Archivo por meses: marzo 2014

Breve nota sobre el ‘quechua’

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Fuente: CERRÓN PALOMINO, Rodolfo. Linguística Quechua. Cuzco: Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolomé de las Casas.1987.

Cuando los Incas salieron del Collao y llegaron al Cuzco, en los tiempos míticos de Manco Cápac, su lengua era el puquina, hoy ya desaparecida, y que se hablaba desde el la zona del Altiplano hasta los actuales departamentos del sur del Perú y el norte de Chile. En el Cuzco, los Incas se familiarizaron con el aymara y lo adoptaron como lengua hasta los tiempos de Huiracocha. Ya con Pachacútec, con la necesidad de la expansión militar, las relaciones comerciales y la construcción del Tahuantinsuyo, se apropiaron del “runa simi” o quechua, lengua que ya se encontraba extendida por la región del Chinchaysuyo, acaso desde la época del imperio Wari, según algunos lingüistas.

¿Dónde empezó la difusión del quechua más antiguo? De acuerdo a las más recientes investigaciones, se habría originado en la costa y sierra centrales del Perú, concretamente en el departamento de Lima, debido a que en la costa central y en sus serranías inmediatas es donde se ha registrado la mayor diversidad del quechua. Los lingüistas Alfredo Torero y Rodolfo Cerrón Palomino coinciden en ubicar en la sierra de Lima el origen más remoto de la lengua “oficial” del País de los Incas. De lo que sí están de acuerdo todos los especialistas es que el quechua llegó tardíamente al Cuzco y que no se originó allí.

El quechua es una gran familia formada por diversas lenguas que se hablan actualmente en Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Argentina. Sin embargo, solo en el Perú alberga representantes de sus dos grandes ramas: el quechua I o huaihuash y el quechua II o yungay (el primero de estos sería el heredero del que encontraron los Incas en la extensa región del Chinchaysuyo). El quechua que se habla en los demás países andinos corresponde al quechua II, que es el que se diseminó en una geografía más amplia debido no solo a la expansión del Tahuantinsuyo sino también a la prédica de los misioneros durante los tiempos del Virreinato. El quechua I, también llamado “central” es el que presenta mayor concentración geográfica. Se habla en los departamentos de Ancash, Lima, Pasco, Huánuco y Junín; su límite al sur es el valle del Mantaro, en la frontera con el departamento de Huancavelica, donde ya se empieza a hablar el quechua II; el límite norte del quechua I está marcado por el “Callejón de Conchucos”, departamento de Ancash. El quechua II se habla no solo en la sierra sur (Huancavelica, Ayacucho, Apurímac, Cuzco, Puno y Arequipa) sino también en la sierra de Ica, parte de Madre de Dios y en buena parte del norte del territorio peruano, como Lambayeque, Cajamarca, Amazonas, Loreto y San Martín.

Además de estas dos grandes divisiones de la familia quechua, los especialistas han encontrado que también se pueden separar ramas menores según la afinidad de las características gramaticales que se aprecian en las distintas formas de hablar. Por ejemplo, hay diferencias entre el quechua I que se habla en el valle del Mantaro y el de la zona de Conchucos. Del mismo modo, hay divergencias entre el quechua II de Ayacucho y Cuzco, y, más radical aún, entre éstos y los que se hablan en la sierra norte peruana.

Por último, habría que añadir que el quechua es una “lengua sufijante”, es decir, que a una raíz le podemos añadir una serie de elementos con significado propio, los morfemas, para formar palabras cada vez más precisas y complejas. Esos morfemas, al ubicarse después de la raíz, se llaman sufijos y de allí la definición de “lengua sufijante”. Veamos un ejemplo:

wasi “casa”
wasicha “casita”
wasichayki “tu   casita”
wasichaykimanta “desde   tu casita”
wasichaykimantalla “desde   tu casita nomás”

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Los quipus: breve nota

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Si hubo un tema que impresionó a los europeos que llegaron a los Andes en el siglo XVI, fue el nivel de organización que alcanzó el Tahuantinsuyo, amparado por un cuidadoso sistema administrativo que funcionaba a la perfección, a pesar de no contar los Incas con un sistema de escritura, base de cualquier burocracia moderna. En este sentido, jugó un papel primordial la implementación de un sistema de registro llamado quipu, que eran unos cordeles o cuerdas anudadas en formas significativas.

Técnicamente, el quipu es un conjunto de cuerdas torcidas de lana o algodón, de uno o varios colores, que penden de un cordón transversal, en las cuales se efectúan una serie de nudos de forma y tamaño diversos que, en principio, forman el registro numeral de los objetos contabilizados. En resumen, a nivel descriptivo, los componentes de un quipu son: cordón principal; cuerdas colgantes; cuerdas subsidiarias; y nudos. No hay uniformidad en la longitud del quipu ni en el grosor de sus cuerdas.

La primera noticia acerca de estas cuerdas con nudos la dio Hernando Pizarro en una carta dirigida a la Audiencia de Panamá en 1533: “A estos pueblos del camino vienen a servir todos los caciques comarcanos: cuando pasa la gente de guerra, tienen depósitos de leña y maíz y de todo lo demás. Cuentan por unos nudos en unas cuerdas de lo que cada caique ha traído. Y Cuando nos habían de traer algunas cargas de leña u ovejas o maíz o chicha, quitaban de los nudos de los que lo tenían a cargo, y anudábanlo en otra parte; de manera que en todo tienen muy grande cuenta y razón”.

El manejo de los quipus era dominio de unos expertos “contadores” llamados quipucamayos, quienes llevaban las cuentas del estado en todo lo que se refería a lo almacenado en las colcas, el número de rebaños, el movimiento de tropas o las poblaciones que se dirigían a la mita.  Los cronistas cuentan que estos funcionarios se formaban en escuelas especiales y laboraban en todos los niveles de la administración, desde la ciudad del Cuzco hasta el ámbito local o provincial. Los quipus no sucumbieron como sistema de contabilidad y registro tras la invasión del Tahuantinsuyo. Se cuenta, por ejemplo, que, hasta inicios del siglo XX, los ganaderos de Cajamarca contaban sus rebaños con el ancestral sistema de quipus.

Los cordones anudados han servido como elementos mnemotécnicos tanto en los Andes como en otras regiones de América y su antigüedad, según algunos estudios, sería preincaica. No conocemos, de otro lado, en qué momento de la historia del Tahuantinsuyo su uso se generalizó, aunque es lógico suponer que fue a partir del gobierno de Pachacútec. El quipu fue, sobretodo, un registro estadístico. Sin embargo, algunos cronistas, como Miguel Cabello de Valboa, Pedro Cieza de León o José de Acosta, aseguran que también era un medio recordatorio de ideas y relaciones, es decir, un archivo de sucesos o de hechos históricos. En lo que sí hay consenso entre los cronistas es que en los tiempos del Inca fueron contabilizados todos los recursos, tanto los naturales como los manufacturados, y que se llevaba un registro minucioso de los mismos. De otro lado, uno de sus usos más frecuentes fue el de establecer censos de personas y familias, pues los señores del Cuzco establecieron una clasificación decimal de todas sus unidades administrativas. Sabemos, por ejemplo, que todos los habitantes hábiles del Imperio fueron agrupados en diversas “circunscripciones”, como pachaca camayoy (unidades de cien familias), huaranga camayoc (unidades de mil familias) y hunu camayoc (unidades de diez mil familias). No cabe duda que para este tipo de conteo el quipu era fundamental.

 

 

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¿Qué fue Machu Picchu? Algunos comentarios

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Fuente: eatours.com

Las famosas ruinas que hoy conocemos como “Machu Picchu” se llaman así porque el guía, Melchor Arteaga, le dijo a Hiram Bingham que había unos restos arqueológicos en el cerro de Machu Picchu. Como sabemos, Arteaga era arrendatario de las tierras de Mandor en 1911 y fue él quien le informó al explorador norteamericano sobre la existencia del sitio. Bingham, por lo tanto, no encontró otro nombre para las ruinas y divulgó el de Machu Picchu en todas sus cartas y publicaciones.

Queda claro que Machu Picchu es el nombre del cerro donde se ubican las ruinas. Melchor Arteaga, como muchos de los lugareños, sabía de la existencia de otras ruinas en el cerro de Huayna Picchu, y quiso distinguirlas. Sabido es que en la zona del Cuzco, a menudo se diferencia entre dos cerros vinculados uno al otro, llamando al más grande machu, que quiere decir viejo, y al más pequeño wayna, que significa joven. Como dice John Rowe, “en el caso que nos interesa, el nombre común de los dos cerros, y entonces para la mole que los dos constituyen, es, pues, Picchu”.

A principios de los años sesenta, el antropólogo Luis E. Valcárcel abrió el derrotero a la investigación moderna de Machu Picchu. Aseguró que el inca Pachacútec fue el responsable de su construcción y que el sitio arqueológico fue concebido como un centro sagrado imperial y que siguió funcionando hasta el final de la resistencia de los Incas de Vilcabamba. En este sentido, Manco Inca y sus sucesores lograron mantener el secreto la ciudadela, que habría perdido ya toda significación luego del ajusticiamiento de Túpac Amaru I por el virrey Toledo en 1572.

Los cronistas de los siglos XVI y XVII no mencionaron para nada la existencia de Machu Picchu. Esto ha sido aprovechado para crear todo un misterio respecto a las ruinas, en el sentido de que los españoles nunca supieron de su existencia. Tampoco hay referencias en las crónicas acerca de restos incaicos en todo el valle del río Urumbamba, desde Ollantaytambo hacia abajo, a pesar de que sabemos la existencia de varias ruinas muy interesantes, como el caso de Patallacta, en Cusichaca, que tiene casi tantas construcciones como Machu Picchu.

Pero las crónicas no son los únicos documentos que nos ayudan a comprender la historia de los incas ni los acontecimientos que sucedieron en los Andes después de la captura del inca Atahualpa. Hay otros testimonios escritos, públicos y particulares, en el que el sitio arqueológico aparece con el nombre de Picchu (o Piccho o Picho). Al menos, dos documentos del siglo XVI mencionan el lugar descubierto por Hiram Bingham.

Uno es la relación que escribió Diego Rodríguez de Figueroa cuando visitó al tercer inca de Vilcabamba, Titu Cusi Yupanqui, en 1565. En el texto, Rodríguez narra que entró a la tierra del Inca cruzando el puente Chuquichaca, cerca del actual pueblo de Challay, el 6 de mayo del año ya citado. Esa noche durmió en Picho, ubicado en o cerca del camino que iba desde Condomarca a Tambo, el actual Ollantaytambo. El pueblo de Condomarca, por su lado, estuvo en la ribera del río Vitcos, el actual río Vilcabamba, cerca de su desembocadura en el Urubamba. Esta “relación” de Diego Rodríguez fue publicada en 1910 por Richard Pietschmann y Bingham la conoció y al citó en un estudio sobre Vitcos en 1912, pero se le escapó la referencia a Picchu. Asimismo, sabemos que Picchu o Picho fue parte del repartimiento de Calca, Tambo y Amaybamba, que se encomendó, primero, a Hernando Pizarro y, luego, a Arias Maldonado. El vínculo de Picchu en este repartimiento aparece en la provisión del virrey Diego López de Zúñiga, el Conde de Nieva, de 1562; el documento fue publicado en 1906. No cabe duda, entonces que, en el siglo XVI, los españoles sabían de la existencia del lugar.

Hace unos años, los historiadores Luis Miguel Glave y María Isabel Remy, en un estudio que realizaron sobre Ollantaytambo, descubrieron, en el Archivo Departamental del Cuzco, un documento que habla del “pueblo de Picho” y de los curacas del lugar. El manuscrito fue realizado en 1790 ó 1791 pero era una copia de un original de 1568. Según la investigación, la cadena de copias refleja el interés de los frailes agustinos del Cuzco por las tierras de las zonas, pues el documento, originalmente, estuvo guardado en el Convento de San Agustín. Glave y Remy concluyen, acertadamente, que este pueblo de Picho “no era otro que el actual Machu Pichu”.

El texto del documento brinda datos muy valiosos sobre la ocupación de la zona de Machu Picchu por los Incas, pues contiene una lista de las tierras cultivadas por la elite cuzqueña en la quebrada del Urubamba, entre Ollantaytambo y Chaullay. En primer lugar, informa que el territorio fue conquistado por el inca Pachacútec, quien se “adjudicó” la mayor parte de de los terrenos. Sus hijos, Mama Ocllo y Túpac Inca, tuvieron terrenos en Piscobamba, entre Ollantaytambo y Torontoy. El documento señala, además, que Pachacútec dio tierras en el valle de Tanca a los Chinchaysuyos. Probablemente, se trata de una referencia al ayllu de Chinchaysuyos, que fue uno de los cuatro ayllus de Ollantaytambo en la época del gobierno del virrey Francisco de Toledo.

Otros datos que aparecen en el documento de los agustinos nos indican el uso de estos terrenos después de la conquista. En la parte baja del valle, poco más arriba de Pomachaca, el curaca de Picchu cultivaba coca y tendría que ver con el tributo que exigían los españoles a los indios de la zona. También se menciona el caso de un español, Gabriel Xuárez, quien, en 1568, habría comprado las tierras de Quintemarca, que antes pertenecían al curaca de Ollantaytambo, Gonzalo Cusi Rimache. Xuárez debió viajar constantemente a la zona, y es muy probable que conociera el pueblo cuyas ruinas llamamos hoy Machu Picchu.

Pero lo que más nos interesa de esta información, es que todos los terrenos de la quebrada, desde Torontoy hacia abajo, aparecen como propiedad de Inga Yupangui, es decir, Pachacútec. Como anota John Rowe, “Si los terrenos del fondo de la quebrada pertenecieron a Inga Yupangui, es bastante probable que los sitios a mayor altura pero no muy lejos del río, como Machu Picchu, hayan formado parte de la hacienda real de inga Yupangui también. Machu Picchu forma parte de un complejo de sitios que incluye Chachabamba y Choquesuysuy en el fondo del valle”.

¿Por qué esta zona interesó tanto a Pachacútec? Sabemos que el fundador del Tahuantinsuyo tuvo una serie de “propiedades” o “dominios” rurales fuera del Cuzco, básicamente en el hermoso valle del Urubamba. Sus dos propiedades mejor conocidas fueron Pisac y Ollantaytambo, construidas al inicio de su reinado, y una suerte de tributo a los hechos más resaltantes hasta ese momento de su vida, como la victoria sobre los chancas. La siguiente hazaña habría sido la conquista de Vitcos, después de la campaña de Ollantaytambo. Pero, para llegar a Vitcos, siguió río abajo, penetrando necesariamente la quebrada de Picchu. Esta campaña también es reseñada por los cronistas Martín de Murúa y Miguel Cabello de Balboa.

La elección de esta ruta por el río se explica porque los chancas, a pesar de haber sido derrotados, no dejaron de ser una posible amenaza. Vitcos, por lo tanto, podría servirle a Pachacútec como base para atacarlos en el flanco, utilizando las rutas que luego sirvieron a Manco Inca para atacar a los españoles en las zonas de Andahuaylas y Ayacucho. El tema es que, en los años posteriores del Virreinato, hasta la última década del siglo XIX, la ruta preferida para llegar a Vitcos fue otra. Se subía de Ollantaytambo al abra de Panticalla (Málaga) para bajar hasta el valle de Amaybamba, ahora llamada Lucumayo, muy cerca de Chaullay, donde los incas construyeron el puente de Chuquichaca. Ya nadie quiso transitar por la ruta de Picchu, más difícil y accidentada. De esta manera, las ruinas quedaron, casi, en el “olvido”.

Regresando a Pachacútec, y teniendo en cuenta los casos de Ollantaytambo y Písac, es lógico suponer que el Inca tomó la quebrada de Picchu como su propiedad “particular” como recuerdo a su campaña de conquista a Vitcos. En suma, lo que es hoy Machu Picchu y todos los sitios arqueológicos aledaños formaron parte de la “hacienda real” de Pachacútec, con su propia mano de obra, yanaconas, y demás personal de servicios, como las acllas. Se asume que no contribuyeron con nada al estado ni recibieron nada de él. Sabemos, por ejemplo, que los yanaconas debían tener porciones de tierras que cultivaban para su sustento y, al mismo tiempo, debían cultivar otros terrenos en beneficio de su señor, en este caso de Pachacútec y su posterior descendencia o panaca. Esto explica la gran cantidad de andenes en la zona, no solo en el cerro de Machu Picchu, para ampliar el área disponible de tierras de cultivo.

La ciudadela de Machu Picchu tiene instalaciones apropiadas para la residencia del Inca y de su corte; sin embargo, la mayor parte de sus restos monumentales sugieren funciones religiosas, lo que explica la gran cantidad de entierros de mujeres, seguramente acllas, que encontró Hiram Bingham. Probablemente se trató de yurac acllas, mujeres escogidas en el linaje del inca. Estaban consagradas de por vida al servicio ritual del Sol, y debían permanecer vírgenes de por vida. Según algunos cronistas, una de ellas era considerada su esposa. Estas mujeres tenían una condición de privilegio y sus obligaciones consistían en la preparación de bebidas para las ceremonias religiosas y vigilarse entre ellas. El sitio, entonces, habría servido a Pachacútec organizar el culto al Sol, quien lo “ayudó” en sus primeras victorias. “La misma topografía del lugar, con sus peñas y picos cónicos, sus cuevas, vistas de nevados, y situación en una curva cerrada de un cañón impresionante, ofrece una combinación de elementos importantes para la religión de los incas. El sitio ha debido impresionar profundamente al organizador del culto reformado”, según John Rowe.

El carácter sagrado de Machu Picchu, en efecto, estaría avalado por la existencia de por lo menos 10 rocas de alto contenido ritual, entre las que se encuentra el famoso Intihuatana, cuta función como “reloj solar” es solo una especulación. Algunas de estas rocas se encuentran sobre o al lado de concavidades funerarias, en los patios, al interior de los edificios, sobre las plataformas de baja elevación o entre las paredes. Se destaca, por ejemplo, una gran piedra plana rodeada por una plataforma en su base, cuyo carácter ritual fue admitido por el propio Bingham. Machu Picchu sería el último, pero el más importante, recinto sagrado a lo largo de un camino que pasaba los santuarios “menores” de Runcu Raccay, Sayay Marka, phuyu Pata Marka y Wiñay Wayna. Por su tamaño, fue el asentamiento que tuvo más rocas sagradas y altares en su trazo, y su construcción se ajustó, se “adaptó” a esas rocas y afloramientos que marcaron un sentido de equilibrio y a la vez simbólico que tanto caracterizaron a la religión andina por su orientación “animista”, que daba contenido espiritual a los objetos inanimados.

Desde su construcción, alrededor de 1460, hasta su “desocupación” por los trastornos derivados de la invasión española, Machu Picchu debió tener un altísimo significado religioso. Sus rocas sagradas y sus cerros (apus) desempeñaron diversos roles por encontrarse en secciones específicas del sitio, sea en espacios abiertos o en el interior de recintos particulares. No debemos olvidar, además, el posible carácter astronómico de algunas de sus construcciones. En este caso, la estructura más conspicua es el “torreón”, cuya planta circular no es común en la arquitectura de los incas. En realidad, es único y se ubica sobre una cámara funeraria y rodea a una gran roca con la talla de un angosto canal o rayo que se relacionaría con la salida del sol o solsticio de junio. De otro lado, se halla junto a las 16 fuentes de agua que existen en el lugar. Todo esto merecería una investigación más seria, pero lo que sí habría que descartar de plano es alguna función militar del “torreón”.

El inca Pachacútec tuvo otras propiedades con mejor clima y de mayor rendimiento agrario, por lo que sus visitas a Machu Picchu debieron ser ocasionales, en los meses que deja de llover, como hoy lo hace la mayoría de los turistas. Asimismo, el escaso número de viviendas nos demuestra que la ciudadela tuvo una población permanente muy reducida, apenas la suficiente para su mantenimiento.

Las primeras conclusiones que podemos extraer es que el “pueblo de Picho”, como aparece en los documentos coloniales, no fue una instalación del Tahuantinsuyo o del Estado Inca sino una propiedad “particular” de Pachacuti Inga Yupangui o, simplemente, Pachacútec. Además, que fue un santuario mayor asociado a un conjunto de lugares sagrados situados a lo largo del camino que llega hasta la recientemente declarada “Maravilla del Mundo Moderno”. Una visión matizada tiene la antropóloga Ann Kendall, quien ha estudiado el valle del Cusichaca, donde se inicia el camino Inca. Según sus estudios, la zona era una gran “exportadora” de alimentos, con capacidad para abastecer a 100 mil personas al año, por lo que Machu Picchu era el centro de una región bien integrada al sistema de redistribución estatal: la provincia habría dejado grandes beneficios a Pachacútec y su descendencia.

Esto es lo que podemos decir, hasta hoy, sobre Machu Picchu, debido a que adolecemos de una investigación más profunda y científica del sitio. Se trata, nadie lo duda, de un lugar especial, maravilloso y mágico. Su belleza paisajística, por ejemplo, nunca va a decepcionar al viajero. Pero aún sabemos muy poco de la ciudadela, pues la arqueología cuzqueña últimamente ha estado más ocupada del turismo, es decir, de presentar mejor los monumentos incaicos al visitante. Esto sin mencionar que los guías turísticos narran historias que no tienen ningún asidero científico. No tenemos aún, por ejemplo, información sobre cómo se construyó ni las etapas de ese proceso; tampoco sobre el uso de muchas de sus instalaciones; varios de los nombres que le damos a los sectores de la ciudadela ni siquiera sabemos si fueron los originales. Cabe mencionar, además, que la mayoría de los objetos que se extrajeron de las ruinas, desde la época de Bingham, se hicieron solo para “limpiar” el lugar para que los turistas pudieran conocerlo. La presión del turismo, en suma, impide una investigación más profunda y seria de Machu Picchu.

 

 

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Notas sobre la historia del distrito de San Isidro

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El Country Club y sus alrededores en 1949 (Servicio Aerofotográfico Nacional)

Este distrito, para algunos el más elegante de Lima, donde apreciamos el histórico hotel Country Club, el enorme Club de Golf, el entrañable parque de El Olivar, algunos de los colegios más tradicionales de Lima (como el Belén o el Santa Úrsula), fastuosas residencias, modernos edificios residenciales, agitados centros empresariales y exclusivas tiendas tiene su germen en la antigua hacienda San Isidro, cuya casa, hoy restaurada y convertida en concurrido restaurante aún podemos admirar.

Los tiempos prehispánicos.- La historia del distrito de San Isidro se remonta a los tiempos prehispánicos y la muestra son las huacas de Huallamarca y Santa Cruz. En efecto, en el cruce de las avenidas El Rosario y Nicolás de Rivera el Viejo (altura de la cuadra 9 de la avenida Javier Prado Oeste), en el corazón de la zona residencial, contemplamos un imponente centro ceremonial de forma piramidal, la Huaca Huallamarca o “Pan de Azúcar” (nombre de una antigua hacienda del lugar). Se trata de un templo con entierros de una prolongada ocupación, desde el siglo III de nuestra era hasta la invasión de los incas en el siglo XV. “Marca” significa pueblo, lugar o comarca en quechua; “huallamarca” sería “el lugar o el pueblo de los huallas”. Cuando los incas llegaron al valle del Rímac, encontraron varios grupos étnicos provenientes de la sierra; los huallas vendrían a ser uno de ellos.

Como mencionábamos, se trata de un edificio piramidal formado por hasta cinco fases constructivas que se suceden una sobre la otra; la pirámide tiene unos 20 metros de alto. Fue construido en base al alineamiento y sucesión de pequeños adobes en forma de “granos de maíz”. Sus orígenes se relacionan con la cultura Lima y los pobladores de su entorno estaban asociados al cultivo de tierras regadas por el desaparecido río Huatita (afluente del Rímac). Los entierros y objetos encontrados en este sitio arqueológico son de enorme valor documental. Desde momias (la más representativa es la de una mujer con los cabellos más largos del Perú prehispánico) hasta tejidos, juguetes y ceramios asociados a la cultura Lima y a las influencias de Wari. Cabe destacar que en 1958 se rescataron 48 fardos en la cúspide de la pirámide y con este hallazgo se empezó a montar el actual museo de sitio.

En la segunda mitad del siglo XX, la Municipalidad del distrito, con el asesoramiento del arqueólogo Arturo Jiménez Borja, quiso salvar Huallamarca de la destrucción debido al crecimiento inmobiliario de la zona. De esta manera, se conservó el yacimiento y se “reconstruyó” para que el visitante pudiera observar cómo pudo haber sido su aspecto original. Este método, influenciado por las corrientes de “puesta en valor” de México o Europa de aquellos años y muy opinable para los “puristas” nos permite ver la impresionante rampa y perfectas plataformas que luce hoy Huallamarca y que, en realidad, no representan al aspecto que tuvo en su tiempo. Hoy en día, las convenciones de la UNESCO y las tendencias de la nueva arqueología están reñidas con este tipo de reconstrucciones “idealizadas” (caso semejante vemos en Puruchuco, con la mano también de Jiménez Borja).

La Huaca Santa Cruz también está ubicada en lo que era el valle del Huatica, en la tercera cuadra de la actual avenida Belén. Pertenece a la época del señorío Ichma, que data de los años 1.000 al 1.500 d.C. Se trata de una pequeña plataforma construida por muros de tapia; en su cima se pueden apreciar recintos cuadrangulares y algunos patios. Según los trabajos arqueológicos, fue un centro administrativo, de rasgos palaciegos, y contiene un pequeño cementerio de la época inca con más de 100 tumbas. Se conectaba con la huaca Pucllana mediante un camino y un sistema de canales. Un gran estanque existía al Este de la huaca; se llama también “Huaca Santa María de Santa Cruz”.

En los últimos años, arqueólogos iniciaron el proceso de limpieza en esta huaca para ponerla en valor. Concretamente, se ha retirado el material que colapsó con la destrucción del sitio arqueológico a partir de la década de 1940. Lamentablemente, en Santa Cruz, sólo se dejaron las estructuras más “relevantes” y hoy el sitio parece arrinconado junto a la Residencial Santa Cruz. Sin embargo, un par de hechos recientes colocaron a esta huaca en el centro de la noticia: El primero ocurrió hace tres años, cuando se encontró en fardo funerario de 400 años de historia. La momia, de unos 60 centímetros, presenta un cuerpo en forma de galleta, atado de pies y manos, tendido en forma vertical y sobre una plataforma rocosa; seguramente, se le rindió culto el día de su muerte en ese lugar. Una sonrisa maquiavélica asoma mostrando enormes dientes. La directora del Museo de Huallamarca, Lydia Casas, dijo: Esta momia sería la primera de una serie de fardos que se podrían encontrar en esta huaca. Este hallazgo no fue casual, ya que en la zona antes se enterraban muertos. No descartamos que se descubran más restos.

El segundo hecho tiene que ver con el hallazgo de momias republicanas. Arqueólogos hallaron en esta huaca una momia que corresponde a un culí del siglo XIX. El cuerpo, envuelto en tela, fue encontrado a 20 centímetros de profundidad; todavía se desconoce la edad de este trabajador chino. ¿Por qué un chino sería enterrado en una huaca? En la época republicana, muchas personas de origen extranjero eran enterradas en las huacas prehispánicas al escasear cementerios para no católicos. Por ejemplo, los culíes chinos, cuando morían en las haciendas, eran enterrados en estos lugares considerados “sagrados” y no en las iglesias o cementerios cercanos. Es el caso, por ejemplo, de la Huaca Panteón Chino, entre las calles Río Moche y Río Huaura, en Pueblo Libre, y hoy rodeada de viviendas. Respecto al hallazgo de la momia del culí, la arqueóloga Lyda Casas comentó: Es probable que el entierro en estas condiciones haya sido por una necesidad. Las poblaciones que trabajaban en un sitio desconocido y fallecen antes de insertarse en la sociedad, son enterradas en los sitios disponibles que consideran sagrado, o en los que por lo menos no serían vulnerados.

Los tiempos virreinales.- Luego de la conquista española y de la fundación de Lima, las autoridades le otorgaron la tierra de los huallas a Antonio de Rivera, vecino de la ciudad, quien trajera de España, en 1560, semillas de aceituna desde Sevilla. Luego, toda el área fue tomada por los padres dominicos, quienes formaron una próspera hacienda en estas tierras y siguieron con las plantaciones de olivos (se cuenta que San Martín de Porres plantó en la zona un olivo).

La hacienda luego pasaría por varias manos hasta que, en 1777, fue adquirida por Isidoro Cortázar de Abarca, nombrado Conde de San Isidro. Desde entonces, la hacienda se conoció como Hacienda San Isidro, bajo la advocación de San Isidro Labrador. Había, dicen, 2 mil olivos en El Olivar. La III Condesa de San Isidro y su primer esposo don Jerónimo de Angulo, tuvieron una sola hija, llamada doña María del Carmen de Angulo y Gutiérrez de Cossío. Al enviudar la madre y casar por segunda vez con su referido primo don Isidro de Abarca, al mismo tiempo casó a su hija adolescente con el hermano de aquel, llamado don Joaquín de Abarca y Gutiérrez de Cossío. Al morir doña Rosa María, la heredó como IV condesa de San Isidro -y propietaria de la hacienda- su mencionada hija María del Carmen de Angulo, quien al enviudar de su primer esposo (y tío) casó a comienzos del siglo XIX con don Luis Manuel de Albo y Cavada. No tuvo hijos con ninguno de sus dos esposos. Don Luis Manuel de Albo heredó la hacienda de San Isidro de su mujer y falleció antes de la Independencia, dejando la propiedad a su hermano don José Antonio de Albo y Cavada. La propiedad era un bien libre no atado al título condal de San Isidro, pero el mayorazgo de dichos condes tenía impuesto sobre ella un capital de 20,000 pesos colocados a censo (una especie de hipoteca).

Don Isidoro de Cortázar y Abarca, fue alcalde de Lima en 1821 y firmó el Acta de la Independencia del Perú. Cabe anotar que, durante las guerras de Independencia, los olivares sufrieron mucho, ya que se dio un edicto para cortar los árboles hasta la altura de un hombre, a fin de facilitar el retiro de las tropas realistas. Sin embargo, el edito no fue cumplido por el Conde, quien apoyaba a los patriotas. Aun así, El Olivar fue parcialmente abandonado y quedó reducido a la mitad.

El Conde de San Isidro falleció en 1832 y los derechos a la referida los heredó su viuda, pues para entonces (en 1829) ya se había dado la “ley de desvinculación” que liberaba los bienes de la atadura legal de los mayorazgos, y podían ser heredados como bienes libres. La viuda era doña Micaela de la Puente y Querejazu, para entonces ex condesa de San Isidro (pues los títulos también habían sido abolidos) e hija de los V marqueses de Villafuerte. Doña Micaela no vivió nunca en la casa hacienda de San Isidro, y murió loca en su casa limeña en la calle de San Pedro, en 1834. El albacea (y al parecer en partes heredero) de dicha condesa fue su abogado, el doctor don Francisco Moreyra y Matute, casado con doña Mariana de Abellafuertes y Querejazu (prima hermana de la referida última condesa consorte de San Isidro). Moreyra hizo valer el importe del antiguo censo de los condes de San Isidro en un concurso de acreedores a los bienes de José Antonio de Albo y Cavada (hermano del segundo consorte de la IV condesa de San Isidro, doña María del Carmen de Angulo y Gutiérrez de Cossío) y de tal forma obtuvo la propiedad de la hacienda.

Más adelante, por diversas dificultades, Francisco Moreyra perdió la propiedad, que, en 1853, fue comprada por José Gregorio Paz-Soldán. Destacado político e intelectual de su época, Ministro de Relaciones Exteriores de Ramón Castilla, Paz Soldán se casó tres veces. Una de sus hijas del tercer matrimonio, Luisa Paz Soldán, se casó con un Moreyra, a fines del siglo XIX, por lo que la hacienda volvió esta última familia. Sería lotizada a partir de los años de 1920, cuando la apertura de la avenida Augusto B. Leguía (hoy Arequipa), se convirtió, con el tiempo, en uno de los mejores suburbios residenciales de la creciente Lima.

La Casa Hacienda Moreyra o San Isidro.- Es una residencia campestre de estilo colonial morisco; tiene una capilla, un sótano y catacumbas. En 1746, el terremoto destruyó la casa, pero se salvó la capilla. Según Héctor Velarde, la casa fue construida sobre una colina, probablemente una huaca. El altar de la capilla es barroco y fue cubierto con pan de oro; tiene capacidad para 40 personas.  Existe la versión de que, en tiempos de la Independencia, doña Rosa Gutierrez de Cossío, Condesa de San Isidro, entroncada en la más alta aristocracia de Lima virreinal, ofreció en esta casa una recepción al Libertador, general don José de San Martín. Actualmente, esta residencia es utilizada, con gran parte de su mobiliario original, como restaurante y tiene gran atractivo turístico.

Los orígenes del distrito.- Por insistencia del presidente Leguía, en 1920, la última propietaria de la Hacienda San Isidro, Luisa Paz Soldán Roaud de Moreyra,  formó la “Compañía Urbanizadora San Isidro”; su gerente general fue el doctor José Ortiz de Zevallos. La pavimentación de las calles en El Olivar la hizo la empresa norteamericana Foundation Company; el costo se cubrió con la venta de varios lotes dentro de El Olivar. Desde el principio, se quiso que 300 mil metros cuadrados se conviertan en una zona residencial distinta a Santa Beatriz o Miraflores. Para su planificación, se buscó un modelo diferente de urbanización, más pintoresco y abierto, a cargo de Manuel Piqueras Cotolí, y que se nota en el diseño de la zona de El Olivar, ubicada en el antiguo bosque del mismo nombre. Como anota Elio Martuccelli: “En la zona de El Olivar de San Isidro se ensayó un urbanismo de trazo libre, con lotes dispersos en medio de áreas verdes: una manera novedosa de plantear una urbanización, llena de luz, aire y distinción”. Por ello, san isidro se llenó de calles curvas y de lotes irregulares, donde se construyeron casas de tipo chalet, en medio de jardines y con estilos diversos (tudor, vasco, neocolonial, etc.). La primera etapa fue el área que rodea El Olivar, a lo largo de Conquistadores, y lo que hoy es la cuadra 28 de la avenida Arequipa.

Sin embargo, esta disposición urbana no se extendió por todo el distrito. La zona que atravesó la avenida Leguía, por ejemplo, sí respetó la trama cuadriculada. De esta manera, San Isidro se convirtió en residencia de la clase media alta, que “escapó” del centro antiguo de Lima. Luego, en 1924, se construyó una pista que es ahora la avenida Miro Quesada (ex avenida El Golf) que unía la hacienda San Isidro con la Hacienda Orrantia, que pertenecía a la familia Prado. Así se autorizó la urbanización Orrantia, que constituyó un barrio de importancia con una avenida de primera categoría, como Javier Prado. Al año siguiente, se creó la urbanización Country Club, con el edificio y el campo de Polo respectivamente, que formaron otro centro de desarrollo (donde hoy está el Parque Acosta). La Foundation Company planeaba urbanizar 1.300.000 metros cuadrados no solo de las haciendas San isidro y Orrantia sino también Lobatón y Matalechuzas, por ello la importancia de la avenida Javier prado, que debía unir esta nueva área desde la avenida Leguía (hoy Arequipa) hasta la avenida Brasil. Finalmente, en 1930 se construyó el aeropuerto Faucett.

La creación del distrito.- Las urbanizaciones de San Isidro, Orrantia y Country Club se separan de Miraflores y pasan a formar el nuevo distrito creado por Decreto Legislativo 7113 del 24 de Abril de 1931. Su primer concejo se instaló el 2 de mayo del mismo año y su primer Alcalde fue el doctor Alfredo Parodi. El nuevo distrito también incluía las áreas rurales de Limatambo, Santa Cruz y Chacarilla. Durante la gestión de Parodi se construyó el hipódromo de San Felipe y, en 1932, la iglesia de la Virgen del Pilar, que quedó muy dañada por el terremoto de 1940. Por ello, el templo actual se levantó en 1948 bajo la guía del padre Mariano Arrien. Por aquellos años, poco más de 2 mil personas vivían en San Isidro.

El aeródromo de Santa Cruz o aeropuerto Faucett.- Fue el primer aeropuerto que tuvo nuestra ciudad. La estación de pasajeros se ubicaba donde actualmente está el Colegio Belén, junto al Golf de San Isidro; la pista de despegue era lo que hoy son las avenidas Belén y Pezet. Fue el centro de operaciones de la compañía “Faucett”, donde incluso se fabricaron los aviones de la misma empresa. En los años 30, con el aumento del tamaño de los aviones, poco a poco el movimiento de pasajeros se fue trasladando al nuevo aeropuerto de Limatambo, también en San Isidro, cuya pista de aterrizaje fue inaugurada en 1935 por el presidente Benavides. En 1948, los talleres son llevados para Limatambo y el terreno donde funcionó el ya mítico aeródromo de Santa Cruz fue desactivado, lotizado y vendido a principios de los años 50.

El Golf de San Isidro.- Hasta 1915, había un club de golf en Chucuito, Callao. Ese año, se mudó a Santa Beatriz, cerca del actual Campo de Marte. Luego, en 1923, un grupo de golfistas, formado entre otros por los señores F.F.Hixson, Alex Mc Donald y R.G. Brown, empezaron a buscar de una extensión de terreno idóneo para construir un campo de golf. La tarea concluyó felizmente cuando Arturo Porras convenció a la familia Moreyra Paz Soldán para que vendiera parte de su hacienda a la colonia británica y hacer una cancha de golf. Eran 15 fanegadas, aproximadamente 45 hectáreas. De esta manera, ese mismo año, se constituyó jurídicamente la compañía “Sociedad Anónima Lima Golf Club”, con un capital social de 10 mil libras peruanas, representado por 400 acciones de 25 libras cada una y se instaló el primer Directorio presidido por A.S.Cooper. El 7 de abril de 1924, las obras estaban prácticamente concluidas; solo habilitar el campo costó 15 mil libras peruanas de la época.  El miércoles 28 de Mayo de 1924, en horas de la tarde, el presidente Augusto B. Leguía, inauguró oficialmente el local del Club y su campo de golf. El “Lima Golf Club” eligió una nueva junta presidida por el F.F.Hixson. El señor Hixson desempeñó durante muchos años el cargo. Como el club no tenía ninguna construcción (un club house), los golfistas se reunían en el Hotel Country Club y caminaban hasta el primer hoyo. Luego del juego, regresaban al Country a ducharse y descansar. Con el crecimiento del club, algunas familias de la colonia británica se mudaron a San Isidro y construyeron sus casas alrededor del campo de golf. Así creció la urbanización y, nuevamente, la Comunidad Británica, le compró un terreno que pertenecía al Hipódromo de Santa Beatriz para construir el Lima Cricket & Football  Club.

Cuentan que cada mes de mayo, el presidente Leguía venía a ver a sus hijos participar en las carreras que se celebraban el Día del Imperio Británico en el local del Cricket. Hoy el Cricket Club se encuentra donde hubo un campo de aterrizaje y el antiguo Club de Polo es el Parque Acosta; el Hipódromo terminó siendo aparte del proyecto San Felipe en la avenida Salaverry.

Regresando al golf, el acuerdo entre los golfistas y el Hotel duró hasta 1943, cuando se construyó el local en Camino Real y el señor Porras fue nombrado Capitán del Golf. En 1948, Miguel Grau fue el primer peruano presidente del Club de Golf.

Los olivos y el Parque “El Olivar”.- Este es uno de los parques más emblemáticos de nuestra ciudad que, con sus 23 hectáreas, alberga diversas zonas para dar un paseo, hacer ejercicios o, simplemente, descansar. Durante los tiempos virreinales, El Olivar fue un fundo de 27 hectáreas. Según los documentos coloniales, los primeros árboles de olivo llegaron desde Sevilla (España) en 1560, traídos por Antonio de Rivera, alférez y maestre de campo de Gonzalo Pizarro. Se cuenta que muchos de estos ejemplares no resistieron el largo viaje hasta el Perú, pero algunos, felizmente, sobrevivieron y se adaptaron a las tierras del valle del Rímac (en este caso, del Huatica) y dieron, con el tiempo, jugosas aceitunas. Fue así que el actual San Isidro tuvo olivos desde los años iniciales del Virreinato. Las aceitunas negras fueron cosechadas y el aceite, una vez extraído, era conservado en botijas de barro cocido. El aceite se usó, especialmente, como bálsamo para los santos óleos de la época y, con los años, se hizo tan popular que se vendió mejor que el aceite andaluz proveniente de la Península. Un inventario realizado en 1730 da cuenta de que en El Olivar había 1,500 árboles de olivo; un siglo más tarde, en 1828, dichos ejemplares sumaban 2,338. Hay una tradición que dice que los españoles, en venganza por las guerras de independencia, talaron numerosos árboles de El Olivar antes de abandonar Lima. Otra leyenda, esta más antigua, cuenta que San Martín de Porres, en su peregrinación por Limatambo, plantó un árbol de olivo, conocido como el “Olivo de la Felicidad” y que aún podemos apreciar. En la década de 1840, llegó a nuestra ciudad el viajero suizo-alemán, Jacobo von Tschudi y nos dejó el siguiente testimonio sobre cómo los limeños consumían sus frutos: “El olivo crece fundamentalmente en las provincias sureñas de la costa, sus frutos son muy inferiores a los de España. El aceite tampoco alcanza la misma calidad, lo que podría deberse al malo y burdo proceso de exprimir los frutos. Las aceitunas se preparan de un modo muy curioso. Maduran en el árbol, luego se les exprime levemente, se les seca y se les guarda en olla de barro. Este procedimiento les da un aspecto arrugado y un color negro. En esta forma llega a al mesa, donde se les sirve con trozos de tomate y de ají. Este último es un excelente suplemento a este fruto aceitoso. Otra manera de preparación es la conservación en agua salada, así mantienen su color verde y su forma llena”.

Cuando en la década de 1850 compró la hacienda San Isidro José Gregorio Paz Soldán, cuidó los árboles con horticultores chinos. A partir de 1920, cuando algunas familias “emigraron” a esta zona, revistas de arquitectura de la época, como Town & City, llevaron a cabo una campaña para detener el corte indiscriminado de los árboles de olivo y detener en pavimentado de El Olivar. Hasta 1931, El Olivar fue un huerto cerrado, con muros altos. Pero ese año, fue destinado al uso público. Siempre fue un área encantadora, con parques y un estanque rodeado por casas de estilo europeo, algunas como cabañas de estilo tudor. Las casas no abrían sus puertas directamente a la calle sino que estaban rodeadas por jardines, lo que les daba un aire atractivo y misterioso. La revista Town & City describe así el lugar: “atractivo vecindario formado por los límites internos y externos de los bosques en san isidro, donde se pueden encontrar hermosas mansiones de diversos estilos diseminados entre los troncos de árboles venerables y el concreto de las calles. Quienes viven allí disfrutan de las comodidades de la ciudad y la tónica del paisaje del bosque… disfrutando un estilo de vida de la raza sajona, que durante años ha encontrado gran aceptación entre nosotros”.

Actualmente alberga unos 300 rugosos árboles, entre jóvenes y vetustos, que brindan verdor, salud y sombra a los sanisidrinos y a cualquier limeño que decide visitar el parque. Cabe mencionar que en 1959 fue declarado Monumento Nacional por Resolución Suprema n° 5773. También hay una prensa de aceitunas de más de 200 años de antigüedad, donada por la señora Luzmila Justo de Ocho, traída desde una hacienda del valle de Camaná en 1960 por los empleados del alcalde de esa época, Felipe Tudela y Varela.

El Country Club.- En 1925 se formó la empresa “Sociedad Anónima Propietaria del Country Club”, con un capital de 150,000 libras peruanas. La idea era construir el Country Club y urbanizar el área contigua de 1´300,000 metros cuadrados adquiridos a las haciendas Conde de San Isidro, Lobatón, Matalechuzas y Orrantia. Se calculó vender los terrenos de esta urbanización a 15 soles por metro cuadrado urbanizado para reinvertir parte de las ganancias en la construcción del nuevo edificio. En 1926 se funda el “Lima Country Club”, empresa independiente de la anterior, que contrató la elaboración del proyecto arquitectónico del local del club. La tarea de terminar los planos fue encargada al arquitecto norteamericano T.J. O´Brien, quien culminó el proyecto e inspeccionó la construcción. Gran parte de los materiales de construcción fueron importados de Estados Unidos y Gran Bretaña. El local fue inaugurado el domingo 8 de febrero de 1927 por el Presidente Augusto B. Leguía. Hubo un almuerzo al Presidente, a su Gabinete de Ministros y una serie de personalidades políticas, intelectuales y artísticas de la ciudad. El personal del Country Club vino desde Suiza, con excepción del portero y el botones. Su panadería fue un éxito, pues la manejaba un joven suizo, Alfredo Bachmann, quien luego abrió “La Tiendecita Blanca” en Miraflores. Cabe destacar que el Country Club se unió con el Club Nacional, el Club de la Unión, el Phoenix Club, el Jockey Club (en santa Beatriz), el Lawn Tennis Club, el polo & Hunt Club y el Lima Golf Club formando un “holding” de instituciones sociales.

Desde aquella lejana fecha, hasta mediados de los años setenta, el Country Club fue el local predilecto de la elite limeña para sus actividades sociales. En sus primeros 70 años de existencia, el Hotel Country Club recibió a innumerables personalidades de la política y el espectáculo, contando entre sus huéspedes a mandatarios, príncipes y diplomáticos. Las actividades más importantes eran los matrimonios, agasajos a personalidades, bailes de carnaval y año nuevo, almuerzos de camaradería y grandes banquetes. Entre las personalidades que se alojaron en el Hotel estuvieron el Duque de Windsor con su esposa (quien había renunciado al trono de Inglaterra), el presidente de Francia Charles de Gaulle, la actriz Ava Gardner y muchos otros representantes de la política, el arte, las letras y el espectáculo.

Luego de una ligera “decadencia” en los años 80 y principios de los 90, el Consorcio Inmobiliario Los Portales tomó la concesión del Country Club (1996), en sociedad con ICA, de México, para devolverle su tradicional belleza y esplendor. Con una millonaria inversión el hotel fue remodelado guardando su estructura original y abrió sus puertas el 21 de Julio de 1998. Hoy, el Hotel es Patrimonio Cultural declarado por Resolución del Ministerio de Educación y del Instituto Nacional de Cultura.

Tiendas emblemáticas y centros comerciales.- A inicios de la década de los cincuenta, la familia Brescia le vendió una manzana de los terrenos que tenía en San Isidro a la firma norteamericana Sears Roebuck, que ya operaba en Lima a través de una oficina de venta por catálogos. El local del nuevo gran almacén de Sears, proyecto del arquitecto Linder, se abrió en 1953, en lo que era una chacra, frente al tranvía Lima-Chorrillos, en la actual Vía Expresa, cuadra 32 del Paseo de la República. Era una tienda de venta de artículos para el hogar y de ropa; asimismo, tenía su cafetería o snack bar. En sus primeros años, el éxito de Sears consistió en que la mayor parte de su mercadería era importada y que su sistema de crédito era más flexible que las otras tiendas de Lima. Cabe destacar que su frase, “Entera satisfacción o la devolución de su dinero”, se convirtió en el lema primordial de la empresa. Con los años, Sears abrió cuatro locales más en Lima. Sears se transformó, en 1984, en SAGA (siglas de la empresa colombiana “Sociedad Andina de Grandes Almacenes”); en 1996, la compró la chilena Falabella.

En los años sesenta, hizo su aparición el Centro Comercial San Isidro, también conocido como Centro Comercial “Todos”. Estaba casi al costado Sears de la Vía Expresa y albergaba tres grandes almacenes: Monterrey, Todos y Oechsle; también aquí operaban tiendas como la “Casa Crevani”, “Óptica Olivos”, “Squire” (peluquería para caballeros), “Pepe Grillo” (ropa de niños), “Muebles 501” y “Librerías ABC” (hoy tiene un supermercado Metro y negocios menores como All4woman, Alda y una sucursal de Interbank). Luego, llegamos a la década de los ochenta cuando, sin duda alguna, el centro comercial emblemático fue Camino Real, en San Isidro, que inició sus operaciones en diciembre de 1980. Se construyó sobre un terreno que perteneció a la familia Ayulo Pardo. El proyecto inicial contemplaba dos torres de oficinas, luego se construyó la tercera. En sus inicios, su éxito se basó en la novedad: decenas de tiendas, restaurantes, supermercados (Galax y Scala), tiendas por departamentos (Hogar), pista de patinaje, estacionamientos y dos cines (Real 1 y Real 2). En fin, tenía mucho más que sus competidores Plaza San Miguel, Higuereta y Arenales. Sin embargo, el no contar con un modelo centralizado de administración provocó su debacle. Esto le impedía reaccionar y adaptarse a las nuevas tendencias que modificaron el concepto del negocio en la década de los 90. En efecto, Camino Real se fue a la quiebra porque cada uno era dueño de su local (eran más de 200). Además, a diferencia de los malls de ahora, no había “tiendas ancla”, es decir, establecimientos que atraigan una gran cantidad de clientes; asimismo, había pocos estacionamientos y la tarifa por hora era muy elevada. Es más, en 1992, Camino Real fue víctima de un atentado terrorista, en el que murió una persona y hubo pérdidas materiales por 14 millones de dólares; el miedo ahuyentó a mucha gente. A pesar de estar ubicado en un lugar estratégico, para los nostálgicos de los 80, ir ahora a este inmenso local es casi como estar en un pueblo fantasma.

La Parroquia Nuestra Señora del Pilar o “Virgen del Pilar”.- Cuenta la historia que una tarde de junio de 1926, el padre Lucas Zarandona ve una capilla y, junto a ella, una gran casa. Cuando descendió del autobús, a la altura de la cuadra 25 de la avenida Leguía, y se internó paseando entre los algodonales, pastos y chacras de la hacienda San Isidro, le gustó tanto el lugar que regresó al día siguiente a exponer a la familia Moreyra su propósito de establecer en Lima un convento como casa auxiliar de los Misioneros Pasionistas de la Selva. Su idea fue acogida con mucho interés y ofrecieron la casa para alojamiento provisional a los sacerdotes que llegaban de Valparaíso. Así, el 29 de junio de 1926, la casa cobija a la Primera Comunidad. La familia Moreyra Paz Soldan donó el terreno que ocupa la Parroquia en los siguientes términos: “El terreno donado a los RR.PP. Pasionistas se destinará para edificar la residencia para la Comunidad y un templo para que haya siempre el culto publico en dicho lugar” (el señor Francisco Moreyra, en su calidad de Ministro de Justicia y Culto, firmó, en 1913, el decreto que permitía la entrada a los misioneros al Perú). En 1935, San Isidro es declarada Vice-Parroquia, quedando el padre Mariano Arrién encargado de la Virgen del Pilar. El 20 de abril de 1937, sucede en el cargo al padre Arrién el padre Constancio Bollar, quien organiza la fundación de la parroquia. Así, el 27 de setiembre de 1943, la curia Arzobispal eleva la iglesia de San Isidro a la categoría de Parroquia Autónoma bajo la advocación de Nuestra Señora del Pilar. En 1948, previa consulta técnica y financiera, el padre Bollar pone en marcha el plan de la ampliación del templo parroquial y su fachada. El Altar Mayor es de estilo barroco, tallado en madera y recubierto en pan de oro; mide 15 metros de altura por 9.50 metros de ancho. Su construcción data de 1740 y fue donado por la familia De la Borda, propietaria de la hacienda San Javier de la Nazca; el altar estuvo en la capilla de la casa hacienda que, hasta el siglo XVIII, fue propiedad de los jesuitas.

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