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Conversatorio sobre Mariátegui en el Dominó

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Arturo Caballero Medina

El sábado último, tuvimos la oportunidad de reencontrarnos después de mucho tiempo, algunos colegas de Literatura de Arequipa, Lima y Puno que desde hace algún tiempo radican en Lima donde ejercen la docencia universitaria. El encuentro ocurrió a propósito de una mesa de debate entre un grupo de profesores y alumnos de la Escuela de Literatura de San Marcos, convocados por Dorian Espezúa. El tema de la reunión fueron los Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana de José Carlos Mariátegui. En el café Dominó de la Plaza San Martín estuvimos reunidos, además, Giuliano Terrones (UNFV), Henry Rivas (UPC), Mauro Mamani (UNMSM) y Nécker Salazar (UNFV).

Algunos aspectos de la obra más emblemática del Amauta fueron tratados a lo largo del conversatorio. Respecto a la originalidad de Mariátegui, los presentes coincidimos en que su prosa ensayística sentó un precedente respecto a la estética literaria del ensayo. Si bien Facundo de Sarmiento o Ariel de Rodó transitan entre la novela y el ensayo, en los Siete Ensayos queda muy claro que se trata de una prosa de no ficción, pero que no deja de lado el aspecto estético de la prosa ensayística, es decir, en lo referente a la persuasión, la claridad y el abordaje directo y sin digresiones excesivas que caracterizan los ensayos de Mariátegui. Otro aspecto original de esta obra tiene que ver con su visión de la cultura. Los Siete Ensayos han sido considerados por la crítica contemporánea latinoamericana como un antecedente de los estudios culturales. El Amauta hizo lo que en los años 60 y 70 los marxistas ingleses disidentes de la militancia ortodoxa, entre ellos Raymond Williams, hicieron con el marxismo: aplicarlo como método para la explicación de fenómenos culturales, lo cual trasciende el ámbito tradicional de la economía y la sociedad. Los Siete Ensayos son precisamente eso, una aplicación del marxismo como método de interpretación de la cultura peruana. Sin embargo, la impronta de la determinación económica atraviesa todos los ensayos, aunque en el último, “El proceso de la literatura”, es más evidente el sesgo culturalista que el económico.

En relación con lo anterior, tenemos que en su análisis sobre la literatura peruana, Mariátegui es conciente de que su filiación marxista está presente; sin embargo, ello no es obstáculo para que elabore una lectura desprejuiciada de la obra de autores como Eguren o Martín Adán, cuyos textos no encajaban en lo que se consideraba como literatura revolucionaria o progresista y que, además, fuera catalogada por algunos críticos marxistas locales como no comprometida, esteticista o burguesa. Por el contrario, a Mariátegui, el marxismo no le impidió desarrollar un juicio estético de la literatura.

Uno de los puntos finales con el que cerramos el conversatorio estaba relacionado con la vigencia de su pensamiento. En lo referente a la cultura, podemos afirmar que Mariátegui tuvo una visión dualista de la realidad cultural peruana. Al inicio de “El proceso de la literatura” puso especial énfasis en que la literatura y la cultura peruana estaba dividida entre los hispánico y lo quechua y que, en consecuencia, subsistía una jerarquía en la que lo quechua era marginal. Esta apreciación dualista de la cultura deja de lado todas aquellas manifestaciones no hispánicas y no quechuas que también luchan por obtener reconocimiento. Hoy en día, esa postura es insostenible si tenemos en cuenta la realidad multicultural del Perú. También hubo espacio para comentar las afirmaciones del Amauta sobre las razas. Su valoración del aporte de la raza negra es peyorativa: para Mariátegui el elemento negro aportó su sensualidad y fue casi inocua su participación como enriquecimiento de lo local; sobre los coolíes chinos que llegaron a cultivar los campos de arroz en la costa aportaron solamente su fuerza de trabajo pero fueron reticentes a integrarse a la cultura local. En contraposición, pareciera lamentar que los conquistadores españoles carecieran del espíritu aventurero y verdaderamente colonizador del pioner norteamericano. Flota la idea de que Mariátegui hubiera preferido que los ingleses hubieran conquistado estos territorios.

Respecto a la política y a la sociedad, el proyecto de la modernidad fue vital para el autor de los Siete Ensayos. La modernidad fue un anhelo para el liberalismo y el socialismo solo que diferían en la manera cómo llegarían a ella, o sea, en quien concentraría el control de los medios y los modos de producción. El liberalismo no se desarrolló a plenitud en la naciente República porque el espíritu feudal persistía en el inconsciente de nuestra burguesía, a la cual Mariátegui critica por no ser emprendedora como la chilena, sino más bien, acomodaticia, depredadora y corrupta. Censura a la burguesía peruana por no contribuir al desarrollo de un proyecto nacional y por coludirse con los intereses comerciales de corporaciones extranjeras. No obstante, se desliza la idea de que a Mariátegui el liberalismo no le es tan nefasto, es decir, el liberalismo político que apunta a la igualdad de todos individuos frente a la ley y que rechaza la sociedad estamental o de castas y que propone una sociedad constituida por ciudadanos. Al respecto, Mariátegui reflexionó extensamente sobre el rol protagónico del indio en la sociedad peruana. Siguiendo la línea de González Prada, quien consideradaba al indio como el elemento más representativo del verdadero Perú, al Amauta le preocupó mucho la integración del indio al aparato económico. No podría existir una real modernización de la sociedad (tanto económica como sociocultural) si es que persistía aquella actitud característica de nuestra naciente burguesía: liberales en la sala, pero feudales en la cocina. Como señaló en su ensayo sobre el problema del indio, este era de carácter eminentemente económico. Mariátegui concibe que mientras el indio no sea “ciudadano” poco o nada se podrá hacer para consolidar una República moderna en el Perú, porque subsistirá el espíritu feudal-oligárquico en la clase dirigente.

Muchas otras ideas quedaron pendientes de discusión, pero el conversatorio estuvo muy animado, sobre todo por la participación de los alumnos quienes no tuvieron reparos en exponer sus propios puntos de vista acerca de la obra de Mariátegui y sobre la bibliografía crítica de los Siete Ensayos. Mi conclusión particular es que si la crítica renuncia a la toma de postura, a la aventura de lanzar una interpretación propia, pierde originalidad, no porque siempre debamos tener el imperativo de decir algo totalmente nuevo, sino porque si la crítica y la teoría se limitan a repetir sin procesar, nos convertiríamos en simples divulgadores cuando de lo que se trata es de dialogar con los discursos, apropiarnos de ellos, hacerlos nuestros en el mejor de los sentidos, imprimiéndoles nuestro sello personal. Esto fue, a mi parecer, la mayor lección que nos dejó José Carlos Mariátegui: “ni calco ni copia”. El marximo no puede ser dogmático.

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