Archivo por meses: julio 2008

Las rabonas

Hace unos días, un lector de este blog me sugirió que tratásemos el tema de las “rabonas” en los ejércitos peruanos del siglo XIX. En efecto, la presencia de estas mujeres en las tropas está registrada desde las guerras por la Independencia, pasando por las luchas caudillescas, hasta la Guerra del Pacífico. Las “rabonas” no solo eran las esposas o compañeras de los soldados, especialmente de los de ascendencia indígena; también podían ser sus madres o, incluso, sus hermanas. Los oficiales las toleraban porque eran auxiliares en el abastecimiento de la tropa y garantizaban un número menor de deserciones.


Soldado con su rabona (Pancho Fierro)

Uno de los testimonios más completos de estas célebres mujeres, nos lo da el viajero suizo Johan Jacob von Tschudi (El Perú. Esbozos de viajes realizados entre 1838 y 1842), quien estuvo en el Perú en la década de 1840 y quedó impresionado por el papel de las “rabonas” en la vida militar del país:

En los ejércitos hay casi siempre tantas mujeres como hombres. Cuando Santa Cruz entró a Lima, su ejército consistió en 7000 hombres seguidos por 6000 mujeres. A primera vista, esta costumbre parece extraña y llamativa, pero convence después de una evaluación más precisa de las circunstancias. Se cuenta que un famoso general dijo que “no quería emprender ninguna expedición militar con tropas que no cuenten con tantas mujeres como hombres”.

Las indias son tan serenas y constantes como los hombres y se adelantan al ejército en campaña. Por regla parten una o dos horas antes que los soldados y llegan mucho antes también al previsto lugar de descanso. Al llegar buscan leña para combustible, cocinas la merienda que llevan consigo y esperan a sus esposos, hermanos o hijos con la comida preparada. En las inhóspitas y solitarias regiones montañosas, esta preocupación tiene un valor incalculable ya que sin ellas las tropas morirían de hambre. Estas mujeres no causan molestia alguna al avance rápido de las columnas, al contrario, lo facilitan al aliviar a los soldados de parte de sus trabajos y les proveen descanso y alimentación adecuada. También se proveen de sus propias necesidades y ni el estado ni los comandantes de las tropas se preocupan de ellas. Los últimos están contentos si las indias les ofrecen cocinar para ellos también.

A estas mujeres se les llama rabonas. Durante las batallas se mantienen cerca de las tropas sin estorbarlas, después del combate buscan a los heridos y les curan. Su destino no es de envidiar, hay que tienen que sufrir, fuera de las variadas penurias y privaciones, maltratos de sus esposos, lo que aguantan con increíble paciencia.

El siguiente caso sirva de ejemplo característico de su subordinación incondicional. Un soldado boliviano le pegó a su mujer sin piedad en al Plazuela de la Inquisición de Lima. Un mulato que presenció la escena se acercó para asistir a la víctima. Ella, sin embargo, saltó contra su liberador y le arañó al c ara con las palabras: “Tú no tienes por qué entrometerte en mis asuntos, pertenezco a mi marido y él puede hacer conmigo lo que quiera”. Semejante sumisión supera aun la de un perro que lame la mano del que le pega.

Cuando las tropas descansan en la noche y algunas de las rabonas reciben noticias del destino fatal de sus esposos o hijos regresan con lamentos, buscan a sus muertos y les preparan su última posada bajo fuertes gritos de dolor.


Soldado con su rabona (Pancho Fierro)

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Por la avenida Brasil

Desde la plaza Bolognesi, llegamos a la avenida Brasil (antes llamada Magdalena, cuando era una carretera de tierra que comunicaba el centro de la ciudad con el pueblo de Magdalena Vieja). En la primera y segunda cuadras hay un grupo de conjuntos residenciales de la década de 1920 que, arquitectónicamente, merecen ser conservados y restaurados, especialmente una casona de color crema con la que empieza la cuadra 2. Al frente tenemos la iglesia de María Auxiliadora, construida en 1921, y que presenta una mezcla muy curiosa de estilos: torre neobizantina con elementos afrancesados y cobertura neorrománica.


Avenida Brasil, años 20

Seguimos por el mismo lado de María Auxiliadora y nos topamos con el Colegio Salesiano (n° 328), levantado en un terreno donde se encontraba la hacienda Breña, propiedad de Genaro García Irigoyen (la compra del terreno se hizo gracias a una donación del monseñor Teodomiro del Valle, obispo de Huánuco y Arzobispo elector de Lima, en 1897). De esta manera, se inició la construcción y el funcionamiento de una escuela primaria para varones regentada por los hermanos salesianos; en 1918, por Resolución Ministerial, se aprobó la Instrucción Secundaria convirtiéndose la escuela en el “Colegio Salesiano”. Al frente, uno de los locales más antiguos de la Iglesia Evangélica Peruana (n° 335), de tono celeste, con techo a dos aguas y vitrales de los años sesenta.

Seguimos y en la cuadra 4 ubicamos el colegio María Auxiliadora (n° 450), un elegante edificio de los años cuarenta; es el colegio de mujeres de la orden salesiana. Más adelante, en la misma cuadra, tenemos la Residencia de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados (n° 496), uno de los asilos para ancianos más importantes de Lima, construido por iniciativa de la benefactora Angélica de Osma Gildemeister (la Congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados llegó al Perú en 1898 y actualmente atiende a 400 ancianos en este asilo). Al frente –seguimos en la cuadra 4- apreciamos un interesantísimo condominio de chalets estilo suizo o tirolés, único en la zona (y en toda Lima) y casi inadvertido por el transeúnte; fue construido también en los años cuarenta.

El Hospital del Niño (cuadra 5) es uno de los edificios más conocidos y emblemáticos de la avenida Brasil; fue inaugurado con el nombre de Hospital de Niños “Julia Swayne de Leguía” el 1 de noviembre de 1929 por el presidente Leguía (en homenaje a su esposa fallecida en 1919). Juana Alarco de Dammert fue la que, junto a un grupo de damas limeñas, impulsó la construcción de este hospital, cuyo primer director fue el doctor Carlos Krumdieck. El terreno fue cedido por la Beneficencia Pública de Lima. Erigido, según se dijo entonces, con sujeción a los más nuevos dictados de la ciencia moderna; dotado de todo el material que requería su funcionamiento; y colocado bajo la dirección de un comité en el que figuraban facultativos especializados. Su apertura señaló gran acontecimiento en el desarrollo de la política asistencial, según Jorge Basadre.

Avanzamos y nos encontramos con el local de Tejidos San Jacinto (n°786), emblemática fábrica fundada por la familia Isola en 1896. En la cuadra 8 vemos el Teatro Astros (n° 863), en lo que fue el tradicional cine Diamante (en 1949, fue uno de los pioneros en mejorar el sonido de su exhibiciones al comprar un equipo rac-photophone) y, en la siguiente cuadra nos detenemos a contemplar una interesante quinta (n° 974), ocultada por unas rejas, que nos revela la arquitectura residencias de clase media de la Lima de los años 30. Otros ejemplos rescatables de arquitectura limeña de primera mitad del siglo XX son la hermosa casona estilo europeo que alberga la sede central del colegio Santa María de Breña (n° 1090) y una casona particular, de color cuarzo, en la cuadra 13 (n° 1330). Entre las cuadras 15 y 16 de la Brasil, en el cruce con la avenida Bolívar, apreciamos un moderno local de supermercados PLAZA VEA. En ese mismo lugar, hasta la década de 1980 funcionaba la Sinagoga sefardí de Lima, construida a finales de los años 30; al frente, una tradicional panadería y confitería llamada SALÓN DE TÉ.

La cuadra 17 es de particular importancia a nivel arquitectónico pues allí encontramos uno de los 10 monasterios de vida contemplativa en Lima. Se trata de las monjas agustinas del Monasterio de Nuestra Señora de la Encarnación (n° 1778) y de la iglesia del mismo nombre (n° 1780); hay misas de lunes a sábado a las 7:30 am. y a las 6 pm, y el rezo del rosario a las 5:30 pm. (en esos horarios se podría entrar). El monasterio fue inaugurado en 1943 y fue diseñado por el arquitecto Alfonso G. Anderson. Los padrinos de la obra fueron el entonces presidente de la república Manuel Prado y Ugarteche y su esposa Enriqueta Garlad; fue bendecido por el monseñor Pedro Pascual Farfán, obispo de Lima. Al costado del local del monasterio, hay una interesante agrupación de residencias de un solo piso, diseñadas por el mismo Anderson, rescatable ejemplo de la arquitectura residencial limeña de los cuarenta. Como dato curioso, al frente de este complejo, en la misma cuadra 17, observamos una casona construida en forma de castillo, con “torres” en todo el perímetro del techo, con fachada de tipo arabesco, todo un collage. Y como para constatar la diversidad de credos existentes en nuestra capital, en la siguiente cuadra tenemos la Iglesia Alianza Cristiana Misionera (n° 1864).


El presidente Belaunde en carro descubierto en el desfile militar de la avenida Brasil (1982)

Luego llegamos, entre las cuadras 22 y 23 al tradicional “óvalo” de la Brasil en el que todos los 29 de julio se levanta la tribuna principal para ver la Gran Parada Militar. Luego están el Hospital Central de la Policía “gral. PNP Luis N. Sánchez”, cuyo edificio fue inaugurado por el presidente Manuel Prado en 1961 (el origen de este nosocomio se remonta a la creación de la Dirección de Salud de la Policía el 12 de agosto de 1929 por el presidente Augusto B. Leguía), y el Hospital Militar, inaugurado por el dictador Odría en julio de 1956 y su ministro de Guerra (gral.) Enrique Indacochea. Cabe destacar que el terreno donde se encuentra el Hospital Militar estaba adjudicado, por el Estado, a la Escuela de Ingenieros (hoy UNI) para que construyera allí su nuevo local. Sin embargo, cuando las autoridades universitarias analizaron bien las proporciones del terreno y el diseño de los pabellones desistieron del proyecto. Fue entonces que el Ejército reclamó el terreno y el Estado se lo adjudicó en 1943; desde esa fecha se inicia la construcción del edificio que ahora vemos. Si bien es cierto Odría inauguró el local en 1956, recién en diciembre de 1957 empezó a funcionar como hospital; esta vez, la inauguración estuvo a cargo del presidente Manuel Prado y de su ministro de Guerra (gral.) Alejandro Cuadra.

Cruzamos el by pass y llegamos al Colegio de Jesús (cuadra 24); la Iglesia de Dios Vida Nueva (n° 3098); en la cuadra 35 una hermosa casona neo colonial donde ahora funciona la Asociación Mutualista Honor y Lealtad (AMHOLE) de la Policía de Investigaciones del Perú (n° 3558); vale la pena detenerse en esta casona. También en la cuadra 35 el vetusto cine Broadway, clausurado en 2005 al no aprobar la evaluación técnica de Defensa Civil; otra interesante casona de los años cuarenta, color cuarzo (n° 3784); y el famoso, allá por los años sesenta y setenta, restaurante de carnes y parrilladas La Querencia (n° 3920).

Ya al final de la Brasil, llegamos al la plazuela donde se encuentra el controvertido (por su diseño y proporciones) monumento a la Virgen María. Fue inaugurado por la Municipalidad de Magdalena del Mar en 1996 y su padrino fue el entonces Arzobispo de Lima, cardenal Augusto Vargas Alzadora. Se supone que la estatua gira totalmente gracias a un mecanismo que actualmente se encuentra averiado. Sus constructores explican que Las vigas inclinadas parboloides representan la prolongación de los brazos de la Virgen en actitud de protección a la comunidad de Magdalena; y que arquitectónicamente las bases de la columna y los brazos forman un triángulo equilátero cuyos vértices simbolizan al padre, Hijo y Espíritu Santo.

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Por la avenida Alfonso Ugarte

La primera gran transformación de Lima, en la época republicana, se dio entre finales del siglo XIX e inicios del XX; es decir, entre el gobierno de Nicolás de Piérola y el Oncenio de Leguía. Uno de los puntos centrales de dicho reordenamiento fue el trazado de nuevas avenidas con objetivos muy específicos. Unas eran de “circunvalación” y otras de “contacto”. La gran avenida de “circunvalación”, construida sobre el trazo de las antiguas murallas, fue el eje que comenzaba en la avenida Grau, seguía por el Paseo Colón y culminaba en la avenida Alfonso Ugarte (inaugurada en 1928) y en la Plaza 2 de Mayo. La Brasil, en cambio, era una avenida de “contacto” (como la Arequipa o la Colmena) que fue proyectada en 1899; con aproximadamente 5 kilómetros de extensión, partía del lugar que ocuparía la Plaza Bolognesi hasta llegar al litoral: comunicaba el centro de la ciudad con el mar hacia el noroeste.

En otras palabras, Lima se desarrolla bajo un esquema radial basado en la instalación de ejes (el anillo de circunvalación interna y las grandes avenidas) que unen el núcleo histórico de Lima con centros extra-urbanos (Miraflores, Barranco, La Punta, Chorrillos). Lima adquirirá un perfil y formato a través del plan urbanístico de Piérola (1895-99) y las obras de gestión municipal del alcalde Federico Elguera (1901-08). El modelo es París. Leguía no significó una ruptura radical con este modelo de ciudad. En realidad, su plan fue una versión más ampliada del mismo.

Empezamos nuestro recorrido en la Plaza 2 De Mayo, erigida en 1874 en homenaje a los participantes en el combate del mismo nombre. Ahora entramos a la avenida Alfonso Ugarte, altura de la cuadra 5. Esta arteria, junto con sus edificios (como el hospital Loayza, el de San Bartolomé o el Colegio Guadalupe), estuvo concebida como un paseo, a manera de bulevar, que seguía la traza de las antiguas murallas de la Ciudad de Los Reyes. Tenía cuatro “pistas” de ancho, faroles y unos baños públicos, a la altura de la cuadra 13, que hoy han desaparecido.

Primero nos encontramos con el Museo de la Cultura Peruana (cuadra 6). Construido en 1924, es la primera y única edificación pública radicalmente prehispánica del panorama urbano limeño. Fue financiada por el magnate y filántropo Víctor Larco Herrera. Para su construcción se convocó a un concurso, y el proyecto ganador fue del arquitecto Malachowsky. Su fachada es de ornamentación inca que agrega inusitados elementos preincaicos (un par de monolitos estilo tiahuanaco, de concreto). Según el arquitecto José García Bryce, la versión en cemento, burdamente ejecutada, de la piedra y de las formas escultóricas atentó contra el buen lucimiento de la obra, cuyo valor es más histórico que propiamente arquitectónico.


Museo de la Cultura Peruana

Luego, tenemos el Hospital arzobispo Loayza (cuadra 8), inaugurado por el presidente Leguía el 11 de diciembre de 1924, que reemplazaba al antiguo Hospital de Santa Ana y que, en sus inicios, estuvo bajo la administración de las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl (vale la pena entrar). De estilo neoclásico (similar al Palacio de Justicia), con reminiscencias del urbanismo francés de principios del siglo XX en su distribución interna, la obra fue diseñada por el conocido arquitecto Rafael Marquina e impulsada por la Sociedad de Beneficencia de Lima en 1922 en un vasto terreno propiedad de la misma institución y con una partida de 30 mil libras peruanas otorgada por el Congreso de la República. En ese entonces, Manuel Montero Tirado era director de la Beneficencia y el presidente de la Comisión de Obras, Augusto Pérez Araníbar. Al momento de su inauguración, el director de la Beneficencia era Manuel Augusto Olaechea. Los encargados de su ejecución fueron los ingenieros Enrique del Solar y Alejandro Garland. Frente al Hospital Loayza, apreciamos el actual edificio del Hospital Nacional Docente Madre-Niño. En 1924, se inauguró allí el Hospital Militar San Bartolomé, heredero del fundado en 1646 durante los años virreinales, y que luego se trasladaría, en 1956, a la avenida Brasil (hoy Hospital Militar); luego, entre 1956 y 1988, funcionó el antiguo Hospital de Enfermedades Neoplásicas (hoy en la avenida Angamos).

Continuamos nuestro paso por Alfonso Ugarte y, al llegar al cruce con la avenida Zorritos, entre las cuadras 8 y 9, está el edificio (construido en los años 70) donde funciona el local de Editora Perú, que publica el diario oficial El Peruano, fundado en 1825 por el Libertador Bolívar (por lo tanto, se ufana de ser el diario más antiguo de circulación nacional). Seguimos nuestro recorrido y llegamos a la Casa del Pueblo, local principal del Partido Aprista Peruano (cuadra 10) donde, hasta la década de 1930, funcionara el colegio Hipólito Unanue. La sede institucional del actual partido de gobierno es, en realidad, todo un complejo pues allí funciona un comedor popular, un policlínico, una farmacia, una academia preuniversitaria y una escuela de oratoria; esto sin mencionar el Aula Magna, donde se desarrollan las principales reuniones partidarias, y una singular “alameda” con los bustos de algunos líderes históricos del aprismo. Es también el local donde los apristas organizan su ya tradicionales mítines públicos, especialmente el del Día de la Fraternidad, el 22 de febrero, fecha del natalicio de su líder fundador, Víctor Raúl Haya de la Torre.

Seguimos nuestro camino y llegamos al cruce de Alfonso Ugarte con la avenida Venezuela (cuadra 11) y nos topamos con el supermercado METRO que ocupa el mismo lugar que, desde finales de los sesenta y finales de los ochenta, ocupó el antiguo supermercado SCALA GIGANTE (durante los años cincuenta e inicios de los sesenta funcionó, en este mismo lugar, la planta de la General Motors, que luego se trasladaría cerca de la Carretera Central, en el actual distrito de Santa Anita).

Continuamos nuestro camino y nos topamos con el inmenso local del Colegio Nuestra Señora de Guadalupe (cuadra 12). Sabemos que el llamado “Primer Colegio Nacional del Perú” fue fundado en 1841 durante el segundo mandato Agustín Gamarra. Sus fundadores fueron el hacendado iqueño Domingo Elías y el comerciante español Nicolás Rodrigo. En 1855, el presidente Castilla lo convierte en el Primer Colegio Nacional del Perú, para que los mejores y más destacados estudiantes de la nación ingresen y accedan a su enseñanza, formación y disciplina. Su antiguo local estuvo ubicado donde luego se erigió el edificio del Ministerio de Educación (en el Parque Universitario, barrio de Guadalupe, en las afueras de Lima). Allí permaneció por 66 años antes de trasladarse donde lo vemos hoy. El origen de este edificio se remonta a 1898 cuando se convocó a un concurso para dotar al emblemático colegio de un local adecuado. El proyecto inicial lo ganó Máximo Doig (arquitecto de la Casa de Correos) pero la obra fue concluida por Rafael Marquina y Bueno, arquitecto guadalupano. De estilo neoclásico, el bloque frontal se concluyó en 1909; la capilla y el bloque posterior, en 1911. El local fue concebido para satisfacer el sistema educativo de modelo francés; por ello, su traza es de retícula conformando 5 patios, cada uno de ellos destinados a una actividad escolar: patio de honor, patio de actividades recreativas, auditorio, capilla y tres patios de aulas; en el segundo nivel se emplazaba el internado, área de servicios generales-maestranza, comedor, talleres de instrucción, almacenes, etc. La obra fue concluida por Marquina en 1920. El inmueble es, principalmente, de ladrillo en su planta baja y los techos y carpintería en general, de madera. Actualmente, luce deplorable pues la pintura no va con su estilo neoclásico; además, el pórtico, de piedra labrada, se encuentra pintado: debe retirarse esa pintura para que la piedra luzca al natural.


Colegio Guadalupe

Al final de la cuadra 12, en el cruce con la avenida Bolivia, aún podemos ver la casona donde antes funcionaba una sucursal del tradicional Banco Wiese (hoy Scotiabank). Unos pasos más allá está el poco agraciado y lúgubre edificio (por su forma y color) de EL SEXTO, que fue construido alrededor de 1910-1915. Leguía lo convirtió en Comisaría del cuartel 6º, de ahí su nombre hasta la fecha. Sus muros perimetrales aparentan gran solidez y habría que investigar de qué material están fabricados (piedra, ladrillo o adobe). El área de la Prefectura, de horrible estilo Art-Déco, fue levantada durante los años 30. Gran parte del área funcionó como centro de reclusión hasta finales de los años 80. José María Arguedas en su novela El Sexto, refugiándose en el relato literario, nos dio cuenta de algunos detalles de la vida de los presidiarios de la otrora triste cárcel, ubicada en un lugar poco propicio puesto que, prácticamente, estaba en medio de la ciudad y le restó valor inmobiliario a la zona.

Olvidándonos un poco de estas historias carcelarias, caminamos por la misma cuadra 13 (frente a El Sexto) y nos topamos con un curioso condominio en forma de quinta, construido a finales de la década de los años 20 con el número 1372 (recomiendo ingresar al lugar). Salimos de la quinta y continuamos hasta el cruce de Alfonso Ugarte con la avenida España donde llegamos a una pequeña plazuela en honor a Leoncio Prado; el busto del héroe fue inaugurado en 1960. Frente a esta plazuela se encuentra el local, en un elegante edificio de los años 40, de la Asociación Guadalupana. Ya camino con dirección a la Plaza Bolognesi (cuadra 14) podemos apreciar el antiguo cine RITZ, (número 1431) pintado todo de celeste, y hoy venido a menos; nos cuentan que aún proyecta películas. Casi frente a este antiguo cine de barrio, apreciamos el local del Partido Popular Cristiano (número 1478), en una casona de los años 40.

Estamos ahora en la plaza Bolognesi, inaugurada en 1906 durante el primer gobierno de José Pardo y Barreda. El contorno de la plaza, con sus edificios residenciales, fue levantado en 1920 y, arquitectónicamente, presenta una línea de continuidad con el Paseo Colón, mas no con la avenida Alfonso Ugarte. Quizá menos elegante que la Plaza Dos de Mayo, el paisaje arquitectónico de la Bolognesi está mejor conservado.
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La plaza 2 de Mayo

Según Jorge Basadre, un decreto expedido en el Callao, al día seiguiente de la victoria frente a la Escuadra española, dispuso que se erigiese un monumento consagrado a perpetuar la memoria del combate del 2 de mayo de 1866. Un concurso, cuyas normas fueron señaladas por el ministro José María Químper, fue convocado en Francia al efecto. En la base debía haber cuatro estatuas de pie o sentadas representando a las cuatro repúblicas aliadas (Perú, Ecuador, Chile y Bolivia). En la cúspide, se colocaría la estatua de José Gálvez, máximo héroe de la contienda. En una de los cuerpos se grabarían los nombres de los que murieron en esa fecha y habría dos bajos relieves representando dos episodios del combate. Numa Pompilio Llona fue nombrado comisionado para intervenir en la construcción del monumento. El mármol y el bronce podían ser empleados en él. El costo máximo fue fijado en 40 mil soles, fue proyectado por el arquitecto Edmund Guilleume y el escultor León Cugrol, y ejecutado en París. El bello monumento tuvo algunos cambios de detalle en su diseño (la figura de Gálvez no estuvo en la cúspide, por ejemplo) y fue inaugurado en Lima durante el gobierno de Manuel Pardo el 28 de julio de 1874. Costó 220 mil francos; el transporte y la colocación no pasaron de 10 mil francos.

Como vemos, la Plaza 2 De Mayo fue erigida en 1874. En este mismo emplazamiento hubo, a finales del siglo XVIII, una portada neoclásica asociada a un camino con una serie de óvalos. Las fotos de la época muestran la discordancia entre el estilo y la magnitud del monumento en sí y los alrededores de la plaza, conformados por viejas casas de un piso. Cincuenta años después, en 1924 el magnate trujillano de ascendencia italiana, Rafael Larco Herrera, decidió regularizar el panorama circundante. De esta manera, financió la construcción de una serie de elegantes residencias a fin de obtener un complejo semejante a las parisinas Plaza de la Estrella (donde está el Arco del Triunfo) y Plaza de la Concordia (donde hay un obelisco del antiguo Egipto). El plano original lo diseñó el arquitecto francés Claudio Sahut y luego, con algunas modificaciones, el proyecto lo culminó el arquitecto polaco Ricardo Malachowsky. Se trata de ocho edificios de departamentos de tres pisos, muy semejantes pero no idénticos entre sí. Lamentablemente, el actual estado de la Plaza impide apreciar muchas de sus cualidades.

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Un testimonio colombiano de Lima (década de 1920)

El monseñor Rafael María Carrasquilla, eminente hombre de letras y enviado a Lima por el gobierno colombiano a las celebraciones del Centenario de la batalla de Ayacucho (1924), nos dejó sus impresiones sobre nuestra capital en sus Cartas de Lima (Lima: Imprenta Torres Aguirre, 1928). A continuación, algunos fragmentos de sus comentarios:

Lima, sin contar los lindos balneario de la costa, es una tercera parte mayor que Bogotá. Las calles de lo que podría llamarse la ciudad vieja son tan angostas como las nuestras; la mayor parte de ellas asfaltadas; algunas con piso de adoquines, sin que falten muchas toscamente empedradas, como las de nuestro barrio de Santa Bárbara. Por ellas circulan día y noche más de cinco mil automóviles, amén de tranvías, y es de admirar el prodigio permanente de que no haya catástrofe en cada esquina. Débese a los polizontes, respetados y obedecidos, a la habilidad de los conductores y –me parece a mí- al carácter peruano: porque cada “chauffeur” no sólo se preocupa de no ser atropellado, sino de no atropellar a los demás. Por eso las gentes de a pie atraviesan sin cesar y por cualquier parte, lentamente, de una a otra acera de la calle.

Las de Lima no están numeradas y conservan los nombres tradicionales, v.g. Santa Teresa, Padre Jerónimo, Mariquitas. Cada serie de calles lleva el nombre de jirón. El más concurrido es el de la Unión, de cinco cuadras de largo, que va desde la plaza de armas o de la Catedral, a la de San Martín. Es en Lima lo que la calle real en Bogotá.

Se compone la ciudad nueva, que crece como espuma, al occidente, en dirección al mar, de una red de avenidas, anchísimas, con amplias aceras para los peatones y dos vías destinadas a los automóviles, separadas entre sí por jardines floridos, con palmeras, árboles y estatuas. A uno y otro costado, se alinea una fila de palacios flamantes. Las casas particulares son de fábrica muy ligera. El piso inferior de paredes angostas, de adobes o ladrillos; el superior, de cañas entrelazadas; y no necesita más, puesto que los muros no tienen peso alguno que sostener. No hablo de las iglesias y conventos, que serán asuntos de otra carta; ni de novísimas construcciones, de varios pisos, de ladrillo y de cemento armado; ni de imponentes edificios coloniales. El Presidente ocupa el mismísimo palacio de Pizarro, que llena un costado íntegro de la plaza de Armas; si Felipe IV de España resucitara y viniera a vivir en la que fue mansión de los marqueses de Torre Tagle, hoy Ministerio de Relaciones Exteriores, no extrañaría sino el tarje de los criados y las bombillas de luz eléctrica, que reemplazan a la llama de las bujías en los macizos candelabros de plata y en las enormes lámparas artísticas cinceladas (p. 9-11).

Sobre el Centenario de 1924:

La iluminación de la ciudad ha sido un espectáculo de magia, digno de “Las mil y una noches”. Todos los edificios de la plaza de Armas, si excluir las altas torres de la Catedral, estaban dibujados en todos sus pormenores arquitectónicos, con líneas de fuego, sobre el fondo negro de las tinieblas nocturnas; y lo mismo las casas del girón de la Unión, y los palacios de las Cámaras y las nuevas avenidas y la elegante y solitaria torre de la Universidad de san marcos. En los arcos triunfales, erigidos a trechos, se destacaban con vivos colores los escudos heráldicos de las repúblicas bolivianas. Y las elevadas palmeras se hallaban cubiertas, alo alto de los estipes, y alo largo de las frondas, con innúmeras, diminutas bombillas eléctricas. Imagíneselas usted movidas por la brisa. Las estatuas de bronce tomaban, con aquella iluminación, la blancura transparente del alabastro. No había presenciado yo cosa semejante y, sin embargo, no me sorprendió como habría de esperar, porque no lo había visto, lo había soñado algunas veces.

El día 9 a las diez y media de la mañana, la misma hora en que empezó un siglo antes la batalla de Ayacucho, se cantó el Te Deum, seguido de la misa pontifical. A lo largo de la nave de la catedral limeña, que tiene cien metros de longitud, estaba alineadas cuatro filas de asientos, que dejaban ancha calle en el medio, y en ellas los embajadores extraordinarios de casi todas las naciones del globo; el Japón, incógnita del porvenir; el para nosotros ignorado Siam; China, cuyo origen se pierde en las brumas de la prehistoria; las estables y pacíficas monarquías de Suecia y Dinamarca; los recién nacidos estados de Polonia y Yugoeslavia; Alemania grande aunque vencida; Suiza, Holanda, la heroica Bélgica, tan pobres en extensión territorial como ricas en bienestar y cultura; Inglaterra, señora de los mares, y, por lo mismo, árbitro de las tierras que ellos bañan; Italia, cuna y relicario de la civilización; Francia, maestra del universo; la madre España, origen de todo lo que somos. Con los europeos, los de las repúblicas americanas, del estrecho de Behring al de Magallanes. Estaba los embajadores presididos por el de la Santa Sede Apostólica, acompañado de guardias nobles pontificios, con sus elegantes vestidos y con el mismo encrestado casco de los legionarios de Augusto.

Seguían los ministros residentes de muchas de las potencias aliadas; los senadores, diputados, magistrados d justicia, jefes del ejército y la marina del Perú; los delegados de parlamentos extranjeros, los huéspedes de honor, invitados por el Gobierno, el personal de embajadas y legaciones, los representantes de institutos científicos y literarios.

La sillería del coro, obra maravillosa de talla en madera, situada delante del altar mayor, estaba ocupada por el señor arzobispo de Lima y los obispos de las diócesis peruanas, los numerosos capitulares de la catedral, con sus amplias capas moradas, y los superiores de las órdenes religiosas. Cerca de la puerta mayor, sobre un estrado y dando frente al altar, se hallaban los presidentes del Perú y de Bolivia, con los ministros del despacho ejecutivo. Un gentío apiñado llenaba el resto del sagrado recinto.

En aquel concurso lo que imponía más no era la cantidad sino la calidad de las personas; porque había vencedores de la última guerra universal, estadistas y jurisconsultos, sabios y literatos y poetas de primera talla. La nave semejaba un jardín, por la variedad y viveza de los colores, en paños, sedería, áureos bordados, condecoraciones y plumajes. Cunado ocupé el asiento que me señalaron, en segunda fila, frente al púlpito y después de los congresistas colombianos, sentí calofrío.

La misa, al estilo de las de Perosí, compuesta por un sacerdote joven, educado en Roma, fue ejecutada por cerca de doscientos artistas. Después del evangelio, el ilustrísimo señor farfán, obispo del Cuzco, leyó una noble oración congratulatoria en que supo combinar la la fe y el patriotismo. En el momento de la elevación, las tropas estacionadas en la plaza, rindieron armas; resonaron las cornetas de los infantes, lo clarines de la caballería, los pífanos de la escuela Naval; y todos los concurrentes dentro del templo: católicos, protestantes, griegos ortodoxos, budistas y librepensadores, quebraron la rodilla ante el Señor Dios de los ejércitos, árbitro de la suerte de las naciones.

Terminada la misa, el concurso oficial desfiló, con rigurosa precedencia protocolaria y por ancha calle de honor, a palacio a saludar al presidente. La ceremonia es análoga a la que se observa con los reyes de España. Al salir, el ministro Lozano nos invitó a Guillermo Valencia, a Saavedra Galindo y a mí a subir a su automóvil. Cunado el carro se puso en movimiento, estalló en la plaza un inmenso aplauso y un ¡Viva Colombia!, que se fueron dilatando a nuestro paso, de calle en calle, en la multitud apretada en las aceras y en los balcones. Paró el auto, y vi flotar sobre la fachada de la Legación nuestra gloriosa bandera tricolor.

Por la tarde, se inauguró en una de las nuevas avenidas la estatua ecuestre del mariscal Sucre, modelada por el escultor nacional Lozano y fundida en esta ciudad. Fue el pago de una deuda de justicia y gratitud al vencedor de Ayacucho, al político sin mancha, héroe sin crueldades, triunfador sin orgullo, luchador sin envidia ni rencores; el más hábil en preparar la batalla, el más arrrojado durante ella, el más hidalgo con el vencido después de la victoria. Tocó al señor Arcaya, embajador de Venezuela, el discurso principal. Después de que terminaron los oradores, el ejército desfiló ante la estatua. Hace varios años está enseñado por oficiales franceses y me pareció muy bien disciplinado. En la caballería me llamaron la atención la alzada, brío y docilidad de los corceles, de razas, oí decir, chilena y argentina (p. 15-19).


Hipódromo de Santa Beatriz

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Coloquio de Historia en Quito (julio 2008)

Coloquio Internacional Bicentenario de la Independencia de la América Andina:
“Las primeras Juntas doscientos años después”
Homenaje a Alfonso Rumazo González

Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador
Quito, 21-23 de julio de 2008

La conmemoración del bicentenario del establecimiento de la Primera Junta Suprema de Gobierno de Quito, el 10 de agosto de 1809, así como el aniversario de la instauración de otras juntas similares en diferentes ciudades de Sudamérica (Sucre, La Paz, Caracas, Cartagena, Buenos Aires, Cali, Pamplona, Socorro, Bogotá, Santiago de Chile y Quito nuevamente), entre 1809 y 1810, constituyen una singular oportunidad para reflexionar sobre el pasado y el presente. Esta ocasión permite abrir el debate académico sobre la naturaleza de estas primeras juntas de gobierno, el significado que se les atribuyó históricamente, la dinámica social del proceso de ruptura colonial y el papel que la independencia ha jugado en la construcción de los imaginarios nacionales. Esta coyuntura también puede brindar la ocasión para ampliar notablemente el espacio del debate tanto sobre la historia de nuestros países, como sobre los factores que influyeron en la formación de las identidades nacionales.

La celebración actual del bicentenario demanda de nuevos conocimientos, de la aplicación de nuevos enfoques y del escudriñamiento de nuevas fuentes de información. Este proyecto pretende apoyar la afirmación de esta mirada crítica que toda nueva generación necesita tener sobre su trayectoria histórica. Participarán como expositores historiadores provenientes de Venezuela, Colombia, Perú, Bolivia, España y Ecuador. La asistencia a este evento no tiene costo pero se requiere inscribirse previamente en el Área de Historia de la Universidad Andina. Información: scabrera@uasb.edu.ec; pospina@uasb.edu.ec; vcastelo@uasb.edu.ec

Lunes 21 de julio
8:30 – 9:30 Primer panel: las primeras juntas
• Inés Quintero, “Soberanía, representación e independencia: Caracas 1808-1811” (Universidad Central de Venezuela, Caracas).
• Juan H. Jaúregui, “El movimiento juntista en La Paz”. (UASB – Universidad Mayor de San Andrés, La Paz)
• Isabela Restrepo, “La Junta de Santa Fé y la representación del Nuevo Reino de Granada” (Centro de Estudios en Historia, Universidad Externado de Colombia, Bogotá).
9:30 – 10:30 discusión
10:30 – 11:00 receso

11:00 – 12:00 Segundo panel: reacciones a las primeras juntas
• Alonso Valencia, “La gobernación de Popayán frente al gobierno autonomista de Quito” (Universidad del Valle, Cali).
• Ana Luz Borrero Vega, “Fidelidad e Insurgencia en Cuenca durante el período de la Independencia, 1808-1820”. (UASB – Universidad de Cuenca)
• Heraclio Bonilla, “La experiencia del Perú con las Juntas y la naturaleza de la participación política de la población nativa” (Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá).
12:00 – 13:00 discusión

receso

16:00 – 17:30 “Soberanía y representación en las primeras juntas”
• Inés Quintero (Universidad Central de Venezuela, Caracas)
• Juan Jáuregui (Universidad Mayor de San Andrés, La Paz)
• Isabela Restrepo (Centro de Estudios en Historia, Universidad Externado de Colombia, Bogotá)
• Guillermo Bustos (Universidad Andina)
17:30 – 18:00 Preguntas
18:00 – 18:30 Receso
18:30 – 19:00 Inauguración oficial (Ministros de Educación y Cultura, y Rector)
19: 00 Conferencia magistral:
• La contribución de Alfonso Rumazo al análisis histórico de la Independencia, a cargo de Jorge Núñez (Academia Nacional de la Historia, Sección Historia y Geografía de la CCE)

Martes 22 de julio
8:30 – 10:00 Tercer panel: los cabildos en la coyuntura
• Rocío Pazmiño, “Los Cabildos Constitucionales en los territorios de Quito, 1812-1813”. (UASB)
• Rodrigo de J. García Estrada, “Los cabildos antioqueños ante la crisis monárquica, 1809-1814”. (UASB – Universidad de Antioquia)
• Jorge Elías Lequernequé, “El partido de Piura y su reacción frente a la invasión napoleónica a España y a los sucesos ocurridos en la audiencia de Quito, 1808-1815”. (UASB – Universidad de Piura)
• Edda Samudio, “La experiencia juntista en Mérida (Venezuela). 1810-1811″ (Universidad de los Andes, Mérida, Venezuela)
10:00 – 11:00 discusión

11:00 – 11:30 receso

11:30 – 12:30 Cuarto panel: negros, castas e indios en la coyuntura
• Rocío Rueda, “Etnicidad y guerrilla. Participación de los esclavizados del norte de Esmeraldas en las guerras de independencia, 1809-1812”. (UASB)
• José Luis Belmonte, “Esclavos y libertos. Etnia y clase en el Caribe de la independencia”. (Universidad Pablo de Olavide, Sevilla).
• Pablo Ospina, “Participación indígena en el proceso de las juntas quiteñas”. (UASB)
12:30 – 13:30 discusión

receso

16:00 – 17:30 “Actores colectivos subalternos e independencia”
• Rocío Rueda (Universidad Andina)
• José Luis Belmonte (Universidad Pablo de Olavide, Sevilla)
• Pablo Ospina (Universidad Andina)
• Valeria Coronel (New York University – FLACSO)

17:30 – 18:00 Preguntas
18:00 – 18:30 Receso
18:30 – 19: 15 Conferencia magistral:
• Inés Quintero (Universidad Central de Venezuela, Caracas), “María Antonia Bolívar, la hermana monárquica del Libertador”.
19:15 Preguntas y discusión

Miércoles 23 de julio
8:30 – 9:30 Quinto panel: espacio público, plebe y mujeres en Quito
• María Elena Bedoya, “Prensa y periodismo en Quito: cultura escrita, espacio público y censura (1791-1810)” (UASB)
• Valeria Coronel V., “Corrillos y plebiscitos de la plebe, insurrecciones y motines de los indios: Aproximación al discurso político subalterno en la Audiencia de Quito durante la era de la Revolución”. (New York University – Flacso)
• Alexandra Sevilla, “Realistas y revolucionarias: las mujeres de la familia Calisto durante la revolución de Quito, 1809-1812”. (UASB, Quito).
9:30 – 10:30 discusión

10:30 – 11:00 receso

11:00 – 12:00 Sexto panel: fidelismo, constitucionalismo y memoria pública
• Juan Marchena, “Iluminados por la guerra. La generación militar de las Independencias en América Latina, España y Portugal” (Universidad Pablo de Olavide, Sevilla).
• Juan Luis Orrego, “Entre el fidelismo y el constitucionalismo: la acción contrarrevolucionaria de Fernando de Abascal, virrey del Perú (1806-1816)”. (Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima).
• Guillermo Bustos, “Memoria pública de la primera junta quiteña, 1809-1909”. (UASB)
12:00 – 13:00 discusión

receso

16:00 – 17:30 “Reacciones a la crisis peninsular y a la primera junta quiteña”
• Juan Luis Orrego (Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima)
• Ana Luz Borrero (Universidad Andina – Universidad de Cuenca)
• Alonso Valencia (Universidad del Valle, Cali)
• José Elías Lequernequé (Universidad de Piura)

17:30 – 18:00 Preguntas
18:00 – 18:30 Receso
18:30 – 19: 15 Conferencia magistral:
• Juan Marchena (Universidad Pablo de Olavide, Sevilla), “Iluminados por la guerra”.
19:15 Preguntas y discusión


Juan Pío Montufar, marqués de Selva Alegre, líder de la Junta de Quito (1809)

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La independencia del Perú: la demarcación territorial

Al proclamarse la independencia, el Perú debía definir el territorio que por derecho propio debía poseer. Los principios para establecer ese derecho fueron: del uti possidetis (tiene su origen en el derecho romano; la fórmula era: uti-possidetis ita possidatis, que quería decir “como estáis poseyendo así sigáis poseyendo”), de la libre determinación de los pueblos (derecho que tienen los pueblos que se declaran independientes de una metrópoli para formar estados soberanos, anexarse a otros para formar confederaciones o, decidir reunirse a una circunscripción distinta a la que venían perteneciendo al margen del principio de uti possidetis) y, eventualmente, de la acción descubridora y civilizadora.

Por el principio de uti possidetis, el nuevo estado debía ocupar el territorio del antiguo Virreinato peruano y éste incluía Maynas (devuelto al Perú por la Real Cédula de 1802); Tumbes y Guayaquil (que se reincorporaron al Virreinato por la Real Cédula de 1803); la intendencia de Puno (reincorporada en 1796); y el Alto Perú (reincorporado por el virrey Abascal hacia 1810 debido a las revueltas separatistas en Chuquisaca y la Paz).

Pero algunos de estos territorios tendrían destinos diferentes. La victoria patriota de Pichincha (1822), puso en juego el futuro de Guayaquil que antes había apoyado la independencia del Perú. Incluso envió una representación al Primer Congreso Peruano evidenciando su voluntad autónoma y libre de decidir su destino. Sin embargo, Bolívar, interesado en dotar de un puerto a Quito, decidió, sin consulta popular alguna, anexar Guayaquil a la Gran Colombia. Fue en ese contexto que San Martín llegó a dicho puerto a entrevistarse con Bolívar en julio de 1822. El hecho estaba consumado y el Perú nunca tuvo en los años posteriores una política para reinvindicar Guayaquil; se terminó aceptando el principio de “libre determinación” como si este hubiera funcionado realmente.

Caso contrario ocurrió con la provincia de Jaén de Bracamoros. Había pertenecido al Perú hasta 1739, año en que fue incorporada al Virreinato de Nueva Granada. Sin embargo, al aproximarse los tiempos independentistas, sus habitantes, actuando con absoluta libertad, decidieron proclamar su independencia en 1820 junto a Trujillo, Lambayeque, Piura y Tumbes. Fue un caso típico de “libre determinación” y desde entonces nunca Jaén dejó de pertenecer al Perú.

El destino del Alto Perú se tornó aún más complejo. Históricamente unido al Bajo Perú, desde 1776 pasó a formar parte del virreinato del Río de la Plata. Esta anexión fue muy criticada entonces, sobre todo por el virrey Manuel Guirior quien temía una crisis económica en el Perú al pasar las minas de Potosí a otro virreinato. Desde ese momento, el Alto Perú osciló entre las influencias de Lima y Buenos Aires hasta que el territorio se convulsionaría en la época de las juntas de gobierno de Chuquisaca y la Paz.

Pacificado por el virrey Abascal en 1810 su territorio se reincorporó al virreinato peruano por lo que el Alto Perú (o la Audiencia de Charcas) dependía políticamente de Lima al momento de la independencia. Sin embargo, luego de la victoria de Ayacucho, el general Sucre entró a Chuquisaca y reunió una asamblea en el antiguo local de la universidad San Francisco Javier donde 40 altoperuanos decidieron declarar su independencia respecto al Perú; esto ocurría el 6 de agosto de 1825. Luego de esta histórica decisión, llegaba Bolívar quien no opuso resistencia a la creación de una nueva república que llevara su nombre: Bolivia. De esta forma, se fraccionaba al Perú en dos a través de una maniobra divisionista e interesada de Bolívar y Sucre. La idea era restarle peso político, territorial y económico al antiguo Perú (los dos perúes, el Alto y el Bajo) en favor de la Gran Colombia para que ésta tenga supremacía en la futura Federación de los Andes.

Para algunos, Bolívar recogió los sentimientos regionalistas y autónomos que los altoperuanos habían desarrollado desde 1776; para otros, su inesperado nacimiento como República fue una suprema contradicción frente al ideal unitario del Libertador. La geografía también estaba en su contra: pocas zonas del continente quedaron tan aisladas del mundo externo como Bolivia. Su acceso al Pacífico a través del puerto de Cobija era prácticamente imposible debido a la presencia del desierto de Atacama; hacia el Atlántico, la antigua ruta comercial que llegaba hasta Buenos Aires estaba prácticamente abandonada.

Finalmente, el nuevo estado peruano quedó organizado en base al antiguo territorio del Virreinato del Perú que comprendía las audiencias de Lima y Cuzco. Posteriormente, Bolívar, en 1825, estableció en forma definitiva la demarcación interna con siete departamentos: La Libertad (ex-intendencia de Trujillo), Junín (ex-intendencia de Tarma), Lima, Ayacucho (uniendo las antiguas intendencias de Huancavelica y Huamanga), Puno, Cuzco y Arequipa.


Mapa del Perú (1865)

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La independencia del Perú: ¿concedida o ganada por los peruanos?

En 1971, cuando se celebraban los 150 años de la independencia nacional, dos historiadores, Heraclio Bonilla y Karen Spalding, sostuvieron que la independencia fue traída desde fuera y concedida, o impuesta, antes que ganada por los peruanos.

Ellos cuestionaron el rol de los criollos y sostuvieron que la ruptura con España fue consecuencia de la crisis general del sistema colonial español y, además, importada por los ejércitos de San Martín y Bolívar, fundando una sociedad aparentemente nueva pero en la que se prolongaron las estructuras del mundo colonial. Bonilla y Spalding consideraron incuestionable que las razones que trajeron a los ejércitos del Sur y del Norte obedecieron a la necesidad de garantizar la independencia de los nuevos estados sudamericanos.

Para Bonilla, el levantamiento de Túpac Amaru II fue la razón o el pretexto para continuar siendo colonia. En otras palabras: lo que Túpac Amaru hizo, probablemente sin querer, fue despertar un miedo muy grande entre la elite blanca sobre los tremendos riesgos en que podía incurrir si tuviera la osadía de separarse de España y, por consiguiente, verse en la circunstancia de tener que enfrentar sola a una movilización popular similar a la de 1780. En suma, Túpac Amaru no fue “precursor” de la independencia; por lo menos no la de 1821.

Esta polémica postura pretendía criticar una supuesta visión “tradicional” o “nacionalista” de nuestra independencia que se habría formado desde finales del siglo XIX: ante todo, una aventura del espíritu en la que los peruanos de diversos grupos sociales y de distintas opciones políticas fueron descubriendo la existencia del Perú como “nación” (desde los intelectuales criollos del Mercurio Peruano) hasta llegar a la necesidad inevitable de romper con España en 1820 cuando San Martín desembarcó en Paracas.

Por ello, en esta visión se ponía mucho énfasis en el papel de los “precursores” (como Juan Pablo Viscardo y Guzmán, José Baquíjano y Carrillo o Hipólito Unanue) y de las distintas rebeliones que “anticiparon” la independencia (como las de Túpac Amaru o Mateo Pumacahua). Esta tesis habría tenido el éxito de propalarse no sólo en los libros de historia sino también en los textos escolares y confundirse con la retórica patriota.


Casa de Mateo Pumacahua en el pueblo de Chinchero (Cuzco)

Lejos de polémicas, es evidente que sin el contexto militar de San Martín y, especialmente, de Bolívar, la independencia no hubiera sido posible. El Perú era el bastión de los realistas y los que habían optado por el separatismo no contaban con el poder militar suficiente para derrotar a los ejércitos del virrey. De otro lado, sí existió sentimiento patriótico, si por esto entendemos el apego al territorio y la convicción de que debía seguir su destino al margen de España.

Lo que pasa es que ese patriotismo fue canalizado de distintos modos por cada grupo de la sociedad:

1. Para los criollos, significaba liberarse de los peninsulares y tomar las riendas del nuevo estado.
2. Para los mestizos, implicaba enrolarse al ejército libertador y escalar posiciones, algo que no hubieran podido soñar al interior del ejército realista (por ejemplo, Gamarra, Castilla o Santa Cruz, todos mestizos, se valieron de su participación en Ayacucho para luego incursionar en la política y llegar a la presidencia).
3. Para los indios y los negros, la nueva república les abría nuevas posibilidades. Para los primeros, significaba la abolición del tributo; para los segundos, liberarse de la esclavitud. Lo cierto es que para muchos sectores medios y bajos de la población, los nuevos tiempos podían augurarles mejores canales de ascenso social.


Mateo Pumacahua, curaca de Chinchero: ¿precursor de la independencia?

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La independencia del Perú: el proyecto bolivariano

Al igual que San Martín, el curso de los acontecimientos en la América española hizo que Bolívar oriente su pensamiento a posiciones cada vez más autoritarias y pesimistas con respecto al carácter de los americanos. En efecto, alarmado por la anarquía desatada por las guerras de independencia, intentó frenar el desorden mediante una serie de proyectos y constituciones autoritarias, es decir, a una nueva versión de Despotismo Ilustrado.

Ya en 1815, en su conocida “Carta de Jamaica”, había confesado: los acontecimientos de la Tierra Firme nos han probado que las instituciones perfectamente representativas no son adecuadas a nuestro carácter, costumbres y luces actuales. Más tarde, en el Congreso de Angostura, celebrado en 1819, declaraba: La libertad indefinida, la democracia absoluta son los escollos adonde han ido a estrellarse todas las esperanzas republicanas… Que el poder legislativo se desprenda de las atribuciones que corresponden al ejecutivo. Así mostraba Bolívar su desilusión.

Desde muy temprano, se dio cuenta de que las ilusiones democráticas y republicanas eran incompatibles con la realidad americana. En la América española no había homogeneidad de razas, y la violencia y el analfabetismo latían entre los grupos populares. Para Bolívar, era necesaria esta apreciación realista de la sociedad para, a partir de allí, diseñar un programa de gobierno capaz de elevar las condiciones de vida: abolir la servidumbre de los indios y la esclavitud de los negros, fomentar la instrucción pública, y repartir la tierra entre los soldados y los indios alentando la propiedad privada y el libre comercio. La duda y el pesimismo de Bolívar fue si las clases altas iban a tolerar estos cambios y ver afectado su dominio tradicional.

Pero en el fondo, también desconfiaba de los indios y la gente de color. En 1826, al ver la anarquía desatada en su natal Venezuela, escribió: No hablaremos de los demócratas y de los fanáticos; tampoco diremos nada de los colores, porque al entrar en el hondo abismo de estas cuestiones, el genio de la razón iría a sepultarse en él como en la mansión de la muerte… Un inmenso volcán está en nuestros pies… ¿Quién contendrá a las clases oprimidas? La esclavitud romperá el yugo; cada color querrá el dominio.

Es por estas razones que Bolívar diseñó un proyecto autoritario para los países que había independizado. La llamada Federación de los Andes debía unir en un gran estado a la entonces Gran Colombia, Perú y la recién creada Bolivia. El proyecto, sin embargo, era más bien modesto, pues la idea original contemplaba la unidad política de toda América Latina. Pues bien, esta “Federación de los Andes” debía ser regida por una Constitución Vitalicia. En ella, el poder ejecutivo no sólo era fuerte y vitalicio, sino que además el presidente vitalicio -que no iba ser otro que el propio Bolívar- tenía la autoridad de elegir a su sucesor. Bolívar redactó: esta suprema Autoridad debe ser perpetua para evitar las elecciones, que producen el grande azote de las repúblicas, la anarquía.


Plaza Bolívar en Lima (1910)

Dotado de una gran inteligencia y de una personalidad avasalladora, Bolívar vino al Perú con muchas de estas ideas. Su presencia aquí fue muy polémica. A diferencia de San Martín, lo primordial para él era ganar la guerra contra los realistas. Esa fue su primera preocupación, luego vendrían los proyectos políticos. Por ello, no se detuvo ante nadie ni ante nada. Persiguió a sus opositores, especialmente a algunos miembros de la aristocracia peruana -como Riva-Agüero y Torre Tagle- quienes no toleraban su autoritarismo ni su idea de integrar al Perú a la Federación de los Andes.

La etapa bolivariana fue definitivamente el momento más dramático de nuestra guerra por la independencia. El Perú, ya desgastado económicamente, tuvo que seguir financiando esta empresa. Los cupos o contribuciones de guerra exigidos por ambos bandos, ya sea en dinero o en “productos” (alimentos, joyas, esclavos), aumentaron a niveles intolerables.

Quizá un último aspecto que destacar en Bolívar sea su apreciación realista de la guerra con España. A diferencia de San Martín, él no vino aquí con esa actitud romántica de tratar de convencer o ganar una “guerra de opinión”. No rehuyó el combate y, desde el comienzo, se preparó para la batalla final. Por ello, fue polémico y ocasionó reacciones encontradas. Parte de esto se podría comprender teniendo en cuenta que Bolívar venía de una realidad muy distinta a la nuestra. Venezuela no era tan compleja como el Perú. Por otro lado, su estilo intenso y avasallador contrastaban con el temperamento de los peruanos, más reservado y poco comunicativo.

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La independencia del Perú: ¿monarquía o república?

Antes de llegar al Perú, San Martín ya tenía un largo historial de sentimientos monárquicos que se fueron confirmando por sus observaciones de anarquía luego de la independencia de algunos territorios americanos, especialmente del Río de la Plata. Pensaba que un proyecto monárquico era el mejor remedio para evitar el desorden. Una monarquía autoritaria y centralizada a la manera de un despotismo ilustrado que buscara elevar la cultura la calidad de vida de las personas.

Su experiencia en la guerra por la independencia lo había convencido que los americanos aún no estaban preparados para vivir en una forma republicana de gobierno. En Chile, intentó sin éxito que sus ideas fueran aceptadas pero sintió que en el Perú estaba su oportunidad. No en vano aquí en Lima se encontraba la aristocracia más numerosa del continente.

¿Pero acaso San Martín pensaba fundar un Reino en el Perú y nombrarse a sí mismo soberano? Nada más alejado de la verdad. En todo momento, demostró no tener ambiciones personales. Quería la independencia pero también evitar a toda costa la anarquía. Los peruanos, según San Martín, no tenían experiencia de autogobierno, además la mayor parte de la población no era ilustrada y vivía en condiciones económicas muy precarias.

Fue en la Conferencia de Punchauca donde por vez primera San Martín expuso sin éxito sus planes monárquicos a los realistas. Pero más adelante, durante el Protectorado, llevaría a cabo pasos más firmes para convencer que su proyecto era el más adecuado a la realidad del Perú. Creó la “Orden del Sol” -siguiendo el modelo de la Legión de Honor francesa- para condecorar a los que prestasen servicios distinguidos a la Patria y así formar una aristocracia peruana; también reconoció los títulos nobiliarios concedidos en España como títulos del Perú; y, finalmente, envió una misión diplomática a Europa -presidida por el canciller Juan García del Río e integrada por el comerciante inglés James Paroissien- para buscar un Príncipe, Infante de Castilla de preferencia.

La institución que se encargaría de sembrar la idea monárquica fue la Sociedad Patriótica de Lima, fundada el 20 de enero de 1822, donde se llevaría a cabo el primer debate político sobre la mejor forma de gobierno para el Perú. Esta institución estuvo a cargo del principal colaborador del Protector, el rioplatense Bernardo de Monteagudo, a quien secundaba el sacerdote venezolano José Ignacio Moreno. El órgano de difusión de los debates de la Sociedad Patriótica fue el periódico El Sol del Perú.

Sin embargo, frente a todo este despliegue monárquico se fue formando un frente liberal-republicano encabezado por José Faustino Sánchez Carrión, el célebre “Solitario de Sayán”, quien, desde unas cartas firmadas con ese seudónimo, se había opuesto firmemente a los planes sanmartinianos. Para él, la monarquía era contraria a la dignidad del hombre: no formaba ciudadanos sino súbditos; es decir, personas cuyo destino está a merced de la voluntad de un solo hombre, el Rey. Sólo el sistema republicano podía garantizar el imperio de la ley y la libertad del individuo; finalmente, reconocía que la república era un riesgo, pero había que asumirlo.

Pero Sánchez Carrión no estaba solo. Sus ideas eran también compartidas por Toribio Rodríguez de Mendoza, antiguo redactor del Mercurio Peruano y rector del Convictorio de San Carlos, Francisco Javier de Luna Pizarro, Manuel Pérez de Tudela y Mariano José de Arce, entre otros. Ellos también desplegaron toda una retórica en favor de la república y sus ideas quedaron expuestas en el periódico La Abeja Republicana.

Pero la monarquía no llegó a echar raíces en nuestro país, a pesar de todos los esfuerzos de San Martín. España mismo la había desprestigiado. Para la mayoría de los criollos liberales, la monarquía española -que era el ejemplo más cercano que tenían- era intolerante y decadente. Lo mismo podía ocurrir en el Perú.

De otro lado, lo que pasaba en el Perú también desalentaba el proyecto. Por un lado, el monárquico Monteagudo, como ministro del Interior, había desplegado una imprudente política antiespañola en Lima: ordenó la confiscación de los bienes de los peninsulares por considerarlos contrarios a la independencia y a muchos los expulsó del país. Aparentemente, esto lo hacía con la aprobación de San Martín.

¿Esa actitud era acaso un preludio de la monarquía sanmartiniana? Muchos lo entendían así. Por ello, mientras aumentaba el desprestigio de San Martín también aumentaba la prédica republicana. Además, el ejército realista se encontraba intacto y controlaba la mayor parte del territorio peruano. La promesa de San Martín por libertar al Perú estaba cada día más lejos.


Entrevista de Guayaquil entre San Martín (derecha) y Bolívar (izquierda) el 26 de julio de 1822

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