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El lavatorio de los pies de mi madre, María Angélica

Una prima muy querida, sobrina en línea directa de mi madre, me preguntó hoy: ¿Dónde va a ser la misa de tu madre? Mi respuesta evocó inmediatamente lo que siempre he llamado “el lavatorio de los pies de mi madre”, recordando el Evangelio de San Juan.

“La celebración del lavatorio de los pies” (Juan: 13,1-20) es algo que llevo muy dentro de mi corazón. Cuando era un púber, encontré casualmente a mi madre en una habitación discreta de la casa, lavándole los pies a una sirvienta muy jovencita, que tenía una infección con pus en un dedo. Me quedé absolutamente sorprendido, sin entender nada en ese momento − el impacto me causó náuseas–, mirando a mi madre arrodillada ante una sirvienta, sin decir ni una palabra, curándola con mucho cariño y respeto.

Esto ha marcado mi vida y es coherente con lo que he escrito, María Angélica: mansedumbre y astucia. Mi madre era una mujer creyente, lectora de la Biblia, equilibrada, ecuánime, con los pies en tierra, de gran ternura. De ahí su talento pedagógico para transmitir como una suave brisa un mensaje y un testimonio de compasión y solidaridad humana y cristiana a sus hijos.

No hay misa de conmemoración en el segundo año de su partida. La costumbre general acá es la misa del mes y la misa del año del fallecimiento de un pariente, y la visita a las tumbas en los cementerios en el día de Todos los Santos, que se conoce en la religiosidad popular como día de los difuntos.

Personalmente, recordaré este domingo su mensaje y su testimonio en lo profundo de mi corazón y de mis entrañas, en esta casa de Barranco –“el pequeño Malámbito”−, con tranquilidad y paz, tal como ella me enseñó”.

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In memoriam de mi madre

María Angélica:
Mansedumbre y astucia

Salmo 131
Con espíritu de infancia

No está inflado, Yaveh, mi corazón,
ni mis ojos subidos.
No he tomado un camino de grandezas
ni de prodigios que me vienen anchos.
No, mantengo mi alma en paz y silencio
como niño destetado en el regazo de su madre.
¡Cómo niño destetado está mi alma en mí!
¡Espera, Israel, en Yaveh
desde ahora y por siempre!

En mi memoria viva, el mensaje y el testimonio de mi madre, María Angélica, −al conmemorar el segundo año de su partida, el próximo domingo 26 de febrero−, se resumen en tres grandes enseñanzas cristianas y humanas, que iluminaron el sentido de mi vida, de mi palabra y de mi acción: buscar la inocencia con experiencia, cuidarse de los hijos de las tinieblas que son más astutos que los hijos de la luz, y adquirir la capacidad de moverse en medio de lobos, con la astucia de la serpiente y la mansedumbre de la paloma.

En el recuerdo vivo de mi madre, Mujer-Amor, en su vida y en su muerte, sus iluminaciones son de una vigencia sorprendente. Son, además, según la Escritura, el corazón pensante de la predicación de Jesús de Nazaret. Están presentes en toda la Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. No están en el centro de este breve texto las luces y sombras de mi existencia, sino por encima de todo, la remembranza del mensaje y del testimonio de mi madre.

Su enseñanza fundamental: inocencia con experiencia

He estado pensando en la visión del pequeño que me transmitió mi madre desde que era niño hasta que me hice adulto. Me habló de los niños y de los adultos (“inocencia con experiencia”, en el caso de los adultos) según la enseñanza de Jesús: “Yo te bendigo Padre, porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes, y se las has revelado a pequeños” (Mateo, 11-25), la que tan bellamente se expresa también en el Salmo 131, Con espíritu de infancia, que encabeza esta breve meditación.

La preferencia por el pequeño es la inversión mesiánica central de Jesús, alrededor de la cual se despliegan todas sus otras inversiones mesiánicas: su predicación sobre la compasión y la solidaridad, sobre la justicia y la caridad; la acogida a la viuda, al huérfano y al extranjero. A veces, siento y pienso que la perspectiva del pequeño nos liberará y nos salvará. Sólo tenemos que confiar, como confiamos en el amor entre el amado y la amada, que se revela en el bello poema, Noche Oscura, de San Juan de la Cruz.

Un sentido realista del mal: los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas

“Los hijos de las tinieblas son más astutos (…) que los hijos de la luz” (Lucas, 16-8), es un tema fundamental que recorre toda la Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, que mi madre me citaba iluminándome para fortalecerme y no dejarme inerme ante mis propios límites humanos y al acecho exterior de los hijos de las tinieblas. Tardaba en tomar conciencia de este mensaje que me removía hasta los conchos.

Todo el mensaje de mi madre se resume en la palabra de Jesús: mansedumbre y astucia

“Miren que yo los envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues astutos como serpientes, y sencillos como palomas” (Mateo, 10-16). ¡Cuántas veces escuché esta iluminación en la maternidad y filiación que compartí felizmente con ella!

Gracias, María Angélica, madre maravillosa, tu recuerdo libera y salva por siempre.

A mis familias Piqueras Luna y Piqueras Villarán, con amor.

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