Exposición fotográfica en la Alianza Francesa

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Por Elena De Yta

El pasado viernes veintiuno, además de celebrarse el Día de la Juventud y de la primavera, también se inauguró la exposición fotográfica Océanos Expo The Living Oceans, en la galería de arte “Luis Bouroncle Barreda” de la Alianza Francesa de Arequipa.

En esta exposición se exhibirán los trabajos de fotógrafos internacionales como Michael Aw (Singapur), Mauricio Handler (Estados Unidos), Tim Rock (Guam), Sammy Tanaka (Japón), James Watt (Hawai) y el peruano Bernardo Sambra.

“Convencidos que la imagen cautiva, involucra y transmite, hemos optado porque Océanos Expo concentre imágenes idílicas sobre el mundo submarino. Imágenes obtenidas con equipos y técnicas muy sofisticadas que logren acercar al espectador a la real dimensión de lo que sin duda es el principal ecosistema de nuestro planeta. Océanos Expo reúne seis visiones diferentes con el solo propósito de dar a conocer a través de la fotografía el espectacular mundo que se esconde en los diferentes océanos del mundo.”

El evento estuvo amenizado por la música de Los Fabulosos Chapilacs. La exposición, para todos los que quieran asistir, será hasta el día 16 de octubre en la galería de arte “Luis Bouroncle Barreda”, calle Santa Catalina 208.

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Estrategias y cálculos en la extradición de Fujimori

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José Rodríguez Elizondo, periodista y escritor chileno, mencionó ayer en una entrevista realizada por Cecilia Valenzuela, que uno de los factores determinantes en la extradición de Alberto Fujimori fue “la falta de señales por parte del gobierno peruano”, con lo cual se refería a la actitud neutral y casi indiferente del gobierno peruano respecto al caso Fujimori. Esto motiva una doble lectura: o bien al gobierno de Alan García no le interesaba en absoluto traer a Fujimori por temor a que su presencia desestabilizara en clima político-social en el Perú, o bien fue una estrategia calculada milimétricamente que ni el “chino” —maestro visionario del cálculo político— se lo hubiera imaginado. Estrategia consistente en, por un lado, aprovechar la alianza no declarada con el fujimorismo para contener los embates de la oposición y asegurar una mayoría en el congreso para poder gobernar con mayor tranquilidad; y por el otro, no entorpecer el proceso de extradición con declaraciones oficiales, evitando que este adquiriese un matiz político, argumento esgrimido por el fujimorismo para descalificar el proceso contra su líder. Precisamente, el error de la administración Toledo fueron las reiteradas declaraciones de sus funcionarios insistiendo en el tema Fujimori, lo cual no estaba del todo mal, sino que dio la sensación de que efectivamente, se trataba de una venganza política, por no mencionar los vicios y errores en procedimientos judiciales que permitieron la liberación de algunos inculpados en casos de corrupción.

Los magistrados de la Corte Suprema de Chile habrían interpretado este silencio en el Perú como una señal de la confianza depositada en ellos para que determinen una decisión de vital importancia, por tanto, debían estar a la altura y, tomando en cuenta que a Pinochet no se le pudo juzgar, no extraditar a Fujimori era, al menos, políticamente incorrecto.

El gobierno de Michelle Bachelet jugó muy bien sus cartas y concuerdo con Elizondo en que “todos ganamos”. Las relaciones peruano-chilenas, muy venidas a menos recientemente, podrán retomar el aliento necesario para enfrentar un reto común: el mercado asiático. Perú y Chile son miembros de la APEC, situación que no todos los países de la costa del Pacífico en centro y sudamérica poseen, lo que los coloca en un lugar expectante. Chile tuvo que hilar fino con el caso Fujimori para no frustrar sus relaciones con un aliado comercial importante como es el Japón. De existir una estrategia político-jurídica de parte de Chile, debemos interpretar que la decisión del juez Orlando Álvarez quien rechazó la extradición a pesar del informe de la fiscal Mónica Maldonado, permitió a la postre que Chile y Japón pudieran culminar el proceso de su tratado de libre comercio que, según varios analistas, podía verse afectado por una eventual extradición de Fujimori al Perú. Chile ganó tiempo y concretó el tratado, pero quedaba pendiente el fallo de la Corte Suprema y fue allí donde verdaderamente se deja notar la estrategia político-jurídica (si es que la hubo) de Chile: la no extradición hubiera dejado una imagen muy deteriorada de la justicia chilena ante el mundo, luego de que Pinochet falleciera sin haber sido juzgado. Chile ganó con el tratado de libre comercio con Japón y con la extradición de Fujimori. Ganaron los familiares de las víctimas y todos aquellos que colaboraron con el informe de la Comisión de la Verdad, quienes luego de este fallo, deben sentir una satisfacción enorme porque este informe fue de crucial importancia para la elaboración de los argumentos a favor de la extradición. Gana el gobierno de García porque tiene la oportunidad histórica de demostrarle al mundo que en nuestro país un dictador sí puede ser juzgado con garantías, las que Fujimori y Montesinos no otorgó a quienes diferían de opinión; además de que —si damos por cierta la hipótesis de la estrategia aprista— los hicieron cholitos a los fujimoristas al haberles hecho creer que la alianza con el oficialismo era verdadera: obtuvieron el apoyo fujimorista al ser aparentemente imparciales, permitieron a la justicia chilena tomar una decisión sin presiones.

¿Qué dirá ahora Carlos Raffo? Como todos los fujimoristas, de hecho que dirá que todo estaba fríamente calculado. Bien, confiemos en sus cálculos, que hasta ahora siguen fallando para que Fujimori y Montesinos cumplan sentencia en la cárcel y que al fin podamos mirar al mundo sin la vergüenza de haber dejado libre a un sujeto que intentó perpetuarse en el poder. La batalla ahora comienza a nivel mediático y es donde la prensa debe mantener la discusión vigente profundizando el análisis y sobre todo, ilustrando a la población en lo referente a por qué es necesario juzgar a Fujimori aunque la economía haya mejorado y el terrorismo casi desaparecido. ¿Sabe por qué amigo fujimorista? Por que si usted hubiera sido familiar de alguna de las víctimas del Grupo Colina, o de alguno de los desaparecidos por el Servicio de Inteligencia del Ejército, o de los asesinados en Barrios Altos o de los estudiantes de La Cantuta, estoy seguro que al menos pediría una explicación a los responsables y si usted tiene un poco de sentido común y de integridad moral, poco le importaría que la inflación sea menos del 1% anual. De lo contrario, solo me queda pensar que aquellos que defienden a Fujimori lo que realmente defienden es el mendrugo que recibieron del régimen. Fujimori y Montesinos nos quitaron la dignidad. Llegó la hora de recuperarla.
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Estrategias y cálculos en la extradición de Fujimori

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José Rodríguez Elizondo, periodista y escritor chileno, mencionó ayer en una entrevista realizada por Cecilia Valenzuela, que uno de los factores determinantes en la extradición de Alberto Fujimori fue “la falta de señales por parte del gobierno peruano”, con lo cual se refería a la actitud neutral y casi indiferente del gobierno peruano respecto al caso Fujimori. Esto motiva una doble lectura: o bien al gobierno de Alan García no le interesaba en absoluto traer a Fujimori por temor a que su presencia desestabilizara en clima político-social en el Perú, o bien fue una estrategia calculada milimétricamente que ni el “chino” —maestro visionario del cálculo político— se lo hubiera imaginado. Estrategia consistente en, por un lado, aprovechar la alianza no declarada con el fujimorismo para contener los embates de la oposición y asegurar una mayoría en el congreso para poder gobernar con mayor tranquilidad; y por el otro, no entorpecer el proceso de extradición con declaraciones oficiales, evitando que este adquiriese un matiz político, argumento esgrimido por el fujimorismo para descalificar el proceso contra su líder. Precisamente, el error de la administración Toledo fueron las reiteradas declaraciones de sus funcionarios insistiendo en el tema Fujimori, lo cual no estaba del todo mal, sino que dio la sensación de que efectivamente, se trataba de una venganza política, por no mencionar los vicios y errores en procedimientos judiciales que permitieron la liberación de algunos inculpados en casos de corrupción.

Los magistrados de la Corte Suprema de Chile habrían interpretado este silencio en el Perú como una señal de la confianza depositada en ellos para que determinen una decisión de vital importancia, por tanto, debían estar a la altura y, tomando en cuenta que a Pinochet no se le pudo juzgar, no extraditar a Fujimori era, al menos, políticamente incorrecto.

El gobierno de Michelle Bachelet jugó muy bien sus cartas y concuerdo con Elizondo en que “todos ganamos”. Las relaciones peruano-chilenas, muy venidas a menos recientemente, podrán retomar el aliento necesario para enfrentar un reto común: el mercado asiático. Perú y Chile son miembros de la APEC, situación que no todos los países de la costa del Pacífico en centro y sudamérica poseen, lo que los coloca en un lugar expectante. Chile tuvo que hilar fino con el caso Fujimori para no frustrar sus relaciones con un aliado comercial importante como es el Japón. De existir una estrategia político-jurídica de parte de Chile, debemos interpretar que la decisión del juez Orlando Álvarez quien rechazó la extradición a pesar del informe de la fiscal Mónica Maldonado, permitió a la postre que Chile y Japón pudieran culminar el proceso de su tratado de libre comercio que, según varios analistas, podía verse afectado por una eventual extradición de Fujimori al Perú. Chile ganó tiempo y concretó el tratado, pero quedaba pendiente el fallo de la Corte Suprema y fue allí donde verdaderamente se deja notar la estrategia político-jurídica (si es que la hubo) de Chile: la no extradición hubiera dejado una imagen muy deteriorada de la justicia chilena ante el mundo, luego de que Pinochet falleciera sin haber sido juzgado. Chile ganó con el tratado de libre comercio con Japón y con la extradición de Fujimori. Ganaron los familiares de las víctimas y todos aquellos que colaboraron con el informe de la Comisión de la Verdad, quienes luego de este fallo, deben sentir una satisfacción enorme porque este informe fue de crucial importancia para la elaboración de los argumentos a favor de la extradición. Gana el gobierno de García porque tiene la oportunidad histórica de demostrarle al mundo que en nuestro país un dictador sí puede ser juzgado con garantías, las que Fujimori y Montesinos no otorgó a quienes diferían de opinión; además de que —si damos por cierta la hipótesis de la estrategia aprista— los hicieron cholitos a los fujimoristas al haberles hecho creer que la alianza con el oficialismo era verdadera: obtuvieron el apoyo fujimorista al ser aparentemente imparciales, permitieron a la justicia chilena tomar una decisión sin presiones.

¿Qué dirá ahora Carlos Raffo? Como todos los fujimoristas, de hecho que dirá que todo estaba fríamente calculado. Bien, confiemos en sus cálculos, que hasta ahora siguen fallando para que Fujimori y Montesinos cumplan sentencia en la cárcel y que al fin podamos mirar al mundo sin la vergüenza de haber dejado libre a un sujeto que intentó perpetuarse en el poder. La batalla ahora comienza a nivel mediático y es donde la prensa debe mantener la discusión vigente profundizando el análisis y sobre todo, ilustrando a la población en lo referente a por qué es necesario juzgar a Fujimori aunque la economía haya mejorado y el terrorismo casi desaparecido. ¿Sabe por qué amigo fujimorista? Por que si usted hubiera sido familiar de alguna de las víctimas del Grupo Colina, o de alguno de los desaparecidos por el Servicio de Inteligencia del Ejército, o de los asesinados en Barrios Altos o de los estudiantes de La Cantuta, estoy seguro que al menos pediría una explicación a los responsables y si usted tiene un poco de sentido común y de integridad moral, poco le importaría que la inflación sea menos del 1% anual. De lo contrario, solo me queda pensar que aquellos que defienden a Fujimori lo que realmente defienden es el mendrugo que recibieron del régimen. Fujimori y Montesinos nos quitaron la dignidad. Llegó la hora de recuperarla.
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Contra el fanatismo de Amos Oz

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RECOMIENDO LA LECTURA DE “BARBARIE EN LA FRANJA DE GAZA” de Gonzalo Gamio

Nacido en el seno de una familia de judíos inmigrantes provenientes de Europa, Amos Oz (Jerusalén, 1939) es uno de los escritores israelíes contemporáneos más influyente en la vida política y cultura de su país. No en vano, Mario Vargas Llosa en su reportaje al conflicto palestino-israelí Israel, Palestina. Paz o guerra santa (2005), elogió la integridad moral de aquella izquierda israelí y de los intelectuales progresistas como Amos Oz quienes alzan su voz de protesta contra los atropellos cometidos por los gobiernos israelíes contra los derechos humanos, la libertad y contra una adecuada difusión de lo que verdaderamente acontece entre palestinos e israelíes.

Dedicado desde 1987 a la docencia universitaria como profesor de literatura hebrea en la Ben-Gurion University of the Neguev, ha sido invitado por diversas universidades de EEUU y Europa. Dentro de su producción novelística que consta de once novelas, destacan Una pantera en el sótano (1985), La tercera condición (1991), No digas noche (1994) y Una historia de amor y oscuridad (2002).

Amos Oz, a través de sus novelas y ensayos ha colaborado a la formación de una corriente de opinión crítica sobre la política exterior de los gobiernos de Israel respecto al problema palestino, además de que en numerosos artículos se ha manifestado abiertamente a favor de una coexistencia pacífica entre judíos y palestinos previa aceptación de las mutuas responsabilidades históricas que obstaculizaron la resolución del conflicto palestino-israelí. Dicha posición le ha acarreado a Amos Oz muchas críticas de los sectores conservadores de derecha y ultraderecha en Israel, que lo califican de traidor.

En Contra el fanatismo, Amos Oz reúne tres conferencias en las cuales aborda, desde una perspectiva vivencial, el tema del fanatismo. “Traidor —creo— es quien cambia a ojos de aquellos que odian cambiar y no pueden concebir el cambio, a pesar de que siempre quieran cambiarle a uno. En otras palabras, traidor, a ojos del fanático, es cualquiera que cambia (…) No convertirse en fanático significa ser, hasta cierto punto y de alguna forma, en traidor o ojos del fanático”. El cambio es, en este sentido, una opción de vida; lo contrario sería intransigencia o fanatismo.
En “Sobre la naturaleza del fanatismo”, Amos Oz explica cual es, en su opinión la esencia del fanatismo: “Creo que la esencia del fanatismo reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar”, por lo que muchas veces un fanático se muestra preocupado por el accionar de los que no están de acuerdo con él. A lo largo de los tres ensayos, el autor explica mediante anécdotas y reflexiones personales su evolución de fanático a defensor de la vida, la cual no debiera confundirse, insiste, con una ciega defensa de la paz o la censura absoluta de la guerra. Toda guerra es censurable en sí misma pero en determinadas circunstancias, los seres humanos nos vemos obligados a combatir para defender nuestra integridad. Amos Oz se confiesa en esta parte como un experto en fanatismo comparado ya que le tocó vivir en carne propia el drama de la formación del estado de Israel desde sus inicios cuando aquel territorio —la Palestina británica— era todavía una colonia; la inmigración de miles de judíos de Europa antes, durante y después del holocausto nazi, además de los judíos provenientes de los vecinos países árabes; y el confinamiento de los refugiados palestinos desplazados de un territorio que histórica, cultural y religiosamente consideraban suyo.

El problema, como lo plantea Amos Oz, reside en que ambas reivindicaciones, la judía y la palestina son legítimas, por lo que no queda otra vía que llegar a un acuerdo, término que para ciertos sectores radicales e idealistas significa concesión, renuncia o traición. Amos Oz no lo considera así: llegar a un acuerdo para lograr la paz es una opción de vida porque posibilita el cambio. No interpreta el conflicto palestino-israelí como una guerra religiosa, sino “fundamentalmente, como un conflicto entre derecho y derecho, entre dos reivindicaciones muy convincentes, muy poderosas, sobre el mismo pequeño país (…) Simplemente una verdadera disputa estatal sobre quién es el propietario de la casa”.

¿Como curarnos del fanatismo? Imaginación, literatura y humor son la receta propuesta por el autor como antídotos efectivos contra el fanatismo, en tanto la literatura y la imaginación ayudan a visualizar a través de la ficción, los estragos del fanatismo; a pesar de que existe mucha literatura que ha alimentado odios y superioridades. El humor ayudaría a superar el fanatismo porque el fanático toma muy en serio su fanatismo, por eso es incapaz de reírse de sí mismo: “Jamás he visto en mi vida a un fanático con sentido del humor, ni he visto que una persona con sentido del humor se convirtiera en fanático (…) Con frecuencia, los fanáticos son muy sarcásticos y algunos tienen un sarcasmo muy sagaz, pero nada de humor. Tener humor implica la habilidad para reírse de uno mismo”.

En “Sobre la necesidad de llegar a un compromiso y su naturaleza”, Amos Oz amplia sus conceptos sobre el cambio, acuerdo, reconocimiento, paz y guerra, distanciándolos de los valores que tradicionalmente le han asignado los fanáticos y los pacifistas europeos. Critica fuertemente la posición extendida en Europa de soberbia y superioridad al abordar el problema palestino-israelí, tratando a ambas partes como salvajes o niños que no saben comportarse. “Y la expresión llegar a un acuerdo, a un compromiso tiene una reputación nefasta en la sociedad europea (…) No en mi vocabulario. Para mí la expresión ‘llegar a un acuerdo’ significa vida. Lo contrario es fanatismo y muerte”.
Acuerdos que no tienen nada que ver con reuniones protocolares ni intercambio de regalos entre diplomáticos o funcionarios de estados palestinos e israelíes. El verdadero meollo del asunto radica en estar dispuestas ambas partes a renunciar parcialmente a los reclamos o posesiones que históricamente han ganado o perdido. Solo a través de la renuncia mutua, de la aceptación mutua de responsabilidades, Amos Oz vislumbra un cambio real en las relaciones entre judíos y palestinos. “Va a doler de lo lindo. Se debería hacer extensible a ambos pacientes toda brizna de ayuda y simpatía. Ya no hay que elegir entre estar a favor de Israel o de Palestina, hay que estar a favor de la paz”.

Contra el fanatismo, es un libro que nos introduce en la comprensión no de las causas del problema palestino-israelí, sino más bien en sus posibles alternativas de solución, a través del testimonio de un escritor israelí como Amos Oz, en quien la nacionalidad y amor por su patria no ha nublado su conciencia crítica para comprender que entre judíos y árabes no hay un enfrentamiento entre buenos y malos como podría entenderse en Occidente, ni tampoco un conflicto de culturas ni de religiones, sino un enfrentamiento entre dos derechos legítimos que reclaman su realización y que sólo la lograrán por medio del acuerdo mutuo, la renuncia y, lo más importante, combatiendo el fanatismo.
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Contra el fanatismo de Amos Oz

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RECOMIENDO LA LECTURA DE “BARBARIE EN LA FRANJA DE GAZA” de Gonzalo Gamio

Nacido en el seno de una familia de judíos inmigrantes provenientes de Europa, Amos Oz (Jerusalén, 1939) es uno de los escritores israelíes contemporáneos más influyente en la vida política y cultura de su país. No en vano, Mario Vargas Llosa en su reportaje al conflicto palestino-israelí Israel, Palestina. Paz o guerra santa (2005), elogió la integridad moral de aquella izquierda israelí y de los intelectuales progresistas como Amos Oz quienes alzan su voz de protesta contra los atropellos cometidos por los gobiernos israelíes contra los derechos humanos, la libertad y contra una adecuada difusión de lo que verdaderamente acontece entre palestinos e israelíes.

Dedicado desde 1987 a la docencia universitaria como profesor de literatura hebrea en la Ben-Gurion University of the Neguev, ha sido invitado por diversas universidades de EEUU y Europa. Dentro de su producción novelística que consta de once novelas, destacan Una pantera en el sótano (1985), La tercera condición (1991), No digas noche (1994) y Una historia de amor y oscuridad (2002).

Amos Oz, a través de sus novelas y ensayos ha colaborado a la formación de una corriente de opinión crítica sobre la política exterior de los gobiernos de Israel respecto al problema palestino, además de que en numerosos artículos se ha manifestado abiertamente a favor de una coexistencia pacífica entre judíos y palestinos previa aceptación de las mutuas responsabilidades históricas que obstaculizaron la resolución del conflicto palestino-israelí. Dicha posición le ha acarreado a Amos Oz muchas críticas de los sectores conservadores de derecha y ultraderecha en Israel, que lo califican de traidor.

En Contra el fanatismo, Amos Oz reúne tres conferencias en las cuales aborda, desde una perspectiva vivencial, el tema del fanatismo. “Traidor —creo— es quien cambia a ojos de aquellos que odian cambiar y no pueden concebir el cambio, a pesar de que siempre quieran cambiarle a uno. En otras palabras, traidor, a ojos del fanático, es cualquiera que cambia (…) No convertirse en fanático significa ser, hasta cierto punto y de alguna forma, en traidor o ojos del fanático”. El cambio es, en este sentido, una opción de vida; lo contrario sería intransigencia o fanatismo.
En “Sobre la naturaleza del fanatismo”, Amos Oz explica cual es, en su opinión la esencia del fanatismo: “Creo que la esencia del fanatismo reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar”, por lo que muchas veces un fanático se muestra preocupado por el accionar de los que no están de acuerdo con él. A lo largo de los tres ensayos, el autor explica mediante anécdotas y reflexiones personales su evolución de fanático a defensor de la vida, la cual no debiera confundirse, insiste, con una ciega defensa de la paz o la censura absoluta de la guerra. Toda guerra es censurable en sí misma pero en determinadas circunstancias, los seres humanos nos vemos obligados a combatir para defender nuestra integridad. Amos Oz se confiesa en esta parte como un experto en fanatismo comparado ya que le tocó vivir en carne propia el drama de la formación del estado de Israel desde sus inicios cuando aquel territorio —la Palestina británica— era todavía una colonia; la inmigración de miles de judíos de Europa antes, durante y después del holocausto nazi, además de los judíos provenientes de los vecinos países árabes; y el confinamiento de los refugiados palestinos desplazados de un territorio que histórica, cultural y religiosamente consideraban suyo.

El problema, como lo plantea Amos Oz, reside en que ambas reivindicaciones, la judía y la palestina son legítimas, por lo que no queda otra vía que llegar a un acuerdo, término que para ciertos sectores radicales e idealistas significa concesión, renuncia o traición. Amos Oz no lo considera así: llegar a un acuerdo para lograr la paz es una opción de vida porque posibilita el cambio. No interpreta el conflicto palestino-israelí como una guerra religiosa, sino “fundamentalmente, como un conflicto entre derecho y derecho, entre dos reivindicaciones muy convincentes, muy poderosas, sobre el mismo pequeño país (…) Simplemente una verdadera disputa estatal sobre quién es el propietario de la casa”.

¿Como curarnos del fanatismo? Imaginación, literatura y humor son la receta propuesta por el autor como antídotos efectivos contra el fanatismo, en tanto la literatura y la imaginación ayudan a visualizar a través de la ficción, los estragos del fanatismo; a pesar de que existe mucha literatura que ha alimentado odios y superioridades. El humor ayudaría a superar el fanatismo porque el fanático toma muy en serio su fanatismo, por eso es incapaz de reírse de sí mismo: “Jamás he visto en mi vida a un fanático con sentido del humor, ni he visto que una persona con sentido del humor se convirtiera en fanático (…) Con frecuencia, los fanáticos son muy sarcásticos y algunos tienen un sarcasmo muy sagaz, pero nada de humor. Tener humor implica la habilidad para reírse de uno mismo”.

En “Sobre la necesidad de llegar a un compromiso y su naturaleza”, Amos Oz amplia sus conceptos sobre el cambio, acuerdo, reconocimiento, paz y guerra, distanciándolos de los valores que tradicionalmente le han asignado los fanáticos y los pacifistas europeos. Critica fuertemente la posición extendida en Europa de soberbia y superioridad al abordar el problema palestino-israelí, tratando a ambas partes como salvajes o niños que no saben comportarse. “Y la expresión llegar a un acuerdo, a un compromiso tiene una reputación nefasta en la sociedad europea (…) No en mi vocabulario. Para mí la expresión ‘llegar a un acuerdo’ significa vida. Lo contrario es fanatismo y muerte”.
Acuerdos que no tienen nada que ver con reuniones protocolares ni intercambio de regalos entre diplomáticos o funcionarios de estados palestinos e israelíes. El verdadero meollo del asunto radica en estar dispuestas ambas partes a renunciar parcialmente a los reclamos o posesiones que históricamente han ganado o perdido. Solo a través de la renuncia mutua, de la aceptación mutua de responsabilidades, Amos Oz vislumbra un cambio real en las relaciones entre judíos y palestinos. “Va a doler de lo lindo. Se debería hacer extensible a ambos pacientes toda brizna de ayuda y simpatía. Ya no hay que elegir entre estar a favor de Israel o de Palestina, hay que estar a favor de la paz”.

Contra el fanatismo, es un libro que nos introduce en la comprensión no de las causas del problema palestino-israelí, sino más bien en sus posibles alternativas de solución, a través del testimonio de un escritor israelí como Amos Oz, en quien la nacionalidad y amor por su patria no ha nublado su conciencia crítica para comprender que entre judíos y árabes no hay un enfrentamiento entre buenos y malos como podría entenderse en Occidente, ni tampoco un conflicto de culturas ni de religiones, sino un enfrentamiento entre dos derechos legítimos que reclaman su realización y que sólo la lograrán por medio del acuerdo mutuo, la renuncia y, lo más importante, combatiendo el fanatismo.
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Letras del Sur. Crítica y debate en las ciencias sociales y humanidades.

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¿Cuál es el rol de los intelectuales en sociedades como la peruana o la latinoamericana? Uno de ellos es fomentar el espíritu crítico al interior de sus comunidades y otro es discutir los temas de interés nacional, haciendo que su discurso trascienda más allá de congresos o de las aulas universitarias para, finalmente, llegar al ciudadano de una manera clara y didáctica. Los esquemas teóricos no deben convertirse en el fin sino en el medio para justificar la reflexión.

Es por ello que la revista Letras del Sur, convoca a la recepción de trabajos de investigación en las áreas de crítica literaria, ciencias sociales y política para la publicación de su primer número en el mes de octubre del presente año.

Letras del Sur surge con el propósito de incentivar la investigación interdisciplinaria en las áreas de humanidades y ciencias sociales, para crear un espacio de diálogo entre las diversas comunidades académicas de nuestro país, en momentos en que el debate de los asuntos de interés nacional y el discurso de los investigadores especializados puede aportar nuevas luces para la comprensión de nuestra realidad sociocultural.

La publicación tendrá una frecuencia trimestral, para lo cual, convocamos a los interesados en las áreas antes mencionadas, a colaborar en este proyecto enviando un ensayo de 5 carillas en formato A4, estilo de letra Times New Roman, tamaño 11, con interlineado de 1,5 al correo electrónico acaballerom@pucp.edu.pe o naufraggo@hotmail.com. Los ejes temáticos son elección del autor del ensayo. La fecha límite para la recepción de trabajos es el 24 de setiembre.

La revista será editada por el diario Noticias de Arequipa y circulará, principalmente, en Arequipa, Puno, Tacna, Cusco y Lima.

Letras del Sur agradece su participación.

Arequipa, agosto de 2007

Consejo editorial

Elena De Yta Bejarano
Universidad Nacional de San Agustín

Arturo Caballero Medina
Pontificia Universidad Católica del Perú

Henry César Rivas Sucari
Universidad Nacional Mayor de San Marcos

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Letras del Sur. Crítica y debate en las ciencias sociales y humanidades.

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¿Cuál es el rol de los intelectuales en sociedades como la peruana o la latinoamericana? Uno de ellos es fomentar el espíritu crítico al interior de sus comunidades y otro es discutir los temas de interés nacional, haciendo que su discurso trascienda más allá de congresos o de las aulas universitarias para, finalmente, llegar al ciudadano de una manera clara y didáctica. Los esquemas teóricos no deben convertirse en el fin sino en el medio para justificar la reflexión.

Es por ello que la revista Letras del Sur, convoca a la recepción de trabajos de investigación en las áreas de crítica literaria, ciencias sociales y política para la publicación de su primer número en el mes de octubre del presente año.

Letras del Sur surge con el propósito de incentivar la investigación interdisciplinaria en las áreas de humanidades y ciencias sociales, para crear un espacio de diálogo entre las diversas comunidades académicas de nuestro país, en momentos en que el debate de los asuntos de interés nacional y el discurso de los investigadores especializados puede aportar nuevas luces para la comprensión de nuestra realidad sociocultural.

La publicación tendrá una frecuencia trimestral, para lo cual, convocamos a los interesados en las áreas antes mencionadas, a colaborar en este proyecto enviando un ensayo de 5 carillas en formato A4, estilo de letra Times New Roman, tamaño 11, con interlineado de 1,5 al correo electrónico acaballerom@pucp.edu.pe o naufraggo@hotmail.com. Los ejes temáticos son elección del autor del ensayo. La fecha límite para la recepción de trabajos es el 24 de setiembre.

La revista será editada por el diario Noticias de Arequipa y circulará, principalmente, en Arequipa, Puno, Tacna, Cusco y Lima.

Letras del Sur agradece su participación.

Arequipa, agosto de 2007

Consejo editorial

Elena De Yta Bejarano
Universidad Nacional de San Agustín

Arturo Caballero Medina
Pontificia Universidad Católica del Perú

Henry César Rivas Sucari
Universidad Nacional Mayor de San Marcos

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Conversatorio sobre la crítica literaria en la UNSA

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El miércoles 25 de julio en el Salón de Grados de la Escuela de Literatura y Lingüística de la Universidad Nacional de San Agustín estuvieron reunidos cuatro profesores de la especialidad de literatura para discutir acerca del estado de la crítica literaria. Gregorio Torres y Willard Díaz por San Agustín, Miguel Ángel Huamán por San Marcos y Fernando Rivera, egresado agustino que obtuvo el doctorado en literatura en Princeton.

Por la dinámica del conversatorio parecía que se iba a tratar de una revisión de las principales tendencias contemporáneas sobre teoría y crítica literaria. Fernando Rivera comenzó brindando un panorama sobre los estudios subalternos y los estudios culturales desde sus inicios hasta su llegada a Latinoamérica. De manera didáctica y muy clara, desarrolló los principales aspectos de los trabajos de Gayatri Spivak, Raymond Williams, Edward Said, John Beverly del lado anglosajón y Roberto Fernández Retamar, Nelson Osorio, Raúl Bueno, Antonio Cornejo Polar, Ángel Rama por el lado de los estudios latinoamericanos. Hasta ese momento su intervención era netamente expositiva y de carácter orientador.

Pero los asistentes nos sorprendimos cuando el conversatorio adquirió otra tónica luego del ingreso de Miguel Ángel Huamán. Personalmente, no entiendo por qué Rivera tuvo que ponerlo de los temas explicados (formalidad innecesaria si consideramos la tardanza de Miguel Ángel). Minutos después, Rivera le cedió la palabra. El profesor sanmarquino, fiel a su estilo irónico, sutil y ameno, dio un giro total a lo que se venía tratando en el conversatorio. Su intervención trató en primer lugar, sobre el por qué se estudia literatura en el Perú, tomando como ejemplo la crítica literaria periodística: afán de protagonismo, pertenencia a una élite intelectual, consolidación de un espacio de influencia y poder fueron algunas de sus explicaciones.

“Los estudios literarios se han vuelto acríticos en su gran mayoría porque se han preocupado en obtener su estatuto académico propio, en mantener sus espacios corporativos…” (M.A. Huamán)

En su opinión, todo ello deriva en una actitud egoísta e indiferente respecto a los asuntos que debieran ser cuestionados, situación manifiesta en la complicidad ideológica de quienes ocupan un lugar privilegiado en el circuito cultural. De paso aprovechó para aclarar el recto sentido de la palabra “crítica” diferenciando su significando en inglés (criticism), del que adquiere en nuestro entorno, lo cual genera un malentendido cuando se habla de crítica en el Perú: “el término crítica alude a los estudios literarios; en cambio nosotros cuando decimos crítica estamos pensando justo en aquella actividad práctica específica de la reseña de la nota periodística que en palabras de Said es la crítica práctica”. En segundo lugar, relacionó esto con la crisis de la conciencia crítica en la sociedad peruana, la cual se refleja en la educación escolar y universitaria, carente de reflexión. En este contexto, afirmó, las humanidades deben asumir una actitud crítica frente al poder. Finalmente, concluyó en la afirmación de que la crítica debe propiciar un diálogo con el ciudadano común y corriente, ya que el error de muchos intelectuales fue, precisamente, alejar su discurso de la gente común y corriente al oscurecerlo con tecnicismos y especulaciones abstractas. “En veinte años los humanistas se miraron el ombligo y simplemente en el Perú mataron aproximadamente a setenta mil peruanos…y qué dijeron los humanistas en aquella época: nada…”.

La intervención de Willard Díaz giró en torno a la necesidad de establecer estudios regionales basados en la identidad. Comentó que de sus recientes viajes por el sur del país recogió una inquietud general que clamaba porque desde Arequipa se produjera crítica ya que aquí contamos con las herramientas teóricas. “Ustedes tienen la Escuela de Literatura, ustedes tienen el aparato teórico, (…) la educación, (…) la formación. Padilla me lo ha dicho así casi con esas palabras literales.”

Recordó el vacío de reflexión en la macrorregión sur, no por la ausencia de revistas de investigación, sino porque las que existen cuentan con colaboradores de Lima o del extranjero y no del lugar, además de caer en ataques personales y la falta de rigor crítico. Otros temas que trató Díaz fueron el centro, la periferie, el centralismo, el limeñismo y las identidades regionales.

“Somos muy concientes ya en esta provincia y en todas las provincias que Lima no es el Perú, que Lima no puede construir nada nacional…como decía Lenin, cómo se van a poder levantar del cabello por ellos mismos”. (Willard Díaz)

Sostuvo que de su periplo por el sur recogió la demanda de una discusión sobre la identidad regional y que en su opinión, Arequipa debería liderar este proyecto, requisito para iniciar un diálogo con Lima, donde se desconoce cómo son las regiones. El diálogo entre Lima y Arequipa lo considera vital para construir una visión sobre la literatura peruana, ya que Lima por sí sola no puede hacerlo: no se puede pensar la provincia desde la capital. Dentro de este panorama, concluyó afirmando que la función de la crítica en el sur es establecer una agenda propia en torno al tema de la identidad.

Gregorio Torres recogió lo vertido por los expositores y lo relacionó con sus recientes investigaciones acerca de las publicaciones estudiantiles en la Escuela de Literatura. “Yo había llegado a contabilizar 18 revistas de jóvenes la mayoría producidos aquí en la escuela (…) no es un fenómeno ciertamente limeño, también aquí se dio eso (…) yo reclamaba en aquellas publicaciones de jóvenes tuvieran un sesgo más creativo que crítico…”. Goyo encontró una razonable justificación a este fenómeno:

“Cómo podría yo exigir a los jóvenes que produzcan crítica cuando no ven que sus propios profesores producen crítica…de 1500 docentes solo llegaron dos artículos para la publicación de una revista de investigación universitaria”. (Goyo Torres)

Resaltó que un asunto clave en la discusión sobre la crítica es el lugar de enunciación, y a su modo de ver, sostuvo que el canon literario peruano se construye desde Lima, (tesis que ya la hubo expuesto cuatro años antes en Puno, que provocó la airada reacción de Gonzalo Espino, profesor de la Escuela de Literatura de San Marcos). Como muestra de ello, citó que los libros de comunicación en secundaria presentan a los escritores limeños como representantes de un fenómeno literario nacional lo cual contribuye a difundir la idea errónea que en provincia no hay producción literaria. Agregó en directa discrepancia con Willard Díaz que convertir a Arequipa en un centro no sería la solución, sino la creación de policentros: Cusco, Puno y Tacna se bastarían por sí solos para constituir un centro sin depender de Arequipa.

También Fernando Rivera recusó la tesis de la identidad regional expuesta por Willard Díaz: los esencialismos tienden a derivar en fundamentalismos y son el pretexto perfecto para la discriminación y exclusión. ¿Para qué una literatura cuyos límites sean político-geográficos? ¿Para qué jerarquizar creando más centros? Apeló más a un enfoque de literatura comparada que integre las diferencias y acepte las jerarquías existentes. Crear más centros reproduciría dichas jerarquías.

El profesor agustino hábilmente replicó aduciendo que “las identidades no son esencias sino relaciones”, es decir, soy arequipeño en tanto me distingo de otros que no son arequipeños. De ahí que las identidades no sean fijas sino dinámicas. Para ilustrar su noción de lo movible que son las identidades, Willard citó dos ejemplos: Cecilia Valenzuela y Pablo Quintanilla, ambos arequipeños radicados en Lima, la primera conocida periodista y el segundo connotado profesor de filosofía en la Pontificia Universidad Católica. Ambos para él habían dejado de ser arequipeños porque su larga estadía en Lima les impide reconocerse como arequipeños, además de haber sido absorbidos por otra agenda cultural. Insistió en la necesidad de discutir sobre la identidad regional porque si damos por sentado que no existen identidades entonces cómo podemos hablar de crítica o literatura norteamericana, literatura europea, latinoamericana, etc., si no hay identidad. La cuestión que Willard trajo a colación es ¿desde dónde se debe pensar y hacer la crítica? ¿podemos hacer crítica latinoamericana desde los Estados Unidos? ¿crítica regional desde Lima? El lugar de enunciación para Willard contiene un mundo simbólico del cual el sujeto que enuncia su crítica no puede sustraerse. Cuando la réplica de Rivera no se hacía esperar, Willard anunció que un compromiso urgente le impedía continuar y pedía disculpas por su retiro.

Las inquietudes de los estudiantes fueron comentadas por los miembros restantes de la mesa que ampliaron sus explicaciones y entraron en diálogo con el auditorio. Finalmente, ¿Qué nos dejó este conversatorio? Pienso que a los estudiantes de San Agustín les queda la satisfacción de haber visto a un egresado de su escuela que ha demostrado que los estudios literarios son cosa seria, tanto en San Agustín, San Marcos y Princeton. De Miguel Ángel Huamán, comprender que la crítica es un ejercicio cotidiano y de constante cuestionamiento al sistema. Willard Díaz aportó sus renovadas inquietudes por la discusión de las identidades regionales en momentos que se pretende invisibilizar los conflictos culturales; y Goyo Torres nos recordó que en la escuela de Literatura de San Agustín se debe predicar con el ejemplo. La próxima vez, los subalternos tienen la palabra.
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Sobre la importancia de las humanidades y las ciencias sociales en la enseñanza secundaria

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En el contexto en que laboramos como profesores de secundaria, es decir, en el medio preuniversitario, es evidente que la importancia que las instituciones educativas le conceden a los cursos de “ciencias” como matemática, física, química y biología es abrumadora respecto a la que se brinda a los cursos llamados de “letras” como historia, psicología, filosofía, lenguaje y literatura: medallas en certámenes nacionales e internacionales son el galardón que exhiben los colegios que acumulan prestigio por medio de la imagen mediática de sus “niños genios”.

Esta situación refuerza el prejuicio que muchos padres, alumnos e incluso, profesores y directivos de colegios tienen respecto a los cursos de humanidades, al punto que la mayoría los considera “cursos de relleno”, o desde la perspectiva de los alumnos, una valla que hay que superar para aprobar una nota. La idea que subyace a este prejuicio es que se tiene la percepción de que las ciencias formales y/o naturales son superiores a las humanidades porque aquellas son “más difíciles” y que los cursos de letras bastaría con leerlos para aprobarlos. Otro punto que refuerza este prejuicio radica en el prestigio social del que gozan varias profesiones vinculadas con las ciencias exactas como las ingenierías o medicina. Si a esto agregamos los concursos de matemáticas promovidos por diversas instituciones educativas, veremos que el panorama no es muy alentador para los cursos de humanidades. ¿Es que acaso se promueven con la misma intensidad concursos de redacción o ensayo a nivel escolar? Definitivamente, no.

“¿Para qué llevamos ética, profesor, para qué nos sirve?” fue el comentario espontáneo de un alumno momentos previos de ingresar a su salón en la hora de Ética. Cuando le dije a un colega de aritmética que yo acababa de terminar una maestría en Literatura, algo sorprendido me preguntó: “¿y eso para qué sirve?”. El pragmatismo con el cual la educación escolar actual enfoca la enseñanza, reduciéndola a cinco años dedicados exclusivamente a una preparación para afrontar un examen de admisión de tres horas es un objetivo, a mi parecer, mezquino. Si el alumno universitario, matices más, matices menos, carece ya de un interés por la investigación, en el colegio el diagnóstico es mucho más grave. La conciencia crítica y la reflexión sobre cuestiones prácticas no tienen lugar en la educación secundaria actual, simplemente, porque quienes debieran fomentarla han convertido la enseñanza de las humanidades en una mera reproducción irreflexiva de información que muchas veces, carece de sentido para los estudiantes. Información que transita del libro de autor o de la Internet al compendio —a veces sin citar la fuente— de este a la pizarra, luego al cuaderno —al cual se valora en tanto reproduzca una pizarra de manera impecable— y del cuaderno al examen. El resultado es que, finalmente, dentro de este círculo vicioso, el profesor se evalúa a sí mismo mas no al alumno. Así ¿cómo esperamos que el alumno le conceda importancia a los cursos de letras si no representan para él ningún desafío más que el mecanicismo de la repetición?

Y no es que las ciencias formales o naturales sean superiores a las humanidades o viceversa, sino que a estas no se les da la altura que merecen. Si durante la Colonia el acceso al conocimiento estaba limitado por cuestiones de raza, herencia o título nobiliario, en la actualidad, la educación en nuestro país ha reencauchado este sistema: hemos reemplazado el título nobiliario por el título profesional; hay muchos titulados pero pocos profesionales. Educación y cultura fueron consideradas subversivas, por ello las élites dominantes capturaron las instituciones que formaban a los sujetos que el sistema necesitaba para mantener el statu quo: el colegio y la universidad.

Situaciones como esta solo pueden ser cuestionadas desde las humanidades y las ciencias sociales. Cuando las ciencias naturales dominaron casi el total del saber humano a finales del siglo XIX, el positivismo irradió su influencia a las ciencias sociales, las cuales en el afán de formalizarse, imitaron la metodología de las ciencias naturales para abordar sus propios objetos de estudio. La consecuencia fue que se pretendió estudiar la mente humana con los mismos métodos de estudio utilizados para comprender los fenómenos físicos. Ya el psicoanálisis de Freud demostró que la mente humana no es armónica sino que está en constante tensión. Los sólidos paradigmas científicos fueron subvertidos por los discursos provenientes de las ciencias sociales. Algo similar ocurrió en la Literatura: la historiografía y el biografismo fueron reemplazados por la crítica textual bajo el lema estructuralista de “el autor ha muerto”. La Lingüística de Saussure y las funciones del lenguaje según Roman Jakobson, a la luz de las investigaciones en lingüística contemporánea, mantienen la vigencia de una introducción, pero nada más. Traslademos todos estos cambios a una experiencia práctica: si nuestros alumnos no son capaces de dialogar con la información que reciben, mañana o más tarde, serán incapaces de cuestionar un estado de cosas imperante allí donde se necesite un debate de ideas. Edward Said mencionaba que en ninguna época como la nuestra ha habido tantas cosas para criticar y, paradójicamente, tan poco interés por la reflexión, y esto lo verificamos día a día en nuestra labor docente. “Hazte el muertito para que no te pase nada”, podría ser el lema de un estudiante universitario que desde el colegio tuvo como divisa evadir la investigación o la responsabilidad de organizar un debate en su salón. “Para qué nos hacemos problemas, cumplamos el programa y vámonos a casa” podría ser su lema si llega a convertirse en profesor.

¿Qué podemos hacer los profesores de humanidades para revertir esta situación? Nuestra labor debe concentrarse en la investigación constante y en el desarrollo de estrategias para motivar el interés por la discusión entre nuestro alumnado; y para ello, debemos dar el ejemplo promoviendo actividades académicas donde nosotros mismos seamos los protagonistas del debate. ¿Cómo esperamos que el alumno reflexione si su profesor viene repitiendo la misma clase todos los años? El obstáculo para esto son las recargadas actividades que el maestro realiza fuera del aula, sean laborales, burocráticas o extraacadémicas. Las reuniones de coordinación son necesarias pero serán fructíferas en la medida que lo administrativo-burocrático no interfiera con lo académico. Si un profesor de literatura tiene que decidir entre escuchar una soporífera conferencia o intercambiar opiniones acerca de la última novela de Alonso Cueto en una charla de café, tengamos por seguro que aquella amena e informal conversación será más instructiva. Contamos con profesores de especialidad y educadores que muy bien podrían aportar su experiencia y conocimientos para enriquecernos mutuamente. Un espacio para la discusión es lo que necesitamos para fortalecer nuestro espíritu crítico. Una revista de investigación donde los profesores publiquen sus artículos no vendría nada mal. Y si los espacios no existen es entonces nuestro deber crearlos y qué mejor oportunidad ahora que estamos todos reunidos.
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Sobre la importancia de las humanidades y las ciencias sociales en la enseñanza secundaria

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En el contexto en que laboramos como profesores de secundaria, es decir, en el medio preuniversitario, es evidente que la importancia que las instituciones educativas le conceden a los cursos de “ciencias” como matemática, física, química y biología es abrumadora respecto a la que se brinda a los cursos llamados de “letras” como historia, psicología, filosofía, lenguaje y literatura: medallas en certámenes nacionales e internacionales son el galardón que exhiben los colegios que acumulan prestigio por medio de la imagen mediática de sus “niños genios”.

Esta situación refuerza el prejuicio que muchos padres, alumnos e incluso, profesores y directivos de colegios tienen respecto a los cursos de humanidades, al punto que la mayoría los considera “cursos de relleno”, o desde la perspectiva de los alumnos, una valla que hay que superar para aprobar una nota. La idea que subyace a este prejuicio es que se tiene la percepción de que las ciencias formales y/o naturales son superiores a las humanidades porque aquellas son “más difíciles” y que los cursos de letras bastaría con leerlos para aprobarlos. Otro punto que refuerza este prejuicio radica en el prestigio social del que gozan varias profesiones vinculadas con las ciencias exactas como las ingenierías o medicina. Si a esto agregamos los concursos de matemáticas promovidos por diversas instituciones educativas, veremos que el panorama no es muy alentador para los cursos de humanidades. ¿Es que acaso se promueven con la misma intensidad concursos de redacción o ensayo a nivel escolar? Definitivamente, no.

“¿Para qué llevamos ética, profesor, para qué nos sirve?” fue el comentario espontáneo de un alumno momentos previos de ingresar a su salón en la hora de Ética. Cuando le dije a un colega de aritmética que yo acababa de terminar una maestría en Literatura, algo sorprendido me preguntó: “¿y eso para qué sirve?”. El pragmatismo con el cual la educación escolar actual enfoca la enseñanza, reduciéndola a cinco años dedicados exclusivamente a una preparación para afrontar un examen de admisión de tres horas es un objetivo, a mi parecer, mezquino. Si el alumno universitario, matices más, matices menos, carece ya de un interés por la investigación, en el colegio el diagnóstico es mucho más grave. La conciencia crítica y la reflexión sobre cuestiones prácticas no tienen lugar en la educación secundaria actual, simplemente, porque quienes debieran fomentarla han convertido la enseñanza de las humanidades en una mera reproducción irreflexiva de información que muchas veces, carece de sentido para los estudiantes. Información que transita del libro de autor o de la Internet al compendio —a veces sin citar la fuente— de este a la pizarra, luego al cuaderno —al cual se valora en tanto reproduzca una pizarra de manera impecable— y del cuaderno al examen. El resultado es que, finalmente, dentro de este círculo vicioso, el profesor se evalúa a sí mismo mas no al alumno. Así ¿cómo esperamos que el alumno le conceda importancia a los cursos de letras si no representan para él ningún desafío más que el mecanicismo de la repetición?

Y no es que las ciencias formales o naturales sean superiores a las humanidades o viceversa, sino que a estas no se les da la altura que merecen. Si durante la Colonia el acceso al conocimiento estaba limitado por cuestiones de raza, herencia o título nobiliario, en la actualidad, la educación en nuestro país ha reencauchado este sistema: hemos reemplazado el título nobiliario por el título profesional; hay muchos titulados pero pocos profesionales. Educación y cultura fueron consideradas subversivas, por ello las élites dominantes capturaron las instituciones que formaban a los sujetos que el sistema necesitaba para mantener el statu quo: el colegio y la universidad.

Situaciones como esta solo pueden ser cuestionadas desde las humanidades y las ciencias sociales. Cuando las ciencias naturales dominaron casi el total del saber humano a finales del siglo XIX, el positivismo irradió su influencia a las ciencias sociales, las cuales en el afán de formalizarse, imitaron la metodología de las ciencias naturales para abordar sus propios objetos de estudio. La consecuencia fue que se pretendió estudiar la mente humana con los mismos métodos de estudio utilizados para comprender los fenómenos físicos. Ya el psicoanálisis de Freud demostró que la mente humana no es armónica sino que está en constante tensión. Los sólidos paradigmas científicos fueron subvertidos por los discursos provenientes de las ciencias sociales. Algo similar ocurrió en la Literatura: la historiografía y el biografismo fueron reemplazados por la crítica textual bajo el lema estructuralista de “el autor ha muerto”. La Lingüística de Saussure y las funciones del lenguaje según Roman Jakobson, a la luz de las investigaciones en lingüística contemporánea, mantienen la vigencia de una introducción, pero nada más. Traslademos todos estos cambios a una experiencia práctica: si nuestros alumnos no son capaces de dialogar con la información que reciben, mañana o más tarde, serán incapaces de cuestionar un estado de cosas imperante allí donde se necesite un debate de ideas. Edward Said mencionaba que en ninguna época como la nuestra ha habido tantas cosas para criticar y, paradójicamente, tan poco interés por la reflexión, y esto lo verificamos día a día en nuestra labor docente. “Hazte el muertito para que no te pase nada”, podría ser el lema de un estudiante universitario que desde el colegio tuvo como divisa evadir la investigación o la responsabilidad de organizar un debate en su salón. “Para qué nos hacemos problemas, cumplamos el programa y vámonos a casa” podría ser su lema si llega a convertirse en profesor.

¿Qué podemos hacer los profesores de humanidades para revertir esta situación? Nuestra labor debe concentrarse en la investigación constante y en el desarrollo de estrategias para motivar el interés por la discusión entre nuestro alumnado; y para ello, debemos dar el ejemplo promoviendo actividades académicas donde nosotros mismos seamos los protagonistas del debate. ¿Cómo esperamos que el alumno reflexione si su profesor viene repitiendo la misma clase todos los años? El obstáculo para esto son las recargadas actividades que el maestro realiza fuera del aula, sean laborales, burocráticas o extraacadémicas. Las reuniones de coordinación son necesarias pero serán fructíferas en la medida que lo administrativo-burocrático no interfiera con lo académico. Si un profesor de literatura tiene que decidir entre escuchar una soporífera conferencia o intercambiar opiniones acerca de la última novela de Alonso Cueto en una charla de café, tengamos por seguro que aquella amena e informal conversación será más instructiva. Contamos con profesores de especialidad y educadores que muy bien podrían aportar su experiencia y conocimientos para enriquecernos mutuamente. Un espacio para la discusión es lo que necesitamos para fortalecer nuestro espíritu crítico. Una revista de investigación donde los profesores publiquen sus artículos no vendría nada mal. Y si los espacios no existen es entonces nuestro deber crearlos y qué mejor oportunidad ahora que estamos todos reunidos.
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