Archivo por meses: marzo 2009

José Gil de Castro (3)

Sus pinturas, en cuanto al estilo y al tratamiento, respetan los cánones realistas neoclásicos y se entroncan con el típico planismo-hieratismo coloniales (como en la Escuela Cuzqueña) lo que le da a sus obras cierto aire primitivo (como el de la pintura del francés Henri Rousseau de principios del XIX) de realismo ingenuo, para Francisco Stasny, y una carga de cierto modernismo. Su estilo está provisto de cierto manierismo en el tratamiento de las manos, vestidos, posiciones y rostros. Los escenarios de fondo de los retratos son interiores, en la mayor de las veces espacios cotidianos, como el del retrato de mariano Alejo Álvarez y su hijo (1834) y los elementos del mobiliario y la decoración, los objetos que acompañan a los reperesentados definen su carácter y jerarquía, tal como en los retratos de la aristocracia colonial.

Sus retratos son representaciones de bustos (como el de José de San Martín, una acuarela sobre marfil pintada en 1820), a medio cuerpo, a tres cuartos (muchas veces por su dificultad para dibujar los pies) y de cuerpo entero (como el caso del retrato del mártir José Olaya Balandra, recreación idealista que hoy forma parte de la colección de la pinacoteca de arte republicano y contemporáneo del Banco Central de Reserva del Perú). Por las deficiencias en su formación en anatomía artística, tuvo dificultad para representar pies, destacando en sus retratos la ausencia de perspectiva (las imágenes se confunden con el fondo, los personajes aparecen como volando) y medidas corporales antinaturales. Las técnicas que manejó fueron el óleo (sobre cobre, como en uno de los retratos de San Martín; madera, como en el retrato de O’Higgins; y tela) y acuarela (sobre marfil). La mayoría de sus pinturas fue hecha sobre lienzo, en diversos formatos.

En Lima retrató al general Mariano Necochea (1825) y a José Bernardo de Torre Tagle (1825). En Santiago realizó numerosos retratos de José de San Martín en 1817, 1818 (retrato que obsequió al gobernador de Mendoza) y 1820. En 1817 hizo un retrato del rey Fernando VII a partir de una copia (estampa española), en Santiago. En 1811 pintó un lienzo de San Jerónimo que perteneció a San Martín, una Virgen rodeada de ángeles en 1815 y Nuestra Señora de las Mercedes. En 1822 pinta a los jefes del Ejército de los Andes, Guillermo Miller e Hilarión de la Quintana. En Lima pintó a Bolívar varias veces, entre 1823 y 1825. El retrato de Bolívar que conserva el Museo Nacional de Historia de Pueblo Libre muestra al Libertador de cuerpo entero, con la espada de oro y piedras preciosas quele había obsequiado el cabildo de Lima. Destaca dentro de su obra un retrato doble hecho en Lima en 1834 al magistrado limeño Mariano Alejo Álvarez y a su hijo.

Por último, sus pinturas fueron expuestas por vez primera en septiembre de 1873 en la exposición del coloniaje celebrada en Santiago de Chile, a cargo de Benjamín Vicuña Mackena y Francisco de Paula Figueroa, quienes imprimieron un catálogo con un comentario crítico de la obra de Gil de Castro.


Retrato del libertador Bolívar

Otro retrato de Bolívar

Retrato de San martín

Retrato idealizado de José Olaya

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José Gil de Castro (2)

Es posible también que su formación inicial fuera através de la enseñanza particular, tal vez en la escuela conventual de los Hijos de Santo Domingo de Guzmán. Pudo -también- estudiar en la Escuela Pública de Dibujo y Pintura establecida en Lima en 1791 por el pintor Jesús del Pozo. Pero fue, sobre todo, un autodidacta que desarrolló un estilo particular de en el retrato, caracterizado por cierto hieratismo (que resalta la oficialidad y presencia de los personajes), un especial tratamiento de los rostros y expresiones, además de una especial minuciosidad en el trabajo de las vestimentas. Es el caso del miniaturismo casi especializado del pintor, reflejado en la representación de atributos monárquicos, condecoraciones, charreteras de los uniformes militares que distinguen a patriotas o realistas, además del decorativismo de bordados y estampados, hebillas, utensilios, armas y mobiliario. Para Francisco Stasny, el detenimiento con que Gil pinta las medallas y los pormenores de los uniformes militares engalanados con bordados en hilo de oro y la calidad inmaterial y plana que les otorga, recuerda inequívocamente a la tradición de los estofados coloniales y a la pintura de superficie, de velos y de encajes tan usada en la escuela limeña en el siglo XVIII.

El padre rubén Vargas Ugarte afirma que ya en 1805 salió del Perú para trasladarse a Chile, estableciéndose en Santiago donde pinta gran parte de su obra como los retratos del general Miller (1820), del general Hilarión de la Quintana y el primer retrato del Capitán General Bernardo O’Higgins, Director Supremo de Chile. En 1806 era ya pintor de renombre en Santiago como da testimonio el lienzo pintado en ese año: un retrato del maestre de campo Antonio García Larin Castro y Cuevas. Estuvo en Argentina de 1811 a 1814. En 1816 recibió en la capital chilena el nombramiento de Maestro Mayor del gremio de pintores. Residió en esta ciudad durante 1818, año de la declaratoria de la independencia del país del sur luego de la batalla de Maipú. Durante las campañas de independencia, se incorporó en Cuyo al ejército libertador y asì regresó a Santiago. En 1822 estaba en ima nombrado como “primer pintor de cámara del gobierno del Perú”. En 1824, diseñaba uniforme para el ejército peruano.

Gil de Csatro rompe con el esquema del anónimo de la pintura colonial al firmar y fechar sus cuadros, ser un artista natural y de casta reconocido oficialmente, alcanzando prestigio social y posición económica. Sale del ámbito colonial de lo sagrado y se integra a la representación de la vida oficial y cotidiana de los sectores aristocráticos y de alta burguesía de Santiago y Lima. Su obra maestra, sin embargo, presenta el legado colonial en conciliación con la innovación temática y estilística siguiendo los cánones pictóricos coloniales e incorporar el texto (en semblanzas y cuadros-reseñas) como parte esencial de los retratos. De ahí la descripción más que visual de los personajes que nos recuerda junto al tratamiento de las imágenes, el esquema didáctico de las crónicas ilustradas, las imágenes religiosas y los retratos de los virreyes.


Retrato de Bernardo O’Higgins

Detalle del retrato de O’Higgins

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José Gil de Castro (1)

Llamado también “el mulato Gil”, este retratista pardo puede ser considerado el principal cronista visual de la época en que vivió, el tránsito del orden colonial y los inicios de los tiempos republicanos. José Gil de castro y Morales nació en Lima el 1 de septiembre de 1785, como consta en el libro nº 15 de las Partidas de Bautizos del Archivo Parroquial del Sagrario de Lima. Ese era el día de san Gil, razón por la cual el futuro retratista fue bautizado con ese nombre. Solo se tiene noticia, sin confirmación documental, que murió a los 56 años, en 1841, ya retirado de la vida artística y en circuntancias desconocidas.

Haciendo un breve recuento de su vida podríamos decir que fue hijo de Mariano castro y de maría Leocadia Morales. Su madre fue una esclava negra liberta; su padre, un pardo libre que llegó a alcanzar el grado de capitán de Milicias en Trujillo, puesto que años después alcanzaría el pintor. Su infancia transcurrió en Trujillo, junto a su familia. De joven ingresaría al ejército y aprendió dibujo, caligrafía y otras artes. Así, fue nombrado miembro del cuerpo de ingenieros del ejército por su calidad de delineador, estuvo encargado de la confección de croquis, cartas geográficas y planos de batalla. Contrajo matrimonio en 1817 con la criolla chilena María de la Concepción Martínez en la parroquia del Sagrario de la Iglesia Catedral de Santiago de Chile.

Ricardo Mariátegui Oliva, historiaador del arte peruano, señala la trascendencia des u partida matrimonial, por ser testimonio verídico del origen y los datos del renombrado pintor, que confirma su nacimiento en Lima. caso aparte es el de las investigaciones de Joaquín Ugarte, quien pudo dar con el certificado de bautizo del artista, fijando la fecha exacta de su nacimiento en 1785. Sobre estos datos hubo discrepancia en el pasado, pues algunos investigadores situaban la fecha de nacimiento en 1780 o posiblemente en las postrimerías del siglo XVIII, sin mayor precisión: No se tiene certeza sobre su formación artística, no obstante se sostienen algunas hipótesis al respecto. Según Patricio Díaz Silva, “la historiadora Isabel Cruz sostiene que estudió en el taller del pintor sevillano José del Pozo, quien llega a Lima en 1796 con la expedición científica de Alejandro Malaspina, instalándose posteriormente con un taller de pintura donde ejerce docencia y atiende pedidos por algunos años. Por su parte Francisco Stasny afirma que fue discípulo del pintor colonial Julián Jayo (quien estableció un taller de pintura religiosaa a fines del virreinato), loq ue resulta discutible, no solo porque no s tienen datos documentados, sino porque además su pintura es visiblemente diferente en cuanto al estilo y la pincelada. Más fácil sería suponer que tuviera contactos con pintores que estban cultivndo con éxito la pintura de retrato en la ciudad de Lima. Tal es el caso de José Legarda, muy conocido quien retrata en 1792 al obispo chileno Don Manuel Alday y Aspeè (el estilo y composición del retrato sugieren alguna semejanza con lo realizado por Gil de Castro). también se podría relacionar con José Díaz, otro retratista con taller en Lima. Mientras en el Cuzco se seguía produciendo iconografía religiosa, Lima, más “progresista”, hace escuela de retrato de una sociedad ya marcada por el protagonismo individual, que lleva a los partuiculares a perpetuarse en el cuadro… Por esos días, en nuestro país, no se tiene aún aprecio por el retrato. Resulta difícil encontrar algún pintor de cierto profesionalismo, a excepción del italiano Martín de Petris, quien en su breve estadía en Chile dejó algunos. para Gil de castro el camino estaba libre y casi inexplorado”.


Retrato del canónigo Manuel José Verdujo (Chile)

Retrato de Francisca de Paula Urriola de Ovalle (Chile)

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Nueva historia de Iberoamérica

Ayer, en El País de España apareció la siguiente noticia:

Ir más allá de lo local o nacional y descubrir para poner en valor los aspectos comunes de Iberoamérica es el objetivo de la colección América Latina en la historia contemporánea, que la Fundación Mapfre y el Grupo Santillana, dentro de su sello Taurus, van a completar en los próximos años. Además de la edición de los libros, en los que participarán 425 historiadores, se realizarán una decena de exposiciones fotográficas. La primera de ellas se celebrará en Santiago de Chile en marzo de 2010, coincidiendo con el congreso internacional de Academias de la Lengua. Esta iniciativa permitirá crear uno de los mayores y más selectos bancos de imágenes sobre historia latinoamericana.

Para Emiliano Martínez, presidente del Grupo Santillana, el proyecto permitirá revisar la historia contemporánea nacional “asumiendo como punto de partida común la ruptura del modelo colonial ibérico con la invasión napoleónica de la península Ibérica”. Los historiadores tratarán de mostrar “los procesos de divergencia y convergencia que experimentaron los países latinoamericanos, así como sus relaciones con las demás potencias occidentales, tras su independencia”. Según Pablo Jiménez, director del Instituto de Cultura de la Fundación Mapfre, la obra “pretende trascender de los círculos académicos más especializados”.

El análisis de cada país se realizará con dos criterios: la división en periodos cronológicos homogéneos y el seguimiento de un esquema común al abordar cada volumen. En una primera fase se analizarán México, Colombia, Venezuela, Perú, Brasil, Argentina, Chile, España, Portugal y Estados Unidos. En total se publicarán en torno a 50 libros. En la segunda fase, que concierne al resto de países americanos y algunos europeos, se publicarán otros 50 más.

En efecto, se trata de una obra sin precedentes. Para el caso peruano, ya se ha convocado a los 25 especialistas que escribirán los 5 tomos correspondientes a la historia del Perú desde la Independencia hasta el año 2000. A continuación, presentamos la fotografía en la que los responsables de Mapfre (Pablo Jiménez) y del Grupo santillana (Emiliano Martínez) sellan el acuerdo esta semana en Madrid.

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Toda la familia del zar Nicolás II fue asesinada

Nadie sobrevivió al asesinato de la familia Romanov, en el que murieron el último zar de Rusia, su mujer, sus cinco hijos y sus criados, tiroteados y rematados a golpes de bayoneta en 1918, en un sótano de Yekaterimburgo, en la Rusia central. A pesar de las leyendas que surgieron, nadie escapó de aquella matanza, según indica un reciente estudio científico, basado en restos de ADN, publicado en la revista on line Public Library of Science, citado por el diario británico The Independent.

Los expertos han reunido pruebas de ADN procedentes de dos tumbas cercanas a Yekaterimburgo que, en su opinión, concluyen que el zar Nicolás II y su esposa, la zarina Alejandra, murieron junto a sus cinco hijos, Olga, Tatiana, María, Anastasia y Alexei, el príncipe heredero, que padecía hemofilia. Los siete miembros de la familia real, junto a su doctor y tres siervos, fueron asesinados por soldados bolcheviques del soviet de los Urales, que se habrían impacientado ante la posibilidad de que sus prisioneros fueran rescatados por las tropas de los rusos blancos. La única duda es saber si el cuerpo enterrado junto a Alexei en una tumba diferente del resto de la familia es el de María o el de Anastasia.

Casi inmediatamente, el crimen desató las teorías conspiratorias y las leyendas de que alguno de los vástagos, como Anastasia, habría escapado. Desde entonces, cerca de 200 personas han asegurado que descienden de alguno de los supuestos supervivientes. Todos estos rumores, a los que el estudio parece poner punto final, podrían haberse resuelto hace tiempo. No fue hasta 1991, con la caída de la Unión Soviética, que el geólogo Alexander Avdonin decidió hacer público que desde hacía casia una década conocía una fosa común cerca de Yekaterimburgo (la antigua Sverdlovsk).

Un equipo internacional de científicos analizó los restos óseos de nueve esqueletos y halló el ADN de dos progenitores y tres niños. Compararon el ADN con el de algunos parientes vivos de la dinastía Romanov y concluyeron que se trataba de la familia del último zar. Los otros cuatro cuerpos eran el del médico familiar y tres criados. Pero ¿dónde estaban los cuerpos de Anastasia y Alexei? La duda desató las teorías conspiratorias.

Eso fue hasta 2007, cuando un grupo de arqueólogos aficionados hallaron una segunda tumba a 70 metros de la primera, que contenía docenas de restos óseos humanos carbonizados que alguien había intentado quemar. “De los 44 fragmentos óseos y dentales presentes, fue posible determinar que por lo menos se trataba de dos individuos, una mujer y un hombre”. Punto final al misterio.

Tomado de El País de España (11/03/09)


El zar Nicolás II y su familia

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Hoteles en Lima durante la República Aristocrática, 1895-1919

Entre finales del XIX y comienzos del XX, una extensa colonia europea, especialmente inglesa y norteamericana, muchos de ellos trabajadores de empresas mineras foráneas de nuestra serranía, llegaban por tren a la estación de Desamparados. Se hospedaban en el Grand Hotel Maury, en el Hotel France e Ingleterre (en 1880 estaba en la Plazuela de Santo Domingo, posteriormente ocupó el anexo del Maury, en la esquina de Bodegones con Judíos 204, la misma calle del Maury, mirando hacia la Plaza de Armas y al Palacio de Gobierno), en el Hotel Santa Apolonia (calle Santa Apolonia 355, jirón Lampa, atrás de la Catedral de Lima), o en la sucursal de la calle Coca, jirón Huallaga, a media cuadra del local principal. Las minas de Cerro de Pasco dieron importancia a Lima.

Según la Guía Mignon de Lima (1913), de Carlos B. Cisneros: En Lima no hay hoteles que ofrezcan el confort de aquellos de primer orden en estados Unidos o Europa, a pesar que cada hotelero da título de primera clase al suyo. Los de la ciudad recuerdan por su organización lo de segundo orden de Francia o Italia; sus propietarios se esfuerzan por colocarlos a nivel de las exigencias modernas. En ellos se paga aun por solo un día, el precio de pensión, que comprende: la habitación, la luz, el servicio, el almuerzo y la comida. El desayuno a menudo se cuenta aparte. El alimento, por lo general, es bueno y abundante, sobre todo la comida, compuesta por un menú en que se mezclan guisos de la cocina criolla, italiana y francesa. El personal, aunque nacional, habla o comprende el francés e inglés. El mobiliario de las habitaciones y limpieza dejan mucho que sedear. El personal, frecuentemente, es negligente y poco servicial no comprende las exigencias del extranjero, fuera de las costumbres del país. Hay que soportar con resignación la costumbre peruana de fumar en todas partes. Las casas de huéspedes y posadas son albergues menos que mediocres. El precio de la pensión varía según esté situada la habitación; si se halla al interior o con vista a la calle fluctúa entre Lp. 1 y $6.

El almuerzo se sirve por lo general de 11 am. a 1 pm. Y la comida de 7 a 9 pm. El vino se paga aparte. Hay algunos vinos nacionales regulares pero muy alcoholizados. En el salón de lectura se encuentran periódicos ingleses, americanos, alemanes, italianos y franceses. Hay que tener cuidado con la lencería fina y de color, pues toda la ropa se leva por lo general mecánicamente. En Lima no hay Boarding Houses ni Pensions de Familles.

Según esta Guía, los hoteles de Lima se dividían de la siguiente manera:

1. Primer orden: Hotel Maury (calle Bodegones con excelente restaurante y Jardín Camal); Hotel Francia e Inglaterra (calle Judíos con sucursales en Portal de Botoneros y calle Santa Apolonia); Gran Hotel (calle Melchormalo con restaurante); y Gran Hotel Cardinal (calle Mercaderes).

2. Segundo orden: Hotel Central (calle Palacio 48); Hotel Europa (calle Jesús Nazareno 7); Hotel París (Plaza del Teatro); Hotel Comercio (calle de la Pescadería) y Hotel Italiano (calle de Trujillo 216).


Hotel Cardinal, calle Mercaderes (Jirón de la Unión)

Según la guía Lima en la mano (1922), esta era la lista de los principales hoteles en Lima:

Gran Hotel Bolívar (en construcción)
Hotel Maury (Bodegones 387)
Gran Hotel (Melchormalo 336)
Hotel Francia e Inglaterra (Judíos 204)
Hotel Palais Concert (Baquíjano 1592)
Hotel Cardinal (Mercaderes)
Maisón Terné (Bodegones 354)
Hotel Berlín (Plateros San Pedro)
Pensión Suiza (Portal de Botoneros)
Hotel Europa (Jesús Nazareno)
Hotel Santa Apolonia (Santa Apolonia)


Antiguo Hotel Maury

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Los hoteles en la Lima del siglo XIX

La historia de los hoteles en Lima se remonta a mediados del siglo XIX cuando nuestra ciudad empieza a recibir numerosos visitantes gracias a los progresos de la navegación y a la coyuntura económica del guano. Antes de la década de 1850, los lugares de alojamiento se reducían a algunas posadas o casas particulares que recibía a algún huésped. Como mencionábamos, fue a partir de la bonanza guanera que empiezan a llegar numerosos viajeros, básicamente europeos, quienes venían a nuestra capital por algunos negocios o, simplemente, por curiosidad intelectual.

En su Guía del Viajero de Lima (1860), Manuel Atanasio Fuentes dice que en la ciudad había 8 hoteles, 12 posadas y 42 tambos. Los principales hoteles, con sus dueños y dirección, eran:

Hotel Morin (D. Courenjolles, López y Cía) Portal de escribanos 128
Hotel Maury (D. Pedro Maury) Calle de Bodegones 153
Hotel Bola de Oro (D. Marchand y Maroux) Calle de Mercaderes 7
Hotel Americano (D. J. Grelland) Calle de Espaderos 14
Hotel del Universo (D. Estanislao Courtheoux) Plazuela del Teatro 194
Hotel de la Europa (D. Eduardo Gil) Calle de Jesús Nazareno 126


(Fuente: Manuel A. Fuentes, Lima: apuntes históricos, descriptivos, estadísticos y de costumbres)

Como vemos, los principales hoteles estaban regentados por ciudadanos extranjeros. Según M.A. Fuentes, los hoteles de Morin y de Maury eran los mejores y pertenecían a empresarios franceses; eran los que ofrecían mayores comodidades y atendían a la mayor cantidad de clientes.

El Hotel Morin (en la Plaza de Armas) tenía 46 habitaciones y daba pensión con comida completa (había comedor y fonda). El servicio era a la francesa y se hablaba español, inglés y francés; en su parte baja de la casa había un café con mesas de billar y servicio de baños tibios. Por su lado, el Hotel Maury (hoy cuadra 3 del jirón Carabaya) tenía 52 habitaciones y el servicio del comedor era a las 9:30 de la mañana y a las 4:30 de la tarde. Había café, billar y un bar bien surtido de vinos y licores.

En los hoteles Bola de Oro (hoy cuadra 4 del jirón de la Unión) y Americano (hoy cuadra 5 del jirón de la Unión) no había comedor pero sí fondas en las cuales los huéspedes podían pedir comida cualquier hora; en ambos había billares y café. En el Hotel de la Europa (hoy cuadra 1 del jirón Ayacucho) no había servicio de comida, solo de té, chocolate y licores. Finalmente, en el Hotel del Universo (hoy frente al Teatro Segura) no había ni servicio de comida ni de café, solo habitaciones amobladas.

Concluye M.A. Fuentes: En las demás posadas, que generalmente pertenecen a fondas de segunda clase, se encuentran habitaciones de doce a veinticinco pesos mensuales. Los tambos situados en las inmediaciones de las portadas sirven por lo general de alojamiento a los arrieros, y a los importadores de víveres de la sierra. Los principales cambios de Abajo del Puente, son del Sol, situado en la plazuela del Baratillo, y el de Huanuco, en la calle del mismo nombre; en todos los tambos que abundan en Maravillas, Cocharcas y Malambo, se paga por el cuarto un real o medio real diario y un cuarto de real por cada bestia que entra en los corrales. En esos tambos no hay servicio ni comodidad alguna para el pasajero. Las habitaciones son chicas y desaseadas, con pocos o ningunos muebles, y entre estos un catre con el asiento de cuero y sin colchón ni ropa de cama.

Las noticias más precisas sobre los hoteles de Lima datan de finales de la década de 1880 cuando visitó el Perú el viajero alemán Ernst W. Middendorf, quien nos dejó sus impresiones sobre nuestra ciudad. Su testimonio respecto al hospedaje es muy severo pues afirma que el viajero no encuentra, es verdad, en Lima la atención a que está acostumbrado en Europa o América del Norte, pero esto no significa ningún reproche a la ciudad. Es más fácil mantener en un país cálido un hotel de primera categoría o cuando menos limpio, que en un país de la zona templada.

Dice Middendorf que en Lima hay dos hoteles que, en comparación con los demás de la ciudad, merecerían considerarse de primera clase: el Hotel Maury y el Hotel de France et d’Angleterre. A continuación, reseñamos lo que nos dice de ambos:

Hotel Maury.- Es el más antiguo de estos dos establecimientos, está situado en la esquina de las calles Bodegones y Villalta, a una cuadra de la Plaza de Armas y en la zona más comercial. Antes era muy frecuentado, pero debido a que su propietario era chileno cayó en disfavor y decadencia durante la guerra y sólo ahora vuelve a recuperarse.

Hotel de France et d’Anglterre.- Está situado también, muy cerca de la Plaza de Armas, en la Plazuela delante del convento de Santo Domingo, en una zona que aunque sin gran movimiento comercial, está cerca del Correo y de las dos estaciones de ferrocarril. Hace pocos años que existe, y por esta razón las instalaciones de los cuartos, especialmente las alfombras, son relativamente nuevas y de calidad. Por esto y porque se puede comer a cualquier hora a la carta, la mayoría de los viajeros prefieren este hotel. Nosotros también quisimos seguir el dictado de la moda y lo elegimos para nuestra residencia.

El edificio no fue construido para hotel, sino para una casa corriente, con un segundo piso, en el que los cuartos interiores dan sobre dos pequeños patios. El primer patio ha sido convertido en un agradable jardín, donde en pequeñas divisiones rodeadas de plantas, se encuentran puestas las mesas, que los huéspedes pueden elegir a voluntad. Los cuartos del segundo piso tienen balcones techados que dan a ala calle y a la plazuela y son utilizados como vestíbulos para los cuartos adyacentes. La casa está bastante bien cuidada por el hotelero y dueño, un francés cojo y con una inteligencia algo torpe, pero con una esposa que posee agilidad y humor por ambos: una mujer pequeña, fortachona, con rostro rojizo y pelo blanco encrespado, que había sido antes lavandera y cuyos salientes pómulos, fuerte y pequeña dentadura y labios ligeramente contraídos anuncian un grado de inteligencia poco común. En la casa, se le oye renegar sin cesar para mantener en orden y en actividad a los perezosos mozos morenos. Sin embargo, el servicio es malo, pero se le puede mejorar en alguna forma, como ocurre también en cualquier otra parte, si se da a entender oportunamente a los criados que el monto de la esperada propina depende de su celo en el servicio, y se les estimula con un pequeño pago adelantado.

Un inconveniente del hotel, es la proximidad al convento de los dominicos, que está al frente, y en el que el repique de las campanas es incesante; sobre todo en las mañanas en que se celebran generalmente las exequias, el quejido de las campanas pequeñas, que no armonizan entre sí, es una gran molestia hasta para los nervios menos sensibles. Sin embargo, con el tiempo uno llega a acostumbrarse, del mismo modo que se acostumbra a otras molestias. No es lo peor el sonido discordante de las campanas, que en Lima ofende el oído civilizado, sino las voces de los vendedores ambulantes y sus pregones, tan hirientes que es imposible habituarse a ellos, y que según el estado de ánimo en que uno se encuentra llevan, por momentos, a la desesperación o a la rabia.


Hotel de Francia & Inglaterra (en su segundo local en la esquina y portal de Botoneros)

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El asesinato del presidente Luis M. Sánchez Cerro (1933)

EL CONTEXTO POLÍTICO.- Como sabemos, el mayor mérito político del coronel Sánchez Cerro (n. Piura, 1889) era el de haber acabado con el gobierno de Leguía en 1930. Derrocado el líder del “Oncenio”, supo ganarse el apoyo del pueblo pero pronto cayó en los círculos sociales de la elite. Fue invitado a formar parte del exclusivo Club Nacional y la oligarquía pronto vio que podía contar con un candidato que tuviera el apoyo de las masas y el respaldo del ejército. El objetivo era frenar a las masas “comunistas” que seguían al APRA, especialmente ahora que el electorado había sido ampliado por la ley que incluía a todos los varones adultos que supieran leer y escribir. Así se fundó la Unión Revolucionaria, que postuló a Sánchez Cerro a las elecciones de octubre de 1931. Fue un partido de enorme arraigo popular. El origen mestizo y provinciano de su líder, que fue capaz de pulverizar el edificio leguiísta, ejercía enorme fascinación entre los obreros y los grupos medios urbanos. Su lema era el Perú sobre todo, lo que demostraba su clara vocación nacionalista propia de un militar que toma el poder, y como respuesta a las influencias “foráneas” representadas por el aprismo y el comunismo.

Entre los candidatos que se presentaron a las elecciones de 1931, dos fueron los más importantes: Luis M. Sánchez Cerro, por su partido la Unión Revolucionaria, y Víctor Raúl Haya de la Torre, por el Partido Aprista Peruano (PAP). Los otros fueron Arturo Osores, ardiente enemigo de la dictadura de Leguía al que apoyaba la Coalición Nacional, y José María de la Jara Ureta, del Partido Unión Nacional. Pocas veces en la historia republicana hubo tanto entusiasmo y expectativa ante un proceso electoral. Pero, al final, el país se dividió. La Iglesia, el Ejército y la oligarquía costeña no escatimaron esfuerzos para denunciar al APRA como un movimiento subversivo internacional que pretendía destruir la integridad nacional.

Según “El Comercio”, los comicios se llevaron a cabo con gran sentido de ecuanimidad. Ellas se caracterizaron por el respeto de unos ciudadanos con otros ciudadanos. Enormes masas de gente fueron a depositar sus sufragios y esperaron el turno correspondiente sin agresiones de ninguna clase. No hubo hechos de sangre ni abusos el día que fue ejercido el acto cívico. Alrededor de 300 mil electores depositaron sus votos a favor de los cuatro candidatos presidenciales y de una multitud de candidatos al Congreso. De acuerdo a la información oficial, votó el 80% de los inscritos en el Registro Electoral. Los resultados fueron los siguientes: Sánchez Cerro 152 mil votos; Haya de la Torre 106 mil; José María de la Jara y Ureta 21,921; y Arturo Osores 19,653.

La victoria de Sánchez Cerro era contundente, pues había obtenido más votos que los otros juntos. Sin embargo, mientras La Jara y Osores reconocían su derrota, los apristas denunciaron fraude electoral y llegaron a decir que Haya de la Torre era el “Presidente moral del Perú”. La victoria de Sánchez Cerro era un golpe amargo para las legiones apristas que daban por descontado el triunfo de Haya. Habían sido convencidos de que había llegado el momento de cambiar el país en beneficio de ellos mismos. Su frustración era inmensa. A partir de allí, el Partido del Pueblo inició una cerrada oposición desde el recién instalado Congreso Constituyente y desde las calles. Este fue el inicio del odio aprista hacia Sánchez Cerro y de la violencia que se desató en el país que tuvo sus puntos más álgidos durante la Revolución Aprista de Trujillo (1932) y el asesinato de Sánchez Cerro (1933).

La calma desapareció y los apristas iniciaron una feroz campaña de oposición y violencia que siempre encontró una reacción firme del gobierno en hacer respetar los resultados electorales. Este clima fue empeorando hasta desembocar, prácticamente, en una guerra civil. El primer escenario de enfrentamiento fue el Congreso donde la “cédula parlamentaria aprista” (liderada por Manuel Seoane, Carlos Manuel Cox, Luis Heysen y Luis Alberto Sánchez) empezó sus debates con el oficialismo en medio de gritos, amenazas e insultos. Pronto circularon rumores de conspiraciones e intentos de asesinatos. El Congreso, entonces, aprobó una “ley de emergencia” destinada a reprimir cualquier desmán que a su juicio podía ocasionar el APRA. De este modo, se cerraron sus locales, se clausuró su periódico La Tribuna y el 18 de febrero de 1932 fueron desaforados y luego deportados los parlamentarios apristas. Los principales líderes del “partido del pueblo” fueron perseguidos y varios de ellos pasaron a la clandestinidad. Haya de la Torre fue recluido en la isla de El Frontón.

De este modo, surgía una relación, basada en el terror, entre el APRA y el ejército. Su momento más sangriento fue la revolución aprista de Trujillo que se inició con la masacre de varios oficiales del ejército en el cuartel O’Donovan y culminó con la ejecución masiva de los cabecillas apristas en los muros de la ciudadela de Chan Chan. El gobierno culpó a la dirigencia aprista de instigar o participar directamente en esta frustrada revolución. Como si esto fuera poco Sánchez Cerro sufrió un atentado contra su vida cuando salía luego de escuchar misa en la Iglesia Matriz de Miraflores. Un joven aprista le disparó con un revólver por la espalda y el presidente salvó milagrosamente. Pero estos hechos, todos ocurridos en 1932, el “año de la barbarie”, no serían sino el preludio de otro aún más dramático: el asesinato del propio Sánchez Cerro.

EL ASESINATO DE SÁNCHEZ CERRO.- Fueron las tensiones internacionales las que provocaron, sin ser ése el verdadero móvil, la trágica muerte del Sánchez Cerro. La firma del Tratado Salomón-Lozano con Colombia, hecha por Leguía, indignó a la opinión nacional, de manera especial a los loretanos, un grupo de los cuales, en septiembre de 1932, se apoderó del pueblo de Leticia y expulsó a las autoridades del país vecino. Sorprendido ante el hecho, Sánchez Cerro lo consideró obra de la oposición.

Tiempo antes, el líder de la Unión Revolucionaria había declarado a la agencia “Associated Press”, lo siguiente: Nosotros no reabrimos la cuestión internacional arreglada por el ex-Presidente señor Augusto B. Leguía. Nosotros miramos tales cuestiones como hechos cumplidos, pues los arreglos hechos por el anterior Gobierno lo fueron a nombre del Perú y no a nombre personal de Leguía; nuestro único interés es la reorganización interna del país y el aseo de la casa. Pero ahora el panorama había cambiado. En su entusiasmo, los captores de Leticia no midieron las consecuencias provocando la protesta colombiana. El Perú se negó a presentar excusas y hubo algunos enfrentamientos fronterizos.

Como vemos, el desarrollo de los acontecimientos ocasionó el desapego de Sánchez Cerro al Tratado. La guerra era inminente y su gobierno decide movilizar 30 mil efectivos a la frontera. El momento trágico no tardaría en llegar.

El domingo 30 de abril de 1933, Sánchez Cerro pasaba revista a las tropas en el hipódromo de Santa Beatriz (hoy Campo de Marte). Viajaba en un Hispano-Suiza descubierto (un gesto imprudente, teniendo en cuenta que había sobrevivido milagrosamente a un atentado anterior). Compartía el asiento posterior el primer ministro José Matías Manzanilla. En el traspuntín, mirando hacia atrás, viajaba el coronel Antonio Rodríguez, jefe de la Casa Militar. Alrededor del vehículo, trotaban los lanceros a caballo. Era casi la 1 de la tarde. Avanzaban con lentitud, atravesando la multitud, cuando un joven, de filiación aprista, Abelardo Mendoza Leiva, corrió hacia el vehículo, saltó al estribo y empezó a disparar (20 días antes lo habían dejado en libertad por orden de la Prefectura). Entonces, estalló el tiroteo. Mendoza Leiva fue capturado y le dispararon a la frente. El cadáver recibió más balazos y fue convertido en pulpa por las lanzas de la escolta. A Sánchez Cerro lo llevaron a toda velocidad al Hospital Italiano (en la actual avenida Abancay). Expiró a la 1 y 10 minutos de la tarde.

El informe del doctor Carlos Brignardello, uno de los médicos que lo asistieron antes de su muerte, decía que hubo dos clases de disparos: de menor calibre, arriba abajo; y de mayor calibre y de necesidad mortal, un disparo de abajo arriba y de adelante hacia atrás. Este último tiro se había hecho de muy corta distancia y causó una hemorragia incontenible. Los disparos de arriba abajo fueron hechos por Mendoza Leiva (portaba una Browning automática, calibre 45, 50 metros de rango efectivo y 243 metros por segundo de velocidad inicial de la bala), que estaba trepado en el estribo y disparaba por encima de Matías Manzanilla. Se presume que el coronel Rodríguez había sacado su arma y que Sánchez Cerro se desplomó hacia delante al recibir las balas de Mendoza. Si Mendoza Leiva ya había caído, la pregunta que siempre quedó en la polémica es ¿quién apretó el gatillo de abajo para arriba?

Según Jorge Basadre, el agresor se apoyó con la mano izquierda en la capota y, con un revólver, disparó a quemarropa, por la espalda del presidente, varios tiros, según declararon los médicos Guillermo Fernández Dávila y Carlos A. Bambarén en el peritaje que luego practicaron. Añade Basadre: Según declaraciones que hizo el doctor Brignardello, la herida que quitó la vida del presidente fue de necesidad mortal desde el primer momento… el orificio de entrada se encontraba en plena región precordial con aparente trayectoria de abajo a arriba y de adelante a atrás.

Todo parece indicar que los disparos de Mendoza Leiva fueron de otro calibre que el del balazo definitivo. Pero se tapa todo… El auto tenía perforaciones del otro lado; también le dispararon desde los jardines del Lawn Tennis (en las fotos, el auto parece una “coladera” de balas). Todo parece indicar que no fue un acto espontáneo, exclusivo, personal y anarquista.


Fotografía de Sánchez Cerro el el hispano-suiza antes de su asesinato

CONSECUENCIAS DEL ASESINATO.- Nunca se comprobó la responsabilidad de la cúpula del APRA con el asesinato. La versión “oficial” dice que el joven actuó solo: el temor a que Sánchez Cerro pudiera organizar un partido que lograra tener más éxito con las masas empujó al asesino, o a quienes lo instigaron al crimen, a eliminar físicamente a su principal adversario político. Para Basadre, si el automóvil presidencial fue blanco de ocho disparos hechos por varia manos, o sea si hubo un complot como afirmó perentoriamente la sentencia, no hay modo de encontrar hoy una comprobación.

Asesinado el presidente, esa misma tarde el Congreso decidió nombrar al general Oscar R. Benavides para completar el período del difunto gobernante. El nombramiento era una clara violación constitucional pero se invocó la situación de emergencia. El militarismo continuaba. Dicen que Benavides mandó quemar mucha documentación referente al magnicidio.

El cuerpo de Sánchez Cerro fue velado, del 1 al 4 de mayo, en la capilla del Sagrario, en la Catedral de Lima. El acto fue multitudinario. Hombres y mujeres de toda edad y condición social acompañaron el velatorio del cuerpo y su posterior sepultura en el cementerio Presbítero Maestro.


Cortejo fúnebre a su paso por la iglesia de Santa Clara


Tumba de Sánchez Cerro

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El asesinato del ex presidente Manuel Pardo y Lavalle (1878)


El asesinato de Pardo, según publicación francesa de la época

EL CONTEXTO POLÍTICO.- Manuel Pardo y Lavalle (Lima, 1834-1878) fue hijo del poeta y político conservador Felipe Pardo y aliaga. Había estudiado en Valparaíso, Lima, Barcelona y París. A su regreso, defendió la construcción de una red ferroviaria para articular social y geográficamente al país, como condición indispensable para alcanzar el progreso: Sin ferrocarriles no puede haber progreso material y sin progreso material no puede haber en las masas progreso moral, porque el progreso material proporciona a los pueblos bienestar, y el bienestar los saca del embrutecimiento y la miseria; tanto vale decir que sin ferrocarriles tiene que marchar a pasos muy lentos la civilización, escribía Pardo.

Su vida política fue como una centella: rápida, brillante y trágica. Desde 1865 hasta su muerte, en 1878, fue, sucesivamente, ministro de Hacienda del “gabinete de los talentos” durante la guerra con España, director de la Beneficencia de Lima, alcalde de Lima, fundador y jefe del Partido Civil, presidente de la República y presidente del Senado.

Fue el más brillante exponente de la elite modernizadora del siglo XIX peruano, la que imaginó un desarrollo alternativo para el país. Así, Pardo fundó Partido Civil y, entre 1872 y 1876, se convirtió en el primer presidente que no vestía uniforme militar. Su programa insistía en la necesidad de institucionalizar el país, fomentar la educación y construir obras públicas. Ya en el poder, poco es lo que pudo hacer: el país se encontraba ahogado en una crisis debido al despilfarro fiscal y la corrupción de los gobiernos anteriores. Su política de recortar los gastos en defensa y controlar los ascensos militares para neutralizar el caudillismo que tanto daño le había causado a la institucionalidad del país le generó gran odio al interior de los grupos castrenses. Ese odio se materializaría más tarde en su asesinato.

Al culminar su mandato, Pardo viajó a Europa y luego se instaló en Chile, donde residió en Valparaíso. Luego, regresó a Lima al ser elegido presidente del Senado. El 16 de septiembre de 1878, cuando salía de su cámara, Pardo fue cobardemente asesinado por un sargento. Se trató de un complot, largamente madurado, en el que prevaleció el odio político al gran estadista, a quien ya se le voceaba como seguro vencedor en las elecciones de 1880.

EL ASESINATO DE PARDO.- Todo ocurrió entre las 2 y 3 de la tarde del fatídico sábado 16 de septiembre de 1878. A las 2 p.m., Pardo llega en coche a la puerta del Congreso. Llegaba de la imprenta del diario El Comercio, donde había revisado las pruebas de un discurso que iba a ser publicado. Lo acompañaban a la Cámara los señores Manuel María Rivas y Adán Melgar. A la entrada, la guardia del batallón Pichincha le presenta armas y Pardo hace un gesto para que cesen los honores. Luego, Pardo ingresa al primer patio del Congreso cuando el sargento Melchor Montoya le dispara. La bala roza la mano izquierda del señor Rivas, penetra en el pulmón izquierdo de Pardo y sale a la altura de la clavícula. El ex presidente se lleva las manos al pecho y, recostado sobre un señor, se dirige al segundo patio (la cámara de senadores estaba, en el siglo XIX, en el actual local del Museo de la Inquisición).

Pardo cae al suelo entre las puertas que separan al patio del salón de sesiones. El señor Melgar se lanza contra el asesino, mientras la guardia permanece impasible. Melchor Montoya huye hacia la Plaza de la Inquisición, pero es apresado por el sargento Juan Vellods. Dos centinelas lo llevan a un cuarto en el segundo patio del Senado. En unos instantes, llegan más de12 médicos, pero la herida es mortal; la hemorragia es casi generalizada. No movieron a Pardo quien, agonizante, preguntó quién había sido el asesino. Al saber que se trataba de un sargento dijo “perdono a todos”; también llegó a decir “mi familia”, “debo mucho”, “me ahogo”. El padre dominico Caballero fue su último confesor. A las 3 de la tarde, exhaló su último aliento. El presbítero González La Rosa cerró sus ojos.

Seis minutos después de su deceso, el cuerpo de Pardo fue trasladado al salón de sesiones del senado donde se le practicó la autopsia. Se comprobó que la muerte fue debida a dos proyectiles de arma de fuego en la cavidad toráxico y que sus órganos estaban en magnífico estado; todo hacía presumir que hubiera podido llegar a una edad avanzada. A las 9 de la noche fue trasladado en hombros a su casa, a pedido de su esposa y su madre. Los funerales tuvieron una solemnidad excepcional y el entierro (en el Presbítero Maestro) dio lugar a una manifestación multitudinaria sin precedentes.


Representación del asesinato de Pardo

CONSECUENCIAS DEL ASESINATO.- El presidente Mariano I. Prado, al enterarse de lo ocurrido, salió a pie de Palacio y tomó luego un coche de alquiler para llegar más rápido al senado. Exclamó “vergüenza” y, al referirse al asesino, dijo: “¿Y por qué todavía vive ese miserable?”. La muerte de Pardo provocó sorpresa, indignación, cólera y desesperación en todo el país. Además, dejó sin timonel al Partido Civil: la Patria está en peligro, dijo uno de los editoriales de “El Comercio”. Como si esto fuera poco, solo meses más tarde estallaba la guerra con Chile. Por ello, no le faltó razón al historiador italiano Tomás Caivano cuando escribió: El asesinato de Manuel Pardo, podemos decirlo con toda seguridad, sobre todo en consideración a las circunstancias y el momento en que tuvo lugar, fue algo más que el asesinato de un hombre: fue el asesinato del Perú.

En el asesinato de Pardo nada tuvo que ver el gobierno de entonces. Testimonios diversos concuerdan en señalar la ira que produjo en el presidente Prado la noticia del execrable crimen; también quedaron fuera de toda sospecha Piérola y sus seguidores, conocidos enemigos políticos del fundador del Partido Civil.

Al sargento Montoya y a sus cómplices se les siguió un largo juicio. Hubo un clima de libertad de prensa frente al caso y el gobierno se extremó en rodear de garantías la marcha del proceso. Se aclaró que el crimen fue producto de un complot de los sargentos del batallón Pichincha Melchor Montoya, Elías Álvarez, Armando Garay y Alfredo Decourt. La razón es que en el Congreso se discutía una ley sobre ascensos que les hubiera impedido su ascenso a la clase de oficial y convinieron hacer una rebelión sublevando a su batallón y asesinando al presidente del Senado, a quien consideraban autor del proyecto. Urdieron con todo detalle al asesinato, como confesaron. Montoya fue fusilado el 22 de septiembre de 1880 a las 5 de la madrugada. Le auxiliaron un sacerdote descalzo y el vicario castrense. Gobernaba ya Piérola y el país estaba empantanado en la guerra con su vecino del sur.

Modesto Molina, escritor tacneño, y testigo presencial del crimen, describió así al asesino: Montoya, cuyo lugar de nacimiento ignoro, es un hombre como de veintiséis años: cholo claro, bajo de cuerpo, un poco grueso y de facciones grotescas. Sus ojos son pequeños y abotagados y en ellos se ve una mirada siniestra. Los pómulos de la cara revelan al hombre vulgar y de instintos depravados y los labios están desprovistos de barba.

Con la muerte de Pardo quedaron acéfalos tanto su partido como el país. Para éste significaba la pérdida de un líder nacional que le hubiera –estamos especulando- sido muy útil cuando la guerra con Chile estaba a punto de estallar. Para su partido, a la larga, fue “beneficioso”: la muerte del líder fundador obligó al Partido Civil prescindir de un caudillo y tener una dirigencia colegiada; de esta forma el Partido Civil devino en la única agrupación política no “caudillista” en la historia del Perú.

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El asesinato del presidente José Balta (1872)


El asesinato de Balta según el semanario The Graphic (28 de septiembre de 1872)

El contexto político.- El coronel José Balta subió al poder mediante elecciones en 1868. Su gobierno fue uno de los más polémicos del siglo XX pues se empecinó por llevar a cabo una colosal política de obras públicas en un contexto en el que la crisis económica, provocada por la caída del precio del guano en Europa, era difícil de manejar. Una medida muy discutida fue la firma del Contrato Dreyfus por la que se les quitó el negocio del estiércol a los empresarios peruanos a cambio de un préstamo para cubrir el déficit y financiar las obras, especialmente la construcción de ferrocarriles, a cargo del controvertido empresario norteamericano Henry Meiggs. La magnitud de las obras, hizo que el dinero prestado por Dreyfus sea insuficiente. Ante la difícil situación, Balta gestionó dos fuertes préstamos en el mercado de Londres en 1872. Los oscuros manejos de estos préstamos y los precios inflados de las obras públicas convirtieron al gobierno de Balta en uno de los más escandalosos del siglo XIX peruano. Pero el desastre económico vino acompañado por la tragedia política.

En 1872 se convocaron elecciones, “multitudinarias” para la época: poco más de 3 mil votantes dieron la victoria a Manuel Pardo sobre sus más claros contendores, Manuel Toribio Ureta y el general José Rufino Echenique. Pardo era el primer peruano que no vestía uniforme militar que convertía en presidente; entre otros puntos de su plan de gobierno había planteado, ante la bancarrota, una drástica reducción de gastos, especialmente en el campo militar o defensa. Durante las elecciones, la opinión pública se polarizó. Por ejemplo, los diarios “El Comercio” y “El Nacional” apoyaron a Pardo, “La República” defendió a Ureta y “El Heraldo” fue partidario de Echenique.

Como es lógico, la victoria del candidato “civilista” generó fuertes reacciones y absurdas actitudes, como la de los tristemente célebres hermanos Gutiérrez, los coroneles Tomás, Silvestre, Marcelino y Marceliano, pertenecientes al sector más tosco e intolerante del ejército. Los Gutiérrez reaccionaron frente a la victoria de un civil que podía impulsar una política antimilitarista y de revisión crítica de los gobiernos presididos por militares. Se sublevaron en Lima y trataron de obligar al presidente Balta a anular el resultado electoral.


Fotografía del presidente José Balta

EL ASESINATO DE BALTA.- El 22 de julio de 1872, los hermanos Gutiérrez, quienes sublevaron a parte del ejército, asaltaron el poder, apresaron al presidente y Tomás Gutiérrez, el mayor de los hermanos, asumió el mando. La mayoría de historiadores coincide que esta rebelión no fue una neta expresión caudillista pues le faltó el apoyo popular; además, buen aparte del ejército no apoyó el pronunciamiento y la marina lo repudió. El golpe de estado no era encabezado un jefe popular ni estuvo tras él un grupo de poder, pues buena parte de la población apoyaba el resultado electoral. Tampoco lo respaldó el Congreso. Cabe pensar en una reacción minúscula, casi personal. Lo cierto es que l movimiento duró a penas 5 días, no tuvo eco en las provincias, provocó un “cierrapuertas” total en Lima y la ira popular enfrentó a los insurrectos.

Lo más probable es que la desesperación de Tomás Gutiérrez de no encontrar apoyo a su golpe de estado (según un testimonio de la época, el viernes 26 el cabecilla del golpe supo desde las primeras horas de la mañana que gran parte de la tropa había desertado y que el pueblo armado y atrincherado, estaba resuelto a combatir hasta la completa extinción de sus partidarios) y la ira cuando se enteró que su hermano Silvestre, en la estación de San Juan de Dios (cuando enrumbaba al Callao a levantar a la población del puerto), cayó acribillado de balas a manos de una muchedumbre enardecida, lo empujó a asesinar a Balta: era el viernes 26 de julio.

Balta se encontraba secuestrado el cuartel San Francisco; en el cargado de vigilarlo era Marcelino Gutiérrez y un puñado de leales. Enterado de la muerte de Silvestre, Tomás le manda el siguiente texto: Marcelino, han muerto a Silvestre. Asegúrate. Marcelino, inmediatamente, formó su batallón y se dirigió a Palacio de gobierno a reunirse con Tomás.

Dos antiguos presidiarios y el mayor Narciso Nájar quedaron custodiando a Balta, quien se encontraba en una de las pequeñas habitaciones al lado izquierdo del patio principal del cuartel cuya única puerta podía verse desde el zaguán. La cama del presidente estaba colocada al lado izquierdo y hacia el fondo del cuarto. Marcelino, antes de irse había dejado la fatídica orden. De esta manera se produjo uno de los actos más cobardes de nuestra vida política. Poco después del mediodía de ese fatídico viernes, Balta acababa de almorzar y dormía cuando fue acribillado a balazos. Su cuerpo cayó al suelo y en las paredes quedaron las huellas de las balas.

Los únicos testigos del cruel acto fueron sus asesinos: el mayor Narciso Nájar, el capitán Laureano Espinoza y el teniente Juan Patiño. Ellos alegaron que procedieron por orden de Marcelino, a quien le llegó la versión que uno de los hijos de Balta habría sido el ejecutor de Silvestre. Marcelino no presenció el crimen. Consumado el magnicidio, fueron las rabonas del cuartel quienes salieron despavoridas del recinto y regaron la noticia por la ciudad.


Famosa representación del linchamiento de los hermanos Gutiérrez

CONSECUENCIAS DEL ASESINATO.- El sábado 27 fue el día decisivo. Tomás trató de hacer un último esfuerzo de resistencia desde el cuartel de santa Catalina. Pero ya era tarde: lo habían abandonado. Camuflado, logró burlar las barricadas y el acecho de la multitud, encaminándose hasta el centro de la ciudad. En el trayecto, fue descubierto por un contingente de civilistas encabezado por Bruno Ayarza, quien logró de Tomás la siguiente confesión: He hecho una salvajada, pero cualquier otro en mi situación hubiera hecho lo mismo. Todos los jegfes de cuerpo me han lanzado por este camino y me han abandonado. Me han engañado. Asimismo, Ayarza se enteró de que el rebelde en desgracia desconocía el asesinato de Balta.

Ante la furia de la muchedumbre, captor y detenido lograron refugiarse en la botica “La Unión Peruana” de Francisco Valverde. El pueblo furioso ingresó, dándole espantosa muerte al desgraciado Tomás. En el parte que el boticario pasó a la subprefectura manifestó: Que le clavaron puñales en el pecho y que un individuo le dijo: ¡Dictador!, querías banda, toma banda! Asestándole múltiples cortes en la caja toráxica.

El macabro y nauseabundo cuadro que entonces Lima presenció fue descrito por un testigo que, bajo el seudónimo de “Un creyente” (atribuido a Federico panizo), publicó por esos días con incomparable realismo:

La mutilación de los cadáveres, la extracción del corazón del principal de ellos, el haberlos colgado de los faroles de la plaza pública como los vimos nosotros en la noche del 26 iluminados por el gas, cuyas luces parecían hachones de infierno, desnudos, en medio de una muchedumbre desenfrenada y fuera des í, ávida de venganza, sedienta de sangre, cuya algaraza y griterío, unidos al ruido de las armas y al disparo de los rifles ensordecían a cualquiera. El cadáver de Tomás Gutiérrez pendiente del farol fronterizo al palacio del Arzobispo, al alcance de éste, que le hundía el puñal dos o tres veces, de aquel que le disparaba su revólver, de ese otro que ayudaba a mutilarlo y de todos en fin, que aplaudían y gritaban en confuso y revuelto torbellino, vociferando a maldiciendo.

Al día siguiente, el deseo llevado a la ejecución de profanar nuevamente a los cadáveres, el haberlos colgado ya de los faroles, sino de una de las torres de la Iglesia Catedral, a una altura de veinte metros, a la que nos se ha visto jamás ascender el cuerpo de delincuente alguno por muy detestable que en su vida hubiera sido; el descolgarlos cortando las cuerdas que los sostenían para que cayeran de golpe y se estrellaran contra las baldosas del atrio de la casa de dios. El expediente más pronto de reducirlos a cenizas en una inmensa hoguera que se encendió y las nuevas mutilaciones ejecutadas en al hoguera misma con el cadáver de Marcelino que se había traído arrastrando, dieron a Lima un espectáculo horripilante e inolvidable.

La sangrienta aventura concluyó el sábado 27 de julio. “El Comercio”, que reapareció ese mismo día, hizo el siguiente cometario: Que de la sangre de los Gutiérrez, terrible y dolorosamente derramada, nazcan de una vez por todas el orden, el respeto a la ley y el amor a las formas republicanas. Por su lado, Pardo, hizo su entrada a la capital y pronunció, delante de su casa, estas polémicas declaraciones: ¡Pueblo de Lima! Habéis realizado una obra terrible pero una obra de justicia… Aquellos tres cadáveres que se ostentan ante nuestra Metropolitana envuelven una tremenda lección que no olvidaré jamás (¿serían premonitorias estas palabras?). El costo social de estos días de revuelta fue de 44 muertos en Lima y 114 en el Callao.

Con el asesinato de Balta culmina, dramáticamente, el primer militarismo en la historia del Perú. Los caudillos militares, luego de la penuria económica por las guerras de independencia, gozaron 30 años de relativa prosperidad en el gobierno por la exportación guanera. Sin embargo, desde Castilla hasta Balta, el saldo fue negativo: el dinero fue destinado a rubros casi improductivos, en medio de la corrupción y el despilfarro fiscal. El Perú no había podido convertirse en un país moderno con instituciones civiles sólidas.

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