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Crítica y sinopsis de películas

Los maestros del tercio excluido

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Desde que José Antonio Chang asumiera las riendas del Ministerio de Educación, las relaciones entre el Ejecutivo y los maestros se han vuelto tensas y carentes de todo intento de diálogo abierto que conduzca al objetivo mayor: mejorar la calidad de nuestra educación. Más bien, hemos sido testigos de ataques frontales desde el Ejecutivo, sobre todo desde el presidente García y del primer ministro Jorge Del Castillo. Un ejemplo de esto ocurrió cuando en una localidad del interior del país, el presidente aprovechó la oportunidad para calificar de “comechados y sinvergüenzas” a los profesores que rechazaban someterse a evaluaciones. Si en décadas pasadas, la opinión pública apoyaba a los maestros en sus luchas sindicales hoy ya no es igual. Y es que parece que la estrategia del actual gobierno es enfrentar a la ciudadanía contra los maestros endigándoles la total responsabilidad por la crisis de nuestra educación. El mensaje que llega a la gente es que todos los maestros que trabajan en la educación pública son incapaces y que se oponen a capacitarse, lo cual no corresponde exactamente a la verdad. Si el plan era desarticular al nefasto SUTEP lo que han logrado es fortalecerlo puesto que con las declaraciones del presidente y del ministro de educación todos los maestros, incluso aquellos que cuestionan a la dirigencia del gremio, lo avalen obedeciendo a un justificable espíritu de cuerpo. Tales adjetivos no diferencian entre radicales y progresistas sino que meten en un mismo saco al maestro que, efectivamente, no tiene el mínimo interés por capacitarse, como al que cada año debe agenciárselas para renovar un contrato que lo mantenga en actividad, recurriendo a veces a la coima para no perder su puesto de trabajo.

No son los maestros los únicos responsables de la crisis de nuestra educación. El Estado que permitió la proliferación de institutos, pedagógicos y universidades con enormes deficiencias en infraestructura y plana docente; que les otorgó el título profesional e incorporó al magisterio solo por pertenecer al partido de gobierno (lo que sucedió en el primer gobierno aprista); que no remueve de sus cargos a los funcionarios que lucran con los contratos y nombramientos cada vez que hay concursos, es el mismo Estado que hoy levanta el dedo acusador y denigra al maestro que es producto de una histórica desatención por el tema educacional. En ninguna de las intervenciones de los mencionados representantes del Ejecutivo ha existido un “mea culpa” por la responsabilidad del Estado en la crisis de la educación.

En las últimas semanas, se viene discutiendo la norma que regula los nombramientos para los profesores del Estado, la cual estipula como requisito que solo podrán postular aquellos que hayan ocupado el tercio superior durante el pregrado. Bajo el argumento de la calidad, la eficiencia y la meritocracia, se afirma que los más capacitados son los que deben enseñar (frente a lo cual, obviamente todos estamos de acuerdo) y los que se oponen son lo que tienen miedo de aceptar su incapacidad. Esta afirmación analizada fuera del contexto de nuestra educación carece de validez porque no considera la variable que mencioné líneas arriba: ¿quién instruyó, tituló y contrató a estos maestros? Hay enunciados que pueden ser verdaderos en lo que afirman pero falsos en lo que niegan. Cierto e irrefutable es que los más capacitados deben enseñar, pero también es cierto que discriminar en función a un solo criterio como es el del tercio superior no nos garantiza la excelencia educativa porque hay tercios y tercios.

¿Vale igual un tercio superior obtenido a lo largo de cinco años de estudios en una universidad como San Marcos frente a tres años de un instituto seguidos de dos años de complementación a distancia? Por supuesto que no. En el primer caso, aquel egresado de educación habrá ocupado un tercio dentro de una promoción de aproximadamente no menos de 100 estudiantes. En el caso de un instituto o pedagógico, ese tercio superior ocupa un puesto, en proporción con el anterior, mucho más ventajoso debido a que competía contra menos estudiantes. Por otro lado, ser tercio superior en la universidad, si bien es un indicador que ayuda a calificar al profesional de su materia, no debe ser el único filtro para excluirlo. ¿Se imaginan que para obtener un trabajo se pusiera como requisito haber obtenido los primeros puestos en el examen de admisión a la universidad? ¿Cuántos casos existen de primeros puestos que abandonaron o cambiaron de carrera? Seguramente quien lea este artículo recordará al compañero (cuando no tal vez a sí mismo) que no fue un brillante alumno en la secundaria pero que en la universidad logró ocupar los primeros puestos. Sucede algo similar respecto al tercio superior ¿Cuántos ejemplos tenemos de profesionales que en el pregrado no alcanzaron notas sobresalientes pero luego destacaron notablemente cuando ejercieron la profesión? Y es que existen otros aspectos que deberían ser evaluados como los años de experiencia, capacitación permanente (cursos, diplomados, maestrías, etc.), publicaciones, innovación pedagógica, participación en seminarios y desempeño laboral por mencionar algunos.

A partir de mi propia experiencia he comprobado que las notas son referenciales y que su importancia debe ser refrendada por otros criterios que permitan obtener una evaluación integral de las capacidades del maestro. Cuando ingresé a la universidad el primer año éramos 110 alumnos en un aula. Cinco años después, en el último ciclo oficialmente éramos 8 alumnos. Recuerdo que dos compañeras que ocuparon los primeros puestos durante los cinco años se graduaron tres años después de egresadas mientras que los nunca fuimos del tercio, lo hicimos en año y medio. El criterio que considero fundamental para evaluar a un profesor es su desempeño en el aula, es decir, en la puesta en escena de sus estrategias y habilidades para transmitir conocimientos a sus alumnos. Ocupar un primer puesto en la universidad es un indicador válido para comprobar el dominio de conocimiento pero no necesariamente demuestra si se sabe transmitirlos.

Agrego a este punto el problema de la corrupción imperante. ¿Basta con acreditar el documento que pruebe el tercio superior? De hecho, muchos institutos y pedagógicos que otorgaron esos documentos ya desaparecieron ¿cómo verificar la calidad de ese docente? ¿solo en función de sus notas? También no faltaran aquellos que recurran a la falsificación de las mismas. En el jirón Azángaro deben estar frotándose las manos.

El maestro que a pesar de sus escasos recursos ha invertido en su capacitación pero que no es tercio superior por diversas circunstancias, rechaza comprensiblemente esta norma. Distinto sería si, como lo ha precisado Yehude Simón, presidente de la Región Lambayeque, a los postulantes que obtuvieron el tercio superior se les bonificara con un puntaje, medida razonable que estoy seguro gran parte del magisterio estaría dispuesta a aceptar. Por otro lado, la propuesta de la Región Moquegua que otorga a los profesores una bonificación en el puntaje solo por haber nacido en la región es censurable desde todo punto de vista porque no considera en absoluto las capacidades del postulante sino tan solo un hecho contingente como el lugar de nacimiento.
El desenlace de esta historia se veía venir. El gobierno cedió ante la presión de los gobiernos regionales le dio trámite ligero a este asunto, según mi análisis, ante la violencia del paro agrario y por el inicio de las primeras rondas ejecutivas de APEC. Ambos temas exigían una solución inmediata al problema del tercio superior, por ello, me da la impresión de que, finalmente, más que ser convencidos por los argumentos en contra, el Ejecutivo retrocedió en la aplicación de la referida norma para no complicar más el panorama futuro.

Nuevamente, el gobierno hace un papelón por no discutir la norma con las regiones, a las cuales se les ha delegado ciertas funciones para la organización del concurso para el nombramiento, y terminó enmendando la plana al ministro Chang, quien en un mismo día aseguró que la norma no cambiaría en nada y luego firmó el acta en la que acuerda la modificación del decreto 004 sobre el tercio superior. Conclusión: postularán el 9 de marzo todos los profesores que cumplan con los requisitos de la normativa tengan o no el tercio superior y accederán a un puesto aquellos que obtengan una nota no menor a catorce.

Y por último, lo expuesto por Rosa María Palacios acerca del rendimiento académico del actual ministro de educación nos sorprende a todos. ¡Nuestro ministro se hizo el tercio! ¿Seguirá Chang en carrera? Tal parece, su intransigencia le pasará factura.
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abluciones vanas (2007)

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Editorial Dragostea
María Miranda (ed.)

Por Arturo Caballero Medina


El grupo editorial Dragostea ha editado la antología poética abluciones vanas (2007) que reúne poemas y fragmentos de relatos de contenido erótico escritos por mujeres. Textos de Almudena Grandes, Anäis Nin, Sor Juana Inés de la Cruz y Emily Dickinson entre otras plumas notables. Dragostea sigue apostando por la difusión de la literatura de género, algo que no había sido muy común en nuestro medio. Al respecto, el homoerotismo en la poesía peruana anduvo casi siempre en la marginalidad, como un eco de lo que sucedía en la sociedad respecto al discurso de las minorías lésbicas y gay. A las publicaciones de Robert Baca Oviedo, Jorge Vargas Prado y María Miranda, se agregan nuevas series con un abanico de temas diversos. La edición es atractiva por sus dimensiones, y la selección de textos acertada. Salvo algunas erratas tipográficas en los textos y en las reseñas biográficas de las autoras, nos complace saludar el esfuerzo de esta joven editorial.

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abluciones vanas (2007)

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Editorial Dragostea
María Miranda (ed.)

Por Arturo Caballero Medina


El grupo editorial Dragostea ha editado la antología poética abluciones vanas (2007) que reúne poemas y fragmentos de relatos de contenido erótico escritos por mujeres. Textos de Almudena Grandes, Anäis Nin, Sor Juana Inés de la Cruz y Emily Dickinson entre otras plumas notables. Dragostea sigue apostando por la difusión de la literatura de género, algo que no había sido muy común en nuestro medio. Al respecto, el homoerotismo en la poesía peruana anduvo casi siempre en la marginalidad, como un eco de lo que sucedía en la sociedad respecto al discurso de las minorías lésbicas y gay. A las publicaciones de Robert Baca Oviedo, Jorge Vargas Prado y María Miranda, se agregan nuevas series con un abanico de temas diversos. La edición es atractiva por sus dimensiones, y la selección de textos acertada. Salvo algunas erratas tipográficas en los textos y en las reseñas biográficas de las autoras, nos complace saludar el esfuerzo de esta joven editorial.

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¿Qué es un cuento?

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La verdad es que nadie sabe cómo debe ser un cuento. El escritor que lo sabe es un mal cuentista, y al segundo cuento se le nota que sabe, y entonces todo suena falso y aburrido y fullero. Hay que ser muy sabio para no dejarse tentar por el saber y la seguridad.

Augusto Monterroso (Tegucigalpa, 1921 – México D.F., 2003)

Enrique Laura
(enrique_l69@hotmail.com)

La respuesta ha resultado tan difícil que a menudo ha sido soslayada incluso por connotados críticos. Pero puede decirse que el cuento es el relato de un hecho que tiene indudable importancia. Aprender a discernir dónde hay un tema para crear un cuento es parte esencial de la técnica, esa técnica es el oficio peculiar con que se trabaja el esqueleto de toda la obra de creación: es la “tekne” de los griegos o, si se quiere, la parte de artesanado imprescindible en el bagaje del artista.

El cuento es un género escueto, al extremo que en un cuento no debe construirse más de un hecho. Lo difícil para el cuentista es que su cuento no tenga ni altos ni bajas caídas, pues se sabe bien, que el cuento debe ir en línea recta, desde que parte hasta que llega. Es así, como el lector no llegará a aburrirse por esos altos y bajas caídas que un mal cuento tenga. El buen cuentista no debe darle oportunidad de recuperarse: tiene que mantener siempre en suspenso al lector. Pero en los cuentos es mejor no decir suficiente que decir demasiado. Considero que hay tres pasos: el primero de ellos es crear al personaje, el segundo crear el ambiente donde el personaje se va a desenvolver y el tercero es como va a hablar ese personaje, como se va a expresar. Esos tres puntos de apoyo son todo lo que se requiere para contar una historia. Concretando, se trabaja con: imaginación, intuición y una aparente verdad. Cuando se consigue, entonces se logra la historia que uno quiere dar a conocer, el trabajo es solitario, no se puede concebir el trabajo colectivo en la literatura, y esa soledad lo lleva a uno a concentrarse en una especie de médium de cosas que uno mismo desconoce, pero sin saber que solamente el inconsciente o la intuición lo llevan a uno a crear y seguir creando.

Como dijo Horacio Quiroga, en su decálogo del perfecto cuentista:

– No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego; si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino.

– Cree en un maestro, Poe, Maupassant, Kipling, Chejov, como en dios mismo. Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en dominarla, cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tu mismo.

– Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Mas que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia.
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¿Qué es un cuento?

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La verdad es que nadie sabe cómo debe ser un cuento. El escritor que lo sabe es un mal cuentista, y al segundo cuento se le nota que sabe, y entonces todo suena falso y aburrido y fullero. Hay que ser muy sabio para no dejarse tentar por el saber y la seguridad.

Augusto Monterroso (Tegucigalpa, 1921 – México D.F., 2003)

Enrique Laura
(enrique_l69@hotmail.com)

La respuesta ha resultado tan difícil que a menudo ha sido soslayada incluso por connotados críticos. Pero puede decirse que el cuento es el relato de un hecho que tiene indudable importancia. Aprender a discernir dónde hay un tema para crear un cuento es parte esencial de la técnica, esa técnica es el oficio peculiar con que se trabaja el esqueleto de toda la obra de creación: es la “tekne” de los griegos o, si se quiere, la parte de artesanado imprescindible en el bagaje del artista.

El cuento es un género escueto, al extremo que en un cuento no debe construirse más de un hecho. Lo difícil para el cuentista es que su cuento no tenga ni altos ni bajas caídas, pues se sabe bien, que el cuento debe ir en línea recta, desde que parte hasta que llega. Es así, como el lector no llegará a aburrirse por esos altos y bajas caídas que un mal cuento tenga. El buen cuentista no debe darle oportunidad de recuperarse: tiene que mantener siempre en suspenso al lector. Pero en los cuentos es mejor no decir suficiente que decir demasiado. Considero que hay tres pasos: el primero de ellos es crear al personaje, el segundo crear el ambiente donde el personaje se va a desenvolver y el tercero es como va a hablar ese personaje, como se va a expresar. Esos tres puntos de apoyo son todo lo que se requiere para contar una historia. Concretando, se trabaja con: imaginación, intuición y una aparente verdad. Cuando se consigue, entonces se logra la historia que uno quiere dar a conocer, el trabajo es solitario, no se puede concebir el trabajo colectivo en la literatura, y esa soledad lo lleva a uno a concentrarse en una especie de médium de cosas que uno mismo desconoce, pero sin saber que solamente el inconsciente o la intuición lo llevan a uno a crear y seguir creando.

Como dijo Horacio Quiroga, en su decálogo del perfecto cuentista:

– No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego; si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino.

– Cree en un maestro, Poe, Maupassant, Kipling, Chejov, como en dios mismo. Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en dominarla, cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tu mismo.

– Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Mas que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia.
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LA UTOPIA ANDINA: del Taki Onqoy al Inkarri

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“El socialismo en el Perú es un difícil encuentro entre el pasado y el futuro. Este es un país antiguo. Redescubrir las tradiciones más lejanas pero para encontrarlas hay que pensar desde el futuro…Perder el temor al futuro, renovar el estilo de pensar y de actuar…El socialismo es un desafío para la creatividad”.

Alberto Flores Galindo (1949-1990)

Víctor Condori
Historiador
Universidad Nacional de San Agustín
josevictorcc2000@yahoo.es

La Conquista española

La conquista del Tawantinsuyo fue realizada por los españoles gracias a la invalorable ayuda que recibieron de numerosos grupos étnicos o naciones, que se hallaban en 1532 forzadamente sometidos a la autoridad de los cuzqueños.

Un gran parte de dichas naciones (huancas, cañaris, chachapoyas, tallanes, etc.) llamados por los españoles “indios amigos”, se encontraban al momento de la conquista reducidos a una rígida política imperial y consideraban a los incas explotadores y tiranos. Razón por la cual, a la llegada de los extranjeros se aliaron con ellos a fin de derrotar a sus opresores y conseguir su anhelada libertad. Asimismo, siendo los españoles unos cuantos, fácilmente podrían dar luego cuenta de ellos.

Desgraciadamente, ellos no comprendieron que los 168 españoles de Cajamarca, solo representaban la “punta de un iceberg” hispano, que por miles arribarían posteriormente a nuestra región y no precisamente en son de paz sino para “ganar la tierra”, atraídos por aquel “dorado” real llamado Perú.

Finalizada la conquista, los españoles se convirtieron en dominadores y todos los demás indios -amigos o enemigos- serían ahora los dominados; y lo que fue peor, sobre ellos se aplicará la política del vencedor: encomiendas, mitas, reducciones y evangelización. Siendo los efectos inmediatos de esta verdaderamente apocalípticos: disminución de la población, desestructuración del mundo andino y sobreexplotación en niveles jamás imaginados. Un verdadero Pachacuti o sea, un trastorno del mundo.

El Taki Onqoy

Frente a esta dramática situación, entre 1560-1570 surgió la primera reacción indígena organizada, que se manifestó en un movimiento nativista de carácter religioso, denominado Taki Onqoy (enfermedad del baile). Dicho movimiento se originó en la región comprendida por las actuales regiones de Ayacucho y Apurimac, en ella los líderes predicaban a sus afligidos seguidores el abandono de los dioses cristianos y todas las costumbres españolas, como la única solución a sus desgracias y padecimientos. Sencillamente, por que las enfermedades y muertes, decían, eran un castigo de las antiguas y olvidadas divinidades andinas -llamadas huacas- por haber sido abandonadas y reemplazadas por el dios de los cristianos. Entonces, había que regresar a formas de vida anteriores a la llegada de los españoles, había que “retornar a las huacas”.

Lastimosamente, el primer movimiento de resistencia pacífica contra la opresión colonial, no tuvo el éxito deseado por sus líderes (un indio llamado Juan Chocne y sus acompañantes denominadas virgen María y María Magdalena) y fue violentamente reprimido por las autoridades eclesiásticas, en la primera campaña de las tristemente célebres “extirpaciones de idolatrías”. Al finalizar la misma, el juez visitador de idolatrías Cristóbal de Albornoz, enorgulleciéndose de su labor manifestaba haber procesado a “8,000 taquiongos.

No obstante su fatal desenlace, este movimiento había demostrado no solo la desesperada situación de la población indígena frente a la brutal explotación colonial, sino también que, para la mayoría de ellos, casi 30 años después de la conquista, los incas seguían siendo tan explotadores y tiranos como los españoles. Por ello buscaron “retornar a las huacas”, que eran las divinidades anteriores a la expansión de los incas, cuyo dios más importante fue el sol.

El Inkarri

Con el paso de los siglos, la radicalización de los sistemas de explotación colonial y la brusca caída demográfica, produjeron un cambio en la memoria colectiva de los vencidos. Frente a una ausencia de esperanza e ilusión tanto en el presente como en el futuro, se comenzó a idealizar el pasado incaico, como el arquetipo de igualdad, justicia y bienestar.

Desgraciadamente, este “mundo feliz” solo existía en la imaginación y el pasado, pues había sido destruido por los españoles e incluso, el último gobernante (Atahualpa) terminó “decapitado” en Cajamarca en julio de 1533. ¿Sería posible reestablecer nuevamente este “paraíso terrenal”? ¿Podría algún día el inca regresar? Eran preguntas que flotaban en medio de este océano de sufrimientos.

Pero no era una quimera, según las enseñanzas de los evangelizadores, ello era posible. En sus misas habían predicado que nuestro señor Jesucristo murió en la cruz, pero resucitó al tercer día, y no solo eso, cuando llegue el día del juicio final volverá, convertido en rey (Cristo Rey) a juzgar a los vivos y a los muertos, a castigar a los opresores y bendecir a los oprimidos.

Un mensaje tan esperanzador tuvo profundo efecto en la población indígena. Con el tiempo los preceptos y enseñanzas cristianas se fusionaron con los deseos colectivos. El resultado de tan curiosa simbiosis, fue el nacimiento del mito del Inkarri:

“El inca fue asesinado por los españoles, su cuerpo decapitado y
enterrado por separado yace bajo tierra; pero dentro de ella, las
partes están uniéndose a la cabeza y cuando llegue ese momento
el inca resucitará, también sus dioses y los indios volverán a
ocupar el lugar que merecen”

Así en la conciencia colectiva de los pobladores andinos del siglo XVIII, el reestablecimiento del Tawantinsuyo y el retorno del inca se convirtieron en hechos posibles; solo había que esperar la llegada de ese momento: el retorno del Inca Rey (Inkarri).*

Referencias Bibliográficas

Burga, Manuel. El Nacimiento de una Utopía. IAA. Lima 1988
Curatola, Marco. “Mito y milenarismo en los andes” Allpanchis X Cuzco 1977.
Flores Galindo, Alberto. Buscando un Inca. IAA Lima 1987.
Torre López, Arturo de la. Movimientos milenaristas y cultos de crisis en el Perú. PUCP
2004.

* Para el desaparecido historiador Alberto Flores Galindo (1949-1990), algunos levantamientos indígenas como los de Juan Santos Atahualpa en 1742 y Tupac Amaru II en 1780, tuvieron directa relación con este sentimiento o deseo colectivo, con esta Utopía Andina.
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LA UTOPIA ANDINA: del Taki Onqoy al Inkarri

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“El socialismo en el Perú es un difícil encuentro entre el pasado y el futuro. Este es un país antiguo. Redescubrir las tradiciones más lejanas pero para encontrarlas hay que pensar desde el futuro…Perder el temor al futuro, renovar el estilo de pensar y de actuar…El socialismo es un desafío para la creatividad”.

Alberto Flores Galindo (1949-1990)

Víctor Condori
Historiador
Universidad Nacional de San Agustín
josevictorcc2000@yahoo.es

La Conquista española

La conquista del Tawantinsuyo fue realizada por los españoles gracias a la invalorable ayuda que recibieron de numerosos grupos étnicos o naciones, que se hallaban en 1532 forzadamente sometidos a la autoridad de los cuzqueños.

Un gran parte de dichas naciones (huancas, cañaris, chachapoyas, tallanes, etc.) llamados por los españoles “indios amigos”, se encontraban al momento de la conquista reducidos a una rígida política imperial y consideraban a los incas explotadores y tiranos. Razón por la cual, a la llegada de los extranjeros se aliaron con ellos a fin de derrotar a sus opresores y conseguir su anhelada libertad. Asimismo, siendo los españoles unos cuantos, fácilmente podrían dar luego cuenta de ellos.

Desgraciadamente, ellos no comprendieron que los 168 españoles de Cajamarca, solo representaban la “punta de un iceberg” hispano, que por miles arribarían posteriormente a nuestra región y no precisamente en son de paz sino para “ganar la tierra”, atraídos por aquel “dorado” real llamado Perú.

Finalizada la conquista, los españoles se convirtieron en dominadores y todos los demás indios -amigos o enemigos- serían ahora los dominados; y lo que fue peor, sobre ellos se aplicará la política del vencedor: encomiendas, mitas, reducciones y evangelización. Siendo los efectos inmediatos de esta verdaderamente apocalípticos: disminución de la población, desestructuración del mundo andino y sobreexplotación en niveles jamás imaginados. Un verdadero Pachacuti o sea, un trastorno del mundo.

El Taki Onqoy

Frente a esta dramática situación, entre 1560-1570 surgió la primera reacción indígena organizada, que se manifestó en un movimiento nativista de carácter religioso, denominado Taki Onqoy (enfermedad del baile). Dicho movimiento se originó en la región comprendida por las actuales regiones de Ayacucho y Apurimac, en ella los líderes predicaban a sus afligidos seguidores el abandono de los dioses cristianos y todas las costumbres españolas, como la única solución a sus desgracias y padecimientos. Sencillamente, por que las enfermedades y muertes, decían, eran un castigo de las antiguas y olvidadas divinidades andinas -llamadas huacas- por haber sido abandonadas y reemplazadas por el dios de los cristianos. Entonces, había que regresar a formas de vida anteriores a la llegada de los españoles, había que “retornar a las huacas”.

Lastimosamente, el primer movimiento de resistencia pacífica contra la opresión colonial, no tuvo el éxito deseado por sus líderes (un indio llamado Juan Chocne y sus acompañantes denominadas virgen María y María Magdalena) y fue violentamente reprimido por las autoridades eclesiásticas, en la primera campaña de las tristemente célebres “extirpaciones de idolatrías”. Al finalizar la misma, el juez visitador de idolatrías Cristóbal de Albornoz, enorgulleciéndose de su labor manifestaba haber procesado a “8,000 taquiongos.

No obstante su fatal desenlace, este movimiento había demostrado no solo la desesperada situación de la población indígena frente a la brutal explotación colonial, sino también que, para la mayoría de ellos, casi 30 años después de la conquista, los incas seguían siendo tan explotadores y tiranos como los españoles. Por ello buscaron “retornar a las huacas”, que eran las divinidades anteriores a la expansión de los incas, cuyo dios más importante fue el sol.

El Inkarri

Con el paso de los siglos, la radicalización de los sistemas de explotación colonial y la brusca caída demográfica, produjeron un cambio en la memoria colectiva de los vencidos. Frente a una ausencia de esperanza e ilusión tanto en el presente como en el futuro, se comenzó a idealizar el pasado incaico, como el arquetipo de igualdad, justicia y bienestar.

Desgraciadamente, este “mundo feliz” solo existía en la imaginación y el pasado, pues había sido destruido por los españoles e incluso, el último gobernante (Atahualpa) terminó “decapitado” en Cajamarca en julio de 1533. ¿Sería posible reestablecer nuevamente este “paraíso terrenal”? ¿Podría algún día el inca regresar? Eran preguntas que flotaban en medio de este océano de sufrimientos.

Pero no era una quimera, según las enseñanzas de los evangelizadores, ello era posible. En sus misas habían predicado que nuestro señor Jesucristo murió en la cruz, pero resucitó al tercer día, y no solo eso, cuando llegue el día del juicio final volverá, convertido en rey (Cristo Rey) a juzgar a los vivos y a los muertos, a castigar a los opresores y bendecir a los oprimidos.

Un mensaje tan esperanzador tuvo profundo efecto en la población indígena. Con el tiempo los preceptos y enseñanzas cristianas se fusionaron con los deseos colectivos. El resultado de tan curiosa simbiosis, fue el nacimiento del mito del Inkarri:

“El inca fue asesinado por los españoles, su cuerpo decapitado y
enterrado por separado yace bajo tierra; pero dentro de ella, las
partes están uniéndose a la cabeza y cuando llegue ese momento
el inca resucitará, también sus dioses y los indios volverán a
ocupar el lugar que merecen”

Así en la conciencia colectiva de los pobladores andinos del siglo XVIII, el reestablecimiento del Tawantinsuyo y el retorno del inca se convirtieron en hechos posibles; solo había que esperar la llegada de ese momento: el retorno del Inca Rey (Inkarri).*

Referencias Bibliográficas

Burga, Manuel. El Nacimiento de una Utopía. IAA. Lima 1988
Curatola, Marco. “Mito y milenarismo en los andes” Allpanchis X Cuzco 1977.
Flores Galindo, Alberto. Buscando un Inca. IAA Lima 1987.
Torre López, Arturo de la. Movimientos milenaristas y cultos de crisis en el Perú. PUCP
2004.

* Para el desaparecido historiador Alberto Flores Galindo (1949-1990), algunos levantamientos indígenas como los de Juan Santos Atahualpa en 1742 y Tupac Amaru II en 1780, tuvieron directa relación con este sentimiento o deseo colectivo, con esta Utopía Andina.
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Un viaje literario

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“Antes de los años 50, piense usted en las carencias de los primeros indigenistas y en los costumbristas, y tendrá usted la respuesta. Nosotros destacamos la intimidad del personaje, incluso del indio, buceamos en la psicología, y perseguimos un ritmo dramático, un contrapunto de temas, personajes, a fin de dinamizar las obras. Nada de símbolos rígidos. Todos se transfiguraban por la acción dramática. De los 30’s quedan Martín Adán y José Diez Canseco; luego, Alegría y Arguedas, y al fondo un maestro muerto y distante, Valdelomar. Justamente por esta ausencia de grandes maestros, tuvimos que tomar ejemplos de muchas literaturas en el mundo”.

“Cuando tuve entre mis manos el Ulises de Joyce, y me puse a leer sus 18 capítulos en 18 estilos diferentes, vi allí la magnitud del reto de la literatura”.

Carlos Eduardo Zavaleta
(Caraz, Ancash, 1928)

Viaje hacia una flor

Por Henry César Rivas Sucari
(henryrivas2001@yahoo.es)

Cuando lo vi por primera vez entrando a la clase con su maletín de cuero oscuro y sus lentes gruesos, pensé, ¿Él es Carlos Eduardo Zavaleta? , ¿Él es la leyenda viviente de la literatura?
Luego mientras intercambiaba miradas de sorpresa y curiosidad con mis compañeros de la Maestría en Literatura en San Marcos, pensé: qué suerte, iba a tener como profesor nada menos que a uno de los narradores más importantes desde la década del 50 a quien ahora teníamos frente a nosotros mientras él sacaba innumerables libros de su maletín y los colocaba sobre el pupitre, luego añadía a la mesa un termo rojo pequeño y de pronto comenzó a hablar.

De inmediato reconocí al narrador de Pueblo Azul, al elucubrador de historias y tramas, al citador de universos de lecturas apasionadas y conmovedoras. Uno puede establecer una marcada diferencia entre un profesor teórico y un escritor. El profesor teórico habla de los textos estéticos literarios como un objeto frío al que hay que desentrañar y tratar de relacionar con las distintas manifestaciones culturales; pero el disfrute, el goce, ese apasionamiento que nos puede despertar una lectura, que nos puede cambiar la vida o nuestra percepción del mundo, eso solo lo puede hacer un escritor, y si se convierte en nuestro maestro, entonces ninguna clase será igual, siempre aparecerá el hilo de una anécdota, la desmesura a la hora de la polémica y la sensación de que mas que una clase es una forma de compartir algo muy intenso y perdurable.

Carlos Eduardo Zavaleta ganó el Premio Nacional de Novela de la Universidad Nacional Federico Villarreal el año 2000, con la novela Viaje hacia una flor. La estructuración de esta novela presenta las mismas características que encontramos en sus anteriores novelas como El cínico o Los Ingar. Ángel Sandoval es un diplomático de carrera que ve la culminación de sus esfuerzos en el viaje que debe hacer a Inglaterra para asumir el cargo de embajador. Esta es la máxima coronación para un sujeto de clase media, la coronación no solo para él, sino también para toda su familia. Su esposa Teche y su hijo José Antonio han sido secuestrados justo al momento del viaje. Una especie de frustración vallejiana justo antes de la culminación de la carrera. El viaje hacia una flor será entonces una metáfora que nos representa el viaje de la búsqueda por la recuperación de la familia de parte de Ángel, primero a Villa Rica, un pueblecito del interior donde el matrimonio había sido muy feliz y luego por diversos lugares.

La metáfora también podría incluir al otro viaje, el que finalmente se realiza con éxito, el viaje de toda la familia recuperada hacia Inglaterra. Pero la multiplicidad de las historias y esos retrocesos manejados con una soltura técnica del relato que nos envuelven en el mundillo diplomático lleno de chismes y fiestas y confidencias de los panoramas internacionales, en distintas partes del mundo, sitúan a la novela como un cuadro multiexpresivo del trajinar del mundo diplomático internacional, donde se encuentran primero las conversaciones y entredichos para acercarse a la fragilidad de las democracias, especialmente latinoamericanas y el pasar de las dictaduras y sus métodos y enfrentamientos con las otras doctrinas de izquierda latinoamericanas.

Estos conflictos psicológicos, familiares que involucran la vida política peruana nos llevan a repasar gobiernos que van desde Bustamante, Velasco, García, etc. Nos dan una visión totalizadora del espacio y tiempos narrados.

El móvil narrador y el tipo de lenguaje hacen amena la lectura y las descripciones de los lugares nos acercan rápidamente a introducirnos en ese mundo ajeno para tantos, pero que se presenta en la novela como el sueño anhelado de una clase social peruana que no quiere sumirse en decadencia de la modernidad.

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Un viaje literario

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“Antes de los años 50, piense usted en las carencias de los primeros indigenistas y en los costumbristas, y tendrá usted la respuesta. Nosotros destacamos la intimidad del personaje, incluso del indio, buceamos en la psicología, y perseguimos un ritmo dramático, un contrapunto de temas, personajes, a fin de dinamizar las obras. Nada de símbolos rígidos. Todos se transfiguraban por la acción dramática. De los 30’s quedan Martín Adán y José Diez Canseco; luego, Alegría y Arguedas, y al fondo un maestro muerto y distante, Valdelomar. Justamente por esta ausencia de grandes maestros, tuvimos que tomar ejemplos de muchas literaturas en el mundo”.

“Cuando tuve entre mis manos el Ulises de Joyce, y me puse a leer sus 18 capítulos en 18 estilos diferentes, vi allí la magnitud del reto de la literatura”.

Carlos Eduardo Zavaleta
(Caraz, Ancash, 1928)

Viaje hacia una flor

Por Henry César Rivas Sucari
(henryrivas2001@yahoo.es)

Cuando lo vi por primera vez entrando a la clase con su maletín de cuero oscuro y sus lentes gruesos, pensé, ¿Él es Carlos Eduardo Zavaleta? , ¿Él es la leyenda viviente de la literatura?
Luego mientras intercambiaba miradas de sorpresa y curiosidad con mis compañeros de la Maestría en Literatura en San Marcos, pensé: qué suerte, iba a tener como profesor nada menos que a uno de los narradores más importantes desde la década del 50 a quien ahora teníamos frente a nosotros mientras él sacaba innumerables libros de su maletín y los colocaba sobre el pupitre, luego añadía a la mesa un termo rojo pequeño y de pronto comenzó a hablar.

De inmediato reconocí al narrador de Pueblo Azul, al elucubrador de historias y tramas, al citador de universos de lecturas apasionadas y conmovedoras. Uno puede establecer una marcada diferencia entre un profesor teórico y un escritor. El profesor teórico habla de los textos estéticos literarios como un objeto frío al que hay que desentrañar y tratar de relacionar con las distintas manifestaciones culturales; pero el disfrute, el goce, ese apasionamiento que nos puede despertar una lectura, que nos puede cambiar la vida o nuestra percepción del mundo, eso solo lo puede hacer un escritor, y si se convierte en nuestro maestro, entonces ninguna clase será igual, siempre aparecerá el hilo de una anécdota, la desmesura a la hora de la polémica y la sensación de que mas que una clase es una forma de compartir algo muy intenso y perdurable.

Carlos Eduardo Zavaleta ganó el Premio Nacional de Novela de la Universidad Nacional Federico Villarreal el año 2000, con la novela Viaje hacia una flor. La estructuración de esta novela presenta las mismas características que encontramos en sus anteriores novelas como El cínico o Los Ingar. Ángel Sandoval es un diplomático de carrera que ve la culminación de sus esfuerzos en el viaje que debe hacer a Inglaterra para asumir el cargo de embajador. Esta es la máxima coronación para un sujeto de clase media, la coronación no solo para él, sino también para toda su familia. Su esposa Teche y su hijo José Antonio han sido secuestrados justo al momento del viaje. Una especie de frustración vallejiana justo antes de la culminación de la carrera. El viaje hacia una flor será entonces una metáfora que nos representa el viaje de la búsqueda por la recuperación de la familia de parte de Ángel, primero a Villa Rica, un pueblecito del interior donde el matrimonio había sido muy feliz y luego por diversos lugares.

La metáfora también podría incluir al otro viaje, el que finalmente se realiza con éxito, el viaje de toda la familia recuperada hacia Inglaterra. Pero la multiplicidad de las historias y esos retrocesos manejados con una soltura técnica del relato que nos envuelven en el mundillo diplomático lleno de chismes y fiestas y confidencias de los panoramas internacionales, en distintas partes del mundo, sitúan a la novela como un cuadro multiexpresivo del trajinar del mundo diplomático internacional, donde se encuentran primero las conversaciones y entredichos para acercarse a la fragilidad de las democracias, especialmente latinoamericanas y el pasar de las dictaduras y sus métodos y enfrentamientos con las otras doctrinas de izquierda latinoamericanas.

Estos conflictos psicológicos, familiares que involucran la vida política peruana nos llevan a repasar gobiernos que van desde Bustamante, Velasco, García, etc. Nos dan una visión totalizadora del espacio y tiempos narrados.

El móvil narrador y el tipo de lenguaje hacen amena la lectura y las descripciones de los lugares nos acercan rápidamente a introducirnos en ese mundo ajeno para tantos, pero que se presenta en la novela como el sueño anhelado de una clase social peruana que no quiere sumirse en decadencia de la modernidad.

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Los maestros y el Plan Lector

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“Es posible, en un poema o en un cuento, escribir sobre cosas y objetos comunes y corrientes usando un lenguaje común y corriente pero preciso, e impartirles a esas cosas -una silla, una cortina, un tenedor, una piedra, un arete de mujer- un poder inmenso, incluso perturbador”.
“Todo es importante en un relato, cada palabra, cada signo de puntuación. Creo mucho en la economía dentro de la ficción. Algunas de mis historias como “Vecinos” fueron tres veces más largas en sus primeros borradores. Me gusta realmente el proceso de reescribir”.

Raymond Carver

(Clatskanie, Oregón, 1939 – Port Angeles, Washington, 1988)

Por Arturo Caballero Medina*
acaballerom@pucp.edu.pe

Recientemente, el Estado a través del Ministerio de Educación implementó el Plan Lector para los colegios como parte de un conjunto de actividades que fomenten la lectura en nuestros jóvenes. El Plan Lector apuesta por la lectura de textos que aborden temas diversos y de interés múltiple. Se propone que el diseño del plan lector se realice en coordinación con los directores, profesores de la especialidad de comunicación, padres de familia y alumnos. Mi experiencia como profesor secundario me ha demostrado que esta coordinación enfrenta algunos problemas cuando alguno de los componentes deja de lado los intereses del destinatario del Plan Lector: el alumno.

Y es que, durante el segundo semestre del año, pasado he sido testigo de como en el centro educativo en el cual trabajo como profesor secundario, el diseño del Plan Lector avanzó a tropezones, en primer lugar, por la ineficiencia y el desconocimiento de los directores en materia de literatura para jóvenes, y en segundo lugar, por la falta de interés de los maestros del área de comunicación quienes vieron en el plan lector una labor extracurricular que se agregaba como una tarea más a su trabajo. Desde esta perspectiva, había que salir del paso rápidamente y apelar a una operación de corte y confección literaria, en la cual se quita, se pone y se imponen lecturas “sin ton ni son” a alumnos de secundaria sin tomar en cuenta sus intereses. En resumidas cuentas, de todos los integrantes del Plan Lector, el alumno, es decir, el directo beneficiado y motivo de esta actividad, no es consultado sobre lo que quisiera leer.

De parte de los directivos y padres de familia, el primer problema que encuentro es la falta de conocimiento y criterios para evaluar lo que debería leer un niño o adolescente. Recurren a fórmulas conocidas, a lugares comunes como “la literatura debe educar”, y de esta manera, llegan a excluir obras que sometidas a discusión con los alumnos, pueden generar en ellos un interés mayor por la lectura como producto de la reflexión. Conozco por referencia de algunos colegas, que en Colegio Internacional de la ciudad de Arequipa, no se podía comentar el poema XIII de Vallejo, perteneciente al extraordinario poemario Trilce que inicia “Pienso en tu sexo…”, o novelas juveniles como Los cachorros, donde se narra que un niño es castrado de un mordisco por un perro… De seguro tampoco leerán Romeo y Julieta, aduciendo que incita la pasión juvenil, el desacato a la autoridad de los padres o el suicidio por amor.

Respecto a los profesores del área de comunicación —conformada por sobre todo por educadores, especialistas en humanidades o ramas afines y finalmente por especialistas en literatura y lingüística— la situación no es más auspiciosa. Nuestros maestros que en teoría deberían poseer un bagaje lo suficientemente amplio como para proponer y diseñar un plan de lecturas, carecen de un total interés por renovar sus propias lecturas, las cuales, en muchos casos, se limitan a una mínima pesquisa de información relativa a la preparación de sus clases (en el mejor de los casos si no es que ya se conformaron con lo que leyeron alguna vez). Las reuniones de coordinación con profesores de razonamiento verbal, lenguaje y literatura resultaron infructuosas porque toda propuesta acordada era reformulada o rechazada en la siguiente reunión; o ya establecido un corpus de lecturas, los directivos se encargaban de desestimarla.

Durante estas sesiones, se ventilaron algunos títulos conocidos por su temática motivadora: Sangre de campeones, Volar sobre el pantano, La fuerza de Sheccid, Juventud en éxtasis, entre los que recuerdo, todos ellos del best seller mexicano Cuauhtémoc Sánchez. Mi primera impresión fue que mis apreciadas colegas de lenguaje fungían de mamás antes que de profesoras. Noté que entendían la lectura de obras literarias como un instrumento para la formación de valores en sus alumnos —tal cual seguramente como procedían con sus propios hijos. Vista así, los que diseñábamos el Plan Lector cumplíamos una función análoga a los filtros de contenidos para menores de edad en la Web: decidiríamos qué deben o qué no deben leer.

Seleccionar contenidos y descartar algunas lecturas por su contenido extremadamente impropio para alumnos aún no preparados para asimilar cierta información (recuerdo el caso de un colega que mandó leer Lolita¸ de Vladimir Nabokov a muchachos de primero de secundaria, lo cual por supuesto, fue un desatino enorme) es parte de la labor de quienes nos dedicamos a la enseñanza de la literatura en los colegios. Pero esto no debe entenderse como una censura a la obra en sí misma porque no sea educativa, que promueva la rebeldía de la juventud o que carezca que valores. Si procediéramos como lo hacen en algunos colegios, censurando o mutilando —lo cual es peor— obras por sus contenidos “carentes de valores o inmorales”, ¿qué sucedería con los prospectos de admisión en el curso de literatura para universidades como San Agustín, San Marcos, Villarreal y tantas otras? ¿Qué haríamos con el Decámeron, La ciudad y los perros o Edipo Rey? ¿Bajo qué argumento los directivos de un colegio prohibirían Cien años de soledad? De seguro por la relación entre José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán que eran primos, por decir lo menos. Ni qué decir ya de La Divina Comedia de Dante. Simplemente, nos quedaríamos sin el curso de literatura en los prospectos de admisión.

Luego de que los directivos de mi colegio decidieran que nuestra propuesta era inviable porque no se ajustaba a lo requerido por las normas del Plan Lector (lectura sin evaluaciones, coordinación con padres, profesores de otras áreas y directores) resolvieron corregir esto delegando el Plan Lector al buen criterio de los directores académicos y coordinadores de local. El resultado fue que más demoraban en discutir qué leer cuando faltaban casi solo dos meses para que finalizara el año escolar. Así que no les quedó más remedio que aceptar “de emergencia” nuestra propuesta. Eso sí, debía quedar claro que para el próximo año solo los directores, coordinadores y algunos jefes de curso, participarían en el diseño de lecturas. El tiempo ha confirmado lo que el sentido común me anunciaba: ya no hay más Plan Lector en el colegio. Lo más divertido es que diseñaron un plan alterno de lecturas para los profesores, lo cual celebré por anticipado, pero grande fue mi sorpresa al enterarme que ningún profesor fue consultado acerca de las lecturas. Es más, en una fallida reunión de jefes de curso con los directivos del colegio se acordó que las lecturas serían dirigidas según los intereses de cada área. Algo lógico: ¿qué preferiría leer un profesor de física? ¿La insoportable levedad del ser de Milán Kundera o El universo es una cáscara de nuez de Stephen Hawkings? Estoy seguro que al menos nosotros los de literatura (no sé por mis colegas de razonamiento verbal o lenguaje) disfrutaríamos mucho de aquellas lecturas que todavía son asignatura pendiente para nosotros (Terra Nostra de Carlos Fuentes, ocuparía el primer lugar en mi lista seguida del Ulises de James Joyce).

En fin, las buenas intenciones, como siempre, estarán presentes pero serán insuficientes si los que debemos promover la lectura no estamos a la altura del desafío. “Zapatero a su zapato”, reza un viejo adagio. Dejemos a los entendidos en el tema la tarea de incentivar a los alumnos el placer por la lectura. Ya existe bastante burocracia como para que un profesor esté invirtiendo tiempo inútilmente en reuniones infructuosas, tiempo que podría dedicar a la investigación o a la capacitación. “El objetivo de un profesor de literatura es hacer que su alumno se enamore de un verso o de un pasaje de una novela”, dijo Jorge Luis Borges. Estoy plenamente de acuerdo con él. Por ello, no interfiramos en el romance entre el joven lector y la literatura, seamos más bien, los promotores de este idilio.
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