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Demian y la rebeldía intelectual

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“El pájaro rompe el cascarón. El huevo es el mundo. El que quiere nacer tiene que romper un mundo. El pájaro vuela hacia Dios. El Dios se llama Abraxas”.

Durante los años 60, Hermann Hesse fue el escritor de cabecera de aquella joven generación que en Europa inició una corriente de cambios sociales cuya influencia todavía se percibe hoy. Este escritor alemán obtuvo el reconocimiento del gran público en virtud de algunas de sus obras más notables entre las que destacan El lobo estepario, Sidarta, Demian, Bajo la rueda, El juego de los abalorios, El último verano de Klingsor y las colecciones de relatos que reúnen su narrativa breve. En todas ellas, encontraremos que el protagonista principal de las historia narradas son, usualmente, jóvenes excéntricos con grandes inquietudes intelectuales, atribulados por dilemas existenciales y con un acendrado espíritu rebelde. Al respecto, Max Demian es el prototipo del adolescente intelectual y existencialmente rebelde.

Demian (1919) fue publicada luego de la Primera Guerra Mundial durante un periodo caracterizado por una fuerte crítica contra el racionalismo y el positivismo del siglo XIX. Los horrores de la guerra marcaron a la sociedad europea e impactaron tanto en los intelectuales como en los artistas. Hermann Hesse vuelca en esta, así como en otras de sus novelas, conocimientos provenientes del saber occidental y místico oriental concernientes a la religión, literatura, filosofía y artes. La introspección psicoanalítica, el irracionalismo nietzscheano, el gnosticismo (tendencia religiosa ecléctica que busca la integración de los credos religiosos) y el cristianismo conforman los referentes culturales específicos de Demian, que aparece en un momento de notable agitación política, social y cultural: el periodo de entreguerras.

Este periodo vio la consolidación de los movimientos históricos de vanguardia que en Europa pregonaban la subversión de los cánones estéticos en aras de la construcción de un arte y de un hombre nuevos. Si bien todos los movimientos de vanguardia compartían su rechazo a la tradición, cada una difería en la manera cómo se la debía enfrentar. Cabe resaltar que no solo fueron un conjunto de movimientos que apuntaban a cuestionar lo artísticamente establecido, sino que también se constituyeron en una plataforma para cuestionar a la sociedad burguesa, sus costumbres, creencias y estilo de vida.

Este aspecto es tratado en algunas novelas de Hesse de una manera reflexiva más que contestataria o panfletaria en el sentido ideológico. Es decir, a diferencia de los manifiestos futuristas, dadaístas, surrealistas y similares, y de las exposiciones artísticas desafiantes que brindaban la oportunidad a los artistas nuevas de enfilar sus críticas contra las instituciones tradicionales artísticas, sociales y políticas, en Hesse encontramos una reflexión intimista que más que plantear certezas siembra dudas constantes que mueven a sus protagonistas a una búsqueda constante del sentido de su existencia. Sucede así con el joven Sidarta quien abandona la comodidad de su hogar y de los cuidados familiares para emprender una larga y, por momentos, dolorosa búsqueda del saber. Su familia pertenece a una connotada casta de los brahmanes en la India, lo cual no lo disuade en absoluto de sus propósitos. Al final de sus días, comprende que no podía obtener la comprensión de los misterios de la vida solo con estudios sino sobre todo con experiencias, tanto amargas como gratificantes. El joven Hans de Bajo la rueda vive el dilema de no experimentar la alegría propia de su edad porque los planes que tiene su padre para él se superponen a sus propios anhelos. La exigencia paterna por lograr ascender socialmente lo obliga a estudiar en un renombrado liceo de Berlín al que ha llegado por sus propios méritos académicos, pero sin la convicción de estar allí porque lo desease. El estudio espontáneo de diversas materias se convierte luego para él en un fastidio, en un lastre que le impide desarrollar sus inquietudes. Esta situación se agrava en un entorno que no favorece la crítica al conocimiento, sino más bien, el anquilosamiento del saber. Por su parte, Emil Sinclair, en Demian, pertenece a una familia acomodada que goza de ciertos privilegios. En estas tres novelas, vemos que la clase social impregna ciertas características a la personalidad de los individuos de las cuales parece que no pudieran escapar. Sin embargo, se plantea la posibilidad de cuestionar tal modo de vida a partir de una reflexión que indaga en el propio ser acerca de lo que es mejor para uno mismo. De esta manera, las novelas de Hermann Hesse constituyen una crítica a la sociedad burguesa y a las pretensiones de las clases emergentes que a toda costa desean lograr el ascenso social.

En lo referente a Demian, es notable la influencia del existencialismo, una de las tantas corrientes de vanguardia, sobre todo del pensamiento de Soren Kierkegaard quien durante el último periodo de su pensamiento desarrolló un planteamiento crítico sobre el pensamiento cristiano. Este filósofo danés consideraba que tener fe implicaba tener dudas. Es decir, tener fe en Dios significaba a la vez dudar de su existencia. De esta manera, la duda se convierte en una parte racional del pensamiento de la persona, ya que sin ella la fe no tendría una sustancia real; la duda como un elemento esencial de la fe. Ello obliga al narrador-personaje a cuestionar sus propios saberes para lo cual tiene que mirarse hacia adentro. Esta interiorización del mundo de los personajes a la manera de una introspección fue característica de los movimientos de vanguardia en narrativa. De esta forma, el lector puede contemplar los estados anímicos del personaje. Por otro lado, también se evidencia la influencia del existencialismo en la actitud de Max Demian quien es un librepensador que no admite por cierto ningún saber preestablecido si es que no se somete a crítica. Recordemos que el existencialismo planteaba la ausencia de alguna fuerza trascendental que actuara sobre el ser humano a quien lo definía como libre y totalmente responsable de sus actos.

Nietzsche también asoma entre los diálogos sostenidos por Demian y el joven Sinclair. No directamente, pero las alusiones son más que directas. El autor de Más allá del bien y del mal fue un crítico frontal de la religión en especial de la tradición judeocristiana, pero a la vez fue un denodado lector del pensamiento religioso que sometía a crítica. La subversión de los valores religiosos establecidos fue el principal propósito de su Genealogía de la moral y de Más allá del bien y del mal. La impronta nietzscheana en Demian la hallamos en los pasajes en los que Demian cuestiona la interpretación tradicional de la historia de Caín y Abel. En cuanto tuvo la oportunidad de hacerlo, Max Demian expuso su punto de vista acerca de las clases de religión que recibía en el colegio. A lo largo de la trama, Demian incentiva en el joven Emil Sinclair una actitud crítica frente al conocimiento tradicional recibido en las aulas. Demian no tiene reparos en cuestionar el conocimiento e incluso plantea una interpretación diferente: considera a Abel un cobarde y a Caín como un valiente. A Emil Sinclair le cuesta mucho en un principio adaptarse al cambio, salirse del molde, de la seguridad que le brinda el saber que todo está en su lugar. Por ello, de alguna manera, Demian se deja como una metáfora del pensamiento inconforme de la época, lo cual también sucedía con otras obras artísticas del periodo de entreguerras.

Respecto a la estructura narrativa, Demian no destaca por un despliegue notable de las nuevas técnicas narrativas a la manera de los novelistas norteamericanos, ingleses o franceses. Se la puede clasificar dentro de aquel subgénero conocido como novela de crecimiento o novela de desarrollo (“Bildungsroman”) en la cual el protagonista experimenta, a lo largo de su vida, una serie de experiencias que lo forman como sujeto de las que el lector es un espectador privilegiado. Característico de las novelas de formación es que el personaje principal atraviese momentos de seguridad y de conflicto que se alternan constantemente, lo que contribuye a afianzar la idea de que nada es totalmente definitivo sino que la formación dura toda la vida, es decir, que siempre estamos en constante aprendizaje. A parte de Hesse, otros escritores europeos de vanguardia también incursionaron en la novela de formación con obras que son un referente actual de este subgénero: Retrato de un artista adolescente, de James Joyce; En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust; La montaña mágica, de Thomas Mann; y Las tribulaciones del estudiante Törless, de Robert Musil. En el Perú, novelas importantes de este tipo son La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa y Los ríos profundos de José María Arguedas.

Al respecto, Emil Sinclair es un jovencito que al inicio es prisionero de una mentira: afirmó que fue capaz de robar manzanas de una huerta por lo cual Kromer, otro muchacho algo mayor y abusivo, lo extorsiona bajo la amenaza de contárselo a sus padres. Demian entra en la vida del joven Sinclair cuando aquel lo libera de la extorsión de Kromer, quien intimidado por la amenaza de Demian, nunca más molestó a Sinclair. Luego de esto, la experiencia de conocer a Demian resultó cada vez más fascinante para él: admira su determinación, su sabiduría y su belleza. El aprendizaje de vida del joven Sinclair radica en asumir que, además de no conformarse con aquello que le dicen, tiene derecho a pensar por sí mismo y a seguir sus propias convicciones. Por periodos, Sinclair interrumpe este proceso de aprendizaje, ya que luego de la escuela perdió contacto con Max Demian. Sin embargo, diversas situaciones lo hacen evocar cada cierto tiempo la figura de aquel enigmático compañero que según los rumores, mantenía una relación extraña con su propia madre.

El despertar de la sexualidad es también un tema que atraviesa esta novela. La atracción que Demian ejerce sobre Emil Sinclair es distinta a lo largo de su vida. Primero se trata de una admiración intelectual, luego emotiva y después estética si es que estas tres no se superponen a la vez. Demian sabe que llama la atención de Emil y lo conmina a reconocer que efectivamente es así. Es como si supiera lo que piensa Emil. Si bien no se evidencia directamente una relación afectivo-amorosa entre ambos, por momentos nos damos cuenta que Demian realiza el papel de seductor, rol que es correspondido por Emil en la medida que “cae rendido” ante aquel: conocerlo fue una marca que lo acompaño durante toda su vida. No obstante, no deberíamos interpretar esta relación como una alegoría de la homosexualidad juvenil, sino como la admiración en su máximo esplendor por descubrir que todo puede ser diferente si nos proponemos observarlo desde otra perspectiva.

Vinculando lo anterior con algunas propuestas de los movimientos históricos de vanguardia en Europa, podemos concluir que Demian contiene un discurso que dialoga con algunas características de la vanguardia europea de entreguerras y con el pensamiento humanístico de la época. Además, a través de esta novela, es posible hallar una actitud de subversión de lo establecido, lo cual está en directa concordancia con la propuesta de la vanguardia. Lo que tiene de particular la obra de Hesse, en especial Demian, es que dicha subversión no necesariamente se basa en la eliminación de lo establecido sino en lograr una síntesis de los opuestos. Es decir, no se trata de una negación absoluta, sino de una negación que permite el avance, a la manera de la doble negación hegeliana. Por todo ello, Demian permite apreciar la influencia del pensamiento de la época, marcado por la desazón respecto al progreso y la modernidad, y el valor y la defensa del pensamiento libre.
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