Archivo por meses: abril 2009

La Constitución de Cádiz cambió la historia de América

ENTREVISTA A ENRIQUE MÁRQUEZ, COORDINADOR DEL BICENTENARIO EN MÉXICO DF

Enrique Márquez pasea por las calles gaditanas con una tarjeta que muestra la que fue la plaza de armas de la Ciudad de México, rebautizada hace casi 200 años como plaza de la Constitución de Cádiz. Dice que es una buena muestra de la influencia que la Carta Magna española aprobada en 1812 ha tenido a un lado y otro del Atlántico, el primer texto constitucional que recogió la libertad de expresión. Un festival dedicado a este derecho le ha traído hasta España como coordinador general de los festejos que se preparan en la Ciudad de México para conmemorar la independencia lograda en 1810, ya conocido como los festejos del Bicentenario. Una oportunidad, explica este historiador mexicano, para estrechar lazos, reivindicar la historia desconocida de su país y ser críticos con el pasado.

Pregunta. ¿Qué celebra Ciudad de México?

Respuesta. Está aguardando dos grandes celebraciones históricas: el bicentenario de la independencia de México y el centenario de la revolución. Hemos planteado una revisión de la Historia. Descubrimos que aquí en 1808 se fraguó una primera conspiración. Dicen que los primeros disparos en una revolución siempre son las ideas. Y México, desde el Ayuntamiento, en 1808 se hizo eco de todo lo que estaba ocurriendo en España a partir del 2 de mayo. Al igual que el pueblo español luchaba contra la invasión napoleónica, los mexicanos se empezaron a preparar para eso. Es una fecha que nos hermana con Madrid. Con Cádiz, nos hermana la experiencia de 1812.

P. En Cádiz se prepara también otro bicentenario, el de la Constitución aprobada aquel año. ¿Llegan a México los ecos de estos preparativos?

R. Lo seguimos atentamente. La cumbre de jefes de Estado que se va a celebrar en Cádiz ya genera mucha visibilidad. Nosotros buscamos alianzas. La invitación al Festival por la Libertad de Expresión nos abre la puerta para articular programas de actividades. La Constitución de Cádiz marcó la historia de América.

P. ¿Cómo se está materializando la conmemoración en la capital de México?

R. No tenemos intención doctoral. No queremos maestrías en Historia. Queremos que, a partir de una conciencia histórica, podamos mejorar la autoestima colectiva. Que la ciudad exija más y aprecie más lo que tiene. Ése es el gran objetivo. Otro es trabajar con los jóvenes: la generación del Bicentenario, entre los 15 y 29 años. Tenemos apoyos para los jóvenes de culturas alternativas, músicos, pintores, poetas, que no han sido tocados por el estímulo de nadie. Vamos a tener un festival entre el 3 y el 15 de septiembre. Como hace casi 200 años que el cura Hidalgo en México dio el grito de independencia, el día 15 lo vamos a dedicar a que los jóvenes den su grito: qué piensan hoy, de qué están hartos, qué le piden a la sociedad y a los Gobiernos, incluido el del Distrito Federal. Los jóvenes no han gritado lo suficiente. Y ahora van a gritar duro.

P. En Cádiz todos reconocen la asignatura pendiente de involucrar a la sociedad en la conmemoración. ¿Se está consiguiendo en México?

R. Creo, sinceramente, que no es tan complicado. Lo es si uno se va por la carretera sinuosa de depositar el Bicentenario en los historiadores. El Bicentenario es de la gente, es social. Muchos jóvenes nos han preguntado qué celebramos si estamos en paro, si no tenemos opciones de educación… Tenemos la dificultad de generar un discurso no gobiernista a pesar de ser una comisión de Gobierno. Descansamos en los historiadores, yo soy uno de ellos, pero estamos por un Bicentenario social y crítico, que ponga las interpretaciones clásicas al revés. Un Bicentenario que tenga foros de crítica.

P. Con la vista puesta 200 años atrás, ¿la independencia es real?

R. Nosotros introdujimos en los festejos la relación del 1808 de Madrid y de México. Muchos no entendían que se festejara la independencia con nuestros conquistadores. Parecía un gran absurdo. Pero históricamente el pueblo español y el mexicano han estado juntos. No sólo en la empatía histórica de 1808 y de la Guerra Civil Española. Muchos intelectuales mexicanos estuvieron en las Brigadas Internacionales. El antihispanismo que prevaleció en México quedó superado con la Guerra Civil. Fue la experiencia que nos hizo hermanos. Se benefició España con el exilio, pero también México. La cultura se enriqueció de una manera brutal, con la llegada de antropólogos, historiadores, profesores de derecho…

P. ¿Dónde está puesta la mirada de México, en Estados Unidos o en Latinoamérica?

R. México era un espacio protagónico a nivel latinoamericano tras la Segunda Guerra Mundial. La vocación latinoamericanista se consolidó con la revolución cubana. Fue el único país que no aceptó la presión norteamericana y conservó siempre su relación con Cuba. Ése fue como el termómetro. Tenemos tres décadas de alianza de las Américas y tratados de libre comercio que alteraron brutalmente el liderazgo que tenía México en el conjunto de Latinoamérica. Nosotros estamos aprovechando el Bicentenario para trabajar en este sentido. Y hemos planteado que la Ciudad de México sea la sede de la Casa de América Latina. Estamos trabajando a marchas forzadas para presentarla en la cumbre de Buenos Aires de noviembre. No queremos caer en la melancolía de esa relación que tenía México con Latinoamérica, pero sí llamar la atención sobre ese papel perdido desde aquella famosa visita del comandante Fidel Castro a México, cuando el presidente Vicente Fox le dijo aquello de “comes y te vas, porque ahí viene Bush”. Creo que estuvimos a punto de perder un lugar muy importante para el debate y la cultura latinoamericana. Pero la Ciudad de México está haciendo grandes esfuerzos, porque es una tradición que no podemos abandonar.

P. La gripe porcina es otra prueba para su ciudad. ¿Cómo se está afrontando esta nueva crisis?

R. La sociedad de la Ciudad de México está muy preparada, es muy solidaria y generosa. Lo es con quien llega de fuera, pero también lo es internamente. Hace ya casi 25 años de los seísmos terribles. Entonces emergió una sociedad que no conocíamos, que ha impulsado el avance político en la ciudad y es un pie fundamental para el desarrollo del país. Esta crisis va a resolverse pronto. El Gobierno está siendo muy responsable y la sociedad tiene fuerza, entereza y capacidad de organización. Una ciudad con cerca de 16 millones de gentes se guardó en sus casas y no ha habido compras de pánico en los supermercados, ni nervios. Es algo sorprendente.

Fuente: El País de España


Celebraciones del Centenario de la Independencia en México (1910): El desfile de Moctezuma

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La pandemia de la ‘gripe española’ en 1918

Acabó con cuatro veces más muertos que la I Guerra Mundial

La I Guerra Mundial terminó en 1918 con nueve millones de muertos. La gripe española de ese mismo año acabó con la vida de 40 millones de personas. Fue la peor de las tres epidemias mundiales de gripe del siglo XX (1918, 1957 y 1968), y de hecho la peor pandemia de cualquier tipo registrada en la historia. El virus que la causó no venía de los cerdos, sino de las aves, pero era un H1N1, como el actual. El H1N1 era un virus aviar hasta 1918, y fue la gripe española quien lo convirtió en una cepa humana típica.

Los países implicados en la Gran Guerra no informaban sobre la epidemia para no desmoralizar a las tropas, de modo que las únicas noticias venían en la prensa española. La gripe española debe su nombre, por tanto, a la censura de tiempos de guerra, y no a su origen, ya que el primer caso se registró en Camp Funston (Kansas) el 4 de marzo de 1918. Por entonces el virus sólo causaba una dolencia respiratoria leve, aunque muy contagiosa, como cualquier gripe. En abril ya se había propagado por toda Norteamérica, y también saltado a Europa con las tropas americanas.

El primer caso de la segunda oleada mortal se registró el 22 de agosto en el puerto francés de Brest, una de las principales entradas de los soldados norteamericanos. Era el mismo virus, porque los afectados por la primera oleada estaban inmunizados frente a la segunda. En algún momento del verano, sin embargo, se había convertido en un agente mortal. Causaba neumonía con rapidez, y a menudo la muerte dos días después de los primeros síntomas.

En Camp Devens, Massachusetts, seis días después de comunicarse el primer caso ya había 6.674 contagiados. Los brotes se extendieron a casi todas las partes habitadas del mundo, empezando por los puertos y propagándose por las carreteras principales. Sólo en India hubo 12 millones de muertos.

Fue la llegada del virus a los lugares más recónditos la que permitió reconstruirlo hace cuatro años. Johan Hultin, un médico retirado, y los científicos militares al mando del genetista Jefferey Taubenberger, lograron rescatar los genes del virus de los pulmones de una de sus víctimas, una “mujer gorda” que había muerto en 1918 en un poblado esquimal de Alaska, donde el frío había preservado el material particularmente bien.

Se supo así que el virus de 1918 no tenía ningún gen de tipo humano: era un virus de la gripe aviar, sin mezclas. Tenía, eso sí, 25 mutaciones que lo distinguían de un virus de la gripe aviar típico, y entre ellas debían estar las que le permitieron adaptarse al ser humano. Se supo así que el virus de la gripe española se multiplica 50 veces más que la gripe común tras un día de infección, y 39.000 veces más tras cuatro días. Mata a todos los ratones de laboratorio en menos de una semana.

Los grupos de Terrence Tumpey, de los CDC de Atlanta (los principales laboratorios norteamericanos para el control de epidemias) y Adolfo García-Sastre, del Mount Sinai de Nueva York, se preguntaron luego qué mutaciones del virus de la gripe española podían eliminar su capacidad para transmitirse entre personas. Y el resultado es que bastaban dos mutaciones en su hemaglutinina (la H de H1N1); esas mismas mutaciones puestas del revés bastarían para conferir a un virus aviar una alta capacidad de transmisión entre humanos.

La hemaglutinina es el componente de la superficie del virus que reconoce a las células de su huésped. Es el principal determinante de la especificidad del virus (la especie o lista de especies a las que puede infectar). Lo importante no son tanto los números adosados a la H (H5, H1…), sino los detalles de su secuencia, el orden exacto de sus aminoácidos.

Las dos mutaciones clave afectan críticamente a la interacción de la H con sus receptores en las células animales, que pueden ser de dos tipos: alfa-2,3 o alfa-2,6. Los virus de la gripe aviar se unen preferentemente al receptor alfa-2,3, que se encuentra a altas concentraciones en las células del intestino de las aves acuáticas y costeras. Sin embargo, los virus humanos se unen más eficazmente a los alfa-2,6, que se encuentran en el sistema respiratorio de las personas.

Adaptado de El País de España


Víctimas de la gripe española en un hospital del estado de Kansas (USA)

Una víctima mortal de la gripe española trasladada por enfermeras de la Cruz Roja en Saint Louis

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Hoy, 30 años de ‘Manhattan’, el gran film de Woody Allen

Multitud de cineastas de todas las nacionalidades han situado sus historias en Manhattan pero ninguno ha retratado este distrito neoyorquino como Woody Allen, que con la película estrenada hace ahora 30 años le regaló una declaración de amor en toda regla.

En 1979 Allen ya se había ganado un gran prestigio con películas como Toma el dinero y corre (1969), Bananas (1971) y, sobre todo, Annie Hall (1977), un filme con el que ganó dos de sus tres Óscar, como director y guionista. Con ese bagaje, el neoyorquino decidió arriesgarse con una película bastante inusual ya que partió de su amor por Manhattan y por la música de George Gershwin, y además eligió rodarla en blanco y negro para darle un aire casi irreal. “Siento verdadera pasión y una gran devoción hacia la ciudad de Nueva York y creo que en la película se le ve de la forma más hermosa que se ha visto nunca en el cine. Cuidamos mucho la fotografía y creo que es realmente impresionante”, explicó el director.

Inmejorables críticas.- Sin embargo, cuando acabó el rodaje, Allen estaba tan seguro de que la película no sería tan bien recibida por público y crítica como su anterior trabajo –Annie Hall– que incluso ofreció a la United Artists dirigir otro largo gratis si querían arrinconar Manhattan. Bien equivocado estaba el director. Manhattan se estrenó el 25 de abril de 1979 y recaudó 39,9 millones de dólares, un poco más que Annie Hall (38,2) y sólo por detrás de Hannah y sus hermanas (1986), que se convertiría en el mayor éxito de su carrera con una taquilla de 40 millones.

Y por el lado artístico, si bien no consiguió los premios de Annie Hall, sí recibió un sinfín de candidaturas a los galardones más prestigiosos y consiguió, entre otros, dos Bafta británico -a la mejor película y guión- y un César francés al mejor filme extranjero. Recibió críticas elogiosas como las del New York Times, que calificó el filme de “extraordinariamente bueno y divertido” y resaltó que “Manhattan se mueve entre ‘Interiores’ y ‘Annie Hall’, siendo más crítico y compasivo que el primero y más ingenioso y agudo que el segundo”.

En el mismo tono, la revista francesa Cahiers du cinema destacó que en Manhattan aparecen “planos de la ciudad en blanco y negro de una belleza espectacular”, lo que hizo que, a partir de ese momento, “la isla sea vista a través de la mirada de Woody Allen”. Además, la revista, conocida por la dureza de sus criterios, incluyó a Manhattan como una de las “100 películas para una filmoteca ideal”.

Todo ello para un filme que hizo de Manhattan un icono cinematográfico, con imágenes que han quedado en la retina de los espectadores como las más bellas estampas tomadas nunca de rincones como el puente de Brooklyn, Central Park, el MoMA o Gramercy Park. Escenarios por donde se mueven los personajes protagonistas de una historia de amor, amistad, encuentros y desencuentros.

Realidad e irrealidad.- Isaac Davis (Woody Allen) es un escritor recién separado de Jill (Meryl Streep), que tiene una relación con una jovencita de 17 años, Tracy (Mariel Hemingway, que consiguió con este papel su única candidatura a los Óscar). Y en medio de todo conoce a Mary (Diane Keaton), que es la amante de su mejor amigo, Yale (Michael Murphy). Toda una serie de relaciones cruzadas con personajes puro estilo Woody Allen, neuróticos, acelerados, divertidos e irónicos, que destilan realidad e irrealidad a partes iguales, algo muy característico de la obra del director neoyorquino.

La espectacular fotografía de Gordon Willis (impulsor del proyecto junto a Allen), que algunos calificaron de “aterciopelada”, y la inolvidable interpretación de Rhapsody in Blue (de Gershwin) por parte de la Filarmónica de Nueva York, dirigida por Zubin Mehta, redondearon un filme casi perfecto. “Eterno”, a decir de muchos, y “un extraordinario ejemplo de la fusión de entretenimiento y arte”, según otros. Y que todos recordamos por la imagen de Woody Allen y Diane Keaton sentados en un banco, ése que todos los turistas buscan al llegar a Nueva York, mientras ven anochecer frente al puente de Brooklyn.

Adaptado del ABC de España (24/04/09)





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El monumento al combate del Dos de Mayo (Lima)

Según Jorge Basadre, un decreto expedido en el Callao el 3 de mayo de 1866 (un día después del célebre combate) dispuso que se erigiese un monumento consagrado a perpetuar la memoria del combate del 2 de mayo. Un concurso, cuyas normas fueron señaladas por el ministro José María Químper, fue convocado en Francia al efecto. En la base debía haber cuatro estatuas de pie o sentadas representando alas cuatro repúblicas aliadas. En la cúspide se colocaría la estatua de Gálvez. En una de los cuerpos se grabarían los nombres de los que murieron en esa fecha y habría dos bajos relieves representando dos episodios del combate. Numa Pompilio Llona fue nombrado comisionado para intervenir en la construcción del monumento. El mármol y el bronce podían ser empleados en él. El Máximo del costo fue fijado en 40 mil soles, fue proyectado por el arquitecto Edmund Guilleume y el escultor León Cugrol, y ejecutado en París. Este bello monumento tuvo algunos cambios de detalle en su diseño y fue inaugurado en Lima durante el gobierno de Manuel Pardo el 28 de julio de 1874. Costó 220 mil francos, el transporte y la colocación no pasaron de 10 mil francos de la época.





Diferentes vistas, en diversas épocas, del monumento al Dos de Mayo en la Plaza del mismo nombre (Lima)
(fuente: skyspercity.com)

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¿Cómo era el cerebro de Albert Einstein?

Cuando Albert Einstein se quedaba estancado en un problema de Física, cogía su violín y lo tocaba hasta dar con la solución. Tenía una sensibilidad especial por la música y para comprender las cosas prefería las impresiones sensoriales en lugar de las palabras. Gran parte de estas peculiaridades están marcadas en la anatomía de su cerebro.

Tras su fallecimiento en 1955, y como no podría haber sido de otra forma, el órgano que lo dotó de genialidad se donó a la ciencia. Thomas Harvey, del hospital Princeton (Nueva Jersey, EEUU), fue el patólogo encargado de conservarlo y, junto con otros expertos, lo fotografió y lo dividió en distintas porciones para analizarlas bajo el microscopio. Décadas después, distintos grupos de investigación han intentado diseccionar esta mente superdotada. Uno de ellos es el dirigido por Dean Falk, del departamento de Antropología de la Universidad Estatal de Florida (EEUU), y del que ahora se hace eco la revista ‘Science’.

Con técnicas de Paleoantropología, y basándose en los datos e imágenes aportados por Harvey y otros expertos, Falk identifica nuevas peculiaridades anatómicas que podrían explicar la genialidad de Einstein, si bien es cierto que ni el peso de su cerebro ni la mayoría de su superficie cortical son dignos de mención.

El cerebro no pesaba más de lo normal.- “La corteza cerebral era fina […] y con amplios surcos, algo normal para su edad (76 años). Su masa cerebral, de 1.230 gramos, tampoco es excepcional”, explica la investigación, publicada en Frontiers in Evolutionary Neuroscience. Sí son peculiares determinadas zonas de la corteza somatosensorial y motora. “Es posible que estos aspectos atípicos […] se relacionasen con las dificultades que tenía para adquirir el lenguaje; su preferencia por pensar con impresiones sensoriales, incluidas las imágenes visuales en lugar de las palabras; y su precocidad en la práctica del violín [lo tocó de los seis a los 14 años]”.

Parece que el órgano gris de Einstein presentaba una curiosa combinación de rasgos simétricos y asimétricos. Además, Falk encontró una hendidura inusual en una región involucrada en la habilidad para recordar fonemas y sílabas: “Podría asociarse con su ya conocido retraso en la adquisición del lenguaje y con el hecho de que solía repetirse frases a sí mismo hasta que cumplió los siete años”.

Como comentábamos anteriormente, este trabajo no es el primero ni posiblemente el último enfocado a conocer el cerebro del físico alemán. Según explica la revista Science, el primer estudio anatómico en esta línea lo dirigió Sandra Witelson, neurobióloga de la Universidad McMaster en Hamilton (Canadá).

Los resultados de este ensayo también fueron muy reveladores. Por ejemplo, “los lóbulos parietales -implicados en el conocimiento matemático, visual y espacial- eran un 15% mayores que la norma”. Un hallazgo que ahora también confirma Falk. “Aunque estas visiones son especulativas […] posiblemente serán de utilidad a futuros estudiantes con acceso a nueva información y metodología”, concluye este experto.

Adaptado del diario El Mundo (23/04/09)


Así era el cerebro de Einstein

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Sevilla, según los hermanos Lumière (1896)

Una joya de los inicios del cine. Estos cortometrajes de los hermanos Lumière representan dos eventos tradicionales en Sevilla, España, tal como se los veía en los últimos años del siglo XIX: La Semana Santa y las corridas de toros. La procesión de Semana Santa sevillana, que se celebra durante la semana anterior a las Pascuas, incluye un magnífico espectáculo de carrozas adornadas (pasos) que son llevadas por las calles de la ciudad por equipos de costaleros. Los penitentes (nazarenos) siguen a la procesión y usan túnica y capa, un atuendo teatral. La película que sigue muestra la lucha de los toreadores en el estadio, con la asistencia de un séquito de banderilleros, peones de espada, lanceros montados a caballo y con una multitud de fondo.

Auguste Marie Louis Nicolas Lumière (1862-1954) y Louis Jean Lumière (1864-1948) fueron los promotores de la Cinématographe, un elegante y técnicamente simple dispositivo de proyección que revolucionó los comienzos de la industria cinematográfica. Los Lumières enviaron equipos por todo el mundo para grabar una gran variedad de escenas e imágenes. El catálogo de la empresa Lumière creció hasta incluir unos 1.200 títulos, todos los cuales estaban disponibles para su compra y se mostraron al público en muchos países. Esta película es, según El País de España, una de las sorpresas que se encuentra en la web de la Biblioteca Digital Mundial, una iniciativa que hoy presentó en París la UNESCO para difundir joyas almacenadas en bibliotecas de todo el mundo.

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Nuevo libro, ‘Testigo de raza’: un negro en la Alemania nazi

La imagen es tan aterradora como sobrecogedora. Hamburgo, 1933. Rodeado de niños rubios como la cerveza, arios hasta la médula y las entrañas, aparece un niño negro de siete años, con una esvástica prendida sobre su chalequito. No es una broma macabra, ni una pirueta del más cruel de los destinos. Es la imagen, la viva imagen, de Hans J.Massaquoi, hijo de una enfermera alemana y un magnate y diplomático liberiano.

Hans se crió entre hijos de nibelungos y walkirias y, lo más insólito, consiguió sobrevivir al régimen más racista de la historia gracias a sus agallas, su ingenio, su inteligencia y el coraje de su madre germana que logró sacarlo adelante mientras sus compatriotas eran cegados por el odio y el fanatismo.

Pesadilla de niño.- Incluso, poseído también por el demonio del nazional-socialismo y la presencia del Führer, Hans llegó a pedir ser admitido en las Juventudes Hitlerianas. No lo consiguió, afortunadamente. Pero sí consiguió convertirse en un reputado periodista que, ya pasada la Segunda Guerra Mundial y sus horrores, llegó a dirigir la revista “Ebony”, la más prestigiosa e influyente de las publicaciones negras de los Estados Unidos. Su vida, su pesadilla de niño no ario entre esvásticas, camisas pardas y calaveras de las SS, las ha rememorado ahora en “Testigo de raza. Un negro en la Alemania nazi”, una autobiografía que pone los pelos de punta, pero que también nos devuelve la fe en lo bueno del ser humano, en su valor, en su entrega, en su lucha por la supervivencia.

Un impagable puñado de fotos hilvanan las páginas del libro. Imágenes de Massaquoi en su infancia, rodeado de blancos, fotos de familia (tanto la africana como la alemana) de su servicio en la Guerra de Corea, y junto a otras personalidades de la comunidad afroamericana como Martin Luther King, los músicos Fats Domino y Diana Ross, los boxeadores Cassius Clay y Joe Louis, el atleta Jesse Owens, el escritor James Baldwin. “Ataviado con el pardo uniforme nazi –escribe Massaquoi-, el maestro nos anunció que “el más esplendoroso momento de nuestras jóvenes vidas” era inminente, que el destino nos había escogido para estar entre los agraciados por la fortuna de contemplar a “nuestro amado Führer” con nuestros propios ojos. Yo tenía entonces ocho años y no había adevertido que, de los casi seiscientos chicos congregados en aquel patio, era el único a quien Herr Wriede no se dirigía”. Sin duda, Hans nunca tuvo un camarada.

Adaptado del ABC de España


Foto actual del ahora escritor Hans J. Massaquoi

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Las historias de Charles Darwin

Los textos del gran naturalista inglés son magníficas narraciones que atrapan al lector. La celebración de su segundo centenario ha provocado una avalancha de publicaciones.

Doscientos años después del nacimiento de Charles Darwin (1809-1882) y 150 de la publicación de su gran libro, El origen de las especies, aún existen quienes niegan, o desconocen, su teoría, empeñándose en sostener que las especies que pueblan nuestro planeta son -somos- frutos de actos de creación divina específicos. Es difícil, por supuesto, convencer a todos, tan diversas son las convicciones, intereses e ignorancias humanas, pero de lo que no hay duda es de que en este Año Darwin disponemos de un número elevado de fuentes bibliográficas para formarse una opinión de lo que hizo y pensó, al igual de cómo vivió, el gran naturalista inglés. Es como si de repente se hubiese producido un tsunami, una gran ola que inunda el mercado editorial hispano: el tsunami Darwin.

Al contrario de lo que sucede en otras ocasiones, esta avalancha bibliográfica no se limita a lo que se ha escrito sobre el personaje en cuestión, sino que incluye también nuevas traducciones y reediciones de algunas de sus obras. Y es bueno que sea así, ya que en general los textos de Darwin constituyen magníficas narraciones que consiguen mantener la atención del lector. Esto es particularmente evidente en dos de sus títulos: el Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo y su Autobiografía. Publicado por primera vez en 1839, el Diario relata el viaje que el joven Darwin realizó alrededor del mundo entre diciembre de 1831 y octubre de 1836, en un barco de la Marina británica, el Beagle. Muy del gusto de la sociedad victoriana de entonces, una época en la que se viajaba más con la mente (esto es, leyendo) que en persona, este libro tuvo bastante éxito, dando a Darwin una cierta notoriedad pública. De hecho, ha mantenido su atractivo a través del tiempo y del espacio (ha sido traducido a numerosas lenguas, el castellano entre ellas), siendo la edición que ahora ve la luz en Espasa una nueva reedición, aunque, eso sí, en una presentación bastante más atractiva que las anteriores.

Tampoco es la primera vez que ve la luz en español su conmovedora y sincera Autobiografía -uno de mis dos textos preferidos de Darwin-, aunque no existan tantas ediciones de ella como del Diario. Sucede, sin embargo, que la mayoría de esas versiones seguían la primera edición inglesa (publicada cinco años después de su muerte), de la que su familia suprimió un buen número de pasajes, preocupada por lo que pudiesen pensar sus lectores. La edición que ahora publica la editorial Laetoli dentro de la Biblioteca Darwin, dirigida por Martí Domínguez, es una de las completas. Para facilitar la identificación de los pasajes suprimidos inicialmente, éstos aparecen en negritas. Algunos eran comentarios críticos con otras personas (por ejemplo, con Robert Owen, que se convirtió en uno de los más enconados opositores a la teoría de la evolución de las especies, y al que Darwin calificaba como dotado de “una capacidad de odio” que “no tenía rival”), pero la mayoría tocaban sus opiniones religiosas. Y aunque no podamos aceptar el expurgo al que fueron sometidos sus sinceros recuerdos, sí que podemos comprender cuánto debieron doler a su devota esposa, Emma, frases como: “Me resulta difícil comprender que alguien deba desear que el cristianismo sea verdadero, pues, de ser así, el lenguaje liso y llano de la Biblia parece mostrar que las personas que no creen -y entre ellas se incluiría a mi padre, mi hermano y casi todos mis mejores amigos- recibirían un castigo eterno. Y ésa es una doctrina detestable”.

La Autobiografía nos familiariza con la vida de Darwin, conmoviéndonos con las luchas interiores, de fuerte calado psicológico, a las que se enfrentó, pero El origen de las especies (1859), su obra cumbre y uno de los mojones literarios de la historia de la humanidad, ilumina nuestro entendimiento. No es sólo que en ella Darwin presentase su teoría de la evolución de las especies mediante selección natural, sino que lo hizo desplegando un amplísimo conjunto de evidencias y argumentos, mostrando así el exigente y completo naturalista que era. Traducida por primera vez al castellano en 1877 (por Enrique Godínez), la versión que Espasa (en cuyo catálogo ha estado habitualmente) y Alianza presentan ahora es una reedición de la que la editorial Calpe publicó en 1921, traducida (de la sexta edición, de 1872) por el genético Antonio de Zulueta (1885-1971). También es una reedición la versión abreviada traducida por Joandomènec Ros, que vio la luz en 1983 en Ediciones del Serbal y que ahora ha sido resucitada como contribución del Parque de las Ciencias de Granada al Año Darwin. Los lectores tienen, por consiguiente, la posibilidad de elegir. ¿En base a qué razones?, se preguntarán algunos. En cuanto a las de Espasa y Alianza -ambas espléndidamente presentadas-, la respuesta a tal cuestión es difícil, si no imposible: difieren en las introducciones y en que la de Espasa añade algunas notas aclaratorias al texto darwiniano, pero no son éstas diferencias sustanciales. Por su parte, la edición recuperada ahora por el Parque de las Ciencias granadino suple su carácter abreviado -siempre una limitación en textos fundamentales- con la espléndida introducción de Richard Leakey y un magnífico conjunto de ilustraciones que van acompañadas de buenos textos explicatorios.

Darwin y El origen de las especies ocupan el trono supremo en la jerarquía de la visión evolutiva del mundo vivo, pero incluso aunque el presente sea su año, sería injusto no dedicar al menos un momento para recordar a otro naturalista británico que intervino de manera decisiva en que Darwin se decidiese a dar a conocer públicamente sus ideas sobre la evolución de las especies. Me estoy refiriendo a Alfred Russel Wallace (1823-1913), quien desde una isla del archipiélago malayo envió en febrero de 1858 a Darwin un manuscrito que contenía la esencia de las ideas en las que éste llevaba por entonces trabajando aproximadamente veinte años. Como cualquiera puede imaginar, se creó entonces una situación delicada, que se resolvió con gran elegancia publicando en la revista de la Sociedad Linneana el manuscrito de Wallace, otro de Darwin y una carta de éste al botánico norteamericano Asa Gray fechada el 5 de septiembre de 1857, en la que le había informado de sus opiniones. Estos materiales, junto a un extenso ensayo que Darwin había preparado para su propio uso en 1844 y un informativo estudio introductorio de Fernando Pardos, se reproducen en La teoría de la evolución de las especies, publicado por Crítica en 2006 y ahora reeditado.

Más allá de El origen de las especies. A pesar de que muchos parezcan ignorarlo, la obra de Darwin no se limita a El origen de las especies. De hecho, en mi opinión su grandeza científica reside en el ciclópeo esfuerzo que realizó por sustanciar su teoría con evidencias tomadas de prácticamente todos los rincones de la naturaleza, lo que le llevó a trabajar en dominios como la botánica, la zoología, la taxonomía, la anatomía comparada, la geología, la paleontología, la cría doméstica de especies, la biogeografía o la antropología, esfuerzos que se plasmaron en un buen número de libros (y de artículos, naturalmente). Hace tiempo que disponemos en castellano de El origen del hombre (Edaf), el texto de 1871 en el que se atrevió a hacer lo que no quiso en El origen de las especies: aplicar a nuestra propia especie las lecciones de su texto de 1859, y de La expresión de las emociones en los animales y en el hombre (Alianza), que debería haber sido parte de El origen del hombre (no lo fue para no alargar excesivamente el volumen; apareció en 1872). Mucho más recientemente se han traducido La estructura y distribución de los arrecifes de coral (Los Libros de la Catarata / CSIC, 2006) y La fecundación de las orquídeas (Laetoli, 2007), publicados originalmente en 1842 y 1862, respectivamente; libros ya reseñados en Babelia.

A estas obras se suman ahora nuevas traducciones. Comenzando por un libro extenso (dos tomos que totalizan más de novecientas páginas): La variación de los animales y plantas bajo domesticación (1868), un texto importante no sólo por los análisis de muy diversas especies domesticadas que Darwin efectuó allí, sino también porque en él se enfrentó con uno de sus grandes problemas, el de que aunque descubrió el hecho de la existencia de la selección natural y contribuyó notablemente a dilucidar la historia de la evolución animal y vegetal, no sabía explicar por qué surgen variaciones hereditarias entre organismos y cómo se transmiten éstas de generación en generación. Fue en esta obra -en donde, por cierto, empleó por primera vez el término acuñado en 1864 por Herbert Spencer, “supervivencia de los más aptos”- donde presentó su teoría hereditaria, la de la pangénesis, según la cual cada célula del organismo generaba unas “gémulas” diminutas que a través del proceso reproductivo transmitían a la descendencia los rasgos heredables. Fue el suyo un noble y ambicioso esfuerzo, a la postre, sin embargo, equivocado.

Y junto a La variación de los animales y plantas bajo domesticación, otro de sus libros sobre botánica, disciplina que se ajustaba bastante bien a las posibilidades de Darwin en su propiedad de Downe, donde pasó los últimos cuarenta años de su vida y donde podía realizar él mismo experimentos, bien al aire libre o en los invernaderos que construyó. Se trata de Plantas carnívoras, el título de la traducción publicada por Laetoli, o Plantas insectívoras, el encabezamiento elegido en la Biblioteca Darwiniana encabezada por Los Libros de La Catarata. Porque 133 años después de no haber merecido el honor de ser traducido al español, ahora aparecen, simultáneamente, dos traducciones diferentes. Se trata de uno de los libros más especializados escritos por Darwin (de hecho, no se volvió a reimprimir mientras vivió), pero merece la pena que esté en nuestro idioma. Es impresionante ver cómo un anciano y muy debilitado Darwin (el libro se publicó en 1875, siete años antes de su muerte) se mostraba en esta obra como un consumado e imaginativo experimentador que estudiaba el efecto de todo tipo de sustancias en las hojas de plantas carnívoras, o que analizaba sus movimientos y procesos de digestión cuando colocaba pedacitos de carne sobre ellas.

Por Juan Manuel Sánchez de El País (18/04/09)


Grabado del estudio de Darwin

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El monumento a Antonio Raimondi en Lima (Plaza Italia)

La labor científica del ilustre italiano aún no había sido reconocida oficialmente en Lima hasta principios del siglo XX. Por ello, gracias a la colonia italiana y a la Municipalidad de Lima, se ordenó, en 1908, la construcción del monumento en homenaje a Raimondi. El autor fue el escultor italiano Tancredi Pozzi. Colocada en la antigua Plaza de Santa Ana (llamada a partir de ahora “Plaza Italia”), la estatua representa al sabio, autor de El Perú, en actitud de examinar un mineral con lupa. El monumento, compuesto por un pedestal recubierto de relieves alusivos a la vida de Raimondi, se inauguró en 1910 por el presidente Augusto B. Leguía y el entonces Alcalde de Lima, don Guillermo Billinghurst.





Fotos de Juan Luis Orrego

Inauguración del monumento (1910)


Una postal antigua de Lima con el monumento a Raimondi en la Plaza Italia

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El monumento a Ramón Castilla en Lima (1915)

Este pequeño monumento se hizo esperar pues el Estado mandó erigir, en 1868 (un año después de la muerte de Ramón Catilla), la suntuosa tumba al Mariscal en el Cementerio Presbítero Maestro, pero en la ciudad no se le había dado un lugar preferencial. Este monumento fue inaugurado en recién en 1915, en la Plazuela de La Meced (jirón de La Unión), y fue obra del escultor David Lozano (Lima ¿?-1936). La estatua (que también tuvo copias para el Callao, Huancavelica, Huancayo e Iquitos) muestra a un Castilla en una actitud sencilla.





Fotos de Juan Luis Orrego

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