Tzvetan Todorov, premio Príncipe de Asturias de 2008, describe en Los abusos de la memoria (Paidós) una Europa actual prisionera de su pasado, de sus traumas. El intelectual búlgaro (nacionalizado francés) ofrece la metáfora de la identidad personal para ahondar sobre la comunitaria, sobre la sociedad. Metáfora que tiene una larga tradición filosófica.
El psicoanálisis libera de los lastres subconscientes del pasado precisamente trayendo el trauma al presente. Este trauma, antes velado y ahora al descubierto de la consciencia, adquiere una nueva dimensión, pero dentro de una distancia. Un trauma revelado se puede analizar, discutir precisamente por su distanciamiento racional. Y en esa distancia deja de ser lastre, deja de regir.
Todorov medita sobre los traumas de la memoria colectiva, medita sobre el olvido y sobre el perdón. Cuestiona muchas cosas y anima a cuestionar. Como dijo Spinoza, el profeta, que es autoridad, genera adeptos, el filósofo, que es crítica, genera más filósofos.
Los totalitarismos llevaban un control absoluto de la memoria histórica. Ellos hacían la selección constitutiva a todo acto de memoria. La democracia, justamente, debe fomentar la búsqueda de la verdad histórica no oficial, explica. “Ninguna institución superior dentro del Estado, debería poder decir: usted no tiene derecho a buscar por sí mismo la verdad de los hechos, aquellos que no acepten la versión oficial del pasado serán castigados”.
Memoria abusiva.- El trauma europeo por excelencia, el Holocausto, asume un combate: el negacionismo. En Francia es un delito (no en España) y sobre esto habla el ensayista: “Por eso, la Ley Gayssot, que sanciona las elucubraciones negacionistas no es bienvenida incluso si responde a buenas intenciones: no corresponde a la Ley contar la Historia; le basta con castigar la difamación o la incitación al odio racial”.
Los abusos de la memoria que encuentra Todorov, impiden el avance social. “Sacralizar la memoria es otro modo de hacerla estéril”, dice. Se debe cuestionar la deriva social de una nación cuando ésta se ancla al pasado como un asidero insobornable, granito moral. Como cuando la Italia fascista se veía como continuación de la Roma imperial. Se trata de una memoria obligada y excesiva, o abusiva, que diría el intelectual.
Todorov considera que comparando se encuentra la salud. El Holocausto judío, cuenta, no es un hecho singular, separado jurídicamente y más condenable que el genocidio armenio de los soviéticos. Sobre todo, no es más abominable que hechos acontecidos en el presente. Ya no se trata de valorar qué fue peor, el infierno de Austwichz o los ‘gulag’ de la cuenca del Kolyma, el asunto es el atropello que habita en el presente. Se sugiere una sobre exposición cegadora al pasado.
“Hoy mismo, la memoria de la Segunda Guerra Mundial permanece viva en Europa, conservada mediante innumerables conmemoraciones, publicaciones y emisiones de radio o televisión; pero la repetición ritual del “no hay que olvidar” no repercute con ninguna consecuencia visible sobre los procesos de limpieza étnica, de torturas y de ejecuciones en masa que se producen al mismo tiempo, dentro de la propia Europa”. O, se puede añadir, en África u Oriente Próximo. Esto es, el fascismo parece ser siempre cosa de otros y de ayer.
Por una política del presente.- Se vindica aquí un pasado como referencia cuestionable, no como futuro inamovible. Si el arte occidental se distingue de otras grandes tradiciones artísticas por su valoración de la innovación o de la originalidad, en el ámbito ideológico, Todorov contempla Occidente como a una ballena encallada. La política se ocupa del presente, ese es su punto de mira, su marco de legislación.
“Si el pasado debe regir el presente, ¿quiénes, entre judíos, cristianos y musulmanes, podrían renunciar a sus pretensiones territoriales sobre Jerusalén?”, inquiere. Y más adelante sentencia: “Una manera de distinguir los buenos usos de los abusos consiste en preguntarnos sobre sus resultados y sopesar el bien y el mal de los actos que se pretenden fundados sobre la memoria del pasado”. Un resultado malo sería la guerra, uno bueno la paz. Una memoria frentista es un abuso ‘todoroviano’.
Conmemorar las víctimas del pasado es gratificador, mientras que resulta incómodo ocuparse de las de hoy en día. O dicho de otro modo, como también sugiere el autor, ¿puede arrogarse un país como Francia el estatuto de víctima para juzgar crímenes contra la humanidad después de sus políticas coloniales de tortura en Argelia? ¿Qué es humanidad exactamente, dónde esta el contexto necesario para usar esa palabra?
Se puede estar o no de acuerdo con Todorov, y quizá sus argumentaciones saltan de un lado a otro gratuitamente, pero es uno de esos libros que generan debate. Y más aquí en España. Muchas expresiones aquí antedichas salen todos los días en la sección de Nacional.
tomado de El Mundo de España (15/05/09)
Todorov, aquí en la foto, describe en su libro un Occidente traumatizado