La Corriente Libertadora del Sur o etapa sanmartiniana.- San Martín llegó al Perú cuando era virrey Joaquín de la Pezuela. Venía desde Valparaíso (Chile) con un ejército formado por unos 4.500 hombres y esperaba levantar aquí otro de 15 mil patriotas . El jefe de su escuadra era el experimentado marino británico lord Thomas Cochrane. Desembarcó en Paracas el 20 de setiembre de 1820 y en Pisco hizo su primer llamado a los peruanos para unirse con él a la causa independentista.
Venía como un verdadero libertador, no para conquistar por las armas el Perú sino para ganar una guerra de ideas. Por ello, alguna vez se preguntó: ¿Cuánto puede avanzar la causa de la independencia si me apodero de Lima, o incluso del país entero, militarmente?… Quisiera que todos los hombres pensaran conmigo, y no quisiera avanzar un paso más allá de la marcha gradual de la opinión pública. ¿Estaba en lo cierto? Lamentablemente, el tiempo no le daría la razón.
Por ese entonces, España había caído nuevamente en crisis. Desde Cádiz el general Riego encabezó un golpe liberal contra Fernando VII que reimplantó la Constitución liberal de 1812. Para la aristocracia criolla, en su mayoría conservadora, esto era una pésima noticia. El liberalismo -con sus postulados de igualdad social, tolerancia de ideas y libertades políticas- era sinónimo de desgobierno y atentaba contra el orden y la estabilidad. España estaba cada vez más lejos y ya no podía garantizar o defender el sistema jerárquico que favorecía a la aristocracia criolla.
Mientras tanto, el virrey Pezuela había recibido órdenes de entrevistarse con San Martín. Se concertó la cita y la reunión se celebró en Miraflores, entonces un pueblo de indios al sur de Lima. Los delegados de ambos no pudieron llegar a ningún acuerdo importante salvo el de suspender temporalmente las hostilidades. Pero la sola presencia de San Martín afectaba el orden interno. La adhesión del marqués de Torre Tagle, intendente de Trujillo, le aseguraba a los patriotas el apoyo de todo el norte peruano. Al mismo tiempo, el general patriota Álvarez de Arenales en una incursión proselitista en la sierra central, que salió de Ica y siguió por Huamanga y Jauja, derrotaba al realista O’Reilly en Cerro de Pasco.
Luego de hacer el primer diseño de nuestra bandera en Pisco, San Martín cambió su cuartel general y se trasladó al norte de Lima, Huaura, y desde allí lanzaba algunos decretos y continuaba llamando a los peruanos a su causa. Los militares españoles, cansados de la tolerancia de Pezuela decidieron destituirlo y le hicieron un golpe de estado: en el Motín de Aznapuquio, José de la Serna fue elegido nuevo virrey del Perú. España confirmó a La Serna como virrey y le obligó a negociar con San Martín. La nueva entrevista se realizó en la hacienda de Punchauca, al norte de Lima (hoy Carabayllo). Allí, el Libertador exigió proclamar la independencia instalando una monarquía en el Perú. El virrey no podía acceder a tal petición y se reanudaron las hostilidades.
Histórico balcón de Huaura (norte de Lima) donde, según la tradición, San Martín proclamó por primera vez la independencia del Perú
Pero La Serna no podía mantenerse con su ejército en Lima. Lord Cochrane había bloqueado el puerto del Callao y los guerrilleros habían cortado el acceso con la sierra central, la despensa de Lima. El Virrey se retiró al Cuzco y empezó a gobernar el Virreinato desde la antigua capital de los Incas. La decisión era pragmática: en la sierra sur se encontraba el grueso del ejército realista. San Martín aprovechó y entró a Lima. Convocó una junta de notables en el Cabildo limeño que juró la independencia el 15 de julio de 1821. Manuel Pérez de Tudela fue el encargado de redactar el Acta. La proclamación quedó para el sábado 28 de julio en la Plaza de Armas de Lima.
El 3 de agosto, San Martín aceptó el título de Protector del Perú. De esta forma se iniciaba el Protectorado en el que San Martín promulgó el Estatuto Provisorio (base jurídica de su gobierno que hacía las veces de una “constitución”) y organizó un Consejo de Ministros integrado por Hipólito Unanue (Hacienda), Bernardo de Monteagudo (Interior) y Juan García del Río (Relaciones Exteriores).
Más adelante emprendió algunas reformas substanciales: decretó la “libertad de vientres”, abolió el tributo de los indios, promulgó las garantías jurídicas, fundó la Biblioteca Nacional, seleccionó la letra y música del Himno Nacional, decretó el libre comercio y dio los primeros pasos para divulgar su plan monárquico.
Hacia 1822 la situación de San Martín era desalentadora. Se negaba a invadir la sierra y los realistas mantenían su poder casi intacto al interior del país. Lord Cochrane se enemistó con el Libertador y abandonó la campaña con sus hombres. El Libertador comprendió que necesitaba apoyo militar y la solución era Bolívar que, por esos días, había liberado Quito. La entrevista entre ambos se realizó en Guayaquil donde San Martín le pidió a Bolívar apoyo militar y le ofreció estar bajos sus órdenes en la campaña del Perú. Bolívar no quería tenerlo como subordinado y le ofreció un ejército de mil hombres. Al final de la entrevista, San Martín entendió que su presencia era un obstáculo para la liberación del Perú y decidió abandonar el país. Antes de irse, el 20 de setiembre de 1822, instaló el Primer Congreso Peruano. Ante él renunció al cargo y anunció su deseo de retirarse de la vida pública.
La etapa peruana.- Al partir San Martín, el Congreso nombró una Junta presidida por José de la Mar que quiso continuar la guerra. Pero el fracaso en una serie de campañas militares causó su rápido desprestigio. Por ello, el 28 de febrero de 1823, fue nombrado primer presidente del Perú, José de la Riva-Agüero y Sánchez Boquete, impuesto por el ejército en el Motín de Balconcillo, primer golpe de estado de nuestra vida independiente.
Riva-Agüero intentó reorganizar el ejército patriota, incluso creó la primera escuadra peruana al mando del almirante Guisse. El fracaso del patriota Rudescindo Alvarado en las provincias del sur (Moquegua) frente al realista Jerónimo Valdéz le hizo comprender que la guerra no podía ganarse sin apoyo externo, especialmente de Bolívar. El Libertador accedió y envió un ejército de 6 mil hombres al mando de Antonio José de Sucre.
Pero en junio de 1823 tropas realistas entraron a Lima y Riva-Agüero tuvo que huir al Callao junto al Congreso. Un grupo de diputados consideró a Riva-Agüero incapaz de ganar la guerra. Lo destituyeron y le otorgaron todos los poderes militares a Sucre. Por su lado, Sucre presionó para que el Congreso nombrara presidente a Torre Tagle. Riva-Agüero se negó a aceptar su destitución y entró en conversaciones con La Serna. Pronto, con un sector del Congreso, instaló su gobierno en Trujillo.
De esta manera, el Perú era un caos: había dos gobiernos, el de Riva-Agüero y el de Torre Tagle, y dos congresos, uno en Lima y otro en Trujillo. En este contexto llegó Bolívar el 1 de setiembre de 1823 con sus tropas colombianas a las que se unirían peruanos, argentinos y chilenos, sobrevivientes de las campañas sanmartinianas.
La Corriente Libertadora del Norte o etapa bolivariana.- Pero la presencia del Libertador no hizo sino complicar más las cosas. Dividió a los peruanos pues despertó muchos recelos su autoritarismo y su deseo de unir al Perú con la Gran Colombia. Su diferencia con San Martín, más conciliador, era abismal.
Torre Tagle intentó negociar con su rival Riva-Agüero que a su vez negociaba con los realistas la posibilidad de establecer una monarquía en el Perú. Ambos fueron descubiertos por Bolívar y declarados traidores a la independencia. Torre Tagle tuvo que refugiarse en el Callao donde el general realista Rodil, había capturado el castillo del Real Felipe. Riva-Agüero por su parte, no tuvo otro remedio que abandonar el país y dirigirse a Europa. Es necesario anotar que durante el simbólico gobierno de Torre Tagle el Congreso promulgó, en 1823, la primera constitución del Perú, de corte liberal y republicano, y se terminó de diseñar la bandera nacional.
Entre 1823 y 1824 una confusión enorme reinaba en el Perú. Los peruanos seguían divididos por la presencia del Libertador. Bolívar tomó entonces acciones más drásticas y poderes aún más dictatoriales lo que siguió dividiendo a la opinión pública.
Pero en el bando realista las cosas tampoco andaban bien. Fernando VII había sido repuesto en el trono español como monarca absoluto. El liberalismo peninsular había sido derrotado. La Serna, Canterac y Valdéz eran liberales y constitucionalistas; Olañeta era absolutista y decidió abandonar a La Serna. Acusó al virrey de intruso, se retiró al Alto Perú, se proclamó virrey y empezó a gobernar desde allí en nombre del Rey y de la religión católica. La Serna envió a Valdéz quien no pudo someter al general rebelde.
Mientras tanto, Bolívar, ahora nombrado Dictador por el Congreso, reorganizaba su ejército. Se rodeó de eficaces colaboradores peruanos como José Faustino Sánchez Carrión (su secretario general), Manuel Lorenzo de Vidaurre, Hipólito Unanue y José María de Pando; Bernardo de Monteagudo, el antiguo colaborador de San Martín, también estuvo en el círculo íntimo del Libertador. En abril de 1824 Bolívar había organizado un ejército bien disciplinado de unos 8 mil hombres. En mayo se dirigió con él a la sierra central para seguir concentrando fuerzas.
En julio su ejército estaba conformado por 6 mil colombianos y 3 mil peruanos con quienes se enfrentó a los realistas el 6 de agosto en la batalla de Junín. Los realistas estaban al mando de Canterac. Los dos ejércitos acusaban mal de altura. No hubo un solo disparo pues la infantería no había sido envuelta y la artillería se encontraba muy lejos. Se enfrentaron solo las caballerías. Fue una batalla de sables, bayonetas y lanzas. El triunfo parecía sonreírle a los realistas cuando Bolívar ordenó la retirada. Pero el mayor Rázuri hizo ingresar al batallón de los Húsares, al mando de Isidoro Suárez, que cambió el giro de la contienda.
Por fin había un triunfo claro de los patriotas. Canterac tuvo que retirarse al Cuzco y Bolívar viajó a Lima. Sucre quedaba al frente del ejército patriota. Desde la capital Bolívar iniciaba un gobierno civil, reformaba algunas instituciones o aboliendo otras como la mita, y establecía un sistema escolar siguiendo el modelo inglés. Tras la derrota, el virrey La Serna reaccionó pronto. No podía permitir que los patriotas dominaran la sierra, el tradicional fortín realista. Hacia finales de noviembre los realistas salieron del Cuzco con todas sus fuerzas, unos 9 mil hombres, en su mayoría peruanos. Solo faltaba el rebelde Olañeta.
La batalla final se llevó a cabo a mitad de camino, en Ayacucho, el 9 de diciembre. La táctica de Sucre en la Pampa de la Quinua y la falta de moral de los realistas determinaron el triunfo final de los patriotas. Fue un encuentro dramático pues había peruanos en ambos bandos. Sucre aseguró que tuvo solo 300 bajas mientras que los españoles acusaron 1.600 muertos. La Serna fue capturado y Canterac ofreció una rendición sin condiciones.
Esa misma noche se firmó la Capitulación de Ayacucho. España reconocía la independencia del Perú a cambio de un pago, la “famosa deuda de la independencia”, una especie de indemnización de guerra. En el documento, además, los patriotas permitieron a los realistas la opción de quedarse en el Perú transformados en ciudadanos de la nueva nación respetándose sus propiedades, o embarcarse a España. La mayor parte de los oficiales realistas prefirieron el regreso a la Península soportando allá la penosa situación de vivir hasta su muerte con el estigma de ser llamado los “ayacuchos”, es decir, los derrotados. La Capitulación fue firmada por Sucre y por el realista Carratalá.
Luego del triunfo en Ayacucho, Bolívar confió a Sucre la liberación del Alto Perú. Había dos temas pendientes en la futura Bolivia. Uno era la presencia de Olañeta y el otro era decidir el futuro político de la antigua Audiencia de Charcas. Tras salir del Cuzco, Sucre cruzó el Desaguadero y entró cuidadosamente por territorio altoperuano. Esto provocó la deserción masiva de los colaboradores de Olañeta. Finalmente el “virrey” rebelde fue vencido en Tumusla. Luego Sucre reunió una asamblea de altoperuanos en la Universidad San Francisco Javier en la ciudad de Chuquisaca (hoy Sucre) que decidió la independencia del Alto Perú. Se llamaría Bolivia en el futuro.
En el Perú, como sabemos, un grupo de fidelistas seguían resistiendo en el Real Felipe (Callao). Allí el general Rodil había aglutinado no sólo españoles sino algunos aristócratas peruanos que no asimilaban aún la idea de la independencia. Muchos de ellos, incluido Torre Tagle, murieron víctimas de una epidemia de escorbuto . Pero la resistencia no podía prolongarse más. El 22 de enero de 1826 Rodil capituló cuando se convenció que no iba a recibir ningún refuerzo de España. A diferencia de los “ayacuchos”, Rodil y sus refugiados fueron recibidos en España como héroes.
Mientras tanto Bolívar, en Lima, se esforzaba por darle al Perú un marco institucional. Ahora, en 1826, su popularidad había aumentado algo en comparación a 1823. Pero seguía insistiendo en su proyecto de confederar los países andinos, y el Perú no podía quedar excluido. En eso estaba cuando recibió noticias que la anarquía había aumentado en la Gran Colombia. Tuvo que dejar el Perú el 23 de setiembre de 1826 a bordo del bergantín “Congreso”. Antes de partir nombró un Consejo de Gobierno presidido por Andrés de Santa Cruz.
Cuando ya no estaba el Libertador se juró en Lima, en diciembre de 1826, la Constitución Vitalicia. Sin embargo pronto los liberales se alzaron contra ella. Sus líderes eran Luna Pizarro y Vidaurre quienes llamaban a los limeños a un Cabildo Abierto para liquidar el proyecto bolivariano. La sesión se celebró el 27 de enero de 1927 quedando allí abolida la Constitución Vitalicia volviéndose a la Constitución de 1823. Todos entendieron que el régimen bolivariano había terminado.
Sigue leyendo →