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Este es un fragmento de un artículo publicado en la revista Letras Vivas. Es un poco largo, pero claro y directo (creo) uds. dirán.
Carlos Arturo Caballero
II
Al neoliberalismo le disgustan las humanidades
El neoliberalismo educativo provocó la desaparición progresiva de las humanidades en los planes curriculares de los niveles secundario y superior por razones estratégicas. Analicemos esto. Las humanidades socializan al individuo y permiten que establezca lazos solidarios con sus semejantes a través de la transmisión de vivencias interpersonales que —aunque no siempre es así— no poseen los llamados cursos de “ciencias”. A este respecto, tengo la convicción de que no hay curso aburrido sino profesores desmotivados; sin embargo, la transmisión e identificación de valores y vivencias indispensables para la socialización del individuo son constitutivos de los cursos de humanidades y, por ello, estos ofrecen una ventaja cualitativa frente a los de ciencias formales. A ello se añade que la relación maestro-alumno en los cursos de letras es más estrecha que en los de ciencias (no obstante, la habilidad del maestro en la transmisión de conocimientos es una variable fundamental muy aparte del curso en sí mismo) ya que ofrece una gama de contenidos que forman parte de la vida cotidiana de los seres humanos. Literatura, Arte, Música, Filosofía, Historia, Psicología entre otras disciplinas, en manos de un maestro plenamente identificado con su labor, —y reconocido con una remuneración decorosa— pueden desencadenar en el aula una serie de experiencias muy satisfactorias.
Más allá de la simple adquisición de datos y de la evaluación periódica, los maestros deberían preocuparse, parafraseando a Jorge Luis Borges, de que sus alumnos se “enamoren” de su curso. Un poema, una novela o un cuento pueden sensibilizar a una persona al grado de abstraerla de una realidad adversa o inmunizarla contra la indiferencia y el conformismo (Demian, Bajo la rueda y Sidarta, de Hermann Hesse, despertarán en un adolescente la inquietud por reconocer el derecho a pensar por ellos mismos; por supuesto que esto no ocurrirá si el curso de Literatura se convierte en una insípida acumulación de biografías). La revisión crítica de nuestra historia contribuirá a disipar los malentendidos que tras generaciones se han ido retransmitiendo: un pasado glorioso, pero un presente vergonzante; o el bálsamo consolador del “mendigo sentado en una banca de oro”. La Psicología y la Filosofía no son conocimientos exclusivos de iniciados en la materia, sino pretextos para llevar al alumno hacia la reflexión sobre su mundo interior y exterior; ambos están presentes en su diario vivir y, por ello, el maestro que sabe aprovecharlo, no requiere de un discurso complejo para motivar a sus alumnos en estas disciplinas: el autoconocimiento y la reflexión son demandas de una vida plena.
Pero volviendo a lo que nos congrega ¿Qué actitud asume el neoliberalismo en este panorama? Alienta el individualismo extremo que prescinde del otro, puesto que en la medida que exalta la libertad negativa (la no interferencia del otro en mi autonomía) anula la participación ciudadana, subestima la importancia de los movimientos sociales y la deliberación de la sociedad civil en la política nacional, y, en consecuencia, dificulta la solidaridad. El neoliberalismo considera al individuo-propietario como el motor exclusivo del desarrollo social. Restringe la definición de ciudadanía al rechazar las demandas organizadas de la población y el reclamo colectivo de derechos ciudadanos por considerarlos una amenaza a los ciudadanos individuales, en particular si son propietarios (Lynch 2005:88). (No es un azar que en las universidades empresa no exista representación estudiantil ante la asamblea universitaria ni tercio estudiantil ni centros federados). Por esto, no basta solo con una concepción “negativa” de la libertad “sino también ‘positiva’ (como posibilidad para el desarrollo personal, el ejercicio de deberes con la comunidad y el logro de condiciones para que la libertad sea factible)”. La libertad negativa al ser complementada en un sentido positivo “lleva al conjunto a preocuparse por la libertad de cada individuo y viceversa” (98). El neoliberalismo tiende a confundir individualismo y autonomía: ser autónomo significa tener la capacidad de actuar sin ninguna coacción exterior, pero no implica desentendimiento del otro; en cambio, el individualismo neoliberal aparta al sujeto y lo induce a la satisfacción egoísta al sumergirlo bajo el imperativo del consumo y del mercado. Por otro lado, si bien la individualidad tiene un valor inherente al de la dignidad humana, aquella es inseparable tanto del individuo como de la comunidad.
¿Qué otro motivo tiene el neoliberalismo —además de atomizar la sociedad y así impedir la participación colectiva— para desaparecer a las humanidades? ¿Por qué le son tan írritas? Por una simple razón: las humanidades son un campo fértil para el cuestionamiento, la crítica y la subversión de lo establecido. En contraste, el neoliberalismo privilegia lo utilitario, lo práctico y los resultados inmediatos (utilidades y productividad a corto, mediano y largo plazo; la lógica del costo-beneficio) a la vez que considera imprácticas, por no decir improductivas, a las humanidades, porque, supuestamente, no poseen una aplicación explícita. (Nociones como esta, ignoran el hecho que las civilizaciones más encumbradas de la historia universal alcanzaron un notable equilibrio en ciencias, artes y humanidades y no solo en una rama del saber). Esta forma de pragmatismo suele guiar la elección de una carrera profesional prestigiosa, en oposición a las no tan aclamadas humanidades. Estudiar una carrera que “dé buena plata” es el imperativo que guía a la gran mayoría de estudiantes en la actualidad. La estrategia ideológica consiste aquí en inhibir el espíritu crítico: un sujeto práctico no cuestiona lo establecido porque no busca explicaciones, sino que solo ejecuta instrucciones. La única cuestión que formulará, será el no encontrarle fines a los medios, lo que se evidencia en preguntas del tipo ¿para qué sirve la ética?, ¿para qué le sirve la antropología a un abogado? o ¿por qué un economista debe llevar dos años de estudios generales?
La disminución en la exigencia académica a los postulantes —de parte de las universidades empresariales— posee una finalidad práctica: aprovechar la demanda que no es absorbida por las universidades tradicionales. Progresivamente, los exámenes de admisión a las universidades nacionales y privadas más importantes de nuestro país se han flexibilizado con el objetivo de acoger a una mayor población de estudiantes que, cada vez más, las ven como una opción lejana y que demanda mucho esfuerzo en comparación a la inmediatez —en el ingreso y el egreso— que les ofrecen una amplia gama de institutos y universidades de cuestionable nivel académico: ingreso y titulación inmediatos previo pago de derechos en caja. ¿Y la investigación? ¿el trabajo intelectual? ¿la tesis? Para los mercadófilos de la educación serán meros obstáculos imprácticos que pueden superarse con la experiencia en el campo.
La consideración neoliberal acerca de la inutilidad de ciertos conocimientos que carecen de aplicación explica la nula o escasa presencia de las humanidades y de las ciencias sociales en los planes de estudios escolares y universitarios y la potenciación de las ciencias formales solo con un objetivo utilitarista. La consecuencia más inmediata y notoria de esto es la ausencia absoluta de espíritu crítico en los estudiantes frente al conocimiento recibido y la total indiferencia ante la realidad social circundante.
¿Por qué un joven —en un país donde el ingreso a la universidad es casi un ritual social a la altura de la confirmación o el matrimonio—se expondría a un exhaustivo examen de admisión en la PUCP, San Marcos o la Antonio Ruiz de Montoya corriendo el riesgo de no aprobarlo si con solo llenar un formulario y una carta de recomendación de su “miss” o “profe” del colegio bastaría para ingresar? Ubicarse dentro del tercio superior en la secundaria no representa una valla imposible de superar si tenemos en cuenta que los PRONOE y muchos colegios privados preuniversitarios tienen como consigna aprobar, a como dé lugar, a sus alumnos. Por lo tanto, debemos sospechar de la validez de sus tercios superiores.
Este tipo de filosofía educativa neoliberal evalúa el éxito en términos de resultados: más que el capital intelectual del alumno importa su eficiencia en la aplicación de los conocimientos obtenidos. El “¿para qué me sirve esto?” estará a flor de boca en los estudiantes universitarios cuya capacidad para cuestionar lo establecido se halle bloqueada por el pragmatismo. De seguro que si el secretariado trilingüe español-inglés-chino mandarín se pone de moda, implementarán la facultad “ad hoc” que transforme esa necesidad en la carrera del futuro.
Actualmente, las currículas de las facultades más solicitadas están condicionadas por las exigencias del mercado: las humanidades no son prácticas para la vida y, por ello, no se les necesita. Esta nefasta tendencia que alcanza su cúspide en la educación superior tiene sus raíces en los colegios preuniversitarios que asumen la educación primero como un negocio (o solo como eso) y luego, después o nunca como la formación integral del educando. Preparar para la vida significa para ellos transmitir información durante once años para afrontar un examen de admisión de tres horas: ¡qué objetivo tan mezquino!
La doctrina de “el fin justifica los medios” ha arraigado tanto en la educación peruana que las instituciones educativas empresariales no dudan en disminuir su nivel de exigencia (calidad de contenidos y de personal docente) con la finalidad de elevar el nivel de aprobación. El efecto de medidas como esta es inmediatamente tangible: mayor alumnado, mayores ingresos para la “empresa” y mejor infraestructura, pero no siempre más ingresos para el maestro y sí, vastas legiones de estudiantes conformistas frente al establishment.
Educación y cultura son, para el neoliberalismo, recursos útiles en tanto generen ingresos sostenibles, es decir, mercancías. De ninguna manera me opongo a que una institución educativa se fije metas económicas, ya que el mantenimiento de diversos proyectos, salarios e infraestructura requieren de un soporte económico seguro. Pero tampoco puedo avalar la idea de que los resultados estén por encima de los principios. La cantidad no siempre es un criterio confiable para tomar decisiones: los datos, cifras, y estadísticas son inútiles si es que no se las interpreta cualitativamente.
Los voceros del gobierno nos dicen hasta la saciedad que en la actualidad atravesamos un crecimiento económico inusitado; sin embargo, ello no se traduce en la vida cotidiana de los ciudadanos ni en donde se necesita una inversión agresiva, tanto o mucho más importante que ofertar tierras para la inversión privada. Me refiero a la educación. En el Perú, las universidades más prestigiosas no disponen de becas integrales de estudios de pregrado o postgrado. El préstamo ha reemplazado a la beca, lo cual motiva que el beneficiario, si bien accede a estudiar una carrera que en su momento no podría costear, simplemente postergue el compromiso de pago a futuro con los intereses de ley. Concytec financia, sobre todo, proyectos relacionados a la tecnología, pero no contempla a todas las ciencias humanas; tampoco el Estado peruano dispone de becas para la investigación en humanidades. Son las ONG’s, agencias extranjeras o los programas de estudios solventados por otros estados los que cubren ese espacio, pero no se evidencia una intención por fomentarlo desde aquí. En Ecuador —cuya economía en el panorama latinoamericano está rezagada respecto a la nuestra y cuya inestabilidad social no ha permitido aplicar una reforma económica profunda— la Universidad Andina Simón Bolívar ofrece exoneraciones, becas y una módica subvención para los estudiantes ecuatorianos y extranjeros que provengan de países del Pacto Andino. Entre las facilidades que ofrece está la residencia universitaria, alimentación y la posibilidad real de formar parte de la plana docente si se trata de estudiantes de postgrado. ¿Acaso esto es inviable en un país como el nuestro que acaba de ser catalogado como el primero en América Latina en desempeño económico , el segundo en competitividad y eficiencia de gobierno, y el más atractivo a nivel regional para la inversión privada?
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