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CELEBRACIÓN DE LA (ANTI)NOVELA

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Prólogo a Los últimos dioses del opio, novela de Yuri Vásquez.

Presentado el viernes 20 de diciembre en la Biblioteca Regional Mario Vargas Llosa

El título de la última novela de Yuri Vásquez inquieta. A primera vista, anuncia una explosión de placeres y excesos protagonizados por algún tipo de sociedad secreta o los devaneos de un grupo de muchachos al término de su primera juventud. Sin embargo, descubrirá el lector que Los últimos dioses del opio desafía cualquier pretensión de sistematización; por el contrario, desde el inicio nos introduce en un torrente textual, un desborde narrativo no apto para lectores que buscan alguna garantía en la lectura.

Para salvar esta expectativa y no declinar su lectura, el lector de Los últimos dioses del opio debería ensayar una actitud semejante a la que se tiene ante Rayuela, Tres tristes tigres o Los juegos verdaderos; es decir, desplegar una lectura abierta a la sorpresa, la indefinición, la desorientación, lo indecidible, lo fragmentario y lo diverso. Nada de lo que se pueda concluir en los primeros capítulos es definitivo. El argumento se reinventa en cada parte, episodio, capítulo y apartado; adquiere giros inesperados e introduce súbitas revelaciones. Empleo el término argumento en el supuesto de un hilo conductor que organiza un relato, pero, en realidad, se trata de líneas argumentales que se superponen entre sí, que se encuentran y desencuentran.

Calificarla como antinovela no significa denostar esta publicación. Es otorgarle al menos una explicación provisional a un proyecto literario sin precedentes en la literatura nacional y regional de los últimos 50 años, excepto por El zorro de arriba y el zorro de abajo, de José María Arguedas, Los juegos verdaderos de Edmundo de los Ríos o Bombardero de César Gutiérrez. Ello coloca a Los últimos dioses del opio en la línea de las novelas más disruptivas de la  literatura peruana y latinoamericana.

Lo anterior se explica porque Yuri Vásquez mantiene su propia agenda narrativa; no replica las tendencias que gran parte de los escritores mediáticos en el Perú se esfuerzan por emular; escritor insular, tardío y prolífico al mismo tiempo que se desafía a sí mismo en cada publicación. Por ello su narrativa, especialmente novelística, no se parece a nada de lo que habitualmente se lee.

La condición antinovelística de Los últimos dioses del opio se sustenta en la superposición de géneros literarios que la constituyen: autobiográfico (diario), dramático (teatro), narrativo (novela), epistolar (cartas), no ficción (crónica y ensayo) y metaficción (una reflexión sobre la ficción desde la misma ficción). Estos elementos dislocan la idea convencional de novela, lo que no es lo mismo que negarla. La novela ha demostrado, desde su origen hasta el presente, ser un género permeable a la influencia de otros géneros. De ahí que su renovación constante dependa de la capacidad de los narradores para hacer dialogar la novela con otros géneros aparentemente inconexos. Entonces, ¿cómo analizar un texto que a priori ya es un análisis? Sencillamente, absteniéndonos de aplicarle algún método que garantice un resultado; en cambio, habría que leer el texto desde adentro y describir cómo este ha desarrollado un reflexión estético-teórica.

También nos encontramos ante una metanovela. Un texto que no se plantea únicamente qué contar sino cómo contar una historia, por lo cual, a través de las vicisitudes de Erick Barúa, nos aproximaremos al conflicto esencial de esta novela: la búsqueda de la forma más adecuada para contar lo que se quiere contar. Por esta razón, Los últimos dioses del opio es, en última instancia, una reflexión sobre la escritura novelística desarrollada no en términos teórico-metodológicos sino en clave novelística, lo cual nos lleva a pensar que ciertos textos literarios adquieren la condición de reflexiones teóricas, pero expuestas en un registro estético.

Irrupción es el concepto más adecuado para definir esta publicación. Irrumpe en un contexto donde se escribe y se lee en coordenadas más referenciales con la historia nacional reciente o pasada. Habríamos esperado que una antinovela de estas dimensiones emergiera en alguna metrópoli latinoamericana o europea, o que su autor proceda de otras latitudes y escribiera en otra lengua. Pero Yuri Vásquez siempre estuvo aquí dedicado a escribir y, desde el momento que decidió publicar, nos viene ofreciendo una producción notable.

Corresponde al lector evaluar estos y otros aspectos. Erotismo, violencia política, realidad virtual, metaficción, supeditación de la ética a la estética, intertextualidad con la cultura de masas (epígrafes, canciones, filmes, novelas, series), los “errores” estructurales o formales, las conspiraciones de sociedades secretas, los vasos comunicantes, la dimensión dantesca del descenso moral del Dr. Leo Rubina y el acompañamiento del Dr. Dimas Zúñiga, “el flautista de Hamelín”, etc.

De lo que estamos seguros es que Los últimos dioses del opio inaugura no solo una nueva etapa en la narrativa de su autor, sino que recupera un nuevo modo de escritura y lectura de la novela.

 

Carlos Arturo Caballero Medina

Arequipa, 6 de octubre de 2019

 

LAS MÚLTIPLES VIOLENCIAS

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Publicado en Correo, 22 de febrero de 2015

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Un amplio sector de la crítica literaria peruana simplifica excesivamente la noción de violencia política en la literatura: Fuerzas Armadas vs. subversivos; terroristas y militares crueles; Ayacucho y Lima como escenarios exclusivos y referencias explícitas al conflicto armado interno (1980-2000).

La obra de Yuri Vásquez (Arequipa, 1963) discute estos tópicos. Témpanos y kamikazes (Tribal, 2014), su último libro de relatos, añade nuevos puntos de inflexión a las interpretaciones sobre la violencia del conflicto armado interno. La nota introductoria del autor descorre la génesis de sus libros. Vásquez anota que los escribió entre los ochenta y mediados de los noventa, es decir, durante casi las dos décadas que tuvo lugar el conflicto armado, circunstancia que no se debería soslayar, puesto que el desfase temporal entre su escritura y publicación suscita interrogantes sobre posibles enmiendas a las versiones preliminares, lo cual explicaría en parte su peculiar representación de la violencia: concretamente, Yuri Vásquez narra los intersticios de la violencia de los años ochenta y noventa, explorando sus múltiples facetas o lo que convengo llamar las violencias-otras: violencia simbólica, violencia sexual, violencia familiar, etc., son todas manifestaciones de la violencia política. Asimismo, explora ya no la macroviolencia de dimensiones colectivas y generacionales sino la microviolencia, es decir, las tragedias individuales y cotidianas de personajes que estuvieron ausentes en la denominada «literatura de la violencia política».

En tal sentido, Tempanos y kamikazes nos persuade de que toda violencia es política. 

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