Seminario sobre el Bicentenario en la UDEP (sede Piura)

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En la foto de izquierda a derecha: Jürgen Golte, Luis Miguel Glave, Elizabeth Hernández, Cristina Mazzeo, Julissa Gutiérrez, Juan Luis Orrego y Carlos Contreras

La Facultad de Humanidades de la Universidad de Piura y el Instituto de Estudios Peruanos organizaron un ciclo de conferencias sobre historia de la independencia del Perú, dentro del Seminario Permanente titulado “Miradas al Bicentenario”, que se realizó el jueves 19 y el viernes 20 de abril de 2012. La actividad se insertó en el conjunto de actividades que ambas instituciones vienen realizando y proyectando en preparación a la celebración del Bicentenario de nuestra Independencia.

Las últimas décadas han sido prolíficas en la investigación y producción bibliográfica sobre el proceso de la independencia peruana. Desde distintos ángulos se ha contribuido al enriquecimiento del conocimiento, comprensión y análisis de esta parte de nuestra historia. El objetivo de estas conferencias es presentar las interpretaciones más recientes acerca de estas distintas dimensiones (económica, política, cultural, social y regional) del fenómeno de la emancipación del virreinato peruano del imperio español.

Los historiadores que participaron en este evento fueron Jürgen Golte (IEP), Luis Miguel Glave (IEP), Carlos Contreras (PUCP), Cristina Mazzeo (PUCP), Juan Luis Orrego (PUCP) y Elizabeth Hernández (UDEP), quienes expusieron temáticas relacionadas con la historiografía sobre la independencia del Perú, los movimientos andinos en el siglo XVIII, la política y la cultura en el período de las Cortes de Cádiz, los comerciantes de Lima y el financiamiento de las guerras de independencia, el norte peruano y su opción por la patria, y las celebraciones por el centenario de la independencia en la historia de la república peruana.

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El autor de este blog durante su presentación

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Notas sobre los Barrios Altos

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En los tiempos prehispánicos, lo que hoy llamamos Barrios Altos, fue lugar de cruce de caminos hacia los Andes y punto de distribución de agua a través del río Huatica; por ello, era lugar de importantes adoratorios indígenas. Esto explica la existencia, ya en tiempos virreinales, de buen número de iglesias y monasterios en esta zona de la Ciudad de los Reyes, como los monasterios de las Descalzas, Santa Clara, del Prado; los conventos de Santa Clara, Mercedarias, del Prado; las iglesias del Carmen, Santa Ana, Mercedarias, Descalzas, Buena Muerte, Trinitarias, Cocharcas, etc., que terminaron siendo parte indesligable de la personalidad de los Barrios Altos. Esto, por ejemplo, permite a los “barrioaltinos”, hasta hoy, recorrer las siete estaciones (iglesias) en el Jueves Santo sin salir de su entorno barrial.

Desde el siglo XVII, los Barrios Altos empezó a ser una zona muy poblada debido a que por las portadas de Maravillas, Barbones y Cocharcas transitaban todos los que se dirigían al centro o al sur del Virreinato peruano. La provisión de alimentos que necesitaba Lima tuvo que pasar necesariamente por los Barrios Altos. Asimismo, luego de la Independencia, a lo largo del siglo XIX, los ejércitos -para develar levantamientos, motines o revoluciones que estallaban al sur del país- debieron ser vistos por sus moradores; a su vez, las carrozas fúnebres con destino al cementerio Presbítero Maestro pasaban por sus calles; esto sin mencionar a los toros de lidia, que venían desde las haciendas del sur, pasaron por los Barrios Altos.

Desde épocas muy tempranas, con el obligado tránsito de personas y mercancías, en sus casas, tiendas, chinganas y callejones comenzaron a radicar provincianos, especialmente los que venían de Yauyos, Huancayo, Huarochirí, Ica, Ayacucho o Cuzco. En los lugares aledaños a las portadas de Maravillas y Barbones, además, se construyeron una serie de tambos que albergaban a los arrieros con sus recuas de mulas. Este tipo de ocupación por cientos de personas que venían de distintos lugares del país la convirtió en una zona populosa al interior de Lima, un perfil que se prolongará hasta la actualidad.

A principios del siglo XX, comprendía entre el jirón Huanta, la calle Conchucos, la Portada de Martinete y la calle Junín. Las casas eran principalmente de adobe y solo la mitad tenía servicios de agua y desagüe; era también una zona muy tugurizada, pues albergaba 50 habitantes por casa de vecindad. Un informe de la Municipalidad de Lima (1908) decía que su población era predominantemente mestiza y sus barrios mostraban altos índices de mortalidad, tuberculosis, fiebre tifoidea, así como un uno de los mayores niveles de densidad por vecindades y callejones. Durante el siglo XX, los “barrioaltinos” consideraron como su hábitat natural hasta la avenida Abancay, pues les era impensable que lugares tan emblemáticos como la Plaza Italia, el cine Pizarro, el Mercado Central, las calles Tigre, San Ildefonso y la Confianza, con sus callejones, la calle del General con su cine América, la Plazuela de Santa Catalina, Mesa Redonda, etc., no formaran parte de los Barrios Altos.

La Quinta Heeren.- Fue construida por el comerciante alemán Óscar Augusto Heeren en la década de 1880. En sus primeros años, fue conocida como “Quinta del Carmen”, por su proximidad con la Iglesia de la Virgen patrona de los Barrios Altos. Se supone que fue levantada sobre los terrenos que pertenecieron a la legendaria Catalina Huanca, donde también estuvieron los monasterios del Prado y del Carmen. Como sabemos, su hija Carmen Heeren y Barreda, se casó, en 1900, con su primo hermano, el futuro presidente del Perú José Pardo y Barreda. El segundo de los siete hijos de la pareja, José Pardo Heeren (nacido en 1903), estuvo viviendo en la Quinta hasta muy avanzada edad.

Con parte de su fortuna, Óscar Heeren construyó el gran condominio que luego sería considerada como uno de los lugares más hermosos y apacibles de la Lima de antaño: la “Quinta Heeren”. Este conjunto residencial de la época, de estilo austro-húngaro, es una muestra de cómo los Barrios Altos, en esos años en la “periferia” de Lima, era un lugar de gran proyección urbanística y arquitectónica.

Ubicada en la cuadra 12 del jirón Junín, la famosa Quinta está conformada por una plazuela, calles estrechas, jardines adornados con jarrones y esculturas. Fue el lugar donde se alojaron alguna vez las embajadas o legaciones de Japón, Bélgica, Alemania, Francia y Estados Unidos. Asimismo, el rincón escogido por varias familias aristócratas de la época para realizar sus famosas fiestas. Pero también fue el lugar donde se produjo un hecho que alteraría la vida apacible de sus moradores: la muerte del empresario japonés Seiguma Kitsutani quien, agobiado por las deudas, se suicida practicándose el hara-kiri el 24 de febrero de 1928. Fue un empresario del mundo textil y minero, amigo de Leguía y miembro de la colonia japonesa que obsequió el monumento a Manco Cápac por el Centenario de la Independencia. En este hermoso rincón “barrioaltino” existió un zoológico donde se cuenta, quizá con alguna exageración, había jirafas, elefantes, auquénidos y un cóndor, que lamentablemente fue atropellado, en 1940, por un tranvía que pasaba por ahí; “Pochola”, como se llamaba el ave, era muy juguetona con los vecinos, es especial por los niños que la visitaban cuando salían del colegio. Tiempo después, se acondicionó una cancha de fútbol en su interior donde casi todo “barrioaltino” tuvo la oportunidad de jugar. La Quinta también ha sido escenario para filmar películas, telenovelas y series de televisión. Pero toda esa vida de opulencia se está esfumando, a pesar de ser declarada monumento en riesgo por la UNESCO.

Finalmente, tenemos las impresiones de Héctor Velarde: “Regresando por el jirón Junín se abre, a poca distancia, la espaciosa reja de la Quinta Heeren en el N° 1201. Parece no haber en américa del Sur un pequeño conjunto urbano de mayor pureza y evocación poética que éste de fines del siglo XIX. Su excepcional aislamiento en un sombreado remanso de la vieja Lima lo ha conservado intacto como un pequeño barrio de los tiempos victorianos. La quinta, sin contingencia alguna con el progreso actual, está constituida por una pequeña plaza con sus calles y grupos de casas de íntima y reducida escala entre frondosos árboles. En lo silencioso del ambiente se tiene la impresión de que allí se ha detenido el tiempo. La arquitectura es de un neoclasicismo muy fino con paños lisos y claros. En el interior de las casas impera ese mismo espíritu, lo que hace que el conjunto de esta quinta tenga una unidad arquitectónica del mayor valor plástico urbano y evocativo”

¿Quién fue Óscar Heeren? Oskar Antonio Federico Augusto Heeren nació en Hamburgo el 27 de noviembre de 1840; fue hijo de Karl August Heeren y de Maria de los Dolores Ramona Angela Baldomera Massa y Graña (nacida en Málaga, España). Llegó al Japón hacia 1868. Cuando en 1872 se produce el incidente del barco María Luz,, nave peruana que transportaba 225 “culíes” desde Macao hasta el Callao, detenida por autoridades japonesas en el puerto de Yokohama, se inicia una disputa legal entre el Imperio Japonés y el Perú, que culmina en un “Tratado Provisional de Paz, Amistad, Comercio y Navegación”, firmado en 1873. Fue en este contexto que Óscar Heeren fue nombrado Cónsul General del Perú en Tokio, gracias a su ayuda en las negociaciones para el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Perú y Japón. Fue así que Heeren llega a Lima en 1874, trayendo al primer inmigrante japonés al Perú en el siglo XIX, Tatso Ban, quien trabajó como técnico en el Ferrocarril Central. Ese mismo año, acompañado por un grupo de ingenieros japoneses, organizó un viaje de prospección en la región minera de Cerro de Pasco, a fin de emprender un negocio. También viajó a Chanchamayo, donde compró la hacienda San Carlos, de 10 hectáreas. Se casó con Ignacia Barreda y Osma con quien tuvo como hijos a Carlos y Carmen Heeren Barreda; Carlos se casó con Lucilia Elías (descendiente de Domingo Elías) y Carmen con José Pardo y Barreda (hijo de Manuel Pardo), futuro presidente del Perú en dos ocasiones. Heeren fundó, en 1890, la empresa Japan-Peru Mining Company para explotar los yacimientos de plata de la mina de Carcahuacra (Junín), en sociedad con el financista nipón Korekiyo Takahashi, trayendo técnicos japoneses a trabajar. La sociedad fracasó porque pronto se agotó el mineral. Óscar Heeren falleció en Lima el 8 de febrero de 1909, y fue inhumado en el Cementerio General Presbítero Matías Maestro.

La Iglesia del Prado.- Tenemos noticias que, en 1608, un sacerdote llamado Antonio Poblete fundó la ermita Nuestra Señora del Prado, siguiendo una antigua tradición manchega. Esta iglesia primitiva fue construida antes de 1637 por José de al sida, con dos torres campanarios. Dependía del arzobispado, por lo que la abadesa de “La Encarnación”, Ánglela de Zárate e Irrazábal, la pidió para formar allí una recolección de su monasterio debido a su elevado número de monjas y a las limitaciones del espacio. Para todo esto, ofreció sus bienes y los del benefactor Juan Clemente de la Fuente. Consintieron el Arzobispo y el Virrey, Marqués de Mancera, con fecha 14 de agosto de 1640.

El mercedario fray Pedro Galeano fue el que se encargó de las obras de la nueva iglesia que reemplazó a la pequeña capilla. Según Jorge Bernales Ballesteros, “tuvo esta iglesia de nave única, dos portadas de piedra y ladrillo, una de orden toscano que daba al atrio, y otra en medio del templo que daba a la casa del capellán; según una inscripción, Juan de Aldana, maestro de la arquitectura, hizo estas puertas; restaurada con elementos barrocos subsiste con nobleza la del atrio; Wethey la relaciona con la de san francisco y de la Soledad, o sea con un monasterio posterior, pero su composición es más clásica, pues su medio punto está flanqueado por columnas toscanas sobre pedestales de un metro y sobre el entablamento un friso correcto; siendo solo extraños los dibujos y balaustres de la hornacina o ventana del segundo cuerpo; obra ésta de restauraciones que sí tiene parecido con los modelos franciscanos, aunque también mutilada con recientes revoques de cemento”. Los retablos, el roro, los azulejos y, en fin, toda la decoración interior del templo, fueron notables; el lujo se explica por depender de “La Encarnación”.

Asimismo, conocemos algunos detalles del convento, por descripción del virrey Conde de Santisteban (1666). Tenía dos claustros con celdas, cada uno con un pequeño jardín, como “casas minúsculas”, con cercas altas, dos fuentes de agua y un pozo. Respecto a la iglesia, continúa el Virrey, era muy hermosa, con cuatro retablos dorados, además del altar mayor; 19 lámparas de plata y todo el cuerpo de la iglesia con colgaduras de terciopelo y pinturas de gran valor. Según Héctor Velarde, “regresando por la avenida de los Incas hasta el jirón Junín y bajando por éste hasta el jirón Manuel Pardo se encuentra el Monasterio y la Iglesia del Prado. El templo es arquitectónicamente valioso sobre todo por sus muros lisos y compactos, debiéndose notar lo inusitado del volumen de su cúpula al costado de la portada principal. En el monasterio existe un claustro de un solo piso, de simples y delicadas arquerías, que atrae por el encanto de su sencillez y por la Capilla de los Dolores, que llama la atención por su gran calidad artística”.

Lo último que supimos de este templo fue una lamentable noticia. En febrero de 2008, un grupo de delincuentes ingresó a la iglesia por el campanario, aprovechando la madrugada, y robó dos coronas de plata del Cristo Crucificado y la imagen tallada en madera de San Nicolás Tolentino, de 30 centímetros, que tenía ojos de vidrio y “dientes de leche”, según la tradición. No contentos con ello, los facinerosos también se llevaron dos copones de oro y plata y una puerta de plata del altar mayor, además de un amplificador de sonido utilizado durante las misas y otros actos religiosos.

La Quinta del Prado.- Hacia 1762, el virrey Amat mandó a construir esta casa huerta en la parte alta de la ciudad, con la finalidad de tener un lugar apropiado para descansar a poca distancia del Palacio de los Virreyes. Su nombre se debió a la cercanía del Santuario de la cofradía de mulatos que veneraba la imagen de Nuestra Señora del Prado desde principios del siglo XVII, a pocos metros de la calle del Cercado.

Ubicada en el jirón José Pardo y la calle Huamalíes, en los Barrios Altos, este inmueble, un pavillon de mon plasir, según los cánones del XVIII, está lleno de historia y tradición. Aún conserva un teatrín colonial y la apariencia de suntuosa mansión que albergó a diversas familias de clase y abolengo. La Quinta del Rincón Prado fue erigida en 1762, siguiendo la moda del afrancesamiento. Hay quienes opinan que fue el propio Amat quien dirigió su construcción; otros que el Virrey solo intervino en su diseño. Ambas versiones permiten advertir que el palacete tiene un vínculo muy fuerte con Amat. Según Jorge Bernales Ballesteros, “El interior fue totalmente afrancesado, pues los cielos rasos tenían pinturas mitológicas, columnas jónicas con capiteles dorados en la alcoba, jardín presidido por la diosa Pomona al lado de un surtidor, y un pequeño teatro con artesonado en forma de cabeza de serpientes, donde se representaban comedias ligeras para los íntimos del Virrey”. Todo indica que la Quinta, un lugar de recreación y descanso, fue también el escenario de los amoríos de Amat, y fue motivo de abierta crítica, expresada, por ejemplo, en la comedia Drama de las palanganas, Veterana y Bisoño, representada en el atrio de la Catedral los días 17, 18 y 19 de julio de 1762; en aquella sátira se ridiculizaron los dispendios y amores de Amat y llamó “Casa de Lucifer” a la quinta, tormento de las vecinas monjas del Prado. Al marcharse Amat del Perú, legó el inmueble a su mayordomo, Jaime Palma.

En sus primeros años, dice Juan Manuel Ugarte Eléspuru, fue recreo campestre del hidalgo español Joseph Palmer, “cuyo blasón luce en uno de los aposentos, y que fungía como ‘secretario privado’, hombre complaciente en tercerías, pues prestaba su quinta para las entrevistas íntimas del virrey con la cómica criolla Micaela Villegas”. Por estas reuniones entre la Perricholi y el virrey Amat en la Quinta del Prado, el autor calificó a la morada como “un rincón del amor”. Héctor Velarde, a su vez, nos dice: “Caminando una cuadra por el jirón Manuel Pardo se observa, a la derecha, restos ruinosos de una construcción. Se trata de la Quinta del Rincón del Prado, en cuyo interior quedan elementos arquitectónicos y motivos decorativos del siglo XVIII. Estos son del mayor interés por estar vinculados a la historia galante de la Perricholi y del Virrey Amat; éste era lugar de recreo para ellos. En él quedan pinturas, murales y algunos fragmentos del pequeño teatro al aire libre donde la célebre comediante actuaba para los íntimos del Virrey”.

Ugarte Eléspuru describe así a la casona cuando la visitó en 1975: “Tiene este palacete campestre graciosa alzada y planta en forma de H, con los extremos delanteros cortos y terminados en ochavo… Construido sobre un terraplén, tal vez alguna antigua huaca, tiene ante la fachada principal una terraza con los restos de lo que debió ser vistosa escalinata de acceso… se dice estaba ornamentado con estatuas y macetones decorativos, muy a lo Versalles”. En sus interiores “dos grandes estancias: el salón o cuadra para recibo y comedor, ocupan la parte central del palacete, comunicados por hermosas puertas, entre sí y al exterior. Del lado izquierdo… ¡un teatrín!, milagrosamente intacto, con su pequeño escenario, columnas y arco de bocaescena, y reducido ‘patio de butacas’ como para pocos espectadores”. El autor de Lima incógnita no solo documentó que allí yacía un ‘teatrín’ donde posiblemente la cómica pirueteaba y seducía con los encantos de su voz y de su gracia al septuagenario gobernante, también manifestó que en la quinta “quedaban rastros de los senderos de lo que fueron los ‘parterre’ que seguramente se prolongaban en la anchurosa huerta, olorosa de frutas y de flores”.

Hoy, lamentablemente, está sumido en el olvido: es un tugurio ruinoso, sin el más mínimo rastro de su anterior apariencia rococó, excepto los fragmentos de los murales de su teatrín y oratorio, a pesar de que, desde 1972, fue declarado monumento nacional. Sin embargo, a pesar de todo el daño que ha recibido la Quinta del Prado, todavía se puede recuperar. Si bien es cierto que en la actualidad ya no está rodeada de un ambiente rural como en sus orígenes, todavía mantiene su carácter oculto. Pocos la conocen y se interesan por saber sobre ella.

Los callejones.- Fueron (son) un tipo de vivienda popular que se multiplicó en Lima desde los tiempos virreinales (las quintas vendrían después, a finales del XIX). Eran construcciones de adobe, si tenían un piso; y de adobe con quincha, los que eran de dos pisos. Sus corredores eran de tierra apisonada al igual que la mayor parte del piso del interior de las viviendas. Con el tiempo, la gente, a medida de sus posibilidades, empezó a poner madera y hasta ladrillos pasteleros al piso interior de sus habitaciones, pero los corredores seguían siendo de tierra apisonada. Sus habitantes eran, en su mayoría, obreros y artesanos; también estaban los de oficio desconocido o inestable, como bailarines, cantantes o pregoneros, como recuerda Ricardo Palma. Algunos callejones eran tan grandes que, a simple vista, mirando desde la calle, uno veía solamente el portón de entrada pero, en su interior, había casi otro barrio o ciudad pequeña dentro del callejón.

Todos sus moradores se conocían y había una confianza tal entre ellos (vínculos de compadrazgo) que dejaban la puerta de sus viviendas abiertas durante todo el día, cerrándolas solo a la hora de dormir. Otra de las razones de tener las puertas siempre abiertas era porque tenían que salir, constantemente, al único caño de agua de la vecindad que, además, funcionaba como punto de reunión y chismografía entre los vecinos. Cabe recordar, de otro lado, que las viviendas no tenían baño propio, así que los “servicios higiénicos” estaban asociados al único caño del callejón. Asimismo, al caer la tarde, en la puerta de algunos callejones se solían instalar algunas vecinas con sus mesas a ofrecer postres o algún tipo de comida “al paso” (por lo general, picantes) a los demás vecinos del barrio, tradición que se mantiene hasta hoy. En estos callejones, por último, nacieron las jaranas criollas, en las que nacieron muchos cantantes, músicos y compositores de leyenda.

En suma, los callejones eran un espacio de intensa vida vecinal. Los vecinos podían ser compañeros de trabajo al tiempo que compartían momentos de diversión en las cantinas o chicherías y en los partidos de fútbol; podían ser también compadres. Pero la cercanía vecinal, la comunicación “cara a cara” hacía que la convivencia pudiera tornarse complicada al crearse un “infierno chico”, donde no faltaban las riñas, los chimes, la promiscuidad o la maledicencia. En estos mini-barrios era cotidiano el escudriñamiento de la vida privada, lo que para algunos podía tornarse insoportable.

Los callejones, esas “calles privadas” o “casas públicas”, siempre formaron parte sustancial del paisaje urbano de los Barrios Altos. No puede concebirse su historia sin los callejones, sin estas construcciones multifamiliares de origen colonial, verdaderos “pueblos” que albergaban, hasta inicios del siglo XX; hasta 200 familias, con sus caños y duchas, patios interiores, capillas con sus santos e, incluso, sus bodeguitas con abarrotes en su interior. “San José”, el “Ponce”, la “Espada”; el desaparecido callejón del “Fondo”; el “Buque”, a vías de desaparecer; el callejón del “Alma” y muchos otros son solo algunos de los más conocidos. Algunos toman el nombre de un santo, como “San José” y otros, por su pequeñez y número reducido de habitantes, no tienen nombre o se les conoce por la presencia de una antigua familia.

Un informe de 1906 habla del “Callejón de la Confianza”, en la esquina de Huanta con Puno, que tenía casi la mitad de su habitaciones a cuatro metros bajo el nivel de la calle. Se cuenta que fue uno de los bastiones de la “resistencia” durante la ocupación chilena de Lima, pues no había día en que no apareciera un soldado invasor muerto allí. Cuando las fuerzas “sureñas” iban a preguntar sobre quién había sido el culpable de las muertes, los moradores solían responder que en ese callejón todos eran “angelitos del Señor”, así que alguien de fuera debió haberlos traído de noche.
Otro callejón famoso fue el “Otayza”, habitado sobre todo por chinos. En 1909, el entonces Alcalde de Lima, Guillermo Billinghurst, con el pretexto de mejorar la ciudad y librarla del hacinamiento, lo mandó derribar, abriendo la calle que viene a ser la actual cuadra 7 del jirón Andahuaylas. De esta manera, la calle Capón quedó cortada. Estaba también el callejón de las “Siete puñaladas”, en la cuadra 4 del jirón Cangallo, por el cine Delicias; debió su nombre a que allí ocurrió un crimen pasional, que terminó a puñaladas. Fue derrumbado hace muchos años y en su terreno se construyeron dos edificios. Otros callejones fueron refugio del criollismo, como el “Callejón del Fondo”, en la calle Mercedarias, donde solía acudir Felipe Pinglo; y el “Callejón de La Confianza”, en el barrio del Chirimoyo, donde solía cantar el dúo Vargas-Checa. Ambos callejones fueron derrumbados hace años.

El “Callejón del Buque”.- Al final de la Calle Suspiro, es uno de los más conocidos en los Barrios Altos, porque aquí concurrían los criollos de antaño y se armaban unas jaranas de “rompe y raja”, que a veces duraban varios días. Dicen que aquí solía venir Lucha Reyes, la “Morena de Oro” de la canción criolla. Se trata de una casona de tres plantas llamada por los “barrioaltinos” El Buque por la curiosa forma de su construcción. Tiene balcones, muy descuidados, y sus portones están acompañados por desperdicios que afean el lugar. Cuentan sus ocupantes que, en sus interiores, el piso y la escalera eran de mármol, y las barandas de bronce.

PLAZUELAS.- Como en anteriores post ya se ha hablado con detalle de las plazuelas del Cercado, de Santa Clara, Italia o Santa Ana y de la Buena Muerte, habría que desarrollar dos de estas tres:

Felipe Pinglo.- Ubicada en el jirón Junín con la iglesia del Prado, esta plazuela fue construida, posiblemente, cuando el arzobispo de Lima, Pedro de Villagómez, reconstruyó el edificio del Monasterio del Prado a mediados del siglo XVII. Ahora, este espacio es un homenaje de la ciudad al compositor Felipe Pinglo Alva, quien vivió en este barrio y fue el propulsor del vals criollo tal como lo conocemos ahora. En la placa se encuentra la siguiente inscripción: Municipalidad Metropolitana de Lima, remodelación de la Plazuela Felipe Pinglo Alva 1899-1936. Dedicada a la memoria del padre de la música criolla. El cantor de los humildes, visionario vanguardista de la forma musical, creador de valses y poemas de gran contenido humano y social. Alberto Andrade Carmona, Alcalde-Febrero 1997.

Santo Cristo o Maravillas.- Ubicada en la cuadra 14 del jirón Ancash, su trazo se remonta al siglo XVIII y forma parte de la Iglesia de Santo Cristo, ubicada donde antes estuvo la Portada de Maravillas, una de las puertas de la antigua Muralla de Lima. La capilla del Santo Cristo de las Maravillas fue mandada a levantar por el arzobispo Juan Domingo de la Reguera ya que, según la tradición, allí se encontró abandonada una imagen del Redentor. Es una plazuela de regular tamaño, en una esquina, con cuatro bancas de madera y cemento, y con jardines en aceptable estado. Por su cercanía, esta plazuela y su templo, era el antiguo punto de partida de los cortejos fúnebres hacia el cementerio Presbítero Maestro.

Buenos Aires.- Esta plazoleta, ubicada a la altura de la séptima cuadra del jirón Huánuco, no aparece en ninguno de los planos de la Lima virreinal, por lo que suponemos que su origen es republicano. Para muchos, es el lugar con más esencia barrioaltina, puesto que aquí, el 31 de octubre de 1944, el presidente Manuel Prado y Ugarteche proclamó el “Día de la Canción Criolla”. Aquí también se encontraba el antiguo cine “Conde de Lemos” y está la célebre Quinta o Callejón San José, que parece un pequeño pueblo dentro del barrio. Todavía la plazuela luce su antigua pileta y, luego de su reciente remodelación, en la que talaron sus vetustos árboles, presenta bancas de madera con fierro, faroles de estilo republicano y mesas de cemento para los aficionados al ajedrez.

Monasterio e iglesia de las Trinitarias Descalzas.- Según Ángel Martínez Tuesta (Las monjas en la América colonial, 1530-1824), durante el período virreinal todas las religiosas eran monjas contemplativas que vivían en la clausura de sus monasterios; junto a ellos, proliferaban beateríos y casas de recogimiento. Muchas vivían en comunidad, se ajustaban a las normas de una de las reglas aprobadas por la Iglesia y, con frecuencia, pronunciaban votos simples; pocas formaron congregaciones de vida activa. Sabemos que, en Lima, en 1558, el agustino Andrés de Ortega organizó el convento de la Encarnación, sujetándolo a la jurisdicción de la Orden. Pero la admisión de dos mestizas enfrentó muy pronto a las monjas con su fundador. Las monjas persistieron en su decisión y decidieron acogerse a la jurisdicción episcopal y a la regla de las canonesas regulares de San Agustín (1561). Este monasterio, como ya hemos visto en otro programa de “A la vuelta de la esquina”, estuvo llamado a convertirse en cuna de los monasterios limeños, ya que de él salieron las fundadoras de la Concepción (1573), de la Santísima Trinidad (1580) y de Santa Clara (1605), es decir, los tres monasterios más poblados y de mayor influencia social en la capital de los virreyes.
A partir del siglo XVII, las fundaciones descalzas aceleran su ritmo de expansión y las Trinitarias Descalzas fundan el Monasterio de San Miguel Arcángel en 1682. Hay que recordar que la Orden de la Santísima Trinidad y Redención de Cautivas fue fundada por San Juan de la Matta, en Francia, hace más de 800 años. Su presencia en nuestra ciudad se debió a la labor de sor Juana de la Santísima Trinidad y del séptimo Arzobispo de Lima, Fray Juan de Almoguera.

Los trabajos de construcción del monasterio se iniciaron en 1681 y está ubicado entre los jirones Ancash y Paruro, frente a la plazuela y a la iglesia de la Buena Muerte, uno de los rincones más típicos de los Barrios Altos. Sin embargo, debido al temblor de 1687 se arruinaron el monasterio y la iglesia: las monjas tuvieron que refugiarse en unos corralones y la mitad de ellas murió por la peste que inmediatamente asoló la capital.

Todo tuvo que reconstruirse, aunque no sabemos quién fue el alarife o el maestro que dirigió las obras. La iglesia que vemos hoy es un ejemplo monástico de la Lima del siglo XVIII. Las líneas barrocas de su portada y las espigadas torres (posteriores al terremoto de 1746) con cúpulas influenciadas por el rococó austriaco forman un impresionante y hermoso conjunto arquitectónico. En el interior posee una sola nave, corta, de ancho crucero; en el altar mayor se aprecia la Santísima Trinidad, con fuertes colores de gran belleza. Hoy el convento forma en la vida religiosa a jóvenes, provenientes, básicamente, de las regiones de Cajamarca y Amazonas. Según Héctor Velarde, esta iglesia es un precioso ejemplo monástico limeño del siglo XVIII. Sus dinámicas líneas barrocas, tanto en el imafronte como en la portada lateral, así como las espigadas torres, con sus cúpulas bulbosas a la manera del rococó austriaco, poseen el mayor interés.

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DECLARACIÓN SOBRE EL CASO PUCP

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En nuestra condición de profesores y miembros de la Comunidad Universitaria, consideramos un deber pronunciarnos acerca de la situación que hoy vive nuestra universidad en relación a la exigencia de la Santa Sede de adecuar su Estatuto a la Constitución Apostólica “Ex Corde Ecclesiae”.

1. La condición de Católica de la Universidad, así como el título de “Pontificia” otorgado por la Santa Sede en mérito a la excelencia de su enseñanza y, sobre todo, a su fidelidad al mensaje evangélico, constituyen sus rasgos distintivos que la identifican como centro de estudios portador de una ética y valores fundados en la fe cristiana, en diálogo permanente con la ciencia y la cultura. Por ello, deben ser preservados, pues la unión de la PUCP con la Iglesia Católica es un elemento relevante de su identidad.

2. Solicitamos por ello a las autoridades y, en particular, a la Asamblea Universitaria, realizar el mayor esfuerzo y promover el diálogo sincero y respetuoso con las autoridades de la Iglesia Católica para encontrar una solución adecuada, que compatibilice las exigencias de ésta con la autonomía universitaria y la vida democrática de la comunidad universitaria. Exhortamos a nuestros representantes, a actuar en este delicado asunto con la máxima prudencia y humildad, valores profundamente cristianos.

3. Asimismo, estimamos conveniente que, sin perjuicio de la legitimidad de los órganos de gobierno válidamente elegidos, estos, —antes de adoptar cualquier decisión que afecte el futuro de la PUCP—, fortalezcan los canales de diálogo y consulta con la comunidad universitaria, la misma que también está integrada por miles de ex alumnos.

4. Expresamos nuestra confianza en el Rector de la Universidad, Dr. Marcial Rubio Correa y en su equipo de gobierno, a quienes les brindamos nuestro apoyo para que realicen todas las gestiones conducentes a consolidar y a garantizar la relación de identidad de la PUCP con la Iglesia Católica, en términos compatibles con su autonomía y libertad académica.

Lima, marzo de 2012

NOMBRE COMPLETO D.N.I. FIRMA
Juan Luis Orrego Penagos

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Nuevo libro sobre las relaciones Perú-Brasil

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INTRODUCCIÓN
ANTECEDENTES
– El pasado colonial: una línea imaginaria
– Dos formas de ser independientes: la República del Perú y el Imperio de Brasil

LA “REPÚBLICA ARISTOCRÁTICA” Y LA “REPÚBLICA VIEJA”
– La coyuntura del caucho y la revalorización de la Amazonía
– El Conflicto del Acre y el cierre del límite amazónico

HACIA UN NUEVO ORDEN: PERÚ Y BRASIL A MEDIADOS DEL SIGLO XX
– El escenario continental de la primera mitad del siglo XX y el
panamericanismo
– El nuevo papel de Brasil en la década de 1930: el caso de Leticia
– conflicto entre el Perú y Ecuador y el Tratado de Río de Janeiro

EPÍLOGO

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Bicentenario de la Constitución de Cádiz (1812-2012)

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LAS PREGUNTAS DE CÁDIZ
La Constitución de Cádiz, cuyo bicentenario se conmemora hoy, marcó el destino político de España y de América Latina, al abrir la puerta al ciclo de independencias que se desarrollaría a lo largo del siglo XIX. El intento napoleónico de sustituir la dinastía reinante en la Península provocó una crisis de legitimidad del sistema político español, y los constituyentes de Cádiz intentaron cerrarlo mediante un texto que buscó inspiración en otros anteriores y sirvió también de modelo a los que vendrían después. Todavía reciente en aquellos tiempos la polémica sobre las aportaciones de España a la cultura europea, la Constitución de Cádiz vino a recordar que ningún país, ni entonces ni ahora, está genéticamente incapacitado para sumarse a las corrientes políticas y de pensamiento que garantizan mayor libertad a los individuos.

Con la Constitución de Cádiz los españoles dejaron de ser súbditos y se proclamaron ciudadanos, poco importa que los instrumentos para lograrlo fueran incompletos o insuficientes si se contemplan con criterios actuales. La igualdad ante la ley tendría que recorrer aún un largo camino, lo mismo que el derecho al sufragio, los límites entre los poderes separados, la relación de la Iglesia con el Estado o la concepción de la soberanía. No pocos de los avances contemplados por la Constitución fueron, incluso, revisados durante las turbulencias políticas que desde entonces tantas veces sumieron la historia de España en la violencia y el caos. Como aspiración a recuperar o como referente a combatir, el texto de Cádiz hizo de la lucha política una lucha por imponer una Constitución u otra, pero, en cualquier caso, una Constitución. Ello significaba admitir la idea imprescindible para cualquier régimen democrático de que el poder político no puede ser ilimitado frente a los ciudadanos.

No todos los constituyentes de Cádiz eran liberales; lo que sí aceptaron todos, los que lo eran y los que no, fue la idea liberal de que se necesitaba alcanzar un pacto entre concepciones distintas, y hasta contradictorias, para resolver la quiebra de legitimidad causada por la invasión napoleónica. Sería el propio rey Fernando VII quien primero actuó con deslealtad hacia ese pacto, desencadenando el trágico vaivén de la historia de España cuya inercia llegaría hasta la Guerra Civil de 1936. La lección que se desprende al revisar ese pasado sobrecogedor es que ningún sistema político podía ser la imposición de la mitad de los españoles sobre la otra mitad, sino el que todos en conjunto decidieran.

La Constitución de Cádiz tiene vigencia, no porque todas las respuestas que ofreció sigan siendo válidas dos siglos después, sino porque lo son las preguntas que formuló. Son esas preguntas las que conviene no perder de vista dos siglos después de que se las hicieran un puñado de españoles acosados por el ejército más poderoso de aquel tiempo; no perderlas de vista ni en nombre de una tradición que pretende preservar las supuestas esencias de España ni tampoco en nombre de las siempre inciertas elucubraciones sobre el futuro.

El PAÍS, 19 de marzo de 2012

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El barrio de Santa Cruz (Miraflores)

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Ribeyro, al pie del acantilado

Su historia empieza en 1913, cuando fallece Adrián Bielich, dueño de la Hacienda Santa Cruz. Sus hijos se reparten las tierras y comienzan los primeros trazos de lo que sería la futura urbanización. Un año antes se abría el Camino de la Magdalena, hoy avenida del Ejército. Luego, en la década de 1930, una familia negra, descendiente de peones que trabajaban en la hacienda, dejan la chacra que tenían en lo que ahora es la esquina de Mendiburu y José de la Torre Ugarte y compran otros terrenos cercanos, los cuales, poco a poco, van vendiendo, y se empiezan a construir quintas y corralones que terminarían siendo viviendas de obreros y artesanos, contrastando con los ranchos de los migrantes europeos y algunas familias de clase media miraflorina. En todo este proceso de urbanización se derrumban varias huacas, para construir calles como 8 de Octubre o Manuel Tovar.

El doctor Eduardo Portocarrero, historiador del barrio, que llegó con su familia desde Arequipa en 1937, recuerda: “En el año 37 aquí no había agua potable. El ex presidente Leguía tenía cinco propiedades en las primeras cuadras de la avenida del Ejército. Mi padre gestionó para que de ahí podamos hacer una conexión hasta nuestra casa. Los ranchos tenían pozos y quien no tenía pozos compraba la lata de agua por 5 centavos”. Otro vecino antiguo, el profesor Alfredo Fernández, que vivió desde 1946 en la avenida General Córdova, recuerda que esta arteria tenía, por aquellos años, un camino de tierra por la que pasaba un canal, que ahora está sepultado por el asfalto.

Lo cierto es que en Santa Cruz el proceso de urbanización fue lento, en comparación con otras zonas de Miraflores, como San Antonio o el centro del distrito, y la zona era a considerada un “barrio obrero” y de gente humilde, sin oficio conocido y hasta peligrosa: “Los basureros inician por la avenida Pardo su paseo siniestro, armados de escobas y de carretas. A esta hora se ve también obreros caminando hacia el tranvía, policías bostezando contra los árboles, canillitas morados de frío, sirvientas sacando los cubos de basura. A esta hora, por último, como a una especie de misteriosa consigna, aparecen los gallinazos sin plumas” (Julio Ramón Ribeyro). Así empieza uno de los cuentos más emblemáticos y crudos de la literatura peruana. Por ello es que caminando por las calles de Santa Cruz, uno se imagina de dónde salían esos “gallinazos sin plumas” que recogían basura de la calle o de la playa para darle de comer al cerdo de su abuelo. El relato de Ribeyro nos demuestra que Santa Cruz era la otra cara de Miraflores, no el barrio pituco de “hijitos de papá” que narró Vargas Llosa, sino la zona de quintas viejas, callejones, laberintos y corralones que sirvió de inspiración al autor de La palabra del mudo, su vecino más destacado, para crear esos personajes condenados al fracaso, que deambulaban por sus calles, una suerte de gueto entre San Isidro y Miraflores.

Los límites “naturales” de Santa Cruz abarcan desde el último óvalo de Pardo, siguiendo toda la avenida de El Ejército hasta el cuartel San Martín. Su longitud la marcan tres avenidas paralelas (Ejército, La Mar y Mendiburu) con una serie de callecitas viejas que las cruzan. Cuando uno llega a la avenida Córdova, se nota una frontera irónica: edificios muy modernos y otros por construir frente a quintas tugurizadas; asimismo, la avenida del Ejército marca otro contraste con los modernos edificios con vista al mar. Un estudio realizado por Cecilia Montenegro arrojaba que, hasta el año 1991, existían 41 quintas, 80 corralones y 20 callejones, con más de 10 mil personas hacinadas; muchas no tenían agua potable ni desagüe. La delincuencia, producto natural de la necesidad, era uno de los rasgos negativos, junto con el progresivo deterioro de la zona, que contrastaba notablemente con la renovación del resto de Miraflores. Incluso, hasta 1996, en un acantilado existía un pueblo joven de pescadores llamado “El Chaparral”. La Municipalidad los reubicó y los mandó a Ventanilla y en su lugar se construyó el parque “María Reiche”. Otro rasgo que lo distingue como “barrio bravo” son sus pintas o grafittis de algunas barras como “Santa Cruz Grone”, “Miraflores Extascis” o “Los Falcos”. La avenida La Mar, por su lado, siempre se caracterizó por estar llena de talleres de carros. En algunas esquinas, se ubicaban vendedoras de salchipapas, arroz chaufa con alita o papa rellena.

Sin embargo, desde que hace medio siglo Ribeyro retratara a Santa Cruz en sus cuentos, en los últimos diez años el barrio ha cambiado. Muchos callejones han sido demolidos para dar paso a edificios más modernos, mientras que algunas de las quintas han sido remodeladas. En algunas cuadras es común encontrar un edificio “clasemediero” al costado de una casa en ruinas. Restaurantes finos se han ido instalando en la avenida La Mar y doña Grimanesa Vargas con sus anticuchos se ha trasladado desde su tradicional esquina de Enrique Palacios a la tercera cuadra de la calle 8 de Octubre.

Santa Cruz no tiene museos centros comerciales ni galerías de arte, pero su principal atractivo turístico es el boom de restaurantes gourmets en La Mar. Otro aspecto que puede alterar su antiguo perfil es la venta del Cuartel San Martín y el proyecto de crear allí un lujoso hotel (adaptado de Fernando Pinzás, “Miraflores bravo” en diario La Primera, 23 de octubre de 2010). Sigue leyendo

I Taller de Gestión de Patrimonio Arqueológico Inmueble

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Los Talleres de Gestión del Patrimonio Arqueológico Inmueble son organizados por la Municipalidad Metropolitana de Lima con la participación del Ministerio de Cultura, Ministerio de Turismo y Comercio Exterior del Perú y el diario El Comercio. En cumplimento de la Ley Orgánica de Municipalidades, y por la declaratoria municipal de la ciudad como “Lima Milenaria, Ciudad de Culturas” se considera que la organización de los talleres servirán para planificar un trabajo conjunto dirigido al resguardo, preservación, investigación y puesta en valor de los sitios arqueológicos. Puesto que, las mencionadas labores redundarán en beneficios sociales y económicos para los vecinos y vecinas de la ciudad y el buen gobierno de los distritos respectivamente.

LUGAR: MUSEO METROPOLITANO DE LIMA
FECHA: LUNES 12 DE MARZO DE 2012

Cronograma

8:45 a.m. Llegada de los invitados

9:00 a.m. Inicio del I Taller de Gestión del Patrimonio Arqueológico Inmueble
Presentación a cargo de Pedro Pablo Alayza Tijero, Subgerente de Cultura de la Municipalidad Metropolitana de Lima
Palabras de la Comisión Educación y Cultura Municipalidad Metropolitana Lima
Palabras de representante del Instituto Riva Agüero

9: 40 a.m. Presentación de la Campaña Lima Milenaria del diario El Comercio a cargo de Javier Lizarzaburu

10: 10 a.m. Ponencia a cargo del historiador Juan Luis Orregos Penagos.

10:30 a.m. Presentación del Proyecto de restauración del Sitio Arqueológico Huantille de la Municipalidad Magdalena del Mar.

10:45 a.m. Break

11:00 a.m. Presentación del Vice Ministerio de Turismo

11:30 a.m. Presentación del Ministerio de Cultura

12:00 a.m. Sesión de diálogo entre los representantes de Cultura de los Municipios de Lima

12:30 a.m. Cierre del I Taller de Gestión del Patrimonio Arqueológico Inmueble

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Nuevo libro: ‘La Patria no se hizo sola’

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Libro colectivo sobre las revoluciones de independencias iberoamericanas: Manuel Chust e Ivana Frasquet son los responsables de la edición del libro La Patria no se hizo sola. Las Revoluciones de Independencias Iberoamericanas, editado en España por Sílex, 2012, 344 p,, en el cual participamos con un artículo sobre la Independencia del Perú (ISBN : 8477375623)

El índide es el siguiente:
Presentación: “La Patria no se hizo sola, la soñaron unos cuantos…”.
Capítulo 1. La génesis de las Independencias. La complejidad de un proceso histórico de dimensiones universales, por Manuel Chust e Ivana Frasquet.
Capítulo 2. Buenos Aires y el orden político posrevolucionario. De la Roma Republicana a una nueva Argirópolis, por Marcela Ternavasio.
Capítulo 3. La Revolución Novohispana y la Independencia de México, por Antonio Annino.
Capítulo 4. La Nueva Granada, 1810-1815: ¿Patria Boba?,por Anthony McFarlane.
Capítulo 5. La construcción de Colombia, 1815-1831, por Clément Thibaud.
Capítulo 6. El Perú de Abascal: Entre la Constitución de Cádiz, Lima fidelista y la reformulación del espacio virreinal, por Scarlett O’Phelan Godoy.
Capítulo 7. El final del Perú borbónico: De San Martín a Bolívar, por Juan Luis Orrego Penagos.
Capítulo 8. Tan Lejos de La Habana y tan cerca de Saint-Domingue. Santiago de Cubadurante la crisis de 1808, por Juan Andreo García y Lucía Provencio Garrigós.
Capítulo 9. Representación política en el Caribe: integración y exclusión en las colonias españolas del siglo XIX, por Josep M. Fradera.
Capítulo 10. La idea de emancipación de Brasil y de América: lecturas de Raynal y De Pradt, por Joao Paulo G. Pimenta.

Autores.
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El distrito de La Molina

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El actual distrito de La Molina fue creado el 6 de febrero de 1962 durante el gobierno del presidente Manuel Prado y Ugarteche, independizándolo del gran distrito de Ate. De esta manera, culminaron, exitosamente, las gestiones que poco antes habían iniciado los vecinos de Rinconada Baja (la única zona urbanizada por esos años), encabezados por quien sería su primer alcalde, el antropólogo Frederic Engel, quien instaló las primera oficinas municipales en su propia casa.

El distrito se levantó sobre tierra tanto agrícola (40%) como eriaza (60%). El valle de Ate era uno de los más grandes de Lima y se dividía en Ate Alto (de mayor extensión y número de haciendas) y Ate Bajo, conformado por varias haciendas, tres de las cuales quedaron incorporadas al nuevo distrito: La Molina, Melgarejo y La Rinconada. Otras haciendas o fundos, como Monterrico Grande y Camacho, fueron incorporadas solo en parte. El resto del distrito estaba constituido por terreno eriazo, tanto plano como en cerros. La extensión minera de la Planicie de la Pampa Grande (anexo a La Rinconada y límite con Cieneguilla), aportó la mayor cantidad de tierras con sus 1,910 hectáreas, el 50% del actual distrito de La Molina.

La historia y el nombre del distrito.- Sin embargo, la historia de estos terrenos, ahora urbanizados, se remonta a varios siglos, desde los tiempos prehispánicos, cuando fue morada de diversos cacicazgos y ruta del famoso “camino del inca”, del cual quedan aún sus vestigios. Luego de la Conquista, sus grandes extensiones de terreno fueron dedicadas al cultivo de hortalizas, caña de azúcar y algodón. Como sabemos, cuenta la tradición que el nombre de “La Molina” se debería a los numerosos molinos de caña o trapiches que existían sobre lo que hoy conocemos como “La Molina Vieja”. Luego, con el avance urbanístico de los tiempos republicanos, estos molinos irían desapareciendo, quedando tan sólo su nombre de recuerdo. Recordemos también que la tradición dice que, desde los tiempos coloniales hasta los primeros años de la República, los esclavos que eran llevados a la hacienda de La Molina eran sometidos a duras tareas; supuestamente recibían despiadados castigos que dieron origen al conocido pan-alivio A la Molina que en su estribillo dice: “A la Molina no voy más porque echan azote sin cesar”.

Es más probable que el nombre del distrito se deba a una de estas dos historias respecto a sus diversos propietarios. Al rico comerciante español Melchor Malo de Molina y Alarcón, quien a principios del siglo XVII (1618) adquirió estas tierras para formar la hacienda, que luego pasó a manos del Monasterio de Nuestra Señora de la Encarnación. A doña Juan de Molina, esposa del capitán Nicolás Flores, quien al enviudar quedó como propietaria de esta hacienda a principios del siglo XVIII (1701). Desde ese momento, la propiedad sería llamada hacienda o fundo de “la Molina” (esta sería la versión más confiable).

Los tiempos prehispánicos: la Huaca Melgarejo.- En la avenida La Fontana nos encontramos con una impresionante construcción conocida como Huaca Melgarejo (llamada así por haber estado dentro de los límites de la antigua hacienda Melgarejo, ubicada en La Molina). Pertenece a la cultura Lima y su construcción está fechada entre los años 300 y 600 d.C. Al parecer, se trata de un templo y de un centro administrativo local, a orillas del canal de Ate-La Molina, que nace a la altura de Santa Clara y corre casi en paralelo al río Rímac, doblando hacia le sur a la altura de la actual cervecería Cristal, para irse a juntar con los terrenos de Surco.

Melgarejo son los restos, bastante erosionados, de lo que fue una gran plataforma escalonada. El edificio presenta varias fases constructivas, producto de continuas remodelaciones y ampliaciones de las estructuras. Al interior del conjunto, hay una sucesión de grandes muros de contención y rellenos, así como de pequeños recintos, rampas, escaleras, banquetas, etc. La plataforma se ha construido con muros de tapias, de adobitos y rellenos. En la parte superior del edificio, se han encontrado un conjunto de pequeños pasadizos y recintos de planta rectangular. Algunos recintos presentan banquetas y huellas de postes lo que indicaría que habrían estado techados. El acceso a estos recintos era restringido, comunicándose con ellos a través de vanos estrechos. Los pisos se hallaron limpios, lo cual es un rasgo bastante común en este tipo de estructuras. Las paredes estuvieron originalmente pintadas. Todos estos cuartos fueron cuidadosamente sellados con rellenos de piedras y barro como parte de un ritual de enterramiento de las estructuras cuando estas eran abandonadas o se producía una ampliación de las mismas.

Los arqueólogos han concluido que Melgarejo formaba parte de un conjunto ceremonial semejante a Maringa y a Pucllana; sin embargo, a diferencia de estos, Melgarejo parece haber sido abandonado antes del comienzo del Segundo Horizonte u Horizonte Medio (600 d.C.). En épocas posteriores, el lugar fue utilizado, básicamente, como cementerio. Asimismo, las recientes excavaciones, promovidas por la municipalidad, han puesto al descubierto, en su cúspide, los cimientos de una vivienda colonial.

LOS TIEMPOS VIRREINALES.- A partir del siglo XVI, esta zona, jurisdiccionalmente asignada al valle de Late, estuco conformada por importantes espacios agrícolas concedidos en propiedad al Monasterio de la Encarnación, en torno a los cuales surgieron algunas haciendas de carácter particular.

Hacienda La Molina.- Inicialmente fue propiedad del Monasterio Nuestra Señora de la Encarnación. En la segunda mitad del XVII fue vendida al capitán Alonso García Ciudad (1660), quien al vendió a su vez a Manuel Muñatones (1662), que la poseyó hasta que la traspasó al capitán Nicolás Flores de Molina (1678). A su fallecimiento, la administración de la hacienda pasó a manos de su viuda, Juan Jiménez de Molina. Sus herederos la traspasaron a los esposos Baltazar Ayesta y Francisca Teresa de Itulaín. Siguieron varios propietarios hasta que, a inicios del XIX, la hacienda fue vendida a José Pío García (1804). En esa venta se consigna el nombre de la propiedad como fundo Portal de la Molina, que abarcaba 102 fanegadas de tierras y chacras agregadas. Cuando falleció José Pío y García, recayó por sucesión a su hijo Pedro García y sus hermanos, quienes la traspasaron a José Calendario Godoy (1857).

Hacienda Monterrico.- A inicios del siglo XVII fue propiedad de Gonzalo Prieto de Abreu, vecino de la ciudad de Lima. En 1630, fue adquirida por Melchor Malo de Molina, regidor de Lima y Alguacil Mayor de Corte, casado con Mariana de Rivera y Ponce de León. Al fallecimiento de estos, le sucedió en propiedad su hijo, el general Melchor Malo de Molina, Caballero de Santiago, y su esposa, María de Aliaga y Sotomayor, a los que les sucede en la propiedad su hijo Melchor Malo de Molina, Caballero de Calatrava y a quien el rey Carlos II le concede, en 1687, el título de Marqués de Monterrico. A inicios del siglo XIX, la hacienda se encontraba en manos de José Manuel Malo de Molina, quien ostentaba aún el título de Marqués de Monterrico.

Hacienda Melgarejo.- Su ubicación corresponde a la parte final del recorrido del canal de Ate. Inicialmente, fue conocido como fundo “Segovia”, según documentos coloniales, variando su nombre a “Nuestra Señora de Guadalupe”, “Boquete” y “Melgarejo”, como finalmente fue conocido, debido a Cristóbal Félix Cano Melgarejo, propietario del fundo desde finales del XVII. Al fallecimiento de los herederos de Melgarejo, la hacienda pasa a Diego Román de Aulestia Gómez Boquete (1742); el fundo contaba con 42 fanegadas. Luego fue transferida a Josefa Leonarda de Aulestia Cabeza de Baca, Marquesa de Montealegre de Aulestia; durante esta transferencia, el fundo se llamó “Nuestra Señora de Guadalupe”. Por línea de sucesión del Marquesado de Aulestia, la hacienda pasó a José Mariano Sánchez Boquete y de allí a su sobrino, el mariscal José de la Riva-Agüero y Sánchez Boquete, primer presidente del Perú, fallecido en 1858. La heredó su hijo José de la Riva-Agüero y Looz Corswarem.

Hacienda La Rinconada.- Según documentos coloniales también se le conoció como fundo “Rincón” o “Rinconada” y, a inicios del XVII, era propiedad de indios locales. Uno de sus primeros poseedores fue Francisco Chumbipona; luego vendría Domingo García de Jesús, indio del pueblo del Cercado, quien tuvo un litigio judicial contra Francisco Huerta, también indio, por los derechos de estas tierras. Luego ya, en el siglo XVIII, la hacienda es propiedad de Juan de la Reynaga.

LA GUERRA CON CHILE Y EL COMBATE DE LA RINCONADA.- Fue un enfrentamiento entre tropas peruanas y chilenas, que se realizó el 9 de enero de 1881 durante la “Campaña de Lima”. Cuando el invasor desembarcó en la playa de Curayacu (23 de diciembre de 1880), la brigada “Gana” avanza hasta el pueblo de Lurín por la tarde. No encontró resistencia y pudieron recuperar fuerzas en el valle del mismo nombre, lo que originó gran alivio en los mandos chilenos.
Por su parte, en la Rinconada de Ate, se encontraba, desde el 4 de enero de 1881, el coronel peruano Mariano Vargas con poco más de 300 “soldados” que, en realidad, eran hacendados y pobladores de la zona armados con rifles minié y algunas piezas de artillería. Uno de esos hacendados fue Pedro José Roca y Boloña, dueño de la Hacienda Vásquez, ubicada en el Valle de Ate Bajo, a inmediaciones de “La Rinconada” (hoy es la urbanización “El Sol de la Molina”). Vargas dispuso sus cañones en el Cerro Vásquez. Así, el 9 de enero, la división chilena de Orozimbo Barbosa llegó a Pampa Grande (hoy Musa, en La Planicie) después de cruzar la quebrada de Manchay, desde Pachacamac, la cual se bifurca en dos senderos que pasan al pie de un pequeño cerro que obstruye su curso: el Portachuelo de Manchay. Los chilenos contaban con una fuerza de 2 mil soldados armados con fusiles franceses “Gras”. De esta manera, la división de Barbosa se enfrentó con los hombres de Vargas en la batalla de “La Rinconada”.

Poco antes de las 8 de la mañana del 9 de enero de 1881, se presentó la división Barbosa por la Pampa Grande, donde hoy están las areneras, La Musa, la laguna de La Molina y La Planicie. Cuentan que, ante la tenaz resistencia peruana, los invasores decidieron retirarse a Lurín, perdiendo 25 soldados. Del lado peruano, cayó un número similar de hombres, entre los cuales se encontraban tres oficiales. A la retaguardia estaba la batería del Cerro Vásquez con piezas de grueso calibre. Además se contaba como obra defensiva con una línea de defensa tendida a 100 metros de la casa hacienda de La Rinconada, que cerraba todo el acceso al valle de Ate, pues estaba flanqueada a ambos lados por sólidas prominencias donde se planeaba instalar artillería y se usó al Batallón Pachacamac a falta de peones o unidades de ingeniería. La línea consistía de una zanja de 2 metros de ancho por 1 y medio de profundidad, y de un parapeto de sólida piedra de cantería ubicado un metro detrás de la zanja, capaz de cubrir completamente a los soldados. Más o menos seguiría una recta entre lo que hoy son el cementerio de La Planicie y el parque del cañón de La Rinconada.

Mientras tanto los chilenos ganaron sin oposición las alturas de la línea de defensa, flanqueándola por derecha e izquierda. Iniciaron el ataque con fuego de artillería, y posteriormente la caballería abrió fuego desde las alturas. La Batalla duró más de cinco horas y El Batallón Pachacamac, compuesto por 250 hombres, resistió por 2 horas hasta que a caballería flanqueó por el cerro de Melgarejo (o Huaquerone) y amenazó con caer por la espalda de la línea peruana, así que se optó por dar la orden de retirada. En esas circunstancias hizo su aparición la brigada de caballería del Comandante Millán Murga, que participó así en la última media hora de batalla.

Se cuenta que los chilenos se apoderaron de la hacienda Melgarejo (hoy sede central del Banco de Crédito del Perú), entonces propiedad de José de la Riva Agüero y Looz Corswaren (hijo del primer Presidente del Perú); del cerro de la Hacienda la Molina (el que hoy divide los distritos de Surco y La Molina); y persiguió a los dispersos del Batallón Pachacamac.

Cuando Barbosa ordenó la retirada a la 1 de la tarde, sus soldados dieron caza a un buey que pastaba por el lugar; lo descuartizaron y se lo llevaron a su campamento. Asimismo, narra la leyenda que, cuando los peruanos mal armados, en un momento en que eran arrollados por los chilenos durante la batalla, hicieron entrar en combate al “batallón taurino”: se habría tratado de un encierro de toros de lidia. Cuando los chilenos estaban agrupados, los peruanos provocaron una estampida, abriendo el encierro de toros. Los chilenos, así derrotados, levantaron el campamento de Pampa Grande y regresaron por Manchay a su campamento de Lurín. Los resultados del combate fueron los siguientes:
Peruanos: 1 oficial muerto, 6 soldados muertos y 8 heridos
Chilenos: 2 oficiales muertos, 1 soldado muerto, 15 heridos y 3 prisioneros

Una valiosa información obtenida por los chilenos fue lograda con la captura del mayordomo de la hacienda Melgarejo, el ingeniero británico Murphy, quien les dio datos exactos de los lugares y modo en que estaban dispuestas las defensas peruanas en el ala izquierda de san juan, Monterrico, Ate y otras áreas. Posteriormente al retiro de los chilenos, el mando peruano ordenó reforzar la línea de defensa de la Rinconada quedando constituida por los restos del Batallón Pachacamac, Batallón N° 14 de la Reserva y 4 cañones White.

Hacienda Monterrico Grande.- Esta propiedad y sus anexos –entre ellos, el fundo Mayorazgo- se convirtieron en un emporio agro-exportador de algodón y azúcar para los mercados emergentes de Europa entre finales del siglo XIX hasta bien entrado el XX. Fue, además, una de las primeras haciendas de Lima en incluir maquinarias modernas, incluso una locomotora (la “Chuquitanta”). Asimismo, procesaba las fibras de algodón que colocaba en las fábricas textiles que se establecieron en Vitarte. Hacia mediados de los años 60, seguía operando, pero el golpe militar y la reforma agraria, así como la migración y la expansión urbana de Lima, hizo que los terrenos de esta hacienda se convirtieran en zona residencial e industrial. Caso curioso, y poco frecuente, es que la casa-hacienda todavía existe y es ahora el restaurante “La Hacienda Monterrico Grande” en la avenida Los Constructores 951, La Molina.

Durante la colonia, esta hacienda tuvo distintos propietarios pero, hacia el año 1765, se distinguió don José Toribio Román de Aulestia, primer marqués de Montealegre de Aulestia, quien fuera Rector de la Universidad de San Marcos, propietario de la hacienda Melgarejo en el valle de Ate y La Molina. Siendo el primogénito se le concedió el “mayorazgo”, fórmula legal que subsistió hasta bien entrada la República, en la que la herencia, tanto paterna como uterina -aunque hubiese mujeres que lo preceden-pasaba al primer hijo varón de la sucesión. El título pasó años más tarde a don José de la Riva Agüero y Osma; como descendiente por línea materna del primer marqués, recayó en él el mayorazgo. En 1906, la hacienda Monterrico Grande fue rentada por don César Soto en sociedad con don Tomasso o Tómas Valle empresario de origen Italiano y contaba con una extensión que ocupaban los fundos del Asesor, Mayorazgo, Cárdenas, Melgarejo, que pertenecían al Valle de Ate, hoy los distritos de Ate-Vitarte y La Molina.

La Universidad Nacional Agraria de La Molina.- Se fundó el 22 de julio de 1902, durante el gobierno del presidente Eduardo López de Romaña, con el nombre de Escuela Nacional de Agricultura y Veterinaria. Por solicitud del gobierno, a través de su misión diplomática en Bélgica, una misión de esa nacionalidad participó en la planificación y organización del nuevo centro de estudios. Se trató de un grupo de profesores de la Facultad de Ciencias Agronómicas de la Universidad de Gembloux, conformado por los ingenieros agrónomos Georges Vanderghem, Eric Van Hoorde, Víctor Marie y Jean Michel, así como también el veterinario Arthur Declerck, proveniente de la Escuela Veterinaria de Cureghem.

La inauguración oficial fue el 22 de julio de 1902 como dependencia de la Dirección de Fomento, siendo Ministro del ramo Eugenio Larrabure Unanue. En 1912 se creó la Estación Central Agronómica con miras a desarrollar la experimentación agrícola y a prestar servicio a los agricultores. Es así como, antes de cumplir quince años de fundación, la Escuela es ya una entidad que aplica los tres fines fundamentales de la Universidad Agraria: la enseñanza, investigación y extensión. El primer local asignado a la Escuela Nacional de Agricultura y Veterinaria, fue un pabellón del fundo Santa Beatriz, en este local funcionó durante 30 años. En 1933 se trasladó al fundo de La Molina, en el Valle de Ate, donde funciona hasta la fecha. La Escuela inició el cultivo del algodón en unas 100 hectáreas, producto que, años después, desmotaría ella misma y sería vendido en Lima. Con el ingreso por dichas ventas financiaba su presupuesto.

Su “Estación Experimental”, de otro lado, cultivaba también algodón pero, sobre todo, pan llevar y frutales que vendía a precios módicos a sus trabajadores; además, montó un ingenio ganadero que dio una producción láctea de gran calidad, como la recordada leche La Molina, que se llegó a comercializar en gran parte de la ciudad. De esta manera, la labor agrícola y ganadera y la enseñanza de la Escuela, dinamizó la zona y la hizo muy conocida a nivel nacional.

Paralelamente, en 1941, la Escuela adquirió la categoría de institución de enseñanza superior con autonomía pedagógica, administrativa y económica. Luego, en 1960, la Ley Universitaria reconoce a la Escuela Nacional de Agricultura rango universitario y, en tal virtud, cambió su denominación por la actual de Universidad Nacional Agraria La Molina. En 1961, comenzaron a funcionar las facultades de Agronomía, Zootecnia, Ingeniería Agrícola y el Instituto de Investigaciones y Estudios Avanzados; también se creó la Facultad de Ciencias y la de Ciencias Económicas y Sociales(más adelante “Economía y Planificación”). Luego se abrieron las facultades de Ciencias Forestales (1963), Pesquería (1966) e Industrias Alimentarias (1969).

EL PROCESO DE URBANIZACIÓN DE LA MOLINA.- Como sabemos, el distrito surgió por obra de determinados grupos de propietarios (empresarios inmobiliarios) quienes, aprovechando las condiciones naturales del lugar y la ausencia de una política estatal clara en cuanto al crecimiento espacial de la ciudad, convirtieron a La Molina, a partir de la década de 1960, en el último núcleo residencial de la burguesía limeña. Estos empresarios lograron convertir tierras agrícolas y eriazas en urbanizaciones para la clase alta, dejando pocas zonas para familias de origen popular.
Los grupos que inician la urbanización eran familias propietarias de haciendas en la zona. En 1938, cuando el valle de ate era básicamente agrícola, una de sus mayores haciendas, la Molina, cambió de propietarios y pasó a la familia Raffo: Ernesto y Juan Raffo Campodónico compran la hacienda en remate público. Los Raffo arriendan la hacienda hasta 1965, cuando inician su división y lotización para urbanizarla. Por otro lado, en 1943, entra otro grupo en la zona, la familia Prado, que compra las 180 hectáreas de la hacienda La Rinconada, que empiezan a urbanizarla desde finales de la década de 1950. Finalmente, tenemos a los Aparicio Gómez Sánchez, que después se convertirán en Aparicio Valdez y Elías Aparicio, quienes eran propietarios de 170 hectáreas de tierras eriazas y que venderán una parte de ellas a la familia Figari que instalará en ellas una arenera. En 1957, ambas familias se aliarán formado el grupo Aparicio-Figari que, a partir de 1961, iniciarán su negocio urbanizador. Cabe destacar que, en 1960, los Aparicio sumaron 1,910 hectáreas del fundo Pampa Grande, que les fuera adjudicado por el estado. En síntesis, estos tres grupos (Prado, Aparicio Figari y Raffo) fueron máximos responsables del destino urbanístico de La Molina. A ellos, se sumaron otros dos de menor importancia: los Brescia, que compraron 64 hectáreas del fundo La Molina, y la familia Musante, propietaria del fundo Melgarejo (Ver Rosa Vilma Villarán Martínez, Proceso de urbanización y grupos de poder en el distrito de La Molina. Lima: UNA, 1984).

El grupo Prado.- A través de la Inmobiliaria y Agrícola Rinconada de Ate, inició la modalidad de urbanizar tierras eriazas para darle a la zona un perfil residencial y “aristocrático”. Con la urbanización de “Rinconada Alta” marcaron el camino que siguieron los otros grupos inmobiliarios de la zona. Cuando construyeron, a finales de los 50s, su casa vacacional de fin de semana, proyectaron Rinconada como zona “exclusiva”; luego, con otras familias de la burguesía financiera, instalaron definitivamente su residencia aquí. Ellos contribuyeron además, a impulsar los lugares de “recreo” en las inmediaciones: el Lima Polo Hunt Club, el Hipódromo de Monterrico, el Golf Club Los Inkas y, finalmente, el Country Club La Rinconada. A finales de los años sesenta, los Prado empiezan a urbanizar otras zonas de La Rinconada, para lo cual fundan la Compañía Inversiones e Inmobiliaria La Molina y la Compañía Urbana San Germán. Ambas establecen las urbanizaciones “El Sauce” de la Rinconada, el Club Campestre “El Haras”, La Pradera, San Germán y “Los Portales”; en suma, un total de 110 hectáreas urbanizadas, sin incluir las urbanizaciones Rinconada Alta y Baja. Sin embargo, en 1972, con la quiebra del Banco Popular y la expropiación de las industrias cementeras de la familia, los Prado pierden buena parte de su poder en el distrito. Además, el gobierno de Velasco convirtió parte de Rinconada Baja en la “Escuela de Equitación del Ejército”.

El grupo Aparicio-Figari.- Este grupo era propietario de más de la mitad de las tierras del distrito de la Molina. Eran dueños de la hacienda La Rinconada de Ate que, en 1937, la alquilaron para que exploten sus canteras, en una época que, en la construcción limeña, el adobe desaparece en beneficio del ladrillo. Los arrendatarios, los Figari, inician la producción de arena, piedra chancada, piedra clasificada y piedra caliza, fundando la Arenera La Molina en 15 hectáreas adquiridas a los Aparicio. El negocio, en resumen, era fabricar los “agregados de la construcción”. En 1960, los Aparicio logran que se les adjudique la planicie de Pampa Grande, con cerca de 2 mil hectáreas, a manera de “concesión minera”. De esta forma, el grupo se convierte en empresarios de bienes de construcción y en urbanizadores-constructores, una ventaja frente a otros urbanizadores. En 1961, se forma la Compañía Inmobiliaria La Planicie que iniciará la urbanización de “La Planicie”, “Las Lagunas” y “El Lago”. Por su lado, los Aparicio, independientemente de los Figari, forman la Compañía Inmobiliaria y Urbanizadora El Sol de La Molina para establecer la urbanización del mismo nombre.

El grupo Raffo.- Esta familia, de origen italiano, vinculada al Banco de Crédito, ingresa a La Molina en 1938 cuando adquiere la hacienda La Molina Vieja. El grupo estaba en ascenso pues ya tenían experiencia urbanística en otras zonas de Lima. En 1967, se crea la Compañía INVERSOL, cuyo objeto fue la promoción, construcción y financiación de lotizaciones en su fundo o hacienda. Urbanizan “El Remanso” de La Molina, Monterrico Sur, La Molina Vieja y Las Viñas.

La urbanización Camacho.- Hasta finales de la década de 1970, los que transitábamos por la avenida Javier Prado Este, pasando el óvalo de la Universidad de Lima, veíamos los restos de una casa hacienda a la altura de lo que es hoy el estacionamiento de Wong de Camacho. En efecto, todo lo que es hoy la urbanización “Camacho”, jurisdicción del distrito de La Molina, fue parte de una hacienda o fundo cuyo nombre se debe a don Juan Camacho, quien arrendó estas tierras a sus propietarios, la familia Céspedes, durante la primera mitad del siglo XVIII. Es un caso curioso en el valle de Lima en que una hacienda terminó siendo más conocida por el apellido del arrendatario que por el de sus propietarios. A nivel hidráulico, estas tierras estaban abastecidas por cinco riegos provenientes del canal de Surco y también recibía agua de un puquio que descendía desde el fundo de La Molina.

Durante el siglo XX, la Sociedad Agrícola Camacho estuvo presidida por Juan Enrique Capurro, quien estableció, en la década de 1920, una granja y establo lechero con los últimos adelantos técnicos, importando ganado mejorado para incrementar la producción. Su leche, en estado fresco, sería vendida al mercado limeño y a las fábricas embotelladoras y pasteurizadoras. La producción láctea siguió creciendo hasta que, en la década de 1930, se empieza a intercalar la ganadería con el cultivo del algodón. En estos años, los Capurro venden la hacienda a Benito Lores Gonzáles, quien empieza a arrendarla dando prioridad al algodón en desmedro de la lechería. Por último, recordemos que entre finales de la década de 1960 e inicios de la de 1970, esta zona de Lima se urbanizó con grandes residencias y sirvió para que algunos colegios –como el Rooseveldt o el Lincoln- decidieran establecer sus locales aquí. Tampoco habría que olvidar la fundación, en esta zona, de la Universidad Femenina del Sagrado Corazón (UNIFE) en 1963.

MUSA.- Desde finales de los sesenta, decenas de trabajadores de las canteras y las areneras (y de los pocos fundos que quedaban) abandonan sus rancherías y empezaron a construir sus viviendas por propia iniciativa en la parte alta del distrito, en los límites con Cieneguilla; a estos, se añadieron los trabajadores de los centros de enseñanza e investigación agrícola de la Universidad de la Molina. Así, en 1974, se creó esta “urbanización popular de interés social”, impulsada, formalmente, como una cooperativa de vivienda de los trabajadores de la Universidad y de la Arenera La Molina. Hoy conforma el 10% del distrito y limita con el distrito de Pachacamac (Manchay) y Cieneguilla.

Las Lagunas.- Paralelamente a los trabajos de urbanización de La Planicie, también se iniciaron los trabajos de construcción de las lagunas de La Molina, en la tierra (gran hueco) que quedaba como remanente de la explotación de la mina Rosa Mercedes; estas lagunas artificiales se llenaron con agua de los canales del río Ate.

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Curso de Verano para Profesores de Historia 2012

Conmemorando los dos siglos de la Constitución de Cádiz, el Instituto Riva-Agüero de la Pontificia Universidad Católica del Perú ofrece el curso “Liberalismo y constituciones en la historia del Perú. A propósito del Bicentenario de la Constitución de Cádiz (1812-2012)”, a realizarse del 1 al 14 de febrero de 2012, de lunes a viernes, de 9:00 a.m. a 1:00 p.m. en el local del Instituto (Jirón Camaná, 459, Lima 1).

En él se estudiará la presencia de las ideas liberales en nuestro país y cómo ellas fueron adaptadas a su realidad, y la importancia de diversas constituciones en nuestra historia. El objetivo es reflexionar sobre temas como la relación entre liberalismo y democracia, el funcionamiento de las instituciones políticas en nuestro país, y la vigencia del liberalismo en el pensamiento político peruano. El marco temporal a ser estudiado comprende los siglos XIX y XX.

Los expositores del curso serán los siguientes profesores: Roisida Aguilar, Susana Aldana, Fernando Armas, Maribel Arrelucea, Jorge Blanco, Emilio Candela, Jesús Cosamalón, Ángel Delgado, Juan Fonseca, Margarita Guerra, Elizabeth Hernández, César Landa, Iván Millones, Juan Luis Orrego, Francisco Quiroz, Carlos Ramos, Alejandro Rey de Castro, Teresa Vergara, Carmen Villanueva y Antonio Zapata.

Las inscripciones están abiertas y se pueden hacer de manera presencial en el local del Instituto o separando su cupo a través de los siguientes correos: ira@pucp.edu.pe y dira@pucp.edu.pe, consignando en el asunto: Inscripción Curso de Historia Verano 2012, y en el cuerpo del mensaje sus nombres y apellidos completos. El costo del curso es de 90 nuevos soles. Se puede pagar en efectivo o con tarjetas de crédito VISA y MASTERCARD, en el local del Instituto. Se entregarán constancias de participación a quiénes asistan a 32 de las 40 horas programadas.

Mayores informes e inscripciones a los teléfonos 6266601 y 6266618, o a los correos electrónicos ira@pucp.edu.pe y dira@pucp.edu.pe . Visite nuestra página web e infórmese: http://ira.pucp.edu.pe y háganse fans del Instituto Riva-Agüero en Facebook.

VER PROGRAMA

9:00 a.m. a 10:45 a.m. Miércoles 1 febrero.

Antonio Zapata

Tema:
El liberalismo de las independencias y una nueva lectura de la desigualdad.

Jueves 2 febrero.

Carmen Villanueva
Tema:
Las Cortes de Cádiz: Contexto político y fuentes ideológicas. Liberalismo y tradición.

Viernes 3 febrero.

Margarita Guerra
Tema:
La literatura como fuente para la enseñanza de la historia: dos constituciones satíricas del siglo XIX
(actividad pedagógica).
Lunes 6 febrero.

Jesús Cosamalón
Tema:
La población de Lima en el tránsito de antiguo régimen a república liberal.
Martes 7 febrero.

Roisida Aguilar

Tema:
Liberalismo y constituciones: El diseño de los organismos electorales en el Perú del siglo XIX.

10:45 a.m. 11:00 a.m. Receso Receso Receso Receso Receso
11:00 a.m. a 1:00 p.m. Alejandro Rey de Castro

Tema:
La Constitución de 1812 y su impacto en el Perú.
Juan Luis Orrego

Tema:
El liberalismo en el siglo XIX. Ángel Delgado

Tema:
El régimen municipal en el Perú independiente y la Constitución de Cádiz.
Maribel Arrelucea

Tema:
Libertad, esclavos y guerras de independencia.
Francisco Quiroz

Tema:
Elecciones antes de la democracia. Política de antiguo régimen.
Miércoles 8 febrero Jueves 9 febrero Viernes 10 febrero Lunes 13 febrero Martes 14 febrero
9:00 a.m. a 10:45 a.m. Susana Aldana
Tema:
Los liberales norteños del siglo XIX.
César Landa
Tema:
Influencia de la Constitución de Cádiz en el constitucionalismo peruano.
Iván Millones
Tema:
Liberalismo en la República Aristocrática. Fuentes para la enseñanza de la historia política
(actividad pedagógica).
Juan Fonseca
Tema:
Liberalismo y protestantismo en el siglo XX. Carlos Ramos
Tema:
Las constituciones de 1920 y 1933: Entre autoritarismo y liberalismo social.
10:45 a.m. 11:00 a.m. Receso Receso Receso Receso Receso
11:00 a.m. a 1:00 p.m. Elizabeth Hernández
Tema:
La lucha por el control político: Piura en el contexto de las Cortes de Cádiz.
Teresa Vergara

Tema:
El ayuntamiento constitucional limeño y la participación indígena, 1812-1814. Fernando Armas

Tema:
Liberalismo y regalismo. A propósito de la tolerancia de cultos en las constituciones del siglo XIX. Jorge Blanco

Tema:
Nuevas herramientas tecnológicas en la enseñanza de la historia (actividad pedagógica). Emilio Candela

Tema:
La Constitución de 1933 y sus consecuencias políticas en la década de 1930.
PROGRAMACIÓN CURSO PARA PROFESORES DE HISTORIA 2012- IRA
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