Entrevista sobre Víctor Andrés Belaunde

Entrevista a Juan Luis Orrego aparecida en la introducción del libro de V.A. Belúnde, La Realidad Nacional en la colección “Biblioteca Imprescindibles Peruanos” publicada por el diario “El Comercio”. LIma, 2010.

Como parte de la generación del 900, ¿cuáles fueron las coincidencias y diferencias de Belaunde con sus contemporáneos?

Para entender el ánimo de este grupo de intelectuales (Riva-Agüero, los hermanos García Calderón, Belaunde y José Gálvez, entre otros) es necesario recordar las dramáticas consecuencias morales y materiales que dejó la derrota frente a Chile, la guerra civil que enfrentó a Cáceres e Iglesias y la imposibilidad del país en conseguir recursos foráneos para iniciar la Reconstrucción Nacional. Todos ellos nacieron y crecieron en ese difícil contexto. No pudieron evadir el marco de un país sumido en la postración. La idea que dominaba entonces entre la juventud es que el Perú había entrado en una nueva etapa: era necesario sacudirse de ese pasado y construir una verdadera nación. Entre sus maestros, fueron tributarios del la evocación histórica y literaria de Ricardo Palma y del legado político de Manuel Pardo y Nicolás de Piérola. Por ello, quisieron introducir nuevas ideas que agitaran el marasmo de la sociedad peruana, inspirados en los grandes maestros del nacionalismo francés y español, que reaccionaron radicalmente tras la derrota de Francia ante Prusia (1871) y la pérdida de España de sus últimos dominios coloniales (1898). No olvidemos, además, la influencia del uruguayo José Enrique Rodó que, en su libro Ariel construyó la idea de que la unidad espiritual del continente debía estar a cargo de las juventudes universitarias. A lo largo de su vida, Belaunde escribió 25 libros y más de 500 artículos. Fue el más fecundo escritor de su generación; a diferencia de Riva-Agüero o de los hermanos García Calderón, escribió sus principales obras en su madurez y no en su etapa juvenil. Además, mientras los García Calderón se exiliaron en Europa y Riva-Agüero abrazó ideas reaccionarias o ultramontanas, Belaunde, luego de la caída de Leguía, siguió bregando en el campo político e intelectual, siendo el portaestandarte de un catolicismo progresista, tributario de la Doctrina Social de la Iglesia.

Al margen de la respuesta a Mariátegui, ¿cómo Belaunde fue construyendo una imagen del Perú antes de escribir La Realidad Nacional?

Belaunde no fue ni el primero ni el último en señalar los problemas estructurales del país a partir de la historia. En El Estado Social del Perú durante la dominación española (1894), Javier Prado, uno de los maestros de esta generación, buscó los orígenes y las causas de la crisis peruana a partir de la Conquista del siglo XVI. Asimismo, recoge el ejemplo de su compañero generacional Francisco García Calderón, quien publicó El Perú contemporáneo (París 1907), el primer intento moderno por ofrecer una visión global -síntesis e interpretación- del Perú. Escrito en francés, reclamaba la existencia de una clase dirigente que reclutara a sus miembros no sólo por su riqueza y abolengo, sino también por su inteligencia. Una oligarquía abierta e ilustrada que entendiera la necesidad de reformar el país para modernizarlo y ubicarlo en el camino del progreso. Pero el destino del país no era quedar al remolque de los Estados Unidos, sino había que reconocer el carácter latino del Perú y aproximarlo más a Francia e Italia. Por ello, era preciso fomentar una política de inmigración atrayendo a europeos para que poblaran el país, pues requería nuevos brazos para su agricultura. Paralelamente había que ampliar la frontera agrícola impulsando las irrigaciones. Estas tareas debían ser emprendidas por un Estado eficiente en el que esa oligarquía supiera incorporar a los grupos marginados. De esta manera el indio tenía que ser transformado, de siervo o campesino sumiso, en obrero moderno o en propietario respetando sus costumbres. Este colosal proyecto, si fuera preciso, debía ser guiado por un líder excepcional. Dentro de esta perspectiva, Belaunde pronunció, en 1914, su discurso La crisis presente, en el que se refiere al ensombrecimiento en el que había caído el país por causas políticas (el personalismo del Presidente), económicas (el peligroso endeudamiento), parlamentarias (crisis de representatividad), sociales (la postración de la clase media) y éticas (la debacle moral de la clase dirigente). Concluyó su discurso con esta frase “¡Queremos patria!”. Finalmente, tenemos Meditaciones peruanas, un conjunto de artículos publicados en 1917, en el que postula que la crisis del país es, sobre todo, psíquica y señala el “anatopismo”, es decir, que las aspiraciones colectivas estaban ajenas a la realidad. Dice que se percibe una ausencia de intuición para descubrir el ser peruano geográfico, histórico y social.

¿Cuál es la principal crítica de Belaunde a Mariátegui?

Belaunde considera que la aplicación del “materialismo histórico” en los 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana es verdadera por lo que afirma pero falsa por lo que niega. Expliquemos. Es verdadera porque pone énfasis en los factores económicos, que son el problema más evidente, demostrable, de la realidad total. Pero es falsa cuando niega o minimiza el peso de los factores vitales y espirituales en la historia del Perú. Para Belaunde, todo el análisis no puede reducirse a lo económico. Por ejemplo, afirma que el “materialismo histórico” no puede explicar satisfactoriamente algunos procesos como la Conquista del siglo XVI o las guerras de Independencia. Si bien encuentra que el principal mérito de Mariátegui fue abordar el problema del indio y relacionarlo con el problema de la tierra, esto es una solución parcial a los grandes desafíos del país. La solución, entonces, no es el indigenismo sino una síntesis verdaderamente nacional de la tradición histórica, con los nuevos enfoques económico, técnico y pedagógico. No hay que olvidar que, años después, cuando publica Peruanidad (1942) definió al Perú como una síntesis viviente: “síntesis biológica, que se refleja en el carácter mestizo de nuestra población; síntesis económica, porque se han integrado la flora y la fauna aborígenes con las traídas de España, y la estructura agropecuaria primitiva con la explotación de la minería y el desarrollo industrial; síntesis política, porque la unidad política hispana continúa la creada por el Incario; síntesis espiritual, porque los sentimientos hacia la religión naturalista y paternal se transforman y elevan en el culto de Cristo y en el esplendor de la liturgia católica. No concebimos oposición entre hispanismo e indigenismo… los peruanistas somos hispanistas e indigenistas al mismo tiempo”.

Belaunde como pensador católico

Cuando Belaunde planteó su polémica con Mariátegui no lo hizo como una defensa del liberalismo frente al marxismo, sino desde el punto de vista del catolicismo y con tendencias sociales progresistas. Por ello, con la aparición de La Realidad Nacional se inició el renacimiento del pensamiento católico peruano. Dicho en otras palabras: no se inspiró en el liberalismo laico sino en el fermento dinámico y social que vive al interior del cristianismo, planteando así los fundamentos de una nueva actitud para los católicos inteligentes en una “ofensiva” de carácter social-progresista por transformar el país. Belaunde, a diferencia de los intelectuales del 900 y de los del Centenario, rescató el horizonte religioso y espiritual en la formación histórica y cultural del Perú. Es el impulso religioso el que cohesiona a la sociedad y a la cultura. Por ello, Belaunde coloca, sobre muchos otros temas, a la fe católica como principal motor en la formación del Perú y de la conciencia nacional desde el siglo XVI. En este sentido, a lo largo de muchos de sus textos, hace un recuento de la labor evangelizadora y de la defensa de la dignidad humana que propagaron los misioneros a lo largo y ancho del territorio. Si bien reconoce las diferencias de enfoque entre las distintas órdenes religiosas que llegaron al Perú y de los problemas y excesos que hubo en la difícil tarea de la evangelización, Belaunde siempre trató de rescatar la crucial transformación social y cultural que generó este proceso.

¿Cuál fue la relación entre Belaunde y el Oncenio de Leguía?

Ya desde sus primeros ensayos o discursos, Belaunde se declaró opuesto al autoritarismo presidencial. En este sentido, La crisis presente (1914) es una crítica al estilo político del primer Leguía y de Guillermo Billinghust. En 1919, cuando Leguía sumen el poder mediante un injustificado golpe de estado, Víctor Andrés inicia un periplo de conferencias a 40 universidades y colegios en Estados Unidos. A su regreso, al año siguiente, asumió una oposición cerrada al líder de la Patria Nueva, que se hizo evidente cuando abogó por los presos políticos y censuró la expropiación del diario La Prensa (1921). Ello le valió la deportación. Regresó a los Estados Unidos donde enseñó en las universidades de Virginia, Miami y Chicago; también fue funcionario del Instituto de Cooperación Intelectual de la Sociedad de las Naciones. Pero su oposición a Leguía era también una cuestión familiar. Su hermano Rafael (padre de Fernando Belaunde Terry, futuro presidente del Perú), cuando se planteó la reelección de Leguía, fue confinado en la isla San Lorenzo y deportado en 1924. Ambos regresarían al país en 1931, un año después de la caída del líder del Oncenio. Como vemos, la relación de los Belaunde con Leguía fue de total oposición. Sin embargo, a diferencia de Haya de la Torre o Jorge Basadre, también críticos de Leguía, pero que moderaron sus opiniones años después sobre lo que ocurrió en el Perú entre 19191 y 1930, la posición de Belaunde se mantuvo firme hasta el final.

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Notas sobre el mito de Inkarri

Retrato idealizado de Túpac Amaru I

En 1572, en la plaza de armas del Cuzco, el último de los incas de Vilcabamba, Túpac Amau I, fue decapitado por órdenes del virrey Francisco de Toledo. Cuentan los testimonios que el verdugo –un indio cañari– fue el encargado de cumplir con la orden. Dicen que el Inca puso su cabeza en el degolladero y el cañari le aferró el cabello con la mano izquierda, levantó el arma con la derecha y la dejó caer para cercenar el cuello. Separada la cabeza del tronco, la levantó triunfante para que fuera vista por la multitud. En ese momento, rompieron a doblar todas las campanas del Cuzco y la cabeza quedó clavada en la picota. La multitud indígena quedó quieta, petrificada. El cuerpo del Inca fue llevado a casa de doña María Cusi Huarcay, esposa del decapitado monarca y la enterró luego en la capilla mayor de la Catedral de la antigua capital de los incas. Sucedió entonces que, con los días, los indios iban a venerar la cabeza del Inca. Alarmadas las autoridades, en secreto, se ordenó retirar la cabeza para enterrarla, posiblemente, junto al cuerpo. Como la multitud india no vio nunca la unión del cráneo con el cuerpo, muchos imaginaron que había sido llevada a Lima.

Ese sería el origen del mito de Inkarri y no, como algunos piensan, la muerte de Atahualpa en la plaza del Cajamarca. ¿En qué consiste el mito? El término “inkarri” es una contracción de “Inka Rey” y se trataría de un dios del mundo andino posterior a la conquista, influido por el mesianismo y milenarismo cristianos, y con cualidades de suprema deidad, es decir, creador de todos lo que existe y fundador del Cuzco. Inkarri fue apresado, martirizado y muerto por los españoles, quienes “dispersaron” sus miembros por los cuatro lados que conformaron el Tahuantinsuyo y su cabeza fue enterrada en el Cuzco.

Sin embargo –según la creencia popular en los Andes- esta cabeza está viva y el cuerpo se está regenerando bajo tierra. Cuando se reconstituya el cuerpo de Inkarri, la divinidad volverá, derrotará a los españoles y restaurará en Tawantinsuyo y todo el orden del mundo quebrado por la invasión europea del siglo XVI. Cabe destacar que hay varias versiones del mito y, en algunas de ellas, se habla que cuando regrese Inkarri será el fin del mundo y el juicio final; en este tipo de versiones se nota la clara influencia del discurso cristiano. Es muy probable que el mito naciera en los tiempos de la ejecución de Túpac Amaru I y que se fue extendiendo por los Andes hasta el siglo XVIII, coyuntura del resurgimiento de la cultura inca y de las rebeliones indígenas, especialmente cuando estalló el gran movimiento de Túpac Amaru II. En este sentido, el martirio y ejecución de José Gabriel Condorcanqui en 1781, también en la plaza del Cuzco, reforzaría el mito de Inkarri. Pero con la sentencia de Areche y el advenimiento de la República, el mito fue ignorado por historiadores y otros especialistas. Recién, en 1955, fue recogido de la tradición oral en la región de Paucartambo (Cuzco) por una expedición etnológica dirigida por Óscar Núñez del Prado e integrada, entre otros, por Josafat Roel Pineda y Efraín Morote Best. Luego, el escritor y antropólogo José María Arguedas rescató otra versión del mito en Puquio (Ayacucho). A inicios de la década de 1870, diversos estudiosos ya habían descubierto hasta 15 relatos del mito de Inkarri, con ligeras variaciones, incluso en pueblos de la amazonía peruana. Sigue leyendo

Tres ensayos de Germán Carrera Damas sobre la Independencia de Colombia y Venezuela


(Pintura de Martín Tovar y Tovar)

En vísperas de la fecha conmemorativa del 5 de Julio de 1811, consagrado como el de la Declaración de Independencia, y viendo cernirse oscuras nubes de patrioterismo oficial, me ha parecido razonable cumplir con el precepto de la responsabilidad social del historiador, proponiéndole a la vapuleada conciencia histórica del venezolano de nuestros difíciles días, algunas dosis de antídoto crítico, contenidas en los siguientes esquemas para charlas que he dictado recientemente (Caracas, 13 de junio de 2011.)

¿MONARQUÍA, REPÚBLICA O ABOLICIÓN SELECTIVA DE LA MONARQUÍA?
Germán CARRERA DAMAS
Escuela de Historia
Facultad de Humanidades
y Educación de la UCV.

Mis palabras, que serán breves, aspiran a despertar alguna inquietud, críticamente fundada, en medio del amodorramiento de la conciencia histórica inducida a los venezolanos de hoy.
Es obvio que la comprensión histórica de lo sucedido en Caracas el 19 de abril de 1810 requiere que se le ubique en el largo período de la historia de Venezuela republicana. Atendiendo a este criterio, estimo que la cuestión central, que motivó esos acontecimientos, fue la urgencia de preservar la estructura de Poder interna de la sociedad colonial. Este ordenamiento social era expresión del Poder colonial, en el que se combinaban el Poder político metropolitano, representado por nuestra Corona; y el Poder social, representaba por el los estamentos más altos de la sociedad implantada colonial. Con el propósito de preservar la estructura de Poder interna de la sociedad se atendía a tres fuentes de preocupaciones:

1.- Unas preocupaciones brotaban de conflictos endógenos de la sociedad implantada colonial:
– Con sectores de pardos, sobre todo con los que ejercían oficios de relativa significación social y económica, que pretendían conquistar áreas de igualdad social. En este empeño chocaban con el sistema jurídico-social de la estructura de Poder interna de la sociedad, cuyos fundamentos primordiales eran la propiedad excluyente de la tierra económicamente rentable, y la bien preservada, y celosamente vigilada, discriminación social y racial.
– Con lo esclavos en lucha por su libertad; situación inherente a toda sociedad en la cual la esclavitud desempeñase papel importante, como capital productivo. Aunque envuelto en una trama de medidas opresivas y preventivas, era constante el temor a las revueltas de esclavos.
– A lo que se añadía la condición de virtual servidumbre impuesta a los aborígenes tributarios.
De manera general, los conflictos con los pardos, ventilados institucionalmente; y las esporádicas manifestaciones de rebeldía de los esclavos, consecuentemente magnificadas por las autoridades represoras; al igual que la suerte de los aborígenes tributarios, habían sido objeto, en los artículos 32, 33, 34 y 35 de las Ordenanzas compuestas por los conjurados de La Guaira, de 1797, de un tratamiento basado en la igualdad, la abolición de la esclavitud y la libertad; llevado al extremo de proclamarlos “nuevos ciudadanos”…. Lo que bastaría para comprender el fervor demostrado por los notables súbditos de Su Majestad en la defensa de la institucionalidad colonial.

2. Las preocupaciones generadas por estas amenazas a la estructura de Poder interna de la sociedad implantada colonial, brotadas de su seno, se vieron potenciadas en las mencionadas Ordenanzas de Picornell, Gual y España, de 1797. Y acentuadas por la Proclamación de Francisco de Miranda, dada en Coro el 2 de agosto de 1806, al prometer: “QUE los buenos é inocentes Yndios, así como los bizarros Pardos, y morenos libres crean firmemente, que somos todos Conciudadanos, y que los Premios pertenecen exclusivamente al mérito, y á la Virtud-en cuya suposición obtendran en adelante infaliblemente, las recompensas militares y Civiles, por su merito solamente”. Alo que se añadió: “PARA llevar este Plan á su debido efecto, con seguridad y eficacia, serán obligados los Ciudadanos sin distinción de Clases, estado ni Color”…..”de conformarse estrictamente a los Artículos siguientes”…. No parece posible documentar la difusión alcanzada por el contenido de esos documentos. Pero bien cabe suponer que de ello se encargarían el rumor y el nerviosismo de quienes se sentían así amenazados en sus intereses y privilegios socioeconómicos.

3.- En esas condiciones, es comprensible que se perdiese confianza en que el Poder político metropolitano, presa de una crisis que llegó a ser pronosticada como insuperable, pudiera seguir contribuyendo a la preservación y el confiable funcionamiento del sistema jurídico-social del Poder Colonial.
Estas preocupaciones inspiraron decisiones como la adopción circunstancial de la fórmula del cabildo ampliado, permitiendo la incorporación de una representación del Gremio de pardos; el dictado por la Junta Suprema Conservadora de los Derechos de Fernando VII, del Decreto de prohibición de la trata, para refrenar el crecimiento de la población esclava; y luego la formulación de una Ordenanzas de Llanos, dirigida a establecer una suerte de régimen de trabajo forzado en los hatos.
Estas preocupaciones, agudizadas por la pérdida de confianza en la continuidad y la eficacia del Poder metropolitano, indujeron a una aspiración autonomista que la historiografía patria ha querido calificar, desde su inicio, como independentista. La realización de esa aspiración autonomista llevó a la formación de la Junta Suprema Conservadora de los Derechos de Fernando VII; vale decir de nuestra Corona. Esta aspiración autonomista dio lugar al hecho de que, observa Carole Leal Curiel en reciente publicación, el Congreso que el 2 de marzo de 1811 se juramentase …..”como cuerpo conservador de los derechos de Fernando VII”….

4.- La estructura de Poder interna de la sociedad implantada colonial fundaba su eficacia en la simbiosis entre el Poder político metropolitano y el Poder social criollo. Pero su legitimidad derivaba del acatamiento de la voluntad divina, constituida en nuestra Corona. En esta simbiosis era clave la aptitud del Poder político metropolitano. Comprometida esa aptitud por el abandono de nuestra Corona, la sociedad implantada colonial entraba en estado de orfandad, -como se señaló en su momento-, al verse privada de la protección hasta entonces eficaz en el manejo de los mencionados conflictos; creándose una situación que se vio agravada por la cesión de la Corona a Napoleón, quien era visto como portador de los principios, socialmente disolventes e impíos, de la denominada Revolución francesa. ¿Buscaron entonces los criollos, justamente alarmados, Independencia y Libertad; o procuraban seguridad mediante la preservación de la estructura de Poder interna de la sociedad implantada colonial?

La República brotó como uno de los términos de la alternativa suscitada por la declaración de Independencia. El otro término era, obviamente, la Monarquía independiente, fuese absoluta, fuese constitucional. Aunque la persistencia de la monarquía absoluta, aun independiente, chocaba con el creciente rechazo del despotismo, cuando ella fue restablecida por José Tomás Boves y consolidada por Pablo Morillo, no suscitó rechazos significativos conocidos, pues satisfizo, de hecho y de derecho, el requerimiento básico de 1810. En cambio, la instauración de la República, dado que significaba implícitamente la abolición de la Monarquía, encendió la guerra civil, permitiendo concluir, según testimonio de Simón Bolívar en el denominado Manifiesto de Carúpano, del 7 de septiembre de 1814, que era ciegamente monárquica la masa de la sociedad. Las consecuencias de esta evolución no pudo ser más contradictoria respecto de los propósitos iniciales, al verse profundamente trastornada la Estructura de Poder interna de la sociedad que se había intentado preservar en 1810-1811.

La abolición selectiva de la Monarquía rigió la República de Colombia, moderna y liberal, porque quienes la erigieron comprendieron, realista y lúcidamente, que lo que se proponían edificar requería el previo restablecimiento la Estructura de Poder interna de la sociedad, que ahora se quería republicana. ¿Realizando la aspiración de los caraqueños del 19 de abril de 1810, o corrigiendo la subestimación en que habían incurrido de la condición religiosamente monárquica de la sociedad? ¿Los caraqueños que huyeron hacia Oriente en 1814, lo hicieron por sustraerse al restablecimiento de la monarquía o espantados por el rumor, bien cultivado por los republicanos, de que el primer caudillo venezolano proclamaba el exterminio de los blancos?

La solución colombiana de tan compleja cuestión, que he caracterizado como meter al Rey en la República, perduró en Venezuela una vez que rompimos la República de Colombia, conformando nuestra República liberal autocrática. Esta primera versión de la República ya sólo venezolana, siempre estuvo, pese a su estructura institucional, más cercana de la monarquía absoluta que de la constitucional; y menos aún de la República colombiana. Esta, que fue la solución eficaz a la alternativa que planteó Simón Rodríguez cuando incitaba a los americanos recién emancipados a decidir si querían una república monárquica o una monarquía republicana, perduró en Venezuela hasta 1946, cuando se dio el gran paso institucional en la que denomino la Larga Marcha de la sociedad venezolana hacia la Democracia, disponiendo la instauración de la República liberal democrática, hoy asediada por los reivindicadores del absolutismo, aunque conceptualmente andrajoso.
Caracas, abril de 1011.

Ponencia presentada en las II Jornadas “Reflexiones de la Venezuela histórica”. Venezuela y sus orígenes republicanos: 5 de julio de 1811. Universidad Montávila. 3-5 de mayo de 2011.

PERIPECIA HISTÓRICA DE LA DECLARACIÓN DE INDEPENDENCIA
Germán CARRERA DAMAS
Escuela de Historia
Facultad de Humanidades
y Educación de la UCV.

Advertencia:
Comprendo que el título de esta charla causará cierta sorpresa. Nuestra conciencia histórica republicana ha sido erigida sobre la piedra fundamental de un documento denominado “Acta de la Independencia” o “Acta de la Declaración de Independencia”, suscrita por los padres de la República, en Caracas, el 5 de julio de 1811. Examinemos la cosa un poco más de cerca.
Sin embargo de lo antedicho, creo correcto denominar peripecia la suerte corrida, históricamente, por lo proclamado en tan venerable documento.

I.- Los conjurados de La Guaira, del 12 de julio de 1797, elaboraron unas Ordenanzas, cuyo artículo 17 no sólo da por sentada la Independencia, sino que, en cierta forma, elabora la que hoy denominaríamos la hoja de ruta luego seguida, al pautar que las autoridades revolucionarias, por establecerse, …..”tomaran quantas providencias juzguen de luego convenientes para asegurar mas y mas el acto de la Yndependencia que será declarada en la ciudad de N, para cuyo efecto”…..”se comboca y combida á todas las Povincias, Comandancias, Corregimientos &-á qe”…..”envíen sus Diputados con amplios poderes para la declaracion de la Yndependencia,”….. ¿Habría sido ésta la primera versión de la que sería el Acta de la Independencia?

II.- El testigo incuestionable, universalmente acatado, de nuestra Independencia, Simón Bolívar, afirmó el 19 de abril de 1820: “¡Soldados! ¡El 19 de abril nació Colombia!”, argumentando que el 19 de Abril de 1811 fue el día primero de nuestra libertad. Así lo refrendó la Academia Nacional de la Historia, por unanimidad, el 7 de mayo de 1909. De ser así las cosas, la denominada Acta del 19 de abril, de 1810, firmada por un grupo de ilustres patriotas, sin embargo encabezados por el Capitán General Vicente de Emparan, sería el documento inicial de nuestra existencia republicana, y por lo mismo de nuestra Independencia, puesto que la República de Venezuela se consagró, definitivamente, en el ámbito de la República de Colombia, en Angostura en 1819; y se constituyó, en el ámbito de esa misma República, en La Villa del Rosario de Cúcuta, en 1821.

III.- Pero si por una vez desacatamos la autoridad testimonial de El Libertador, – que cabe suponer algo sabía de Independencia-, el documento inicial sería el Acta de la Independencia, suscrita el 5 de julio de 1811, suscrita por los copistas de los códigos …..”que han formado ciertos visionarios que, imaginándose repúblicas aéreas”….., labraron el infortunio de la naciente República, -según sentenció el mismo Simón Bolívar en el denominado Manifiesto de Cartagena, fechado en el 15 de diciembre de 1812. Los firmantes del que fuera considerado tan poco venturoso documento, encabezados por “Isidoro Antonio López Méndez, diputado de la ciudad de Caracas”, lo suscribieron luego de afirmar que lo hacían …..”a cinco días del mes de julio del año de 1811, el primero de nuestra independencia”…. Cotejando las dos actas, es decir la descalificada por El Libertador y la que según él debió ser, cabría sacar conclusiones que dejo a la audacia de ustedes.

IV.- Las historiografías patria y nacional, no han gustado mucho de fijar su atención en la que podría ser considerada una tercera declaración de Independencia, denominada convenientemente Declaración de Angostura. Fue formulada una vez “Reunidos en junta nacional el consejo de Estado, la alta corte de justicia, el gobernador, el vicario general de este obispado sede vacante, el estado mayor general y todas las autoridades civiles y militares”…. En este documento, promulgado por …..”S.E. el Jefe Supremo Simón Bolívar”…., el 20 de noviembre de 1818, se reafirmaron …..”los sentimientos y decisión de Venezuela”…., que …..”se han manifestado en la República desde el 5 de julio de 1811”…..; y se subrayó la determinación de rechazar todo intento de reconciliación con la que seguía siendo, jurídicamente, nuestra Corona. ¿El añadir esta coletilla no significaba enmendar la Declaración original, hasta el punto de transformarla en la que según el ahora Jefe Supremo debió ser?

V.- La Ley Fundamental de Colombia, promulgada por “Su Excelencia el Presidente de la República”, Simón Bolívar, el 17 de diciembre de 1819, no declara explícitamente la Independencia de la nueva República, existente …..”desde este día”…. Pero sí lo hizo la Ley Fundamental de la Unión de los Pueblos de Colombia, promulgada en Cúcuta el 18 de julio de 1821, en la que se lee “Art. 3º La Nación Colombiana es para siempre é irrevocablemente libre é independiente de la monarquía española, y de cualquiera otra potencia o dominacion extrangera”…. Lo que fue ratificado, textualmente, por la Constitución de la República de Colombia, promulgada también por Simón Bolívar el 6 de octubre de 1821. ¿Se declaraba de nuevo la Independencia de Venezuela?

VI.- Sin embargo, los constituyentes que elaboraron la Constitución del Estado de Venezuela, promulgada por el Gral. José Antonio Páez el 24 de septiembre de 1830, reprodujeron en el Art, 2º de la Constitución de la República de Colombia, cambiando sólo la mención de la “Nación” Colombiana por la de la “nación venezolana” ¿Fue la aprobada en la República de Colombia nuestra definitiva declaración de Independencia? ¿Por qué se consideró, en 1830, necesaria una nueva Declaración de la Independencia?

VII.- Después de estas reiteradas declaraciones de la Independencia, faltaba por cumplir un requisito cuya formulación documental cabe preguntarse si se diferencia, en lo esencial, de una Declaración de Independencia. El 30 de marzo de 1845 fue suscrito en Madrid el Tratado de Paz y Reconocimiento. Aprobado por el Poder legislativo y ratificado por el Ejecutivo en ese mismo año, fue canjeado el 22 de junio de 1846. Reza el Tratado: “Art, 1º. S.M.C., usando de la facultad que le compete por decreto de las Cortes generales del Reino de 4 de diciembre de 1836, renuncia por sí, sus herederos y sucesores, la soberanía, derechos y acciones que le corresponden sobre el territorio americano, conocido bajo el antiguo nombre de Capitanía General de Venezuela, hoy República de Venezuela.” ¿Dónde quedaban el Art. 1º de la Ley fundamental de la Unión de los pueblos de Colombia; también primero de la Constitución de la República de Colombia, ambos de 1821; y 2º de la Constitución del Estado de Venezuela, de 1830? No parece del todo descabellado preguntarse sobre si lo actuado en Madrid no significaba, también, que habíamos reconocido de nuevo nuestra Corona; aunque fuese como requisito para que se perfeccionase jurídicamente nuestra reiterada declaración unilateral de la Independencia. ¿No significaría esto, igualmente, que de nuestra parte admitíamos el haber sido hasta ese instante súbditos rebeldes?

VIII.- Pero el cuento no terminó allí: los cortesanos de del Gral. Juan Vicente Gómez Chacón saludaron como el verdadero logro de la Independencia de Venezuela el pago de la deuda externa. ¿Un acto administrativo como Declaración de la Independencia?

IX.- Rómulo Betancourt, luego de formular la doctrina de las tres independencias –nacional, política y económica-, consagró la Ley de Reforma Agraria, suscrita en el Campo de Carabobo el 5 de marzo de 1960, con estas palabras: “Conciudadanos: No puedo ocultar cómo ha sido trance singular de mi vida este de hoy, en que en calidad de Jefe de Estad libremente electo por el pueblo, he estampado mi firma en un documento para ser leído por los nietos de nuestros nietos como una segunda Acta de la Independencia de Venezuela.”

X.- A partir de la tercera década del Siglo XX, los venezolanos comenzamos a ver en el dominio del petróleo, por las grandes empresas norteamericanas y angloholandesas, la pérdida de nuestra independencia nacional. Hasta el punto de que Rómulo Betancourt, en su esencial antiimperialismo, llegó a concebir que probablemente se requeriría un nuevo Ayacucho para rescatar el petróleo, y poner así en marcha la independencia económica que sería base de la genuina y plena Independencia nacional, al hacer posible la independencia económica. ¿Significaría esto que el Decreto de nacionalización de la industria petrolera, dictado por el Presidente Carlos Andrés Pérez, equivaldría a una Declaración de Independencia? Decir esto puede sonar como un exabrupto, pues algunos economistas de pobre sentido histórico sostienen hoy que tal nacionalización fue un mal negocio. ¿Quienes tal cosa dicen ignoran que muchos venezolanos, y aun historiadores, vista la cuestionable ejecutoria de la República durante nuestro terrible siglo XIX, llegaron a dudar de que la Independencia hubiese sido un buen negocio?

XI.- Según el opresivo régimen militar-militarista, ¿hoy día la Declaración de Independencia sería el acta de patriotero mal gusto denominado Juramento ante el Samán de Güere?

XII.- ¿O lo será la que consagrará el habernos independizado, separándonos de ese engendro de la geopolítica denominado Cubazuela; y/o librándonos de la dominación del capital extranjero, al cual hemos sido hipotecados, nosotros y nuestros nietos, cuando menos?

XIII.- Dejo a ustedes la consideración de estas dos últimas interrogantes. Me limitaré a decir que, para mí, la más significativa declaración de la Independencia será la que registre el habernos independizado del despotismo, recurrente, contra el que luchamos desde 1797.

XIV.- Aunque, quizás deba felicitarlos y felicitarnos por una circunstancia de la que seguramente Uds. no están conscientes. Tal parece que estamos en vísperas de la definitiva declaración de independencia, a juzgar por la historiografía seudosocialista. En lo que me concierne, parece que se me ha aclarado súbita, si no portentosamente, una duda. Es la siguiente: La desestimación de la declaración de independencia formulada por los conjurados de La Guaira, en 1797, se ha justificado por la inclusión de éstos en los denominados precursores de la Independencia, compartiendo honores con personajes semejantes a ellos, según el Considerando del Decreto No. 7.375 del Presidente Hugo Chávez Frías, que reza: “Que el pensamiento universal de Simón Bolívar “El Libertador” y del “Generalísimo” Francisco de Miranda, precursores de nuestra Independencia [subrayado por mí], representan la base ideológica de la Revolución Bolivariana, y en consecuencia su archivo contiene la documentación fundamental de su legado revolucionario y liberador para los pueblos de Nuestra América y el Mundo.” (Gaceta Oficial de la República Bolivariana de Venezuela. Caracas, 13 de abril de 2010, No. 39.402). ¿Estamos, por consiguiente en vísperas de la definitiva declaración de Independencia? Uds. dirán.
Caracas, abril-mayo de 2011

Esquema para una charla en la Casa de la Historia, el miércoles 11 de mayo de 2011; y en la Escuela de Sociología de la UCV, el miércoles 25 de mayo de 2011.

¿LA DEFINITIVA DECLARACIÓN DE INDEPENDENCIA?

Germán Carrera Damas
Escuela de Historia
Facultad de Humanidades. UCV

Comprendo que les pido un esfuerzo al obligarlos a analizar críticamente textos constitucionales y hechos históricos. Me anima a hacerlo la convicción de que ustedes no me han invitado a que venga a echarles de nuevo el cuento. Y si lo creyeron, cúlpense ustedes mismos.
Veamos los textos constitucionales que propongo que comparemos:

1.- El primer texto constitucional reza: “La nación venezolana es para siempre é irrevocablemente libre é independiente de toda potencia ó dominación extrangera, y no es ni será nunca el patrimonio de ninguna familia ni persona”. Tal proclama el artículo 2º de la “Constitución del Estado de Venezuela, formada por los diputados de las provincias de Cumaná, Barcelona, Margarita, Caracas, Carabobo, Coro, Maracaibo, Mérida, Barínas, Apure y Guayana”, aprobada en Valencia, el 22 de septiembre de 1830; promulgada por el “Presidente del Estado”, José Antonio Páez, el inmediato 24; y refrendada por “El secretario interino del despacho del interior, Antonio Leocadio Guzmán y por el secretario de Estado en los despachos de guerra y marina, Santiago Mariño”…..

2.- Este primer texto constitucional sucedía a dos textos constitucionales de la República de Colombia. Reza el primero: “La nacion colombiana es para siempre é irrevocablemente libre é independiente de la monarquía española, y de cualquiera otra potencia ó dominación extrangera. Tampoco es, ni será nunca patrimonio de ninguna familia ni persona”. Tal proclama el Artículo 3º de la Ley fundamental de la Unión de los pueblos de Colombia”, aprobada en la Villa del Rosario de Cúcuta, el 12 de julio de 1821; y promulgada el inmediato 18.

3.- Y el segundo texto constitucional: “La Nacion Colombiana es para siempre é irrevocablemente, libre é independiente de la monarquía española, y de cualquiera otra potencia ó dominación extrangera: y no es, ni será nunca el patrimonio de ninguna familia ni persona.” Así lo proclama el Artículo 1º de la Constitución de la República de Colombia, aprobada en la Villa del Rosario de Cúcuta, el 30 de agosto de 1821, y promulgada el 6 octubre del mismo año por Simón Bolívar.

4.- Incidentalmente, apunto que en el Art. 2 de la Constitución Política de la Monarquía Española, promulgada en Cádiz, el 19 de marzo de 1812, se halla el precepto clave que rigió la abolición de la Monarquía en la República de Colombia: “La Nación española es libre e independiente, y no es, ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona.” ¿Era esta declaración conciliable con la conservación de la Monarquía? Así se desprende del Art, 3, que reza: “La soberanía reside esencialmente en la Nacion, y por lo mismo pertenece á esta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales”….Y la Nación española resolvió adoptar la monarquía constitucional. ¿Habría sido ilógico que los venezolanos, entonces españoles de América, optaran por lo mismo? ¿La cuestión no radicaba en la Monarquía como régimen sociopolítico, sino en la naturaleza mixta del Poder colonial y en la crisis de la porción del mismo representada por el Poder político metropolitano, que legalizaba y legitimaba la porción criolla de ese Poder?

Observaciones:

1.- Lo primero que llama la atención es el hecho de que se considerara necesaria, en 1830, hacer una declaración de Independencia. Caben dos preguntas: Primera: ¿Por qué no afirmar, pura y simplemente, que Venezuela era independiente desde el 5 de julio de 1811? Segunda: ¿Se quería proclamar que Venezuela se había independizado de una República de Colombia que había sido fundada mediante decisión recogida en la Ley fundamental de Colombia, aprobada por el Congreso de Venezuela, reunido en Angostura, el 17 de diciembre de 1819, y promulgada por Simón Bolívar en el mismo día? Recuérdese el Artículo 1º: “Las Repúblicas de Venezuela y la Nueva Granada quedan desde este día reunidas en una sola bajo el título glorioso de República de Colombia.” De ser respondida afirmativamente esta segunda pregunta, resultaría que nos estábamos declarando libres e independientes de la obra del Libertador, ¿considerada para el caso como dominación extranjera? Creo que ante la sola consideración de esta comprobación cualquier patriota bolivariano clamaría: ¡Blasfemia!

2.- Lo segundo que llama la atención, es que los constituyentes colombianos declararon la independencia de su nación respecto de la monarquía española. Lo que suscita dos preguntas. La primera: ¿No era la monarquía española nuestra monarquía? La segunda: De no haber sido parte integrante de la monarquía española; ¿Éramos ya, en su seno, república? No parece posible escapar de esta disyuntiva.

3.- En tercer lugar, llama la atención el hecho de que los constituyentes de 1830 declararon a Venezuela independiente de la monarquía española; y, de hecho y al mismo tiempo, también de la República de Colombia. Esto último se desprendía, obviamente, de la promulgación de la Constitución, pero cabe hacerse una pregunta: ¿Por qué, luego de cuando menos tres declaraciones de Independencia, era necesario el reconocimiento de nuestra Independencia? ¿No contábamos ya, como consta en la aprobación de la Constitución del Estado de Venezuela, el 22 de septiembre de 1820, con veinte años de independencia? Pero ¿Contados a partir de cuando? Si nos atenemos al Decreto de reorganización del Gobierno, dado por el Gral. José Antonio Páez, el 13 de enero de 1830, nos encontramos con los siguientes considerando: “1º Que por el pronunciamiento de los pueblos de Venezuela, ha recobrado su soberanía.” Y el “3º. Que siendo Venezuela un Estado soberano”….. Añádase a esto el hecho de que al estar fechado este Decreto en el “13 de enero de 1830, 20.-1º.” ¿Deberíamos interpretar este señalamiento como una reiteración, por partida doble, -respecto de la monarquía española y respecto de la República de Colombia-, de la declaración de Independencia?

4.-En cuarto lugar, llama la atención un hecho: se comprende que el reconocimiento de la Independencia era un requisito a satisfacer para desenvolverse en un escenario internacional donde prevalecía entonces la monarquía. El Tratado de paz y reconocimiento, firmado en Madrid el 30 de marzo de 1845, y ratificado por el Ejecutivo venezolano el 2º de mayo, reza en su artículo 1º “S.M.C. usando de la facultad que le compete por decreto de las Cortes generales del Reino de 4 de diciembre de 1836, renuncia por sí, sus herederos y sucesores, la soberanía, derechos y acciones que le corresponden sobre el territorio americano, conocido bajo el antiguo nombre de Capitanía General de Venezuela, hoy República de Venezuela”. Cabe hacerse dos preguntas: Primera: ¿En virtud de ese artículo, hasta ese momento éramos súbditos rebeldes? Segunda pregunta: ¿Para recibir la gracia del reconocimiento por la Corona no era imprescindible el haberla reconocido, a nuestra vez y siquiera por instantes, como detentora de una soberanía que reiteradamente habíamos declarado nuestra? A su vez, el artículo 2º del Tratado reza: “A consecuencia de esta renuncia y cesión. S.M.C. reconoce como nación libre, soberana e independiente la República de Venezuela”….. ¿Significaría esto que el reconocimiento de la Independencia de Venezuela fue admitido como un acto de soberanía de nuestra Corona, y no como la admisión de nuestra soberanía y de la consiguiente abolición de la monarquía?

5.- En quinto lugar, hagamos una comparación, aunque somera, entre el texto del Tratado de paz y reconocimiento fechado en Madrid el 30 de marzo de 1845, y el texto del Tratado de París, que se comenzó a negociar el 30 de noviembre de 1782 y se concluyó el 3 de septiembre de 1783, mediante el cual Jorge III, de Gran Bretaña, reconoció la Independencia de los Estados Unidos de América, declarada el 4 de julio de 1776. No parece muy aventurado pensar que este último pudo haber servido de modelo para el primero. Me ha llamado la atención la diferencia entre los términos del reconocimiento de la independencia de Venezuela y los términos del reconocimiento de la independencia de los Estados Unidos de América. Veamos estos últimos: “Su majestad británica reconoce a los mencionados Estados Unidos”….(los enuncia)….”como estados libres, soberanos e independientes, y trata con ellos como tales, y por sí y por sus herederos y sucesores renuncia a toda pretensión [claims] sobre gobierno, propiedad y derechos territoriales sobre ellos y todas sus partes.”

6.- Cabe observar que si bien en ambos tratados se prestó particular atención a las contenciosos jurídicos relativos a deudas y confiscaciones de propiedades, estas materias aparecen tratadas más detalladamente en el caso del tratado suscrito con Venezuela. Sin embargo, mi colega y amigo, el destacado historiador John V. Lombardi me apunta: “Yo creo que el compromiso de pagar las deudas internacionales y mantener un comercio bastante libre con el resto del mundo fueran elementos esenciales en la formación de la nación nuestra. Estos factores eran tan importantes para el éxito del gobierno dentro de las EE UU como las relaciones internacionales”. Pareciera tener fundamento la comprobación de que los aspectos contenciosos relacionados con la propiedad, las deudas y las confiscaciones, revelan la materialidad del nexo colonial, y el cómo esta realidad se sobreponía a la trascendencia de la contienda política y militar y a sus proyecciones ideológicas.

7.- Cabe preguntarse si la negociación del reconocimiento de la Independencia de Venezuela se desarrolló tomando en consideración el hecho de que desde la exitosa invasión de la Nueva Granada, previa a los efectos legitimadores de la Ley Fundamental de Colombia, promulgada el 17 de diciembre de 1819, se habían dado las condiciones políticas y militares para que cambiara el carácter de la contienda, tanto en lo militar como en lo político. Así lo interpretó Caracciolo Parra Pérez: ….”Guerra civil, social, o como quiera llamársela, guerra entre venezolanos, cobijados unos con la bandera de la Patria, otros con la del Rey, y que no vendrá a tomar cariz internacional, sino cuando los españoles entren a tratar de un armisticio, reconociendo con ello la beligerancia del ejército colombiano.” (Mariño y la Independencia de Venezuela, Vol. 1, p. 255). Efectivamente, el 25 de noviembre de 1920 fue firmado el Tratado de armisticio, que se abre en significativos términos conciliadores: “Deseando los Gobiernos de Colombia y de España transigir las discordias que existen entre ambos pueblos; y considerando que el primero y más importante paso para llegar a tan feliz término es suspender recíprocamente las armas para poderse entender y explicar”…. A este Tratado le acompañó el denominado de regularización de la guerra, cuyo extraordinario alcance humanitario es al mismo tiempo un crudo reconocimiento de la pasada barbarie: “Deseando los Gobiernos de Colombia y de España manifestar al mundo el horror con que ven la guerra de exterminio que ha devastado hasta ahora estos territorios convirtiéndolos en un teatro de sangre; y deseando aprovechar el primer momento de calma que se presenta para regularizar la guerra que existe entre ambos Gobiernos, conforme a las leyes de las naciones cultas y a los principios más liberales y filantrópicos, han convenido….Art. 1º La guerra entre Colombia y España se hará como la hacen los pueblos civilizados”….. Tuve ocasión de conversar con el Dr. Caracciolo Parra Pérez sobre su interpretación de estos tratados, sometiendo a su consideración la posibilidad de que pudiesen ser interpretados como una suerte de pre reconocimiento de la Independencia, puesto que no cabía negociar con súbditos rebeldes en otros términos que no fuesen el sometimiento a la autoridad real y la apelación a la gracia del Rey (por lo mismo, nuestro Rey).

8.- En octavo lugar, debo felicitarlos y felicitarnos por una circunstancia de la que seguramente Uds. no están conscientes. Tal parece que nos hallamos en vísperas de la definitiva declaración de independencia, a juzgar por la historiografía seudo socialista. En lo que me concierne, tal parece que se me ha aclarado súbita, si no portentosamente, una duda. Es la siguiente: La desestimación de la declaración de independencia formulada por los conjurados de La Guaira, en 1797, se ha justificado por la inclusión de éstos en los denominados precursores de la Independencia, compartiendo honores con personajes semejantes a ellos, según el Considerando del Decreto No. 7.375 del Presidente Hugo Chávez Frías, que reza: “Que el pensamiento universal de Simón Bolívar “El Libertador” y del “Generalísimo” Francisco de Miranda, precursores de nuestra Independencia [subrayado por G.C.D.], representan la base ideológica de la Revolución Bolivariana, y en consecuencia su archivo contiene la documentación fundamental de su legado revolucionario y liberador para los pueblos de Nuestra América y el Mundo.” (Gaceta Oficial de la República Bolivariana de Venezuela. Caracas, 13 de abril de 2010, No. 39.402). ¿Estamos, por consiguiente en vísperas de la definitiva declaración de Independencia? Uds. dirán.

9.- En noveno lugar: incidentalmente vale la pena observar que la directa y expresa declaración de nuestra independencia está asociada con la constitución de una realidad histórica que las historiografías patria y nacional venezolana desdeñan, si no pretenden ignorarla: la República de Colombia; es decir nuestra más trascendental creación geopolítica, que fue clave para el logro y la consolidación de nuestra Independencia. ¿Por qué? Dejo la respuesta a Ustedes.

Conclusión:

Pareciera que, al menos en alguna ocasión, más valdría dejar tranquila la Historia.

Caracas, mayo de 2011
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Nuevo libro: ‘Trabajos sobre la Guerra del Pacífico y otros ensayos sobre Historiografía Peruanas’

El Director del Instituto Riva-Agüero de la PUCP, el Presidente de la Asociación de Funcionarios del Servicio Diplomático del Perú y el Presidente de la Fundación M.J. Bustamante de la Fuente, tienen el agrado de invitar a usted a la presentación del libro Trabajos sobre la Guerra del Pacífico y otros estudios de Historia e Historiografía Peruanas, de Hugo Pereyra Plasencia, el próximo jueves 16 de junio a las 7:00 p.m. en el local del Instituto. (Jirón Camaná 459, Lima 1)

Este libro es la reunión de un conjunto de ensayos históricos elaborados por el destacado historiador y diplomático Hugo Pereyra Plasencia, casi todos relacionados al tema de la compleja relación con Chile y Bolivia en el siglo XIX. Los trabajos desarrollados abarcan diversas aristas en relación a la participación peruana en la Guerra del Pacífico, siendo el texto más detallado el referido a la labor de nuestra diplomacia al inicio y al fin del conflicto. El libro incluye, además, trabajos sobre otros temas de historiografía peruana, ensayos sobre la Confederación Perú-boliviana y la obra del historiador Jorge Basadre.

En la ceremonia intervendrán los profesores Margarita Guerra, Antonio Zapata y Daniel Parodi. José de la Puente Brunke, José Antonio Meier y Manuel Bustamante agradecen por anticipado su gentil asistencia. Mayores informes al teléfono 626-6600 anexo 6600 – 6601-6602 o a los correos electrónicos ira@pucp.edu.pe o dira@pucp.edu.pe. Visite vuestra página web e infórmese: http://ira.pucp.edu.pe

Hugo Pereyra Plasencia (Lima, 1958) es licenciado y magíster en Historia por la Pontificia Universidad Católica del Perú y licenciado en Relaciones Internacionales por la Academia Diplomática del Perú (ADP). Es Ministro en el Servicio Diplomático de la República, vinculado al Instituto Riva-Agüero desde hace más de treinta años. Recientemente ha publicado los libros Andrés A. Cáceres y la Campaña de la Breña (1882-1883) y Manuel Gonzáles Prada y el Radicalismo peruano: una aproximación a partir de fuentes periodísticas de tiempos el segundo militarismo (1884-1885). Ha publicado también artículos vinculados a la historia peruana, con énfasis en los siglos XVI y XVII. Sigue leyendo

Nota sobre iglesias desaparecidas en Lima


Iglesia de los Desamparados en el siglo XIX (archivo Courret)

En los últimos días, hemos hecho un breve recuento de algunas iglesias o templos que, si bien no han sido víctimas de demoliciones, permanecen cerradas o son casi inexistentes para los limeños. Sin embargo, pocos limeños saben que hace muchos años, en el centro histórico de nuestra ciudad, existían las iglesias de Desamparados, Encarnación, Betlemitas, Santa Rosa de Viterbo, Caridad, Belén, San Diego, Baratillo, Guadalupe, Santa Teresa o San Ildefonso. Esos templos, lamentablemente, desaparecieron y solo los conocemos por algunos relatos o fotografías antiguas. En la mayor parte de los casos, fueron un “estorbo” para la modernidad o la expansión urbana de Lima.

La iglesia de Nuestra Señora de los Desamparados, por ejemplo, fue demolida en 1939 para dar paso al jardín posterior del actual Palacio de Gobierno. Fue fundada a finales del siglo XVII, durante el gobierno del virrey Conde de Lemos. Su primera piedra se colocó en 1669, perteneció a los jesuitas y la construcción quedó a cargo del alarife Manuel de Escobar; el padre jesuita Francisco del Castillo fue su principal impulsor. En su altar había una réplica, hecha en Lima, de Nuestra Señora de los Desamparados con el Señor de la Agonía; al costado del templo se ubicaba una casa profesa de los jesuitas y un Colegio de Niños. Nada pudieron hacer los conservacionistas de la época para impedir su demolición. En compensación, el estado peruano entregó a los jesuitas un terreno y levantó una nueva Iglesia en la avenida Venezuela, cuadra 12, Chacra Colorada (Breña).

Similar suerte corrieron las iglesias de La Caridad (demolida a principios del siglo XX para construir el Palacio Legislativo en la Plaza Bolívar), Belén (en el terreno donde hoy funciona un mercado de artículos informáticos, al final de la avenida Bolivia, junto al Edificio Rímac), San Ildefonso (iglesia y convento donde están hoy las dos primeras cuadras del jirón Andahuaylas), de La Encarnación (en la Plaza San Martín), de Guadalupe (a la altura del actual Palacio de Justicia), del Baratillo (capilla donde actualmente se ubica el mercado del mismo nombre, en el Rímac) o Santa Teresa (que voló para dar paso la ampliación de la avenida Abancay, cruce con el jirón Puno).


Panorámica de la Iglesia de Belén, cuando se demolió el Panóptico en la década de 1960

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Iglesia y Beaterio del Patrocinio de María


Iglesia del Patrocinio en fotografía de inicios del siglo XX

A raíz del terremoto de 1687, unas piadosas mujeres del barrio decidieron formar un beaterio para que, con sus oraciones y mortificaciones, se apiadase la Justicia Divina. Ubicado en la Alameda de los Descalzos, el beaterio se construyó en 1688, bajo la regla de terceras dominicas y bajo los auspicios del licenciado filipino Luis francisco Villagómez; el lugar fue santificado por el entonces fray Juan Macías, hoy santo dominico. Pocas noticias se tienen sobre el proceso de construcción del edificio. Se sabe, por ejemplo, que, poco a poco, se agrandó el recinto y que la gran cúpula que lo corona fue el esquema favorito de los monasterios cuzqueños como Santa Clara, Santa Teresa o Santa Catalina, todos del siglo XVII, al igual que la cúpula de madera sobre el presbiterio, no en el crucero. El interior, que data de la primera mitad del XVIII, es de una sola nave, muy sobria, con muros de adobe y cornisa dentada. Por esa misma época (1734) se culminó la portada, diseñada por Juan José de Asper. El terremoto de 1746 no dañó mucho la iglesia; por ello, se reabrió en 1754. Así trascurrió el tiempo hasta que, en 1913, el Patrocinio fue escogido para recibir a las madres de Santa Rosa de Huesca, misioneras que se iban a dedicar al apostolado en su prefectura apostólica de Santo Domingo del Urubamba y Madre de Dios. El Beaterio sufría entonces de relajación y falta de vida regular. El obispo dispuso que todas se sometieran a las reglas y constituciones de las madres de Huesca y, el 2 de febrero de 1914, nombró a la madre Ascensión superiora responsable. Sin embargo, la reacción de las hermanas peruanas fue muy enérgica y se procedió a organizar la elección: el 1 de abril fue elegida para el cargo de priora por la comunidad del Patrocinio por una mayoría de votos muy grande.

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Coloquio Internacional sobre Francisco de Zela

SE CONMEMORA EL BICENTENARIO DEL GRITO DE LIBERTAD DEL PRÓCER ZELA EN TACNA CON COLOQUIO INTERNACIONAL

Con ocasión de conmemorarse los doscientos años del primer grito de libertad del Prócer Francisco Antonio de Zela y Arizaga, el 20 de junio de 1811 en Tacna, se anuncia la realización del coloquio “Francisco Antonio de Zela y la primera insurrección autonomista en el virreinato del Perú, 1811”. Este evento académico se realizará del 6 al 8 de junio de 2011 en Lima, y es organizado por la Comisión Nacional del Bicentenario del Grito de Libertad dado por don Francisco Antonio de Zela y Arizaga en Tacna, junto con el Instituto Riva-Agüero de la Pontificia Universidad Católica del Perú y cuenta con la colaboración del Banco Central de Reserva del Perú, el Ministerio de Educación, el Fondo Editorial del Congreso de la República y la Gran Logia Masónica.

El coloquio será inaugurado el lunes 6 de junio a las 7 p.m. en la Sala Miguel Grau del Congreso de la República y continuará los días martes 7 y miércoles 8 de junio a la misma hora, en la sede del Instituto Riva Agüero de la PUCP (Jirón Camaná 459, Lima 1). Durante tres días, connotadas personalidades del mundo académico se reunirán para disertar sobre el proceso independentista, la vida del Prócer Francisco Antonio de Zela, y el hito histórico que constituyó la rebelión liderada por él en Tacna a inicios del siglo XIX. Para esta cita, ha sido especialmente invitado el historiador latinoamericanista David A. Brading, profesor de la Universidad de Cambridge, Gran Bretaña, quién también llega a Lima para presentar su libro de homenaje al patriota criollo Profecía y Patria en la historia del Perú, publicado por el Fondo Editorial del Congreso de la República.

El historiador Teodoro Hampe-Martínez, destaca que “en 1811, el pueblo de San Pedro de Tacna fue escenario de una rebelión inédita; una alianza entre criollos e indígenas expresaba por primera vez en el Perú, bajo manifestaciones fidelistas, exigencias de cambio a España. Gracias a la coyuntura favorable originada en el avance de tropas rioplatenses al Alto Perú, un grupo de insurrectos, encabezado por Francisco Antonio de Zela, tomó en Tacna brevemente el poder. A pesar del revés sufrido, este movimiento se entiende como la primera rebelión criolla de alcance regional en el país, manifestación de la progresiva convicción a favor de la Independencia”.

El evento académico también contará con la presencia de representantes de diversas instituciones nacionales como el congresista César Zumaeta, Presidente del Congreso de la República; el congresista Guido Lombardi, Presidente de la Comisión Nacional del Bicentenario del Grito de Libertad de Francisco Antonio de Zela, el congresista Víctor Andrés García Belaunde, Presidente de la Comisión Especial de los Actos conmemorativos para el Bicentenario de la Independencia del Perú, el señor Tito Chocano Olivera, Presidente del Gobierno Regional de Tacna; el Dr. José de la Puente Brunke, Director del Instituto Riva Agüero de la PUCP; el Dr. Armando Nieto Vélez, S.J., de la Academia Nacional de Historia; la Lic. Renata Teodori, representante del Ministerio de Educación; los vicerrectores de la Pontificia Universidad Católica del Perú, Dra. Pepi Patrón y Dr. Efraín Gonzáles de Olarte, y la Lic. Augusta Alfageme del Banco Central de Reserva del Perú.

Como se sabe, el Presidente de Perú promulgó la ley 29543, que “Declara de Interés Nacional la Conmemoración del Bicentenario del Grito de Libertad dado por don Francisco Antonio De Zela y Arizaga en Tacna” por lo que durante el 2011 se llevarán a cabo en todo el Perú diversos actos celebratorios por los doscientos años de la gesta libertaria del Prócer Zela.

Para mayores informes, favor de comunicarse con la
Comisión Nacional del Bicentenario del Grito de Libertad dado por don Francisco Antonio de Zela y Arizaga, en Tacna
Congreso de la República
Jírón Junín 330, Lima 1
311- 7777 (anexo 4417, 4407)
Correo electrónico: brecavarren@congreso.gob.pe

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La Ermita de Barranco


La Ermita y el Puente de los Suspiros en 1906

Cuenta la tradición, recogida por Juan de Arona, que esta iglesia era una sencilla capilla a la que acudían humildes pescadores y viajeros; su origen se confunde con la leyenda que dio origen a Barranco. ¿Cómo es la historia? Cuentan que, en el siglo XVIII, cierta vez salió un grupo de pescadores a cumplir con su faena pero, como era invierno y la neblina cubría todo el litoral, se desorientaron y se quedaron perdidos varias horas hasta que, a lo lejos, vieron una “luz” resplandeciente a la que se dirigieron logrando llegar a la orilla y salvarse. Al acercarse al lugar donde se originó aquella luz que los había guiado, vieron que se trataba de una cruz. Desde aquella vez, se convirtió en lugar de romería. La capilla primitiva fue erigida en adobe y quincha a mediados del siglo XVIII, gracias al benefactor Caicedo, un panadero cuya esposa era devota a la cruz que allí se veneraba.

Durante la Guerra del Pacífico, fue saqueada e incendiada por el ejército invasor; era el 14 de enero de 1881. Cuenta José Antonio del Busto: Siempre se escuchó, como algo sabido por muchos, que la ocupación de Barranco ocurrió entre las 7 y las 9 de la mañana, procediendo inmediatamente los chilenos a saquear la población. Hecho el robo, comenzó el incendio. Recién entonces los invasores repararon en la ermita. Su puerta fue rota con hachas, luego entró la soldadesca en busca del botín. No encontró –aparte del cáliz, el copón y la custodia- nada de especial valor. Defraudados los saqueadores trajeron leña y la apilaron contra los altares, brotó la chispa maldita y el holocausto empezó. Al momento del crepúsculo la ermita ardía, reverberaba. A las 8 de la noche el incendio del santuario continuaba y sus llamas producían un extraño fulgor. Una hora después se desplomó el techo y entonces los resplandores amenguaron por predominar las chispas y el humo. Así transcurrió el resto de la noche… Al siguiente amanecer la vieja Ermita era sólo un conjunto de muros ennegrecidos y vigas carbonizadas con algo de humo que subía con pesadez. De los altares e imágenes nada se pudo salvar. Con el retablo mayor se quemó la imagen del Santocristo de Barranco, escultura nada notable pero que representaba al Crucificado de la aparición fundacional. Todo estaba consumado.

Meses después, en 1882, fue reedificada por el capellán Manuel de la Fuente Chávez, gracias a diferentes donaciones y colectas públicas. Se levantaron los muros, el cuerpo y los brazos del nuevo templo. Así, estando la iglesia terminada, el ahora presbítero De la Fuente y la población barranquina pidieron, en 1900, que la iglesia sea convertida en parroquia independiente de la de Surco y de la vice-parroquia de Chorrillos. El Arzobispo aceptó la petición y el 12 de diciembre de 1903, el presbítero De la Fuente fue investido primer cura párroco de la nueva parroquia de la Santísima Cruz de Barranco. El párroco murió en 1913 y, según algunos testigos, en olor de santidad; tras su fallecimiento, se le atribuyeron predicciones y milagros. Le sucedió el padre Santiago roca, párroco entre 1914 y 1937 quien, según dicen, también falleció en olor de santidad. Cuando hubo el terremoto de 1940, la vieja Ermita quedó afectada, y se comenzó a considerar la necesidad de trasladar la parroquia a un nuevo emplazamiento que permitiera edificar una iglesia mucho más grande. Fue así como, en 1942, se solicitó al Arzobispado que autorice el proyecto de un nuevo templo parroquial en la plaza municipal. La nueva iglesia quedó lista y consagrada el 1 de junio de 1963 por el arzobispo Juan Landázuri. Actualmente, la Ermita, ubicada en la Bajada de los Baños, se encuentra en proceso de deterioro, por lo que la propuesta es parte de un proyecto ambicioso de conservación que incluye al espacio público circundante y el rescate de las zonas invadidas del conjunto religioso.

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