Ayer estuve en la Catedral cuzqueña, que nació como iglesia mayor en 1534 y recién fue catedral en 1538, aunque la definitiva quedó en 1559. Estaba por inaugurarse (luego de reformas y detenciones) cuando el terremoto de 1650 la dañó mucho, teniendo que subsanarse entre 1651 y 1657 para, finalmente, consagrarse en 1668. Esto explica por qué su fachada es renacentista y su portada barroca. La obra mayor corrió a cargo de Juan Miguel de Veramendi, Juan Correa y el herreriano Francisco Becerra; la portada fue factura de Francisco Domínguez Chávez de Arellano, quien fue también el que cerró las bóvedas góticas y la nave central. Los campanarios se cerraron años después para poder subir las campanas, entre ellas la famosa María Angola, en la torre que da al Norte.
Al final del templo catedralicio resultó “como si se hubiera labrado en cedro”, cobrando su interior la severidad de las grandes basílicas medievales gracias a los planos del arquitecto Bartolomé Carrión, a quien sucedió Becerra. Se trata de una catedral de planta rectangular, como la Catedral de Sevilla, con girola o deambulatorio y, por tanto, procesional. Tiene tres naves y doce capillas laterales, más otras dos capillas que coinciden con el final de las naves menores. Su sillería coral da la espalda a la portada y mira al altar mayor. Las bóvedas muestran nervaduras nacidas del gótico florido, flamígero o isabelino. El conjunto interno, aunque muy hermoso, peca de falta de luz. El lugar original se llamó Quishuar Cancha y fue palacio del Inca Huiracocha; el templo cristiano se dedicó a Nuestra Señora de la Concepción. No cabe duda que la actual basílica se conserva en perfecto estado y exhibe una gran prestancia.
Empezando por la nave de la Epístola (a la derecha) , tenemos las siguientes capillas:
1. Capilla de la Virgen de los Remedios, de arco ojival o gótico, su retablo tiene frontal y gradillas de plata. El lienzo de la Virgen lo entronizó allí en 1646 Alonso Monroy y Cortés, el pariente doble de Hernán Cortés. La Virgen muestra corona y diadema de plata y el Niño, también de plata, una tiara papal.
2. Capilla de Santa Rosa de Lima, con altar de estilo barroco, también se le llama Capilla de la Virgen del Perpetuo Socorro, por la imagen central del retablo.
3. Capilla del Señor de la Caña -también llamado Señor de la Vara, Señor de la Justicia o el Justo Juez- donde la imagen sedente de Cristo luce cabello humano y túnica roja bordada en plata. Es imagen muy antigua y su altar de estilo barroco.
4. Capilla del Señor de los Temblores. A este Cristo, al que los indios llamaban Taytacha y es hoy el Patrono de la Ciudad del Cusco, se le rinde culto fervoroso desde 1650, año del gran terremoto que azotó la urbe. Se dice que es un obsequio del Emperador Carlos V, pero no hay pruebas documentales de ello. Es imagen muy antigua, posiblemente del siglo XVI, esta hecha con estructura de madera y exteriormente forrada con cuero de llama. El rostro es patético y, como el resto del cuerpo, ennegrecido por el tiempo y el humo de las velas. Junto a la cruz esta la Virgen y al otro lado San Juan Evangelista. El altar del Señor de los Temblores es notable por su riquezaa. Esta cubierto de plata casi en su totalidad, siendo del blanco metal el frontal, el sagrario, las gradillas, seis columnas y el gran tímpano. Es impresionante durante las misas que se le ofrecen al Taytacha, los cantos de las indias viejas, las que le rezan en quechua al tiempo que vierten lágrimas de fervor. La procesión del Señor de los Temblores es el Lunes Santo, a las tres de la tarde, hora en que murió el Redentor.
5. Capilla de la Plata, llamada así por guardarse en ella el famoso Carro de Plata en que sale anualmente el Santísimo en la procesión del Corpus Christi. Aquí también se guarda el anda de La Linda y ocasionalmente la del Señor de los Temblores, ambas recubiertas con metal argénteo, así como diversos objetos utilizados en el ceremonial religioso: un pequeño altar portátil, la gran cazoleta o sahumerio, blandones, incensarios, candeleros, candelabros y floreros, todo labrado en plata. Visitar esta capilla es una experiencia única.
El final de esta nave epistolar, pasandola puerta de la sacristía, es la Capilla del Señor de Unupuncu, que integra el testero catedralicio. A estas imagen del Crucificado acompañan en el altar -que nació renacentista y es hoy barroco- una decena de lienzos alusivos a Cristo y a su Pasión. Unupuncu significa Puerta del Agua y si el visitante se detiene en esta capilla a escuchar en el silencio, escuchará correr una torrentera subterránea.
Dejando la nave de la Epístola y comenzando la del Evangelio, el recorrido nos muestra la
1. Capilla de la Virgen del Carmen que, igual que su frontera la de la Virgen de los Remedios, es de corte gótico u ojival. Posee un retablo barroco y en él una imagen de vestir de la Virgen del Carmelo. Como todas las demás capillas catedralicias, sirva ésta para ponderar sus bellas rejas doradas de madera.
2. Capilla de Santiago, fundada por el conquistador Diego Maldonado, el Rico, quien está enterrado en ella. El altar presenta una pintura de Santiago Mataindios, alusión a un milagro atribuido al Apóstol del caballo blanco en la guerra de Manco Inca el año 1536. Sin embargo, en el anda de Santiago que está en esta capilla, delante del altar, aparece el Apóstol en equino albo con uniforme militar de 1830 (polaca azul, pantalón rojo, botas negras, capa blanca y el napoleónico sombrero de picos) blandiendo la espada en alto y matando moros por doquier.
3. Capilla de San José, con la imagen de este santo con el Niño a su lado, ambas de vestir. En lo alto de este altar esta la Inmaculada de Bernardo Bitti, orante, con las manos juntas, velo blanco y oro, la túnica roja y oro, el manto azul y oro, ropajes todos con los clásicos pliegues y dobleces que sólo suelen alcanzar los pinceles de este consumado autor. La virgen es mas niña que mujer, luce dulce e ingenua.
4. Capilla de La Linda, nombre que los fieles dan a una virgen muy hermosa que tiene los ojos bajos y las manos juntas, cabello humano, corona de plata con piedras preciosas o semipreciosas, y cien adornos más. El altar tiene frontal de lata que reproduce floreros, fruteros y medallones con follajería de fondo. Es retablo barroco, tallado y dorado, con imágenes y lienzos.
5. Capilla de la Virgen de Choconchaca, también con altar barroco y dorado y un hermoso frontal de plata, imágenes de bulto y lienzos en lo alto.
6. Capilla del Corazón de Jesús, antiguamente del Cristo de la Coronación, muy modesta en sus pinturas y esculturas.
Hay -como dijimos- al final de las dos naves laterales sendas capillas conocidas por su magnificencia: la Capilla del Señor de Unupuncu, cuyo retablo dorado es un relicario de imágenes y lienzos; y la Capilla de la Trinidad (sepultura de la familia Salas Valdes y Bazán, de la Casa de los Cuatro Bustos), también con retablo magnífico en el que estaba La Virgen del Pajarito, lienzo del Bitti lamentablemente robado. La primera capilla cierra la nave de la Epístola y la segunda la del Evangelio.
El coro catedralicio es de lo mejor. La sillería continúa en el lugar original, es decir, con frente al altar mayor, aunque la separa de los fieles una rejería de madera pintada de rojo y oro. El centro de la sillería es el sitial del Arzobispo y en su parte alta aparece labrada la Virgen de la Asunción elevada por los ángeles, rematando este conjunto un templete con dos arcángeles y, por encima, una cruz. En su conjunto la sillería es recia y con cresterías talladas. Los asientos suman veinticuatro en la primera fila y treintidos en la segunda; entre asiento y asiento han esculpido unas sirenas con caras de mujeres indias; sólo conservan su misericordia los asientos de paño frontero al altar mayor, o sea, los que flanquean el sillón archiepiscopal que cae bajo la talla de la Virgen. Detrás de los asientos hay hasta cuarenta paneles conteniendo a los más diversos santos, todos de cuerpo entero y labrados en alto relieve. Destacan San Laureano con su cabeza decapitada en las manos, San Lorenzo con su parrilla y San Ignacio de Antioquía en el momento de ser devorado por dos leones. Dignos de especial mención resultan los labrados de los respaldos y los arabescos del panelillo apisado que los supera, los frontones tallados de los paneles y las cargadas columnas que lo separan, los doselillos libres centrados de infantiles rostros y las hojas, frutas escamas y roleos, conchas y medalloncillos que por todas partes se ven. En lo alto de la sillería, finalmlente, hay panelillos esculturados con santos que aparecen sólo de la cintura para arriba. Se achaca esta sillería al clérigo Diego Arias de la Cerda, párroco de Pisac y de Urubamba que llegó a Deán del Cusco y fue Obrero Mayor de su Catedral en 1648, quien la mandó labrar a un artista hasta hoy desconocido.
El facistol es un inmenso atril, de cuatro caras, que está en el centro del coro, un poco adelantado hacia el altar mayor. El del Cusco es uno de los más bellos del Perú y de los pocos que todavía se conservan. Consta de tres partes: la base maciza, el atril giratorio que sostenía los libros cantorales, y la coronación, en este caso un templete de cupulín superado por una cruz. La base y la coronación son fijas, el atril, como ya se dijo, móvil.
El Altar Mayor.- El altar mayor es único en su género, pues no hay otro retablo máximo en el Perú forrado íntegramente de plata. Lo mandó hacer en 1803 el entonces Obispo del Cusco Bartolomé María de las Heras. Tendrá diez metros de altura y esta advocado a la Virgen de la Asunción. Este altar tiene dos cuerpos y tres calles más una coronación doble con resabios rococó, muestra dieciocho columnas exteriores de orden dórico y todo el retablo, repetimos -incluído el sagrario y el tabernáculo, el frontal y las gradillas- está recubierto con planchas de argentería. Es altar de estilo neoclásico con influjos dieciochescos. Su visión es impresionante pues tiene fulgores extraños. Se recomienda, para su mejor apreciación, mirarlo de lejos, luego de cerca y, finalmente, de lejos otra vez.
El antiguo Altar Mayor.- En la girola o deambulatorio está el gran altar rococó que mandara hacer para retablo máximo el Obispo Juan Manuel de Moscoso y Peralta. El altar oficio dos décadas de retablo central catedralicio, hasta que el actual de plata lo desplazó. Es de madera labrada y dejada en su matiz natural. Se denomina hoy el Altar de los Apóstoles y en su centro está San Pedro entre Santiago y San Andrés surgiendo arriba la Virgen, entre San Juan Evangelista y San Judas Tadeo. Hay en las calles laterales más santos, estando estas calles separadas por cuatro gigantescos tenantes mancebos cuyos pedestales sostienen angelitos. El retablo suma a sus adornos mecheros y follajerías, arreglos leguminoides y cartonerías. Es el mejor altar rococó del Cusco.
El reverso del coro corresponde al retablo de la Virgen de la Antigua, cuyas representaciones más afamadas están en las catedrales de Sevilla y Lima. La del Cusco es muy vieja. Los muchos dorados del atuendo virginal han hecho decir que se trata de influencias vizantinas. Acaso es el lienzo con dorados más antiguos de la ciudad, salvo que haya sido pintado no en el Cusco sino en Europa y traído después. Lo cierto es que su autor sigue en el misterio. El lienzo está entre otros dos muy posteriores y mediocres: el corte de pelo de una novicia y la Profesión de un fraile capuchino.
El retablo de la Antigua tiene gruesas , labradas, doradas y hermosas columnas salomónicas que, en número de cuatro, lucen cargadas de vides, mientras las dos columnillas que flanquean a la Virgen están cargadas de flores. El retablo, no sus pinturas, lo mandó hacer el Obispo del Cusco Manuel de Mollinedo y Angulo, Pastor de 1673 a 1699. Es retablo que se luce mucho, pues es el primero que se aprecia entrando por la puerta grande de la Catedral, la llamada Puerta del Perdón.
En los muros laterales que hacen ángulo con este retablo de la Antigua y que constituyen los flancos del coro, hay dos altares barrocos, graciosos, dorados. El de lado de la Epístola es el de San Antonio de Padua y le sigue una pintura de Basilio Santa Cruz Pumacallao sobre la Virgen de Belén, apareciendo allí el Obispo-mecenas Manuel de Mollinedo, orante y arrodillado, en uno de sus más auténticos retratos; en el lado del Evangelio, a su vez, está el altar de la Sagrada Familia y seguidamente una pintura de la Virgen de la Almudena protegiendo a los cristianos en le cerco de Madrid, apreciándose a sus pies al Rey Carlos II y a su esposa Ana María Luisa de Borbón. El autor, también Basilio Santa Cruz Pumacallao, ha pintado a los moros sitiadores de camellos, los cuales, por no haberlos visto nunca el indio pintor, aparecen con características de llamas.
El púlpito catedralicio es excelente, de los mejores de la ciudad, y se debe a un tallador anónimo, acaso Martín de Torres o Juan Tomás Tuiru Túpac. Tiene cátedra con dobles columnillas que separan a cinco paneles y a otros tantos nichos con sus esculturillas sacras, para no hablar de la base convexa, semiesférica y labrada, rematada en un florón; el tímpano presenta una talla de San Pedro con la Iglesia en la mano izquierda, no existiendo las llaves en la diestra por el deterioro de la efigie o medio bulto; y el tornavoz, muy labrado, sostiene sobre una linterna a un Cristo predicador de ampulosas vestiduras y aureola de rayos, cuyo gesto solemne y barba patriarcal lo ligan demasiado al Viejo Testamento. Es un púlpito, repetimos, de factura superior, enriqueciendo su conjunto la escalera y el pasillo con sus barandales de calados barrocos.
Tampoco merecen pasar desapercibidos los ambones, pues tanto el de la Epístola como el del Evangelio se manifiestan de esmerada labor. Débense a Martín de Torres, quien los labró con sus atriles en 1656 o poco después, siempre siguiendo los lineamientos barrocos.
La Sacristía.- Hay mucho que ver en ella. La Galería de los Obispos y Arzobispos es completa. La forman cerca de cuarenta lienzos conteniendo, cada uno, de cuerpo entero, la figura de un Pastor de la grey cusqueña. Empieza en 1538 con fray Vicente de Valverde, primer Obispo del Cusco, y continua hasta hoy. Los prelados están de pie, en un ángulo superior está su escudo episcopal y en otro inferior el medallón conteniendo brevemente su biografía. Son cuadros en los que abundan báculos y mitras, libros, mesas y cortinas, apareciendo los prelados siempre de pie mirando al observador.
En la parte baja hay valiosos muebles antiguos, destacando un armario labradísimo con fondo de color nogal y relieves de oro, el cual culmina en una linterna o templete altamente ornamental; sus dos hojas tienen abajo casetones y arriba un medallón así como piñas colgantes. Es mueble más que barroco churrigeresco.
Hablando de la gran riqueza pictórica de la Catedral del Cusco, a Antonio Sinchi Roca se deben los Evangelistas San Lucas, con la cabeza de buey, y San Mateo, con el angelillo, San Gregorio, Papa, y San Gerónimo, Obispo, así como San Agustín, prelado de Hipona y autor de las Confesiones. Serie aparte, en la vecina iglesia de la Sagrada Familia, son los Sacramentos, de los cuales se conservan el Bautizo, la Penitenica y la Eucaristía. El autor era natural de Maras, Indio Noble descendiente de los Incas, y de gran actividad pictórica en la segunda mitad del siglo XVII. Se especializó en personajes sedentes, evitando en ellos las posturas repeitivas, también gustó de las cartelas con inscripciones en latín.
En las mismas pilastras catedralicias, de autor no identificado, hay cuatro santas mártires, todas de cuerpo entero. Ellas son Santa Cecilia tañendo el órgano, Santa Marta con el lobo, Santa Bárbara con la torre y Santa Margarita con el demonio en forma de dragón.
Los lienzos que adornan el transepto, tanto grandes como pequeños, son de Basilio Santa Cruz Puma callao, otro pintor aborigen. En la puerta de la Epístola figuran en lo alto la adoración del Santísimo Sacramento por los Padres de la Iglesia, y a sus lados Santa Catalina, mártir, y Santa Matilde de Oldenburgo, reina, y abajo, Santa María Magdalena, penitente, y Santa María Egipciaca, también penitente, con el monge Zósimo que le trae la comunión. En la puerta del Evangelio las pinturas empiezan con la del Buen Pastor, a un lado, Santa Bárbara de Nicomedia y al otro Santa Prisca, correspondiendo los lienzos inferiores a Santa Catalina de Siena, dominica, y a Santa Teresa de Jesús, carmelita. Todos estos lienzos menores han sido especialmente pinados para ambas puertas laterales, de ahí su buen encaje en lo alto y en los lados de sus hojas.
Los cuadros mayores de Basilio Santa Cruz Pumacallao a los lados de ambas puertas son cuatro. Son, en el mismo orden que hemos visto San Cristóbal y San Isidro Labrador, la Imposición de la Casulla a San Idelfonso de Toledo y el Extasis de San Felipe Neri.
Sobre las cajoneras o cajonerías barrocas se alza el retablo del Cristo de la Agonía, lienzo tenebrista atribuida a Vecellio Tiziano. Porque alguna vez lo pretendieron hurtar, hoy el original esta guardado, exhibiéndose sólo una copia. A sus costados, entre labradas columnas barrocas hay cuatro lienzos de la Vida de San Pedro, repitiéndose igual número de lienzos de la misma serie a los flancos de una Virgen de la Asunción que centra el segundo cuerpo. Seis pinturas más, todas más pequeñas, enriquecen el conjunto de este segundo cuerpo.
Entre otros muebles barrocos hay dos cajoneras más en otros puntos de la sacristía: la cajonera de los Evangelistas, con sus cuatro imágenes de los tales hecha de medio bulto, todas carnadas, policromadas y doradas; y la dedicada a los apóstoles Pedro y Pablo.
Hay también frente al altar de Cristo de la Agonía, cuarentiocho pinturas de santos, todas de medio cuerpo, con Jesucristo Rey del Mundo. Entre ellos se descubre a los Apóstoles, a los Papas santificados y a los fundadores de Ordenes religiosas.
En algún lugar llama la atención una imagen vestida de San Juan de Nepomuceno que, pese a ser un santo confesor del siglo XIV aparece ataviado como un jesuita del siglo XVIII. En la parte más alta de la vasta habitación el pincel de Marcos Zapata a perpetuado las Postrimerías: Muerte, Juicio, Infierno y Gloria. son obras de tamaño mayor hechas con arte conocimiento y esmero. También se deben a Zapata la Virgen entre San Joaquín , santa Ana, y los Doctores de la Iglesia y la escena alegórica de Cristo tañendo la campana de la Muerte con la virgen expectante y los eclesiásticos arrodillados. Este último tema lo vemos también, fruto de otros autores, en las iglesias de Andahuaylillas y Huaro, copiados por la pintura popular. Y con esto dejamos la Sacristía.
San Cristóbal es lienzo enorme, en la puerta lateral que lleva a la capilla del Triunfo. Apoyado en una palmera que utiliza como bordón, el santo camina y miras al Niño Jesús mientras lo lleva en el hombro. El Niño, amable, le devuelve la mirada y lo anima a proseguir. Es cuadro de gran colorido y evoca antiguas pinturas similares en las catedrales limeña y sevillana.
San Isidro Labrador, frente al lienzo precedente, es cuadro que mide 6.80 por 2.80 metros y fue ejecutado en 1693. Representa al santo -a quien el autor llama Isidoro Agrícola- cuando habiendo ido a escuchar misa es hallado por su amo, quien le quiere reprender su actitud, pero él mismo se lo impide al advertir que en el campo dos ángeles con sus respectivas yuntas de bueyes estan y han estado labrando la tierra, probando que la ausencia de Isidro no ha sido perjudicial al propietario. Entonces éste, advertido del prodigio, cae de rodillas al tiempo que Isidro hace un hoyo con su cayado en el suelo haciendo así brotar un manantial. El amo, arrepentido, luce deslumbrado. El lienzo tiene diez medallones con milagros del santo, medallones que se dan en un entretejido de arabescos.
La Imposición de la Casulla a San Idelfonso, en el transepto de Evangelio, es otro lienzo mayor, hecho en 1691. Representa a la Virgen, ayudada por los ángeles, alcanzando el ornamento al santo para que se revista con él y pueda oficiar la misa. El cuadro, muy barroco, es rico en claroscuros, y exhibe más de veinte ángeles entre activos y contemplativos.
El Extasis de San Felipe Neri, asimismo crecido, acusa marcado barroquismo y hasta movimiento dentro de su inicial quietud. Luce perspectiva dentro de lo monumental y arquitectónico, así como moderado juego de luces y sombras. Es lienzo que supera las dos decenas de personajes.
En los medios arcos laterales de la Catedral, sobre la corniza y bajo la bóveda están las Letanías Lauretanas pintadas por Marcos Zapata y Antonio Carrasco. Son pinturas semicirculaes, partidas y acoladas no siempre con precisión. Cada letanía mariana merece un cuadro, suman todos unos cincuenta lienzos, esmerándose en reproducir paisajes de la vida de la Virgen y también alegorías vinculadas a Ella. Es notable la que representa el Triunfo de la Iglesia, donde el artista se da el lujo de pintar un elefante inspirándose en una estampa europea y también en el Libro de los Macabeos. Esta sobre la capilla de la Virgen del Carmen y es la primera pintura del muro del Evangelio. Otra pintura alegórica es la que representa a Luzbel, que condenado exclama sin lugar a redención: “ay de mi que ardiendo quedo, Ay que pude y ya no puedo, ay que por siempre arderé, ay que a Dios nunca he de ver”. Estos lienzos los mandó pintar Diego de Barrio de Mendoza Tesorero de la Catedral del Cusco “de su propio caudal y no de los bienes de la Iglesia”. Pagó por cada lienzo dieciseis pesos, debiendo sus autores hacerlos “dentro de seis meses”.
Hay dos cuadros más, también mayores: El Cordero Pascual, al fin del muro del Evangelio, y La Ultima Cena, al final del muro de la Epístola, habiendo quien los atribuye a Marcos Zapata.
En El Cordero Pascual aparece éste echado sobre el libro de los Siete Sellos y rodeado de una claridad lumínica; abajo, en el segundo nivel están los santos, predominando los Apóstoles y alcanzando un extremo San Miguel Arcángel; y en el inferior aparece el Rey David tañendo el arpa, la Magdalena penitente, y San Pedro acompañado por el gallo de la Pasión, reuniéndose de este modo los tres pescadores perdonados. Es lienzo extraño, obedece a una proyección desconocida.
La Ultima Cena es cuadro grande, de marcado mestizaje. En lugar del cordero pascual hay una vizcacha preparada al uso del Cusco, que en la cosmovisión andina es la guardiana de los lagos de las montañas sagradas; el pan retrata el del tiempo del pintor, Marcos Zapata; hay dos ánforas de vino pero también una olla con licor fermentado de maíz a la que acompaña una tela blanca que sirvió para cubrirla y preservarla de las moscas. En la mesa hay maíz de panca, una papaya y algún ají. Entre los doce Apóstoles es difícil identificar a Judas; probablemente es el que tiene facciones de moro.´
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