En el principio era la palabra: la mirada y la escritura

La identidad de pensamiento y lenguaje es la condición sine qua non de la creación de arte; es el misterio, la paradoja y la revelación de la mirada y la palabra. La creación de un discurso simbólico y conceptual sobre el sentido paradójico de la existencia humana es la pasión intelectual y vital que inspira estas letras. La idea se ubica en la oposición entre lo personal y lo social, en el antagonismo entre el bien, el mal y el mal radical. La sabiduría y la astucia del pequeño frente a la muerte y al mal constituyen la alegoría de la mirada oculta que se manifiesta en la escritura. “Lo que cuenta es lo que yo saque de todo ello. Y lo que quiero sacar es un cierto pensamiento humano, clarividente, limitado en el tiempo […]. Todo el mundo puede tener ideas. Pero meterlas en una obra, mantener esa continua maestría del creador es lo que hace al escritor”. Albert Camus.

El oficio de escribir es semejante al de pintar, con pincel o con lápiz, en un lienzo suspendido en un caballete. La palabra escrita es el instrumento del escritor; la palabra plástica, el del pintor. En mi libro La edad de la utopía, capturo en letras la película de Víctor Erice El sol del membrillo, la contemplación del encuentro amoroso entre el pintor, el Sol y el árbol del membrillo, como sentido de la existencia humana. Este filme, realizado con imágenes pictóricas, constituye un paradigma que alumbra la palabra escrita.

El arte del cine es pintura en movimiento, es poesía visual en pronunciamiento, es historia y guión puestos en escena. En mi texto de ensayos, aprehendo por escrito el filme de Milos Forman, Amadeus. Este relato trágico trata acerca de la tensión entre la creación y la gracia, entre la imagen y la música, entre la visión y la poesía, exponiendo un prototipo que ilumina la escritura.

Escritura, quietud y locura

El discurso del método que guía una obra integra la traducibilidad de los lenguajes estéticos —escrito, pictórico y cinematográfico—e incorpora el lenguaje de la mirada en la escritura de la tragedia humana. La tragedia surge en un punto crítico de crisis, es la manera más profunda de tratar el sufrimiento y no se despoja de la esperanza.

La pasión de Amadeus y la contemplación de El sol del membrillo integran un paradigma original y maduro, como una luz que aviva el milagro del proceso de la creación desde la mirada. Escribir significa dejarse envolver en una relación compleja entre el lenguaje escrito de un libro, el lenguaje plástico de un cuadro y el lenguaje cinematográfico de un filme. La palabra escrita necesita un encuentro con la quietud de la plástica y con la locura del cine. La paradoja es que la obra de arte se realiza en la soledad, en el clímax de la gratuidad y de la “inutilidad”.

La automatización del lenguaje y de la comunicación abre la posibilidad del renacimiento de un teatro cultural en el nuevo orden mundial, aproximando estos lenguajes en su manifestación estética más elevada. La sociedad de los medios plantea una apuesta de doble filo: puede degradar la obra creativa o puede elevarla al gran arte. El inconformismo social es la condición sine qua non del pensamiento y del lenguaje, permite iluminar la condición humana.

Visión de la tragedia humana

El Apocalipsis constituye la metáfora a través de la cual se puede atrapar la paradoja de la existencia, en la criba del tiempo y del espacio. La visión del espíritu del tiempo revela el imaginario del Apocalipsis de Juan, discurso poético e histórico, símbolo excepcional de la tragedia humana. El hilo conductor del discurso del método se ubica en la contradicción entre la inocencia y el bien, y la muerte y el mal. La paradoja del Apocalipsis conduce a evocar la Escritura hasta el Génesis —como el flash back en el cine—. “La Biblia expresa este hecho simbólico cuando afirma que Dios insufló el aliento en el hombre; este soplo significa vida, espíritu y lenguaje”.

El Apocalipsis es una narración simbólica de la historia humana en tiempo de crisis. La palabra Apocalipsis significa ‘revelación’, la acción de quitar la máscara para que se muestre el rostro oculto de los antagonistas. El Apocalipsis de Juan es una interpelación de Dios a las iglesias de los primeros cristianos, perseguidos y asesinados por el imperio romano a finales del siglo I.

El Apocalipsis revela simbólicamente una confrontación entre el Dios de Jesucristo y el Adversario. El Adversario es el exterminador de la vida y la libertad de los inocentes; se encubre tras la máscara de la ideología, del poder y de la riqueza. En el último libro de la Biblia, el Adversario se manifiesta simbólicamente como la Bestia —el imperio romano—, el Diablo o Satanás, la Muerte y el Hades. Dios se encuentra oculto, es el Rostro de la promesa de vida y libertad.

El pensamiento poético apocalíptico narra la aventura de la libertad en la paradoja del amor. Es una indagación en el contrasentido de la existencia, es el develamiento del rostro oculto tras la máscara visible de los ídolos de la muerte, es una búsqueda de la belleza de la tragedia de nuestro tiempo, y es la contemplación y la pasión contenidas en el combate espiritual. El desenlace de la tragedia se revela en que el mal y la muerte no son la última palabra. La escritura, en la quietud y en la locura, atrapa con la mirada la paradoja de la tragedia, en la Tierra de los hombres.

Manuel Piqueras, “Apocalipsis: el amor nunca muere”, en Solidaridad frente a homicidio: ensayos sobre la no violencia militante en el siglo veintiuno. Con breve prólogo de Jimmy Carter. Ideele. Lima: 2003.

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