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El fin de la clase media (la nueva sociedad del siglo XXI)


Imagen de la familia Alcántara, de la serie española de televisión “Cuéntame cómo pasó, prototipo del hogar de clase media

LA RECESIÓN GOLPEA CON DUREZA AL PRINCIPAL SUSTENTO DEL ESTADO DE BIENESTAR
Ridiculizada por poetas y libertinos; idolatrada por moralistas; destinataria de los discursos de políticos, papas, popes y cuantos se suben alguna vez a un púlpito en busca de votantes o de adeptos; adulada por anunciantes; recelosa de heterodoxias y huidiza de revoluciones; pilar de familias y comunidades; principal sustento de las Haciendas públicas y garante del Estado de bienestar. La clase media es el verdadero rostro de la sociedad occidental. En un mundo globalizado, en el que hasta en el más mísero país siempre se puede encontrar a alguien con suficientes medios para darse un paseo espacial, sólo la preeminencia de la clase media distingue los Estados llamados desarrollados del resto. Los países dejan de ser pobres no por el puesto que ocupan sus millonarios en el ranking de los más ricos -de ser así, México o la India estarían a la cabeza del mundo dada la fortuna de sus potentados-, sino por la extensión de su clase media.

Pero parece que la clase media está en peligro o, al menos, en franca decadencia. Eso piensan muchos sociólogos, economistas, periodistas y, lo que es más grave, cada vez más estadísticos. Como los dinosaurios, esta “clase social de tenderos” -como la calificaban despectivamente los aristócratas de principios de siglo XX- aún domina la sociedad, pero la actual recesión puede ser el meteorito que la borre de la faz de la Tierra. Siguiendo con la metáfora, el proceso no será instantáneo sino prolongado en el tiempo, pero inevitable. La nueva clase dominante que la sustituya bien pudieran ser los pujantes mileuristas, los que ganan mil euros al mes. Tal y como sucedió cuando los mamíferos sustituyeron a sus gigantes antecesores, los mileuristas tienen una mayor capacidad de adaptación a circunstancias difíciles. También se adaptan los pobres, pero no dejan de ser excluidos, mientras que los mileuristas son integradores de la masa social. Por eso se están extendiendo por todas las sociedades desarrolladas.

El mileurismo -un término inventando por la estudiante Carolina Alguacil, que escribió una carta al director de EL PAÍS en agosto de 2005 para quejarse de su situación laboral- ha dejado de ser un terreno exclusivo para jóvenes universitarios recién licenciados que tienen que aceptar bajos salarios para hacerse con un currículo laboral. En los últimos años ha incorporado a obreros cualificados, parados de larga duración, inmigrantes, empleados, cuarentones expulsados del mercado laboral y hasta prejubilados. Se estima que en España pueden alcanzar en torno a los doce millones de personas.

Su popularidad es tan creciente que ya hay varios libros dedicados exclusivamente a los mileuristas, tienen web propia y hasta película. Se llama Generazione 1.000 euro, una producción italiana que se acaba de estrenar. Cuenta la historia de un joven licenciado en matemáticas que malvive en una empresa de mercadotecnia y se enamora de otra mileurista. Basa su argumento en el libro con el mismo título que triunfó gracias a las descargas gratuitas de Internet (la gratuidad de la Red es una de las pocas válvulas de escape de los mileuristas).

Hasta los políticos comienzan a mirar hacia ellos. Las medidas anunciadas por el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, en el debate del estado de la nación, aunque luego descafeinadas, parecen ser las primeras especialmente diseñadas para mileuristas: equiparar las ayudas al alquiler, eliminar para las rentas medias la desgravación de la vivienda (¡el pisito, icono de la clase media española!), bonos de transportes desgravables y, sobre todo, máster gratis sin límite para graduados en paro. Másteres, estudios de posgrado, doctorados, idiomas…, el signo de identidad de esta generación Peter Pan, dicen que la mejor preparada de la historia pero cuya edad media de emancipación del hogar familiar está a punto de alcanzar los 30 años.

La estadística da cuenta cada vez de forma más fehaciente de la pujanza del mileurismo frente a la bendita clase media. Uno de los datos más reveladores se encuentra en la Encuesta de Estructura Salarial del Instituto Nacional de Estadística (INE), un informe cuatrienal pero que desnuda la realidad sociolaboral como ninguna otra. Según la misma, el sueldo medio en España en 2006 (última vez que se realizó) era de 19.680 euros al año. Cuatro años antes, en 2002, era de 19.802 euros. Es decir, que en el periodo de mayor bonanza de la economía española, los sueldos no sólo no crecieron, sino que cayeron, más aún si se tiene en cuenta la inflación.

Si nos remontamos a 1995, la primera vez que se llevó a cabo la encuesta, la comparación es aún más desoladora. El salario medio en 1995 era de 16.762 euros, por lo que para adecuarse a la subida de precios experimentada en la última década, ahora tendría que situarse en torno a los 24.000 euros. Se trata del sueldo medio, que incluye el de los que más ganan. Por eso convendría tener en cuenta otro dato más esclarecedor: la mitad de los españoles gana menos de 15.760 euros al año, es decir, son mileuristas.

Los sueldos se han desplomado pese a la prosperidad económica e independientemente del signo político del partido en el poder en los últimos años (desde 1995 han gobernado sucesivamente PSOE, PP y nuevamente PSOE). La riqueza creada en todos esos años ha ido a incrementar principalmente las llamadas rentas del capital.

Algunos dan definitivamente por muerta la clase media. Es el caso del periodista Massimo Gaggi y del economista Eduardo Narduzzi, que en su libro El fin de la clase media y el nacimiento de la sociedad de bajo coste (Lengua de Trapo) vaticinaban la aparición de un nuevo sistema social polarizado, con una clase tecnócrata reducida y crecientemente más rica en un extremo, y en el otro un “magma social” desclasado en que se confunden las antiguas clases media y baja, definidas por una capacidad de consumo muy limitado, a imagen y semejanza de los productos y servicios que les ofrecen las compañías low cost (bajo coste) como Ikea, Ryanair, Mc Donald’s, Zara o Skype.

“Nosotros hablábamos de la aparición de una clase de la masa, es decir, de una dimensión social sin clasificación que de hecho contiene todas las categorías, con excepción de los pobres, que están excluidos, y de los nuevos aristócratas. La clase media era la accionista de financiación del Estado de bienestar, y su desaparición implica la crisis del welfare state, porque la clase de la masa ya no tiene interés en permitir impuestos elevados como contrapartida política que hay que conceder a la clase obrera, que también se ha visto en buena parte absorbida por la clase de la masa. La sociedad que surge es menos estable y, como denunciábamos, potencialmente más atraída por las alarmas políticas reaccionarias capaces de intercambiar mayor bienestar por menos democracia. También es una sociedad sin una clara identidad de valores compartidos, por lo tanto, es oportunista, consumista y sin proyectos a largo plazo”, señalan los autores a EL PAÍS.

El declive de la clase media se extiende por todo el mundo desarrollado. En Alemania, por ejemplo, un informe de McKinsey publicado en mayo del año pasado, cuando lo peor de la crisis estaba aún por llegar, revelaba que la clase media -definida por todos aquellos que ganan entre el 70% y el 150% de la media de ingresos del país- había pasado de representar el 62% de la población en 2000 al 54%, y estimaba que para 2020 estaría muy por debajo del 50%.

En Francia, donde los mileuristas se denominan babylosers (bebés perdedores), el paro entre los licenciados universitarios ha pasado del 6% en 1973 al 30% actual. Y les separa un abismo salarial respecto a la generación de Mayo del 68, la que hizo la revolución: los jóvenes trabajadores que tiraban adoquines y contaban entonces con 30 años o menos sólo ganaban un 14% menos que sus compañeros de 50 años; ahora, la diferencia es del 40%. En Grecia, los mileuristas están aún peor, ya que su poder adquisitivo sólo alcanza para que les llamen “la generación de los 700 euros”.

En Estados Unidos, el fenómeno se asocia metafóricamente a Wal-Mart, la mayor cadena de distribución comercial del mundo, que da empleo a 1,3 millones de personas, aplicando una política de bajos precios a costa de salarios ínfimos -la hora se paga un 65% por debajo de la media del país-, sin apenas beneficios sociales y con importaciones masivas de productos extranjeros baratos procedentes de mercados emergentes, que están hundiendo la industria nacional. La walmartización de Estados Unidos ha sido denunciada en la anterior campaña presidencial tanto por los demócratas como por los republicanos. El presidente Barak Obama creó por decreto la Middle Class Task Force, el grupo de trabajo de la clase media, que integra a varias agencias federales con el objeto de aliviar la situación de un grupo social al que dicen pertenecer el 78% de los estadounidenses. El grupo tiene su propia página web y su lema: “Una clase media fuerte es una América fuerte”.

Hacen falta más que lemas para salir de la espiral que ha creado la recesión y que arrastra en su vórtice a una clase media debilitada hacia el mileurismo o tal vez más abajo. En Nueva York, 1,3 millones de personas se apuntaron a la sopa boba de los comedores sociales en 2007. Apenas un año después, tres millones de neoyorquinos eran oficialmente pobres. Los pobres limpios, como se denomina a los que han descendido desde la clase media, también comienzan a saturar los servicios sociales en España. Las peticiones de ayuda en Cáritas han aumentado un 40%, y el perfil social del demandante empieza a cambiar: padre de familia, varón, en paro, 40 años, con hipoteca, que vive al día y que ha agotado las prestaciones familiares.

Con el propósito de tranquilizar a la población, los dirigentes han comenzado a hablar de “brotes verdes” para designar los primeros signos de recuperación. Pero ésta no es una crisis cualquiera. Howard Davidowitz, economista y presidente de una exitosa consultora, se ha convertido en una estrella mediática en Estados Unidos al fustigar sin piedad el optimismo de la Administración de Obama. “Estamos hechos un lío y el consumidor es lo suficientemente listo para saberlo. Con este panorama económico, el consumidor que no se haya petrificado es que es un maldito idiota. Esta crisis hará retroceder al país al menos diez años y la calidad de la vida nunca volverá a ser la misma”.

La marcada frontera que separaba la clase media de la exclusión y de los pobres se está derrumbando a golpes de pica como lo hizo el muro de Berlín, y algunos se preguntan si tal vez la caída del telón de acero no haya marcado el inicio del fin de conquistas sociales y laborales que costaron siglos (y tanta sangre), una vez que el capitalismo se encontró de repente sin enemigo.

Al margen de especulaciones históricas, lo cierto es que la desigualdad crece. En España, la Encuesta de Condiciones de Vida, realizada en 2007 por el INE, señalaba que casi 20 de cada 100 personas estaban por debajo del umbral de la pobreza. El último informe FOESSA sobre exclusión y desarrollo social en España, de Cáritas, resaltaba que hay un 12,2% de hogares “pobres integrados”, esto es, sectores integrados socialmente pero con ingresos insuficientes y con alto riesgo de engrosar las listas de la exclusión. Su futuro es más incierto que nunca, y muchos hablan de un lento proceso de desintegración del actual Estado de bienestar.

Otros expertos son mucho más optimistas y descartan que se pueda hablar del fin de clase media. “Es una afirmación excesivamente simplista que obvia algunos de los grandes avances que ha registrado la sociedad española en el largo plazo. Las crisis comienzan perjudicando a los hogares con menores ingresos y menor nivel formativo, para extender posteriormente sus efectos al resto de grupos. Y aunque mantenemos niveles de desigualdad considerablemente elevados en el contexto europeo estamos todavía lejos de ser una sociedad dual”, señala Luis Ayala, profesor de Economía Aplicada de la Universidad Rey Juan Carlos y uno de los autores del informe FOESSA.

El catedrático de Estructura Económica Santiago Niño Becerra ha saltado a la fama editorial por su libro El crash de 2010 (Los Libros del Lince), en el que afirma que la crisis no ha hecho más que empezar y que será larga y dura. A la pregunta de cómo va a afectar esta debacle a la clase media, contesta: “El modelo de protección social que hemos conocido tiende a menos-menos porque ya ha dejado de ser necesario, al igual que lo ha dejado de ser la clase media: ambos han cumplido su función. La clase media actual fue inventada tras la II Guerra Mundial en un entorno posbélico, con la memoria aún muy fresca de la miseria vivida durante la Gran Depresión y con una Europa deshecha y con 50 millones de desplazados, y lo más importante: con un modelo prometiendo el paraíso desde la otra orilla del Elba. La respuesta del capitalismo fue muy inteligente (en realidad fue la única posible, como suele suceder): el Estado se metió en la economía, se propició el pleno empleo de los factores productivos, la población se puso a consumir, a ahorrar y, ¡tachín!, apareció la clase media, que empezó a votar lo correcto: una socialdemocracia light y una democracia cristiana conveniente; para acabar de completar la jugada, esa gente tenía que sentirse segura, de modo que no desease más de lo que se le diese pero de forma que eso fuese mucho en comparación con lo que había tenido: sanidad, pensiones, enseñanza, gasto social… que financiaban con sus impuestos y con la pequeña parte que pagaban los ricos (para ellos se inventaron los paraísos fiscales). Todo eso ya no es necesario: ni nadie promete nada desde la otra orilla del Elba, ni hay que convencer a nadie de nada, ni hay que proteger a la población de nada: hay lo que hay y habrá lo que habrá, y punto. Por eso tampoco son ya necesarios los paraísos fiscales: ¿qué impuestos directos van a tener que dejar de pagar los ricos si muchos de ellos van a desaparecer y si la mayoría de los impuestos de los que quieren escapar van a ser sustituidos por gravámenes indirectos?”.

Y es que frente a la extendida idea de que la mejor forma de favorecer el bienestar es conseguir altas tasas de crecimiento y de creación de empleo, en los momentos de máxima creación de empleo la desigualdad no disminuyó. Al contrario, desde el primer tercio de los años noventa la pobreza no ha decrecido. Los salarios crecen menos que el PIB per cápita. El último informe mundial de salarios de la Organización Internacional de Trabajo (OIT) destaca que entre 2001 y 2007 crecieron menos del 1,9% en la mitad de los países. En España, el aumento real fue casi cero, como en Japón y Estados Unidos. Para 2009, la OIT pronostica que los salarios crecerán sólo un 0,5%.

En España hay un dato aún más revelador del vértigo que siente la clase media cuando se asoma al abismo de inseguridad que le ofrece esta nueva etapa del capitalismo. El número de familias que tiene a todos sus miembros en paro ha sobrepasado el millón. Y peor aún, la tasa de paro de la persona de referencia del hogar -la que aporta más fondos y tiene el trabajo más estable- está ya en el 14,5%, muy similar a la del cónyuge o pareja (14,4%), cuyo sueldo se toma como un ingreso extra, mientras que la de los hijos se ha disparado cinco puntos en el primer trimestre y está en el 26,8%.

Luis Ayala constata que, por primera vez desde mediados de los años noventa, al inicio de esta crisis hemos asistido a tres cambios claramente diferenciales respecto al modelo distributivo en vigor en las tres décadas anteriores: la desigualdad y la pobreza dejaron de reducirse (aunque no aumentaron) por primera vez desde los años sesenta; por primera vez en muchos años la desigualdad no disminuyó en un contexto de crecimiento económico, y a diferencia de lo que sucedió con la mayoría de los indicadores macroeconómicos (PIB per cápita, déficit público, desempleo, etcétera), durante este periodo se amplió el diferencial con la UE desde el punto de vista de desigualad.

“Si en un tiempo de mareas altas no disminuyó la desigualdad, cabe contemplar con certeza su posible aumento en un periodo de mareas bajas. La evidencia que muestran varios estudios de cierta conexión entre determinadas manifestaciones del desempleo y la desigualdad y la pobreza obligan, inevitablemente, a pensar en un rápido aumento de la desigualdad y de las necesidades sociales. Así, tanto el número de hogares en los que todos los activos están en paro como la tasa de paro de la persona principal del hogar son variables más relacionadas con la desigualdad que los cambios en las cifras agregadas de empleo. La información más reciente que ofrece la EPA deja pocas dudas: en ninguno de los episodios recesivos anteriores crecieron tan rápido ambos indicadores, por lo que cabe pensar en aumentos de la desigualdad y de la pobreza monetaria muy superiores a los de cualquier otro momento del periodo democrático”, afirma Ayala.

En efecto, estos datos demolen en parte el viejo bastión español frente a la crisis: el colchón familiar. ¿Cómo van a ayudar los padres a los hijos si comienzan a ser los grandes protagonistas del drama del desempleo? El profesor Josep Pijoan-Mas, del Centro de Estudios Monetarios y Financieros (CEMFI), en el artículo Recesión y crisis (EL PAÍS, 15 de marzo), observaba una preocupante similitud entre esta recesión y la de 1991-1994, cuando el paro trepó hasta el 24%. “Los datos muestran que el aumento de la desigualdad en el ámbito individual se amplifica cuando agrupamos los datos por hogares. Esto sugiere que, contrariamente a la creencia popular, la familia no es un buen mecanismo de seguro en España: cuando un miembro del hogar experimenta descensos de renta, lo mismo sucede al resto de miembros del hogar”, indica.

Afirmar a simple vista que, por primera vez desde la II Guerra Mundial (la Guerra Civil en España), las nuevas generaciones vivirán peor que la de sus padres puede parecer osado. Nunca tantos jóvenes estudiaron en el extranjero (gracias a las becas Erasmus), viajaron tanto (gracias a las aerolíneas low cost) o prolongaron tanto su formación. Pero se trata de una sensación de riqueza ilusoria, apegada al parasitismo familiar. El número de jóvenes españoles que dispone de una independencia económica plena disminuyó desde el 24% en 2004 al 21% en 2008, según el último informe del Instituto de la Juventud (Injuve). El proceso es general en toda Europa. El número de “viejos estudiantes” ha crecido a un ritmo vertiginoso en los últimos años. Así, el 15% del total de estudiantes de la Unión Europea (entendiendo por tales los que dedican todo su tiempo a la formación) tiene ya más de 30 años, según el Informe de la Juventud de la Comisión Europea de abril pasado.

Cuando esos maduros estudiantes se incorporan al mercado laboral les esperan contratos temporales, tal vez para siempre. Y es que según el informe de la UE, el porcentaje de personas que tenía un contrato temporal y no podía encontrar uno fijo se incrementa con la edad. Del 37%, entre los 15 a los 24 años, hasta el 65%, entre los 25 los 29. Atrapados en la temporalidad de por vida, van desengañándose de encontrar algo mejor a medida que envejecen. Muchos cuando rondan la treintena ya están resignados a su suerte.

“Desde luego es la generación que menos periodos de adultez va a tener. Pueden entrar en el mercado laboral a los 33 años y encontrarse con un ERE a los 50 o directamente con la prejubilación. El problema es que ofertamos puestos de trabajo que puede hacer cualquiera. Por eso, curiosamente, los jóvenes van a responder a la crisis dependiendo de las posibilidades que tengan de esperar y formarse adecuadamente. Y en eso es decisivo el poder adquisitivo de los padres y su nivel educativo”, señala el sociólogo Andreu López, uno de los autores del último informe de Injuve.

El drama laboral no sólo lo sufren los jóvenes. Puede que los miles de trabajadores que están perdiendo su empleo vuelvan al mercado laboral cuando la crisis escampe, pero no con las mismas condiciones. Por ejemplo, la ingente masa laboral de la construcción que ha sostenido la economía española deberá ocuparse en otros sectores. “Todo lo que aprendieron a hacer trabajando en los últimos años les valdrá de poco o nada. Por tanto, no es de esperar que sus salarios sean muy altos cuando encuentren nuevos empleos. De hecho, la evidencia empírica disponible para Estados Unidos muestra que los desempleados ganan menos cuando salen de un periodo de desempleo y que dicha pérdida salarial es mayor cuanto más largo ha sido el periodo de desempleo”, indicaba el profesor Pijoan-Mas.

Los gobernantes han encontrado un bálsamo de Fierabrás contra el paro y la precariedad laboral: innovación y ecología. Los empleos que nos sacarán de la crisis estarán basados en el I+D+i. Es lo que Zapatero ha llamado el nuevo modelo productivo. Sin contar con que los sectores tecnológicos no son muy intensivos en mano de obra, la premisa parte en cierta forma de una falacia: la de pensar que los países emergentes se quedaran parados mientras convertimos los cortijos andaluces en factorías de chips ultraconductores y laboratorios genéticos.

La globalización también ha llegado al I+D+i. La India, por ejemplo, produce 350.000 ingenieros al año (los mejores en software de todo el mundo), anglófonos y con un salario medio de 15.000 dólares al año, frente a los 90.000 que ganan en Estados Unidos. Por su parte, China está a punto de convertirse en el segundo inversor mundial en I+D. “Cuando despertemos de la crisis en Europa, descubriremos que en la India y en China producen muchas más cosas que antes”, avisa Michele Boldrin, catedrático de la Washington University.

Ante este clima de inseguridad y falta de perspectivas, no es de extrañar que el 45,8% de los parados esté considerando opositar y el 14,6% ya esté preparando los exámenes, según una encuesta de Adecco. Ser funcionario se ha convertido en el sueño laboral de cualquier español, y puede ser el último reducto de la clase media. El único peligro es que su factura es crecientemente alta para un país en el que se desploman los ingresos por cotizaciones sociales y por impuestos ligados a la actividad y a la renta. La última EPA refleja que los asalariados públicos han crecido en un año en 116.200 personas, sobrepasando por primera vez la cifra de tres millones.

El coste total de sus salarios alcanzará este año los 103.285 millones de euros, según datos del Ministerio de Política Territorial. Cada funcionario le cuesta a cada habitante 2.400 euros, el doble si consideramos sólo a los asalariados. ¿Puede permitirse una economía tan maltrecha una nómina pública que consume el equivalente al 10% de la riqueza nacional en un año?

Un panorama tan sombrío para amplias capas de la población puede sugerir que pronto se vivirán enormes convulsiones sociales. Algunos advierten de un resurgimiento de movimientos radicales, como el neofascismo. Por el momento, nada de eso se ha producido. Las huelgas generales convocadas por los sindicatos tradicionales en países como Francia o Italia no han tenido consecuencia alguna, porque los más damnificados -parados y mileuristas- no se sienten representados por ellos.

En España, ni siquiera se han convocado paros. Y los llamados sindicatos de clase van de la mano del Gobierno al Primero de Mayo e invitan al líder de la oposición a sus congresos. Un marco demasiado amigable con el poder político teniendo detrás cuatro millones de parados y casi un tercio de los asalariados con contrato temporal.

Puede que no sea muy romántico advertir de que, tampoco esta vez, seremos testigos de una revolución, pero es muy probable que la caída del bienestar se acepte con resignación, sin grandes algaradas, ante la indiferencia del poder político, que llevará sus pasos hacia la política-espectáculo, muy en la línea de algunas apariciones de Silvio Berlusconi o Nicolas Sarkozy, cuya vida social tiene más protagonismo en los medios de comunicación que las medidas que adoptan como responsables de Gobierno.

En esa línea, Santiago Niño Becerra considera que hoy por hoy “la ideología prácticamente ha muerto”, y gradualmente, evolucionaremos hacia un sistema político en el que un grupo de técnicos tomará las decisiones y “la gente, la población, cada vez tendrá menos protagonismo.

“Conceptos como funcionarios, jubilados, desempleados, subempleados, mileuristas, undermileuristas irán perdiendo significado. Con bastante aceleración se irá formando un grupo de personas necesarias que contribuirán a la generación de un PIB cuyo volumen total decrecerá en relación al momento actual, personas con una muy alta productividad y una elevada remuneración (razón por la cual su PIB per cápita será mucho más elevado que el actual), y el resto, un resto bastante homogéneo, con empleos temporales cuando sean necesarios, dotados de un subsidio de subsistencia (el nombre poco importa) que cubra sus necesidades mínimas a fin de complementar sus ingresos laborales. La recuperación vendrá por el lado de la productividad, de la eficiencia, de la tecnología necesaria; pero en ese trinomio muy poco factor trabajo es preciso. Pienso que la sociedad post crash será una sociedad de insiders y outsiders: de quienes son necesarios para generar PIB y de quienes son complementarios o innecesarios”.

Una impresión bastante similar a la de los italianos Gaggi y Narduzzi que, en su último libro, El pleno desempleo (Lengua de Trapo, 2009), dibujan un marco sociolaboral sin beneficios contractuales, baby boomers (la generación que ahora tiene entre 40 y 60 años) resistiéndose a jubilarse, contratos temporales de servicios y autónomos sin seguridad. Y pese a todo, una masa social amorfa y resignada.

“La masa del siglo XXI es una forma social figurada no material en el sentido de que no es fácil ver las concretas manifestaciones políticas o sociales en la calle, mientras que es normal identificar conductas o comportamientos masificados como la utilización de Google o la pasión por el iPhone. Esto significa que cuatro millones de desempleados son hoy menos peligrosos de lo que lo eran en 1929, porque no hay una ideología política que contextualmente cohesione y aglutine el malestar y la disensión. Y también los sindicatos se han debilitado. La crisis actual rechaza amablemente lo que decíamos en nuestro ensayo del año pasado: el mercado de trabajo se desestructura y se flexibiliza hasta el punto de que aparecen como desocupados de hecho la mayoría de los trabajadores. Es el triunfo del factor de la producción capital, que aparentemente está en crisis, pero que en realidad se aprovecha de la crisis para dar el empujón final a las últimas, y pocas, certezas de los trabajadores”, señalan.

Hace cuatro años, Carolina Alguacil hizo una definición precisa y certera cuando acuñó el término de mileurista. “Es aquel joven licenciado, con idiomas, posgrados, másteres y cursillos (…) que no gana más de mil euros. Gasta más de un tercio de su sueldo en alquiler, porque le gusta la ciudad. No ahorra, no tiene casa, no tiene coche, no tiene hijos, vive al día… A veces es divertido, pero ya cansa”. Si hubiera que reescribir ahora esa definición sólo habría que añadir: “El mileurista ha dejado de tener edad. Gana mil euros, no ahorra, vive al día de trabajos esporádicos o de subsidios y, pese a todo, no se rebela”.

Objetivo: la ‘generación tapón.- Internacionalmente se les conoce como baby boomers. En España, le llaman generación tapón y abarca a los nacidos en las décadas de los cincuenta y sesenta, coincidiendo con un boom de la natalidad. Acaparan casi todos los puestos de responsabilidad en la política, los negocios e, incluso, la vida cultural, taponando el acceso a las nuevas generaciones, se supone que mejor formadas.

En el plano laboral, ocupan los trabajos fijos, mejor pagados, protegidos por derechos laborales y sindicatos poderosos, mientras los mileuristas sufren la precariedad y la temporalidad. Los trabajadores con un contrato temporal tuvieron un salario medio anual inferior en un 32,6% al de los indefinidos (Encuesta Estructura Salarial 2006).

Pero no todos los cuarentones son triunfadores o acomodados padres de familia. También ellos sufren su propia dualidad. Los salarios entre ejecutivos y empleados se han agrandado en los últimos años. El salario anual de los directores de empresas de más de diez trabajadores fue superior en un 206,6% al salario medio en 2006.

En tiempos de recesión, los ojos se vuelven hacia ellos. Además de ser el objetivo de los ERE, bajadas de salarios o el recorte de prestaciones, los baby boomers serán los principales paganos con sus impuestos del creciente endeudamiento que están acometiendo los Estados para sortear la crisis. Y eso sin contar la amenaza de la inviabilidad de sus pensiones cuando lleguen a la edad de jubilación, de la que no paran de advertir los malos augures como el FMI. Pero además de una carga laboral son también el principal sostén del consumo. Así que cuidado con quitar el tapón, no vaya a ser que se vaya el gas.

Tomado de El País de España (31/05/09)

NOTA.- Aquí en el Perú, lógicamente, no se ve un peoceso idéntico al europeo. Pero lo que sí está sucediendo es que estamos formando una clase “low cost” (o de bajo coste) que proviene de las familias que han salido de la pobreza y de la vieja clase media que se ha empobrecido. En otras palabras, el segmento social denominado “C” (e idealizado) por algunas empresas de mercadeo. Grupo heterogéneo, pragmático, cortoplacista y que decide, en buena medida, la política y el destino de la economía. Son los que compran en Ripley o Topy top, tienen celulares pre-pago, se endeudan (y sufren) con las tarjetas de crédito de Metro o Saga, llenan los restaurantes de comida rápida, leen muy poco o nada, se refugian en Internet, bailan con el Grupo 5, ven los programas de Magaly Medina o Gisela Valcárcel, viven en los “barrios emergentes”, compran autos usados (o nuevos de entre 10 y 12 mil dólares), consumen artículos chinos, no le huyen a los productos “pirata” (son asiduos de “Polvos Rosados” o de mercadillos tipo “El Edén”) y gustan de la “política espectáculo”. Sus hábitos de consumo están destinados a satisfacer necesidades o gustos muy pasajeros. Quieren un gobierno pragmático, resultadista y que no se meta con ellos. Pueden aceptar el autoritarismo y ceder democracia a cambio de seguridad y menos impuestos. Sus ingresos “familiares” rondan entre los 2,500 y 5,000 soles.

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El testamento de Luis XVI

Uno de sus colaboradores dio el notición a Gérard Lhéritier hace unos meses: “En Estados Unidos hay una familia que guarda, desde hace más de 100 años, el manuscrito del testamento político de Luis XVI, el último rey de Francia, el que escribió antes de huir de París”. Lhéritier, como otros muchos perseguidores obsesivos de documentos antiguos, había oído hablar de la pieza e incluso, en un antiguo viaje a una universidad de Michigan, había encontrado alguna pista de su paradero. Sospechaba que, como muchos otros papeles de la Revolución, se encontraba en Estados Unidos. Pero la llamada de su colaborador era definitiva. Así que cogió el avión y visitó a la familia. Bajó a la cámara acorazada del banco donde reposaba el documento y lo contempló despacio: en un cofre del tamaño de un libro dormían las 16 páginas tamaño cuartilla, ya amarillentas, que Luis XVI, horas antes de disfrazarse de criado y salir de París a Bélgica de tapadillo, redactó apresuradamente a juzgar por los tachones. En ellas, tal vez con mala conciencia, explicaba a los franceses por qué huía y su opinión sobre las reformas políticas de la Revolución. Después se lo entregó a su secretario con la orden de remitirlo al presidente de la Asamblea.

El destino del rey es conocido: denunciado al día siguiente por un ventero de Varennes, fue apresado, encarcelado y murió en la guillotina dos años después. El del manuscrito no: nadie sabe qué fue de las 16 cuartillas que terminan con esta firma tan real como corta, Louis. Su contenido sí que se divulgó, ya que fue copiado por aquellas fechas y estudiado desde entonces. Pero el original se perdió en 1791.

Hasta que Lhéritier lo observó en la cámara acorazada. Comprobó que el documento era auténtico con la ayuda de un experto en papel de época, otro experto en tinta antigua y un tercer especialista en la letra y en la caligrafía particular del rey. Después convenció a los poseedores de que se lo entregaran a su sociedad con una razón convincente:

-Un cheque de más de un millón de euros -dice con una sonrisa.

Ahora, este manuscrito, encerrado en el mismo cofre con forma de libro que lo ha guardado en los últimos 100 años, se encuentra desde hace dos semanas en la oficina parisiense de Aristophil, en plenos Campos Elíseos. “Yo lo compré, pero no con mi dinero, sino con el dinero de un centenar de clientes de la sociedad. Yo he sido como un intermediario. Ahora ellos son copropietarios del manuscrito, cada uno con su parte correspondiente. Con una condición: el manuscrito se expondrá en nuestro museo”.

El Museo de Cartas y Manuscritos, creado por Lhéritier, único en el mundo, situado en el 8 de la rue de Nesle, en el barrio de Saint Germain-des-Prés, se alimenta de eso: de su pasión de sabueso de papeles manuscritos y del dinero de sus 7.000 socios, que compran lo que él y sus colaboradores encuentran en el mundo. “Cada socio puede vender su parte de manuscrito cuando quiera y sacar partido, pero esto no es sólo un negocio. Hay mucho de amor a los manuscritos, a la historia y a la historia de Francia”.

La sociedad de Lhéritier cuenta con miles de documentos: hay cartas de Gauguin, Goya o De Gaulle, poemas manuscritos de Rimbaud, los cálculos a mano que elaboró Einstein cuando ideó la teoría de la relatividad general o un viejo pergamino firmado por el nieto de Carlomagno que no se expone para que la luz no termine de deshacer su fragilísima textura. Lhéritier los enseña, deja que el visitante acaricie alguno y después los vuelve a guardar con la misma sonrisa orgullosa de cazador de joyas.

Este hombre pequeño y amable no es historiador ni documentalista ni profesor de nada: hizo una pequeña carrera militar y después trabajó de agente de seguros. Su pasión enfermiza por las cartas antiguas nació una tarde de hace 25 años en que su hijo le pidió que le comprara algunos sellos viejos para su colección. “Ese día me enteré de que en el siglo XIX, durante tres meses en que París estuvo cercada por las tropas prusianas, los parisinos recibían cartas por medio de un ingenio en forma de bola rodante que llegaba, empujada por la corriente, por el fondo del Sena. En París las atrapaban con una red. Me fascinó la historia. Me puse a buscar esas cartas. Encontré algunas. Cambié de vida y de oficio. Así empecé a formar la sociedad Aristophil”.

Lhéritier lo sabe todo sobre esas cartas y sobre las que los parisienses sitiados enviaban fuera a bordo de globos aerostáticos. Enseña algunas. Muestra las direcciones, la frase que indica que fue remitida por globo… Luego vuelve a su última adquisición, al manuscrito que redactó el rey poco antes de abandonar a sus súbditos de noche, vestido de sirviente, escondido dentro de una calesa de segunda. Señala un párrafo del final: “Franceses, y sobre todo parisinos, volved a vuestro rey; él será siempre vuestro padre, vuestro mejor amigo”.
Adaptado de El País de España (31/05/09)


Luis XVI, en rey guillotinado, en un cuadro de André Monsiaux (Museo de Versalles)

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Las monarquías europeas en el siglo XVI


Carlos V

El cuestionamiento de la autoridad papal en lo político y la debilidad del Sacro Imperio Romano Germánico, marcaron el tránsito del mundo medieval al moderno. La idea de construir una monarquía cristiana de carácter universal, regida en lo temporal por un emperador está en retirada, dejando lugar a una orientación individualista que se reflejó en los esfuerzos por construir monarquías nacionales, apoyadas en un complejo sistema administrativo y militar.

Así nacieron los estados o monarquías modernos. El mapa europeo del siglo XVI nos muestra monarquías en las cuales el feudalismo político, esto es, el debilitamiento del poder central en beneficio del poder local, dejó paso a la formación de estados fuertes que emprendieron la centralización del poder político y el absolutismo del soberano. Francia, España e Inglaterra, principalmente, llevan a cabo este proceso no sin grandes contratiempos: disparidades regionales, problemas religiosos y resistencia de la nobleza terrateniente.

Pero también este mapa nos muestra países desunidos. Alemania e Italia no van a poder construir estados nacionales y unificados. Además, los aires de modernidad aún no llega al resto de Europa: en la región central y oriental (como Polonia o Rusia) todavía existen monarquías feudales.

Maquiavelo fue el primer teórico sobre el estado moderno. El estado es una creación de la fuerza. El príncipe o soberano debe tener fuerza propia y un ejército nacional para garantizar su independencia frente a otros estados y lograr la pacificación interna para poder gobernar con tranquilidad.

El siglo XVI fue largamente el siglo español. España se convierte en la primera potencia mundial del mundo moderno gracias a las políticas matrimoniales de los Habsburgo y a los tesoros americanos. De esta manera pudo construir y mantener un enorme imperio que, teniendo como centro España, se extendía desde Flandes hasta las Filipinas. Dos de sus monarcas, Carlos V y Felipe II, movieron los hilos de la política europea a lo largo del siglo XVI.

Más modestos, pero a la vez más seguros, fueron los logros de Francia e Inglaterra. La primera fue poniendo los cimientos del absolutismo más logrado que conociera Europa en la Edad Moderna (la Francia de Luis XIV en el siglo XVII). Inglaterra, en cambio, ya se perfilaba como la futura potencia económica mundial. En este sentido la era isabelina promovió la actividad “industrial” y comercial de la isla.

El ESTADO SEGÚN MAQUIAVELO.- Nicolás Maquiavelo (1469-1527), famoso por su fórmula “el fin justifica los medios”, fue un pensador y estadista italiano que vivió en la Florencia de los Médicis y de Savonarola. Como típico intelectual del Humanismo, Maquiavelo domina el latín a los 10 años; su capacidad y espíritu crítico los hacen profundizar en el estudio de la historia y la filosofía.

Realizó muchos viajes como secretario del gobierno de Florencia desde 1498. En esas misiones de carácter diplomático conoce la corte papal, la francesa y la corte del emperador alemán Maximiliano I. Eso le permite ver de cerca el funcionamiento de otros estados, de sus instituciones y de diversas formas de gobernar un país. Esa experiencia, de ver monarquías o estados unificados, la confronta con la triste realidad italiana de entonces: la desunión y el enfrentamiento de los estados italianos.

Desde entonces, Maquiavelo se propone la idea de plantear los medios para conseguir la unidad de Italia. Ésa será su mayor aspiración. Una Italia unida gobernada por un sólo Estado. Este proyecto lo hace escribir su obra cumbre, El Príncipe (1513), en el que expuso lo principal de su ideal político. En Italia es necesaria la voluntad concentrada y la energía implacable de un sólo príncipe. Por eso, su libro se dirige al futuro arquitecto de un estado peninsular.

Para Maquiavelo lo único que le importa a la gente es su seguridad. Por lo tanto, un gobierno con éxito puede suprimir las libertades si deja intactas la propiedad y la familia de la gente. En todo caso tendrá que promover la economía ya que ésta le dará los recursos para gobernar. El Príncipe puede muy bien conseguir ser temido y no odiado; esto lo conseguirá siempre si se abstiene de robar la hacienda de sus ciudadanos y súbditos. Esta sentencia vale para cualquier sistema político, república o monarquía.

Los dos fundamentos más importantes del gobierno son las “buenas leyes” y las “buenas armas”. La ley y la fuerza son las dos formas de gobernar a los hombres y a los animales, y el Príncipe debe ser un “centauro”, una mezcla de ambos. Pero este príncipe “centauro” no debe ser mitad hombre y mitad animal, sino la combinación de dos animales: el león y el zorro, es decir, la fuerza y el fraude.

Hay dos formas combatir: una con las leyes y otra con la fuerza. La primera es propia del hombre y la segunda de los animales. Pero como muchas veces la primera no basta, conviene recurrir a la segunda. Por lo tanto, el buen gobernante debe saber usar, convenientemente, la ley y la fuerza.

Maquiavelo pensaba esto porque tenía un concepto negativo de la mayoría de los hombres: porque de los hombres en general se puede decir esto: que son ingratos, volubles, simuladores y disimulados, que huyen de los peligros y están ansiosos de ganancias. Por lo tanto, para un gobernante el temor de la gente es preferible siempre a su afecto. Ser temido pero no odiado.

El gobernante también debe cultivar el “arte de la guerra”. Pero su ejército no debe ser mercenario, sino debe estar formado por sus propios súbditos o ciudadanos: un príncipe, pues, no debe tener otro objeto ni otro pensamiento, ni cultivar otro arte más que la guerra, el orden y la disciplina de los ejércitos, porque éste es el único arte que se espera ver ejercido por el que manda.

Para Maquiavelo, el gobernante es una persona que está por encima de toda moral y que puede usar incluso la hipocresía y el crimen, como cabeza visible y rectora de la compleja maquinaria estatal. Sólo con un Príncipe así, Italia podría lograr la tan ansiada unidad política. Porque este Príncipe tiene en sus manos plena inmunidad, y tiene la misión de alcanzar por todos los medios posibles, aún los vedados, su proyecto político.

Como vemos, la conducta del gobernante sólo puede ser un catálogo de perfidia y crimen. Pero lo interesante es que la modernidad, o la grandeza, de Maquiavelo fue la separación entre la visión medieval (religiosa) y el ejercicio práctico del poder. Maquiavelo, entonces, presenta las virtudes que deben tener los gobernantes en la era del Estado moderno que se inicia. Su “nueva política” es realista, amoral (“maquiavélica”), laica, en síntesis, una política de poder y fuerza.

Pero hay que aclarar que Maquiavelo estuvo motivado desde un comienzo por una buena voluntad, por el interés de poner al descubierto las deficiencias de la política y de los políticos de su tiempo. También estuvo preocupado por las injusticias y por el callejón sin salida de una Italia fragmentada y caótica, presa fácil de cualquier invasión extranjera.

De alguna manera, Maquiavelo se adelantó a su tiempo, todavía dominado por una práctica tradicional del poder. Ello le permitió producir una obra política de importancia para cualquier lector que quiera enterarse cómo es que debe ejercerse el poder. Futuros políticos como Napoléón o Hitler, por ejemplo, serán grandes admiradores de la obra de político italiano nacido en el seno de una familia noble de escasos recursos económicos.

LA HEGEMONÍA ESPAÑOLA.- España fue la primera gran potencia del mundo moderno. El éxito de su monarquía se debió a dos factores:

a. Su casa real, la dinastía de los Habsburgo, se benefició más que ninguna otra familia real europea de los pactos matrimoniales propios de la realeza. Esto le dio a España un volumen de territorio e influencia que ninguna otra monarquía europea pudo igualar.

b. La conquista del Nuevo Mundo le suministró una superabundacia de oro y plata que puso en manos de sus gobernantes un tesoro fuera del alcance de cualquiera de sus rivales.

La monarquía española nació de la unión de los reinos de Castilla y Aragón efectuada por el matrimonio de los Reyes Católicos (1469). A partir de ese momento el nuevo estado se mostró muy dinámico y efectuó tres grandes aventuras en el exterior: se culminó la guerra de la Reconquista con la expulsión de los moros de Granada; los reinos de Nápoles (sur de Italia) y Navarra fueron absorbidos; y se inicia el descubrimiento y conquista de América.

Reinado de Carlos V (1516-1556).- Su subida al trono español, amplió la influencia internacional de España. Como hijo de Juana la Loca, hija de los Reyes Católicos, y de Felipe el Hermoso, emperador de Alemania, recibía un patrimonio territorial fabuloso: España, el Sacro Imperio, Los Países Bajos, el Franco Condado, Milán, el sur de Italia y las posesiones americanas. Como si esto fuera poco, durante su gobierno, Cortés conquista México y Pizarro el imperio de los Incas.

De esta manera, los Habsburgo construían el primer imperio colonial del mundo moderno. En mis dominios jamás se oculta el sol, decía con vanidad Carlos V. Ahora la hegemonía española sobre Europa era total: Italia y el papado cayeron bajo su dominio; la política francesa se movía al son de España, el peligro de una invasión turca a Europa fue suprimido por los ejércitos de este Emperador nacido en Gante (Bélgica). Sin embargo, Carlos V no pudo con la Reforma en Alemania.

No es difícil imaginarnos el gasto que significaba mantener este imperio. Un ejército de soldados y diplomáticos debía circular por Europa para resguardar los intereses españoles. De alguna manera, el oro del Nuevo Mundo le permitió a Carlos V financiar los gastos en su lucha contra los protestantes, contra los turcos o cualquier otro tipo de desorden interno.

Además, era muy difícil gobernar este imperio tan múltiple y diverso. España misma no era un país totalmente unificado. Las diferencias regionales eran muy fuertes: Carlos V debía gobernar pueblos tan disímiles como vascos, catalanes, castellanos, andaluces o gallegos. Y si a esto le sumamos holandeses, belgas, napolitanos, indios aztecas, e indios andinos, por ejemplo, el panorama se complicaba aún más.

Carlos V se comportó como un emperador medieval. Para él y sus asesores la unidad política y religiosa de la Cristiandad era un ideal realizable. “Portaestandarte de Dios” se llamó a sí mismo cuando en 1535 levó anclas en Barcelona en su expedición a Túnez y derrotar a los turcos. Carlos tenía buenas razonas para creérselo: alianzas matrimoniales y herencias le habían dado tan excepcional oportunidad. Alguna vez su canciller Gattinara le dijo: Dios os ha colocado en la ruta hacia la monarquía universal.

En síntesis, un mundo cristiano unido era para Carlos V una misión sagrada. Se creyó destinado por Dios para levantar a una Cristiandad unida en armas contra el enemigo externo, el turco mahometano y, más adelante, contra los enemigos internos, los herejes luteranos. El problema es que no muchos europeos de entonces creyeron, o estuvieron de acuerdo, con ese ideal. Por ello, su reinado fue el fracaso de la última tentativa de restablecer el concepto medieval de una unidad cristiana bajo la guía de un emperador y un Papa.

Reinado de Felipe II (1556-1598).- Carlos V abdicó en 1556 dividiendo su imperio entre su hijo Felipe II (quien heredó España y sus anexos) y su hermano Fernando (quien recibió el territorio de la Casa de Austria, es decir el Sacro Imperio).

También llamado el paladín del catolicismo, durante su reinado cobra mayor fuerza la noción de “limpieza de sangre” en provecho de los “cristianos viejos”. El Estado y la Iglesia se unen para controlar las creencias. El tribunal de la Inquisición, reformado por Trento, persiste despiadadamente en la extirpación de todos los disidentes religiosos y persigue a todos: cristianos sospechosos de luteranismo, judíos conversos, moriscos del antiguo reino de Granada, musulmanes conversos, entre otros.

El reinado de Felipe II coincide con el descubrimiento de las minas de plata de Potosí (hoy Bolivia) que incrementó enormemente el flujo de metales preciosos coloniales a Sevilla. En este sentido, la plata americana fue una ayuda decisiva para los planes de la monarquía española, que siguió postergando, peligrosamente, el surgimiento de una “industria” nacional y la reforma fiscal y administrativa. El dinero sirvió para comprar todo de fuera y para financiar aventuras bélicas.

Sin los metales americanos el colosal esfuerzo bélico de Felipe II hubiera sido imposible. Y fue precisamente este esfuerzo lo que terminó derrumbando la economía española y su modelo absolutista en el siglo siguiente.

Estos son algunos de los esfuerzos de Felipe II por conservar la hegemonía española en el exterior:

a. La expansión de los turcos en el Mediterráneo fue controlada definitivamente con el triunfo naval de Lepanto (1571).

b. Al extinguirse la dinastía portuguesa, el reino de Portugal fue anexado a España y con él sus posesiones en Asia, África y América (Brasil). Esto sucedió porque Felipe II era hijo de Isabel de Portugal, hermana del último rey portugués.

c. Los conquistadores españoles controlaron las islas del Pacífico y terminaron conquistando las Filipinas.

d. Se produjo la independencia de los Países Bajos (Holanda) por la presión fiscal y las persecuciones religiosas de Carlos V y las pretensiones centralistas de Felipe II. Los holandeses, en su mayoría protestantes, no quería formar parte de un Imperio católico e intolerante.

e. Ocurre la destrucción de la Armada Invencible en el Canal de la Mancha cuando iba rumbo a invadir Inglaterra (1588). Pero la flota española se recompuso rápidamente después de este desastre y rechazó con éxito los asaltos ingleses contra los barcos que cruzaban el Atlántico trayendo los metales americanos.

f. El acceso al trono francés de Enrique IV de Borbón fue una derrota política para España.

g. Apoyó política y económicamente al Papado en su lucha contra los protestantes. Fue, por ejemplo, el soberano que más defendió lo señalado por el Concilio de Trento.

A finales del siglo XVI, los envíos de plata llegaron a sus niveles más altos. Las rentas totales de Felipe II se habían más que cuadriplicado, pero a pesar de todo hubo una bancarrota oficial en 1596. La respuesta no es tan compleja: durante años España había gastado mucho más de lo que tenía, siempre pensando en la renta fácil de las minas americanas, y no había promovido la producción local. Las antiguas manufacturas españolas estaban casi sin operar. A pesar del oro americano, España no era una nación moderna. Como si esto fuera poco, en 1599 la peor peste de la época abatió la Península, diezmando su población. Así se cerraba un siglo aparentemente esplendoroso para los españoles.

FRANCIA Y LAS GUERRAS DE RELIGIÓN.- El absolutismo no gozó aquí de ventajas tan tempranas como en España con un lucrativo imperio ultramarino. Pero tampoco tuvo que enfrentarse al problema de unir pueblos tan dispares como los que vivían en España. Las diferencias lingüísticas y culturales que había entre los pueblos del sur y del norte, por ejemplo, no fueron tan pronunciadas como las que separaban a los habitantes de España. Finalmente, el volumen demográfico francés ponía algunos obstáculos a la unificación: 20 millones de habitantes, dos veces más que en la España del siglo XVI.

Durante la Edad Media, la dinastía de los Capeto había extendido su soberanía hacia el exterior de su base original (París) en un movimiento de unificación que terminó abarcando desde Flandes al Mediterráneo. A partir de la Guerra de los Cien Años, la dinastía de los Valois reafirmó la unidad monárquica con la delegación del poder provincial en una aristocracia bien atrincherada en sus feudos y siempre defensora de sus privilegios.

A finales de la Edad Media, Luis XI (1461-1483) incrementó la autoridad real y el tesoro del reino. Acaparó los gobiernos municipales, incrementó los impuestos y reprimió las intrigas aristocráticas: derrotó al enemigo interno más peligroso, Carlos el Calvo, duque de Borgoña.

El siglo XVI se inauguró con la continuación de los Valois en el poder. Su figura más representativa fue Francisco I (1515-1547) quien heredó lo hecho por Luis XI y gobernó un próspero reino que crecía sin cesar. La actividad del Parlamento (los Estados Generales) disminuyó hasta dejar de existir, aunque en el plano exterior fracasó en las Guerras de Italia. En este conflicto por el control de Italia se enfrentó a Carlos V. Sus ejércitos fueron derrotados en Pavía y España quedó controlando la península. Por la Paz de Cambrai Francia obtiene sólo el control de la provincia de Borgoña.

Las guerras de religión.- En Francia se expande el protestantismo en su versión calvinista. Sus seguidores recibieron en nombre de hugonotes. De esta forma, estalla una guerra civil, muy dura y sangrienta, entre católicos (reunidos en la Santa Liga) y protestantes.

Los calvinistas, aunque muy minoritarios, no ocultaban, al igual que sus adversarios, su voluntad de imponer su creencia al resto de los franceses. Muy pocos fueron los que proponen predicar la tolerancia. El país se divide y crece el fanatismo El conflicto se torna europeo cuando España interviene apoyando al bando católico e Inglaterra entra respaldando a los protestantes.

La guerra civil significó el colapso de los Valois. El país se encuentra en un estado de anarquía. Esta es la época de Enrique II, Francisco II, Carlos IX y Enrique III. La lucha encuentra su punto más dramático cuando Carlos IX ordena una gran matanza de hugonotes en París, la “Noche de san Bartolomé” (1572). Su plan, instigado por su madre y regente, Catalina de Médicis, era acabar con los protestantes. Fracasó, y se aviva la lucha.

Al morir Enrique III de Valois en 1589 lo hereda su primo y cuñado Enrique de Borbón, jefe del bando calvinista. Enrique, al contrario que su primo, era un hombre de gran habilidad política y un militar astuto. Reúne un ejército y logra conquistar casi todo el país. Finalmente, entra pacíficamente a París, último reducto por dominar, y se convierte al catolicismo: París bien vale una misa, exclamó. Con esto confesaba que el trono de Francia bien valía convertirse al catolicismo.

De esta forma, inicia su reinado el ahora Enrique IV (1589-1610), primer rey de la familia Borbón en Francia. Una de sus obras más importantes como soberano fue el “Edicto de Nantes” donde concede la libertad de consciencia y la tolerancia de cultos en Francia. Sin duda uno de los documentos más importantes en la historia europea del siglo XVI. Su texto respondía al deseo de asegurar la paz interna de Francia. Para el cumplimiento del Edicto el Rey otorga a los protestantes el dominio de 100 plazas fortificadas.

Bajo el reinado de Enrique IV, se consolida el poder centralizado de la monarquía y se intenta curar algunas heridas causadas por los años de la guerra civil. Pero a pesar de estos esfuerzos, el mismo Enrique IV cayó asesinado en 1610 por un católico fanático.

LA INGLATERRA DE LOS TUDOR.- Durante la Edad Media, la monarquía inglesa fue la más poderosa de Europa. Los normandos y los Plantagenet crearon un estado monárquico con mucha autoridad y eficacia administrativa. Esto les permitió, por ejemplo, ambicionar territorios franceses durante la Guerra de los Cien Años.

Pero la monarquía feudal más poderosa de Europa produjo finalmente el absolutismo más débil y de más corta duración. Llegó a su clímax con los Tudor en el siglo XVI y culminaría dramáticamente con la revolución inglesa del siguiente siglo.
La dinastía de los Tudor inició la Edad Moderna un camino prometedor hacia el absolutismo. Enrique VII (1485-1509) desechó al Parlamento y ejerció el gobierno a través de una pequeña camarilla de consejeros y hombres de confianza. Su principal objetivo fue aplastar el poder de la nobleza terrateniente.

Su sucesor fue el famoso Enrique VIII (1509-1547) quien convocó al parlamento para movilizar a su favor a la clase terrateniente en su disputa con el papado y para asegurar su aprobación para incautar los bienes de la Iglesia. Pero esta reapertura del Parlamento no fue una concesión constitucional de Enrique VIII, tampoco significó la disminución del poder real. En realidad utilizó al Parlamento para realzar el poder del soberano.

Bajo el reinado de su joven hijo Eduardo VI (1547-1553), el país se inclina hacia el calvinismo. En cambio la hermana de éste, María (1553-1558), ferviente católica, reconcilia al país con Roma y se casa con Felipe, futuro rey de España. Pero muere muy joven. Entonces, el trono queda en el poder de su hermanastra Isabel I (como sabemos, hija de Enrique VIII y Ana Bolena).

El largo reinado de Isabel (1558-1603) quedó marcado por el establecimiento del anglicanismo y el desarrollo económico de Inglaterra. Ideológicamente, la autoridad real se realzó gracias a la popularidad personal de la reina.

Excomulgada por el papado en 1570, la Reina se decide a ratificar los términos de los Treinta y nueve artículos y desencadena una persecución contra sus opositores calvinistas (llamados “puritanos”) y católicos (llamados “papistas”). Los católicos son vistos como traidores en potencia. De otro lado, la política anti-inglesa de Felipe II y la presencia en el trono de Escocia de su prima María Estuardo, ferviente católica, alimentan en Isabel la idea de que hay una “conspiración romana” en su contra.

El problema religioso sacude Inglaterra al igual que Francia. Los protestantes escoceses expulsan del reino a María Estuardo quien se refugia junto a Isabel. Finalmente, María es encarcelada y condenada a muerte por traición. Por su parte, los irlandeses se niegan a aceptar el anglicanismo y cierran filas en apoyo a Roma. A partir de allí se inicia el conflicto político y religioso anglo-irlandés que dura hasta nuestros días.

Pero decíamos que la era isabelina coincide con el auge económico de Inglaterra. La población de la isla pasa de 3 millones de habitantes en 1551 a 4 millones en 1601. Sin grandes progresos técnicos, la agricultura logra cubrir la demanda de una población en crecimiento. Por su parte, la “industria”, si bien un poco dispersa, logra crecer; cubre las necesidades locales y se orienta a la exportación. Hay minas de hulla, se explota la madera, y se consolidan las industrias de paños y lencería.

Bajo el reinado isabelino, Londres se convierte no sólo en capital política y cultural (recordemos a Willliam Shakespeare), sino en el centro económico y financiero del mundo. En 1566 se funda su Bolsa de Valores y en 1600 se abre la Compañía de las Indias Orientales (para exportar productos al Oriente). Sus astilleros de construcciones navales y su puerto desplazan a su competidor más cercano: Amberes (en Bélgica). Cabe mencionar que en 1563 Londres tenía 90 mil habitantes y, al finalizar el reinado de Isabel, ya contaba con 150 mil.

Hacia finales de siglo, los marinos ingleses, y también corsarios y piratas, atacan abiertamente a las naves españolas que cruzan el Atlántico con el tesoro de América. Inglaterra amenaza el monopolio español sobre sus colonias del Nuevo Mundo. Entre 1577 y 1580 el corsario inglés Francis Drake emprende una expedición que llega al Estrecho de Magallanes y amenaza las costas de Chile y Perú; incluso llega a saquear el Callao. Luego, cruza el Pacífico, dobla el Cabo de la Buena Esperanza completando así la segunda vuelta al mundo.

VOCABULARIO

amoral.- persona o doctrina desprovista de sentido moral. Se aplica a las obras humanas en las que de propósito se prescinde de un fin moral.
cristiano viejo.- español del siglo XVI que lleva en la sangre por lo menos tres generaciones de ascendientes cristianos. Es el “puro de sangre”. Se entiende que el “cristiano nuevo” es el recién converso al cristianismo (descendiente de moros y judíos) y por lo tanto sospechoso, indigno de vivir en una monarquía católica.
estadista.- persona entendida en los negocios o asuntos del estado.
hegemonía.- control, dominio, supremacía.
inmunidad.- estado por el cual alguien puede actuar por encima o al margen de la ley, sin dar cuentas a nadie. Esta afirmación es válida para los soberanos absolutistas.
mercenario.- tropa o soldado asalariado que sirve a un gobierno extranjero.
puritano.- miembro de la Iglesia de Inglaterra que quiere llevar a ésta a adoptar la doctrina calvinista.

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La crisis religiosa del siglo XVI (una síntesis)


Lutero se presenta en la Dieta de Worms ante Carlos V

La Reforma protestante sacudió fuertemente el destino de Europa a partir del siglo XVI. Significó, básicamente, la división de la Cristiandad occidental en dos partes: una católica, que sigue reconociendo la autoridad del Papa y que mantiene una organización única, y otra que adopta después el nombre de “protestante” y que se subdivide, a su vez, en una serie de grupos y sectas.

En nuestros días, el protestantismo agrupa a más de 400 millones de fieles, de los que un 25% son luteranos, 15% calvinistas, alrededor de un 20% son baptistas, cerca de 15% anglicanos y otro 15% son metodistas. El resto pertenece a sectas o iglesias menores.

Las causas de la Reforma son diversas y complejas. No sólo hay que buscarlas en los tan citados abusos del clero. Es cierto que hubo obispos acostumbrados al lujo y sacerdotes que vivían en el concubinato. Pero estos excesos no eran nuevos, tampoco eran recientes los llamados a reformar a la Iglesia como institución.

El protestantismo se desató porque hubo condiciones mentales que así lo permitieron. Digamos que la Iglesia, por ese entonces, no fue capaz, o no estaba en condiciones, de dar respuesta a las inquietudes de la época. Por ejemplo, el postulado protestante de un sacerdocio universal sintonizaba perfectamente con los ideales individualistas y el espíritu laico tan promovidos por el Humanismo.

También ayudaron las ideas de teólogos como Wiklif y Hus que pregonaron que la fuente de autoridad para el cristiano no era la Iglesia sino la Biblia, y en lengua nacional. Estas ideas fueron abonadas también por la difusión que hizo la imprenta de la Biblia y los inteligentes comentarios de los intelectuales del Humanismo a los Evangelios.

Como veremos, el protestantismo puso especial énfasis en la justificación por la fe (la fe, única fuente de salvación) en un momento en que los papas apelaban a la venta de indulgencias. Los creyentes veían, con mucho escepticismo, la posibilidad de “comprar” su salvación; por eso, pusieron tanto énfasis en que, al final, la fe es el camino más correcto para conseguir la salvación.

Al final, la Reforma protestante se fragmentó. Pero a pesar de esto se mantuvo entre sus iglesias cuestiones fundamentales: Cristo como redentor; la omnipotencia de la gracia; la Iglesia como asamblea de creyentes; la Biblia como revelación definitiva de Dios, actualizada por la palabra y la predicación. Rechazó la autoridad pontificia, el culto a la Virgen María y también a los santos, así como la concepción de la misa como sacrificio.

UN AMBIENTE DE REFORMA.- Ya desde finales de la Edad Media, una serie de catástrofes y pruebas sacuden a la Cristiandad occidental. Por citar sólo algunas tenemos la Peste Negra de 1348 y su secuela de muerte y desesperación; la Guerra de los Cien Años que también produjo muertes y sobre todo hambre y destrucción; y, finalmente el Gran Cisma de la Iglesia, con dos y hasta tres papas disputándose el gobierno de la Iglesia.

Para la mayoría, estos dramas eran signos de un castigo divino. Había un miedo colectivo, quizá el peor de toda la historia. Los europeos viven en la angustia. Muchos creen que está cerca el fin de los tiempos, el Juicio Final, el Apocalipsis. Centenares de predicadores ambulantes, amparados en las tragedias, alimentan ese miedo.

En efecto, luego de las grandes calamidades del siglo XIV, la religión cristiana tendió al misticismo bajo la influencia de estos predicadores. Pero estas corrientes místicas estaban, a menudo, próximas a la herejía. Junto a este tipo de herejía de carácter “popular”, surgieron otras dos que dieron origen a los dos grandes movimientos heréticos de ese tiempo:

a. John Wyclif (1330-1384).- Como teólogo oficial del rey de Inglaterra, puso énfasis en revisar la Biblia y traducirla al inglés. Cuestionó la necesidad de tener un Papa si existe la Biblia (predicó su libre interpretación); también era prescindible la Iglesia como institución. Fue condenado pero protegido por el rey.

b. Jan Hus (1369-1415).- Fue un sacerdote de Bohemia (República Checa) influido por las ideas de Wyclif. Postuló que había que predicar la Biblia en cada idioma y que cada región debía tener su propia iglesia. Por ello, se le considera el precursor del nacionalismo checo. Llamado al Concilio de Constanza, fue condenado a la hoguera por hereje. Pero su muerte fue la chispa de la insurrección de sus seguidores contra la Iglesia oficial: la rebelión de los husitas tuvo como centro la ciudad de Tabor y se organizó de forma que recordaba a la Iglesia primitiva (pobre y comunitaria).

Pero ese ambiente que alimenta un profundo sentimiento religioso también impulsa el deseo de reformar la Iglesia. A principios del siglo XV se celebra el Concilio de Constanza que pone fin al Cisma. Ahora es tiempo de emprender las reformas bajo la autoridad de un papa único. Se reúnen algunos concilios más pero la reforma no llega a realizarse.

Por ello, a principios del siglo XVI la reforma se hace más necesaria. Hay abusos: obispos y papas que viven como señores feudales, y se preocupan más por sus intereses terrenales que por los espirituales. Se critica el lujo y la riqueza de la Iglesia: en Alemania la tercera parte del país le pertenecía al clero. Lo mismo sucedía en Francia, Inglaterra y España. También se reprocha los duros impuestos (diezmos) que la Iglesia cobraba a sus fieles.

Así como se criticaba el lujo del alto clero, también se reprobaba la ignorancia de la mayoría del bajo clero. Se trataba de sacerdotes con escasa formación religiosa y muchas veces analfabetos. Lo que se reclamaba era un clero cuyos miembros no sean simples administradores de sacramentos, sino hombres capaces de enseñar la Palabra de Dios y responder inteligentemente a las inquietudes y preocupaciones del cristiano moderno.

La frustración histórica de la Iglesia es que no fue capaz de reformarse por sus propios medios. En este sentido los papas del Renacimiento (Alejandro VI, Julio II y León X) sólo hicieron reformas en la imagen de la Iglesia. Al reconstruir y embellecer el Vaticano, por ejemplo, sólo quisieron dar la ilusión de una Iglesia poderosa, opulenta, pero sin cambios de fondo. Incluso buena parte del dinero que sirvió para remodelar la iglesia de San Pedro provino de un medio muy cuestionado: la venta de indulgencias.

También es importante el surgimiento en toda Europa de sentimientos de “identidad nacional” alimentado por el absolutismo. Lutero, por ejemplo, llama a la unión de los alemanes contra un poder extranjero (Roma) que domina a cada país. Para príncipes y monarcas este discurso sonaba muy atractivo en su interés por consolidar su poder absoluto en cada uno de sus territorios. Este sentimiento también mueve a Enrique VIII cuando rompe con Roma y expropia para la corona de su país los bienes del clero.

Por último, hay que mencionar la falta de formación religiosa de la mayoría de los europeos. El hombre común, especialmente el del campo, no tenía una sólida formación cristiana. Su sentimientos religiosos eran muy sencillos y muchas veces supersticiosos. Por eso, luego de la rebelión luterana hay un esfuerzo, tanto de los protestantes como de la Iglesia católica, de evangelizar (militarizar) a la gente. En este sentido, todas las iglesias en Europa occidental se vuelven militantes.

LA REFORMA LUTERANA.- Martín Lutero (1483-1546), hijo de un campesino, gozó de la educación que su padre le patrocinó en la Universidad de Erfurt (Alemania). Fue allí, en medio de una tormenta, que recibe el “mensaje” que lo lleva a tomar la decisión de vestir los hábitos de la Orden de San Agustín. Poco tiempo después, lo nombran profesor de teología en Wittemberg, donde llega a la convicción, a través de algunos escritos de san Pablo y san Agustín, que:

a. La conducta humana (y en especial las indulgencias) no juegan ningún papel importante en la salvación individual: sólo la fe en Dios puede hacer que un hombre sea justo y se salve. De esta forma, Lutero da en el clavo a las expectativas de muchos hombres de su tiempo.

b. También consideró que todos los cristianos son iguales por el bautismo y, por lo tanto, todos son sacerdotes (habló del “sacerdocio universal”). Esto lo llevó a rechazar la superioridad espiritual del Papa, de los obispos y de toda autoridad eclesiástica en general.

c. Por último, si bien reconoce cierto valor a la Tradición, afirmó que la Revelación está totalmente dicha en la Biblia (postula la libre interpretación de la Biblia).

A partir de estos tres “hallazgos”, Lutero rechaza la función del clero. Los sacerdotes, que no están obligados al celibato, son simples fieles cuya principal función es enseñar la Palabra de Dios. De allí aparece la figura del “pastor” protestante. También rechaza el papel de “intermediarios” a la Virgen María y a los santos. Finalmente, sólo acepta dos sacramentos pero como simples ritos, sin ningún contenido: el bautismo y la Cena o Eucaristía (en ella sólo admite la consubstanciación, más no la transubstanciación).

Todo esto le valió la excomunión papal en 1520. Antes de esa fecha, a Lutero se le había encomendado viajar a Roma para solucionar con la Santa Sede algunos inconvenientes que sufrían los agustinos en Alemania. Pero su llegada a Roma le produce una terrible impresión: creyendo que se encontraría en un ambiente piadoso, descubre que en su lugar reina el caos, el afán del Papa por acrecentar su poder temporal y, especialmente, la venta de indulgencias. Por ello, en 1517, publicó en Wittemberg (1517) sus famosas “95 tesis” en las que expuso lo principal de sus ideas y condena enfáticamente la venta de indulgencias.

La reacción en Alemania.- Carlos V, como emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico (así se le llamaba a Alemania por entonces), convoca a la Dieta de Worms en la que Lutero se niega a retractarse de sus opiniones. Condenado a muerte, se escapa con la ayuda del príncipe de Sajonia, y se refugia durante un año en el castillo de Wartburgo donde traduce la Biblia al alemán. A partir de ese momento, muchos nobles y ciudades de Alemania apoyan la rebelión luterana: se vendieron unos 300 mil ejemplares de sus escritos. También se confiscan muchos bienes del clero y los distintos príncipes toman bajo su control las iglesias de sus dominios.

Rápidamente, por ejemplo, 51 de las 65 ciudades alemanas habían adoptado el luteranismo. La nueva doctrina se había desbordado también por Dinamarca, Suecia, Noruega, Finlandia e Islandia.

Ante este panorama, Carlos V convocó a la Dieta de Spira (1529) donde invoca a los príncipes a que se reconcilien con el Papa. Éstos hacen la Protesta y desde allí los llaman “protestantes”. Fue la última vez que se reúnen como católicos, hacen una liga de defensa y es el comienzo del fin del Sacro Imperio. En la Dieta de Ausburgo (1530), Melachton, discípulo de Lutero, presenta a Carlos V la Confesión de Ausburgo, donde se delinearon las doctrinas del luteranismo.

Finalmente, en 1555, se estableció la Paz de Ausburgo. En ella se instauró la concordia religiosa en Alemania confiriendo a los príncipes protestantes todos los derechos episcopales: se les reconoció libertad de consciencia y culto; además, sus súbditos tenían la alternativa de aceptar la religión de su soberano o emigrar a otro territorio.

¿Qué pasó con Lutero? A los 42 años terminó casándose con una joven de 26 que había dejado su orden religiosa para seguir el luteranismo. Con ella tiene seis hijos e inicia una vida de excesos. Para mantener a su familia se dedica a vender libros, reparar objetos y dictar clases en la Universidad. Muere contradiciendo muchas de las creencias y votos que practicó durante su juventud rebelde.

La importancia histórica de Lutero es que fue el fundador de una iglesia cristiana no católica. También se le reconoce haber difundido la Biblia (más de 100 mil ejemplares de la Biblia en alemán se distribuyeron). Asimismo, impulsó una mejor educación religiosa del pueblo y fomentó el nacionalismo alemán. Hoy en día el 51% de la población alemana es protestante, en su mayoría luteranos. Se calcula que en el mundo existen actualmente, incluidos los alemanes, 100 millones de luteranos.

EL CALVINISMO.- Fue una orientación más radical y espiritual de la reforma luterana. Fue propagada por el francés Juan Calvino (1509-1564). Nacido en París en el seno de una familia burguesa, su conversión no fue tan apasionada como la de Lutero, aunque sintió sus influencias. Publicó, hacia 1536, en latín, la “Institución de la religión cristiana” en la cual expuso lo esencial de su doctrina. Luego de algunas persecuciones contra su persona, Calvino se dirigió a ciudad de Ginebra (Suiza) desde donde se difundió su prédica religiosa.

Al igual que Lutero, Calvino funda su doctrina en la justificación por la fe, el sacerdocio universal y la autoridad indiscutible de la Biblia, pero modifica ligeramente estos tres aspectos.

Para Calvino, la justificación por la fe postula la predestinación: el hombre está predestinado para la salvación o la condenación. En otras palabras: Dios, en virtud de su omnipotencia y de su amor, desde antes de nacer la persona, le asigna su destino, y éste es invariable. Cierto número de personas está destinado a vivir eternamente con Cristo, sin tener para nada en cuenta su fe ni sus obras. La suerte del resto es vivir para siempre en el pecado y en la condenación.
Por lo tanto, el Dios de Calvino era un Dios que infundía temor entre las personas. Pero así nacía el deseo ardiente de llevar una vida conforme a los preceptos de las Escrituras: la doctrina de la predestinación tuvo como resultado el imponer a los calvinistas una vida rigurosamente conforme a las exigencias de la Iglesia, básicamente una ética económica.

De este modo, el calvinismo imponía un estilo de vida metódico y racional para sus fieles. Exigía la represión de los instintos, la transformación del hombre impulsivo e instintivo en el hombre racional: No hagáis ni toméis nada por el mero hecho de que los sentidos o el apetito lo pidan, sino cuando haya razón para ello, decía Calvino.

Exigía, entonces, la laboriosidad (no a la ociosidad); el ocuparse de cosas útiles (no, por ejemplo, al juego, al baile o a la caza); a la templanza (no a los deleites carnales, a la gula o a la embriaguez); y fomentaba el espíritu de ahorro: había que economizar todo, las mismas palabras, los gestos, la decoración de los templos y los feriados del año. Los templos calvinistas, por ejemplo, no debían tener altares o imágenes. En lugar de ellas, podían reproducirse, en sus muros, pasajes de la Escritura.

Para algunos, las exigencias del calvinismo cuajaban perfectamente con el ideal burgués. El buen calvinista es el buen burgués. En este sentido la religión (la predestinación) es un premio a su esfuerzo, a su trabajo y a su espíritu de ahorro e inversión. Por ello, el calvinismo habría estimulado el desarrollo del capitalismo en Europa. Incluso también de la democracia, pues el calvinismo exigía una consciencia cívica: ser honesto, ser respetuoso con los demás, reconocer los derechos del otro y tener un espíritu de servicio.

De otro lado, si para el calvinismo la Biblia era la única depositaria de la Revelación, cada persona tenía el derecho de acceder a ella mediante una lectura directa y cotidiana. Además la Cena, es decir, la Eucaristía, no es sino una unión espiritual con Cristo: la Cena de nuestro Señor es un signo por el cual bajo el pan y el vino se representa la verdadera comunicación espiritual que tenemos en su cuerpo y en su sangre, escribió Calvino.

Con estos contenidos es lógico suponer que el calvinismo penetró con más facilidad en los medios cultos y acomodados que en el mundo campesino, iletrado y conservador. Geográficamente se propagó por Alemania, Francia (allí se les llamó hugonotes), Holanda, Inglaterra (puritanos) y Escocia (la Iglesia Presbiteriana fundada en 1560 por John Knox).

EL ANGLICANISMO.- Inglaterra tuvo un destino reformista original, impuesto por sus soberanos de la dinastía Tudor. Enrique VIII impuso el cisma en el “Acta de Supremacía” (1534) que transfería al Rey todos los poderes de jurisdicción sobre la Iglesia de Inglaterra. Y todo comenzó por la negativa de Roma a anular su matrimonio con Catalina de Aragón. En este sentido la actitud de Enrique VIII fue una posición radical basada en sentimientos de independencia nacional y, también, de voluntad de reforma.

En toda Inglaterra los monasterios quedaron disueltos, y sus tierras y demás propiedades pasaron a la Corona la que, a su vez, entregó estos bienes a los nobles que apoyaron a Enrique VIII en su ruptura con Roma. Pero aunque el Rey reformó el gobierno de la Iglesia se negó a que se hicieran cambios en su doctrina. Incluso antes de su divorcio, se había opuesto a Lutero asesorado por el humanista Tomás Moro.

Después del cisma con el papado, Enrique VIII persiguió, con igual severidad, a los católicos que no le reconocían como jefe de la iglesia de Inglaterra, y a los protestantes que proponían cambios en el dogma.

Luego, su hija, Isabel I, fundó realmente la Iglesia Anglicana por el “Acta de Uniformidad” (1559) que imponía una política de sumisión de sus representantes al Estado. En 1563 se promulgan los Treinta y nueve Artículos. Según sus términos, la liturgia y la jerarquía eclesiástica son parecidas al catolicismo, pero abandona el uso del latín, el culto a las imágenes y el celibato sacerdotal. El dogma defiende la justificación por la fe, la autoridad exclusiva de la Biblia y el rechazo a los sacramentos (menos el bautismo o la cena).

Como vemos, el culto anglicano conserva las apariencias católicas y sus principios son de inspiración calvinista. Su fe se cimienta en el mensaje de los Padres de la Iglesia y en lo acordado por los concilios cristianos antes de la ruptura entre Oriente y Occidente en 1054. Pero básicamente lo que caracteriza al anglicanismo es su posición intermedia entre el catolicismo y el protestantismo surgido en el resto de Europa.

Insiste en la supremacía de la Biblia, como único fundamento de la fe, y reconoce dos sacramentos principales: bautismo y eucaristía. Desde la ruptura con Roma, son los soberanos de Inglaterra los que nombran a los obispos; actualmente son nombrados a propuesta del primer ministro.

LA IGLESIA ANGLICANA HOY.- Se divide en dos tendencias: la High Church (o Alta Iglesia) que insiste en la importancia de la Iglesia como institución y que celebra sus ritos y sacramentos en forma muy próxima al catolicismo romano; por su lado, la Low Church (Baja Iglesia) defiende la idea de una religión más personal, más íntima, e influenciada por los preceptos calvinistas y luteranos.

Los anglicanos reconocen la autoridad espiritual del Arzobispo de Canterbury, quien vive en Londres. Actualmente cuenta con más de 70 millones de fieles de los cuales casi la mitad vive en las Islas Británicas. El resto se reparte principalmente en Estados Unidos, Canadá y Australia. Los obispos anglicanos del mundo se reúnen desde 1867 en la Conferencia de Lambeth, y sus representantes forman, cada dos años, un Consejo Consultivo Anglicano que puede dictaminar algunas cuestiones de fe o política eclesial que, a su vez, deben ser aprobadas por el Parlamento británico.

LA REFORMA CATÓLICA.- La reforma protestante tropezó con la férrea oposición de la Europa latina: Francia, España y la península italiana. El papado buscó ayuda y protección de la monarquía más fuerte de entonces, la española, y sus soberanos, Carlos V y, sobre todo, Felipe II se convirtieron en el brazo político y militar de Roma en su lucha contra los protestantes.

Este movimiento emprendido por Roma, desde 1540 más o menos, más conocido como la Contarreforma, fue una reacción de defensa (no sólo doctrinal, sino a menudo violenta) frente a los postulados protestantes.

La Contrarreforma impulsó una reafirmación vigorosa de la visión mística del mundo. Se reavivó la llamada de la fe. Fue un llamado a las armas contra todo aquello que ponía en peligro los cimientos del catolicismo: había que crear una iglesia militante.

Y es que el enemigo del catolicismo podía presentarse en muchas formas. Ya no sólo eran los protestantes. También eran las nuevas religiones paganas que los colonizadores habían descubierto en las culturas de América, Asia o África. Enemigos eran también los intereses materialistas de la burguesía en ascenso, así como los sentimientos “nacionalistas” de las monarquías europeas. Finalmente, el espíritu crítico del Humanismo era peligroso porque alentaba la libre investigación y la curiosidad científica.

La Iglesia se dio cuenta que si era aceptada por todos la imagen mecánica del mundo como una “máquina en movimiento” (recordemos el heliocentrismo de Copérnico), la creencia en los milagros se iba a desvanecer, se destruiría la noción de la intervención de Dios en los asuntos del mundo y quedaría fuera de las mentes de los católicos la noción del “misterio”.

Por ello, la iglesia se interesó no tanto en especulaciones teológicas sino de alentar en los creyentes un misticismo práctico, una experiencia religiosa concreta. En este sentido, el ritual se modificó y se convirtió en algo más espectacular, apoteósico, capaz de conmover al creyente. La difusión de las procesiones por las calles alentó este nuevo misticismo, por ejemplo. También la vida ejemplar, pública, de algunos santos como Teresa de Jesús o Juan de la Cruz.

La Compañía de Jesús.- En 1534, san Ignacio de Loyola funda la Societas Jesu (S.J.), una nueva orden religiosa aprobada por Paulo III en 1540. Sus integrantes, más conocidos como “jesuitas”, trataron de interpretar a esta nueva Iglesia militante de la Contrarreforma. Los jesuitas llegaron a adaptar la doctrina cristiana a las difíciles circunstancias de la época. Se enfrentaron a las realidades políticas y morales de su siglo y tomaron parte activa en la educación, asuntos públicos y obras misioneras. Actuaron, por ejemplo, en las cortes reales como confesores y educadores de príncipes y nobles. Fundaron muchos colegios e impulsaron muchas misiones no sólo en Europa sino en las tierras recién conquistadas por españoles y portugueses.

Bajo su autoridad máxima y vitalicia, el General, un jesuita se consideraba a sí mismo como soldado de Dios bajo la bandera de la cruz, listo para luchar por la propagación de la fe ante los protestantes, los herejes o los infieles. La Orden, por ello, estaba organizada con criterios militares: rígida disciplina, voto de obediencia al Papa y prohibición de cualquier crítica a los superiores. Bajo estos criterios, todo el mundo fue dividido en provincias jesuitas, y su “ejército” de sacerdotes siguió los caminos trazados por los navegantes y conquistadores europeos.

El Concilio de Trento (1545-1563).- Promovido por iniciativa del papa Paulo III, en él se reunieron obispos católicos, en su mayoría italianos y españoles, en la ciudad italiana de Trento. No trataron en establecer un diálogo con los protestantes. En este sentido no fue el Concilio de la reconciliación sino el de un catolicismo que se negaba a transigir o por lo menos a dialogar con los protestantes. Tras varias interrupciones y reanudaciones este Concilio estableció con mucha claridad que antes los puntos del dogma criticados o cuestionados por los protestantes, condenándolos sin miramientos. En Trento se estableció, por ejemplo:

a. La reafirmación del papel de la conducta de los hombres en su propia salvación. En este sentido, reconoció el libre albedrío. Admite el valor de las buenas obras y la eficacia de las indulgencias y sufragios (aunque restringe su uso).
b. Defendió la vigencia de la Tradición, junto a la Biblia, como elemento de la Revelación. La interpretación que hace la Iglesia de la Biblia es la única válida. Además, la única versión aceptada de la Biblia es la Vulgata Latina de San Jerónimo, por lo tanto, la Biblia había que leerla en latín y no en idioma “vulgar”.
c. La misa debía seguir siendo celebrada en latín, así como cualquier liturgia. También defendió la presencia de Cristo en la Eucaristía. En otras palabras: en el sacramento de la Eucaristía (o Cena) se conmemora la última comida de Cristo durante la cual transformó el pan y el vino en su cuerpo para dárselos a sus discípulos. Para los obispos de Trento, entonces, hay presencia real del cuerpo y la sangre de Cristo, con transubstanciación.
d. Reafirmó el carácter sagrado del clero y el celibato sacerdotal. En materia de disciplina condenó los anteriores abusos del clero (obispos). Recomienda la fundación de un seminario en cada diócesis para la formación moral, intelectual y religiosa de los futuros sacerdotes a fin de hacerlos más capaces de transmitir la fe a través del catecismo y la predicación. Para el clero era obligatorio el uso de los hábitos y ropa talar. Defendió el derecho de cada parroquia de llevar los libros de bautismos, matrimonios y defunciones.
e. Defendió la vigencia de los siete sacramentos, el valor del culto a los santos y, especialmente, el culto ala Virgen María tan cuestionado por los protestantes. También reafirmó la existencia del Purgatorio.
f. Finalmente defendió la infabilidad papal. Trento insistió en reafirmar la autoridad papal y sus interpretaciones del dogma. Toda jurisdicción procede del Papa.

En síntesis, los obispos de Trento condenaron, sin ninguna consideración, al protestantismo e intentaron darle al papado mayor autoridad (y credibilidad). Pero el Concilio también termina sancionando la división de la cristiandad en Europa occidental: unos europeos que siguen siendo católicos y otros que siguen el protestantismo bajo las formas luterana, anglicana o calvinista. Esto sin mencionar a los europeos del Este que desde la Edad Media profesan el cristianismo ortodoxo. Esta división se va a mantener, casi sin mayores cambios, hasta nuestros días.

VOCABULARIO
baptistas.- iglesia protestante creada en Londres en 1611. Proclama la suprema autoridad de la Biblia, el derecho a la libertad religiosa y la completa separación de Iglesia y estado.
barroco.- es un término de origen portugués que quiere decir “piedra irregular”, para caracterizar lo extravagante en la arquitectura y a partir de allí, un estilo que da la impresión de irregularidad, de rareza e incluso de fantasía.
celibato.- estado de soltería.
cisma.- división o separación.
concubinato.- convivencia de una pareja.
dieta.- asamblea o parlamento de los príncipes que formaban parte del Sacro Imperio Romano-Germánico (Alemania).
indulgencia.- perdón, total o parcial, de la pena del purgatorio por los pecados perdonados: para ganar las indulgencias, el creyente debe realizar las obras prescritas (oraciones especiales, confesión, comunión).
infabilidad.- que no puede engañar ni engañarse.
metodistas.- iglesia protestante surgida en Inglaterra en el siglo XVIII. Insiste en la necesidad de la santificación. Los creyentes son bautizados en edad adulta pero suele “presentarse” a los niños lo que sustituye de alguna forma al bautismo. Su doctrina se asemeja a la baptista.
misticismo.- estado de quien se dedica mucho a dios o a las cosas espirituales. También se aplica a la doctrina que enseña la comunicación directa entre el alma y su Creador en la visión intuitiva o el éxtasis.
órgano.- instrumento de tecla y tubería llamado el rey de los instrumentos. Conocido ya desde la Antigüedad fue introducido como instrumento típico de la liturgia cristiana hacia 1400. Puede tener hasta cinco teclados escalonados, y en 1500 se le añadió el pedal en Alemania.
Revelación.- para los cristianos es la manifestación del Espíritu y de la Palabra de Dios en la Biblia y la Tradición.
sacramentos.- signos instituidos por Cristo para producir la gracia divina y santificar las almas. Para los católicos son siete: bautismo, confirmación, penitencia (o confesión), eucaristía (o comunión), matrimonio, orden sacerdotal y extremaunción.
sufragio.- ayuda, favor, socorro. Obra buena aplicada por las ánimas del Purgatorio
transubstanciación.- significa el cambio de la substancia del pan y del vino en la substancia del cuerpo y de la sangre de Cristo, y no sólo la consubstanciación, esto es, el mantenimiento de la substancia del pan y del vino junto a la del cuerpo y la sangre (así lo planteaban los luteranos); para el calvinismo sólo hay presencia espiritual, simbólica.
Tradición.- para los cristianos es la revelación de la Palabra de Dios de forma distinta a la que se produce en la Biblia. Son las decisiones de los concilios, los escritos de los Padres de la Iglesia y de teólogos avalados por la Iglesia oficial.
violín.- instrumento de cuerda creado en el siglo XVIII. Consta de cuatro cuerdas y se tañe con un arco. Por su brillante y expresiva sonoridad, junto con sus inmensas posibilidades virtuosísticas, es la base de la orquesta clásica.

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La historia de Bonnie y Clyde, 75 años después

La historia de amor y huida fatal con la que Bonnie Parker y Clyde Barrow mantuvieron en vilo a los Estados Unidos de la Gran Depresión ha vuelto a salir a la luz cuando se cumplen 75 años de la emboscada que acabó con sus vidas en 1934.

La Oficina Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés) celebra los tres cuartos de siglo de uno de sus casos más famosos con la publicación de casi 1000 páginas, hasta ahora inéditas, de material de investigación sobre los famosos fugitivos.

En su accidentada huida a través del centro de Estados Unidos, Bonnie y Clyde pasaron de ser autores de pequeños robos en gasolineras a convertirse en los primeros criminales del siglo XX en alcanzar fama nacional, en una referencia obligada en la era de los gángsteres y en una de las bases del prestigio del FBI.

La huida de la joven pareja, que inició una relación sentimental poco después de conocerse en 1930, terminó en la madrugada del 23 de mayo de 1934, cuando una patrulla de agentes de Tejas les tendió una emboscada en una polvorienta carretera cercana a Sailes (Luisiana).

Las 947 páginas de información relacionada con la pareja que sirvieron al FBI y a la policía como pistas para la espectacular trampa final habían permanecido ocultas hasta 2008, cuando la oficina federal de Dallas (Tejas) anunció su hallazgo.

Año del gángster.- Rescatados como parte de una exposición local y publicados ahora por la oficina central en Washington como parte de los eventos relacionados con su llamado “año del gángster”, los documentos incluyen recortes de prensa y fotografías, como la de una multitud contemplando los cristales acribillados del coche de los fugitivos el día que sufrieron la emboscada.

El grueso de la información la componen telegramas enviados al FBI por las patrullas locales que seguían el rastro de la pareja, o de ciudadanos que escribían a las autoridades asegurando haberles visto en una gasolinera o en la esquina de su casa.

De esas notas se deduce, por ejemplo, que Bonnie se hacía llamar Bertha Graham, o que los familiares de Clyde le esperaban en un condado de Tejas para entregarle 250 balas.

El FBI ha sacado también a la luz un sumario producido en 1934 y revisado en 1984, pensado para investigadores y periodistas, que resume en tres páginas el historial criminal de los fugitivos y la persecución policial paso a paso.

Además, el aniversario de esta historia que alimentó la curiosidad de un país asfixiado por la Gran Depresión se cumple en medio de la crisis económica más grave desde la que se vivió entonces.

De la mano de unos medios de comunicación que empezaban a hacer gala del amarillismo, gran parte de la clase media que vivió el comienzo de los años 30 con el agua al cuello proyectó en la pareja una imagen romántica, una suerte de Robin Hood a dúo que se burlaba de un gobierno despreocupado de los problemas de sus ciudadanos.

Esa emocionante historia que hizo dudar a toda una generación sobre la frontera entre lo correcto y lo incorrecto no tardó en convertirse en un guión genial para la gran pantalla, y Hollywood convirtió a los fugitivos en estrellas en varias ocasiones.

La poesía de Bonnie, escritora aficionada, inspiró además al cantautor francés Serge Gainsbourg para uno de sus famosos dúos con Brigitte Bardot en 1967, y la historia se convirtió incluso en un musical japonés en 1999.

El aniversario de la muerte de los amantes también coincide con su retorno a la gran pantalla, y los estudios Cypress Moon ya preparan un nuevo filme basado en el que en 1967 convirtió a Faye Dunaway en Bonnie y a Warren Beatty en Clyde. The Story of Bonnie and Clyde se estrenará en 2010, con la estrella adolescente Hillary Duff y el actor canadiense Kevin Zegers como protagonistas.

Tomado de El País (28/05/09)


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Humanismo y Renacimiento (una síntesis)


San Lorenzo dando comida a los pobres
(Fra Angelico, Museos del Vaticano)

A partir del siglo XIV, se produjo una crisis del pensamiento medieval y se fue desarrollando una nueva mentalidad que, a través del Humanismo, daría paso al Renacimiento. El término “renacimiento” fue adoptado orgullosamente a finales del siglo XV como expresión de la creencia de ser un “nuevo nacimiento” de la cultura tras mil años de oscuro intermedio: la Edad Media.

Éste fue el auténtico arranque del mundo moderno y que llega hasta nuestros días. Fue un proceso enérgico y muy creativo que tuvo su adecuado marco en las ricas ciudades italianas donde, sin el poder de los monarcas absolutos y con un papel cada vez más secundario de lo religioso, prosperó una economía burguesa y comercial. De esta forma apareció una cultura laica, urbana y, en cierto modo, de “clase media”.

Por ello el Humanismo implica una ruptura, una crítica del pasado inmediato. Es la negación del pasado medieval y la afirmación de algo distinto: ahora era el hombre la cabeza y la clave del Universo por mandato divino. Para ello el Humanismo significó una revalorización de los estudios clásicos que promovieron en la literatura los intelectuales italianos del siglo XIV, y que se fue difundiendo por toda Europa.

Ahora el hombre está sujeto a una nueva perfección, y la vía que se le ofrece para realizarla no es la fusión con Dios (tal como se planteaba en la Edad Media) sino la acción terrena, histórica. De esta forma el trabajo substituye a la penitencia, el progreso a la gracia y la política a la religión.

Como vemos, el pensamiento medieval ponía todas sus esperanzas de perfección en la eternidad, en el goce del Paraíso después del Juicio Final, es decir, no en este mundo. La eternidad era el fin de la historia, el fin de este mundo. Los humanistas se rebelaron contra esto. Ese pensamiento ofendía la esperanza del hombre en construir su perfección aquí en la Tierra con sus conquistas materiales y mentales. También ofendía su fe en la evolución y el progreso.

Los intelectuales modernos pusieron su fe en el futuro. Pero ese futuro está aquí en la Tierra, y el hombre a través de su trabajo, de la política y del progreso de su mente puede construir un mundo mejor. Por eso, el optimismo, la fe por las capacidades del hombre, fue uno de los rasgos más sobresalientes del Humanismo.

Finalmente, cuando los intelectuales europeos concebían la “modernidad”, América aparece en el escenario como una verdadera “aparición inesperada”. Pero América era una realidad que la mente renacentista imaginaba pero no creía. Le costó a los europeos unos años percibir la real y fantástica aparición de nuestro continente. América no sólo daría oro y plata a Europa. También daría una nueva esperanza, la oportunidad de crear una nueva civilización bajo los ideales modernos y cristianos.

EL HUMANISMO.- Fue un movimiento intelectual nacido en Italia en el siglo XIV que buscó una ruptura con la Edad Media para rescatar el mensaje intelectual y estético de la Antigüedad greco-latina. De esta manera los humanistas se dedicaron al estudio del hombre y de la naturaleza, basándose en los autores clásicos, no en los textos medievales que orientaban todo su interés a la religión o a la intervención directa de Dios sobre la vida terrena.

Rescataron el latín como la lengua más dulce y culta. También dieron importancia al griego, al hebreo y al arameo. Esto les permitía examinar los textos originales de la Biblia, de la literatura romana, de la filosofía griega, y difundir sus comentarios al respecto. La invención de la imprenta brindó una ayuda inusitada a esta labor intelectual.

Desde 1539, la palabra francesa humaniste se aplicó a los eruditos que desde el siglo XIV hasta el inicios del XVI, se dedicaron al estudio de las lenguas antiguas para tener una nueva concepción del hombre y del mundo. Estos eruditos estaban seguros de vivir en un “renacimiento”, una época totalmente novedosa que rompía con un pasado “tenebroso”, a pesar de seguir siendo tributarios del pensamiento medieval y del cristianismo. En otras palabras: a pesar de admirar la sabiduría de los griegos y de tener un espíritu crítico, los humanistas fueron profundamente cristianos.

Por ello el humanismo tuvo en sus inicios una vertiente filológica, ayudada por la imprenta, único instrumento que permitía fijar adecuadamente un texto evitando los errores de los antiguos copistas. Entonces, la filología incentivó el espíritu crítico. El pasado y el mundo serían contemplados con nuevos ojos. La experimentación se convirtió en condición indispensable de una ciencia real: el método inductivo.

El descubrimiento de la imprenta por Juan Gutemberg, en 1455, ofreció a los humanistas un gran vehículo para difundir sus ideas. De Londres a Cracovia y de Rotterdam a Venecia, se multiplicaron los talleres de imprimir. Hacia 1500, por ejemplo, 236 ciudades europeas tenían una o varias imprentas.

Como vemos, esta nueva actitud hacia el mundo revolucionó las actividades científicas. La ciencia se convirtió en una aliada esencial para que el hombre tenga fe en el progreso, en el futuro. Los humanistas destruyeron muchas ideas que en la Edad Media se tenía del hombre y de la naturaleza, y desarrollaron nuevas bases para la investigación científica. Ya no consideran indigno para un intelectual realizar experimentos prácticos.

En esta revolución científica, por ejemplo, se mejoró mucho el trabajo de los metales. Se inventó el alto horno, se comienza a utilizar la hulla además del carbón vegetal para fundir los minerales y se descubren metales nuevos. El hierro, ahora más barato, permite los adelantos en la metalurgia y facilita a su vez el incremento de la producción “industrial”. La medicina, de otro lado, avanza de manera acelerada al perderse el horror medieval al desnudo. Muchos estudian anatomía (incluso los artistas, como lo revelan la pintura y la escultura del Renacimiento) y se descubren nuevos conocimientos sobre el cuerpo humano, considerado ahora una especie de máquina.

En todo esto, cobra importancia el uso de la razón para comprender el mundo. Ya no se trata de buscar explicaciones divinas, sino de observar y experimentar. Los intelectuales tratan de buscar y encontrar leyes que rigen el desarrollo del Universo. Podríamos decir, incluso, que con el avance de la ciencia, los humanistas trataron de dar una explicación más mecanicista sobre el hombre y la naturaleza.

El desarrollo de este espíritu crítico dio también origen a una nueva visión del pasado. En lo sucesivo, no se trataría ya de mostrar la acción divina sobre la historia (tal como se hacía en la Edad Media), sino de establecer las causas reales de los acontecimientos. Ahora se reclamaba a la historia no tanto una lección moral, sino una experiencia práctica que permitiera ejercer el poder o el gobierno por medio del conocimiento directo de la realidad.

Uno de los rasgos fundamentales del humanismo es su optimismo, un optimismo casi eufórico. El hombre, medida de todo, es el centro del Universo. Es una criatura privilegiada llamada a realizar los mandatos de Dios gracias a su pensamiento racional, don de la divinidad. Pero esa intervención de la gracia divina no frena la libertad humana, porque el hombre es bueno, libre y responsable. En síntesis, el humanismo defendió la dignidad humana.

El hombre es dueño de su destino y está situado en el centro del universo y la creación. Tal como lo planteó Marsilio Ficino (1433-1499), el hombre es el vicario de Dios en la Tierra, que usa, cultiva y gobierna todo lo de este mundo. Así es una especie de Dios, nacido para regir, no tolera la esclavitud, y es capaz de dar su vida por el bien de todos. El hombre pretende todas las cosas y se transforma en todas las cosas, aun en el mismo Dios. Como vemos, para los humanistas el hombre está situado por Dios para ser el dueño del mundo y para asemejarse al mismo Dios: es por tanto la cabeza y el alma del universo.

Libertad, belleza, felicidad, respeto de sí mismo. Esos son los nuevos valores de una sociedad que respeta una moral individual que a su vez desemboca en una moral colectiva basada en la tolerancia y la armonía entre los hombres. Quizá esto entraba en contradicción con el dogma del pecado original defendido por el cristianismo medieval. Sin embargo, para los humanistas había que reformar el cristianismo, verlo con otros ojos, y retornar a la pureza de su mensaje original. Para esto era fundamental, como sabemos, el estudio de las Escrituras y del mensaje evangélico.

En este sentido el espíritu crítico del humanismo no fue esencialmente antirreligioso. Su espíritu fue la tentativa de conciliar el mensaje antiguo y el cristiano, así como la existencia de un ansia de placer, a menudo muy carnal, con una fe profunda. En los mismos orígenes del humanismo se advierte su preocupación por el cristianismo: el esfuerzo de los filólogos tuvo como primer objetivo interpretar de la forma más exacta posible el mensaje evangélico.

Fue en todo caso, esa voluntad de volver a la pureza primitiva del cristianismo la que dio lugar a la crítica de la Iglesia como institución, a sus abusos y a sus defectos. En síntesis, el humanismo no fue un movimiento anticristiano, y menos aún ateo.

Pero todas estas ideas tuvieron que nacer dentro de un marco económico y político. No por casualidad el humanismo nace en Italia, donde sus ciudades-estado alcanzaron una economía muy próspera. En ellas el auge de las actividades comerciales permitió el surgimiento de grupos mercantiles con nuevas exigencias culturales y espirituales. El ascetismo y la autonegación, bases del cristianismo medieval, fueron de poco atractivo para una clase urbana que basaba su riqueza en el dinero.

Asimismo, en el resto de Europa, el crecimiento de los estados territoriales, ya sean reinos o principados, dotados de un complejo aparato burocrático, incrementó la demanda de un personal más calificado. Por último, el descrédito de un papado más preocupado de sus asuntos temporales que de los espirituales quebrantó profundamente la cultura emanada de la Iglesia. Las universidades, controladas por el clero, apenas atraían a los nuevos intelectuales. La cultura que se enseñaba en ellas se había anquilosado.

Esto condujo a una mayor laicización de los intelectuales. Muchos de ellos no tuvieron ahora necesidad de enseñar en una universidad para lograr prestigio y seguridad económica. La ayuda de los mecenas en este sentido fue decisiva. Pero si bien el clero perdió el monopolio de la cultura, no por ello dejó de conservar cierto control sobre ella. Muchas universidades se renovaron a la luz de los nuevos conocimientos.

REPRESENTANTES DEL HUMANISMO.- El movimiento apareció en Italia con los poetas Francisco Petrarca (1304-1374) y Juan Bocaccio (1313-1375), y florece en el siglo XV, teniendo como centro la ciudad de Florencia, gobernada entonces por Lorenzo de Médicis (1449-1492). Éste reunió a su alrededor a algunos intelectuales como Marsilio Ficino y Pico de la Mirándola (1463-1494).

Petrarca tiene que figurar tanto en la historia del pensamiento como en la literatura. En él ya podríamos encontrar al modelo del “humanista” que se puede caracterizar por su amor al mundo y a los autores de la Antigüedad. En el umbral de esta nueva era, Petrarca proclamaba la vocación del futuro de esta manera: Este sueño del olvido no durará para siempre: después de que la oscuridad se haya disipado, nuestros nietos podrán regresar al puro resplandor del pasado.

Como vemos Petrarca tenía clara la consciencia de una larga ruptura tras la caída de Roma. Esto lo combinó con la fiera determinación de alcanzar de nuevo la perfección de los antiguos: la recreación del mundo clásico sería formidable novedad y el ideal de lo moderno.

Quizá fue Giovanni Pico della Mirándola el que vio al hombre en un sentido más romántico. Según él, Dios después de crear el mundo con seres de todos los niveles, sintió la necesidad de un espectador de su obra. Por ello creó un ser aparte, el hombre, sin sitio ni nivel propios y, colocándolo en medio del Universo, le dijo: Tú que no estás sujeto a ningún límite, determinarás por ti mismo tu propia naturaleza, según tu libre voluntad, en cuya mano te he puesto.

Otro pensador humanista, Marsilio Ficino defendía hacia 1312 ideas que hoy podríamos considerar democráticas, y muy poco de su tiempo. Escribió que la soberanía residía en el pueblo que puede deponer a los gobernantes si no cumplían con su obligación de velar por el bien común.

Pero fue Erasmo de Rotterdam (1469-1536) el que mejor ilustró con su vida y obra el ideal humanístico. Fue filólogo y publicó muchos textos clásicos; también fue moralista, teólogo y consejero de príncipes. Llegó a ser sacerdote pero nunca practicó el sacerdocio: fue el modelo de un laico. Estudió en París y aprendió latín y griego para llegar a las fuentes del cristianismo primitivo y reformar la Iglesia.

En 1501 escribe un manual para ser un soldado del cristianismo, cómo debe vivir el cristiano en el mundo. Fue escrito para los laicos. En un viaje a Londres, en 1509, escribe en latín el “Elogio de la Locura” donde hace una crítica a la sociedad de su tiempo y alaba lo que critica. Es una especie de sátira social, escrita con estilo irónico. Este libro lo hizo famoso en Europa. Según Erasmo la locura podía ser una fuerza crítica, social y humana, capaz de construir utopías capaces de regenerar al hombre y a la sociedad.

Pasó la mayor parte de su vida en Suiza escribiendo y dando conferencias. Sus últimos años no fueron tan felices. En 1517 estalló la reforma protestante y hay un gran silencio por parte de Erasmo. No sabía si habían hecho lo que él buscaba. En 1524 rompe su silencio y escribe “De Libero Arbitrio” en donde dijo que no podía aceptar el luteranismo pues negaba la libertad del hombre al encontrarlo incapaz de liberarse del pecado. Para Erasmo si el hombre no era libre para cambiar su vida no era humano. Se encontró solo pues no fue aceptado ni por los protestantes ni por los católicos.

La muerte de Erasmo, en 1536, ocurre en una época en que se desvirtuaban muchos ideales del humanismo. En lugar de triunfar la paz y la tolerancia predicada por el Evangelio, el cristianismo europeo rompe su unidad y estallan las guerras de religión. Además, el idealismo de muchos humanistas los aleja de la observación del mundo real. Por ello el siglo XVI es un poco pobre en lo que se refiere al progreso científico.

En este sentido, una de las pocas figuras notables fue Nicolás Copérnico (1473-1543) autor de la teoría heliocéntrica. Para este astrónomo, nacido en Polonia, los planetas giraban alrededor del sol en órbitas circulares. Sus ideas chocaban con el “geocentrismo” del griego Ptolomeo y con las Escrituras. A pesar de la importancia de su descubrimiento, Copérnico es condenado por los teólogos y atacado por los sabios.

La crítica del mundo existente y el ansia de renovación alimentaron el discurso utópico, al construir mentalmente un mundo imaginario que el hombre podía alcanzar. La obra más célebre en este sentido fue el libro “Utopía” del humanista inglés Tomás Moro. Escrito en 1516, “Utopía” habla de una isla imaginaria, en forma de media luna con ciudades planificadas y equidistantes. Todas las casas son parecidas, no existe la propiedad privada, y todos sus habitantes se visten igual y trabajan rotando entre la ciudad y el campo. Los representantes de las familias eligen a un príncipe que gobierna en forma vitalicia.

En “Utopía” la gente aprende el oficio que más le gusta y otro que el Estado le elige para el bien de todos. Los intelectuales no hacen trabajo manual. Hay planificación demográfica, posibilidad de divorcio y todos comen en comedores populares. La riqueza se basa en el trabajo. El oro y la plata solo se usan para el comercio externo, dentro de “Utopía” solo sirven para arrojar los desperdicios.

Moro fue consejero del rey Enrique VIII. Incluso le escribe la “Defensa de los 7 sacramentos” donde el monarca rechaza el luteranismo en apoyo al papado. Pero luego Enrique VIII le consulta su divorcio y Moro no está de acuerdo. Entonces lo nombra Canciller pensando que así lo iba a apoyar en sus pretensiones y moro renuncia. El rey termina casándose con Ana Bolena y, acusado de traición, Moro es encarcelado. Fue decapitado en 1535. Antes de morir exclamó: Soy buen siervo del Rey, pero primero de Dios.

EL ARTE DEL RENACIMIENTO.- El arte del humanismo, más conocido como “Renacimiento”, reprodujo estéticamente esta nueva fascinación y estima por del individuo. Las figuras de cuerpo entero expresan un goce sin tapujos ante la forma humana. Ellas reflejan el gran optimismo de aquel tiempo sobre el hombre. Se trata de un arte burgués, humanista y antropocentrista.

De la misma forma que para el intelectual humanista la exaltación de lo bello es inseparable de la exaltación de lo verdadero, para el artista del Renacimiento, el hombre es la medida de todo. Y en este caso es también la Antigüedad clásica la que se rescata como modelo de creación. Había, entonces, que rescatar la belleza y la simetría tan cultivadas por los artistas griegos y romanos. Al momento de levantar un palacio, esculpir una figura o pintar un cuadro, había que respetar los órdenes clásicos y las proporciones del cuerpo humano.

Los artistas del renacimiento dejan de lado al gótico, caracterizado por las ojivas y las torres en forma de aguja, por un estilo inspirado en las construcciones de la Antigüedad. Ahora van a predominar las líneas horizontales, el uso del medio punto, el frontis triangular y las columnas clásicas.

La pintura mural, o los frescos, sigue gozando de gran importancia pues se dirige a las masas y no solamente a unos pocos como la pintura de caballete, el cuadro, que también se extiende. Por su parte, muchos escultores tratan de imitar los modelos clásicos, incluso recreando las figuras de los antiguos dioses paganos o escenas de la mitología griega.

Si bien es cierto la mayor cantidad de obras reflejaron temas religiosos, el renacimiento también dio paso a los temas profanos o mundanos. La representación del paisaje, con el uso debido de la perspectiva, o del retrato, tan deseado por políticos o damas de la aristocracia, van a abundar en la temática renacentista.

El Renacimiento también se caracterizó por el prestigio que adquirió el arte y el artista. Los artistas estaban organizados en gremios de artesanos y gozaron inicialmente de la misma posición social de los comerciantes. Pero al final habrían de alcanzar un honor y un prestigio muchísimo mayor que el de sus predecesores griegos o romanos. Recordemos, por ejemplo, que las 9 musas del mundo clásico omitieron a todas las artes visuales.

Otro ideal de los artistas del Renacimiento fue buscar una síntesis de lo pagano con lo cristiano. En otras palabras: cristianizar la cultura pagana. El ejemplo de “La Piedad” de Miguel Ángel es muy ilustrativo. El estilo es pagano pero el tema es cristiano.

Es conveniente destacar que el Renacimiento produjo tal riqueza artística que superó a la misma Antigüedad, de lo que estaban orgullosamente conscientes sus propios representantes. En contrapartida, las conquistas intelectuales y teóricas del humanismo no produjeron un conjunto de obras comparable al del mundo antiguo. Además, las ideas del humanismo sólo pudieron ser leídas por una élite intelectual muy reducida.

El Renacimiento contó además con otra ventaja: su arte fue adoptado de forma entusiasta por la misma Iglesia. Por ello sabemos que muchos artistas trabajaron no sólo en la remodelación del Vaticano sino en el embellecimiento o construcción de muchas iglesias en Italia y el resto de Europa.

Etapas y representantes en Italia.- Algunos autores hablan de un pre-Renacimiento en el siglo XIV italiano. Esta época, conocida como el Trecento, tuvo entre sus figuras al gran Giotto (1266?-1337), relacionado con el pensamiento de san Francisco de Asís. Sin embargo los artistas de este siglo fueron perfectamente góticos, aunque con ciertas tendencias naturalistas y humanistas del futuro Renacimiento. Lo que sí continúa en vigencia son las dos grandes etapas de este arte:

a. El Quatrocento.- Es la etapa inicial y tiene a la ciudad de Florencia como su punto central. Destaca el trabajo de los talleres familiares y de grandes artistas como Massaccio, Donatello y Brunelleschi.

b. El Cinquecento.- Es la etapa de máxima madurez o clásica. Este período abarca de 1490 a 1520 aproximadamente. Su centro estuvo en Roma y se caracteriza por una labor más personal como la de Leonardo, Miguel Ángel y Rafael.

Leonardo da Vinci (1452-1519) fue el típico sabio humanista. Destacó en ingeniería, en arquitectura, en pintura, en escultura, en música, en poesía, etc. Para él la experimentación se convirtió en condición indispensable de una ciencia real. Esto le permitió liberarse de las ideas aristotélicas en materia de óptica, acústica y mecánica, por ejemplo. Pero para evitarse conflictos con la Inquisición, mantuvo en secreto muchas de sus investigaciones e “inventos”, que llegaron a plantear la navegación aérea y los submarinos. Entre sus obras artísticas más famosas tenemos la “Gioconda” y la “Cena”. Vivió muchos años en Milán y luego pasó a Francia llamado por el rey Francisco I.

Junto a Leonardo la personalidad más célebre del Renacimiento fue Miguel Ángel Buonarotti (1475-1564). Fue pintor, escultor, arquitecto y poeta. Estudió en Florencia y luego pasó a Roma. Trabajó para los Médicis y los papas Julio II y Pablo III. Sus obras más destacables son la cúpula de San Pedro del Vaticano, en Roma; las tumbas de los Médicis, en Florencia; los frescos de la Capilla Sixtina en el Vaticano; y las esculturas “El Moisés” “La Piedad” y “El David”.

Entre los pintores el que más destacó fue Rafael Sanzio (1483-1520). Formado por Perugino, asimiló las lecciones de Leonardo y Miguel Ángel. Se le considera el último exponente del Renacimiento clásico y uno de los iniciadores del manierismo. Trabajó desde 1508 para el Vaticano. Entre sus obras más conocidas se encuentran la “Escuela de Atenas” donde representa a los filósofos de la Antigüedad y una gran cantidad de Madonas (vírgenes) y de retratos.

Otros representantes del Renacimiento italiano fueron Lorenzo Ghiberti, Andrea Verrocchio, Fra Angelico, Sandro Botticelli, Fra Filippo Lippi, Piero della Francesca, Paolo Ucelli, Domenico Ghirlandaio, Giorgio Vasari y Benvenuto Cellini, entre otros.

El Renacimiento fuera de Italia.- Desde finales del siglo XV la difusión, gracias a la imprenta, de publicaciones relacionadas con técnicas artísticas desarrolladas en Italia y por el viaje fuera de la península de algunos artistas italianos que son requeridos por príncipes o monarcas, se difunde el Renacimiento por toda Europa.

Sin embargo esta difusión traerá algunos contratiempos. Por lo general va a sufrir resistencia y algunas adaptaciones a las tradiciones artísticas locales. Por lo tanto este “renacimiento” varía según cada país. Por ejemplo en Holanda la influencia italiana choca con una rica tradición, el arte flamenco del siglo XV, muy rico e innovador, representado entre otros por Juan van Eyck , el Bosco y Brueghel.

En Francia, hacia mediados del siglo XVI, se forma un estilo clásico propiamente francés que combina la técnica greco-latina, el Renacimiento italiano y las tradiciones locales. Algo parecido ocurre en Alemania con Alberto Durero, magnífico dibujante, y Lucas Cranach.

Finalmente, en España es Felipe II quien manda a construir el monasterio de El Escorial, que también sirvió de iglesia y palacio, con un estilo clásico muy españolizado. En este sentido, la arquitectura renacentista se inició con el plateresco, donde la piedra se talla como pieza de orfebrería, y el herreriano, un estilo más austero como el ya mencionado Escorial.

El ocaso del Renacimiento: el manierismo.- Durante 1530 y 1580 aproximadamente, el Renacimiento dio paso al manierismo. Ahora el arte desplazó su interés del tema representado a la manera de representarlo: cada artista introduce su “maniera”.

El manierismo fue un arte aristocrático, elitista y cortesano, frente a la condición burguesa del Renacimiento. Fue eminentemente anti-clásico y anti-burgués. Sus centros fueron las cortes europeas o las ciudades donde se ejercía algún tipo de poder político: Roma, Venecia, Praga, El Escorial o Fontainebleu en Francia. Es un arte más dramático, se olvida ya del equilibrio y la sobriedad renacentistas y es el preludio de una época que se avecina más trágica: las luchas religiosas entre reformistas y contrarreformistas, y el inicio de los imperios absolutistas. Para muchos el manierismo fue el puente entre en Renacimiento y el barroco.

Por todo ello, el manierismo expresa sentimientos vivos, desequilibrios emotivos, afectamientos, expresividades y misticismos exaltados, frente a la serena calma renacentista.

El arte manierista busca impactar en el ánimo del espectador utilizando todos los recursos estilísticos que tiene a la mano: desproporciones, juegos cromáticos, pinceladas vistas o diluidas, juegos de perspectivas, escenografías apabullantes, ambientes tenebrosos, una movilidad imposible, entre otros recursos. Mientras el Renacimiento pretendía siempre hablar “del” y “al” hombre, al manierismo le interesaba cómo impactar al espectador en base a una serie de recursos propios del artista.

Se trata, entonces, de un arte muy elitista, incapaz de ser comprendido por el gran público. Trata temas esotéricos o muy intelectualizados. Busca el capricho, la rareza, el sinsentido, la irrealidad, el efecto, el refinamiento y la exquisitez. En fin, el manierismo representa el ocaso de un esplendoroso siglo XVI que pronosticaba el trágico siglo por venir. Así lo demuestran, por ejemplo, las obras de Tiziano, El Veronés, Tintoretto, El Greco y Giambologna, entre otros.

¿UNA EUROPA RENACENTISTA?.- En cierto sentido, el ascenso de las lenguas y de las literaturas nacionales, significó el fracaso de uno de los pilares del humanismo, esto es, el estudio de las lenguas antiguas. Muchos de los grandes escritores prefirieron escribir en lengua “vulgar” (italiano, francés, castellano o portugués, por ejemplo). Pero a pesar de esto, tuvieron la misma admiración por el pasado clásico y consideraron sus maestros a los griegos imitando su estilo de pensar y escribir.

Su decisión de apoyarse en sus respectivas lenguas no fue para ellos una contradicción con el espíritu humanista. En este sentido las obras de Ariosto y Maquiavelo en Italia, de Montaigne, Rabelais y Ronsard en Francia, de Shakespeare en Inglaterra, de Camoens en Portugal y de Cervantes en España, ensalzaron la lengua “vulgar” de sus países sin renunciar al espíritu del humanismo.

Pero quizá uno de los mayores triunfos del humanismo en Europa es que sus métodos e ideas influyeron fuertemente en los programas de enseñanza. Muchos colegios y universidades se renovaron o se fundaron a la luz de estos nuevos ideales. Por ello, el estudio de las “humanidades” se convirtió en el paso obligado de todo europeo culto hasta el siglo XX.

En cuanto a la alfabetización hubo progresos aunque difíciles de medir en forma estadística. La capacidad de leer y escribir ya no se redujo sólo a las clases altas. En algunas zonas se sobrepasó el 10% de alfabetizados ya en 1500, especialmente en las ciudades del norte de Italia y en Holanda.

De otro lado, no podríamos medir el impacto social del humanismo. Su difusión fue el parecer restringida, aunque cabe constatar un progreso cuantitativo del número de personas cultivadas (lógicamente mayor que en la Edad Media). En otras palabras: los ideales humanísticos se propagaron de manera indirecta entre grupos más amplios que la reducida élite que tenía desde tiempo atrás una cultura sofisticada.

En España, por ejemplo, fue en un grupo selecto de clérigos y los grandes comerciantes donde el humanismo encontró sus servidores más influyentes. Pero en el extremo opuesto, muy particular aunque bastante significativo, tenemos las bibliotecas de Amiens (Francia) donde se seguían consultando los textos medievales tanto de temas religiosos como de novelas de caballería.

Pero no debemos sorprendernos: la cultura medieval continuaba influyendo la mentalidad del hombre europeo. Y en este sentido, el papel de la imprenta fue muy ambiguo ya que difundió tanto los textos de los humanistas como las obras medievales.

LA CULTURA POPULAR.- Si el humanismo tuvo un alcance limitado eso quiere decir que más del 80% de los europeos vivían aún de la herencia medieval. Esta cultura popular era irracional, oral y mágica, y en el campo estaba muy ligada al ritmo de las estaciones.

La magia era ante todo un sistema de explicación del mundo y la naturaleza, concebidos como un Universo animado por el juego permanente de fuerzas contrarias, benignas y malignas. Incluso cada elemento de la naturaleza era representado de modo ambivalente, como benéfico y maléfico la vez. La magia era también un mecanismo de defensa. Los hombres del siglo XVI vivían en una permanente angustia porque la vida estaba continuamente amenazada por alguna epidemia, el hambre o la guerra. Una mala cosecha por un trastorno climático, por ejemplo, podría significar hambre y muerte seguras.

También existía la angustia por el apocalipsis o el fin del mundo que se creía próximo. Ello explica la gran popularidad que tuvieron por esos años los predicadores ambulantes, muchos provenientes del bajo clero y por lo tanto analfabetos como la mayoría, que anunciaban la cercanía del Juicio Final. Estos predicadores, haciendo muchas veces una interpretación muy libre de los Evangelios, elaboraron teorías o profecías que fueron condenadas por la Iglesia oficial.

LA PRÉDICA DEL FRAILE SAVONAROLA.- Un caso muy célebre fue el del monje dominico Jerónimo Savonarola (1452-1498). La alegre y despreocupada vida de la Florencia renacentista fue sacudida por los encendidos discursos de este monje que denunciaba la vida pecadora en que estaba sumida la ciudad y profetizó grandes castigos y la llegada del apocalipsis. Sus predicciones parecieron cumplirse cuando en 1494 Carlos VIII de Francia cruzó los Alpes para invadir Italia. Los florentinos aprovecharon la oportunidad para expulsar a los Médicis y restaurar una república bajo la orientación de Savonarola.

El monje se convirtió en el tirano de la ciudad e hizo un gobierno orientado a favorecer la virtud. El papa lo mandó llamar para que aclare sus deseos, sin embargo se niega asistir y lo excomulgan. Savonarola a su vez excomulga al Pontífice. Apresado durante una revuelta y encerrado en prisión, fue torturado varias veces y sentenciado a muerte. Murió ahorcado y su cadáver fue quemado en la Plaza de la Señoría de Florencia.

El europeo común era incapaz de comprender los fenómenos de la naturaleza y alimentaba su miedo poblando el mundo de fuerzas malignas. Temía a la noche, al huracán que destruía las cosechas. Por ello en el campo, donde vivía la mayor parte de la población, se desarrollaban toda clase de técnicas y ritos para vencer las fuerzas del mal y congraciarse con las fuerzas benéficas.

Por ello en muchas regiones rurales se seguían practicando ritos de origen pagano como las fiestas de la fertilidad para proteger las cosechas. Incluso en algunas zonas de Italia se mantenían combates nocturnos contra mujeres acusadas de brujería.

De otro lado esta cultura popular fue también la traducción, o mejor ducho deformación, del mensaje cristiano por una forma de pensamiento mágico. Este hecho explica la presencia de muchos ritos o fiestas en la religiosidad del pueblo, y el fervor a la Virgen María y a los santos, dotados se poderes protectores.

Esta abundancia de ritos explica también la concepción que se tenía del tiempo. El tiempo estaba cíclicamente dividido por el paso de las estaciones y los trabajos vinculados a ellas. El tiempo era a la vez religioso y profano. Y las grandes fiestas del año integraban ritos religiosos y profanos: la Pascua era, por ejemplo, una fiesta esencialmente religiosa; la Fiesta de Todos los Santos era un culto mágico-religioso a los muertos; mientras que el Carnaval (en febrero) era una celebración totalmente profana.

La cultura popular en las ciudades era un poco más elaborada. Aunque procedía en gran medida de la cultura rural, en las ciudades había una población más diversificada (artesanos, vendedores ambulantes, mendigos, ladrones y gente sin oficio conocido) y constantemente influenciada por la cultura de la élite que la enriquecía y la deformaba al mismo tiempo.

Digamos que ambas se nutrían. Por ejemplo el célebre escritor francés Franios Rabelais (1494-1553), autor de “Gargantúa y Pantagruel”, donde proclamó la liberación de la mente renacentista con la vida de estos dos gigantes. Realizó una síntesis de los temas del humanismo y de algunas concepciones populares, particularmente la visión del cuerpo y las funciones críticas del humor popular.

Del mismo modo, el médico y alquimista Paracelso (1493-1541), quien partió del supuesto que las enfermedades son reconocibles por los efectos de un parásito causante, utilizó la sabiduría popular y las prácticas empíricas de los barberos y las viejas aldeanas para preparar muchos remedios. En otras palabras Paracelso, precursor de la medicina moderna, hizo enormes aportes rescatando las técnicas de la “medicina popular”.

De otro lado, la cultura popular criticó con el humor todos los aspectos y manifestaciones de la cultura oficial. Su escenario fue la plaza pública y su máxima expresión el Carnaval. La risa, lo cómico, acompañaba la fiesta. Según Aristóteles el hombre es el único ser viviente que ríe. A esta sentencia, que gozó de gran popularidad por entonces, se le adjudicó una significación muy amplia: la risa era considerada como un privilegio supremo del hombre, inaccesible a la demás criaturas; forma parte de su poder sobre la tierra junto con la razón y el espíritu.

Entonces la fiesta popular recurrió a la risa y así parodió muchos elementos de la cultura oficial o culta. Estas fiestas del pueblo, organizadas a la manera cómica, presentaban una diferencia notable con los ritos y ceremonias de la élite cargadas de seriedad y etiqueta. La fiesta ofrecía al hombre común la posibilidad de tener una visión del hombre y de la vida totalmente diferente. Vivir momentáneamente una “segunda vida” mucho más alegre que su vida cotidiana, cargada de angustia y penurias.

El carnaval.- Era la fiesta más importante para el pueblo y se celebraba en febrero antes del tiempo de la Cuaresma. Todos tenían que participar, se celebraba en toda la ciudad y duraba varios días. El más famoso era el carnaval de Venecia que, según algunos testigos, duraba casi un mes.

Durante las festividades del Carnaval la élite se refugiaba en sus palacios o en sus templos y las calles eran dominadas por el pueblo. Sólo algunos miembros de la élite se atrevían a mezclarse con el pueblo en la fiesta. El carnaval era una liberación provisional respecto al mundo real. En él se abolían todas las distancias entre los individuos, incluso el lenguaje cambiaba para convertirse en algo más grotesco o soez. A este lenguaje carnavalesco se sumaba la exhibición del cuerpo, incluso de sus partes más íntimas como una forma de criticar las prohibiciones religiosas.

Todo lo que estaba vedado por la cultura oficial se practicaba durante el Carnaval. Por ello se comía y se bebía en exceso, se practicaba el sexo sin restricciones y se coronaban como “reyes” del Carnaval a personas marginadas por el mundo oficial: los gordos, los feos, los mendigos, etc. Esto demuestra que el Carnaval pretendía construir momentáneamente un mundo nuevo, abolir las jerarquías y ser “gobernados” por los de abajo.

El Carnaval, finalmente, ignoraba toda distinción entre actores y espectadores. La gente no asiste al carnaval , sino que lo vive, ya que está hecho para todo el pueblo. Todos participan de él. En el curso de la fiesta no hay leyes o, en todo caso, se vive de acuerdo a las “leyes de la libertad”.

En síntesis, como vimos el humanismo tuvo alcances muy limitados. La mayoría de los europeos seguía viviendo en un mundo tradicional, arcaico, supersticioso, cargado de angustias pero muy festivo. Habrá que esperar hasta finales del siglo XVIII cuando el espíritu de la Ilustración haga llegar el conocimiento a un público mayor a través de la Enciclopedia. Luego, ya bien entrado el siglo XIX, los estados europeos organizarán sus grandes campañas de alfabetización y educación popular.

LOS DESCUBRIMIENTOS GEOGRÁFICOS.- Desde el siglo XIV Europa sufría una peligrosa escasez de metales preciosos que afectaba su intercambio comercial con Oriente. Las minas de plata de Europa central y el oro procedente del golfo de Guinea no cubrían las necesidades de una población que amenazaba con seguir creciendo. Los portugueses fueron los primeros en elaborar planes para llegar al litoral africano y dominar la “costa del oro”. Colón, por su parte, soñaba con la idea de conseguir el oro de las lejanas Catai y Cipango (la China y el Japón que antes habían sido visitadas por Marco Polo).

Por ello podemos afirmar que el primer impulso descubridor de los europeos fue esta necesidad de conseguir metales preciosos para relanzar su comercio con Oriente. La búsqueda de las especias fue más tardía y menos importante. Además, muchos mercaderes italianos satisfacían esta demanda sin mayores contratiempos.

A estas inquietudes económicas se suma un ideal religioso: la conversión de los infieles que vivían más allá de la Europa cristiana. Esta ansiedad por la conversión había sido alimentada por las cruzadas y por la labor de algunos misioneros que relataron historias fantásticas de pueblos aún no cristianizados. En particular los españoles y portugueses tenían este ideal de cruzada por su larga lucha contra el Islam instalado en la Península Ibérica desde el siglo VIII. De esta forma los móviles económicos no se contradecían con las aspiraciones religiosas.

Por último no hay una revolución tecnológica que aliente estos viajes marítimos. Estos pudieron realizarse gracias a la progresiva utilización de herramientas y conocimientos que desde la Edad Media se fueron perfeccionando: la convicción de la redondez de la Tierra; la utilización de la brújula, inventada por los chinos e introducida por los árabes; y el perfeccionamiento de una embarcación, la carabela.

Los viajes.- El cerebro de la política portuguesa fue el príncipe Enrique el Navegante (1394-1460). Su idea era bordear las costas occidentales del África lo más lejos posible para atacar al Islam por la espalda y capturar el oro de Guinea. Poco a poco los marinos portugueses exploraron las islas Cabo Verde (1445), el delta del Níger (1475) y la desembocadura del Congo (1486) hasta que Bartolomé Díaz dobló el cabo de la Buena Esperanza (1488). Más adelante Vasco da Gama cruzaría el Océano Índico hasta llegar a las costas de la India (1498). Regresó a Lisboa con dos carabelas cargadas de las famosas especias.

Cristóbal Colón (1451-1506) pensando que la China y el Japón se encontraban cerca de Europa, postuló la idea de llegar a ellas navegando hacia el Occidente. Su proyecto convence a Isabel de Castilla quien acepta financiar el viaje. Colón llega el 12 de octubre de 1492 a la isla San Salvador, en las Bahamas, pensando que había llegado al Asia. En otros tres viajes sigue explorando las islas del Caribe y llega a tocar el litoral americano (Tierra Firme). Muere en Valladolid sin sospechar que en realidad había llegado a un Nuevo Mundo, un territorio desconocido por los europeos.

La verdad del descubrimiento la diría el cartógrafo Américo Vespucci en 1577. De allí el nombre de nuestro continente. Años más tarde, entre 1521 y 1522, Fernando de Magallanes, navegante portugués al servicio de España, llegaría al extremo sur del Nuevo Mundo. Su lugarteniente, Sebastián Elcano, continuaría la expedición que atraviesa el Oceáno Índico y dobla el cabo de la Buena Esperanza, aportando la certidumbre de la esfericidad de la Tierra.

Consecuencias de los descubrimientos.- La primera consecuencia de estos viajes fue la creación de los imperios coloniales de Portugal y España. El imperio portugués estuvo formado por una serie de lugares que se repartían desde las islas Azores hasta la misma India. En realidad se trataba se puertos-fortaleza que servían de escala a los navíos mercantes o como puntos de apoyo a la flota militar que resguardaba el monopolio comercial que ejercían los portugueses sobre ciertos productos que distribuían por Europa. Un caso excepcional fue la colonia de Brasil, territorio descubierto por Pedro Álvarez Cabral en 1500.

Muy distinto fue el imperio español. Sus conquistadores emprendieron el control del Nuevo Mundo en tres etapas sucesivas: las Antillas (1492-1519); México, conquistando el imperio de los aztecas por Hernán Cortés (1519-1521); y el Perú, derrotando a los incas por Francisco Pizarro (1531-1533). En un primer momento los españoles se dedicaron al pillaje de los tesoros azteca e inca para luego iniciar la explotación de las minas de oro y principalmente de plata, bajo la autoridad de los virreyes y oidores que representaban la autoridad del rey de España en las Indias. De esta forma los metales remitidos de América fueron la base de la prosperidad española del siglo XVI.

Otras consecuencias del descubrimiento de América es que ahora el comercio europeo se amplía con el tráfico por el Atlántico. Antes sólo se realizaba por el Mediterráneo o por el Mar del Norte. El auge de los puertos de Lisboa y Sevilla reflejó esta nueva era. Europa empezaba a dominar la economía mundial.

De otro lado, la llegada masiva de metales preciosos de América levantó la alicaída economía europea. Según algunos estudiosos el monto disponible de oro y plata se multiplicó por cuatro. Esto también permitió un incremento de la producción, tanto agrícola como “industrial”, en el Viejo Mundo.

Pero no todos los grupos sociales se beneficiaron por igual de estos notables acontecimientos. Los que más gozaron con este auge fueron los grandes comerciantes de las ciudades, también los manufactureros, armadores y banqueros. La nobleza tradicional no se benefició mucho; tuvo que hacer un enorme esfuerzo para mantener su nivel de vida ahora que los comerciantes se convertían en el grupo más dinámico de la economía y los que multiplicaban su fortuna en poco tiempo. Finalmente, los grupos populares no se benefician tanto. Al contrario, la llegada masiva de capitales ocasiona una inflación de precios que deteriora aún más su pobre economía.

Pero el descubrimiento de América y el control del litoral africano y de algunos puntos del Asia no significó un sólido enriquecimiento de españoles y portugueses. El problema es que como disponían de tantos capitales prefirieron comprar de fuera todo lo que necesitaban sin invertir en sus propios países para formar “industrias”. Paradójicamente la plata que desembarcaba en Sevilla o las riquezas del Asia que llegaban a Lisboa terminaron enriqueciendo a otras regiones de Europa.

Para los europeos, el descubrimiento de tierras y seres humanos desconocidos hasta el momento supuso cuestionar los conocimientos que hasta entonces se tenían de la Tierra y sus habitantes. De alguna manera estos viajes desdibujaron un poco los cálculos y descripciones que los antiguos habían realizado sobre nuestro mundo.

VOCABULARIO

anquilosado.- que se ha detenido en su proceso, en su desarrollo.
arameo.- lengua hebrea que se hablaba en la Palestina de los tiempos de Cristo.
armador.- el que arma, prepara o dispone una nave.
carabela.- navío de pequeño tonelaje pero dotado de una borda elevada y de velas latinas. Sus características la hacían propicia para la navegación de altura.
cinquecento.- denominación italiana con la que se conoce el siglo XVI. En el ámbito artístico suele restringirse a la producción de tipo renacentista en su etapa clásica, dejando fuera al manierismo.
erudito.- instruido en varias ciencias, artes y otras materias.
esotérico.- misterioso, oculto, reservado, secreto.
especias.- todas las substancias vegetales aromáticas, útiles para sazonas manjares o comidas.
filología.- estudio científico de un idioma o lengua, y en particular de su parte gramatical y lexicográfica.
flamenco.- arte de la antigua región Europea de Flandes, o de las modernas provincias belgas de ese nombre.
grotesco.- ridículo, extravagante, irregular, grosero, de mal gusto.
laicización.- independencia de toda influencia eclesiástica o religiosa.
magia.- ciencia o arte que enseña a hacer cosas extraordinarias y admirables.
mecenas.- persona poderosa -ya sea un papa, un príncipe o un rey- que protege a los literatos o artistas.
órdenes.- designa en arquitectura la combinación de las diversas partes de un edificio en proporciones tales que su conjunto sea armonioso y regular. Un orden se compone de tres partes esenciales: el basamento, la columna y el entablamiento. En la antigua Grecia hubo tres órdenes: el dórico, el jónico y el corintio.
parodia.- imitación burlesca de algo serio.
quattrocento.- término italiano con el que también se conoce al siglo XV y su producción artística. En este último caso, viene a ser equivalente de Renacimiento.
religiosidad.- práctica y esmero en cumplir los deberes religiosos. Puntualidad, exactitud en observar o cumplir los preceptos de alguna religión.
soez.- bajo, grosero, indigno, vil.
trecento.- término italiano que se aplica al siglo XIV y a sus producciones artísticas.

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UN AÑO

Hoy hace un año nació este blog. En los últimos 12 meses, ha recibido más de 230 mil visitas. Mi propósito, como está escrito en la presentación, era divulgar temas referidos a la historia moderna y contemporánea, tanto del Perú como de América Latina y el resto del mundo. Creo que se ha cumplido ese objetivo y he tratado de publicar, casi todos los días, diversas contribuciones, muchas mías y otras extraídas de otras fuentes, principalmente periódicos. Agradezco los cientos de comentarios, sugerencias y críticas, la mayor parte de estas últimas expuestas con seriedad y respeto. En la medida de lo posible, siempre dependiendo del tiempo, he tratado de subsanar cualquier error que pudo haberse filtrado en medio de tanta información. Han visitado esta página personas tanto del Perú como de otras regiones del mundo, y de muy diversos intereses. A muchos de ellos les he contestado sus preguntas o, simplemente, les he agradecido por sus gentiles apreciaciones. Un blog académico, como este, es un compromiso; muchas personas ya están suscritos a él y es momento de decir que continuaré dándole un tiempo en medio de mis demás obligaciones y seguiré con el mismo tono, es decir, divulgando al público interesado temas muy diversos, siempre vinculados a la Historia, especialmente a los estudiantes, tanto escolares como universitarios. En este sentido, en estos días, hemos publicado -y lo seguiremos haciendo en estos días- varias síntesis, que siempre son útiles para los estudiantes, de diversos periodos del pasado peruano y de Europa (Perú prehispánico, Perú colonial, la Edad Media europea y la Europa moderna). También prometo seguir profundizando el tema central del blog: el Perú republicano.

Muchas gracias,
Juan Luis Orrego


Pisco es Perú, salud!

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La Europa medieval (una síntesis)


Cristo-Apolo en el centro del zodíaco, siglo XI
(Biblioteca Nacional de París)

Los intelectuales de la Edad Media dedicaron todo su esfuerzo en comprender a Dios y, a partir de Él, entender al mundo. Este pensamiento teológico comenzó con los Padres de la Iglesia, quienes trazaron los límites de la filosofía cristiana. Entre ellos, destaca la obra de san Agustín, acaso el pensador más influyente de Occidente hasta el siglo XIII.

Durante los primeros años de la Edad Media la vida cultural es modesta. Tuvo un primer “renacimiento” durante la época de Carlomagno gracias a la fundación de varias escuelas catedralicias. Pero, en general, solo algunos monasterios y conventos fueron los que guardaron los libros antiguos donde los monjes se dedicaron a copiarlos y comentarlos.

Un importante papel en el desarrollo posterior de la cultura medieval desempeñan los árabes. Desde la España musulmana se filtra en el resto de Europa la obra de muchos autores clásicos, incluso comentados por filósofos descollantes como Avicena, Averroes y el judío-español Maimónides. Cabe también destacar el aporte árabe en la ciencia y la tecnología: los avances en medicina, en química, en matemática y en sistemas de riego serán muy importantes para el desarrollo del Occidente cristiano.

Por ello, pasado el Año Mil, vuelve a despertar la civilización occidental. Los europeos comienzan a construir catedrales y surgen los estilos románico y gótico. En esta fiebre constructora, los hombres de la Edad Media movieron y esculpieron más piedra que sus antecesores clásicos. De otro lado, a nivel académico, surge la Universidad como centro de enseñanza, con independencia intelectual y con estatutos o reglamentos propios. A partir del siglo XII, decenas de universidades se abren por toda Europa en forma de gremios de maestros y alumnos.

En las universidades terminó por imponerse la escolástica como método de enseñanza. La idea fue tratar de conciliar, desde la perspectiva de la razón, los textos de Aristóteles con las afirmaciones bíblicas. Entre los representantes de la escolástica tenemos a Pedro Abelardo (1079-1142) y sobre todo a Tomás de Aquino (1225-1274), profesor en París, quien estuvo en peligro de ser excomulgado por sus opiniones para ser canonizado después. Pero la escolástica pronto se conviertió en un pensamiento estéril por ser muy teórico, es decir, ajeno a la experiencia real.

De otro lado, si el latín clásico seguía siendo la lengua oficial de las monarquías y del trabajo intelectual (en las universidades se hablaba en latín, por ejemplo), en el habla cotidiana se van formando las lenguas romances, antecedentes de los modernos idiomas nacionales. Incluso surge una literatura en romance, como los “cantares de gesta” o la poesía de los juglares.

Este gran desarrollo de la civilización medieval culmina alrededor del siglo XIII cuando surgen figuras como la del científico inglés Rogerio Bacon, quien exigió la observación y la experimentación para llegar a la verdad, una afirmación clave de la futura ciencia moderna. Pero el escritor más destacado de este período será el italiano Dante Alighieri, cuya obra será un puente entre la edad Media y la posterior cultura del Renacimiento en Italia.

LA PRODUCCIÓN INTELECTUAL.- La civilización medieval es ante todo una civilización cristiana. Es teocéntrica, es decir, coloca a Dios en el centro de su pensamiento. Pero en el seno de este pensamiento se fundieron las tres tradiciones culturales que dieron origen a la visión medieval del mundo: la tradición clásica, la tradición judeocristiana y la tradición germánica.

a. La tradición clásica.- El legado del mundo clásico, es decir, de Grecia y Roma, es la primera fuente de civilización en Europa. Los intelectuales de la Edad Media se sintieron tributarios, por ejemplo, de la filosofía antigua. Los nombres de Sócrates, Platón y Aristóteles eran muy populares en las escuelas y universidades. Si bien no se habían conservado sus obras completas, lo poco que pudo rescatarse de ellos se estudió y se comentó con mucho interés.

Si los filósofos antiguos habían tomado al hombre como medida de todas las cosas y exaltado las posibilidades de la razón para entender el mundo, los intelectuales medievales trataron de “cristianizar” el pensamiento de los antiguos filósofos; es decir, trataron ver cómo el pensamiento antiguo podía servir para entender mejor el mensaje cristiano. De esta forma, llegaron al convencimiento de que todo conocimiento proviene de Dios y la fe es más importante que la razón.

Además, muchos autores romanos se revisaron durante esta época. El poeta Virgilio fue muy conocido, quizás fue el poeta antiguo más popular. También los escritos de Cicerón y las historias de Tito Livio, Tácito y Julio César. Las obras de todos ellos se conservaron casi completas. Si tomamos el caso de los poemas homéricos, por ejemplo, sólo se conocieron algunos fragmentos.

Otro aporte del mundo clásico fue su producción artística. Los antiguos tuvieron la habilidad para construir con materiales nobles (mármol y piedra) y realizar escultura monumental. Por ello, durante la Edad Media, los artistas trataron, al construir monasterios o catedrales, de imitar e incluso superar las proezas arquitectónicas de los griegos y romanos. El arte antiguo no había muerto. Si uno paseaba por Roma, por ejemplo, aún podía disfrutar viendo obras como el Coliseo o el Arco de Constantino. En el resto de Europa habían sobrevivido puentes, acueductos, caminos y una infinidad de templos.

De otro lado, el mundo antiguo seguía viviendo gracias al mantenimiento de dos lenguas, el griego y el latín. El griego se seguía hablando básicamente en la Europa Oriental (Bizancio), mientras el latín reinaba en la parte occidental. Además, para estudiar a los clásicos era imprescindible que todo intelectual supiera estas dos lenguas. En las universidades, por ejemplo, las clases se impartían en latín y los alumnos debían usarlo también en su habla cotidiana. Por último, toda la liturgia en Occidente se celebraba en latín.

b. La tradición judeocristiana.- Como sabemos, la religión cristiana terminó imponiéndose sobre todos los cultos antiguos que convivían dentro del Imperio romano. Pero el cristianismo toma el relevo del judaísmo ya ampliamente difundido por el Mediterráneo. Lo importante es que tanto judíos como cristianos aportan la idea de un Dios único y revelado, y que su conocimiento está contenido en un Libro: la Torá de los judíos y la Biblia de los cristianos.

Ambos libros son considerados intangibles. Los eruditos o comentaristas solo pueden explicarlos o profundizarlos. En el caso de la Biblia, por ejemplo, desde el siglo IV los Padres de la Iglesia hicieron enormes esfuerzos de exégesis e interpretación de las Sagradas Escrituras. Ellos sentaron las bases del pensamiento cristiano. Esa literatura llamada “patrística”, junto con la Biblia, constituyen la base de toda reflexión cristiana.

Fue san Agustín (354-430), obispo de Hipona, el más importante de los Padres de la Iglesia en Europa occidental. Se le considera el pensador más influyente en el desarrollo del pensamiento medieval hasta el siglo XIII. Fue bautizado en 387 por san Ambrosio, obispo de Milán. Durante su vida también se dedicó a combatir las herejías y a construir templos. Entre sus obras más conocidas tenemos La Ciudad de Dios y sus Confesiones.

Agustín parte de la idea de que Dios es el ser supremo y en Él residen las ideas eternas e inmutables que rigen el movimiento y el destino del mundo. Afirma que el mundo terrenal no es homogéneo, es imperfecto y que en él reina el pecado. De esta forma, el cristiano no debe buscar los placeres terrenales sino seguir un camino ascendente hacia el Creador. Sostiene, además, que la Iglesia es en parte la máxima expresión del reino celestial; por eso, la Iglesia terrenal no es más que la preparación para la celestial.

La Edad Media fue quizá la época en que mejor se conoció la Biblia. Personajes como Adán, Moisés, Abrahám, David, Cristo, la Virgen y los apóstoles eran muy familiares para los hombres de aquel tiempo. A ellos les siguieron en popularidad los santos y los mártires del cristianismo. Por ello las “hagiografías” o vidas de santos eran muy leídas por los creyentes. En especial los mártires caídos durante las persecuciones eran vistos como modelos de cristianos.

c. La tradición germánica.- Es el legado de los pueblos “bárbaros” a la Edad Media, y es un aporte difícil de evaluar pues, como sabemos, la cultura de estos pueblos que se desplazaban constantemente era básicamente oral. Sin embargo, podemos detectar algunos aportes como la metalurgia, prácticas ecuestres, armas y métodos de combate. Asimismo, persistieron muchos de sus cultos paganos.

Pero de todos estos aportes son las artes menores, en especial la metalurgia, su influencia más visible. Se trata de un arte muy decorativo, con figuras de animales, plantas y muchas veces abstracto, que pone en relieve el esplendor de los materiales: oro y piedras preciosas o coloreadas. Fueron maestros, por ejemplo, en la fabricación de armas (espadas) y adornos corporales (brazaletes, collarines o aretes).

Cuando los “bárbaros” se cristianizan, su arte es llevado a la decoración de objetos litúrgicos (crucifijos o copas) y a la decoración o “animación” de manuscritos, una de las actividades preferidas por los monjes medievales. Es en el norte de Europa, especialmente en Inglaterra e Irlanda, donde se desarrolla por primera vez este arte típicamente medieval.

Otro elemento germano que se filtra a la cultura medieval es su mitología o diferentes tradiciones populares. En este sentido, el relato de hechos fantásticos y de hazañas de determinados héroes fueron la base, o inspiración, de los futuros relatos épicos de la Edad Media.

LOS APORTES DEL OCCIDENTE MEDIEVAL.- Todos los estudiosos de la Edad Media están de acuerdo en considerar al siglo XI como la época de despegue de la gran expansión de la cultura medieval. De este modo, cuando el cronista Raoul Glaber decía que, pasado el Año Mil, el mundo se sacudió de lo viejo y se vistió de un blanco manto de iglesias, aludía, en primer lugar, a la fiebre de los europeos por construir catedrales; pero también utilizaba una feliz metáfora para decir que una nueva cultura iba a reemplazar una época que llegaba a su fin. Las catedrales, el concepto de “universidad” y las lenguas romances terminarían siendo los máximos aportes del Occidente medieval.

Las catedrales.- Todavía hoy en día los europeos ven a la catedral, junto a los castillos, como símbolos indiscutibles de la Edad Media. Pero si bien los castillos son construcciones militares, la catedral no es un simple edificio, es todo un arte que engloba todas las disciplinas artísticas y el pensamiento medieval. De esta forma, la construcción de iglesias hizo que los europeos retomaran la tradición por la arquitectura monumental, herencia de los clásicos. Pero en este “renacimiento” habría que distinguir dos fases o estilos arquitectónicos: el románico y el gótico.

a. el románico.- es el nombre con el que se conoce el arte producido en Europa occidental entre los siglos XI y XIII. Es el arte del tiempo del feudalismo, del auge del comercio y de las cruzadas. En un principio, las iglesias románicas fueron pequeñas, de una sola nave y con escasa decoración. Luego, durante el apogeo del románico, fueron de grandes dimensiones, con tres o cinco naves, con crucero y deambulatorio. Asimismo, la utilización de contrafuertes y, como elemento más importante, la aparición de la escultura tanto en el interior como en el exterior de los templos. Estas iglesias también fueron decoradas con pintura mural, que adornaba las paredes y ábsides con escenas o personajes bíblicos, y con mosaicos en la pavimentación del suelo. La decoración se completaba con vidrieras que tendrían su máximo apogeo en la época del gótico.

b. el gótico.- aparecido en el norte de Francia, fue extendiéndose poco a poco por toda Europa entre los siglos XIII y XV, aproximadamente. La arquitectura gótica emplea nuevas técnicas constructivas como los arbotantes, las gárgolas, las agujas o chapiteles, las bóvedas de crucería, los arcos ojivales, etc. Este nuevo estilo de bóvedas permitieron un volumen mayor de los templos, proporcionándoles mayor luminosidad y armonía. Quizá las iglesias góticas más importantes son las catedrales de Chartres, París y Amiens (Francia), la de Burgos (España), y las de Friburgo y Colonia (Alemania). Estas iglesias fueron decoradas además con vitrales de gran tamaño. Otra manifestación del gótico fue la escultura empleada principalmente en las fachadas de las catedrales y en los monumentos funerarios. Por último a partir del siglo XIII se difunde la pintura gótica, de clara influencia bizantina, y que se propagará desde Italia al resto de Europa.

La catedral gótica fue una suma arquitectónica en la que los constructores, utilizando nuevos hallazgos técnicos, supieron convertirla en un monumento cada vez más grande, más alto y más iluminado. Intencionalmente estas catedrales hacían que la mirada e imaginación del espectador ascendiera a lo trascendental, a lo sobrenatural.

La Universidad.- Hasta el Año Mil, la actividad intelectual se desarrollaba básicamente en los monasterios. En ellos los monjes intentaban adaptar la cultura antigua a las necesidades del cristianismo. También cabría destacar el esfuerzo de las escuelas catedralicias creadas en los tiempos de Carlomagno; sin embargo, eran muy pocas las que seguían funcionando.

Hacia el siglo X, los monasterios más prestigiosos en lo que se refiere a su labor académica eran Saint-Gall (Suiza) y Reichenau (Alemania). Asimismo, brillaban las escuelas episcopales de Utrecht, Colonia y Reims. En Italia, por ejemplo, estas escuelas mantienen la tradición en el estudio del derecho y del notariado. Incluso algunos papas, como Gregorio VII (1079), alentaban a los obispos en conservar estas escuelas para que se difundan las “artes liberales”. Por ello, su funcionamiento estaba estrechamente controlado por el canciller del obispo.

Pero fue hacia el siglo XII que maestros y estudiantes de algunas ciudades decidieron, para ampliar sus temas de estudio, sacudirse poco a poco de esta tutela episcopal. Es la época de la “querella de los universales”. De esta manera, a partir del siglo XIII, se produce el triunfo de la Universidad donde nace un nuevo método de enseñanza, la escolástica.

Las primera universidad se fundo en Italia en la ciudad de Bolonia (1088); en la misma península se abrieron luego las de Salerno (1173), Vicenza (1204), Arezzo (1215), Padua (1222) y Nápoles (1224). La universidad de París (1150) gozó de gran prestigio, especialmente en sus estudios de teología; otras en Francia fueron las de Toulouse (1229) y Montpellier (1289). En Inglaterra se abrieron las de Oxford (1167) y Cambridge (1229). España fue otro imán universitario con las de Palencia (1208), Valencia (1209), Salamanca (1243), Valladolid (1250) y Sevilla (1254). Lisboa fundó su universidad en 1290.

Las universidades contaron desde un principio con la protección de los papas y de los poderes laicos. Fueron al mismo tiempo federaciones de escuelas y gremios de maestros y estudiantes. Todas se rigieron por reglamentos o estatutos propios. En ellas las llamadas “artes liberales” condujeron al estudio de las disciplinas superiores como la teología, el derecho y la medicina. Cabe resaltar que en casi todas las universidades los alumnos y maestros venían de distintas partes de Europa. El uso del latín como lengua común favorecía este reclutamiento internacional. En París, por ejemplo, enseñaban tanto el italiano Tomás de Aquino como el alemán Alberto el Grande.

Hacia finales de la Edad Media, entre los siglos XIV y XV, la institución universitaria había triunfado por toda la Cristiandad latina: desde Coimbra (Portugal) hasta Praga (República Checa), o desde Cracovia (Polonia) hasta Uppsala (Suecia), Europa era un rosario de universidades. Luego, ya en el siglo XVI con la irrupción de los estados modernos, las monarquías siguieron alentando la fundación de estas instituciones. Como vemos, la Universidad fue uno de los logros más importantes de la historia intelectual de Occidente.

Pero también hacia finales de la Edad Media las universidades fueron experimentando cambios en sus métodos de enseñanza con la aparición de las ideas humanistas. Los nuevos conocimientos van a cuestionar la escolástica, denunciaron su carácter puramente teórico y su imposibilidad de poner la razón al servicio de la fe. Por último muchos también cuestionaron el uso del latín como única lengua culta.

LA ESCOLÁSTICA.- El siglo XIII se convirtió en el siglo de la filosofía escolástica, cuya misión fue tratar de coordinar la revelación divina con el racionalismo de Aristóteles. Cabe mencionar que por esta época llegan a través de Bizancio y del sur de España más textos de Aristóteles; se produce, digamos, un “redescubrimiento” de su pensamiento. Uno de los personajes cumbres de la escolástica fue sin duda santo Tomás de Aquino (1227-1274), que dio nombre y contenido a lo que hoy llamamos la Escuela Tomista. Otra corriente de pensamiento, dentro de la tradición escolástica, fue la obra del sacerdote franciscano san Buenaventura (1221-1274).

Las lenguas nacionales.- Hasta el siglo XII la única lengua escrita fue el latín. Era la lengua culta, utilizada tanto en los textos oficiales como en la enseñanza en los monasterios, escuelas episcopales y universidades. Sin embargo en el habla cotidiana iban surgiendo infinidad dialectos que podríamos agruparlos en grandes familias lingüísticas: lenguas germánicas, escandinavas, eslavas, anglosajonas, ibéricas, itálicas y las de oil y de oc (estas dos últimas en la actual Francia).

Fueron estos dialectos los que sirvieron de base al surgimiento de una literatura oral que terminó siendo escrita a partir de los siglos XII y XIII. De esta manera, apareció la poesía épica, la lírica y el teatro. Ya en el siglo XIII, por ejemplo, estas lenguas llamadas “vulgares” fueron conquistando todo el campo de la literatura y también los documentos no oficiales, digamos cotidianos o de uso corriente.

Los poemas épicos o “cantares de gesta” aparecieron en el siglo XI. Narraban las hazañas de personajes y hechos de armas. Por lo general tenían una base histórica pero eran exagerados o distorsionados por la imaginación popular. Su difusión estuvo a cargo de los juglares que los iban recitando de pueblo en pueblo para informar a la gente sobre hechos ocurridos anteriormente. Entre los más importantes tenemos el Cantar del Cid (España), el Cantar de los Nibelungos (Alemania) y la Canción de Rolando (Francia).

De otro lado, fue también en el siglo XIII en que se fueron imponiendo en ciertas familias lingüísticas un dialecto dominante. Tenemos así el fráncico (Francia), el castellano (España), el toscano (Italia) o el alto alemán (Alemania). De esta manera a finales de la Edad Media aparecen autores cuya obra va a ser escrita en estos dialectos dominantes que pronto se convertirían en lenguas nacionales. En este sentido, las obras de Dante (Italia), Chaucer (Inglaterra) y Villon (Francia), por ejemplo, contribuyeron a perfilar las lenguas de la Europa moderna.

Pero, como vemos, a diferencia del latín o de las catedrales que unificaron Europa, estas lenguas nacionales fueron el vehículo de la división. Pronto las modernas naciones se irían formando en base a esta división lingüística.

LA INFLUENCIA DE DANTE.- Para muchos, Dante Alighieri (1265-1321) es el escritor más destacado de la Edad Media. Si bien su obra contiene una síntesis de la cultura medieval, ya tiene ciertos elementos renacentistas. Aunque Dante no deja de poner a Dios en el centro de sus ideas, empieza a dar al hombre una importancia mayor de la que conceden los escritores de su tiempo.

La Divina Comedia es la obra cumbre de la literatura románica medieval. En ella Dante relata un imaginario viaje suyo a los tres reinos de ultratumba (infierno, purgatorio y paraíso) realizado a sus 35 años (la mitad del camino de la vida, según el propio Dante). El viaje se imagina realizado en una semana, que empieza la noche del jueves santo y acaba el jueves después de Pascua del año 1300, en que por primera vez se celebró el santo jubileo. Lo interesante es que para visitar y contemplar el infierno y el purgatorio al viajero le basta la razón, y por esto va guiado del poeta Virgilio; pero para contemplar el paraíso y la trinidad necesita de la gracia, y por esto va acompañado de su amada Beatriz. La alegoría es muy clara para todo cristiano.

Aparte de su racionalismo y la importancia que le da a l hombre en su obra, Dante escribe en italiano, es decir, en lengua vulgar. Y estos va a tener enormes repercusiones. Aunque el latín sigue siendo la lengua de la Iglesia y de la Universidad, las poblaciones de finales de la Edad media se expresaban en lengua vulgar. En este sentido Dante dio carta de nobleza al italiano.

LA CRISIS DEL SIGLO XIV.- Todo el desarrollo y la fuerza creadora de la civilización medieval empezaron a dar muestras de ciertos desequilibrios en el último tercio del siglo XIII. Y es que durante mucho tiempo se pensó que la crisis del siglo XIV fue producida por una serie de catástrofes (hambres, pestes y guerras) que, al afectar la demografía, provocaron una crisis general en la sociedad, la economía, la mentalidad y las actitudes religiosas.

Hoy los historiadores están de acuerdo en que, entre 1270 y 1280, comenzaron a aparecer los primeros síntomas de las contradicciones del crecimiento medieval. Dicho en otras palabras: si las hambres, las pestes y las guerras tuvieron un efecto apocalíptico fue porque actuaron sobre una sociedad llena de desequilibrios y tensiones.

Estos desequilibrios se notan, por ejemplo, en el mundo rural. Durante el siglo XIII se suspendieron las roturaciones lo que impidió el crecimiento de la producción agrícola. Ello trajo un desajuste demográfico: mientras la población había aumentado significativamente, los alimentos escaseaban. De otro lado, los señores feudales, al ver disminuir sus rentas, gravaban con mayores impuestos a sus campesinos. Como vemos, esto afectaba negativamente una economía ya en decadencia. El llamado “orden feudal” se desmoronaba poco a poco.

Por ello, no es difícil imaginar que el hambre de 1315-1317, las consecuencias de la Gran Peste de 1348-1350 y las continuas guerras en algunos países de Occidente (especialmente en Francia e Inglaterra) acentuaron los problemas y provocaron esa imagen de “gran depresión” al siglo XVI. Estamos hablando de una crisis que afectó las estructuras mismas de una sociedad, tanto en el mundo agrario donde se desataron una serie de revueltas campesinas, como en el urbano con los conflictos entre los gremios y las autoridades municipales.

De otro lado, la crisis también provoca otros efectos. En Occidente se tambalea el poder del papado y, en Oriente, el Imperio bizantino llega a su fin. Pero surgen otros poderes: en el seno de las ciudades se fortalece el poder económico de algunas familias y bajo la autoridad del Príncipe, preludio del Estado moderno, se ve el alba de un “renacimiento”.

Por ello, hacia 1450, es decir, ya bien entrado el siglo XV empiezan a aparecer los síntomas de la recuperación de Occidente. Recordemos por ejemplo que las grandes expediciones marítimas de los españoles y portugueses, que se desarrollaron a finales del siglo XV, no hubieran sido posibles en medio de una sociedad estancada o en crisis. Esta fuerza expansiva se enlazará con la del siglo XVI dando origen a la Edad Moderna.

LA PESTE Y LA GUERRA.- Dos fueron los sucesos que remecieron a la Cristiandad occidental durante el trágico siglo XIV: la Peste Negra y los conflictos bélicos, el más importante la Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra. Ambas significaron muerte y destrucción. Campos devastados, millones de muertos y ciudades arruinadas fueron el saldo de una época en que muchos europeos se imaginaron el fin del mundo o la venida del Apocalipsis.

La Peste Negra.- Entre los años 1347 y 1352 todo el continente europeo se vio afectado por la llamada Gran Peste o la Peste Negra. Todos los historiadores coinciden en que fue la mayor catástrofe de la Edad Media. Procedente del Asia, fue introducida por los marineros genoveses. Cuentan que estos comerciantes fueron asediados en Caffa (Crimea) por los tártaros quienes iniciaron una verdadera guerra bacteriológica al arrojar cadáveres infectados en las murallas de la ciudad. De esta manera, ya contagiados, los barcos genoveses introdujeron la peste primero en Constantinopla y luego en Italia, por Sicilia y la Toscana. La población europea estaba mal preparada para esta nueva forma de enfermedad, y pronto alcanzó el conjunto del continente, incluidas Inglaterra, Alemania y Escandinavia.

Cuatro o cinco años duró el drama. Azotó ciudades y vastas regiones y, muy pronto, venció a los hombres enfermos. Además, hacia 1348, la peste alcanzó una nueva forma: la infección pulmonar, que evoluciona más rápidamente y se contagia con mayor celeridad a través del aire. Por ello, vemos en tan poco tiempo el avance del contagio y el elevado número de víctimas. De otro lado la medicina, muy poco desarrollada en este campo, era incapaz de combatirla. El único “remedio” era aislar las casas infectadas y huir de las ciudades. Se estima que con este flagelo alrededor de la cuarta parte de la población desapareció.

Muchos interpretaron la enfermedad como un castigo de Dios. Por ello, la desesperación y el impacto psicológico despertó en las gentes un misticismo exacerbado, incluso a algunos los llevó a retomar prácticas supersticiosas o mágicas que ya se creían olvidadas. Fue la época de las grandes procesiones expiatorias como la de los flagelantes. Los flagelantes fueron un grupo muy numeroso de penitentes que, en Alemania, recorrían los caminos y entraban en las ciudades atrayendo multitudes a sus extrañas celebraciones: realizaban mortificaciones colectivas, cantos, danzas y prácticas de éxtasis místicos. Pero estos flagelantes ocasionaron otros efectos sociales. Crearon desórdenes al culpar de la tragedia a los extranjeros y a los no cristianos. Por ello, en muchos lugares, los exaltados persiguieron a los judíos acusándolos de haber contaminado los pozos de agua.

Pero hablando desde nuestra perspectiva, la peste ¿era el precio que debían pagar los europeos por un crecimiento que ya había alcanzado sus límites técnicos y alimenticios? Lo cierto es que entre las consecuencias de esta crisis a nivel demográfico podríamos decir:

1. La Gran Peste frenó, casi por un siglo, el crecimiento demográfico.
2. Entre los años 1360 y 1420 la contracción demográfica frenó el desarrollo económico al no existir suficiente mano de obra.
3. El proceso de recuperación, tanto demográfico como económico, fue muy variable en función de los países. En Italia y España se inició primero, antes de 1450. En Inglaterra hacia 1470 ya podríamos hablar de cierta prosperidad. En Francia, en cambio, la depresión fue más duradera.

La guerra.- Como si la peste no hubiera sido suficiente, fueron varios los conflictos bélicos que agravaron la situación de la población europea durante los siglos XIV y XV:

1. Tenemos el conflicto anglo-francés, conocido como la Guerra de los Cien Años, por el control del noroeste de Europa.
2. Las guerras italo-aragonesas por el dominio del Mediterráneo occidental.
3. Las guerras de las ciudades “hanseáticas” del Mar del Norte y los reinos escandinavos por el control del Báltico.
4. La reacción de los pueblos eslavos contra el expansionismo germánico, simbolizada por la victoria del rey polaco Ladislao III en Tannenberg. Recordemos que el siglo XV es la época en que polacos y lituanos luchan por unificar políticamente al mundo eslavo.
5. También tenemos luchas internas en los diferentes reinos europeos. Entre estas “guerras civiles” de diversa índole tenemos la lucha entre los armagnacs y los borgoñeses en Francia; la Guerra de las dos Rosas en Inglaterra; los innumerables enfrentamientos entre las ciudades italianas; y las luchas entre los reinos ibéricos.
6. También tenemos las diferentes expediciones “multinacionales” para detener el avance turco en el Mediterráneo. Estas nuevas “cruzadas” terminaron fracasando cuando en 1453 los turcos capturaron la ciudad de Constantinopla aniquilando el Imperio Bizantino.
7. Una última guerra, esta vez de carácter religioso, llevaban a cabo los cristianos españoles para acabar con el Islam en la Península. La toma de Granada, último reducto árabe, recién fue completada por los Reyes Católicos hacia 1492.

LA GUERRA DE LOS CIEN AÑOS.- Los conflictos entre los reinos de Francia e Inglaterra eran muy antiguos, aunque el detonante fue el acceso al trono francés, al que aspiraban Felipe de Valois y Eduardo III (rey de Inglaterra). De esta manera se desencadenó el conflicto que duraría entre 1337 y 1453, con diversas treguas y tratados. La guerra demostró la superioridad militar de los ingleses. Mientras los franceses seguían combatiendo como en la época feudal, es decir, con caballeros que atacaban al enemigo a la carga, los ingleses reclutaban numerosos mercenarios a sueldo y campesinos libres armados con grandes arcos.

La ocupación inglesa desató la división entre los franceses. Incluso algunas familias nobles, como los borgoñones, apoyaban la aspiración de los ingleses por ocupar el trono francés. Fue en este ambiente caótico que el rechazo hacia el invasor despertó el sentimiento popular en las zonas rurales. De esta forma surge la figura casi mítica Juana de Arco, quien comandó esta primera toma de conciencia nacional de los franceses. Finalmente los franceses liberan Orleans, plaza fuerte de los ingleses y los borgoñones, y consigue la coronación del rey Carlos VII en Reims. Poco después los ingleses serían expulsados poco a poco del territorio francés. Sin embargo, Juana de Arco, acusada de brujería, sería quemada en la ciudad de Ruán.

La caída de Bizancio.- Durante el siglo XIV, Bizancio estuvo sumida en una serie de conflictos internos. De otro lado, tenía que contener el avance de los turcos otomanos que ya habían ocupado algunos territorios como Tracia y Macedonia. A estas alturas el Imperio ya no tenía fuerzas para defenderse. Había perdido muchos territorios y su extensión se reducía, prácticamente, la ciudad de Constantinopla y sus alrededores.

Pero a Occidente le interesaba la suerte de Bizancio pues la penetración turca amenazaba el control del Mediterráneo. De esta manera, se organizaron numerosas expediciones para salvar el antiguo Imperio romano de Oriente. Todas ellas fracasaron. El último intento terminó con el desastre de Nicópolis (1396). A partir de ese momento la el fin de Bizancio parecía inminente. Un respiro para Occidente fue el enfrentamiento entre turcos y los mongoles de Tamerlán cerca de Ankara que terminó con la victoria de estos últimos. Los turcos se replegaron por casi 20 años.

Pero con el acceso de Mehmed II “el Conquistador” al sultanato turco renacieron los sueños islámicos por conquistar Bizancio. Inútil fue la resistencia del último emperador bizantino Constantino XI, a pesar de la ayuda veneciana y genovesa. La ciudad cae el 29 de mayo de 1453. Ahora Constantinopla dejaba de ser la ciudad guardada por Dios. En cierta forma, también, el Imperio romano dejaba de existir. Mehmed II manda transformar inmediatamente la famosa catedral de Santa Sofía en mezquita. Ahora el poder de los turcos otomanos se extiende por ambas orillas del Bósforo.

LA CIVILIZACIÓN ISLÁMICA.- Los musulmanes tuvieron el mérito de utilizar los diversos legados de los antiguos imperios y las tradiciones de cada región que conquistaban, pero siempre interpretándolas desde su propia fe y su particular sensibilidad. En este sentido, las ciudades de Damasco y Bagdad en Oriente, y la de Córdova en Occidente, fueron los principales focos de esta original civilización cultura.

Los filósofos árabes, por ejemplo, se inspiraron en las obras de Aristóteles y de algunos pensadores neoplatónicos. En las ciudades de Oriente, además, se estudiaron los tratados griegos sobre ciencias naturales, astronomía, medicina y matemáticas: en la academia de Jundishapur (hoy Irán) se impartían las enseñanzas de los médicos de la época clásica. De otro lado, siguiendo la tradición de los reyes persas, se instalaron observatorios astronómicos en Bagdad; asimismo en la India los musulmanes aprendieron la utilización del cero y un sistema de numeración más simple que es el que hoy utilizamos.

Avicena (980-1037), el más famoso de los intelectuales árabes, fue quien mejor estuvo ligado al pensamiento de los clásicos. Él “príncipe de los filósofos” tuvo un espíritu universal humanístico: se preocupó por todas las ciencias, incluso fue médico de renombre. Se sentía heredero directo de Aristóteles y en su razonamiento estuvo liberado de cualquier ortodoxia religiosa. En su labor intelectual destaca la observación directa del mundo, el razonamiento lógico y la experimentación.

Dentro de esta constelación de sabios también podríamos mencionar a Al Juarizmi (780-850), inventor del álgebra; al físico Alhazen (965-1039) quien formuló leyes de óptica, mucho antes que Roger Bacon, y la ley de la inercia; Geber estudió la destilación y definió el alcohol y el ácido sulfúrico hacia el año 800; por último el médico persa Rhazes (860-925) alentó la creación de hospitales y realizó importantes estudios de farmacia mucho antes que en Europa.

La lengua y la literatura árabes.- Ya fuera del norte de África, de Andalucía o de Irán el musulmán rezaba en la misma lengua: el árabe. Los intelectuales usaban también esta lengua común, lo mismo los comerciantes. En síntesis, la unidad de la civilización musulmana se afirmó por el uso generalizado del árabe como lengua oficial, impuesta en toda la administración a partir del año 700.

Los árabes no son autores de una literatura nacional. Como pueblo nómade, su raza y su lengua se extendieron por muchas zonas del mundo; por ello su lengua dio lugar a una literatura internacional clásica, independiente de los dialectos que encontraron al expandirse. En este sentido el Corán dio jerarquía internacional y literaria a la lengua árabe y ejerció una poderosa influencia a la posteridad. Desde entonces los árabes no pudieron escribir sin pensar en el Corán.

La arquitectura árabe.- Los árabes fueron grandes constructores de monumentos. Fue el campo de la arquitectura donde más destacaron. Por donde se expandieron levantaron templos, llamados mezquitas, y palacios. Se trata de una arquitectura original pues combinaron los estilos bizantino, helenístico y persa.

Los árabes tuvieron obsesión por la decoración. Convirtieron a sus edificios en un goce estético integral. De allí el valor de los detalles, de los elementos accesorios, que de secundarios pasaron a ser fundamentales, algo que jamás había sucedido hasta entonces. Las paredes y los techos se cubrieron de filigranas, las columnas se adelgazan y los arcos de herradura hacen más espacioso el conjunto.

a. la mezquita.- Se trata de un templo generalmente de planta rectangular. En el interior se encuentra el mihrab u oratorio, un recinto orientado hacia La Meca. Ante el mihrab se sitúa el oficiante o imán, que no lleva atuendo sacerdotal alguno, y detrás de él, los fieles ordenados en filas regulares. Los fieles, siempre descalzos, se sientan sobre esteras que cubren el piso. Como no se admite el ingreso a las mujeres en el mismo lugar que los hombres, sobre la entrada hay algunas tribunas con celosías a las que suelen acudir algunas mujeres, ya que la mayoría hacen sus oraciones en sus hogares.

La primera de la que se tiene noticia es la de Medina, fundada por el propio Mahoma, en donde reposan los restos del profeta y hoy centro de peregrinación de los musulmanes. Sin embargo para los occidentales la más conocida es la de Córdova. Convertida hoy en catedral, con sus columnas airosas y sus arcos esbeltos, es uno de los monumentos más famosos de España. Famosas son también las de Omar (Jerusalén), Amrú (El Cairo), Ajmer (India), Ahmed (Constantinopla) y la de damasco (Siria).

b. los palacios.- Como la arquitectura árabe fue predominantemente religiosa, hasta los palacios de los monarcas parecen construidos con la aspiración al sentido reverencial que presupone la divinidad. En ellos también no hay un centímetro cuadrado de la construcción que no esté decorada. Además tienen el complemento de las ventanas con celosías, los patios con azulejos, los jardines, los juegos de aguas, en fin toda una serie de accesorios que buscaban un estilo de vida lo más parecido al paraíso celestial. El Alcázar de Sevilla y el Alhambra de Granada son muestras mayúsculas de esta arquitectura no religiosa.

Los árabes en Occidente: la España musulmana.- Desde Lisboa hasta la actual Andalucía, los reyes fueron poetas o protegían a los escritores. Las bibliotecas, de otro lado, ejercían enorme influencia. La labor intelectual era muy estimada y tanto los médicos como los filósofos eran considerados por su importancia para la vida del cuerpo y del espíritu.

La ciudad de Córdova se convirtió en la capital política de la España musulmana. Era una gran metrópoli que maravillaba a los viajeros latinos y griegos que con frecuencia la comparaban a Constantinopla. Se decía que hacia el siglo IX contaba con 500 mil habitantes, más de 80 mil casas, unas 3 mil mezquitas y 300 baños públicos. La labor intelectual era impresionante. Los califas compraban numerosos manuscritos griegos que los hacían traducir al árabe: se calcula, por ejemplo, que su biblioteca contaba con más de 40 mil obras y que sólo el catálogo ocupaba 44 volúmenes. Campos de trigo y olivares circundaban esta espléndida ciudad levantada sobre la margen derecha del Guadalquivir.

En Sevilla, por ejemplo, el rey Almotamid era muy amigo del notable geógrafo El Becrí, autor de un trabajo titulado Los caminos y las provincias. Muy amigo y colaborador del rey Abderramán V fue el filósofo naoplatónico Abén Hazan (siglo XI), autor de la Historia crítica de las religiones, una obra filosófica y literaria sin par en su tiempo; también escribió un interesante libro sobre el carácter de la España musulmana titulado Los caracteres y la conducta. Pero también hay que destacar la presencia de intelectuales como Avempace, uno de los pioneros en los estudios aristotélicos, y Averroes quien trató de armonizar la ciencia con la religión al comentar diversos textos de filosofía clásica.

Lo cierto es que durante gran parte de la Edad Media la Península Ibérica fue, con ventaja, el foco cultural más importante de Europa. Los mismos autores árabes hablaban de España como de una joya, la tierra más privilegiada de todo el Islam. Desde allí se transmitieron muchos conocimientos al resto del continente. Y esto gracias al aporte de las tres culturas que convivían en ese territorio: árabes, judíos y cristianos.

Desde este crisol cultural que fue España fueron filtrándose, antes de las cruzadas, una serie de conocimientos hacia la Europa cristiana. La filosofía escolástica, el arte románico, la escuela de medicina de Montpellier, la poesía lírica de los trovadores y la misma obra de Dante se vieron influenciadas por la España mora.

En otro orden de cosas los árabes continuaron la obra que los romanos habían dejado en España. Mejoraron, por ejemplo, los sistemas de regadío que permitieron una prosperidad agrícola. También introdujeron frutos del África y Persia (arroz, caña de azúcar, palmeras) y prácticas hortícolas hasta entonces desconocidas (las huertas). Asimismo durante mucho tiempo consumieron igual cantidad de vino que los cristianos o judíos.

Como vemos por último, a diferencia de lo que sucedía en el resto de Europa hasta el siglo XI, la vida urbana en España no se estancó: brilló con más intensidad que en la época romana. Los monumentos que se conservan en la actualidad como la Giralda de Sevilla, el Alhambra de Granada y la Mezquita de Córdova, por ejemplo, permiten imaginarnos lo espléndidas que fueron estas ciudades. Ciudades además que bullían de artesanos trabajando los metales, el cuero, la cerámica los tejidos de lana y los muebles; esto sin mencionar la gran cantidad de comerciantes organizados en gremios y controlados por las municipalidades.

VOCABULARIO

ábside.- semicúpula situada en la cabecera de la nave central de un templo.
arbotante.- pilar que termina en forma de medio arco y sirve para sostener un muro o bóvedas. También es llamado botarel.
arco ojival.- arco que tiene forma de ojiva, es decir, figura compuesta de dos arcos de círculo de igual radio y magnitud, que se cortan volviendo a la concavidad el uno al otro.
artes liberales.- en todas las escuelas catedralicias o episcopales los alumnos estaban obligados a estudiar siete disciplinas: gramática, retórica, dialéctica, música, geometría, aritmética y astronomía.
azulejo.- ladrillo pequeño, vidriado y de varios colores.
celosía.- enrejado de listones de madera o de hierro que suele ponerse en las ventanas. Los árabes utilizaban este recurso para filtrar la luz del Sol y cubrir a sus mujeres.
contrafuertes.- refuerzos salientes en un muro.
crucero.- nave transversal que en un templo de planta de cruz latina corresponde al brazo menor. También se le llama así a la zona de intersección entre dicha nave transversal y la nave principal o brazo mayor. También se le denomina transepto.
chapitel.- remate de las torres en figura piramidal
deambulatorio.- nave semicircular formada por la prolongación de las naves laterales de un templo y que corre por detrás del altar mayor; también se le llama girola.
escuela catedralicia.- escuelas de enseñanza que funcionaban en las iglesias o conventos de la Edad Media.
exégesis.- explicación o interpretación de los libros de las Sagradas Escrituras.
filigrana.- decoración primorosa, pulida y delicada hecha de hilos de oro o de plata, o con madera o mármol.
gárgola.- escultura de remate de la canalización del tejado. Presenta generalmente la forma de figuras fantásticas.
hagiografía.- género que narra la historia de la vida de los santos.
intangible.- que no puede ser alterado su contenido.
Padres de la Iglesia.- intelectuales cristianos distinguidos por cuatro criterios: ortodoxia en su pensamiento, santidad de vida, aprobación de la Iglesia y antigüedad, es decir, que vivieron durante los primeros siglos de la Iglesia (hasta el siglo VII en Occidente y hasta el VIII en Oriente). Se dividen en Padres griegos y Padres latinos. El conjunto de sus obras forma la patrología.
patrística.- corriente de pensamiento, formulada por los Padres de la Iglesia, que sentó las bases del pensamiento cristiano.
querella de los universales.- “universales” es un término medieval que alude a las ideas generales o nociones que pueden aplicarse a una multitud de seres o de cosas semejantes (hombre o árbol, por ejemplo). La discusión por los universales desencadenó una gran disputa. Para los filósofos “realistas” (como santo Tomás de Aquino) los universales eran realidades; para los “nominalistas” (como Abelardo) no eran más que palabras, es decir, nombres.

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Polonia y su modelo de revolución

Por TIMOTHY GARTON ASH (24/05/2009)
Cuando está a punto de cumplirse el vigésimo aniversario de la derrota del totalitarismo en el país centroeuropeo, la experiencia polaca sigue desempeñando un papel importante en la historia política.

Como obra de carpintería, esta mesa no es una gran cosa. El barniz oscuro está ya pelándose en varios sitios, la superficie está un poco gastada y las vigas a ras de suelo, de estilo rural, me recuerdan a una mesa de pub británico manchada de cerveza. Ahora bien, como pieza política, es una obra maestra.

Construido especialmente por carpinteros polacos para las primeras negociaciones del país en torno a una mesa redonda en 1989 -las primeras en la Europa comunista-, y hoy conservado como pieza de museo en el palacio presidencial de Varsovia, este gran mueble en forma de rosquilla, formado en realidad por 14 trozos separados, es el símbolo del nuevo tipo de revolución pacífica y negociada que en 1989 se impuso al viejo estilo violento de 1789. La mesa redonda sustituyó a la guillotina.

Para la mayoría de la gente, “1989”, si significa algo, seguramente significa la caída del muro de Berlín. Algunos quizá recuerden la revolución de terciopelo en Checoslovaquia, otros tal vez los brotes de violencia en las calles de Bucarest y el sangriento fin del dictador de Rumania, Nicolae Ceausescu. Aquellos dramáticos acontecimientos de la segunda mitad del año eran buen material televisivo, y lo que ocurrió en Bucarest pareció en algunos momentos una imagen de 1789.

En cambio, las tortuosas negociaciones de la primera mitad del año en Polonia y Hungría no se parecieron nada a una revolución. Una mesa redonda en torno a la que hablan unas personas no es demasiado televisiva. Incluso las trascendentales elecciones semilibres de Polonia el 4 de junio de 1989, que desembocaron directamente en la llegada del primer ministro no comunista en lo que todavía era el bloque soviético, fueron relativamente tranquilas. Estoy seguro de que, cuando se celebre el vigésimo aniversario este 4 de junio, los medios de comunicación hablarán mucho más de la matanza de la plaza de Tiananmen, que sucedió aquel mismo día.

Si digo esto no es para fomentar la queja típicamente polaca de que “el mundo no valora la contribución de Polonia” (al final del comunismo en Europa, la Segunda Guerra Mundial, el Renacimiento, la astronomía, etcétera). Es para destacar que, al centrarnos en lo telegénico y lo conocido, perdemos de vista la auténtica novedad de lo que ocurrió en 1989 en Europa central y ha vuelto a ocurrir desde entonces en otros lugares, con numerosas variaciones. Por un lado, el poder blando de un movimiento social de masas (y en Polonia llevaban una década de protestas y huelgas masivas) controlado por sus dirigentes para lograr el objetivo de una transición negociada. Por otro, unas personas que seguían en posesión de los instrumentos básicos del poder duro -las armas, el aparato del Estado, la policía secreta-, pero estaban dispuestas a negociar un acuerdo de reparto de poder (aunque no preveían con qué rapidez iba a producirse el cambio ni hasta dónde iba a llegar). En un tercer lugar, los representantes del pueblo y las instituciones intermedias -que en Polonia incluían la inmensa autoridad de la Iglesia católica-, que ayudaron a mediar y generar confianza. Todos ellos, simbólicamente sentados en torno a una mesa construida a toda prisa y no especialmente bien.

En cada instante, nadie podía estar seguro de que el siguiente paso no fuera a ir demasiado lejos, ser demasiado para los partidarios de la línea dura en el propio país o para el Kremlin. Nadie había hecho algo así hasta entonces. Nadie sabía si era posible hacerlo. Como decía un chiste de la época: sabemos que es posible convertir un acuario en sopa de pescado; la cuestión es si se puede convertir la sopa de pescado en un acuario.

Además de inspeccionar la carpintería en el palacio presidencial, he venido a ver al actual presidente, Lech Kaczynski, un populista conservador que levantó su campaña, hace cinco años, en torno a las acusaciones de que no había habido una ruptura suficientemente clara y radical con el pasado comunista. Sin embargo, ahora me ha dicho que, en su opinión, el acuerdo logrado por la oposición encabezada por Solidaridad en aquella mesa redonda fue el mejor al que podían aspirar sin arriesgar demasiado en las circunstancias de principios de 1989. ¿Acaso el juicio histórico del presidente actual asume el compromiso, adoptado por todos en la mesa redonda, de que el arquitecto de la ley marcial en Polonia a principios de los ochenta, el general Wojciech Jaruzelski, se convirtiera en presidente del país en el verano de 1989 como garantía para la Unión Soviética? En efecto, aunque habría preferido que “por poco tiempo”.

Como historiador, me interesa oír a todas las partes, así que fui a ver también al propio general Jaruzelski, hoy un hombre enfermo de 85 años, pero todavía firmemente interesado en ofrecer su versión de la historia. Me recordó la resistencia que había existido en las filas de su propio partido, el ejército y la policía, y el hecho de que cuando él, como presidente, y el nuevo primer ministro no comunista del país, Tadeusz Mazowiecki, fueron a una cumbre del Pacto de Varsovia en Moscú en diciembre de 1989, otro de los participantes en la mesa era nada menos que Nicolae Ceausescu. Unas semanas más tarde, Ceausescu estaba muerto.

Aquel triunfo pacífico, nacido en una mesa redonda y afianzado por unas elecciones semilibres, no era inevitable, ni mucho menos. Como en Suráfrica, como en Irlanda del Norte, como en Chile, el nuevo modelo anti-jacobino de revolución, con sus encuentros surrealistas entre ex presos y sus antiguos carceleros y torturadores, exigía compromisos dolorosos y moralmente desagradables. Sin un gran momento de catarsis revolucionaria. La línea entre los males del pasado y las bondades del futuro quedó difuminada. Es lo que el antropólogo Ernest Gellner, al hablar de la revolución de terciopelo en su Checoslovaquia natal, llamó “el precio del terciopelo”.

Por eso, el problema del pasado nunca desaparece del todo. España después de Franco es la excepción que confirma la regla (y, visto el debate político que hay hoy en España sobre el franquismo, quizá ni siquiera sea una excepción tan clara). Por eso, 20 años después, estoy más convencido que nunca de que el complemento necesario para una mesa redonda es una comisión de la verdad. No unos juicios penales interminables y de dudosa legalidad, como el que probablemente acompañará al general Jaruzelski hasta su tumba (salvo en el caso de verdaderos crímenes contra la humanidad). No unas depuraciones arbitrarias y partidistas. Sino, una vez que están seguros los fundamentos básicos de un país libre, una confrontación pública, exhaustiva, justa y simbólica de la nueva democracia con su difícil pasado, con todas sus complejidades humanas.

Cuando, como consecuencia del modelo negociado de revolución, no se puede obtener justicia, al menos puede pedirse la verdad. Es lo que sucedió, por supuesto, en Suráfrica. Ojalá la Iglesia católica polaca hubiera tenido a un arzobispo Desmond Tutu dispuesto a proponer y presidir una tarea semejante a principios de los años noventa, cuando ya estaban sentadas las bases constitucionales, económicas y políticas de un país libre. Pero el arzobispo Tutu polaco, para entonces, residía en Roma.

El nuevo modelo de revolución de Polonia en 1989 sigue siendo un acontecimiento importantísimo e innovador. Pero estudiar historia sirve también para aprender de los errores, que a veces sólo se ven años después. Así que la próxima vez que un país en pleno proceso de salir de una dictadura y un conflicto civil encargue a sus carpinteros una mesa redonda especial, conviene que empiece a pensar también en los muebles necesarios para una comisión de la verdad. Es más, quizá puedan incluso utilizar la misma mesa. –


Tadeusz Mazowiecki, primer ministro de Polonia, en 1989

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Literatura y diplomacia

Por Jorge Edwards

En este artículo, publicado hoy en el diario El País, el escritor chileno hace referencia a su reciente estadía en nuestro país y de las relaciones entre Chile y Perú.

En el Chile antiguo había una presencia notoria, más o menos constante, de los escritores en la diplomacia chilena. Esto no sólo ocurría en las agregadurías culturales sino en todos los niveles del escalafón, desde embajadores hasta terceros secretarios y cónsules. La lista de autores diplomáticos sería larga y no faltarían algunos de nuestros nombres más ilustres: Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Alberto Blest Gana, Federico Gana, Pedro Prado.

En el ministerio de mi tiempo uno se encontraba a cada rato con Juan Guzmán Cruchaga, Humberto Díaz Casanueva, Salvador Reyes, Antonio de Undurraga, Carlos Morla Lynch. Algunos eran mejores escritores que otros; más de alguno practicaba una diplomacia más bien distraída; pero siempre había una chispa, un destello, una manera diferente de enfocar los problemas.

Carlos Morla, por ejemplo, bajo cuyas órdenes trabajé en la Embajada en Francia, se trasladaba en metro, de frac y condecoraciones, desde el caserón de la avenida de la Motte-Picquet hasta el Palacio del Elíseo. Me atrevo a pensar que ninguno de los actuales embajadores se atrevería a hacer lo mismo, pese a que la cortesía de la puntualidad es mucho más importante que la del automóvil de lujo.

El general De Gaulle, que gobernaba en aquellos tiempos prehistóricos, se divertía con el humor original de nuestro representante y conversaba con él en los ratos perdidos que ocurren durante las ceremonias: las colocaciones de ofrendas florales en la tumba del Soldado Desconocido y esas cosas. Y una tarde, cuando Morla regresaba en su asiento del tren subterráneo, una señora francesa exclamó: ¡qué anciano más bonito!

Se terminó esa tradición, entre tantas otras, y no sé si salió perdiendo la literatura, pero estoy seguro de que la diplomacia sí perdió más de algo, por lo menos en cuanto al humor y al espíritu, y me parece que los profesionales y los practicantes de hoy ni siquiera se han dado cuenta. He pensado en esto porque estuve hace poco en Lima, durante los festejos del 170º aniversario del diario El Comercio, y me encontré con el canciller García Belaúnde, a quien había conocido en épocas pasadas, en la casa de un amigo común.

García Belaúnde es un diplomático de larga carrera y es, aparte de eso, un conocedor avezado de la literatura francesa. Después de los saludos de rigor, me mostró un reloj de esfera redonda, de acero bruñido, que tenía una frase grabada en forma circular. La frase decía textualmente: Longtemps je me suis couché de bonne heure (Durante largo tiempo me he acostado temprano). Me contó que había comprado ese reloj en Illiers, en casa de la tía Leonie. La frase, como ustedes a lo mejor saben, es la primera de la obra monumental de Marcel Proust, En busca del tiempo perdido; en cuanto a Illiers, pueblo situado en la Normandía occidental, a poca distancia de la catedral de Chartres, se llama Combray en la novela proustiana y es el escenario de las primeras páginas del libro.

En resumen, pura literatura, y no está mal que una conversación entre personas que provienen de países diferentes se articule a partir de un gran texto de ficción y de personajes que existieron en la historia real, pero que fueron reinventados por la imaginación novelesca. Si el diálogo parte de ahí, no es absolutamente necesario reducirlo al paralelo tal, al hito cual, al tratado de tal año, a una compra de aviones de guerra anunciada y ni siquiera consumada.

La tía Leonie, el señor Charles Swann con sus devaneos amorosos, la madre del novelista que se olvida de subir a darle un beso de despedida, o la enérgica y campechana Françoise, que rompe a palos una pirámide de azúcar en la mesa del repostero, introducen atmósferas diferentes, fascinantes, que permiten enfocar temas escabrosos con mayor soltura.

En un almuerzo anterior, había conversado con la embajadora de Francia sobre el hecho ejemplar de que su país y Alemania, después de la Segunda Guerra Mundial y de siglos de enfrentamiento bélico, hayan conseguido superar los enormes temas que los dividían y estructurar una alianza extraordinaria, verdadero corazón y motor de la unidad europea. Según ella, los dos pueblos no estaban en absoluto preparados para seguir ese camino, pero hubo dos hombres extraordinarios, que concibieron todo el asunto y lo llevaron adelante contra viento y marea: el general Charles de Gaulle y el canciller Konrad Adenauer.

No sé si la teoría de los hombres providenciales en la historia me convence del todo, pero la tesis de la embajadora me pareció interesante. Pocas horas más tarde, en la ceremonia misma del aniversario, me encontré en una mesa redonda en la que participaba en vivo Mario Vargas Llosa y en la que intervenía desde México, vía satélite, el historiador Enrique Krauze. En el puesto de honor, rodeado por los directores de la vieja empresa periodística, se encontraba el presidente Alan García. Cuando me tocó el turno, me permití plantear con la mayor candidez, sin temores reverenciales, por decirlo de algún modo, un punto delicado, de enorme vigencia. Antes advertí que había dejado de ser diplomático hace más de 30 años, en los primeros días de octubre de 1973, y que por tanto hablaba a título puramente personal. Mi punto era el siguiente: el de las reticencias, reservas, temores mutuos, en que nos llevamos el Perú y Chile desde hace más de 100 años, a pesar de nuestra evidente unidad cultural, geográfica, de todo orden. Si alcanzáramos un entendimiento de fondo, sin vuelta atrás, sin criterios del siglo XIX, entre Chile, Perú y Bolivia, toda la atmósfera política del Cono Sur, y por tanto de América Latina entera, sería diferente. Quizá se necesitaban hombres providenciales para lograrlo, pero probablemente existían y a lo mejor estaban en esa misma mesa (detalle que provocó risas y hasta aplausos de la concurrencia).

El presidente García, que escuchaba el debate con suma atención y tomaba apuntes, pidió el micrófono al final, a pesar de que su intervención no formaba parte del programa. Resumió los puntos debatidos sobre democracia y libertad en la región y debo reconocer que lo hizo con maestría, con evidente experiencia académica. Tocó en seguida el tema de las relaciones con Chile y dijo más o menos lo siguiente: que estamos unidos por un destino común, aunque no nos guste, y que somos un matrimonio que tiene sus etapas difíciles, sus malos entendidos, y sus momentos buenos, como casi todos matrimonios. Francia y Alemania tocaron fondo, llegaron al extremo del horror y de la destrucción, y a la salida de la conflagración no tuvieron más remedio que ponerse de acuerdo. Nosotros, en cambio, no hemos llegado al abismo y no hemos conocido la misma necesidad de reconciliación.

Es una versión de la política de lo peor aplicada a las relaciones internacionales, pero no significa, naturalmente, que debamos sufrir mucho más para ponernos de acuerdo al final de un terrible recorrido. Era, más bien, un llamado a la sensatez, una indicación de que nuestras eventuales desavenencias son pasajeras y de que la cordura y la amistad van a prevalecer. En otras palabras, era un llamado a la paciencia y al trabajo diplomático en serio. En lo cual el aporte de Marcel Proust y el de la tía Leonie nunca son desdeñables.

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