsqueda estética, de su creación artística y de su exploración de un principio de humanidad, de confrontación con el pasado para dar cara al futuro de un nuevo renacimiento de la identidad de las Américas. El artista hispanoamericano fue, en ese sentido, un creador multifacético del siglo XX. Funda un lenguaje original en las artes plásticas peruanas; lo hace, además, en el centro histórico colonial español en el sur de las llamadas “Indias” durante el siglo XVI, y en el núcleo histórico neocolonial criollo de las llamadas “Américas” durante los siglos XIX y XX.

En la nueva visión estética, el artista español oponía “fusión” a “superposición” de dos estilos arquitectónicos y escultóricos distintos y opuestos: los de las culturas indígenas y los de las españolas. Así, señalaba que: “Observando la raza nueva aún en formación. Viendo algunos ejemplares de la arquitectura peruana en la Colonia, [constaté que] solamente hay superposición de estilos [indígenas y españoles]”.

Para Piqueras, “fusionar” significaba unir estilos diferentes como iconografías vivas no como una colección de antigüedades superpuestas, en una monumental síntesis nueva: “[Esta visión de la superposición de estilos] me hizo pensar que era posible ensayar o resucitar como veremos más adelante una arquitectura netamente peruana; moderna, en la cual estuvieran reflejados, el espíritu, los ritmos, el alma de un pueblo; de los pueblos y las culturas que pasaron por estas tierras”.
A contracorriente, “superponer” era poner un estilo sobre otro: de un lado, una relación de dominación y sumisión, de yuxtaposición de lo español sobre lo indígena en el caso del “hispanismo” neocolonial; de otro, sustituir el lenguaje plástico por una denuncia social de la situación de los indígenas vencidos por los españoles conquistadores y encomenderos o por sus herederos republicanos -oligarcas y gamonales- en el caso del “indigenismo”.

Su juicio estético sobre la cultura y el estilo artístico colonial y neocolonial es lúcido, irónico y lapidario: “En plena colonia crece un arte español nacido aquí. Es el criollo, colonial. Siglo 19. Fines de la colonia, República, una inmensa laguna, desde poco antes de la Independencia hasta hoy. Influencia europea, imitación sin orden ni concierto, ni gusto, que lo arruina y lo confunde todo. Renacimiento colonial, hispano-yanquisante con gafas californianas”.

El artista trasciende las visiones antagónicas “hispanistas” e “indigenistas”, en una síntesis nueva, en un melting pot andino, hispánico y universal democráticamente articulado. Piqueras busca ir a lo hondo, hacia atrás, hacia lo prehispánico, presentando el lado vigoroso y creativo de la cultura indígena frente a la española no el camino trillado de la visión de los vencedores ni de los vencidos en la Conquista, la Colonia y la República: “Con este concepto como guía, como obsesión, desde el año 1919 empecé a aplicar la decoración indígena sobre formas europeas, criollas o españolas (1919-1921 fachada de la Escuela de Bellas Artes de Lima. 1924 salón del Palacio de Gobierno) pero esto no era lo que buscaba, no satisfacía mi anhelo. […] Tenía que ir a lo hondo, hacia atrás, para encontrar un firme [fundamento] […] Con estos elementos y con un espíritu totalmente moderno, porque moderna es toda la vida que vivimos y cualquier reproducción arqueológica nos hubiera llevado a hacer algo muerto, empecé a dibujar el Pabellón con que el Perú concurría a la Feria Iberoamericana de Sevilla, creyendo que la Nación debía presentarse ante las demás, en este magnífico certamen, con algo suyo, muy suyo, que la diferenciara de las otras, que la afirmara en su personalidad artística. […] En el Pabellón peruano he intentado esto para el Perú y para América”.

El Pabellón del Perú, su obra cumbre, que ganó el Gran Premio para nuestra patria en la Feria Iberoamericana de Sevilla (1927-1930), es la plasmación de lo que Piqueras nombró tentativamente como estilo neoperuano, un collage andino e hispánico llevado hasta sus últimas consecuencias: “Manuel Piqueras Cotolí fue, sobre todo, el forjador de un estilo arquitectónico (y escultórico) que reivindicaba nuestro lugar en el mundo. La mixtura entre lo hispano y lo precolombino, entre lo moderno y la raíz de nuestra identidad”.”.

Manuel Piqueras Luna, En busca de la tierra del padre, revista Páginas 186. Instituto Bartolomé de Las Casas, Centro de Estudios y Publicaciones. Lima: abril, 2004.

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Manuel Piqueras Cotolí y el Inca Garcilaso de la Vega

Desde mi juventud no había vuelto a leer, Comentarios Reales, del Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616), estoy maravillado con esta obra maestra del Siglo XVI. Esta relectura de madurez, de la más grande fábula escrita a horcajadas entre la realidad y la imaginación, hace casi medio milenio, me ha fascinado. La mirada de Manuel Piqueras Cotolí al Inca Garcilaso, me lleva a escribir esta breve memoria del bien retornado.

Como señala, Mario Vargas Llosa, en su notable escrito literario, El Inca Garcilaso y la lengua de todos: “Pero, si hay que buscar un principio en el largo camino del español, desde sus remotos orígenes en las montañas asediadas de Iberia hasta su formidable proyección presente, no estaría mal señalarle como fecha y lugar de nacimiento los de los Comentarios Reales que escribió, hace cuatro siglos, en un lugar de Andalucía, un cuzqueño expatriado al que espoleaba una agridulce melancolía y esa ansiedad de escribidor de preservar la vida o de crearla, sirviéndose de las palabras”.

Manuel Piqueras Cotolí, en 1935, dos años antes de su muerte intempestiva, con su intuición genial, capturo el enigma del Inca Garcilaso y de su obra: fusión hispano, andina y universal. En el IV Centenario de la Fundación de Lima y por encargo de la colonia española, esculpe una placa en bronce y dibuja un monumento al Inca, para rendirle homenaje. Su relación intelectual y vital con el Inca y su obra es temprana, en Córdoba, el gran centro cultural de Al-Andalucia, que formó parte del periodo formativo de Piqueras Cotolí, siendo muy joven.

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