Archivo por meses: marzo 2010

Lluvias históricas en Lima


Lluvia “torrencial” en Lima (enero de 1970, foto del archivo de El Comercio)

Según los testimonios del siglo XVI, cuando Francisco Pizarro bajó de Jauja para buscar un sitio donde fundar una ciudad en la costa, el curaca de Pachacamac le recomendó el señorío de su cuñado, Taulichusco, curaca del Rímac, donde había más tierras y mucha agua. Pizarro, convencido, fundó entonces, al lado del Rímac, la Ciudad de los Reyes. Cuentan que cuando la gente de Pachacamac se enteró de lo sucedido, bailó de contenta: “Ahí van a perecer enmohecidos todos estos castellanos odiosos”, dicen que comentaron. Varios años después de la fundación de Lima, en 1553, el cronista Pedro Cieza de León, que no fue tan incauto y recorría el Perú, escribió así sobre nuestra ciudad: “Ni llueve, ni caen rayos, ni relámpagos, ni se oyen truenos, antes siempre está el cielo sereno y muy hermoso”. Sin embargo, a pesar de esta sentencia, ha habido momentos en que severos aguaceros han azotado la capital del Perú.

1877.- El 31 de diciembre de este año, cuando los limeños tenían todo organizado para recibir el Año Nuevo, a las 4 de la tarde se desató una feroz lluvia, casi una tempestad, con relámpagos y truenos, que aterrorizó durante 15 minutos a los poco más de 100 mil habitantes de la ciudad. Cuentan que, al principio, algunos creyeron que se habían adelantado los fuegos artificiales a la fiesta, pero pronto se dieron cuenta de que se trataba de algo absolutamente inusual. Según el diario El Comercio, las mujeres se desmayaban en plena vía pública y muchos hombres corrían a la iglesia más cercana a pedir perdón por sus pecados. De acuerdo a los pensamientos de la época, Dios había decidido acabar con el mundo el último día de 1877 y se lo estaba anunciando a los limeños con rayos, truenos y relámpagos. Vale decir que El Comercio, para tranquilizar a sus lectores, publicó en su edición de la tarde una documentada nota en la que explicaba, sobre la base de la ciencia meteorológica, las razones de tan extraño fenómeno atmosférico y advertía que no había motivos para pensar en el fin del mundo. En cambio, lo que preocupaba al diario eran las consecuencias que esta tempestad tendría para la agricultura. Ahora sabemos que lejos estaban aquellos limeños de saber que habían sido testigos de una manifestación extrema de uno de los 26 fenómenos de El Niño que asolaron nuestro país (y nuestra Lima) en el siglo XIX.

1891.- En abril de este año, una intensa lluvia hizo desbordar el Rímac, lo que inundó los barrios de San Francisco y Monserrate; esta vez, la ausencia de rayos y truenos tranquilizó a los limeños.

1925.- En pleno gobierno modernizador de Leguía, el 7 de marzo de 1925, El Comercio informaba de las fuertes lluvias que en el norte del país arrasaban con poblados enteros. Luego, el 12 de marzo, el diario publicaba la noticia más temida: “En la madrugada del martes, a eso de las dos de la mañana, comenzó a caer sobre Lima un terrible aguacero, en forma violenta e inusitada”. Era otra vez El Niño, esta vez “de gran intensidad”, que trajo huaicos e inundaciones en todo el país (“La ciudad de Trujillo ha sido destruida” fue el título del 18 de marzo de 1925), además de truenos y relámpagos. Pero ahora nadie creyó en una profecía bíblica; más bien, la preocupación de los limeños era la falta de abastecimiento en los mercados y el colapso de los principales servicios: Lima se había quedado sin electricidad y sin alumbrado público. En efecto, durante casi dos semanas, las calles de nuestra ciudad permanecieron a oscuras, pero apunta El Comercio: “A pesar del soplo de tragedia, Lima presenta un aspecto pintoresco… De pronto, el poderoso foco de un automóvil rompe la oscuridad reinante y luego otro y otro, para volver enseguida a las tinieblas de antes”. Finalmente, fieles a nuestra fama de ingeniosos, en El Comercio empezaron a aparecer avisos que resolvían el problema del alumbrado con “una lámpara de gasolina, muy segura y muy brillante”.

1970.- Todavía hay limeños que recuerdan el 15 de enero de 1970, cuando Lima volvió a soportar una lluvia de características bíblicas. “Lima sufre la mayor lluvia de los últimos 45 años”, indicaba El Comercio al día siguiente. Durante las 5 horas que duró el “diluvio”, 17 litros de agua cayeron por metro cuadrado (lo que la ciudad recibe en 8 o 9 meses), según el SENAMHI. Tanto llovió que más de 2 mil viviendas se vinieron abajo; además, se anegó por completo la Vía Expresa (el “Zanjón” quedó inutilizable durante días), 2.500 teléfonos dejaron de funcionar, hubo 150 amagos de incendio, las instalaciones del aeropuerto Jorge Chávez quedaron seriamente dañadas y la capital quedó aislada (Huaraz, por ejemplo, solicitó un puente aéreo con Lima). Un hecho insólito fue ver discurrir el agua, en forma de cataratas, en la quebrada de Armendáriz, en Barranco. Para los especialistas, de haber durado un poco más la lluvia, Lima hubiera vivido una verdadera catástrofe, su eventual desaparición.

1998.- Esta no fue una lluvia sino algo que nunca nadie pensó: que un lodazal, un huayco, llegaría a las puertas de Lima, a 80 metros del Palacio de Gobierno. Sí, el 23 de febrero de 1998, un torrente de piedra y lodo, producido por un huayco, sorprendió a miles de limeños. Todavía recordamos las imágenes en que las aguas del río Huaycoloro (que prácticamente nadie sabía de su existencia hasta ese día) pasaron con furia por Campoy, Zárate, Rímac y el Trébol de Caquetá, y avanzaron hasta casi llegar a la avenida Perú. En el Rímac, donde el torrente llegó a alcanzar el metro de altura, uno de los cuatro estacionamientos de la Plaza de Acho quedó anegado; luego el aquel lodo avanzó por los jirones aledaños y se detuvo en las puertas del Convento de los Descalzos. En El Comercio se publicó una impresionante imagen del río de lodo y piedra, tomada desde el aire, que mostraba cómo ni siquiera la capital del Perú era inmune a las inclemencias del clima y los caprichos meteorológicos. Con vías bloqueadas por el fango y cientos de familias preocupadas por los suyos, el caos y la desesperación estuvieron a punto de apoderarse de la población, que vio cómo empezaban a producirse actos de pillaje. El oportuno desplazamiento de militares y la rápida intervención de las autoridades impidieron que la tragedia cobrara víctimas mortales.

NOTA.- Evidencias geológicas confirman la existencia del Fenómeno del Niño en la costa peruana desde hace casi 13 mil años. Además, documentos escritos dan cuenta de sus efectos desde el siglo XVI. Hubo eventos extraordinarios los años 1578, 1721, 1828, 1877-1878, 1891, 1925-1926, 1982-1983, y 1997-1998; otros eventos, de mediana magnitud, se presentaron los años 1911-1912, 1917, 1932, 1951, 1957-1958, 1972-1973, 1976, 1987 y 1992.
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Pasolini, la verdad sobre su muerte


Un policía destapa el cuerpo de Pier Paolo Pasolini

La madrugada del 1 al 2 de noviembre de 1975 moría asesinado en el astillero de la localidad marítima de Ostia, cercana a Roma, Pier Paolo Pasolini. Hoy, 35 años después, se sigue sin saber la verdad sobre este caso. Por este motivo, el abogado de la parte civil en el proceso de primer grado por el homicidio de Pasolini, Nino Marazzita, está decidido a seguir adelante para conocer la verdad incluso en el Tribunal Europeo si es necesario, señaló a ABC.

Nuevas tecnologías.- El caso Pasolini se ha abierto y cerrado en numerosas ocasiones, pero ahora se vislumbra una posibilidad real de reapertura de las investigaciones. «Las nuevas tecnologías y los nuevos indicios acumulados en estos años nos hacen ser optimistas», explicaba el abogado calabrés a este periódico. Marazzita quiere aplicar los últimos avances en el campo de la investigación científica para analizar la camiseta llena de sangre que Pasolini llevaba la noche que le apalearon a muerte, atropellándole después con su propio vehículo. «Se conserva todavía su carné de conducir, los zapatos y la camiseta manchada de sangre, todos son restos del delito que con las tecnologías actuales pueden arrojar luz sobre el caso, por lo que realmente existe una posibilidad de conocer la identidad de los asesinos», confirmó Marazzita.

A los datos aportados por la ciencia se unen las revelaciones del presunto asesino, «Pino» Pelosi, y de uno de los amigos más cercanos a Pasolini, el actor y director de cine Sergio Citti. El caso de Pasolini se cerró con la confesión de Pelosi, que por aquel entonces tenía 17 años, como autor de los hechos. En 2005, sin embargo, hizo unas declaraciones retractándose de su culpabilidad.

«Siempre ha habido muchas partes oscuras en este proceso, pero ahora con ese testimonio y el de Sergio Citti tenemos más datos para llegar a la verdad», explicó Marazzita. El abogado hacía referencia a las importantes declaraciones de Citti, actor y cineasta compañero de Pasolini, señalando que su amigo recibió una invitación para ir a Ostia a recoger los negativos originales de «Saló o los 120 días de Sodoma» que le habían robado, quizá, grupos de la extrema derecha. Según el testimonio de Citti, Pasolini estaba pasando un mal periodo por este robo, por lo que cuando recibió la llamada no se lo pensó dos veces y acudió a la cita. Era muy valiente.

Investigar hasta el final.- «Este testimonio demuestra que le engañaron», comentó Marazzita, señalando que «lo que hay que hacer es investigar, algo que nunca se ha querido hacer hasta el final, porque el caso se reabría y cerraba rápidamente. Espero que ahora haya voluntad de llegar a la verdad». El optimismo del abogado se debe a la carta enviada por el ministro de Justicia, Angelino Alfano, pidiendo a la fiscalía de Roma la reapertura del caso.

A lo largo de estos 35 años han sido numerosos los intelectuales que han pedido la reapertura del caso Pasolini, entre ellos la periodista y escritora Oriana Fallaci, amiga de Pasolini. Fallaci dedicó varios artículos al asesinato del cineasta, sacando a la luz testimonios de la época que hablaban de dos motoristas como autores del homicidio. Hasta su muerte en 2006, la periodista no dejó de pedir una nueva investigación sobre el caso.
Pasolini era un personaje polémico para su época, aunque según muchos expertos hubiera sido también hoy igualmente amado y odiado. «Escandalizar es un derecho, como ser escandalizados es un placer, mientras que quien rechaza el placer de ser escandalizado es un moralista», decía un Pasolini serio en su última entrevista televisiva pocos días antes de morir.Pasolini dirigió grandes obras maestras del cine italiano como «Accatone», «El Evangelio según Mateo», «Teorema» o «El Decamerón». Todas estas cintas causaron gran revuelo en la sociedad de la época, aunque su último largometraje, «Saló o los 120 días de Sodoma», es su testamento en el que repudia la «trilogía de la vida» por la utilización comercial de su visión de una sexualidad libre de pecado. Chicos y chicas tratados como animales, violencia sexual y una crítica feroz a la Iglesia, a la política y a la burguesía. Esta fue una película prohibida en casi todo el mundo.

Cómplices.- En torno a este filme se ha generado un debate sobre la presión que Pasolini pudo haber soportado en ese periodo. «No podemos contentarnos con la versión oficial del asesinato, porque sería convertirnos en cómplices», escriben los promotores de una iniciativa para recoger firmas y pedir la reapertura el caso.

Los familiares de Pasolini por su parte están hartas de tanta habladuría. «Son personas simples, cansadas del paso del tiempo sin respuesta», comentó Manzziti, «pero yo sé que esta vez se puede llegar a la verdad. Antes esa verdad daba miedo porque se pensaba que grandes personajes del mundo político estaban involucrados. Después se dejó de investigar por inercia. Ahora la voluntad es la de saber la verdad sin miedo, porque si se llegara a los asesinos reales, no creo que su identidad desestabilizara al país, han pasado muchos años».
Pelosi, cuyo débil físico provocó muchas dudas sobre su confesión como único asesino, fue condenado a nueve años de cárcel, pero en una entrevista concedida en 2005 retractó su versión asegurando que fueron tres desconocidos los asesinos del cineasta nacido en Bolonia. «Durante todo este tiempo he ocultado la verdad por miedo». dijo. Esta confesión, de la que ABC informó en su día, ha hecho ahora replantearse el caso a la justicia, además, de las sospechas de que la muerte del cineasta tiene que ver con el robo de unas cintas de su última película (tomado del ABC, 29/03/2010). Sigue leyendo

Sobre el celibato sacerdotal

Este blog no suele ocuparse de estos temas pues escapan a su temática. Sin embargo, no podemos abstraernos de un debate que hoy cobra un interés especial, debido a los escándalos que, lamentablemente, sacuden a la Iglesia católica. Ayer, el jesuita y ex cardenal de Milán, Carlo María Martini, volvió a reclamar que se replantee la obligación del celibato, como ya hiciera en su libro Coloquios Nocturnos en Jerusalén. En un artículo, en el diario austríaco Die Presse, Martini escribió: “Las cuestiones de fondo de la sexualidad deben repensarse a partir del diálogo con las nuevas generaciones (…) porque debemos plantearnos los problemas de base para reconquistar la confianza perdida”.

Ante tantas dudas y desinformación que hay al respecto, debemos indicar algo sustentado en la Historia: El celibato no es para el clero secular ni un voto ni un dogma, sino una norma eclesiástica y, como tal, puede ser revisada, postergada o anulada. Fue impuesto por primera vez en el Concilio de Elvira (año 503), aunque con algunas excepciones, y quedó reafirmado luego en los concilios de Letrán (año 1123) y de Trento (1545-1563). Una cuestión más: el celibato sólo es obligatorio para los sacerdotes católicos de rito romano, pues los de rito bizantino pueden contraer matrimonio. Para los curas ortodoxos, el celibato es opcional, aunque forzoso para acceder a obispo, de ahí que la mayoría de obispos sean frailes, pues profesan los votos de castidad, pobreza y obediencia.
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A la venta la Lista de Schindler


Una de las copias de la célebre lista en la biblioteca de Nueva Gales del Sur (AFP)

La firma M.I.T. Memorabilia, especializada en la venta de documentos históricos, vende por 2,2 millones de dólares una copia de la lista que Oskar Schindler elaboró durante la 2ª Guerra Mundial para salvar a más de mil judíos del horror nazi. El diario Daily News informó en su edición digital que la lista fue elaborada por el mismo Schindler (1908-1974) y su contable Itzhak Stern (1901-1969), lleva fecha del 18 de abril de 1945, tiene 13 páginas y contiene 801 nombres con fechas de nacimiento y profesiones. Se trata de la única copia que queda en manos de un coleccionista privado de la famosa lista de Schindler, que hiciera famosa la película del mismo nombre que dirigió Steven Spielberg.

El director de esa casa de subastas del estado de Nueva York, Gary Zimet, indicó que venderá el documento “al primero que lo quiera”, señala el diario, que recuerda que sólo unas cuantas copias de aquella lista que salvó a más de mil judíos se han conservado y pertenecen a algunos museos de Estados Unidos e Israel. Además de ese histórico documento, la casa de subastas neoyorquina informó a través de su página web de la venta de otros documentos históricos relacionados con Schindler y con el final de la II Guerra Mundial (1939-1945), pero de los que no ha dado a conocer su precio.

La rendición de la Alemania nazi y una foto de Schindler.- Se trata de una foto firmada por Schindler en el reverso, que lleva la dedicatoria de “con todo mi cariño a mi querida familia Licht”, fecha de agosto de 1948 y data en Regensburg. La empresa explica en su página web que recibió la foto y una carta desde Israel remitida por el hijo de Giza y Herman Licht, una pareja de judíos polacos de Cracovia que sobrevivieron al holocausto y que trabajaron para Schindler en la fábrica de esmaltes que tuvo en esa ciudad. Los Licht fueron trasladados al campo de trabajos forzados de Plashow, dirigido por el comandante nazi Ammon Goeth, que en la película de Spielberg es interpretado por el actor Ralph Fiennes. “Cuando Schindler abrió su fábrica en Brinnitz, en la frontera checa, empezó a elaborar la lista con Itzhak Stern, e incluyeron a mis padres en ella”, explica el propietario de esa foto, en la que el empresario aparece sonriente. M.I.T Memorabilia ha puesto también en venta el documento que refleja el acuerdo de rendición sin condiciones de la Alemania nazi ante los aliados y que fue firmado el 7 de mayo de 1945 en la localidad francesa de Reims. “Esta es la rendición sin condición del Tercer Reich, que fue firmada a primera hora del lunes 7 de mayo de 1945, y en la que está anotada la hora como las 0241 o las 2:41 de la mañana”, dice la empresa, que indica que el documento se firmó en los cuarteles generales aliados ubicados en una escuela de la ciudad francesa de Reims. Los dos folios de la rendición alemana, escritos en inglés, que contiene cinco puntos y se alcanzaron tras una difícil negociación, están firmados por parte alemana por el general Alfred Jodl, mientras que por parte aliada se aprecia la firma del general estadounidense Walter Bedell Smith, así como la del general soviético Ivan Sousloparov (EFE).
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El dictador Franco sabía lo que ocurría en Auschwitz

El Gobierno de Franco supo de los horrores de los nazis contra los judíos. El joven diplomático Sanz Briz, destinado en 1944 en Budapest, envió a Madrid un informe que avisaba del exterminio en Auschwitz. Hasta ahora tenía el sello de “No mostrar”


Hitler y Franco en su encuentro en Hendaya

Una mañana, de los vagones bajan 45.000 judíos llegados de Salónica, demacrados y hambrientos. Unos 10.000 son seleccionados para los campos de trabajo y al resto los envían directamente al crematorio. Los que se salvan, hacinados en barracones, no soportan las duras condiciones del lugar y al poco tiempo enferman de paludismo. Los guardias alemanes, con sus botas militares y los perros, les recomiendan que vayan al hospital del campo de concentración, algo que desaconsejan los prisioneros veteranos. Saben cómo se las gastan allí. A pesar de las advertencias, los griegos se presentan en el centro médico, donde a medida que van pasando reciben en el corazón una inyección de fenol que acaba con sus vidas. Sus cadáveres se apilan más tarde en la puerta del bloque de enfermería, donde nunca entra el sol. Eso no tiene ninguna importancia aquí, en Auschwitz-Birkenau, 1943.Estos detalles del día a día en el mayor campo de exterminio de la Alemania nazi, donde fueron aniquiladas entre 1,5 y 2,5 millones de personas, quedaron reflejados en un informe que dos jóvenes eslovacos escribieron tras escapar del lugar. El texto, escrito a máquina y en un dificultoso francés, llegó a manos de Ángel Sanz Briz, un joven diplomático español destinado en el Budapest ocupado por los nazis. Tras leerlo, remitió el documento en agosto de 1944 al ministro de Asuntos Exteriores, José Félix de Lequerica. No consta que Sanz Briz recibiese una respuesta.

El puñado de papeles que el diplomático envió a Madrid iba precedido de una carta a “Vuestra Excelencia” en la que informa “sobre el trato a que se condena a los judíos en los campos de concentración alemanes”. Desvelaba que se los habían hecho llegar “elementos de la junta directiva de la organización sionista de la capital”. “Su origen, pues”, se dice en la misiva, “le hace sospechoso de apasionamiento. Sin embargo, por los informes que he podido obtener de personas no directamente interesadas en la cuestión y de mis colegas del cuerpo diplomático aquí acreditado, resulta que una gran parte de los hechos que en él se describen son, desgraciadamente, auténticos”. Los papeles permanecían hasta ahora en los archivos del ministerio, en una carpeta donde se lee “no mostrar”. Ahora sirven para confirmar hasta qué punto el Gobierno de Franco, simpatizante de Hitler en la Segunda Guerra Mundial y ambiguo en sus posiciones hacia el final de la contienda, conocía con todo detalle el plan que los nazis estaban llevando a cabo para exterminar a los judíos.

En el Budapest ocupado por los nazis, Sanz Briz era un tipo elegante, joven, de misa diaria. Un hombre de fe, en resumen. Era el encargado de negocios en la legación española. Había llegado a la capital de Hungría para sustituir a Miguel Ángel Mugiro, un hombre muy crítico con los dirigentes húngaros que se mostraban serviles con los nazis. Mugiro denunció varias veces a Madrid los abusos que se estaban cometiendo con los judíos en el país, injusticias que había visto con sus propios ojos, como el saqueo que estaban sufriendo los comerciantes. El Gobierno de Madrid le sustituyó por el joven Sanz Briz para mejorar las relaciones con Hungría. No fue así.

Sanz Briz participó casi desde su llegada a Budapest en unas reuniones secretas con diplomáticos de otros países neutrales, incluido el nuncio apostólico, en las que se buscaba la forma de ayudar a los miles de judíos húngaros que en ese momento estaban siendo transportados a los campos de exterminio. Mientras se producían esos encuentros secretos, por las calles de esa ciudad también andaba Adolf Eichmann, uno de los cerebros de la llamada Solución Final, el plan de la Alemania nazi con el que se pretendía culminar el genocidio de la población judía. Eichmann, meses antes, había negociado con los aliados el canje de un millón de prisioneros por una cantidad de dinero que le permitiese seguir costeando la guerra.

“En los vagones de camino a los campos de concentración no sólo van hombres, sino también mujeres, niños y ancianos. Es difícil de creer que vayan a trabajar…”, dice Sanz Briz en una de sus comunicaciones con Madrid. Después de mucho insistir, le autorizaron a repatriar a “algunos” judíos de origen español. Hungría, último país ocupado por los nazis, le permitió expender 200 pasaportes. Pero el diplomático buscó un salvoconducto para tramitar cientos de pasaportes y cartas de protección en las que garantizaba el origen sefardí de miles de judíos que en realidad no lo eran. Siempre sellaba las cartas y los visados con números inferiores a 200, lo que despistó a la burocracia húngara.

El documento enviado a Madrid el 26 de agosto de 1944 era similar en muchos aspectos al que elaboraron Rudolf Vrba y Alfred Wetzler, los prisioneros números 44.070 y 29.162, tras fugarse en abril de 1944. En éste en concreto no se especifican los nombres de los protagonistas, tan sólo que se trata de dos jóvenes israelíes eslovacos, deportados en 1942, que pasaron dos años en el campo de concentración y que “milagrosamente” consiguieron escapar sanos y salvos. “Hoy día se encuentran en países neutros”, aclara el texto, en el que se incluyen esquemas del campo de campo de concentración y de las cámaras de gas. También se añaden cifras aproximadas de los asesinatos que se habían producido, guardados en la memoria de los testigos, que aseguran que sólo han relatado hechos que ellos han visto. Por prudencia, ni siquiera se anotaron las macabras historias que otros prisioneros les contaban.

No es casualidad que los presos recalquen que todo lo que escriben, toda la putrefacción de los cadáveres, los tiros en la nuca, el gas de las cámaras que relatan, lo hayan visto, escuchado y olido. Quedan en sus memorias el humo de las pistolas, las pisadas de las botas de los militares de las SS. No es casualidad. En la Primera Guerra Mundial, uno y otro bando contaron crímenes que en muchos casos no eran ciertos, y eso había quedado en la memoria de la generación de Sanz Briz, obsesionada por verificar (“su origen, pues, le hace sospechoso de apasionamiento”) la certeza de los relatos. Un año y medio antes de que llegase este documento a Madrid, los Gobiernos aliados publicaron una declaración conjunta que denunciaba la matanza sistemática de los judíos. Desde ese momento, se puede decir que existía conocimiento general del Holocausto. En los países ocupados por Alemania se lanzaron folletos donde se decía que quien colaborase con esta barbarie sería juzgado. Pero otra cosa era conocer los detalles concretos, la historia desde dentro. Y esa parte hasta entonces desconocida en España es la que hizo llegar Sanz Briz al Gobierno del general Franco: “Ahí se demuestra que Franco conocía con exactitud el tamaño de la matanza. No admite dudas”, cuenta desde el otro lado del teléfono Bernd Rother, historiador alemán y autor del prestigioso libro Franco y el Holocausto.

Rother, que estuvo indagando durante años en los archivos desclasificados españoles, asegura que el informe de Sanz Briz empezó a circular por las esferas de Budapest en mayo de 1944. Los rumores de que la Solución Final caminaba con paso firme eran insistentes y lo confirma que en esas fechas, concretamente entre abril y julio, habían sido deportados 450.000 judíos húngaros a los campos de exterminio. Incluso para miembros de la resistencia antinazi era difícil de imaginar que estuviese ocurriendo algo así, por lo que unos documentos que contasen con exactitud qué demonios ocurría en esa especie de fábrica gris rodeada de alambrada tenían relevancia. “Sanz Briz demostró una vez más su coraje”, apuntilla Rother. Al historiador le sorprende incluso que después de haber expedido los falsos pasaportes y de haber enviado la historia de los dos jóvenes polacos no fuese destituido fulminantemente. Después llegó incluso a continuar una exitosa carrera diplomática que le llevó por varios países del mundo.

En Auschwitz, mientras, no paraban de llegar vagones repletos de judíos. A la entrada se encontraban con un imponente cartel: “El trabajo os hará libres”. Los recién llegados recibían cada día una libra de margarina y una cucharada de mermelada, a lo que se acompañaba con un café o un té frío, según se lee el documento de Sanz Briz. La sopa que se servía a mediodía estaba hecha con agua sucia y una remolacha, mientras que cuando caía la noche se repartían, en teoría, 300 gramos de pan, aunque al final la cosa se solía quedar en la mitad. En el campo se abrió el Instituto de Higiene, en un bloque aislado de los otros. Se dividía en internos, infectados y cirugía. En su interior se provocaban heridas de guerra para ver de que forma curaban después, se hacían estudios raciales con los esqueletos de los prisioneros y se trataban las enfermedades contagiosas. Además, se hacían investigaciones sobre los efectos de la altitud, las bajas temperaturas o la ingesta de agua del mar. Siempre con los presos como cobayas y en contra de su voluntad.

El primer crematorio se inauguró en marzo de 1943 con 8.000 judíos de Cracovia que fueron gaseados e incinerados. Los jóvenes eslovacos narran que para la ocasión llegaron desde Berlín oficiales y dignatarios civiles que se tomaron la ocasión como una fiesta. “Comprobaban con gusto lo que ocurría en la cámara de gas y al final daban libre curso a su asentimiento”. En la puerta del crematorio se colocó un paredón de fusilamiento, antes situada en otra parte del campo.

La nueva ubicación facilitaba la labor de limpieza de los sonderkommandos, unidades de trabajo compuestas por judíos, encargados de colaborar con sus propios verdugos a cambio de algunos meses más de vida. Eran los encargados de retirar los cadáveres de las cámaras de gas y de rapiñar entre las pertenencias de los muertos. Los demás prisioneros evitaban acercarse a ellos por el olor que desprendían y por su fama de violentos. “Yo asistí en una escena en la que un joven judío polaco explicaba a un hombre de las SS el verdadero modo de matar a un hombre sin ningún arma”. Eran capaces de hacerlo con las manos. Y eso en Auschwitz no era un crimen. Sencillamente se recogía al muerto con una carretilla y se apuntaba su número de prisionero en un documento donde se registraban las bajas. Sin especificar cómo se había producido el óbito. Eso no tenía importancia en este lugar, al fin y al cabo se trataba de judíos.

Resulta desgarrador el testimonio que dan los dos jóvenes eslovacos sobre la manera en la que se accionaban las cámaras de gas. Cuentan que su interior tenía el aspecto de un baño normal. Sin ventanas, salvo por un ventilador situado en el techo. Las ejecuciones se organizaban de una manera industrial, casi mecánica. Los condenados llegaban en camión, acompañados por un médico, y cuando accedían a la cámara, rodeada de alambre de espino, se desnudaban, todos juntos. Los guardias confiscaban relojes, medallas, pendientes, fotografías en sepia… con la promesa de devolverlo todo al rato. Los prisioneros recibían a continuación una toalla y una pastilla de jabón. A golpe de fusta, les obligaban a esparcirse por toda la cámara. Se cerraban las puertas de repente con un chirrido metálico, las aberturas del ventilador arrojaban el gas y diez minutos después todo se había acabado. Una cuadrilla compuesta por judíos limpiaba el sitio de cadáveres para hacer hueco a los siguientes. Los primeros en ser ejecutados pensaban que iban a darse un baño, pero a medida que se fue corriendo el rumor de lo que de verdad ocurría allí, cada vez fueron más frecuentes los intentos de no entrar en las cámaras. Los guardias solventaban la escaramuza disparando con sus revólveres o a base de culatazos.

El Gobierno de Franco tuvo una posición ambigua respecto a la Solución Final ideada por los alemanes. Antonio Marquina, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid y uno de los primeros estudiosos de la figura de Sanz Briz, destaca que el hecho de que España se adhiriese al Pacto de Acero, donde se dice que los enemigos de Alemania son los de España, marcará la estrategia del país. Sólo hay que recordar el encuentro entre Franco y Hitler en Hendaya en 1940. Cuatro años después, en la época en la que Sanz Briz envía el relato de lo ocurrido en el campo de exterminio, Marquina dice que hay que resaltar que ya se había producido entonces el Desembarco de Normandía, Mussolini hacía tiempo que había sido derrocado y los aliados consolidaban su avance. Alemania estaba arrinconada. El diplomático actúa entonces por su cuenta, sin instrucciones de ningún tipo, intuyendo que la posición española respecto a la guerra tenía que haber variado a la fuerza.

El historiador Julián Casanova cree que Sanz Briz fue valiente enviado los documentos, aunque en ese momento ya tenía el viento a favor, sobre todo ahora que el sentimiento antijudío es menor. “Aunque conlleva riesgo porque el tema del Holocausto quemaba a Franco, le traía muchos dolores de cabeza. Casi tantos como a la propia Iglesia”, dice. Y Haim Avni, reconocido profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, añade: “Es importante el acto que lleva a cabo el español sencillamente porque el Holocausto en Hungría se inicia poco antes, en marzo, cuando el Ejército alemán ocupa el país, y él hace el envío en verano (26 de agosto). Estaba ante sus ojos el horror, y lo denuncia. No todos se atrevieron a hacerlo”.

Con Serrano Suñer por ejemplo, un ministro pronazi, lo que hizo Sanz Briz hubiese sido un suicidio. De todos modos, Marquina considera que hay pocos documentos que reflejen con certeza el flujo de información que recibió el Gobierno de Franco en ese tiempo a través de los servicios de inteligencia o de los militares. La historia, pues, quizá está por escribirse.

El caso es que además de enviar el informe, Sanz Briz continuó con sus labores diplomáticas. Los judíos a los que protegía fueron recluidos en un gueto, a la espera de cualquier movimiento por parte de los nazis. El diplomático alquiló entonces 11 edificios en los que colgó un cartel donde se leía: “Anejo a la legación española. Edificio extraterritorial”. Los trabajadores de la Embajada española se encargaron de proveer de alimentos e higiene a los refugiados. Con el Ejército Rojo a las puertas de Budapest y las quejas constantes de los nazis a Franco, Sanz Briz se vio obligado a dejar el país. Su labor la prosiguió un colaborador suyo, Giorgio Perlasca, un italiano que se hizo pasar por español (cambió su nombre por el de Jorge) y asumió el papel del diplomático español diciendo que éste se había ido sólo por un tiempo. Entre los dos salvaron a unas 6.000 personas. Otros diplomáticos franquistas de ese tiempo también ayudaron a salvar cientos de vidas, como es el caso de Julio Palencia, destinado en Sofía (Bulgaria), o José Ruiz Santaella en Berlín.

Sanz Briz incluía en el paquete que enviaba a Franco el relato de una señora y su hijo. Asqueada de las condiciones de higiene que soportaba en el campo de concentración en el que estaba recluida, pidió su traslado a Birkenau, donde según había oído no era tan malo el trato. Al llegar al sitio, quedó impresionada por el cartel en el que decía que el trabajo la haría libre. “Tenía la impresión de haber hecho un buen cambio”, contará más tarde. El patio limpio, los edificios de ladrillo, el césped verde, le dieron buena impresión. Enseguida se dio cuenta de su error. Le afeitaron la cabeza, le tatuaron un número en el brazo izquierdo y de esa forma tan inesperada pasó a convertirse en una prisionera política. Cierto día la condujeron a la cámara de gas y a ella le entró el pánico, aunque le decían que sólo era para hace un recuento al grupo. Ella tuvo suerte: consiguió escapar y con la ayuda de unos campesinos logró llegar a Hungría.

Ese fragmento del horror también estuvo en manos de Francisco Franco, el dictador español. Nunca le envió una contestación al joven Sanz Briz (por JUAN DIEGO QUESADA para El País, 21/03/2010).

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Un médico peruano examinó a Albert Einstein

“Hay muchas perlas en los anaqueles del mundo, pero solo una como la suya quiero conservar”. Con estas palabras, cuidadosamente escritas en una carta, el doctor tarmeño Alejandro Arellano Zapatero terminó de convencer a Albert Einstein para lograr lo que se antojaba imposible: analizar el cerebro del hombre que tanto iluminó al mundo. “¿Cree usted que mi cabeza sea tan interesante como para merecer un estudio de tal naturaleza? Si usted lo piensa así, acepto”, le respondió el científico.

Por entonces, a mediados del siglo XX, el doctor Arellano trabajaba en el Hospital General de Massachusetts, luego de haber obtenido una beca en el Instituto de Salud Mental de Nueva York. Se encontraba abocado a un estudio que consistía en medir las ondas magnéticas del cerebro de las personas y percibir las diferencias. Uno de los primeros genios que pasó por el Laboratorio de Electroencefalografía del hospital fue Norbert Wiener, quien ofreció además contactar a otros superdotados para el estudio. “Yo le voy a escribir una carta personal [a Einstein], pero usted también escríbale”, le aconsejó Wiener a Arellano. “Y así fue la historia, un ave atrae a otra del mismo linaje”, confesaría cinco años después el galeno. Con el equipo electroencefalográfico completo, Arellano partió la mañana del 8 de setiembre de 1950 a la Universidad de Princeton, en Nueva Jersey. “El examen se realizó en la casa [ubicada dentro del campus] del profesor Einstein, así lo dispuso él”, recuerda hoy la esposa del médico, Katharina Hoffmann, una alemana de 84 años. Un salón de mediano tamaño, austeramente amoblado y con pocos libros fue lo primero que llamó la atención del médico peruano, ansioso por estrechar la mano del sabio.

“Era un hombre de 1,70 metros más o menos, de contextura delgada, expresión tranquila, amable, rostro un tanto arrugado, cabellera larga, blanca, fina, de mediana abundancia que cubría su cráneo y dejaba ver su amplia frente”, contaría sus impresiones en 1955 a este Diario. Sobre la camilla preparada en su sala de estudio, y con el electroencefalógrafo bajo un pizarrón lleno de números y letras, el autor de la teoría de la relatividad se entregó como un manso cordero al examen. “Profesor, le ruego relajarse en lo posible, y reposar mentalmente”, le indicó el médico, a lo que Einstein contestó: “Me pide usted una cosa muy difícil, algo que nunca he hecho en mi vida”. Era cierto. “Tengo un problema sobre la teoría de la relatividad que me preocupa profundamente”, confesó el sabio, y al instante las respuestas eléctricas cerebrales cambiaron. Tras dos horas, el examen terminó. “Me parecía un sueño haber confidenciado [sic] largo rato con el cerebro más grande de nuestro tiempo y guardar el tesoro gráfico de sus potencialidades”, confesaría años más tarde. La comunicación con Einstein prosiguió por medio de cartas, nos cuenta doña Katharina, hasta que el genio murió en 1955.

Aquel encuentro marcó la vida del médico peruano. Le llovieron ofertas para quedarse en EE.UU. o ir a Europa para continuar con la investigación. Sin embargo, dejó todo y regresó a su país, acompañado por una guapa alemana 14 años menor que él, que se convertiría en la madre de sus siete hijos. Hoffmann me cuenta que se conocieron en una oficina postal de Madrid, y que a los tres meses se casaron. “En octubre de 1952 viajamos al Perú, justo para la procesión del Señor de los Milagros”, rememora. Arellano fue el pionero de la encefalografía en el Perú: trajo la primera máquina y realizó aportes importantes a la especialidad. Además, él y su colega Fernando Cabieses fundaron la Liga Peruana de Lucha contra la Epilepsia. “Su trabajo fue excepcional, creó el servicio médico asistencial de electroencefalografía, atendía gratis a pacientes del hospital Dos de Mayo”, me dice uno de sus alumnos, el neurólogo Juan de Dios Altamirano. Hace 14 años, tras un derrame cerebral, Arellano partió de este mundo. Mientras tanto, la histórica máquina con la que realizó el examen a Einstein se oxida en el frío sótano del Museo de la Nación, a la espera de ser trasladada a un lugar que esté más acorde con su valiosa historia (por María Fernández, publicado en El Comercio, 21/03/2010).

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Europa se borra del mapa


Planisferio de Rumold Mercator (1587)

En 1988, unos investigadores de la revista National Geographic pidieron a 3.800 niños de 49 países que dibujaran el mapa del mundo. La mayoría de los chavales -africanos, asiáticos, americanos- colocaron Europa en el centro del mapa. Sin saberlo, reprodujeron la misma visión eurocéntrica legada por sus antepasados desde la época colonial, la proyección de Mercator, la misma que todo occidental tiene en la cabeza como un hecho objetivo ante el que no cabe la más mínima duda.

Un mapa no es más que una mirada, trazada históricamente con una carga ideológica, a veces inocente, que suele generar controversia. Mientras el mapa del poder real en el mundo está cambiando radicalmente, desplazando a Europa cada vez más al oeste y colocando en el centro a Estados Unidos y China, las viejas polémicas sobre el eurocentrismo siguen vivas.

Las dos proyecciones de mapas que más han agitado el mundo de la cartografía son las de Mercator (1569) y la de Peters (1974). Representar fielmente en un plano una esfera achatada por los polos -un elipsoide de revolución, que dirían los expertos- es el reto de los cartógrafos desde el siglo XVI. Desgraciadamente, es imposible; siempre habrá una parte que quede distorsionada.

En 1569, el padre de todos ellos, el flamenco Gerardo Mercator ideó una forma de proyectar el mundo esférico metiéndolo en un cilindro. El mapa, una herramienta útil para los navegantes de la época, es el mismo que se ha enseñado en las escuelas. Coloca a Europa en el centro y representa fielmente la forma de los continentes, pero exagera los tamaños de los países a medida que se acercan a los polos. Groenlandia, por ejemplo, aparece con un tamaño similar al de África, aunque su superficie es de 2,1 millones de kilómetros cuadrados, mientras que la del continente es de 30,1 millones.

De la misma forma, la masa continental de lo que todavía seguimos llamando norte ocupa mucho más espacio que la del sur. La realidad es que el sur ocupa el doble, unos 100 millones de kilómetros cuadrados. En cualquier caso, las inexactitudes de Mercator no pueden atribuirse a supuestas intenciones deshonestas; el hombre sólo quería que los barcos no se perdieran en el océano Atlántico.

Quien sí resultó un experto en propaganda fue Arno Peters. En 1974, este berlinés que había sido cineasta, organizó una rueda de prensa para arremeter contra el mapa de Mercator y presentar el suyo. La proyección de Peters respetaba las superficies reales de los países, pero no sus siluetas, la mayoría de las cuales aparecían demasiado estiradas. Los cartógrafos le dieron la espalda -Arthur Robinson definió el mapa como un calzoncillo largo, mojado y andrajoso colgado del Ártico- pero la visión políticamente correcta de Peters caló en la Unesco y en las ONG, que adoptaron el mapa para mostrar su sensibilidad hacia África y Asia. Además, Peters no había hecho más que apropiarse de una proyección casi idéntica elaborada en 1855 por James Gall, un religioso escocés con menos sentido del espectáculo.

“No solamente es fácil mentir con mapas; es esencial”, señala el experto estadounidense Mark Monmonier en su libro Cómo mentir con mapas (How to lie with maps, 1996), donde revisa cómo los mapas han servido históricamente para hacer propaganda. Monmonier propone un método mucho más efectivo que el de Peters para resaltar la importancia creciente de China o India: los cartogramas.

Este tipo de mapas no se hace atendiendo a las coordenadas para representar con fidelidad la superficie terrestre. Son simplemente gráficos que permiten explicar cómo se distribuyen los países según determinadas variables estadísticas. A eso se dedican páginas web como worldmapper.org o gapminder.org, herramientas estupendas para elaborar cartogramas.

¿Cómo será el mapa del mundo dentro de unos años? Si pintásemos un cartograma geopolítico que dejase claro quién manda en el mundo, ¿qué criterio seguiríamos? Todos los expertos consultados coinciden en que serán los avances tecnológicos los que determinarán principalmente quién mandará en el mundo. “La ciencia es la que define la innovación y eso es lo que marca la productividad de un país y, por tanto, su crecimiento económico”, señala Fernando Vallespín, catedrático de Ciencia Política y de la Administración. “China va ganando poder militar. El centro lo copan China y Estados Unidos”, propone Cristina Manzano, directora de la revista Foreign Policy en España.

“Hay otros factores, como la educación y el número de universidades potentes, pero todos están ligados a ese criterio económico y tecnológico”, explica Antonio Marquina, catedrático de Seguridad y Cooperación en las Relaciones Internacionales, que aporta las predicciones económicas de Goldman Sachs para 2050. Según el análisis del grupo de inversión, China y Estados Unidos coparían la primera y segunda plaza respectivamente. Otros países como Brasil, India y Rusia dominan las primeras plazas. Sólo Alemania sigue manteniendo cierto poderío. España no aparece ni siquiera en la lista de los 20 primeros. Una proyección similar es la que aportan los expertos de Worldmapper para 2015 (ver gráfico).

Muchas cosas pueden poner todo del revés de aquí a 2050, pero, probablemente, si la revista National Geographic repitiese su experimento en esa fecha, los niños europeos dibujarían a China y Estados Unidos en el centro y arrinconarían a Europa al extremo oeste del mapamundi (El País, 20/03/2010).

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Las bombas aliadas sobre Dresde mataron a un máximo de 25.000 personas

Murieron entre 18.000 y 25.000 personas en tres días. Miles de toneladas de bombas arrojadas por cientos de Lancaster, precedidos por grupos de Mosquitos que marcaban los objetivos con bengalas rojas. Los bombardeos de Dresde entre el 13 y el 15 de febrero de 1945 destruyeron la ciudad barroca y se grabaron a fuego en la memoria de los vencidos y en la de los Aliados. La devastación es, todavía hoy, el argumento preferido de neonazis y ultraderechistas para demonizar al antiguo enemigo. Una comisión de investigación encargada por el ayuntamiento de la capital sajona ha presentado la conclusión de cinco años de investigaciones, que cifran en un máximo de 25.000 el número de víctimas. La cantidad estremece, pero es mucho menor que la presentada por el régimen de Hitler, que la exageró hasta 200.000. La ultraderecha habla aún de medio millón.

El arrasamiento de Dresde es probablemente la operación militar aliada más polémica de la II Guerra Mundial. El miércoles, el concejal de cultura de Dresde defendió el estudio sobre el número de víctimas como “la busca de argumentos científicos contra la manipulación política intencionada” de los muertos. En mayo de 1945, las autoridades locales ya calcularon que los bombardeos habían matado a unas 25.000 personas. La República Democrática Alemana (RDA) sostenía oficialmente que fueron 35.000.

El informe actual desmiente también otras falsedades propagandísticas, como que Dresde estaba llena de refugiados del Este que perecieron en las llamas sin que constara su elevado número. Según los 12 historiadores, tampoco hubo vuelos rasantes para perseguir a los supervivientes. Consideran que este mito se debe a que algunos testigos confundieron los combates aéreos con ametrallamientos sobre la superficie. Descartan, además, que las temperaturas del arrasador incendio provocado por las bombas alcanzaran para hacer desaparecer gran número de cadáveres. El historiador Thomas Widera admite sólo “casos aislados” (El País, 18/03/10).

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¿La imprenta ‘nació’ 80 años antes de que Gutenberg la inventara?


Retrato en grabado de Johannes Gutenberg

El libro El imaginario europeo de la imprenta en Asia (Editorial Tleo), que se presenta en la Universidad de Granada (UGR), del historiador de la Tipografía Francisco de Paula Martínez Vela, asegura que “la imprenta con tipos metálicos nació 80 antes de que Gutenberg imprimiera su Biblia, datada en 1455 aproximadamente”.

Según informó la UGR en un comunicado, este trabajo analiza, partiendo de textos históricos, “la visión que sobre la imprenta y su invención se ha extendido en Europa a lo largo del tiempo, salvaguardando sus intereses hegemónicos y ajustando los hechos a su conveniencia”. En este sentido, indicó que “a la vez, se negaba, de paso, la posibilidad de la aparición de la imprenta con tipos metálicos en otro lugar que no fuera Alemania”. Por otro lado, precisó que “si bien el pensamiento ‘eurocentrista’ sobre la imprenta con tipos metálicos lleva años siendo cuestionado en algunos países europeos y en América, es la primera vez que se aborda este asunto en España”.

El autor del libro, Francisco de Paula Martínez Vela, natural de Alcalá la Real (Jaén), ha publicado un libro de poesía, ‘Las hojas caídas’, y es hijo y hermano de impresores. Él mismo aprendió el oficio en Granada, estudios que completó con los de Grabado Calcográfico y Tipografía Artística con los maestros Antonio Idígoras, José García de Lomas y Emilio Sdum (Europa Press, 17/03/10).
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