El qué y el para qué de la Literatura

[Visto: 4629 veces]

Qué es la Literatura? Los manuales escolares la definen como “la belleza de la palabra”, refiriéndose a un estilo depurado, sublime, proclive a la perfección de lo escrito. Otros la vinculan con el estudio de la “obra literaria”, en la cual la Literatura estaría conformada por un determinado corpus de textos pertenecientes a distintas épocas, autores y corrientes literarias que aparecen y desaparecen como el día que sucede a la noche. Autores, obras y corrientes literarias que la historia de la Literatura ha ido catalogando como clásicas e imprescindibles para la comprensión de una determinada época, agregando a ello una fuerte dosis de anécdotas y vivencias del autor. De esta manera, la Literatura se convierte en un vistazo panorámico donde lo que importa no es la interpretación del texto, sino más bien, recopilación de biografías, apelativos, obras y corrientes literarias.

La pregunta central que debemos plantearnos es ¿sentir o entender la Literatura? Y es que definir el término “Literatura” o más bien la “literariedad” no es asunto sencillo porque el nombre de nuestra disciplina coincide con el nombre del objeto de estudio. La Biología estudia a los seres vivos; la Psicología, la conducta y los procesos mentales; la Química, la composición de la materia; la Literatura estudia a la literatura.

Y es que aquí es pertinente hacer una distinción entre Literatura como creación, los estudios literarios, la historia de la literatura y la teoría y crítica literaria. ¿Qué pretende ser y hacer un estudiante de Literatura de cualquiera de las cuatro únicas escuelas de Literatura que hay en el Perú ? Muchas personas estamos seguros pensarán que dicho estudiante es un soñador, un individuo que escribe poemas y que vive en un mundo de ensoñación y fantasías (entre ellas la de convertirse en escritor); o en el mejor de los casos que desea convertirse en profesor de Literatura a nivel escolar (a sabiendas de que para ello existe la especialidad de Lengua y Literatura en Educación). Esta forma de ver la Literatura, solo como un arte, es la más extendida y eso da lugar a muchos malos entendidos, cuando hoy en día y desde hace más de medio siglo, la Literatura, entendida como los estudios literarios, posee la categoría de ciencia.

Una ciencia es una disciplina que busca explicar algún fenómeno de la realidad a partir de sus manifestaciones. Las ciencias poseen un objeto de estudio específico, metodologías particulares, y diversas teorías que intentan explicar sus presupuestos. Las hay formales como la Matemática y la Lógica; naturales como la Física, la Química y la Biología; y humanas como la Psicología, Antropología y Literatura. En un primer momento el objeto de estudio de la Literatura fue la obra, luego pasamos al texto y finalmente, estamos en la etapa del discurso. Si algo estudia la Literatura eso es el discurso. Y por discurso debemos entender una cosa hecha de lenguaje, que atraviesa distintas manifestaciones del conocimiento humano. Por ello es tan difícil definir el espacio que le toca a estudiar a la Literatura porque el discurso así como el texto, está en todas partes.

El hecho fundamental para que las ciencias humanas alcanzaran el nivel de reconocimiento de las ciencias formales y naturales ocurrió hacia principios del siglo XX. Antes hacia mediados y fines del siglo XIX las ciencias naturales representaban el modelo más confiable para analizar la realidad debido a la exactitud de sus mediciones y a la objetividad de sus estudios. En esto tuvo mucho que ver el positivismo de Augusto Comte, el cual consideraba que para que una ciencia obtuviera tal categoría, debería estudiar objetivamente la realidad, y sus objetos de estudios tenían que ser sensibles, y posibles de estudiar a través de la experimentación y la observación.

La crisis del positivismo y la esperanza en la modernidad y la razón, se acentuaron con los movimientos históricos de vanguardia durante los primeros veinte años del siglo XX. Tales movimientos cuestionaban la idea de una razón sólida que explicara la realidad, la cual aparecía fragmentada y confusa a los ojos de los nuevos artistas. El proyecto racionalista de la modernidad entraba en crisis y un nuevo periodo de incertidumbres y escepticismo dominaba Europa. Las vanguardias se fueron cuestionando a sí mismas, tanto en la práctica tradicional como en la institucionalidad del arte; es decir, a los artistas tradicionales y a los críticos que no podían explicar este nuevo fenómeno artístico que cantaba las bondades de la incoherencia, la escritura automática y todo aquello que no obedeciera a un plan predeterminado para la creación.

Nietzsche, Freud, Marx y Darwin, fueron los primeros en asestar los golpes mortales a la modernidad al cuestionar la idea del progreso, la racionalidad y acentuar las diferencias estructurales que subyacen a la sociedad y a la mente humana. ¿Qué función desempeñaron los estudios literarios en este contexto? René Wellek apunta que “en Europa, especialmente desde la Primera Guerra Mundial, se ha producido una reacción contra los métodos de estudio literarios tal como venían siendo aplicados desde la segunda mitad del siglo XIX: contra la simple acumulación de datos que no guardaban relación entre sí, y contra toda la presuposición subyacente de que la literatura debía ser explicada por los métodos de las ciencias naturales, por la causalidad, …”

Es decir, que las ciencias humanas fueron poco a poco adquiriendo mayor importancia al demostrarse que las ciencias naturales y formales no podían ofrecer modelos explicativos acerca de la conducta humana tal como lo aplicaban con éxito al estudio de la materia. El ser humano no es totalmente racional. La teoría del inconsciente de Freud penetró en la mente humana aportando la tesis de una división entre el ello el yo y el superyó. El ser humano no era una unidad armónica, sino una estructura en constante conflicto interno.

La Literatura pasó a ser estudiada desde diversas disciplinas: Filosofía, Antropología, Psicología, Sociología, etc. Se enriqueció con el aporte de todas ellas y desarrolló a la vez sus propios métodos. Lo que aconteció es que a la tradicional y arcaica forma de estudiar la Literatura, o sea, recurriendo a la historiografía o a la vida del autor, se agregaron métodos extrínsecos que diluyeron las fronteras de lo que se estaba denominando estudios literarios. Tal es así que hoy en día, en las universidades más prestigiosas de los EEUU y Europa, los cursos impartidos en las escuelas de Literatura tienen lugar en otras facultades, sobre todo las de ciencias sociales.

Y es que ahora no basta con preguntarse qué es literatura sino más bien qué no es literatura. Una definición lo más amplia posible la determina como la ciencia del texto o la ciencia del discurso. Por Literatura se puede entender la historia de la literatura, la enseñanza de la literatura, la creación literaria y la crítica o los estudios literarios. No son lo mismo pero están relacionados entre sí. ¿De qué se habla cuando se trata de Literatura? Depende a cual de las nociones antes mencionadas nos estemos refiriendo. Lo cierto es que el estudiante de literatura no es necesariamente (y no es condición indispensable) un creador o escritor. Es formado para la investigación dentro del área de las ciencias sociales y humanidades; pero dadas las condiciones de nuestro país, ve cada vez más alejada dicha posibilidad y son muy pocos realmente logran posicionarse como investigadores, críticos literarios o profesores universitarios (la gran mayoría pasan a engrosar las filas de profesores secundarios o preuniversitarios).

¿Qué debemos esperar de la enseñanza de la Literatura en los colegios? Que primero deje de ser una inútil recopilación de nombres, biografías y títulos de libros para convertirse en una praxis en la cual el alumno lea, discuta y, finalmente, produzca un texto que de cuenta de su capacidad crítica para dialogar no con los resúmenes, ni tampoco con las dramatizaciones actorales de sus profesores, sino directamente con los textos, ya sean estos de ficción (novelas, poesía, teatro) u otros (periodísticos, películas, canciones). Porque en vano no han desarrollado tanto los estudios literarios como para seguir considerando a la Literatura como “la belleza de la palabra”.
Sigue leyendo

El qué y el para qué de la Literatura

[Visto: 5160 veces]

Qué es la Literatura? Los manuales escolares la definen como “la belleza de la palabra”, refiriéndose a un estilo depurado, sublime, proclive a la perfección de lo escrito. Otros la vinculan con el estudio de la “obra literaria”, en la cual la Literatura estaría conformada por un determinado corpus de textos pertenecientes a distintas épocas, autores y corrientes literarias que aparecen y desaparecen como el día que sucede a la noche. Autores, obras y corrientes literarias que la historia de la Literatura ha ido catalogando como clásicas e imprescindibles para la comprensión de una determinada época, agregando a ello una fuerte dosis de anécdotas y vivencias del autor. De esta manera, la Literatura se convierte en un vistazo panorámico donde lo que importa no es la interpretación del texto, sino más bien, recopilación de biografías, apelativos, obras y corrientes literarias.

La pregunta central que debemos plantearnos es ¿sentir o entender la Literatura? Y es que definir el término “Literatura” o más bien la “literariedad” no es asunto sencillo porque el nombre de nuestra disciplina coincide con el nombre del objeto de estudio. La Biología estudia a los seres vivos; la Psicología, la conducta y los procesos mentales; la Química, la composición de la materia; la Literatura estudia a la literatura.

Y es que aquí es pertinente hacer una distinción entre Literatura como creación, los estudios literarios, la historia de la literatura y la teoría y crítica literaria. ¿Qué pretende ser y hacer un estudiante de Literatura de cualquiera de las cuatro únicas escuelas de Literatura que hay en el Perú ? Muchas personas estamos seguros pensarán que dicho estudiante es un soñador, un individuo que escribe poemas y que vive en un mundo de ensoñación y fantasías (entre ellas la de convertirse en escritor); o en el mejor de los casos que desea convertirse en profesor de Literatura a nivel escolar (a sabiendas de que para ello existe la especialidad de Lengua y Literatura en Educación). Esta forma de ver la Literatura, solo como un arte, es la más extendida y eso da lugar a muchos malos entendidos, cuando hoy en día y desde hace más de medio siglo, la Literatura, entendida como los estudios literarios, posee la categoría de ciencia.

Una ciencia es una disciplina que busca explicar algún fenómeno de la realidad a partir de sus manifestaciones. Las ciencias poseen un objeto de estudio específico, metodologías particulares, y diversas teorías que intentan explicar sus presupuestos. Las hay formales como la Matemática y la Lógica; naturales como la Física, la Química y la Biología; y humanas como la Psicología, Antropología y Literatura. En un primer momento el objeto de estudio de la Literatura fue la obra, luego pasamos al texto y finalmente, estamos en la etapa del discurso. Si algo estudia la Literatura eso es el discurso. Y por discurso debemos entender una cosa hecha de lenguaje, que atraviesa distintas manifestaciones del conocimiento humano. Por ello es tan difícil definir el espacio que le toca a estudiar a la Literatura porque el discurso así como el texto, está en todas partes.

El hecho fundamental para que las ciencias humanas alcanzaran el nivel de reconocimiento de las ciencias formales y naturales ocurrió hacia principios del siglo XX. Antes hacia mediados y fines del siglo XIX las ciencias naturales representaban el modelo más confiable para analizar la realidad debido a la exactitud de sus mediciones y a la objetividad de sus estudios. En esto tuvo mucho que ver el positivismo de Augusto Comte, el cual consideraba que para que una ciencia obtuviera tal categoría, debería estudiar objetivamente la realidad, y sus objetos de estudios tenían que ser sensibles, y posibles de estudiar a través de la experimentación y la observación.

La crisis del positivismo y la esperanza en la modernidad y la razón, se acentuaron con los movimientos históricos de vanguardia durante los primeros veinte años del siglo XX. Tales movimientos cuestionaban la idea de una razón sólida que explicara la realidad, la cual aparecía fragmentada y confusa a los ojos de los nuevos artistas. El proyecto racionalista de la modernidad entraba en crisis y un nuevo periodo de incertidumbres y escepticismo dominaba Europa. Las vanguardias se fueron cuestionando a sí mismas, tanto en la práctica tradicional como en la institucionalidad del arte; es decir, a los artistas tradicionales y a los críticos que no podían explicar este nuevo fenómeno artístico que cantaba las bondades de la incoherencia, la escritura automática y todo aquello que no obedeciera a un plan predeterminado para la creación.

Nietzsche, Freud, Marx y Darwin, fueron los primeros en asestar los golpes mortales a la modernidad al cuestionar la idea del progreso, la racionalidad y acentuar las diferencias estructurales que subyacen a la sociedad y a la mente humana. ¿Qué función desempeñaron los estudios literarios en este contexto? René Wellek apunta que “en Europa, especialmente desde la Primera Guerra Mundial, se ha producido una reacción contra los métodos de estudio literarios tal como venían siendo aplicados desde la segunda mitad del siglo XIX: contra la simple acumulación de datos que no guardaban relación entre sí, y contra toda la presuposición subyacente de que la literatura debía ser explicada por los métodos de las ciencias naturales, por la causalidad, …”

Es decir, que las ciencias humanas fueron poco a poco adquiriendo mayor importancia al demostrarse que las ciencias naturales y formales no podían ofrecer modelos explicativos acerca de la conducta humana tal como lo aplicaban con éxito al estudio de la materia. El ser humano no es totalmente racional. La teoría del inconsciente de Freud penetró en la mente humana aportando la tesis de una división entre el ello el yo y el superyó. El ser humano no era una unidad armónica, sino una estructura en constante conflicto interno.

La Literatura pasó a ser estudiada desde diversas disciplinas: Filosofía, Antropología, Psicología, Sociología, etc. Se enriqueció con el aporte de todas ellas y desarrolló a la vez sus propios métodos. Lo que aconteció es que a la tradicional y arcaica forma de estudiar la Literatura, o sea, recurriendo a la historiografía o a la vida del autor, se agregaron métodos extrínsecos que diluyeron las fronteras de lo que se estaba denominando estudios literarios. Tal es así que hoy en día, en las universidades más prestigiosas de los EEUU y Europa, los cursos impartidos en las escuelas de Literatura tienen lugar en otras facultades, sobre todo las de ciencias sociales.

Y es que ahora no basta con preguntarse qué es literatura sino más bien qué no es literatura. Una definición lo más amplia posible la determina como la ciencia del texto o la ciencia del discurso. Por Literatura se puede entender la historia de la literatura, la enseñanza de la literatura, la creación literaria y la crítica o los estudios literarios. No son lo mismo pero están relacionados entre sí. ¿De qué se habla cuando se trata de Literatura? Depende a cual de las nociones antes mencionadas nos estemos refiriendo. Lo cierto es que el estudiante de literatura no es necesariamente (y no es condición indispensable) un creador o escritor. Es formado para la investigación dentro del área de las ciencias sociales y humanidades; pero dadas las condiciones de nuestro país, ve cada vez más alejada dicha posibilidad y son muy pocos realmente logran posicionarse como investigadores, críticos literarios o profesores universitarios (la gran mayoría pasan a engrosar las filas de profesores secundarios o preuniversitarios).

¿Qué debemos esperar de la enseñanza de la Literatura en los colegios? Que primero deje de ser una inútil recopilación de nombres, biografías y títulos de libros para convertirse en una praxis en la cual el alumno lea, discuta y, finalmente, produzca un texto que de cuenta de su capacidad crítica para dialogar no con los resúmenes, ni tampoco con las dramatizaciones actorales de sus profesores, sino directamente con los textos, ya sean estos de ficción (novelas, poesía, teatro) u otros (periodísticos, películas, canciones). Porque en vano no han desarrollado tanto los estudios literarios como para seguir considerando a la Literatura como “la belleza de la palabra”.
Sigue leyendo

El pastor de la CIA

[Visto: 2111 veces]

“El cine ya no hace preguntas, sólo busca diversión. Soy uno de los pocos cineastas que todavía hace lo que quiere, y siempre he querido evocar el cine europeo y americano de los años 70, un cine en el que lo que importaba eran los problemas políticos y sociales. Con las nuevas tecnologías, Hollywood ha destruido aquel sueño de los años 70, convirtiendo en cineastas marginales, en perdedores, a todos lo que no caben en sus parámetros. Olvidan que sin perdedores no existiría su gran cine de los años 40, 50 y 70”.

Emir Kusturika

(Sarajevo, Bosnia, 1954)

Robert De Niro retorna con pie derecho luego de su primera cinta como director en Una historia del Bronx (1993). Esta vez nos presenta El buen pastor (The good sheperd), una cinta que relata la historia de la formación de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA). Matt Damon interpreta a Edward Wilson, un joven que es invitado a integrar la sociedad secreta “Skull and Bones” mientras estudia en la universidad de Yale. Discreción y lealtad son las cualidades que lo llevarán a ser recomendado como miembro de la OSS (Agencia de Servicios Estratégicos) durante la Segunda Guerra Mundial.

Convencido de que es necesario proteger a la nación americana de los enemigos que la amenazan, Wilson se entrega totalmente a la institución en la cual se planean conspiraciones, sabotajes, asesinatos y derrocamiento de gobiernos próximos a la órbita comunista. A medida que transcurren los años, Wilson se da cuenta de que la confianza entre los miembros de la CIA no tiene cabida en una situación en que la Guerra Fría se manifiesta hasta en las relaciones cotidianas: desconfianza, traición, engaño son las armas que los agentes utilizan no solo contra los enemigos de la nación sino también contra sus compañeros. Wilson sacrifica su matrimonio cuya relación se ve deteriorada por las largas ausencias por las que no pudo entablar una relación sólida con su único hijo (Eddie Redmayne), quien creció lleno de inseguridades, por la indiferencia de su padre. Su esposa Margaret, a quien todos llaman “Clover” (Angelina Jolie) reclama inútilmente mayor dedicación a su familia.

De Niro no improvisó la trama sino que fue asesorado por un ex agente de la CIA jubilado. Milton Bearden quien condujo al actor-director por Afganistán, Pakistán y Moscú para obtener datos que le fueran útiles para la realización de la película. De ahí que para el espectador resulten familiares varios acontecimientos históricos como la crisis de los misiles y la Revolución Cubana.

La actuación de Matt Damon personificando al agente Wilson alcanza su mejor momento luego de películas como Salvando al soldado Ryan (1998), El talentoso señor Ripley (1999), Ocean’s eleven (2002), Syriana (2005) y la recientemente aclamada Infiltrados (2006) de Martin Scorsese en la cual, a pesar del protagonismo de Di Caprio, supo mantener el perfil que el personaje le exigía. En contraste, la participación de Angelina Jolie es más bien discreta. Acostumbrados a verla como mujer fatal o chica mala —etiqueta que limita sus interpretaciones— parecía que en el personaje de “Clover” veríamos más de lo mismo. El cambio de carácter de Margaret (Angelina Jolie) es radical luego de su matrimonio y me desconcertó que después de presentarla en su juventud como “chica mala” que seduce a Wilson y casi poco más que lo fuerza a tener sexo, se transforme luego en una señora que acepta el drama de ser una esposa que no es amada por su esposo.

Lo mejor de El buen pastor está en la puesta en escena de los conceptos que De Niro demuestra conocer muy bien: trama, técnica narrativa, documentación y la intuición de apostar por un actor como Matt Damon que viene demostrando que puede protagonizar roles estelares variados, alejado de lo que mayormente Hollywood promueve en sus megaproducciones. Algunos críticos consideran que esta cinta tiene ecos de El padrino, pero no me parece justa esta apreciación. La cinta de Coppola es inmensamente superior por muchas razones, entre ellas las grandes interpretaciones por igual de todo el reparto; por otro lado tampoco creo que el tono épico este presente en El buen pastor como lo está en la saga de la familia Corleone. No hay grandes hazañas ni mucho menos Wilson se aproxima a Michael Corleone, lo que sí hay son grandes sacrificios: Wilson renuncia a su vida propia por una causa de la cual se decepciona. El punto flaco es la excesiva duración que retrasa la comprensión de los datos escondidos y la actuación desaprovechada de Angelina Jolie quien solo acompaña al protagonista como una figura decorativa.

La escena con la cual me quedo es el interrogatorio al verdadero científico ruso mientras detrás del espejo lo observa impasible, el impostor, y también podría ser la frustrada boda del hijo de Wilson por la muerte de su esposa arrojada desde un avión.

¿Qué hubieran hecho Coppola u Scorsese con este material? No lo sabemos, pero dentro de la parrilla cinematográfica nacional, es lo mejor que nos ha llegado de los Estados Unidos. Felicitaciones maestro De Niro

Sigue leyendo

El pastor de la CIA

[Visto: 2119 veces]

“El cine ya no hace preguntas, sólo busca diversión. Soy uno de los pocos cineastas que todavía hace lo que quiere, y siempre he querido evocar el cine europeo y americano de los años 70, un cine en el que lo que importaba eran los problemas políticos y sociales. Con las nuevas tecnologías, Hollywood ha destruido aquel sueño de los años 70, convirtiendo en cineastas marginales, en perdedores, a todos lo que no caben en sus parámetros. Olvidan que sin perdedores no existiría su gran cine de los años 40, 50 y 70”.

Emir Kusturika

(Sarajevo, Bosnia, 1954)

Robert De Niro retorna con pie derecho luego de su primera cinta como director en Una historia del Bronx (1993). Esta vez nos presenta El buen pastor (The good sheperd), una cinta que relata la historia de la formación de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA). Matt Damon interpreta a Edward Wilson, un joven que es invitado a integrar la sociedad secreta “Skull and Bones” mientras estudia en la universidad de Yale. Discreción y lealtad son las cualidades que lo llevarán a ser recomendado como miembro de la OSS (Agencia de Servicios Estratégicos) durante la Segunda Guerra Mundial.

Convencido de que es necesario proteger a la nación americana de los enemigos que la amenazan, Wilson se entrega totalmente a la institución en la cual se planean conspiraciones, sabotajes, asesinatos y derrocamiento de gobiernos próximos a la órbita comunista. A medida que transcurren los años, Wilson se da cuenta de que la confianza entre los miembros de la CIA no tiene cabida en una situación en que la Guerra Fría se manifiesta hasta en las relaciones cotidianas: desconfianza, traición, engaño son las armas que los agentes utilizan no solo contra los enemigos de la nación sino también contra sus compañeros. Wilson sacrifica su matrimonio cuya relación se ve deteriorada por las largas ausencias por las que no pudo entablar una relación sólida con su único hijo (Eddie Redmayne), quien creció lleno de inseguridades, por la indiferencia de su padre. Su esposa Margaret, a quien todos llaman “Clover” (Angelina Jolie) reclama inútilmente mayor dedicación a su familia.

De Niro no improvisó la trama sino que fue asesorado por un ex agente de la CIA jubilado. Milton Bearden quien condujo al actor-director por Afganistán, Pakistán y Moscú para obtener datos que le fueran útiles para la realización de la película. De ahí que para el espectador resulten familiares varios acontecimientos históricos como la crisis de los misiles y la Revolución Cubana.

La actuación de Matt Damon personificando al agente Wilson alcanza su mejor momento luego de películas como Salvando al soldado Ryan (1998), El talentoso señor Ripley (1999), Ocean’s eleven (2002), Syriana (2005) y la recientemente aclamada Infiltrados (2006) de Martin Scorsese en la cual, a pesar del protagonismo de Di Caprio, supo mantener el perfil que el personaje le exigía. En contraste, la participación de Angelina Jolie es más bien discreta. Acostumbrados a verla como mujer fatal o chica mala —etiqueta que limita sus interpretaciones— parecía que en el personaje de “Clover” veríamos más de lo mismo. El cambio de carácter de Margaret (Angelina Jolie) es radical luego de su matrimonio y me desconcertó que después de presentarla en su juventud como “chica mala” que seduce a Wilson y casi poco más que lo fuerza a tener sexo, se transforme luego en una señora que acepta el drama de ser una esposa que no es amada por su esposo.

Lo mejor de El buen pastor está en la puesta en escena de los conceptos que De Niro demuestra conocer muy bien: trama, técnica narrativa, documentación y la intuición de apostar por un actor como Matt Damon que viene demostrando que puede protagonizar roles estelares variados, alejado de lo que mayormente Hollywood promueve en sus megaproducciones. Algunos críticos consideran que esta cinta tiene ecos de El padrino, pero no me parece justa esta apreciación. La cinta de Coppola es inmensamente superior por muchas razones, entre ellas las grandes interpretaciones por igual de todo el reparto; por otro lado tampoco creo que el tono épico este presente en El buen pastor como lo está en la saga de la familia Corleone. No hay grandes hazañas ni mucho menos Wilson se aproxima a Michael Corleone, lo que sí hay son grandes sacrificios: Wilson renuncia a su vida propia por una causa de la cual se decepciona. El punto flaco es la excesiva duración que retrasa la comprensión de los datos escondidos y la actuación desaprovechada de Angelina Jolie quien solo acompaña al protagonista como una figura decorativa.

La escena con la cual me quedo es el interrogatorio al verdadero científico ruso mientras detrás del espejo lo observa impasible, el impostor, y también podría ser la frustrada boda del hijo de Wilson por la muerte de su esposa arrojada desde un avión.

¿Qué hubieran hecho Coppola u Scorsese con este material? No lo sabemos, pero dentro de la parrilla cinematográfica nacional, es lo mejor que nos ha llegado de los Estados Unidos. Felicitaciones maestro De Niro

Sigue leyendo