EL CONTEXTO POLÍTICO.- Como sabemos, el mayor mérito político del coronel Sánchez Cerro (n. Piura, 1889) era el de haber acabado con el gobierno de Leguía en 1930. Derrocado el líder del “Oncenio”, supo ganarse el apoyo del pueblo pero pronto cayó en los círculos sociales de la elite. Fue invitado a formar parte del exclusivo Club Nacional y la oligarquía pronto vio que podía contar con un candidato que tuviera el apoyo de las masas y el respaldo del ejército. El objetivo era frenar a las masas “comunistas” que seguían al APRA, especialmente ahora que el electorado había sido ampliado por la ley que incluía a todos los varones adultos que supieran leer y escribir. Así se fundó la Unión Revolucionaria, que postuló a Sánchez Cerro a las elecciones de octubre de 1931. Fue un partido de enorme arraigo popular. El origen mestizo y provinciano de su líder, que fue capaz de pulverizar el edificio leguiísta, ejercía enorme fascinación entre los obreros y los grupos medios urbanos. Su lema era el Perú sobre todo, lo que demostraba su clara vocación nacionalista propia de un militar que toma el poder, y como respuesta a las influencias “foráneas” representadas por el aprismo y el comunismo.
Entre los candidatos que se presentaron a las elecciones de 1931, dos fueron los más importantes: Luis M. Sánchez Cerro, por su partido la Unión Revolucionaria, y Víctor Raúl Haya de la Torre, por el Partido Aprista Peruano (PAP). Los otros fueron Arturo Osores, ardiente enemigo de la dictadura de Leguía al que apoyaba la Coalición Nacional, y José María de la Jara Ureta, del Partido Unión Nacional. Pocas veces en la historia republicana hubo tanto entusiasmo y expectativa ante un proceso electoral. Pero, al final, el país se dividió. La Iglesia, el Ejército y la oligarquía costeña no escatimaron esfuerzos para denunciar al APRA como un movimiento subversivo internacional que pretendía destruir la integridad nacional.
Según “El Comercio”, los comicios se llevaron a cabo con gran sentido de ecuanimidad. Ellas se caracterizaron por el respeto de unos ciudadanos con otros ciudadanos. Enormes masas de gente fueron a depositar sus sufragios y esperaron el turno correspondiente sin agresiones de ninguna clase. No hubo hechos de sangre ni abusos el día que fue ejercido el acto cívico. Alrededor de 300 mil electores depositaron sus votos a favor de los cuatro candidatos presidenciales y de una multitud de candidatos al Congreso. De acuerdo a la información oficial, votó el 80% de los inscritos en el Registro Electoral. Los resultados fueron los siguientes: Sánchez Cerro 152 mil votos; Haya de la Torre 106 mil; José María de la Jara y Ureta 21,921; y Arturo Osores 19,653.
La victoria de Sánchez Cerro era contundente, pues había obtenido más votos que los otros juntos. Sin embargo, mientras La Jara y Osores reconocían su derrota, los apristas denunciaron fraude electoral y llegaron a decir que Haya de la Torre era el “Presidente moral del Perú”. La victoria de Sánchez Cerro era un golpe amargo para las legiones apristas que daban por descontado el triunfo de Haya. Habían sido convencidos de que había llegado el momento de cambiar el país en beneficio de ellos mismos. Su frustración era inmensa. A partir de allí, el Partido del Pueblo inició una cerrada oposición desde el recién instalado Congreso Constituyente y desde las calles. Este fue el inicio del odio aprista hacia Sánchez Cerro y de la violencia que se desató en el país que tuvo sus puntos más álgidos durante la Revolución Aprista de Trujillo (1932) y el asesinato de Sánchez Cerro (1933).
La calma desapareció y los apristas iniciaron una feroz campaña de oposición y violencia que siempre encontró una reacción firme del gobierno en hacer respetar los resultados electorales. Este clima fue empeorando hasta desembocar, prácticamente, en una guerra civil. El primer escenario de enfrentamiento fue el Congreso donde la “cédula parlamentaria aprista” (liderada por Manuel Seoane, Carlos Manuel Cox, Luis Heysen y Luis Alberto Sánchez) empezó sus debates con el oficialismo en medio de gritos, amenazas e insultos. Pronto circularon rumores de conspiraciones e intentos de asesinatos. El Congreso, entonces, aprobó una “ley de emergencia” destinada a reprimir cualquier desmán que a su juicio podía ocasionar el APRA. De este modo, se cerraron sus locales, se clausuró su periódico La Tribuna y el 18 de febrero de 1932 fueron desaforados y luego deportados los parlamentarios apristas. Los principales líderes del “partido del pueblo” fueron perseguidos y varios de ellos pasaron a la clandestinidad. Haya de la Torre fue recluido en la isla de El Frontón.
De este modo, surgía una relación, basada en el terror, entre el APRA y el ejército. Su momento más sangriento fue la revolución aprista de Trujillo que se inició con la masacre de varios oficiales del ejército en el cuartel O’Donovan y culminó con la ejecución masiva de los cabecillas apristas en los muros de la ciudadela de Chan Chan. El gobierno culpó a la dirigencia aprista de instigar o participar directamente en esta frustrada revolución. Como si esto fuera poco Sánchez Cerro sufrió un atentado contra su vida cuando salía luego de escuchar misa en la Iglesia Matriz de Miraflores. Un joven aprista le disparó con un revólver por la espalda y el presidente salvó milagrosamente. Pero estos hechos, todos ocurridos en 1932, el “año de la barbarie”, no serían sino el preludio de otro aún más dramático: el asesinato del propio Sánchez Cerro.
EL ASESINATO DE SÁNCHEZ CERRO.- Fueron las tensiones internacionales las que provocaron, sin ser ése el verdadero móvil, la trágica muerte del Sánchez Cerro. La firma del Tratado Salomón-Lozano con Colombia, hecha por Leguía, indignó a la opinión nacional, de manera especial a los loretanos, un grupo de los cuales, en septiembre de 1932, se apoderó del pueblo de Leticia y expulsó a las autoridades del país vecino. Sorprendido ante el hecho, Sánchez Cerro lo consideró obra de la oposición.
Tiempo antes, el líder de la Unión Revolucionaria había declarado a la agencia “Associated Press”, lo siguiente: Nosotros no reabrimos la cuestión internacional arreglada por el ex-Presidente señor Augusto B. Leguía. Nosotros miramos tales cuestiones como hechos cumplidos, pues los arreglos hechos por el anterior Gobierno lo fueron a nombre del Perú y no a nombre personal de Leguía; nuestro único interés es la reorganización interna del país y el aseo de la casa. Pero ahora el panorama había cambiado. En su entusiasmo, los captores de Leticia no midieron las consecuencias provocando la protesta colombiana. El Perú se negó a presentar excusas y hubo algunos enfrentamientos fronterizos.
Como vemos, el desarrollo de los acontecimientos ocasionó el desapego de Sánchez Cerro al Tratado. La guerra era inminente y su gobierno decide movilizar 30 mil efectivos a la frontera. El momento trágico no tardaría en llegar.
El domingo 30 de abril de 1933, Sánchez Cerro pasaba revista a las tropas en el hipódromo de Santa Beatriz (hoy Campo de Marte). Viajaba en un Hispano-Suiza descubierto (un gesto imprudente, teniendo en cuenta que había sobrevivido milagrosamente a un atentado anterior). Compartía el asiento posterior el primer ministro José Matías Manzanilla. En el traspuntín, mirando hacia atrás, viajaba el coronel Antonio Rodríguez, jefe de la Casa Militar. Alrededor del vehículo, trotaban los lanceros a caballo. Era casi la 1 de la tarde. Avanzaban con lentitud, atravesando la multitud, cuando un joven, de filiación aprista, Abelardo Mendoza Leiva, corrió hacia el vehículo, saltó al estribo y empezó a disparar (20 días antes lo habían dejado en libertad por orden de la Prefectura). Entonces, estalló el tiroteo. Mendoza Leiva fue capturado y le dispararon a la frente. El cadáver recibió más balazos y fue convertido en pulpa por las lanzas de la escolta. A Sánchez Cerro lo llevaron a toda velocidad al Hospital Italiano (en la actual avenida Abancay). Expiró a la 1 y 10 minutos de la tarde.
El informe del doctor Carlos Brignardello, uno de los médicos que lo asistieron antes de su muerte, decía que hubo dos clases de disparos: de menor calibre, arriba abajo; y de mayor calibre y de necesidad mortal, un disparo de abajo arriba y de adelante hacia atrás. Este último tiro se había hecho de muy corta distancia y causó una hemorragia incontenible. Los disparos de arriba abajo fueron hechos por Mendoza Leiva (portaba una Browning automática, calibre 45, 50 metros de rango efectivo y 243 metros por segundo de velocidad inicial de la bala), que estaba trepado en el estribo y disparaba por encima de Matías Manzanilla. Se presume que el coronel Rodríguez había sacado su arma y que Sánchez Cerro se desplomó hacia delante al recibir las balas de Mendoza. Si Mendoza Leiva ya había caído, la pregunta que siempre quedó en la polémica es ¿quién apretó el gatillo de abajo para arriba?
Según Jorge Basadre, el agresor se apoyó con la mano izquierda en la capota y, con un revólver, disparó a quemarropa, por la espalda del presidente, varios tiros, según declararon los médicos Guillermo Fernández Dávila y Carlos A. Bambarén en el peritaje que luego practicaron. Añade Basadre: Según declaraciones que hizo el doctor Brignardello, la herida que quitó la vida del presidente fue de necesidad mortal desde el primer momento… el orificio de entrada se encontraba en plena región precordial con aparente trayectoria de abajo a arriba y de adelante a atrás.
Todo parece indicar que los disparos de Mendoza Leiva fueron de otro calibre que el del balazo definitivo. Pero se tapa todo… El auto tenía perforaciones del otro lado; también le dispararon desde los jardines del Lawn Tennis (en las fotos, el auto parece una “coladera” de balas). Todo parece indicar que no fue un acto espontáneo, exclusivo, personal y anarquista.
Fotografía de Sánchez Cerro el el hispano-suiza antes de su asesinato
CONSECUENCIAS DEL ASESINATO.- Nunca se comprobó la responsabilidad de la cúpula del APRA con el asesinato. La versión “oficial” dice que el joven actuó solo: el temor a que Sánchez Cerro pudiera organizar un partido que lograra tener más éxito con las masas empujó al asesino, o a quienes lo instigaron al crimen, a eliminar físicamente a su principal adversario político. Para Basadre, si el automóvil presidencial fue blanco de ocho disparos hechos por varia manos, o sea si hubo un complot como afirmó perentoriamente la sentencia, no hay modo de encontrar hoy una comprobación.
Asesinado el presidente, esa misma tarde el Congreso decidió nombrar al general Oscar R. Benavides para completar el período del difunto gobernante. El nombramiento era una clara violación constitucional pero se invocó la situación de emergencia. El militarismo continuaba. Dicen que Benavides mandó quemar mucha documentación referente al magnicidio.
El cuerpo de Sánchez Cerro fue velado, del 1 al 4 de mayo, en la capilla del Sagrario, en la Catedral de Lima. El acto fue multitudinario. Hombres y mujeres de toda edad y condición social acompañaron el velatorio del cuerpo y su posterior sepultura en el cementerio Presbítero Maestro.
Cortejo fúnebre a su paso por la iglesia de Santa Clara
Tumba de Sánchez Cerro
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