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NO QUIEREN TANTO A MARIO

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El lunes pasado, Mario Vargas Llosa recibió el doctorado Honoris Causa otorgado por la Universidad Católica de Córdoba. Su visita a “La Docta” coincidió con la noticia del fallecimiento de Margaret Thatcher, en medio de una abierta guerra fría entre el gobierno de la Nación y la ciudad de Buenos Aires por la catástrofe que dejaron las inundaciones en la ciudad de La Plata, y previa al anuncio de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner acerca de la democratización de la justicia en la Argentina. El auditorio lucía repleto pero no desbordado, a diferencia de lo que podría suceder en Lima o Arequipa durante la antesala de una presentación de Mario Vargas Llosa.

Mario no leyó un discurso. Expuso una serie de temas recurrentes en sus últimas intervenciones: la literatura y su capacidad para enfrentar la falta de libertades, el potencial cuestionador de la literatura frente a la realidad que nos tocó vivir, la situación de la información en un contexto de intenso desarrollo tecnológico y la falta de referentes estables para evaluar el arte. La Universidad Católica de Córdoba, primera universidad privada de Argentina, ofrecía un marco bastante confortable para el novelista, no solo por la moderada asistencia sino porque no habría la posibilidad de que irrumpieran manifestantes para interrumpir la ceremonia, como sucedió semanas atrás en la Universidad de Lima, y porque ideológicamente, tampoco habría protestas estudiantiles ni de docentes repudiando su llegada, como posiblemente ocurriría en la Universidad Nacional de Córdoba.

Algunos de los principales medios de comunicación de la ciudad y el país, sobre todo los opositores, aprovecharon la ocasión para destacar la trayectoria de Mario Vargas Llosa a favor de la democracia y la libertad. Y es que el autor de La ciudad y los perros no es una figura desconocida para la política y la opinión pública argentina. En 1976, a siete meses del golpe militar, en calidad de presidente del PEN Club Internacional, fustigó severamente al gobierno de facto en su “Carta al General Jorge Rafael Videla”, donde lo instó a cesar la persecución contra escritores e intelectuales opuestos al régimen. Sus posteriores intervenciones sobre la realidad argentina adquirieron otro tono. En mayo de 2009, concedió una entrevista al diario italiano Corriere della Sera; allí declaró que “Cristina Fernández es un desastre total. Argentina está conociendo la peor forma de peronismo: populismo y anarquía. Temo que sea un país incurable”.

En 2011, pocos meses después de haber sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura, fue invitado a inaugurar la Feria Internacional del Libro en Buenos Aires. Horacio González, director de la Biblioteca Nacional, dirigió una carta el presidente de la Cámara del Libro en la cual le solicitaba reconsiderar la invitación al flamante Premio Nobel sugiriendo que en su lugar se diera la oportunidad a algún escritor argentino “en condiciones de representar las diferentes corrientes artísticas y de ideas que se manifiestan hoy en la sociedad argentina”. Seguidamente, junto a otros intelectuales argentinos, buscó adherentes para impedir que Vargas Llosa inaugure la feria. La réplica de Vargas Llosa no se hizo esperar. “Piqueteros intelectuales” inicia saludando la decisión de la presidenta argentina aunque advierte que “obedientes, pero sin duda no convencidos, los intelectuales kirchneristas dieron marcha atrás”. Horacio González duplicó con “Largas a Vargas”, extenso artículo que saca a relucir la bronca de González luego de que Cristina Fernández le indicara retirar su carta más que mostrar razones atendibles para explicarla.

Finalmente, Vargas Llosa dio el discurso inaugural. “La libertad y los libros” se deja leer como un alegato a favor de la literatura como antídoto contra la censura: “Leer nos hace libres, a condición, claro está, de que podamos elegir los libros que queremos leer, y que los libros puedan escribirse e imprimirse sin inquisidores ni comisarios que los mutilen para que encajen dentro de las estrechas orejeras con que ellos aprisionan la vida. Defender el derecho de los libros a ser libres es defender nuestra libertad de ciudadanos”.

En abril de 2012 volvió a arremeter contra el gobierno de Cristina Fernández. “La guerra perdida” comenta negativamente la expropiación de la empresa YPF, antes propiedad del grupo Repsol, medida que calificó como una convalidación del chavismo, además de sostener que “Los males que padece ese gran país que fue Argentina se deben al peronismo”. Y en octubre del mismo año aclaró que “La identidad perdida”, aclara que el artículo que circula en Internet titulado “Sí, lloro por ti Argentina” no le pertenece sino que hábilmente redactado por alguien que recogió frases suyas acerca de los Kirchner y la situación actual de la Argentina. Sin embargo, reconoció que el texto “era infame, pero no estúpido”. El apócrifo pero contundente artículo incidía en lo inexplicable de la actual situación política, social y económica de la Argentina: “¿Cómo puede ser que sea el país empobrecido, caótico, subdesarrollado que es hoy? ¿Qué pasó? ¿Alguien lo invadió? ¿Estuvieron enfrascados en alguna guerra terrible? No, los argentinos se hicieron eso ellos mismos. Los argentinos eligieron a lo largo de medio siglo las peores opciones”.

Días después de la presentación en Córdoba, una multitud de activistas de izquierda protestaron frente al Teatro Colón en el centro de Buenos Aires contra la visita de Vargas Llosa, a quien incluyeron dentro de la conspiración golpista de la derecha internacional, acusación por demás exagerada y sin fundamento. La derecha peruana, latinoamericana y mundial no tiene claro si Vargas Llosa es su aliado o su adversario político. El autor de La casa verde desconcierta a izquierda y derecha, aunque en ocasiones sus declaraciones son funcionales al conservadurismo, particularmente en temas culturales.

Dediqué seis años a estudiar sus novelas y ensayos, investigación que culminó en una tesis sobre los vínculos entre su teoría de la novela y su pensamiento político. Por ello a menudo he discutido la postura de Vargas Llosa sobre literatura, cultura y política. Y así como celebro al escritor que recriminó severamente a Alan García por la masacre de los penales (“Una montaña de cadáveres”), que confrontó abiertamente al Cardenal Cipriani y enmendó la plana al que fuera ministro de Defensa, Ántero Flórez-Aráoz, (“El Perú no necesita museos”), que renunció a la comisión que tenía a su cargo la implementación del Museo de la Memoria cuando se urdía en el Congreso una amnistía para los miembros del grupo Colina y cuando el diario El Comercio decidió convertirse en vocero oficial de la candidatura de Keiko Fujimori desatando una campaña sucia contra Ollanta Humala;  disiento de su explicación sobre la Masacre de Uchuraccay, cuyo informe atribuye la muerte de los periodistas a una supuesta barbarie consustancial a los comuneros uchuraccaínos, de su infeliz análisis del “Baguazo”,  de su nostalgia por el retorno de viejos valores según él necesarios para distinguir el buen arte del arte decadente, por mencionar solo algunos casos que a los seguidores del novelista, ensayista, crítico y dramaturgo nos desconciertan, pero, a la vez, nos recuerdan que las obras trascienden a sus autores.

Vargas Llosa no dejará de criticar el populismo, las dictaduras militares o civiles, de izquierda o derecha, la censura contra los medios de comunicación, el caudillismo y cualquier otra amenaza contra lo que él considera la cultura de la libertad. Confío que con la misma denodada pasión, nos regale, hasta donde le permita la vida, esas ficciones que nos hacen vivir una existencia paralela negada por la realidad, esas mentiras verdaderas por las cuales queremos tanto a Mario.

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LOS ASESINOS DE LA MEMORIA

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En diciembre del año pasado, poco antes de regresar al Perú, visité el «D2», un centro clandestino de detención donde se torturaba y encerraba a sospechosos de terrorismo; en realidad, a cualquier ciudadano que tuviera la desdicha de ser secuestrado por agentes militares y policiales sin mediar explicación o derecho a ejercer la legítima defensa. Durante la década del 70 funcionó como Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio (CCDTE). Lo sorprendente es que este centro de detención haya operado sin mayores dificultades en el pasaje Santa Catalina, entre la Catedral y el Cabildo, y a 50 metros de la Plaza San Martín, es decir, en pleno corazón de la ciudad. Hoy es un Museo de Sitio y Archivo Provincial de la Memoria, uno de los lugares de la memoria más emblemáticos de Córdoba, cuyo gobierno provincial se encarga desde 2006 del mantenimiento de las instalaciones que albergan una muestra permanente de documentos, imágenes y ambientes que evocan el horror infligido a las víctimas sobre todo en la etapa más oscura de esta dependencia durante el gobierno de la Junta Militar en la Argentina (1976-1983). El análisis de los documentos de las fuerzas de seguridad indica que por aquí pasaron aproximadamente 20.000 personas entre 1971 y 1982.

El D2 ocupó un lugar especial dentro de la estructura de la Policía Provincial. Fue creado para combatir un tipo de delito difusamente tipificado como «subversión», ya que toda manifestación social, política o cultural interpretada como peligrosa por los agentes de seguridad del Estado podía ser calificada como subversiva a tal punto que varios libros de literatura infantil, entre ellos algunos de la escritora María Elena Walsh fueron censurados y sacados de circulación por considerar que inculcaban ideas radicales a los niños. Los militares se sentían en la obligación moral de preservar a la niñez de aquellos libros que —a su entender— ponían en cuestión valores sagrados como la familia, la religión o la patria. La Torre de Cubos, de la escritora cordobesa Laura Devetach, y un Elefante ocupa demasiado espacio, de Elsa Bornemann integran la extensa lista de libros infantiles censurados por la dictadura. Ni siquiera los adolescentes estuvieron libres del acoso de los agentes de seguridad destacados en el D2. En una de las salas del museo hay una muestra permanente con fotografías de los estudiantes desaparecidos de la Escuela Alejandro Carbó. Un episodio similar ocurrió en la ciudad de La Plata cuando un grupo de estudiantes secundarios que luchaban por la reincorporación del boleto escolar gratuito fueron brutalmente secuestrados y torturados durante meses en un centro clandestino de detención. La edad de estos jóvenes oscilaba entre los 14 y 18 años.

La persecución ideológica organizada desde el Estado tiene una larga tradición en la Argentina. A principios del siglo XX, la «Ley de residencia» fue aplicada contra inmigrantes anarquistas, socialistas y cualquier grupo político considerado peligroso. La policía fue la cara visible de la represión a huelgas dirigidas por movimientos obreros y estudiantiles; sin embargo, también existieron divisiones parapoliciales que actuaban en la clandestinidad y gozaban de impunidad y de la complacencia del poder político que eventualmente recurría a ellos para combatir la subversión de manera «más efectiva y silenciosa».

La Junta Militar utilizó los recursos del Estado para sostener su persecución ideológico-política a estudiantes, activistas sociales, sindicalistas, militantes de partidos de izquierda, miembros de grupos armados y a todo aquel sospechoso de participar en actividades subversivas. El secuestro, la tortura, el encierro, la desaparición y el asesinato fueron los principales métodos utilizados por los agentes asignados al D2, quienes en diferentes ocasiones actuaron conjuntamente con las Fuerzas Armadas y grupos paramilitares como el Comando Libertadores de América (CLA) y la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A).

En 1972 el Departamento de Informaciones de Córdoba recibió mayor presupuesto y personal con la finalidad de incrementar las tareas espionaje, organización de la información obtenida, detenciones, secuestros, interrogatorios y torturas de personas consideradas como una amenaza para el orden social. Los periodos de mayor represión y crímenes ocurrieron entre 1974 y 1979 cuando el D2 estuvo a cargo de ese departamento policial. Durante esos años, estuvieron al mando el Insp. Mayor Ernesto Julio Ledesma (1974-1975), el Crio. Insp. Pedro Raúl Telleldín (1975-1977) y el Crio. Juan Fernando Esteban (1977-1979). Los vínculos de la Policía Provincial con la política eran de tal dimensión que en febrero del 74 el Tte. Cnel. Domingo Navarro, jefe de la Policía de Córdoba, lideró un alzamiento conocido como el «Navarrazo» cuyo desenlace fue la destitución del gobernador electo y la intervención federal en el gobierno provincial.

En marzo de 2006, en el contexto de los 30 años del golpe de Estado que llevó a los militares al poder, los legisladores provinciales de Córdoba aprobaron unánimemente la ley 9286, conocida como «Ley de la Memoria», la cual dispone la implementación de la Comisión Provincial de la Memoria, la creación del Archivo Provincial de la Memoria y la ubicación de ambas instituciones en las antiguas instalaciones del Departamento de Informaciones de la Policía de la Provincia de Córdoba, más conocido como «D2». La cesión de este lugar a la Comisión Provincial de la Memoria fue un hecho histórico dentro del proceso de lucha de los organismos de Derechos Humanos por la construcción de Memoria, Verdad Histórica, Justicia y Reparación Social frente a las graves violaciones a los Derechos Humanos.

Un elemento que le brinda representatividad a la Comisión son las organizaciones de la sociedad civil y las instituciones estatales que la conforman como la filial de Abuelas de Plaza de Mayo, la Universidad Nacional de Córdoba, la Asociación de Ex Presos Políticos, H.I.J.O.S. y Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, además de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial de la provincia. De este modo, el Museo de Sitio, ex D2, se integra más eficientemente a la vida de la comunidad que lo rodea superando la idea tradicional que se tiene acerca de los lugares de la memoria como simples espacios monumentales, exhibición descarnada del horror o recuerdo sin reflexión.

Al respecto, la gestión Kirchner asumió una postura totalmente opuesta a la política del olvido de sus predecesores, derogando la ley de punto final promulgada durante el gobierno de Carlos Menem, a través de la cual se amnistió a los militares que unos años antes fueron sentenciados culpables por los crímenes cometidos durante la dictadura lo que permitió que se les juzgue en la Argentina y no en España como lo había solicitado el juez Baltazar Garzón por los delitos cometidos contra ciudadanos españoles. El gobierno de Néstor Kirchner derogó la amnistía, rechazó la extradición, pero reabrió los juicios que culminaron en la encarcelación de los artífices de la violencia de Estado. Asimismo, cada 24 de marzo desde 2006 se celebra en toda la nación el Día de la Memoria, como recuerdo de la fecha en que se produjo el golpe de Estado que inició la dictadura militar más sangrienta de la historia argentina. En Córdoba, todos los jueves, a lo largo del pasaje de Santa Catalina, se muestran las fotografías de los desaparecidos en el D2. Las imágenes van acompañadas de sus datos personales, la fecha de su desaparición y su profesión u oficio.

Un lugar de la memoria no se reduce a una edificación o monumento que periódicamente se convierta en un espacio de conmemoración o una mera exposición de testimonios e imágenes. La exhibición del horror en sí mismo no es suficiente para reflexionar acerca de lo que allí vivieron las víctimas. Los lugares de la memoria tienen una labor más activa: la capacidad de integrar las memorias personales dentro de un gran relato que trascienda la suma de las partes mediante el contraste de versiones particulares, de lo público y lo privado. Por ello la construcción de un gran relato sobre la memoria es una tarea que se realiza desde el presente y es el mejor antídoto contra el olvido y el mejor recurso para mantener a raya a los asesinos de la memoria. Sigue leyendo

EL REY DE LAS FLORES

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Carlos Arturo Caballero

Yo quiero ser a la zurda más que diestro

Casi una hora demoré en llegar al Orfeo Superdomo de Córdoba. No tanto por la distancia como por el tránsito. El único puente de acceso estaba atestado de gente, pero avanzaba. El ingreso y la ubicación fueron rápidos. El concierto estaba programado para las 21.30 pero ni bien se llenaron las tribunas, el público comenzó a calentar el ambiente con aplausos y cánticos para aplacar de alguna forma la infame tortura de esperar. Once años de ausencia justificaban plenamente las ansias de oírlo cantar. Hasta que Silvio apareció luciendo una remera negra y tejanos, casi tal cual al día anterior que recibió el Honoris Causa en la Sala de las Américas. Lo acompañaban Niurka González (flauta traversa, clarinete y oboe), Oliver Valdez (percusión) y el trío de cuerdas Trovarroco integrado por Rachid López (guitarra), Maikel Elizarde (tres cubano) y César Bacaró (bajo).

Abrió el concierto con “En el claro de la luna”, de su primer álbum, Días y Flores (1975). Luego interpretó algunos temas de su último trabajo Segunda cita (2010), como “Carta a Violeta Parra”, “Sea señora” y “Tonada del albedrío”, alternándolos con las canciones que los convirtieron en la voz más visible de la Nueva Trova cubana. Presentó algunos inéditos como “Cuentan” y “Virgen de Occidente”. En el intermedio, Silvio invitó a Amaury Pérez a cantar juntos “Amigos como tú y yo” y mientras aquel y su grupo se tomaban un respiro, Amaury interpretó dos sus clásicos: “Si yo pudiera” y “Abril” que mantuvieron la emoción de un público que prometía quedarse y pedir más de lo previsto.

Al reaparecer, fue recibido con la misma intensidad que al inicio: todo el recinto aplaudía de pie dando vivas a Cuba, a Fidel y al Che. Pero Silvio no la puso fácil. Los más fanáticos vacilábamos al descifrar los nuevos arreglos que lucían sus canciones más emblemáticas. “Escaramujo” adquirió un particular significado para quienes consideramos la educación como un derecho y no un privilegio: “Yo vivo de preguntar, saber no puede ser lujo”, pues “si saber no es un derecho, seguro será un izquierdo”. El momento cumbre del concierto llegó con “El necio”, metáfora de la persistencia y la lucha por no decaer cuando todos creen que la Historia terminó y que las revoluciones son inútiles: “me vienen a convidar a arrepentirme,/ me vienen a convidar a que no pierda,/ mi vienen a convidar a indefinirme,/ me vienen a convidar a tanta mierda. Dicen que me arrastrarán por sobre rocas / cuando la Revolución se venga abajo”. No fue hasta que escuchamos las primeras líneas que pudimos reconocer “Quien fuera”, “Gaviota”, “El reparador de sueños” y una irreconocible pero amena versión de “Óleo de una mujer con sombrero” a ritmo de country texano. Y así una tras otra desfilaba la trova ardiente de este cubano universal que le canta al amor, a la patria y a la revolución con poesía hecha música.

¿Qué reservaría para el final? ¿Unicornio, Ojalá? Nos sorprendió una prolongada y virtuosa introducción a la “Maza”. Una dulce y minimalista versión al estilo bossanova de “Pequeña serenata diurna” nos anticipaba el fin. Y se levantó. Después de una venia desapareció tras el escenario secundado por sus músicos, pero el público no le dio tregua. Nuevamente de pie, coreábamos su vuelta y aplaudíamos a rabiar. Y volvieron. Antes que sus músicos empezaran Silvio dijo “al final”. Se detuvieron y cantó “Historia de las sillas” y luego caímos en la cuenta que reservó “Ojalá” para el final. Saludó, se fue, pero la gente no cesaba de aplaudir. Segundo retorno. La euforia era tal que amablemente pidió tregua para afinar la guitarra. Era “Paula”, melancólica canción interpretada tal cual lo hiciera muchos años atrás, a voz y guitarra, en la Sala Avellaneda del Teatro Nacional de La Habana. “Paula, yo pudiera darte un inmenso jardín / si pudiera darte todo mi país / todo mi país”. Parecía que esta vez era definitivo, pero no. Los aplausos y las vivas no cesaban. Silvio nos comprendió, sabía que no terminaría así y tomó la guitarra para despedirse con “Te doy una canción”. Vaya que sí fue generoso y tolerante con este público que volvería al día siguiente a abarrotar las tribunas del Orfeo Superdomo si este cubano maravilloso se animara a una tocada más.

Y así se fue entre los aplausos y cánticos que cesaron al mismo tiempo que las luces se encendían y se retiraban los equipos. Señales del fin. No extrañé al “Unicornio”, pero sí “En estos días”, “Desnuda y con sombrilla” y “Qué hago ahora contigo”. Pero no tiene importancia. Ninguna en comparación al placer de verlo tan cerca y a la emoción compartida con cientos de silviófilos. ¡Larga vida al Rey de las Flores!

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