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AMERICAN SNIPER. LO PERSONAL ES LO POLÍTICO

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Publicado en El Búho digital, 19 de febrero de 2015

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Hollywood ha representado los conflictos bélicos que involucraron a Estados Unidos oscilando entre el cuestionamiento a la guerra y la seducción nacionalista.Apocalipsis Now (1979), de Francis Ford Coppola, Full Metal Jacket (1987), de Stanley Kubrick, Platoon (1988), de Oliver Stone, o Black Hawk Down (2001), de Ridley Scott, se ubican en las antípodas de First Blood (1982), de Ted Kotcheff,Missing in action (1984), de Joseph Zito, o The Hurt Locker (2008), de Kathryn Bigelow.

Las películas en las que Clint Eastwood aborda el tema no han sido la excepción.Flags of our Fathers (2006), Letters from Iwo Jima (2006) y Gran Torino (2008), aparte de su prolífica filmografía como actor de westerns, dan cuenta de las mitologías norteamericanas de los últimos 50 años, entre las cuales destaca el modo como se ha representado la nación estadounidense luego de las victorias y derrotas militares.

American Sniper (2014), última cinta de Eastwood nominada a Mejor Película en los premios Oscar, narra los episodios más dramáticos de Chris Kyle, un francotirador de los Navy Seals, durante la ocupación militar estadounidense en Irak. El filme está basado en la autobiografía de Kyle, American Sniper: The Autobiography of the Most Lethal Sniper in U.S. Military History(2012), la cual se mantuvo varias semanas en la lista de los best-sellers del The New York Times. A lo largo de cuatro episodios correspondientes a los viajes que emprendió a Irak, American Sniper nos muestra a un hombre tensionado entre el deber de proteger a la nación de un enemigo dispuesto a todo y el bienestar de su familia. El deterioro de su matrimonio es proporcional al desgaste emocional que le provoca la guerra: no hay diferencia entre sus víctimas cuando se trata de proteger la vida de sus compañeros.

Como relato de las secuelas postraumáticas de un combatiente, American Sniper no agrega nada revelador. Sin embargo, sí aporta en lo que concierne a los vínculos entre el fundamentalismo protestante, la idea de nación hegemónica en los Estados Unidos y las justificaciones de la guerra en Irak. Aunque la cinta solo se detiene esporádicamente en ello, deja entrever que el protestantismo nacionalista fue el motor ideológico de la guerra. La impronta del padre que delega al hijo mayor el deber moral del pastor que protege a sus ovejas de los lobos y la resignada espera de la esposa del soldado configuran, apelando a Raymond Williams, la «estructura de sentimiento» de la sociedad estadounidense que se ve a sí misma en la historia de Kyle.

La creciente acogida de la película entre los espectadores, sobre todo en Estados Unidos, se entiende parcialmente como la demanda de historias de vida por parte de una opinión pública cada vez más reticente con la guerra en Irak y mucho más receptiva a un filme protagonizado por un soldado de élite que expone su lado más humano sin filiaciones ideológico-políticas. Sin embargo, como decía Carol Hanisch, «The Personal is Political» (lo personal es lo político), es decir, la herencia de un deber moral asumido irreflexivamente trasciende las fronteras de lo personal toda vez que sintoniza con un horizonte ideológico que lo amplifica.

«Quitar vidas para salvar vidas», como testimonia Kyle en sus memorias, fue la consigna que resume su performance bélica, reflejo especular de «nosotros matamos menos» y elocuente como «guerra de liberación», «ataque preventivo» o «bomba inteligente». American Sniper no precisa elogiar la guerra para ser cuestionada; basta escudriñar los móviles ideológicos que activan convicciones tan sólidas como las que atribulan a Kyle, escéptico ante la condición de héroe que le atribuyen sus compañeros de armas, pero plenamente convencido sobre las razones que lo llevaron a la guerra: buscar a los malos para castigarlos antes que causen más daño a su nación.

A diferencia del cadalso, donde el ejecutado ve a su verdugo y ambos son expuestos en público, el francotirador es aquel ejecutor furtivo que ejerce un dominio visual privilegiado sobre su víctima, la cual no sabrá nunca quién decidió su ejecución. No está sometido al escrutinio de la mirada pública, por el contrario, solo es su propia super-visión la que se impone. En la dinámica de los francotiradores, el que logre cubrir el mayor campo visual tendrá más posibilidades de eliminar a su objetivo, o sea, que la primera confrontación se da en la lucha entre el ver y no ver, el ser visto y no ser visto, lo visible y lo oculto, el estar para-sí y el no estar para-el-otro.

El panóptico foucaultiano en su máxima expresión.

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Invictus (2009)

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Una característica recurrente en los filmes de Clint Eastwood es la emotividad de las historias narradas. Las tramas que desarrolla son conmovedoras, dramáticas y muy humanas. Los personajes que Eastwood coloca en escena sufren porque se enfrentan a dilemas vitales que no siempre resuelven con éxito, pero que, de todas formas, capturan al espectador por la intensidad con la cual se entregan para concretar sus ideales, lo cual deja la sensación que vencieron, a pesar de perder. Es la lucha y no el resultado lo que define el éxito de su empresa. Sucedió así con la aguerrida boxeadora de Million Dollar Baby, con el soldado japonés de Cartas desde Iwo Jima y los soldados americanos de la cinta complementaria Flags of our fathers, con la madre que busca incansablemente a su hijo en The changelling, con el viejo testarudo y gruñón de Gran Torino, y con tantos otros personajes de la vasta producción de este veterano actor y director.

En el caso de Invictus (2009), la adversidad es superada sobre la base de la entrega de toda una nación por una causa que no todos los involucrados comparten al inicio. La cinta se inspira en un episodio real de la historia reciente de la Sudáfrica post apartheid, luego de que el activista político y defensor de los derechos de la población negra, Nelson Mandela, fuera elegido presidente de su país poco tiempo después de su liberación. Mandela propuso al capitán de los Springboks, Francois Pienaar, ganar la Copa Mundial de Rugby con la finalidad de unir a una nación escindida entre las expectativas de la población negra y los temores de la minoría blanca. Esta historia fue narrada por John Carlin en su libro Playing the Enemy: Nelson Mandela and the Game That Changed a Nation (El factor humano en la edición en español) el cual fue adaptado para el guion de la película.

Eastwood sigue apostando a la fórmula que mejores resultados le ha dado en los últimos años: el desarrollo de una historia dramática que coloca a los protagonistas en situaciones extremas. Es en este punto donde la película destaca notablemente, ya que conmueve e invita a la reflexión: ¿es posible lograr que las personas cambien su perspectiva acerca del otro? ¿qué debe suceder para que el otro no sea percibido necesariamente como una amenaza? ¿es realista aspirar a la reconciliación prescindiendo del perdón y la venganza? Estas interrogantes asaltan al espectador desde las primeras escenas donde se aprecia que las secuelas del apartheid han dejado heridas abiertas en una sociedad en la que la minoría blanca se resiste al cambio inminente y la mayoría negra demanda un giro más agresivo.

No obstante, en lo estrictamente cinematográfico no se encuentra un despliegue técnico desbordante. No es en este aspecto donde deberíamos indagar por las virtudes de Invictus. No quiero decir que técnicamente la película sea deficiente, sino que lo dispuesto funciona dentro de los límites previstos por el director, es decir, ofrecer de la manera más transparente y directa posible la historia a narrar y colocar en primer plano el drama personal del protagonista y el drama social de la nación. Sin embargo, merece destacarse el trabajo de las locaciones exteriores y la dirección de tuvo a su cargo la coordinación de las multitudes en los momentos de mayor trascendencia. Las escenas en los estadios cumplieron con transmitir el efecto emocional y la contundencia propios de un instante en que el fervor ensordecedor de la masa se confundía con el repudio de los que no aceptaban el cambio social.

Además del tema que aborda el filme, otro aspecto destacable tiene que ver con la interpretación de Morgan Freeman en el papel de Nelson Mandela. No es la primera vez que este actor trabaja con Eastwood, pues lo hizo antes en The Unforgiven (Sin perdón) y Million Dollar Baby. En esta ocasión, Freeman le imprime a su personaje todas las marcas que hacen notable su interpretación: parsimonia, determinación, humor nostálgico e ironía. Precisamente, Freeman contó en una entrevista que cuando conoció a Mandela años atrás, este le pidió que lo interpretara si es que, en algún momento, se diera la oportunidad. En segundo lugar, resalta la actuación de Tony Kgoroge en el papel del jefe de seguridad de Mandela, Jason Tshabalala. Su reticencia a olvidar los vejámenes sufridos por la población negra lo lleva a aceptar a regañadientes la orden de trabajar con los agentes de seguridad del ex presidente De Klerk quienes, posiblemente, asesinaron a sus compañeros en la lucha contra la discriminación. Su preocupación por la seguridad el presidente Mandela se convierte en una constante obsesión, la cual lo tensiona e impide que se dé un tiempo para relajarse. Su expresión es dura, sufrida, pero, a la vez, revanchista y transita en medio de la fidelidad a su labor, la búsqueda de una razón que justifique su trabajo o un pretexto que amerite castigar a los oficiales blancos con quienes se rehusó a trabajar en un principio.

Matt Damon interpreta del papel de Francois Pienaar, capitán del equipo sudafricano de rugby al que se conoce como los Springboks. Pese a que ocupa un lugar expectante en la trama, la actuación de Damon carece de intensidad. Su participación fue muy discreta; se lo notó distante del personaje, contrariamente a lo expresado por Freeman. No transmitió la vibración y el arrojo propios de un líder o de un caudillo; más bien, se le vio muy sereno y reflexivo. Considero que no es válida la crítica que lo descarta por no poseer el biotipo del verdadero Francois Pienaar (Damon es más bajo de estatura que el capitán de los Springboks). De acuerdo con este argumento, también descalificaríamos la interpretación de Morgan Freeman quien es notablemente más alto que Mandela. Una actuación sobresaliente puede compensar con creces una caracterización que tal vez no haya sido muy exacta con el personaje real.

Invictus es un ejemplo de cómo lo político influye de manera determinante sobre lo sociocultural. Un Estado que no es capaz de reconocer las libertades políticas de sus ciudadanos y que además se encuentre dividido por las diferencias culturales es un Estado inviable y condenado a la fragmentación o a la tensa convivencia. Casi siempre, deriva en un Estado represor en el que las desigualdades sociales se acrecientan dentro de una espiral de violencia en la que las partes enfrentadas obstaculizan la solución del problema. La virtud de Mandela estuvo en su capacidad para moderar las comprensibles demandas de la población negra frente al poder fáctico que, en algunos sectores, todavía era controlado por la minoría blanca. Mandela era conciente de que necesitaba de ellos para iniciar la transición hacia la consecución de las libertades políticas y entre ellas la progresiva reducción del racismo en Sudáfrica.

Para lograr ello es indispensable que los ciudadanos se organicen espontáneamente en torno a instituciones para mediar entre el individuo y el Estado. El acierto de Mandela fue no ceder a la tentación de disolver a los Springboks, a pesar de que el rugby y este equipo eran considerados por la población negra como emblemas del apartheid. Por ello, es que colocó todo su esfuerzo en potenciar el equipo nacional de rugby, pues se trataba de una institución social de amplia base y con una capacidad de convocatoria tan horizontal que atravesaba todos los estratos de la sociedad. Es decir, se dio cuenta de que mientras más amplias e incluyentes sean las instituciones de la sociedad civil, las diferencias particulares se irán diluyendo a favor de un interés grupal mayor. No subestimó las cualidades del deporte como institución social, sobre todo la libre asociación basada en lazos emotivos y en el sentimiento de pertenecer a una nación.

Desde la antropología y el psicoanálisis, se ha explicado el fútbol y otros deportes similares como una sublimación de las luchas tribales. Los individuos dejan de lado sus particularidades y se integran al equipo-tribu para enfrentarse a otro grupo rival. El capitán-caudillo es quien arenga a sus combatientes y quien debe estar al frente y sacrificar su bienestar. Este es el vínculo que permite establecer alianzas entre individuos y grupos adversarios: la comprensión de que existe un rival más poderoso que los amenaza y la existencia de un líder que encausa sus inquietudes.

La impresión más importante que me deja este filme está en la actitud ejemplar de los líderes que cargan con la responsabilidad de conducir cambios sociales impostergables, pero que sopesan la presión social con razón y no con pasión. A esta la dejan para que libremente anime a la población y sirva como instrumento para diluir las diferencias y, por consiguiente, entregarse a un sentimiento universal presente en todos los seres humanos: el compartir la alegría por la victoria

FICHA TÉCNICA

Título: Invictus
Nacionalidad: EE.UU.
Año: 2009
Duración: 134 min
Género: Biográfica, De autor, Drama
Color: Color
Fecha de estreno: 29/01/2010
Director: Clint Eastwood

Guión: Anthony Peckham, basado en el libro “El factor humano” de John Carlin
Intérpretes: Morgan Freeman, Matt Damon, Patrick Mofokeng, Tony Kgoroge, Julian Lewis Jones
Música: Kyle Eastwood y Michael Stevens
Fotografía: Tom Stern
Montaje: Joel Cox y Gary Roach
Distribuidora: Warner Bros.
Web: http://invictusmovie.warnerbros.com

ENLACES DE INTERÉS

Invictus – Ricardo Bedoya

Invictus (2009) – Blanca Vásquez – Cinencuentro

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Gran Torino

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Retorno y despedida de un viejo duro del cine

“Gran Torino puede y debe verse como un film modélico, un copioso manjar para paladares selectos, una película que guarda en su sereno y adulto mensaje un bello relato de amistad, dolor, fe, redención, recuerdos y sentimientos, un alegato perspicaz contra el racismo y la difícil cohabitación entre culturas”.

Filmaffinity

Arturo Caballero Medina

Desde que Clint Eastwood se abocara de lleno a la dirección y producción de cine, nos ha sorprendido la mayoría de veces con cintas de muy buena factura. Incluso como actor, interpretó dos memorables personajes que han quedado para la posteridad: el desaforado cowboy de Lo bueno, lo malo y lo feo (1966) y el incorregible Harry El Sucio (1971). A mi parecer, un punto de quiebre en su trayectoria cinematográfica como director fue Mystic River (Río Místico, 2003). Sin embargo, Unforgiven (1992) y Los puentes de Madison (1995) son dos filmes que merecen destacarse del periodo anterior.

Las últimas cintas de Eastwood se han caracterizado por narrar historias dramáticas de personajes agobiados por la fatalidad, pero sin caer en el sentimentalismo inútil y sin regodearse en su propia angustia. Al contrario, se trata de personajes que no se rinden ante la fatalidad sino que luchan contra ella con todos los recursos que disponen, aunque esto les cueste sacrificar lo que más quieren o lo poco que tienen. Es el caso de los personajes principales de Million Dollar Baby (2005), Banderas de nuestros padres (2007), Cartas de Iwo Jima (2007), El intercambio (2008) y la reciente Gran Torino (2009).

Esta última cinta narra la historia de un viejo gruñón, Walt Kowalski, veterano de la guerra de Corea y jubilado de la fábrica de autos Ford quien, luego de enviudar, acentúa su intolerancia y mal humor frente a aquello que le desagrada como las modas estrafalarias y los malos modales de sus nietos, y los vecinos asiáticos que se mudaron junto a su casa. Sin embargo, lo reconforta ser propietario de un auto modelo Gran Torino 1972: su más preciado tesoro.

Kowalski no acepta la intervención de nadie en sus asuntos personales. Un joven sacerdote muy cercano a su fallecida esposa insiste en acercarlo a Dios, pero a Kowalski no le interesa en lo absoluto. Sus dos hijos, maduros padres de familia, están muy ocupados en sus asuntos personales como para dedicarse al viejo gruñón quien, según ellos, no les tiene ningún tipo de consideración por las atenciones que le brindan. Estar solo con su perra y beber cerveza observando la calle resulta más reconfortante para Kowalski que conversar con sus hijos quienes ya piensan en jubilarlo por completo enviándolo a un asilo de lujo para ancianos.

Kowalski es un duro, pero de buen corazón a quien la cruda experiencia de la guerra y la obligada soledad a la que lo exponen los últimos años de su vida no han eliminado su compasión por los más débiles, la cual se pone a prueba cuando una familia de asiáticos se muda a su costado. No nos hallamos ante la mejor interpretación ni ante la mejor cinta de Clint Eastwood, pero sí debemos reconocer que tratándose de su despedida como actor, es una digna puesta en escena que resalta porque no es la historia de un justiciero americano tipo Charles Bronson en El vengador anónimo que se encargará de poner en orden al barrio y eliminar a cuanto delincuente se le cruce en su camino. Tampoco es la venganza por la muerte de un ser querido lo que anima al viejo Kowalski a intervenir en un asunto ajeno a sus intereses, sino que es la sensibilidad frente a la desgracia del otro lo que lo conmueve. Un otro al que despreciaba y con quien nada tenía en común, pero del cual aprende a reconocer en sí mismo que algo de conmiseración existía aún en su alma, lo cual le permite aceptar la diferencia no como un obstáculo, sino como un desafío para comprender a los demás. “Podría beber con extraños”, responde a la invitación de la joven vietnamita: es la frase que inicia en Kowalski su proceso de reconocimiento de la diferencia como una oportunidad para aventurarse en lo desconocido y para paliar su soledad y no como una amenaza. Son esos extraños quienes están más cerca de él que sus familiares.

Por momentos, la interpretación de Eastwood resulta disforzada: las escenas en las que frunce el ceño y gruñe, cual si fuera una fiera a la que se intenta arrebatar su presa, no lucen espontáneas y su constante reiteración agota. Otra escena que no me pareció muy lograda es aquella en la que Kowalski interviene para defender a la jovencita vietnamita de un grupete de pandilleros negros. Hay en la concepción de este personaje, ciertas reminiscencias de los personajes interpretados anteriormente por Eastwood en sus mejores momentos, pero que, dadas las circunstancias que plantea el guion, como la avanzada edad, exige que la trama sea más consecuente con dichas limitaciones. Esto fue un acierto lo mismo que el desenlace de la historia. El sobredimensionamiento de las capacidades del héroe que no pide serlo hubiera convertido a esta cinta una más de la larga lista de películas en las que los buenos siempre ganan, nunca se despeinan y viven felices por siempre.

Si debemos señalar lo que Gran Torino logra de inmediato es conmover. Eastwood tiene oficio en el arte de emocionar y comprometer al espectador con historias muy humanas y emotivas en las que un futuro promisorio se ve truncado por el compromiso del protagonista con sus convicciones. Seguramente, los seguidores de Harry Callahan esperarán que Kowalski arrase con los malos y los desaparezca de un plomazo. El que no suceda esto no debe decepcionar.

Me aventuro a pensar que esta película tiene algo de testamental no tanto como un testimonio personal, sino como un homenaje de Eastwood al tipo de personaje que lo hizo famoso. Es decir, que Eastwood a través de su personaje Kowalski busca cerrar un ciclo en su doble trayectoria como cineasta y actor sin más recursos que su talento. Harry Callahan llega al ocaso de su carrera convertido en Walt Kowalski, pero conservando el estilo. Los años no perdonan, eso se ve en el final, pero qué final de película.

Por ello me pregunto ¿Por qué no fue tomada en cuenta para la última premiación del Oscar?

FICHA TÉCNICA

TITULO ORIGINAL: Gran Torino
AÑO: 2008

DURACIÓN: 116 min.
PAÍS: EEUU
DIRECTOR: Clint Eastwood
GUIÓN: Nick Schenk (Historia: Nick Schenk, Dave Johannson)
MÚSICA: Kyle Eastwood, Michael Stevens
FOTOGRAFÍA: Tom Stern
REPARTO: Clint Eastwood, Christopher Carley, Bee Vang, Ahney Her, John Carroll Lynch, Cory Hardrict, Brian Haley, Geraldine Hughes, Dreama Walker, Brian Howe, Doua Moua, Sarah Neubauer, Chee Thao
PRODUCTORA: Warner Bros. Pictures / Malpaso Productions / Double Nickel Entertainment
WEB OFICIAL: http://www.thegrantorino.com/
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