Publicado en Diario Viral, Arequipa 6 de marzo de 2021
Un joven estudiante de derecho radicado con su familia en Lima retorna a su ciudad natal luego de algunos años de ausencia. Esta breve aunque significativa estancia es el punto de partida de una vorágine de recuerdos que lo impulsan a escribir un cuaderno y a reflexionar sobre su inestable presente y un futuro aún más incierto. Las viejas y estrechas calles de pueblo tradicional, las antiguas viviendas, el recuerdo de su hermana menor, la reciente ruptura con su novia y el deterioro de las relaciones familiares componen los recuerdos del protagonista. Decir umbral (extravío) (Arequipa, El Lector, 2017), segunda novela de Roberto Zeballos Rebaza, plantea una estrecha relación entre la escritura y la memoria.
El trabajo de la memoria emprendido por el narrador personaje consiste en hurgar en la historia familiar reconstruyendo fragmentariamente su relato de vida sin la intención de descubrir algún momento fundamental en el que su vida se haya echado a perder. Por el contrario, se interroga sobre ciertos acontecimientos vitales que en conjunto determinaron su situación actual: apatía laboral, frustración amorosa y profesional, resentimientos familiares de diversa índole y una creciente tendencia a vivir en un pasado que se evoca con amarga resignación y una mínima nostalgia.
La novela posee un ritmo bastante pausado producto de una prosa, en varios pasajes, innecesariamente abundante y circular. El protagonista rememora las mismas descripciones minuciosas y extensas de lugares y personajes. En algunas partes, ofrece cuadros familiares y sociales de notable profundidad analítica cuya intensidad declina cuando se repiten o extienden. Es así que nos plantea más la descripción de un estado que el desarrollo de un argumento.
La perspectiva del narrador personaje es propicia para la introspección. Una de las virtudes de esta novela reside en el análisis de la subjetividad del yo narrador a partir de sus relaciones con otros sujetos. La mirada que el protagonista proyecta hacia los otros y su entorno le permite luego una autoevaluación crítica, para nada complaciente, pero sin propósitos de enmienda. Los espacios, objetos y personajes observados son motivos para comprenderse a sí mismo: “Me acucia a veces, un deseo de trasladar al presente sensaciones ya olvidadas del pasado, a fuerza de reconocer, con aquella nueva mirada, estos lugares de mi vida de antaño”.
Lima es el único referente espacial plenamente identificable. El pueblo, las calles, las viviendas y costumbres de la gente sugieren la Arequipa de mediados a fines de los noventa donde el paisaje rural ha cedido al avance de la ciudad, mientras que los comercios han tomado por asalto las viejas casonas del centro histórico el cual luce decadente y vetusto. El desarraigo físico y afectivo acompañan constantemente al protagonista. Los recuerdos adquieren un tono grave y opaco alternándose con breves episodios de alegría. Katia, hermana del protagonista, fallecida en circunstancias poco esclarecidas, es una presencia constante en sus recuerdos. La íntima relación afectiva con su hermana suscitan conjeturas varias sobre esta atracción fraternal: “lo nuestro Katia, era (aunque irreal) algo íntimo, solemne y de viejo señorío, donde no cabían el menosprecio ni las sonrisas condescendientes o la incomprensión”.
El umbral es para el protagonista una zona de indefinición inicialmente de tránsito, pero que luego se convierte en un lugar de residencia. La atmósfera narrativa es la de un espacio etéreo que la escritura de la memoria intenta esclarecer: “Se me ha ocurrido, sin embargo, pensar más detenidamente en todas estas cosas y, lo que es más dejarlas por escrito, a pesar de que cuando por algún motivo me han venido a la mente (…) he tratado, hasta ahora, de asfixiarlas con otros pensamiento”. La idea del umbral define con precisión el concepto argumental de esta novela: un personaje situado a medio camino entre la realidad cotidiana y la introspección, entre el presente y el pasado.