La muerte de un artista suele ser motivo para rendirle un merecido homenaje. En lo que va del año, sobran motivos para escribir semblanzas sobre aquellos personajes que han llenado parte de nuestras vidas con lo mejor que supieron hacer: mostrarse tal como son a través de su arte. A medida que avanza este año, la lista de celebridades que son objeto de un homenaje póstumo, que da cuenta de su trayectoria, va en aumento. Dependiendo del momento y del lugar donde los sorprendió la muerte, la cobertura establece jerarquías, discrimina y selecciona el interés de la opinión pública acerca de tal o cual personaje.
No es lo mismo que Farrah Fawcett partiera de este mundo luciendo su blonda cabellera de Ángel de Charlie en los 80’s que ahora a finales de la primera década del siglo XXI víctima de cáncer; que Michael Jackson mientras luchaba por recuperar el brillo de su carrera, con el rostro cayéndosele a pedazos, a diferencia de hace 25 años cuando todo el mundo se rendía ante su paso lunar; que Patrick Swayze cantando y bailando en Dirty dancing o interpretando al nostálgico fantasma enamorado en Ghost, en contraste con el hombre que hasta hace unas semanas luchaba contra el cáncer al mismo tiempo que sacaba fuerzas para seguir actuando en la serie The Beast; de un Mario Benedetti, a quien la muerte llamó en el ocaso de su vida y no cuando escribía versos sinceros y transparentes al amor, a las mujeres y a la vida misma en la flor de juventud madura; de Alicia Delgado, cuyo asesinato no hubiera cubierto tantas primeras planas en la prensa si hubiera tenido lugar cuando era una modesta empleada doméstica y no la Princesa del folklore que se ganó la admiración de tanta gente; de Marco Antonio, un discreto estilista de belleza convertido en exitoso empresario, también asesinado cuando disfrutaba de la fama y el glamour de las celebridades que lo rodeaban; que una Mercedes Sosa en el apogeo de la nueva canción latinoamericana, exilida, perseguida política, que décadas después cuando la canción protesta no le dice mucho o muy poco a las nuevas generaciones. La semana pasada le tocó el turno Arturo “Zambo” Cavero, cuya muerte despertó del letargo a los seguidores de la música criolla peruana. Tal cual parece, la muerte imprime a la fama un aura particular, ya que la desaparición de un artista en la cúspide de su carrera, lo eterniza para la posteridad, o tal vez, devuelve el protagonismo a una figura olvidada. A veces, la muerte retorna la fama perdida a un ser entrañable, quien, a pesar de su decadencia, siempre ocupará un lugar especial en el corazón del pueblo.
Recuerdo que para un partido entre Perú y Argentina en Lima por las eliminatorias para el mundial de EEUU, César Luis Menotti, el recordado “filósofo del fútbol” que dirigiera a la selección argentina campeona del mundo en 1978, llegó a nuestra ciudad para comentar este encuentro. El marco era espectacular; como siempre la sufrida hinchada peruana colmó las graderías del Estadio Nacional. Durante la previa, Óscar Avilés y el Zambo Cavero, guitarra y cajón respectivamente, deleitaron a la afición con canciones interpretadas con mucho sentimientos, las cuales nos convencían de que ser peruano es motivo de orgullo.
Perú y Argentina empataron sin hacerse daño en un partido marcado por la apatía entre ambos seleccionados. Del lado peruano, no se entendía cómo esa energía que el maestro Avilés y el Zambo Cavero transmitieron a todos los presente, se esfumó en cuanto dejaron el seleccionado dejó de oírla durante el juego. Curiosas circunstancias las de la semana pasada: Argentina y Perú vuelven a encontrarse, pero esta vez en Buenos Aires después de los sentidos fallecimientos del Zambo Cavero y de la Negra Sosa, dos iconos de la música popular en sus países. Al final del partido, Menotti subrayó que lo mejor del encuentro fue la presentación de Avilés y el Zambo Cavero.
El año pasado, navegando por Internet, encontré un video en Youtube en el que Homero del Perú interpretaba el conocido vals de Augusto Polo Campos, “Cada domingo a las doce”. Se trataba de una interpretación muy emotiva y singular de este cantante peruano quien posee un dominio de escena impecable, acompañado de un potente registro vocal, cualidades ante las cuales difícilmente puede sustraerse un auditorio. El video data de 1997 y fue realizado en los estudios del desaparecido programa “Mediodía criollo” en cuya primera etapa era conducido por Ellen Burhum, cantante peruana de ascendencia alemana. Luego de verlo una y otra vez, leí los comentarios y uno de ellos destacaba las cualidades vocales e interpretativas de Homero, pero, a su modo de ver, le parecía mejor la versión del Zambo Cavero porque aunque este no se movía ni poseía el desenvolvimiento escénico de Homero, su voz era más sentida y cadenciosa.
Participar brevemente en este debate virtual en favor de la absoluta libertad de interpretación fue mi más cercana aproximación a la obra del Zambo Cavero. Anteriormente, todos los peruanos fuimos testigos del aprecio que el presidente García sentía por el cantante criollo cuando lo invitó a formar parte de su estrategia de campaña a la presidencia en las dos últimas elecciones. Sin embargo, el Zambo supo mantenerse prudentemente distante de la política, lo suficiente como mantener una buena amistad con el actual presidente.
Cuando muere un hombre, parte de la humanidad muere con él, sobre todo cuando su imagen concentró la admiración de varias generaciones. Condolerse por el sufrimiento ajena es un signo de humanidad, porque, de esa manera, damos fe de que somos capaces de experimentar lo que siente el otro, es decir, de que hay algo de nosotros en él y viceversa. Prueba de ello ha sido la gran cantidad de personas que espontáneamente asistieron a los homenajes y que siguieron el cortejo fúnebre que conducía los restos del gran Arturo “Zambo” Cavero. Las intensidad de las emociones que despierta en la sociedad la muerte de un artista es un signo del reconocimiento de nuestra dignidad como seres humanos; lo contrario, la indiferencia, no es más que inhumanidad. Todos aquellos que ya no están también se llevaron algo de nosotros, pero después de su partida y al recordarlos, nos dieron la oportunidad de reconocernos en nuestros semejantes. Grande o pequeño, famoso u olvidado, la muerte de un artista siempre será una gran pérdida.