¿Qué fue Machu Picchu? Algunos comentarios

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Fuente: eatours.com

Las famosas ruinas que hoy conocemos como “Machu Picchu” se llaman así porque el guía, Melchor Arteaga, le dijo a Hiram Bingham que había unos restos arqueológicos en el cerro de Machu Picchu. Como sabemos, Arteaga era arrendatario de las tierras de Mandor en 1911 y fue él quien le informó al explorador norteamericano sobre la existencia del sitio. Bingham, por lo tanto, no encontró otro nombre para las ruinas y divulgó el de Machu Picchu en todas sus cartas y publicaciones.

Queda claro que Machu Picchu es el nombre del cerro donde se ubican las ruinas. Melchor Arteaga, como muchos de los lugareños, sabía de la existencia de otras ruinas en el cerro de Huayna Picchu, y quiso distinguirlas. Sabido es que en la zona del Cuzco, a menudo se diferencia entre dos cerros vinculados uno al otro, llamando al más grande machu, que quiere decir viejo, y al más pequeño wayna, que significa joven. Como dice John Rowe, “en el caso que nos interesa, el nombre común de los dos cerros, y entonces para la mole que los dos constituyen, es, pues, Picchu”.

A principios de los años sesenta, el antropólogo Luis E. Valcárcel abrió el derrotero a la investigación moderna de Machu Picchu. Aseguró que el inca Pachacútec fue el responsable de su construcción y que el sitio arqueológico fue concebido como un centro sagrado imperial y que siguió funcionando hasta el final de la resistencia de los Incas de Vilcabamba. En este sentido, Manco Inca y sus sucesores lograron mantener el secreto la ciudadela, que habría perdido ya toda significación luego del ajusticiamiento de Túpac Amaru I por el virrey Toledo en 1572.

Los cronistas de los siglos XVI y XVII no mencionaron para nada la existencia de Machu Picchu. Esto ha sido aprovechado para crear todo un misterio respecto a las ruinas, en el sentido de que los españoles nunca supieron de su existencia. Tampoco hay referencias en las crónicas acerca de restos incaicos en todo el valle del río Urumbamba, desde Ollantaytambo hacia abajo, a pesar de que sabemos la existencia de varias ruinas muy interesantes, como el caso de Patallacta, en Cusichaca, que tiene casi tantas construcciones como Machu Picchu.

Pero las crónicas no son los únicos documentos que nos ayudan a comprender la historia de los incas ni los acontecimientos que sucedieron en los Andes después de la captura del inca Atahualpa. Hay otros testimonios escritos, públicos y particulares, en el que el sitio arqueológico aparece con el nombre de Picchu (o Piccho o Picho). Al menos, dos documentos del siglo XVI mencionan el lugar descubierto por Hiram Bingham.

Uno es la relación que escribió Diego Rodríguez de Figueroa cuando visitó al tercer inca de Vilcabamba, Titu Cusi Yupanqui, en 1565. En el texto, Rodríguez narra que entró a la tierra del Inca cruzando el puente Chuquichaca, cerca del actual pueblo de Challay, el 6 de mayo del año ya citado. Esa noche durmió en Picho, ubicado en o cerca del camino que iba desde Condomarca a Tambo, el actual Ollantaytambo. El pueblo de Condomarca, por su lado, estuvo en la ribera del río Vitcos, el actual río Vilcabamba, cerca de su desembocadura en el Urubamba. Esta “relación” de Diego Rodríguez fue publicada en 1910 por Richard Pietschmann y Bingham la conoció y al citó en un estudio sobre Vitcos en 1912, pero se le escapó la referencia a Picchu. Asimismo, sabemos que Picchu o Picho fue parte del repartimiento de Calca, Tambo y Amaybamba, que se encomendó, primero, a Hernando Pizarro y, luego, a Arias Maldonado. El vínculo de Picchu en este repartimiento aparece en la provisión del virrey Diego López de Zúñiga, el Conde de Nieva, de 1562; el documento fue publicado en 1906. No cabe duda, entonces que, en el siglo XVI, los españoles sabían de la existencia del lugar.

Hace unos años, los historiadores Luis Miguel Glave y María Isabel Remy, en un estudio que realizaron sobre Ollantaytambo, descubrieron, en el Archivo Departamental del Cuzco, un documento que habla del “pueblo de Picho” y de los curacas del lugar. El manuscrito fue realizado en 1790 ó 1791 pero era una copia de un original de 1568. Según la investigación, la cadena de copias refleja el interés de los frailes agustinos del Cuzco por las tierras de las zonas, pues el documento, originalmente, estuvo guardado en el Convento de San Agustín. Glave y Remy concluyen, acertadamente, que este pueblo de Picho “no era otro que el actual Machu Pichu”.

El texto del documento brinda datos muy valiosos sobre la ocupación de la zona de Machu Picchu por los Incas, pues contiene una lista de las tierras cultivadas por la elite cuzqueña en la quebrada del Urubamba, entre Ollantaytambo y Chaullay. En primer lugar, informa que el territorio fue conquistado por el inca Pachacútec, quien se “adjudicó” la mayor parte de de los terrenos. Sus hijos, Mama Ocllo y Túpac Inca, tuvieron terrenos en Piscobamba, entre Ollantaytambo y Torontoy. El documento señala, además, que Pachacútec dio tierras en el valle de Tanca a los Chinchaysuyos. Probablemente, se trata de una referencia al ayllu de Chinchaysuyos, que fue uno de los cuatro ayllus de Ollantaytambo en la época del gobierno del virrey Francisco de Toledo.

Otros datos que aparecen en el documento de los agustinos nos indican el uso de estos terrenos después de la conquista. En la parte baja del valle, poco más arriba de Pomachaca, el curaca de Picchu cultivaba coca y tendría que ver con el tributo que exigían los españoles a los indios de la zona. También se menciona el caso de un español, Gabriel Xuárez, quien, en 1568, habría comprado las tierras de Quintemarca, que antes pertenecían al curaca de Ollantaytambo, Gonzalo Cusi Rimache. Xuárez debió viajar constantemente a la zona, y es muy probable que conociera el pueblo cuyas ruinas llamamos hoy Machu Picchu.

Pero lo que más nos interesa de esta información, es que todos los terrenos de la quebrada, desde Torontoy hacia abajo, aparecen como propiedad de Inga Yupangui, es decir, Pachacútec. Como anota John Rowe, “Si los terrenos del fondo de la quebrada pertenecieron a Inga Yupangui, es bastante probable que los sitios a mayor altura pero no muy lejos del río, como Machu Picchu, hayan formado parte de la hacienda real de inga Yupangui también. Machu Picchu forma parte de un complejo de sitios que incluye Chachabamba y Choquesuysuy en el fondo del valle”.

¿Por qué esta zona interesó tanto a Pachacútec? Sabemos que el fundador del Tahuantinsuyo tuvo una serie de “propiedades” o “dominios” rurales fuera del Cuzco, básicamente en el hermoso valle del Urubamba. Sus dos propiedades mejor conocidas fueron Pisac y Ollantaytambo, construidas al inicio de su reinado, y una suerte de tributo a los hechos más resaltantes hasta ese momento de su vida, como la victoria sobre los chancas. La siguiente hazaña habría sido la conquista de Vitcos, después de la campaña de Ollantaytambo. Pero, para llegar a Vitcos, siguió río abajo, penetrando necesariamente la quebrada de Picchu. Esta campaña también es reseñada por los cronistas Martín de Murúa y Miguel Cabello de Balboa.

La elección de esta ruta por el río se explica porque los chancas, a pesar de haber sido derrotados, no dejaron de ser una posible amenaza. Vitcos, por lo tanto, podría servirle a Pachacútec como base para atacarlos en el flanco, utilizando las rutas que luego sirvieron a Manco Inca para atacar a los españoles en las zonas de Andahuaylas y Ayacucho. El tema es que, en los años posteriores del Virreinato, hasta la última década del siglo XIX, la ruta preferida para llegar a Vitcos fue otra. Se subía de Ollantaytambo al abra de Panticalla (Málaga) para bajar hasta el valle de Amaybamba, ahora llamada Lucumayo, muy cerca de Chaullay, donde los incas construyeron el puente de Chuquichaca. Ya nadie quiso transitar por la ruta de Picchu, más difícil y accidentada. De esta manera, las ruinas quedaron, casi, en el “olvido”.

Regresando a Pachacútec, y teniendo en cuenta los casos de Ollantaytambo y Písac, es lógico suponer que el Inca tomó la quebrada de Picchu como su propiedad “particular” como recuerdo a su campaña de conquista a Vitcos. En suma, lo que es hoy Machu Picchu y todos los sitios arqueológicos aledaños formaron parte de la “hacienda real” de Pachacútec, con su propia mano de obra, yanaconas, y demás personal de servicios, como las acllas. Se asume que no contribuyeron con nada al estado ni recibieron nada de él. Sabemos, por ejemplo, que los yanaconas debían tener porciones de tierras que cultivaban para su sustento y, al mismo tiempo, debían cultivar otros terrenos en beneficio de su señor, en este caso de Pachacútec y su posterior descendencia o panaca. Esto explica la gran cantidad de andenes en la zona, no solo en el cerro de Machu Picchu, para ampliar el área disponible de tierras de cultivo.

La ciudadela de Machu Picchu tiene instalaciones apropiadas para la residencia del Inca y de su corte; sin embargo, la mayor parte de sus restos monumentales sugieren funciones religiosas, lo que explica la gran cantidad de entierros de mujeres, seguramente acllas, que encontró Hiram Bingham. Probablemente se trató de yurac acllas, mujeres escogidas en el linaje del inca. Estaban consagradas de por vida al servicio ritual del Sol, y debían permanecer vírgenes de por vida. Según algunos cronistas, una de ellas era considerada su esposa. Estas mujeres tenían una condición de privilegio y sus obligaciones consistían en la preparación de bebidas para las ceremonias religiosas y vigilarse entre ellas. El sitio, entonces, habría servido a Pachacútec organizar el culto al Sol, quien lo “ayudó” en sus primeras victorias. “La misma topografía del lugar, con sus peñas y picos cónicos, sus cuevas, vistas de nevados, y situación en una curva cerrada de un cañón impresionante, ofrece una combinación de elementos importantes para la religión de los incas. El sitio ha debido impresionar profundamente al organizador del culto reformado”, según John Rowe.

El carácter sagrado de Machu Picchu, en efecto, estaría avalado por la existencia de por lo menos 10 rocas de alto contenido ritual, entre las que se encuentra el famoso Intihuatana, cuta función como “reloj solar” es solo una especulación. Algunas de estas rocas se encuentran sobre o al lado de concavidades funerarias, en los patios, al interior de los edificios, sobre las plataformas de baja elevación o entre las paredes. Se destaca, por ejemplo, una gran piedra plana rodeada por una plataforma en su base, cuyo carácter ritual fue admitido por el propio Bingham. Machu Picchu sería el último, pero el más importante, recinto sagrado a lo largo de un camino que pasaba los santuarios “menores” de Runcu Raccay, Sayay Marka, phuyu Pata Marka y Wiñay Wayna. Por su tamaño, fue el asentamiento que tuvo más rocas sagradas y altares en su trazo, y su construcción se ajustó, se “adaptó” a esas rocas y afloramientos que marcaron un sentido de equilibrio y a la vez simbólico que tanto caracterizaron a la religión andina por su orientación “animista”, que daba contenido espiritual a los objetos inanimados.

Desde su construcción, alrededor de 1460, hasta su “desocupación” por los trastornos derivados de la invasión española, Machu Picchu debió tener un altísimo significado religioso. Sus rocas sagradas y sus cerros (apus) desempeñaron diversos roles por encontrarse en secciones específicas del sitio, sea en espacios abiertos o en el interior de recintos particulares. No debemos olvidar, además, el posible carácter astronómico de algunas de sus construcciones. En este caso, la estructura más conspicua es el “torreón”, cuya planta circular no es común en la arquitectura de los incas. En realidad, es único y se ubica sobre una cámara funeraria y rodea a una gran roca con la talla de un angosto canal o rayo que se relacionaría con la salida del sol o solsticio de junio. De otro lado, se halla junto a las 16 fuentes de agua que existen en el lugar. Todo esto merecería una investigación más seria, pero lo que sí habría que descartar de plano es alguna función militar del “torreón”.

El inca Pachacútec tuvo otras propiedades con mejor clima y de mayor rendimiento agrario, por lo que sus visitas a Machu Picchu debieron ser ocasionales, en los meses que deja de llover, como hoy lo hace la mayoría de los turistas. Asimismo, el escaso número de viviendas nos demuestra que la ciudadela tuvo una población permanente muy reducida, apenas la suficiente para su mantenimiento.

Las primeras conclusiones que podemos extraer es que el “pueblo de Picho”, como aparece en los documentos coloniales, no fue una instalación del Tahuantinsuyo o del Estado Inca sino una propiedad “particular” de Pachacuti Inga Yupangui o, simplemente, Pachacútec. Además, que fue un santuario mayor asociado a un conjunto de lugares sagrados situados a lo largo del camino que llega hasta la recientemente declarada “Maravilla del Mundo Moderno”. Una visión matizada tiene la antropóloga Ann Kendall, quien ha estudiado el valle del Cusichaca, donde se inicia el camino Inca. Según sus estudios, la zona era una gran “exportadora” de alimentos, con capacidad para abastecer a 100 mil personas al año, por lo que Machu Picchu era el centro de una región bien integrada al sistema de redistribución estatal: la provincia habría dejado grandes beneficios a Pachacútec y su descendencia.

Esto es lo que podemos decir, hasta hoy, sobre Machu Picchu, debido a que adolecemos de una investigación más profunda y científica del sitio. Se trata, nadie lo duda, de un lugar especial, maravilloso y mágico. Su belleza paisajística, por ejemplo, nunca va a decepcionar al viajero. Pero aún sabemos muy poco de la ciudadela, pues la arqueología cuzqueña últimamente ha estado más ocupada del turismo, es decir, de presentar mejor los monumentos incaicos al visitante. Esto sin mencionar que los guías turísticos narran historias que no tienen ningún asidero científico. No tenemos aún, por ejemplo, información sobre cómo se construyó ni las etapas de ese proceso; tampoco sobre el uso de muchas de sus instalaciones; varios de los nombres que le damos a los sectores de la ciudadela ni siquiera sabemos si fueron los originales. Cabe mencionar, además, que la mayoría de los objetos que se extrajeron de las ruinas, desde la época de Bingham, se hicieron solo para “limpiar” el lugar para que los turistas pudieran conocerlo. La presión del turismo, en suma, impide una investigación más profunda y seria de Machu Picchu.

 

 

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Comentarios

  1. Carlos F. Garaycochea escribió:

    Una buena síntesis de algunos de los aspectos, principalmente de orden religioso, y de la historia conocida de los últimos incas tal como lo muestran las crónicas centradas en la visión desde el Cuzco. Machu Picchu y otros lugares que recién se han puesto en valor tanto turístico como de conocimiento histórico en la última centuria deben mirarse e interpretarse también desde un espacio mayor y desde una perspectiva histórica más antigua . La sola idea del Khapac Ñan, que en el imaginario de las crónicas articula o amarra “Quito” con el Cuzco plantea una mirada espacial diferente. Además la historia que revelan los indicios arqueológicos nos hablan de un Antisuyo, por así denominar a ese espacio, que ya era Wari centurias antes de que existiera un personaje llamado Pachacútec.

  2. marko escribió:

    me gusto mucho la informacion sobre Machu Picchu recuerdo cunado me ponía a realizar el viaje a la ciudadela miraba las fotos pero una cosa es ver las fotos y otra verlo en vivo son cosas totalmente diferentes , hace sentirse mas orgulloso de nuestra cultura

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