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LA CULTURA ES LA SONRISA

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A Carlos Rivera y a los entusiastas integrantes de La casa de cartón

A los pocos días que llegué a Córdoba, una compañera del doctorado me llevó al Cine Club Municipal Hugo del Carril, donde una entusiasta asociación de amigos colabora con la sostenibilidad del cine club. Y lo hacen muy bien, pues cada mes se exhibe un atractivo ciclo de películas organizadas temáticamente y por director (para este mes está programado un excelente ciclo de Jean-Luc Godard, David Lynch y una muestra de cine rumano contemporáneo). También se imparten cursos sobre el cine y su relación con otras artes dictados por profesores universitarios y especialistas en la materia. La Asociación Amigos del Cine Club Municipal, fundada en marzo de 2002, es una entidad civil sin fines de lucro que apoya la administración de este espacio cultural cuyo emprendimiento fue una iniciativa de la Municipalidad de Córdoba. Luego de diez años, están plenamente convencidos de que con creatividad, talento y voluntad es posible superar los escollos que usualmente encuentran quienes emprenden una tarea a favor de la cultura.

El Cineclub Municipal Hugo del Carril abrió sus puertas en marzo del 2001, continuando la conocida tradición cineclubista cordobesa y devolviendo a la comunidad una propuesta periférica al circuito de exhibición comercial, única en el país. El proyecto incluyó la recuperación de un edificio histórico de la ciudad, con una ubicación privilegiada, se acondicionó la sala de exhibiciones con capacidad para 200 personas y se la equipó con la tecnología necesaria para proyectar hasta cinco formatos diferentes, ofreciendo al espectador la misma experiencia cinematográfica que cualquier sala del país. La inscripción anual cuesta 115 pesos, 70 soles aproximadamente, y la mensual 35 pesos, que serían alrededor de 20 soles. Ese pago permite a los socios asistir a las funciones cuantas veces quisieran abonando solamente 1 peso (70 céntimos) por concepto de impuestos. Aparte, dispone de una biblioteca con abundantes libros sobre cine y películas que los socios pueden consultar en sala o en domicilio. En el «Quentin Cafe», pequeño pero acogedor, se puede conversar mientras se espera la función o comentar el filme acabado de ver. La página web está muy bien diseñada y correctamente actualizada. Me llamó mucho la atención el lenguaje metafórico y las referencias cinéfilas: «Gimnasio cinematográfico Cero en Conducta», «Biblioteca Los 39 escalones», Ciclo «Pasión de los fuertes», «Extraños en el paraíso», para indicar la presencia de los músicos en el cine, etc.

En Córdoba hay varios multicines. Nada los diferencia de los que hay en Arequipa o Lima, tanto en los costos, la masiva asistencia de público y la monótona cartelera comercial que posterga «ese otro cine» que mucha gente quisiera ver, porque no es cierto que el acceso al cine, la literatura, el teatro y las artes en general tenga que ser oneroso para el bolsillo del ciudadano o que este posea una formación erudita que lo califique para asistir.

Entonces, ¿qué sucede en países como Argentina, Venezuela, Cuba, por citar algunos ejemplos, donde la crisis económica no ha obstaculizado el emprendimiento de actividades culturales de gran envergadura? La Feria del Libro de Buenos Aires figura entre las más importantes del mundo, así como el Festival de Jazz de La Habana que anualmente convoca en la isla a destacados músicos de todo el planeta. ¿Por qué a pesar de la notable recuperación económica nos encontramos tan rezagados al respecto?

Ocurre que en el Perú durante mucho tiempo las artes y las letras han sido entendidas como un gasto, un lujo, un producto suntuoso solo para gente bien educada y de refinado gusto. En consecuencia, la gestión cultural ha sido malentendida por quienes han tenido o tienen a su cargo una función pública relacionada con la difusión cultural. El reciente desarrollo económico que ha conllevado la emergencia de un amplio sector de la población que ha salido de la pobreza no se ha traducido en una masificación del acceso de la ciudadanía a la cultura ni en la reducción sustantiva de los preocupantes índices de comprensión de lectura ni en la mejora de la educación pública escolar o universitaria. El argumento de que la calidad depende del precio es desbaratado por la triste realidad en la que están sumidas la educación y la cultura hoy en el Perú: las universidades particulares creadas al amparo de una ley promulgada durante el fujimorato que promovía la inversión privada en educación ofrecen una formación muy endeble y más bien han convertido en un negocio muy rentable la necesidad aspiracional de ser universitario en el Perú. En suma, el crecimiento económico ha sido inversamente proporcional a la democratización del acceso a los espacios culturales.

Que en Trujillo se haya recuperado la feria del libro, que en Lima la Casa de la Literatura Peruana se mantenga muy activa o que Arequipa cuente con una feria internacional del libro rumbo a su cuarta edición no debería hacernos perder la perspectiva del abandono en que se halla la cultura por parte del Estado. (A riesgo de ser malinterpretado, aclaro que utilizo una noción bastante reductiva de cultura para referirme a la producción artística en general. Porque ningún ser humano carece de cultura en el sentido de experiencia de la realidad). Y menos aún si considerásemos a Mistura como el non plus ultra de nuestra identidad cultural.

La manera como desde el Estado se ha abordado la cultura recientemente va por el lado de la imagen y el mercado. La designación de Susana Baca como ministra de Cultura lamentablemente no fue la mejor elección: un artista que aprecie su arte debe ser artista a tiempo completo, lo mismo que un funcionario del Ejecutivo. El legado cultural del gobierno aprista —muy bien acogido por el empresariado nacional— ha sido convertir al Perú en una marca para beneplácito del capital y de la opinión pública que se siente muy cómoda depositando su identidad en una copa de pisco o en un plato de bandera.

Algunas iniciativas ciudadanas han sido importantes, pero aportan todavía muy poco, pese al denodado entusiasmo que anima a sus integrantes, si es que no se articulan con las instituciones de la sociedad civil. Durante los años universitarios, fui testigo del empuje de varios compañeros que se las ingeniaban para sacar adelante conciertos, recitales, presentaciones de libros, seminarios y congresos nacionales. Y después lo constaté en mis esporádicas visitas con la aparición de colectivos literarios en Arequipa que periódicamente organizaban eventos en los que se encontraban diversos grupos y artistas jóvenes de la ciudad. Una de las iniciativas más activas que conozco es la de La casa de cartón, asociación cultural dirigida por Carlos Rivera, quien junto a varios jóvenes voluntarios constantemente organiza eventos culturales en los que en varias oportunidades tuve el placer de participar. El apoyo brindado por los centros culturales dio mayor continuidad a estos proyectos. Es así que el mayor esfuerzo en Arequipa a favor de la cultura confluyó en Artequipa, una asociación sin fines de lucro que integra a instituciones académicas y culturales de la ciudad.

Un verdadero trabajo de gestión cultural —como el que viene realizando La casa de cartón y Artequipa— persuade a la ciudadanía acerca del lugar que debería concederle a la cultura en su vida diaria: un encuentro con la diversidad que nos rodea y una forma de educarnos en el saber como vivencia del otro. Sigue leyendo