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Crítica y sinopsis de películas

Letras del Sur. Crítica y debate en las ciencias sociales y humanidades.

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¿Cuál es el rol de los intelectuales en sociedades como la peruana o la latinoamericana? Uno de ellos es fomentar el espíritu crítico al interior de sus comunidades y otro es discutir los temas de interés nacional, haciendo que su discurso trascienda más allá de congresos o de las aulas universitarias para, finalmente, llegar al ciudadano de una manera clara y didáctica. Los esquemas teóricos no deben convertirse en el fin sino en el medio para justificar la reflexión.

Es por ello que la revista Letras del Sur, convoca a la recepción de trabajos de investigación en las áreas de crítica literaria, ciencias sociales y política para la publicación de su primer número en el mes de octubre del presente año.

Letras del Sur surge con el propósito de incentivar la investigación interdisciplinaria en las áreas de humanidades y ciencias sociales, para crear un espacio de diálogo entre las diversas comunidades académicas de nuestro país, en momentos en que el debate de los asuntos de interés nacional y el discurso de los investigadores especializados puede aportar nuevas luces para la comprensión de nuestra realidad sociocultural.

La publicación tendrá una frecuencia trimestral, para lo cual, convocamos a los interesados en las áreas antes mencionadas, a colaborar en este proyecto enviando un ensayo de 5 carillas en formato A4, estilo de letra Times New Roman, tamaño 11, con interlineado de 1,5 al correo electrónico acaballerom@pucp.edu.pe o naufraggo@hotmail.com. Los ejes temáticos son elección del autor del ensayo. La fecha límite para la recepción de trabajos es el 24 de setiembre.

La revista será editada por el diario Noticias de Arequipa y circulará, principalmente, en Arequipa, Puno, Tacna, Cusco y Lima.

Letras del Sur agradece su participación.

Arequipa, agosto de 2007

Consejo editorial

Elena De Yta Bejarano
Universidad Nacional de San Agustín

Arturo Caballero Medina
Pontificia Universidad Católica del Perú

Henry César Rivas Sucari
Universidad Nacional Mayor de San Marcos

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Letras del Sur. Crítica y debate en las ciencias sociales y humanidades.

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¿Cuál es el rol de los intelectuales en sociedades como la peruana o la latinoamericana? Uno de ellos es fomentar el espíritu crítico al interior de sus comunidades y otro es discutir los temas de interés nacional, haciendo que su discurso trascienda más allá de congresos o de las aulas universitarias para, finalmente, llegar al ciudadano de una manera clara y didáctica. Los esquemas teóricos no deben convertirse en el fin sino en el medio para justificar la reflexión.

Es por ello que la revista Letras del Sur, convoca a la recepción de trabajos de investigación en las áreas de crítica literaria, ciencias sociales y política para la publicación de su primer número en el mes de octubre del presente año.

Letras del Sur surge con el propósito de incentivar la investigación interdisciplinaria en las áreas de humanidades y ciencias sociales, para crear un espacio de diálogo entre las diversas comunidades académicas de nuestro país, en momentos en que el debate de los asuntos de interés nacional y el discurso de los investigadores especializados puede aportar nuevas luces para la comprensión de nuestra realidad sociocultural.

La publicación tendrá una frecuencia trimestral, para lo cual, convocamos a los interesados en las áreas antes mencionadas, a colaborar en este proyecto enviando un ensayo de 5 carillas en formato A4, estilo de letra Times New Roman, tamaño 11, con interlineado de 1,5 al correo electrónico acaballerom@pucp.edu.pe o naufraggo@hotmail.com. Los ejes temáticos son elección del autor del ensayo. La fecha límite para la recepción de trabajos es el 24 de setiembre.

La revista será editada por el diario Noticias de Arequipa y circulará, principalmente, en Arequipa, Puno, Tacna, Cusco y Lima.

Letras del Sur agradece su participación.

Arequipa, agosto de 2007

Consejo editorial

Elena De Yta Bejarano
Universidad Nacional de San Agustín

Arturo Caballero Medina
Pontificia Universidad Católica del Perú

Henry César Rivas Sucari
Universidad Nacional Mayor de San Marcos

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Conversatorio sobre la crítica literaria en la UNSA

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El miércoles 25 de julio en el Salón de Grados de la Escuela de Literatura y Lingüística de la Universidad Nacional de San Agustín estuvieron reunidos cuatro profesores de la especialidad de literatura para discutir acerca del estado de la crítica literaria. Gregorio Torres y Willard Díaz por San Agustín, Miguel Ángel Huamán por San Marcos y Fernando Rivera, egresado agustino que obtuvo el doctorado en literatura en Princeton.

Por la dinámica del conversatorio parecía que se iba a tratar de una revisión de las principales tendencias contemporáneas sobre teoría y crítica literaria. Fernando Rivera comenzó brindando un panorama sobre los estudios subalternos y los estudios culturales desde sus inicios hasta su llegada a Latinoamérica. De manera didáctica y muy clara, desarrolló los principales aspectos de los trabajos de Gayatri Spivak, Raymond Williams, Edward Said, John Beverly del lado anglosajón y Roberto Fernández Retamar, Nelson Osorio, Raúl Bueno, Antonio Cornejo Polar, Ángel Rama por el lado de los estudios latinoamericanos. Hasta ese momento su intervención era netamente expositiva y de carácter orientador.

Pero los asistentes nos sorprendimos cuando el conversatorio adquirió otra tónica luego del ingreso de Miguel Ángel Huamán. Personalmente, no entiendo por qué Rivera tuvo que ponerlo de los temas explicados (formalidad innecesaria si consideramos la tardanza de Miguel Ángel). Minutos después, Rivera le cedió la palabra. El profesor sanmarquino, fiel a su estilo irónico, sutil y ameno, dio un giro total a lo que se venía tratando en el conversatorio. Su intervención trató en primer lugar, sobre el por qué se estudia literatura en el Perú, tomando como ejemplo la crítica literaria periodística: afán de protagonismo, pertenencia a una élite intelectual, consolidación de un espacio de influencia y poder fueron algunas de sus explicaciones.

“Los estudios literarios se han vuelto acríticos en su gran mayoría porque se han preocupado en obtener su estatuto académico propio, en mantener sus espacios corporativos…” (M.A. Huamán)

En su opinión, todo ello deriva en una actitud egoísta e indiferente respecto a los asuntos que debieran ser cuestionados, situación manifiesta en la complicidad ideológica de quienes ocupan un lugar privilegiado en el circuito cultural. De paso aprovechó para aclarar el recto sentido de la palabra “crítica” diferenciando su significando en inglés (criticism), del que adquiere en nuestro entorno, lo cual genera un malentendido cuando se habla de crítica en el Perú: “el término crítica alude a los estudios literarios; en cambio nosotros cuando decimos crítica estamos pensando justo en aquella actividad práctica específica de la reseña de la nota periodística que en palabras de Said es la crítica práctica”. En segundo lugar, relacionó esto con la crisis de la conciencia crítica en la sociedad peruana, la cual se refleja en la educación escolar y universitaria, carente de reflexión. En este contexto, afirmó, las humanidades deben asumir una actitud crítica frente al poder. Finalmente, concluyó en la afirmación de que la crítica debe propiciar un diálogo con el ciudadano común y corriente, ya que el error de muchos intelectuales fue, precisamente, alejar su discurso de la gente común y corriente al oscurecerlo con tecnicismos y especulaciones abstractas. “En veinte años los humanistas se miraron el ombligo y simplemente en el Perú mataron aproximadamente a setenta mil peruanos…y qué dijeron los humanistas en aquella época: nada…”.

La intervención de Willard Díaz giró en torno a la necesidad de establecer estudios regionales basados en la identidad. Comentó que de sus recientes viajes por el sur del país recogió una inquietud general que clamaba porque desde Arequipa se produjera crítica ya que aquí contamos con las herramientas teóricas. “Ustedes tienen la Escuela de Literatura, ustedes tienen el aparato teórico, (…) la educación, (…) la formación. Padilla me lo ha dicho así casi con esas palabras literales.”

Recordó el vacío de reflexión en la macrorregión sur, no por la ausencia de revistas de investigación, sino porque las que existen cuentan con colaboradores de Lima o del extranjero y no del lugar, además de caer en ataques personales y la falta de rigor crítico. Otros temas que trató Díaz fueron el centro, la periferie, el centralismo, el limeñismo y las identidades regionales.

“Somos muy concientes ya en esta provincia y en todas las provincias que Lima no es el Perú, que Lima no puede construir nada nacional…como decía Lenin, cómo se van a poder levantar del cabello por ellos mismos”. (Willard Díaz)

Sostuvo que de su periplo por el sur recogió la demanda de una discusión sobre la identidad regional y que en su opinión, Arequipa debería liderar este proyecto, requisito para iniciar un diálogo con Lima, donde se desconoce cómo son las regiones. El diálogo entre Lima y Arequipa lo considera vital para construir una visión sobre la literatura peruana, ya que Lima por sí sola no puede hacerlo: no se puede pensar la provincia desde la capital. Dentro de este panorama, concluyó afirmando que la función de la crítica en el sur es establecer una agenda propia en torno al tema de la identidad.

Gregorio Torres recogió lo vertido por los expositores y lo relacionó con sus recientes investigaciones acerca de las publicaciones estudiantiles en la Escuela de Literatura. “Yo había llegado a contabilizar 18 revistas de jóvenes la mayoría producidos aquí en la escuela (…) no es un fenómeno ciertamente limeño, también aquí se dio eso (…) yo reclamaba en aquellas publicaciones de jóvenes tuvieran un sesgo más creativo que crítico…”. Goyo encontró una razonable justificación a este fenómeno:

“Cómo podría yo exigir a los jóvenes que produzcan crítica cuando no ven que sus propios profesores producen crítica…de 1500 docentes solo llegaron dos artículos para la publicación de una revista de investigación universitaria”. (Goyo Torres)

Resaltó que un asunto clave en la discusión sobre la crítica es el lugar de enunciación, y a su modo de ver, sostuvo que el canon literario peruano se construye desde Lima, (tesis que ya la hubo expuesto cuatro años antes en Puno, que provocó la airada reacción de Gonzalo Espino, profesor de la Escuela de Literatura de San Marcos). Como muestra de ello, citó que los libros de comunicación en secundaria presentan a los escritores limeños como representantes de un fenómeno literario nacional lo cual contribuye a difundir la idea errónea que en provincia no hay producción literaria. Agregó en directa discrepancia con Willard Díaz que convertir a Arequipa en un centro no sería la solución, sino la creación de policentros: Cusco, Puno y Tacna se bastarían por sí solos para constituir un centro sin depender de Arequipa.

También Fernando Rivera recusó la tesis de la identidad regional expuesta por Willard Díaz: los esencialismos tienden a derivar en fundamentalismos y son el pretexto perfecto para la discriminación y exclusión. ¿Para qué una literatura cuyos límites sean político-geográficos? ¿Para qué jerarquizar creando más centros? Apeló más a un enfoque de literatura comparada que integre las diferencias y acepte las jerarquías existentes. Crear más centros reproduciría dichas jerarquías.

El profesor agustino hábilmente replicó aduciendo que “las identidades no son esencias sino relaciones”, es decir, soy arequipeño en tanto me distingo de otros que no son arequipeños. De ahí que las identidades no sean fijas sino dinámicas. Para ilustrar su noción de lo movible que son las identidades, Willard citó dos ejemplos: Cecilia Valenzuela y Pablo Quintanilla, ambos arequipeños radicados en Lima, la primera conocida periodista y el segundo connotado profesor de filosofía en la Pontificia Universidad Católica. Ambos para él habían dejado de ser arequipeños porque su larga estadía en Lima les impide reconocerse como arequipeños, además de haber sido absorbidos por otra agenda cultural. Insistió en la necesidad de discutir sobre la identidad regional porque si damos por sentado que no existen identidades entonces cómo podemos hablar de crítica o literatura norteamericana, literatura europea, latinoamericana, etc., si no hay identidad. La cuestión que Willard trajo a colación es ¿desde dónde se debe pensar y hacer la crítica? ¿podemos hacer crítica latinoamericana desde los Estados Unidos? ¿crítica regional desde Lima? El lugar de enunciación para Willard contiene un mundo simbólico del cual el sujeto que enuncia su crítica no puede sustraerse. Cuando la réplica de Rivera no se hacía esperar, Willard anunció que un compromiso urgente le impedía continuar y pedía disculpas por su retiro.

Las inquietudes de los estudiantes fueron comentadas por los miembros restantes de la mesa que ampliaron sus explicaciones y entraron en diálogo con el auditorio. Finalmente, ¿Qué nos dejó este conversatorio? Pienso que a los estudiantes de San Agustín les queda la satisfacción de haber visto a un egresado de su escuela que ha demostrado que los estudios literarios son cosa seria, tanto en San Agustín, San Marcos y Princeton. De Miguel Ángel Huamán, comprender que la crítica es un ejercicio cotidiano y de constante cuestionamiento al sistema. Willard Díaz aportó sus renovadas inquietudes por la discusión de las identidades regionales en momentos que se pretende invisibilizar los conflictos culturales; y Goyo Torres nos recordó que en la escuela de Literatura de San Agustín se debe predicar con el ejemplo. La próxima vez, los subalternos tienen la palabra.
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Sobre la importancia de las humanidades y las ciencias sociales en la enseñanza secundaria

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En el contexto en que laboramos como profesores de secundaria, es decir, en el medio preuniversitario, es evidente que la importancia que las instituciones educativas le conceden a los cursos de “ciencias” como matemática, física, química y biología es abrumadora respecto a la que se brinda a los cursos llamados de “letras” como historia, psicología, filosofía, lenguaje y literatura: medallas en certámenes nacionales e internacionales son el galardón que exhiben los colegios que acumulan prestigio por medio de la imagen mediática de sus “niños genios”.

Esta situación refuerza el prejuicio que muchos padres, alumnos e incluso, profesores y directivos de colegios tienen respecto a los cursos de humanidades, al punto que la mayoría los considera “cursos de relleno”, o desde la perspectiva de los alumnos, una valla que hay que superar para aprobar una nota. La idea que subyace a este prejuicio es que se tiene la percepción de que las ciencias formales y/o naturales son superiores a las humanidades porque aquellas son “más difíciles” y que los cursos de letras bastaría con leerlos para aprobarlos. Otro punto que refuerza este prejuicio radica en el prestigio social del que gozan varias profesiones vinculadas con las ciencias exactas como las ingenierías o medicina. Si a esto agregamos los concursos de matemáticas promovidos por diversas instituciones educativas, veremos que el panorama no es muy alentador para los cursos de humanidades. ¿Es que acaso se promueven con la misma intensidad concursos de redacción o ensayo a nivel escolar? Definitivamente, no.

“¿Para qué llevamos ética, profesor, para qué nos sirve?” fue el comentario espontáneo de un alumno momentos previos de ingresar a su salón en la hora de Ética. Cuando le dije a un colega de aritmética que yo acababa de terminar una maestría en Literatura, algo sorprendido me preguntó: “¿y eso para qué sirve?”. El pragmatismo con el cual la educación escolar actual enfoca la enseñanza, reduciéndola a cinco años dedicados exclusivamente a una preparación para afrontar un examen de admisión de tres horas es un objetivo, a mi parecer, mezquino. Si el alumno universitario, matices más, matices menos, carece ya de un interés por la investigación, en el colegio el diagnóstico es mucho más grave. La conciencia crítica y la reflexión sobre cuestiones prácticas no tienen lugar en la educación secundaria actual, simplemente, porque quienes debieran fomentarla han convertido la enseñanza de las humanidades en una mera reproducción irreflexiva de información que muchas veces, carece de sentido para los estudiantes. Información que transita del libro de autor o de la Internet al compendio —a veces sin citar la fuente— de este a la pizarra, luego al cuaderno —al cual se valora en tanto reproduzca una pizarra de manera impecable— y del cuaderno al examen. El resultado es que, finalmente, dentro de este círculo vicioso, el profesor se evalúa a sí mismo mas no al alumno. Así ¿cómo esperamos que el alumno le conceda importancia a los cursos de letras si no representan para él ningún desafío más que el mecanicismo de la repetición?

Y no es que las ciencias formales o naturales sean superiores a las humanidades o viceversa, sino que a estas no se les da la altura que merecen. Si durante la Colonia el acceso al conocimiento estaba limitado por cuestiones de raza, herencia o título nobiliario, en la actualidad, la educación en nuestro país ha reencauchado este sistema: hemos reemplazado el título nobiliario por el título profesional; hay muchos titulados pero pocos profesionales. Educación y cultura fueron consideradas subversivas, por ello las élites dominantes capturaron las instituciones que formaban a los sujetos que el sistema necesitaba para mantener el statu quo: el colegio y la universidad.

Situaciones como esta solo pueden ser cuestionadas desde las humanidades y las ciencias sociales. Cuando las ciencias naturales dominaron casi el total del saber humano a finales del siglo XIX, el positivismo irradió su influencia a las ciencias sociales, las cuales en el afán de formalizarse, imitaron la metodología de las ciencias naturales para abordar sus propios objetos de estudio. La consecuencia fue que se pretendió estudiar la mente humana con los mismos métodos de estudio utilizados para comprender los fenómenos físicos. Ya el psicoanálisis de Freud demostró que la mente humana no es armónica sino que está en constante tensión. Los sólidos paradigmas científicos fueron subvertidos por los discursos provenientes de las ciencias sociales. Algo similar ocurrió en la Literatura: la historiografía y el biografismo fueron reemplazados por la crítica textual bajo el lema estructuralista de “el autor ha muerto”. La Lingüística de Saussure y las funciones del lenguaje según Roman Jakobson, a la luz de las investigaciones en lingüística contemporánea, mantienen la vigencia de una introducción, pero nada más. Traslademos todos estos cambios a una experiencia práctica: si nuestros alumnos no son capaces de dialogar con la información que reciben, mañana o más tarde, serán incapaces de cuestionar un estado de cosas imperante allí donde se necesite un debate de ideas. Edward Said mencionaba que en ninguna época como la nuestra ha habido tantas cosas para criticar y, paradójicamente, tan poco interés por la reflexión, y esto lo verificamos día a día en nuestra labor docente. “Hazte el muertito para que no te pase nada”, podría ser el lema de un estudiante universitario que desde el colegio tuvo como divisa evadir la investigación o la responsabilidad de organizar un debate en su salón. “Para qué nos hacemos problemas, cumplamos el programa y vámonos a casa” podría ser su lema si llega a convertirse en profesor.

¿Qué podemos hacer los profesores de humanidades para revertir esta situación? Nuestra labor debe concentrarse en la investigación constante y en el desarrollo de estrategias para motivar el interés por la discusión entre nuestro alumnado; y para ello, debemos dar el ejemplo promoviendo actividades académicas donde nosotros mismos seamos los protagonistas del debate. ¿Cómo esperamos que el alumno reflexione si su profesor viene repitiendo la misma clase todos los años? El obstáculo para esto son las recargadas actividades que el maestro realiza fuera del aula, sean laborales, burocráticas o extraacadémicas. Las reuniones de coordinación son necesarias pero serán fructíferas en la medida que lo administrativo-burocrático no interfiera con lo académico. Si un profesor de literatura tiene que decidir entre escuchar una soporífera conferencia o intercambiar opiniones acerca de la última novela de Alonso Cueto en una charla de café, tengamos por seguro que aquella amena e informal conversación será más instructiva. Contamos con profesores de especialidad y educadores que muy bien podrían aportar su experiencia y conocimientos para enriquecernos mutuamente. Un espacio para la discusión es lo que necesitamos para fortalecer nuestro espíritu crítico. Una revista de investigación donde los profesores publiquen sus artículos no vendría nada mal. Y si los espacios no existen es entonces nuestro deber crearlos y qué mejor oportunidad ahora que estamos todos reunidos.
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Sobre la importancia de las humanidades y las ciencias sociales en la enseñanza secundaria

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En el contexto en que laboramos como profesores de secundaria, es decir, en el medio preuniversitario, es evidente que la importancia que las instituciones educativas le conceden a los cursos de “ciencias” como matemática, física, química y biología es abrumadora respecto a la que se brinda a los cursos llamados de “letras” como historia, psicología, filosofía, lenguaje y literatura: medallas en certámenes nacionales e internacionales son el galardón que exhiben los colegios que acumulan prestigio por medio de la imagen mediática de sus “niños genios”.

Esta situación refuerza el prejuicio que muchos padres, alumnos e incluso, profesores y directivos de colegios tienen respecto a los cursos de humanidades, al punto que la mayoría los considera “cursos de relleno”, o desde la perspectiva de los alumnos, una valla que hay que superar para aprobar una nota. La idea que subyace a este prejuicio es que se tiene la percepción de que las ciencias formales y/o naturales son superiores a las humanidades porque aquellas son “más difíciles” y que los cursos de letras bastaría con leerlos para aprobarlos. Otro punto que refuerza este prejuicio radica en el prestigio social del que gozan varias profesiones vinculadas con las ciencias exactas como las ingenierías o medicina. Si a esto agregamos los concursos de matemáticas promovidos por diversas instituciones educativas, veremos que el panorama no es muy alentador para los cursos de humanidades. ¿Es que acaso se promueven con la misma intensidad concursos de redacción o ensayo a nivel escolar? Definitivamente, no.

“¿Para qué llevamos ética, profesor, para qué nos sirve?” fue el comentario espontáneo de un alumno momentos previos de ingresar a su salón en la hora de Ética. Cuando le dije a un colega de aritmética que yo acababa de terminar una maestría en Literatura, algo sorprendido me preguntó: “¿y eso para qué sirve?”. El pragmatismo con el cual la educación escolar actual enfoca la enseñanza, reduciéndola a cinco años dedicados exclusivamente a una preparación para afrontar un examen de admisión de tres horas es un objetivo, a mi parecer, mezquino. Si el alumno universitario, matices más, matices menos, carece ya de un interés por la investigación, en el colegio el diagnóstico es mucho más grave. La conciencia crítica y la reflexión sobre cuestiones prácticas no tienen lugar en la educación secundaria actual, simplemente, porque quienes debieran fomentarla han convertido la enseñanza de las humanidades en una mera reproducción irreflexiva de información que muchas veces, carece de sentido para los estudiantes. Información que transita del libro de autor o de la Internet al compendio —a veces sin citar la fuente— de este a la pizarra, luego al cuaderno —al cual se valora en tanto reproduzca una pizarra de manera impecable— y del cuaderno al examen. El resultado es que, finalmente, dentro de este círculo vicioso, el profesor se evalúa a sí mismo mas no al alumno. Así ¿cómo esperamos que el alumno le conceda importancia a los cursos de letras si no representan para él ningún desafío más que el mecanicismo de la repetición?

Y no es que las ciencias formales o naturales sean superiores a las humanidades o viceversa, sino que a estas no se les da la altura que merecen. Si durante la Colonia el acceso al conocimiento estaba limitado por cuestiones de raza, herencia o título nobiliario, en la actualidad, la educación en nuestro país ha reencauchado este sistema: hemos reemplazado el título nobiliario por el título profesional; hay muchos titulados pero pocos profesionales. Educación y cultura fueron consideradas subversivas, por ello las élites dominantes capturaron las instituciones que formaban a los sujetos que el sistema necesitaba para mantener el statu quo: el colegio y la universidad.

Situaciones como esta solo pueden ser cuestionadas desde las humanidades y las ciencias sociales. Cuando las ciencias naturales dominaron casi el total del saber humano a finales del siglo XIX, el positivismo irradió su influencia a las ciencias sociales, las cuales en el afán de formalizarse, imitaron la metodología de las ciencias naturales para abordar sus propios objetos de estudio. La consecuencia fue que se pretendió estudiar la mente humana con los mismos métodos de estudio utilizados para comprender los fenómenos físicos. Ya el psicoanálisis de Freud demostró que la mente humana no es armónica sino que está en constante tensión. Los sólidos paradigmas científicos fueron subvertidos por los discursos provenientes de las ciencias sociales. Algo similar ocurrió en la Literatura: la historiografía y el biografismo fueron reemplazados por la crítica textual bajo el lema estructuralista de “el autor ha muerto”. La Lingüística de Saussure y las funciones del lenguaje según Roman Jakobson, a la luz de las investigaciones en lingüística contemporánea, mantienen la vigencia de una introducción, pero nada más. Traslademos todos estos cambios a una experiencia práctica: si nuestros alumnos no son capaces de dialogar con la información que reciben, mañana o más tarde, serán incapaces de cuestionar un estado de cosas imperante allí donde se necesite un debate de ideas. Edward Said mencionaba que en ninguna época como la nuestra ha habido tantas cosas para criticar y, paradójicamente, tan poco interés por la reflexión, y esto lo verificamos día a día en nuestra labor docente. “Hazte el muertito para que no te pase nada”, podría ser el lema de un estudiante universitario que desde el colegio tuvo como divisa evadir la investigación o la responsabilidad de organizar un debate en su salón. “Para qué nos hacemos problemas, cumplamos el programa y vámonos a casa” podría ser su lema si llega a convertirse en profesor.

¿Qué podemos hacer los profesores de humanidades para revertir esta situación? Nuestra labor debe concentrarse en la investigación constante y en el desarrollo de estrategias para motivar el interés por la discusión entre nuestro alumnado; y para ello, debemos dar el ejemplo promoviendo actividades académicas donde nosotros mismos seamos los protagonistas del debate. ¿Cómo esperamos que el alumno reflexione si su profesor viene repitiendo la misma clase todos los años? El obstáculo para esto son las recargadas actividades que el maestro realiza fuera del aula, sean laborales, burocráticas o extraacadémicas. Las reuniones de coordinación son necesarias pero serán fructíferas en la medida que lo administrativo-burocrático no interfiera con lo académico. Si un profesor de literatura tiene que decidir entre escuchar una soporífera conferencia o intercambiar opiniones acerca de la última novela de Alonso Cueto en una charla de café, tengamos por seguro que aquella amena e informal conversación será más instructiva. Contamos con profesores de especialidad y educadores que muy bien podrían aportar su experiencia y conocimientos para enriquecernos mutuamente. Un espacio para la discusión es lo que necesitamos para fortalecer nuestro espíritu crítico. Una revista de investigación donde los profesores publiquen sus artículos no vendría nada mal. Y si los espacios no existen es entonces nuestro deber crearlos y qué mejor oportunidad ahora que estamos todos reunidos.
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El qué y el para qué de la Literatura

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Qué es la Literatura? Los manuales escolares la definen como “la belleza de la palabra”, refiriéndose a un estilo depurado, sublime, proclive a la perfección de lo escrito. Otros la vinculan con el estudio de la “obra literaria”, en la cual la Literatura estaría conformada por un determinado corpus de textos pertenecientes a distintas épocas, autores y corrientes literarias que aparecen y desaparecen como el día que sucede a la noche. Autores, obras y corrientes literarias que la historia de la Literatura ha ido catalogando como clásicas e imprescindibles para la comprensión de una determinada época, agregando a ello una fuerte dosis de anécdotas y vivencias del autor. De esta manera, la Literatura se convierte en un vistazo panorámico donde lo que importa no es la interpretación del texto, sino más bien, recopilación de biografías, apelativos, obras y corrientes literarias.

La pregunta central que debemos plantearnos es ¿sentir o entender la Literatura? Y es que definir el término “Literatura” o más bien la “literariedad” no es asunto sencillo porque el nombre de nuestra disciplina coincide con el nombre del objeto de estudio. La Biología estudia a los seres vivos; la Psicología, la conducta y los procesos mentales; la Química, la composición de la materia; la Literatura estudia a la literatura.

Y es que aquí es pertinente hacer una distinción entre Literatura como creación, los estudios literarios, la historia de la literatura y la teoría y crítica literaria. ¿Qué pretende ser y hacer un estudiante de Literatura de cualquiera de las cuatro únicas escuelas de Literatura que hay en el Perú ? Muchas personas estamos seguros pensarán que dicho estudiante es un soñador, un individuo que escribe poemas y que vive en un mundo de ensoñación y fantasías (entre ellas la de convertirse en escritor); o en el mejor de los casos que desea convertirse en profesor de Literatura a nivel escolar (a sabiendas de que para ello existe la especialidad de Lengua y Literatura en Educación). Esta forma de ver la Literatura, solo como un arte, es la más extendida y eso da lugar a muchos malos entendidos, cuando hoy en día y desde hace más de medio siglo, la Literatura, entendida como los estudios literarios, posee la categoría de ciencia.

Una ciencia es una disciplina que busca explicar algún fenómeno de la realidad a partir de sus manifestaciones. Las ciencias poseen un objeto de estudio específico, metodologías particulares, y diversas teorías que intentan explicar sus presupuestos. Las hay formales como la Matemática y la Lógica; naturales como la Física, la Química y la Biología; y humanas como la Psicología, Antropología y Literatura. En un primer momento el objeto de estudio de la Literatura fue la obra, luego pasamos al texto y finalmente, estamos en la etapa del discurso. Si algo estudia la Literatura eso es el discurso. Y por discurso debemos entender una cosa hecha de lenguaje, que atraviesa distintas manifestaciones del conocimiento humano. Por ello es tan difícil definir el espacio que le toca a estudiar a la Literatura porque el discurso así como el texto, está en todas partes.

El hecho fundamental para que las ciencias humanas alcanzaran el nivel de reconocimiento de las ciencias formales y naturales ocurrió hacia principios del siglo XX. Antes hacia mediados y fines del siglo XIX las ciencias naturales representaban el modelo más confiable para analizar la realidad debido a la exactitud de sus mediciones y a la objetividad de sus estudios. En esto tuvo mucho que ver el positivismo de Augusto Comte, el cual consideraba que para que una ciencia obtuviera tal categoría, debería estudiar objetivamente la realidad, y sus objetos de estudios tenían que ser sensibles, y posibles de estudiar a través de la experimentación y la observación.

La crisis del positivismo y la esperanza en la modernidad y la razón, se acentuaron con los movimientos históricos de vanguardia durante los primeros veinte años del siglo XX. Tales movimientos cuestionaban la idea de una razón sólida que explicara la realidad, la cual aparecía fragmentada y confusa a los ojos de los nuevos artistas. El proyecto racionalista de la modernidad entraba en crisis y un nuevo periodo de incertidumbres y escepticismo dominaba Europa. Las vanguardias se fueron cuestionando a sí mismas, tanto en la práctica tradicional como en la institucionalidad del arte; es decir, a los artistas tradicionales y a los críticos que no podían explicar este nuevo fenómeno artístico que cantaba las bondades de la incoherencia, la escritura automática y todo aquello que no obedeciera a un plan predeterminado para la creación.

Nietzsche, Freud, Marx y Darwin, fueron los primeros en asestar los golpes mortales a la modernidad al cuestionar la idea del progreso, la racionalidad y acentuar las diferencias estructurales que subyacen a la sociedad y a la mente humana. ¿Qué función desempeñaron los estudios literarios en este contexto? René Wellek apunta que “en Europa, especialmente desde la Primera Guerra Mundial, se ha producido una reacción contra los métodos de estudio literarios tal como venían siendo aplicados desde la segunda mitad del siglo XIX: contra la simple acumulación de datos que no guardaban relación entre sí, y contra toda la presuposición subyacente de que la literatura debía ser explicada por los métodos de las ciencias naturales, por la causalidad, …”

Es decir, que las ciencias humanas fueron poco a poco adquiriendo mayor importancia al demostrarse que las ciencias naturales y formales no podían ofrecer modelos explicativos acerca de la conducta humana tal como lo aplicaban con éxito al estudio de la materia. El ser humano no es totalmente racional. La teoría del inconsciente de Freud penetró en la mente humana aportando la tesis de una división entre el ello el yo y el superyó. El ser humano no era una unidad armónica, sino una estructura en constante conflicto interno.

La Literatura pasó a ser estudiada desde diversas disciplinas: Filosofía, Antropología, Psicología, Sociología, etc. Se enriqueció con el aporte de todas ellas y desarrolló a la vez sus propios métodos. Lo que aconteció es que a la tradicional y arcaica forma de estudiar la Literatura, o sea, recurriendo a la historiografía o a la vida del autor, se agregaron métodos extrínsecos que diluyeron las fronteras de lo que se estaba denominando estudios literarios. Tal es así que hoy en día, en las universidades más prestigiosas de los EEUU y Europa, los cursos impartidos en las escuelas de Literatura tienen lugar en otras facultades, sobre todo las de ciencias sociales.

Y es que ahora no basta con preguntarse qué es literatura sino más bien qué no es literatura. Una definición lo más amplia posible la determina como la ciencia del texto o la ciencia del discurso. Por Literatura se puede entender la historia de la literatura, la enseñanza de la literatura, la creación literaria y la crítica o los estudios literarios. No son lo mismo pero están relacionados entre sí. ¿De qué se habla cuando se trata de Literatura? Depende a cual de las nociones antes mencionadas nos estemos refiriendo. Lo cierto es que el estudiante de literatura no es necesariamente (y no es condición indispensable) un creador o escritor. Es formado para la investigación dentro del área de las ciencias sociales y humanidades; pero dadas las condiciones de nuestro país, ve cada vez más alejada dicha posibilidad y son muy pocos realmente logran posicionarse como investigadores, críticos literarios o profesores universitarios (la gran mayoría pasan a engrosar las filas de profesores secundarios o preuniversitarios).

¿Qué debemos esperar de la enseñanza de la Literatura en los colegios? Que primero deje de ser una inútil recopilación de nombres, biografías y títulos de libros para convertirse en una praxis en la cual el alumno lea, discuta y, finalmente, produzca un texto que de cuenta de su capacidad crítica para dialogar no con los resúmenes, ni tampoco con las dramatizaciones actorales de sus profesores, sino directamente con los textos, ya sean estos de ficción (novelas, poesía, teatro) u otros (periodísticos, películas, canciones). Porque en vano no han desarrollado tanto los estudios literarios como para seguir considerando a la Literatura como “la belleza de la palabra”.
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El qué y el para qué de la Literatura

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Qué es la Literatura? Los manuales escolares la definen como “la belleza de la palabra”, refiriéndose a un estilo depurado, sublime, proclive a la perfección de lo escrito. Otros la vinculan con el estudio de la “obra literaria”, en la cual la Literatura estaría conformada por un determinado corpus de textos pertenecientes a distintas épocas, autores y corrientes literarias que aparecen y desaparecen como el día que sucede a la noche. Autores, obras y corrientes literarias que la historia de la Literatura ha ido catalogando como clásicas e imprescindibles para la comprensión de una determinada época, agregando a ello una fuerte dosis de anécdotas y vivencias del autor. De esta manera, la Literatura se convierte en un vistazo panorámico donde lo que importa no es la interpretación del texto, sino más bien, recopilación de biografías, apelativos, obras y corrientes literarias.

La pregunta central que debemos plantearnos es ¿sentir o entender la Literatura? Y es que definir el término “Literatura” o más bien la “literariedad” no es asunto sencillo porque el nombre de nuestra disciplina coincide con el nombre del objeto de estudio. La Biología estudia a los seres vivos; la Psicología, la conducta y los procesos mentales; la Química, la composición de la materia; la Literatura estudia a la literatura.

Y es que aquí es pertinente hacer una distinción entre Literatura como creación, los estudios literarios, la historia de la literatura y la teoría y crítica literaria. ¿Qué pretende ser y hacer un estudiante de Literatura de cualquiera de las cuatro únicas escuelas de Literatura que hay en el Perú ? Muchas personas estamos seguros pensarán que dicho estudiante es un soñador, un individuo que escribe poemas y que vive en un mundo de ensoñación y fantasías (entre ellas la de convertirse en escritor); o en el mejor de los casos que desea convertirse en profesor de Literatura a nivel escolar (a sabiendas de que para ello existe la especialidad de Lengua y Literatura en Educación). Esta forma de ver la Literatura, solo como un arte, es la más extendida y eso da lugar a muchos malos entendidos, cuando hoy en día y desde hace más de medio siglo, la Literatura, entendida como los estudios literarios, posee la categoría de ciencia.

Una ciencia es una disciplina que busca explicar algún fenómeno de la realidad a partir de sus manifestaciones. Las ciencias poseen un objeto de estudio específico, metodologías particulares, y diversas teorías que intentan explicar sus presupuestos. Las hay formales como la Matemática y la Lógica; naturales como la Física, la Química y la Biología; y humanas como la Psicología, Antropología y Literatura. En un primer momento el objeto de estudio de la Literatura fue la obra, luego pasamos al texto y finalmente, estamos en la etapa del discurso. Si algo estudia la Literatura eso es el discurso. Y por discurso debemos entender una cosa hecha de lenguaje, que atraviesa distintas manifestaciones del conocimiento humano. Por ello es tan difícil definir el espacio que le toca a estudiar a la Literatura porque el discurso así como el texto, está en todas partes.

El hecho fundamental para que las ciencias humanas alcanzaran el nivel de reconocimiento de las ciencias formales y naturales ocurrió hacia principios del siglo XX. Antes hacia mediados y fines del siglo XIX las ciencias naturales representaban el modelo más confiable para analizar la realidad debido a la exactitud de sus mediciones y a la objetividad de sus estudios. En esto tuvo mucho que ver el positivismo de Augusto Comte, el cual consideraba que para que una ciencia obtuviera tal categoría, debería estudiar objetivamente la realidad, y sus objetos de estudios tenían que ser sensibles, y posibles de estudiar a través de la experimentación y la observación.

La crisis del positivismo y la esperanza en la modernidad y la razón, se acentuaron con los movimientos históricos de vanguardia durante los primeros veinte años del siglo XX. Tales movimientos cuestionaban la idea de una razón sólida que explicara la realidad, la cual aparecía fragmentada y confusa a los ojos de los nuevos artistas. El proyecto racionalista de la modernidad entraba en crisis y un nuevo periodo de incertidumbres y escepticismo dominaba Europa. Las vanguardias se fueron cuestionando a sí mismas, tanto en la práctica tradicional como en la institucionalidad del arte; es decir, a los artistas tradicionales y a los críticos que no podían explicar este nuevo fenómeno artístico que cantaba las bondades de la incoherencia, la escritura automática y todo aquello que no obedeciera a un plan predeterminado para la creación.

Nietzsche, Freud, Marx y Darwin, fueron los primeros en asestar los golpes mortales a la modernidad al cuestionar la idea del progreso, la racionalidad y acentuar las diferencias estructurales que subyacen a la sociedad y a la mente humana. ¿Qué función desempeñaron los estudios literarios en este contexto? René Wellek apunta que “en Europa, especialmente desde la Primera Guerra Mundial, se ha producido una reacción contra los métodos de estudio literarios tal como venían siendo aplicados desde la segunda mitad del siglo XIX: contra la simple acumulación de datos que no guardaban relación entre sí, y contra toda la presuposición subyacente de que la literatura debía ser explicada por los métodos de las ciencias naturales, por la causalidad, …”

Es decir, que las ciencias humanas fueron poco a poco adquiriendo mayor importancia al demostrarse que las ciencias naturales y formales no podían ofrecer modelos explicativos acerca de la conducta humana tal como lo aplicaban con éxito al estudio de la materia. El ser humano no es totalmente racional. La teoría del inconsciente de Freud penetró en la mente humana aportando la tesis de una división entre el ello el yo y el superyó. El ser humano no era una unidad armónica, sino una estructura en constante conflicto interno.

La Literatura pasó a ser estudiada desde diversas disciplinas: Filosofía, Antropología, Psicología, Sociología, etc. Se enriqueció con el aporte de todas ellas y desarrolló a la vez sus propios métodos. Lo que aconteció es que a la tradicional y arcaica forma de estudiar la Literatura, o sea, recurriendo a la historiografía o a la vida del autor, se agregaron métodos extrínsecos que diluyeron las fronteras de lo que se estaba denominando estudios literarios. Tal es así que hoy en día, en las universidades más prestigiosas de los EEUU y Europa, los cursos impartidos en las escuelas de Literatura tienen lugar en otras facultades, sobre todo las de ciencias sociales.

Y es que ahora no basta con preguntarse qué es literatura sino más bien qué no es literatura. Una definición lo más amplia posible la determina como la ciencia del texto o la ciencia del discurso. Por Literatura se puede entender la historia de la literatura, la enseñanza de la literatura, la creación literaria y la crítica o los estudios literarios. No son lo mismo pero están relacionados entre sí. ¿De qué se habla cuando se trata de Literatura? Depende a cual de las nociones antes mencionadas nos estemos refiriendo. Lo cierto es que el estudiante de literatura no es necesariamente (y no es condición indispensable) un creador o escritor. Es formado para la investigación dentro del área de las ciencias sociales y humanidades; pero dadas las condiciones de nuestro país, ve cada vez más alejada dicha posibilidad y son muy pocos realmente logran posicionarse como investigadores, críticos literarios o profesores universitarios (la gran mayoría pasan a engrosar las filas de profesores secundarios o preuniversitarios).

¿Qué debemos esperar de la enseñanza de la Literatura en los colegios? Que primero deje de ser una inútil recopilación de nombres, biografías y títulos de libros para convertirse en una praxis en la cual el alumno lea, discuta y, finalmente, produzca un texto que de cuenta de su capacidad crítica para dialogar no con los resúmenes, ni tampoco con las dramatizaciones actorales de sus profesores, sino directamente con los textos, ya sean estos de ficción (novelas, poesía, teatro) u otros (periodísticos, películas, canciones). Porque en vano no han desarrollado tanto los estudios literarios como para seguir considerando a la Literatura como “la belleza de la palabra”.
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El pastor de la CIA

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“El cine ya no hace preguntas, sólo busca diversión. Soy uno de los pocos cineastas que todavía hace lo que quiere, y siempre he querido evocar el cine europeo y americano de los años 70, un cine en el que lo que importaba eran los problemas políticos y sociales. Con las nuevas tecnologías, Hollywood ha destruido aquel sueño de los años 70, convirtiendo en cineastas marginales, en perdedores, a todos lo que no caben en sus parámetros. Olvidan que sin perdedores no existiría su gran cine de los años 40, 50 y 70”.

Emir Kusturika

(Sarajevo, Bosnia, 1954)

Robert De Niro retorna con pie derecho luego de su primera cinta como director en Una historia del Bronx (1993). Esta vez nos presenta El buen pastor (The good sheperd), una cinta que relata la historia de la formación de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA). Matt Damon interpreta a Edward Wilson, un joven que es invitado a integrar la sociedad secreta “Skull and Bones” mientras estudia en la universidad de Yale. Discreción y lealtad son las cualidades que lo llevarán a ser recomendado como miembro de la OSS (Agencia de Servicios Estratégicos) durante la Segunda Guerra Mundial.

Convencido de que es necesario proteger a la nación americana de los enemigos que la amenazan, Wilson se entrega totalmente a la institución en la cual se planean conspiraciones, sabotajes, asesinatos y derrocamiento de gobiernos próximos a la órbita comunista. A medida que transcurren los años, Wilson se da cuenta de que la confianza entre los miembros de la CIA no tiene cabida en una situación en que la Guerra Fría se manifiesta hasta en las relaciones cotidianas: desconfianza, traición, engaño son las armas que los agentes utilizan no solo contra los enemigos de la nación sino también contra sus compañeros. Wilson sacrifica su matrimonio cuya relación se ve deteriorada por las largas ausencias por las que no pudo entablar una relación sólida con su único hijo (Eddie Redmayne), quien creció lleno de inseguridades, por la indiferencia de su padre. Su esposa Margaret, a quien todos llaman “Clover” (Angelina Jolie) reclama inútilmente mayor dedicación a su familia.

De Niro no improvisó la trama sino que fue asesorado por un ex agente de la CIA jubilado. Milton Bearden quien condujo al actor-director por Afganistán, Pakistán y Moscú para obtener datos que le fueran útiles para la realización de la película. De ahí que para el espectador resulten familiares varios acontecimientos históricos como la crisis de los misiles y la Revolución Cubana.

La actuación de Matt Damon personificando al agente Wilson alcanza su mejor momento luego de películas como Salvando al soldado Ryan (1998), El talentoso señor Ripley (1999), Ocean’s eleven (2002), Syriana (2005) y la recientemente aclamada Infiltrados (2006) de Martin Scorsese en la cual, a pesar del protagonismo de Di Caprio, supo mantener el perfil que el personaje le exigía. En contraste, la participación de Angelina Jolie es más bien discreta. Acostumbrados a verla como mujer fatal o chica mala —etiqueta que limita sus interpretaciones— parecía que en el personaje de “Clover” veríamos más de lo mismo. El cambio de carácter de Margaret (Angelina Jolie) es radical luego de su matrimonio y me desconcertó que después de presentarla en su juventud como “chica mala” que seduce a Wilson y casi poco más que lo fuerza a tener sexo, se transforme luego en una señora que acepta el drama de ser una esposa que no es amada por su esposo.

Lo mejor de El buen pastor está en la puesta en escena de los conceptos que De Niro demuestra conocer muy bien: trama, técnica narrativa, documentación y la intuición de apostar por un actor como Matt Damon que viene demostrando que puede protagonizar roles estelares variados, alejado de lo que mayormente Hollywood promueve en sus megaproducciones. Algunos críticos consideran que esta cinta tiene ecos de El padrino, pero no me parece justa esta apreciación. La cinta de Coppola es inmensamente superior por muchas razones, entre ellas las grandes interpretaciones por igual de todo el reparto; por otro lado tampoco creo que el tono épico este presente en El buen pastor como lo está en la saga de la familia Corleone. No hay grandes hazañas ni mucho menos Wilson se aproxima a Michael Corleone, lo que sí hay son grandes sacrificios: Wilson renuncia a su vida propia por una causa de la cual se decepciona. El punto flaco es la excesiva duración que retrasa la comprensión de los datos escondidos y la actuación desaprovechada de Angelina Jolie quien solo acompaña al protagonista como una figura decorativa.

La escena con la cual me quedo es el interrogatorio al verdadero científico ruso mientras detrás del espejo lo observa impasible, el impostor, y también podría ser la frustrada boda del hijo de Wilson por la muerte de su esposa arrojada desde un avión.

¿Qué hubieran hecho Coppola u Scorsese con este material? No lo sabemos, pero dentro de la parrilla cinematográfica nacional, es lo mejor que nos ha llegado de los Estados Unidos. Felicitaciones maestro De Niro

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El pastor de la CIA

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“El cine ya no hace preguntas, sólo busca diversión. Soy uno de los pocos cineastas que todavía hace lo que quiere, y siempre he querido evocar el cine europeo y americano de los años 70, un cine en el que lo que importaba eran los problemas políticos y sociales. Con las nuevas tecnologías, Hollywood ha destruido aquel sueño de los años 70, convirtiendo en cineastas marginales, en perdedores, a todos lo que no caben en sus parámetros. Olvidan que sin perdedores no existiría su gran cine de los años 40, 50 y 70”.

Emir Kusturika

(Sarajevo, Bosnia, 1954)

Robert De Niro retorna con pie derecho luego de su primera cinta como director en Una historia del Bronx (1993). Esta vez nos presenta El buen pastor (The good sheperd), una cinta que relata la historia de la formación de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA). Matt Damon interpreta a Edward Wilson, un joven que es invitado a integrar la sociedad secreta “Skull and Bones” mientras estudia en la universidad de Yale. Discreción y lealtad son las cualidades que lo llevarán a ser recomendado como miembro de la OSS (Agencia de Servicios Estratégicos) durante la Segunda Guerra Mundial.

Convencido de que es necesario proteger a la nación americana de los enemigos que la amenazan, Wilson se entrega totalmente a la institución en la cual se planean conspiraciones, sabotajes, asesinatos y derrocamiento de gobiernos próximos a la órbita comunista. A medida que transcurren los años, Wilson se da cuenta de que la confianza entre los miembros de la CIA no tiene cabida en una situación en que la Guerra Fría se manifiesta hasta en las relaciones cotidianas: desconfianza, traición, engaño son las armas que los agentes utilizan no solo contra los enemigos de la nación sino también contra sus compañeros. Wilson sacrifica su matrimonio cuya relación se ve deteriorada por las largas ausencias por las que no pudo entablar una relación sólida con su único hijo (Eddie Redmayne), quien creció lleno de inseguridades, por la indiferencia de su padre. Su esposa Margaret, a quien todos llaman “Clover” (Angelina Jolie) reclama inútilmente mayor dedicación a su familia.

De Niro no improvisó la trama sino que fue asesorado por un ex agente de la CIA jubilado. Milton Bearden quien condujo al actor-director por Afganistán, Pakistán y Moscú para obtener datos que le fueran útiles para la realización de la película. De ahí que para el espectador resulten familiares varios acontecimientos históricos como la crisis de los misiles y la Revolución Cubana.

La actuación de Matt Damon personificando al agente Wilson alcanza su mejor momento luego de películas como Salvando al soldado Ryan (1998), El talentoso señor Ripley (1999), Ocean’s eleven (2002), Syriana (2005) y la recientemente aclamada Infiltrados (2006) de Martin Scorsese en la cual, a pesar del protagonismo de Di Caprio, supo mantener el perfil que el personaje le exigía. En contraste, la participación de Angelina Jolie es más bien discreta. Acostumbrados a verla como mujer fatal o chica mala —etiqueta que limita sus interpretaciones— parecía que en el personaje de “Clover” veríamos más de lo mismo. El cambio de carácter de Margaret (Angelina Jolie) es radical luego de su matrimonio y me desconcertó que después de presentarla en su juventud como “chica mala” que seduce a Wilson y casi poco más que lo fuerza a tener sexo, se transforme luego en una señora que acepta el drama de ser una esposa que no es amada por su esposo.

Lo mejor de El buen pastor está en la puesta en escena de los conceptos que De Niro demuestra conocer muy bien: trama, técnica narrativa, documentación y la intuición de apostar por un actor como Matt Damon que viene demostrando que puede protagonizar roles estelares variados, alejado de lo que mayormente Hollywood promueve en sus megaproducciones. Algunos críticos consideran que esta cinta tiene ecos de El padrino, pero no me parece justa esta apreciación. La cinta de Coppola es inmensamente superior por muchas razones, entre ellas las grandes interpretaciones por igual de todo el reparto; por otro lado tampoco creo que el tono épico este presente en El buen pastor como lo está en la saga de la familia Corleone. No hay grandes hazañas ni mucho menos Wilson se aproxima a Michael Corleone, lo que sí hay son grandes sacrificios: Wilson renuncia a su vida propia por una causa de la cual se decepciona. El punto flaco es la excesiva duración que retrasa la comprensión de los datos escondidos y la actuación desaprovechada de Angelina Jolie quien solo acompaña al protagonista como una figura decorativa.

La escena con la cual me quedo es el interrogatorio al verdadero científico ruso mientras detrás del espejo lo observa impasible, el impostor, y también podría ser la frustrada boda del hijo de Wilson por la muerte de su esposa arrojada desde un avión.

¿Qué hubieran hecho Coppola u Scorsese con este material? No lo sabemos, pero dentro de la parrilla cinematográfica nacional, es lo mejor que nos ha llegado de los Estados Unidos. Felicitaciones maestro De Niro

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