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ANA DE LOS ÁNGELES. ¿LA PEOR DE TODAS?

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La cinta Ana de los Ángeles (2012), escrita y dirigida por Miguel Barreda, narra en dos tiempos la vida de Ana Monteagudo Ponce de León, desde su temprano ingreso cuando niña al Monasterio de Santa Catalina hasta sus últimos y agónicos días. La historia se enfoca en las sucesivas revelaciones divinas que condujeron a la joven Ana a tomar los hábitos bajo la orden de las monjas dominicas, las vicisitudes cotidianas que enfrentó para superar la oposición paterna, el recelo de sus compañeras de claustro y los cuestionamientos que pusieron a prueba su fe. No se trata de una versión libre del director sino de una producción que nace por iniciativa de las monjas del monasterio de Santa Catalina de Arequipa, cuya actual priora aprobó el guion base sobre el cual se realizó la filmación.

La narrativa en contrapunto es una buena elección en la medida que no se perjudique el desarrollo de la historia y de las secuencias que le dan continuidad. Lo primero que observo respecto a la estructura del relato es un escaso desarrollo de la trama. El narrador externo que nos sitúa en el contexto completa las secuencias no narradas de modo que facilita un recorrido más ágil de la historia sin detenerse en detalles; sin embargo, ese tránsito es tan rápido que la historia pierde profundidad, al punto que deriva en una acumulación de anécdotas más que en el despliegue de una historia compacta. La narración de la historia en la voz de la propia protagonista a manera de un monólogo retrospectivo le habría ganado al menos un mayor grado de introspección, cualidad que no es del todo apreciable en este filme porque la focalización del relato es intermediada por ese narrador externo. Precisamente, cuando la propia Ana de los Ángeles narra íntimamente sus revelaciones, son los instantes en que la historia gana en profundidad e interés sobre el personaje.

Las actuaciones en general no son muy convincentes. Adriana Cebrián, quien interpreta a la joven Ana de los Ángeles, no llega a conmover; su actuación fue demasiado discreta, llana y monótona, sin matices en la voz, gestos y movimientos que apreciar en un personaje que merecía un tratamiento a la altura de su complejidad. La narración alternada contrasta no solo el tiempo y las circunstancias sino también una interpretación más lograda por parte de Doris Guillén, cuyos mejores momentos fueron las interpelaciones en las cuales la beata se confrontó consigo misma. El reparto en general, salvo algunas pocas excepciones, no transmitió las emociones que requerían varias de las escenas, lo que se intenta compensar con un exagerado histrionismo que no suscita la cuota dramática necesaria para persuadir al espectador sobre la gravedad de la situación. Los castigos corporales que Ana de los Ángeles se autoinflige, sus milagros, las fallidas confabulaciones en su contra se imponen por la fuerza de una historia que avanza y por la evidencia de los hechos, pero no por el tratamiento orgánico de la trama o por la naturalidad de la actuación. Todo esto influye en que la cinta adquiera un marcado tono melodramático.

La banda sonora y el vestuario son de lo más sobresaliente. La música crea una atmósfera que predispone emotivamente al espectador. No obstante, es muy perceptible el doblaje de varias de las voces del reparto y de los sonidos ambientales, debido tal vez a la interferencia de sonidos actuales. A través de la música, el vestuario y la ambientación es posible apreciar el enorme esfuerzo de la producción por recrear las condiciones para una cinta de época. La puesta en escena privilegia, como era previsible, las locaciones al interior del monasterio y, ocasionalmente, algunas en exteriores. La fotografía de interiores cuidó mejor los contrastes en comparación con exteriores, aunque en algunos pasajes la intensidad de la luz saturaba de brillo. Justamente, una de las mayores dificultades que observo es la iluminación: el espectador se encuentra ante escenas resplandecientes, sino enceguecedoras, y otras densamente oscuras.

El lenguaje visual es muy discreto. La representación de los espectros fantasmales que atormentaban a la protagonista no convence del mismo modo que sí lo hace su alter ego tentador. En una cinta donde, según declaró su director, narrar la experiencia mística del personaje principal era uno de los objetivos centrales, debió sortearse las limitaciones técnicas o presupuestales con un lenguaje visual mucho más sugerente.

Una lectura ideológica nos revelaría muchas otras aristas socioculturales acerca de la recepción, circulación y representación de la subjetividad en esta cinta: gran parte de la opinión pública acogió con beneplácito este biopic, señal de que urge “re-crear” subjetividades fundacionales, integradoras, no sacadas del presente, sino del pasado, como si el pasado no fuera una construcción proyectada desde el presente.

La búsqueda de una subjetividad fundacional en el pasado desde el presente no es un discurso contrario al del mercado, sino complementario y diría hasta producto del mercado: no es que un director espontáneamente haya decidido ofrecernos una versión libre o polémica de Ana de los Ángeles para exhibir en circuitos alternativos. Esta cinta entró al circuito dentro de la lógica acorde a la distribución comercial: en horarios discretos pero en una cadena de cines que asegura audiencia masiva, situado en el corazón de un área dedicada al consumo. Y siguió el destino que el mercado asigna a la gran mayoría de cintas nacionales: una breve presencia en la cartelera.

Lo que advierto en la cinta es la acometida de capitales simbólicos que actualizan en la comunidad cierto modo de subjetividad: sumisión, no cuestionamiento de la autoridad; conservadurismo cultural, no transformación; el cuerpo femenino como espacio predilecto para la negociación familiar, el sacrificio, la penitencia y la reclusión; subversión contra una tradición (familiar) para fortalecer otra (religiosa), pero no sabotaje de tradiciones constrictoras de la subjetividad como lo son ambas.

La película de Miguel Barreda nos muestra a una Ana de los Ángeles indiferente ante la disidencia intelectual —en las antípodas de Sor Juana Inés de la Cruz, interpretada por Assumpta Serna en Yo, la peor de todas (1990), de María Luisa Bemberg— nada contestataria frente a la autoridad eclesiástica, sino por el contrario, dogmática, intransigente, conservadora, atribulada solo por su propio fantasma transgresor, pero no por la realidad que la interpelaba con la misma gravedad. Segura de sí cuando es abrazada por su fe pero vulnerable ante sí misma. El guion nos ofrece una historia que busca cautivar por la lucha en defensa de una convicción, pero también, invita a reflexionar sobre los excesos de una fe desbordada que en el ocaso de su existencia evalúa con impotencia la inutilidad del autosacrificio.

Ficha técnica
Título: Ana de los Ángeles
Año: 2012
Dirección y guión: Miguel Barreda
Género: drama
Duración: 100 minutos
País: Perú
Reparto: Doris Guillén, Adriana Cebrián, Eliana Borja, Claudia Campos, Roberto Damiani, Marta Rebaza, Carlos Corzo, Gloria Zúñiga

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