Archivo del Autor: Carlos Arturo Caballero Medina (Charlie)

Acerca de Carlos Arturo Caballero Medina (Charlie)

Magíster en Literatura Hispanoamericana por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Aspirante al Doctorado en Literatura Latinoamericana por la Universidad Nacional de Córdoba Integrante del equipo de investigación "Cartografías literarias del Cono Sur" y del Centro de Investigaciones de la Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba

EL TALENTOSO MR. BELAN

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Bitácora de las islas
César Belan
Segunda edición
Editorial Fuga
Santiago de Chile, 2012
62 pp.

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César Belan publicó en 2010 la primera edición de Bitácora de las islas (Laboratorio, Arequipa). Al año siguiente, el mismo sello editó Apologético Lírico en Alabanza y Encomio (2011). Este año ha publicado la segunda edición de Bitácora de las islas con la editorial Fuga en Santiago de Chile.

Lo mostrado por César Belan en Bitácora me recuerda a Alucinada Cordelia (Hipocampo, Lima, 2006), de Rodolfo Pacheco. Ambos poemarios proponen un diálogo entre tradición y modernidad; sin embargo, en el caso de Bitácora, la apelación a la tradición griega, medieval, judeocristiana, anglosajona y a la más rudimentaria tradición cotidiana —esa que no la reconocemos como tal porque es simultánea a nuestra experiencia inmediata— no es simple regodeo erudito. La cultura de masas o cultura popular también es susceptible de conformar una tradición.

Hay una leve dosis de humor satírico, no tan constante como en el Apologético, sino más bien atemperado, que cede protagonismo a un discurso sobre la travesía vital. El título nos remite a un recorrido fragmentario a través de tres islotes y un desenlace a manera de naufragio. La metáfora del archipiélago ilustra la idea de la dispersión y a la vez del agrupamiento: las islas dispersas, ni tan lejanas ni tan cercanas entre sí, simbolizan lo diverso de las tradiciones (literarias, políticas, religiosas, dramatúrgicas, etc.), primera cuestión que merece ser atendida como uno de los núcleos temáticos fundamentales de este libro. Bitácora de las islas discute la concepción tradicional de la «tradición», la cual se fundamenta en la creencia de una homogeneidad impermeable a la historia y al contacto cultural, cerrada, unitaria, incuestionable, pura, esencialista; en otras palabras, la tradición entendida como el último reducto donde es posible conservar una identidad prístina que debe ser defendida a riesgo de perderlo todo. En este sentido, la poesía de César Belan nos sugiere que la tradición está compuesta más por elementos contemporáneos de carácter cotidiano que por fundamentos ancestrales que debiéramos recuperar para conservarlos a toda costa.

Y la confronta mediante la exposición de un recorrido pleno de matices. Es por ello que Bitácora nos sitúa en un entre-lugar, recurriendo a la categoría elaborada por Silviano Santiago, o en el intersticio (in-between), si seguimos a Homi K. Bhabha. La travesía del yo poético enlaza estas tradiciones pero sin atarse a ninguna en particular. Este es el aspecto semántico más interesante de la metáfora del viaje, pues se trata de un «ir-siendo», el viaje, la travesía, la excursión son tales en tanto emprendimiento, contemplación, fascinación por lo nuevo y reconocimiento de la diversidad. El sujeto viajante es alguien que está en un perpetuo intersticio, a medio camino entre un lugar y otro. Este es el yo poético de Bitácora de las islas.

La impronta de T.S. Eliot es muy notable: la estructura del libro, la disposición de los epígrafes, las referencias a la cultura clásica, medieval y judeocristiana, el intertexto en inglés e italiano, la inserción de lo cotidiano, el humor dosificado, casi inadvertido pero presente, nos evocan algunos pasajes de The Waste Land [La tierra baldía] o Four Cuartets [Cuatro Cuartetos]. Belan no disfraza su admiración por el célebre crítico y poeta inglés, por el contrario, incorpora su registro poético sin ignorar los referentes históricos locales («el presidente Gonzalo es el producto excelso / de 15 mil millones de años de materia en movimiento») o a los íconos de la cultura de masas («desde las butacas todos esperan que HUMPHREY BOGART se acerque al atril»).

En el ensayo Tradition and the Individual Talent [La tradición y el talento individual, 1921], Eliot recusa la idea frecuente en cierta crítica y en ciertos artistas, quienes suelen despreciar la tradición y elogiar la destreza del artista, como si el desarrollo de ambos fuera posible comprenderlo por separado. La agudeza de Eliot le permitió advertir que el genio artístico no es resultado absoluto de una individualidad aislada enfrentada a sus predecesores o contemporáneos, sino que hay una intertextualidad ignorada por el artista convencido de su individualidad creadora. Esto me conduce a pensar que la proximidad de Belan hacia Eliot pasa por lo que este significó para la renovación de la poesía contemporánea: una opción distante del vértigo surrealista o de la experimentación tipográfica de los caligramas, y una apuesta mayor por representar una nueva sensibilidad frente a la ruptura con la tradición.

Bitácora de las islas se desmarca de tópicos poéticos agotados en el desamor o el desenfreno juvenil. No disuelve la tradición, dialoga y juega con ella, se la apropia y la disloca. Es aquí donde hallo el mayor valor de este libro.
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ANA DE LOS ÁNGELES. ¿LA PEOR DE TODAS?

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La cinta Ana de los Ángeles (2012), escrita y dirigida por Miguel Barreda, narra en dos tiempos la vida de Ana Monteagudo Ponce de León, desde su temprano ingreso cuando niña al Monasterio de Santa Catalina hasta sus últimos y agónicos días. La historia se enfoca en las sucesivas revelaciones divinas que condujeron a la joven Ana a tomar los hábitos bajo la orden de las monjas dominicas, las vicisitudes cotidianas que enfrentó para superar la oposición paterna, el recelo de sus compañeras de claustro y los cuestionamientos que pusieron a prueba su fe. No se trata de una versión libre del director sino de una producción que nace por iniciativa de las monjas del monasterio de Santa Catalina de Arequipa, cuya actual priora aprobó el guion base sobre el cual se realizó la filmación.

La narrativa en contrapunto es una buena elección en la medida que no se perjudique el desarrollo de la historia y de las secuencias que le dan continuidad. Lo primero que observo respecto a la estructura del relato es un escaso desarrollo de la trama. El narrador externo que nos sitúa en el contexto completa las secuencias no narradas de modo que facilita un recorrido más ágil de la historia sin detenerse en detalles; sin embargo, ese tránsito es tan rápido que la historia pierde profundidad, al punto que deriva en una acumulación de anécdotas más que en el despliegue de una historia compacta. La narración de la historia en la voz de la propia protagonista a manera de un monólogo retrospectivo le habría ganado al menos un mayor grado de introspección, cualidad que no es del todo apreciable en este filme porque la focalización del relato es intermediada por ese narrador externo. Precisamente, cuando la propia Ana de los Ángeles narra íntimamente sus revelaciones, son los instantes en que la historia gana en profundidad e interés sobre el personaje.

Las actuaciones en general no son muy convincentes. Adriana Cebrián, quien interpreta a la joven Ana de los Ángeles, no llega a conmover; su actuación fue demasiado discreta, llana y monótona, sin matices en la voz, gestos y movimientos que apreciar en un personaje que merecía un tratamiento a la altura de su complejidad. La narración alternada contrasta no solo el tiempo y las circunstancias sino también una interpretación más lograda por parte de Doris Guillén, cuyos mejores momentos fueron las interpelaciones en las cuales la beata se confrontó consigo misma. El reparto en general, salvo algunas pocas excepciones, no transmitió las emociones que requerían varias de las escenas, lo que se intenta compensar con un exagerado histrionismo que no suscita la cuota dramática necesaria para persuadir al espectador sobre la gravedad de la situación. Los castigos corporales que Ana de los Ángeles se autoinflige, sus milagros, las fallidas confabulaciones en su contra se imponen por la fuerza de una historia que avanza y por la evidencia de los hechos, pero no por el tratamiento orgánico de la trama o por la naturalidad de la actuación. Todo esto influye en que la cinta adquiera un marcado tono melodramático.

La banda sonora y el vestuario son de lo más sobresaliente. La música crea una atmósfera que predispone emotivamente al espectador. No obstante, es muy perceptible el doblaje de varias de las voces del reparto y de los sonidos ambientales, debido tal vez a la interferencia de sonidos actuales. A través de la música, el vestuario y la ambientación es posible apreciar el enorme esfuerzo de la producción por recrear las condiciones para una cinta de época. La puesta en escena privilegia, como era previsible, las locaciones al interior del monasterio y, ocasionalmente, algunas en exteriores. La fotografía de interiores cuidó mejor los contrastes en comparación con exteriores, aunque en algunos pasajes la intensidad de la luz saturaba de brillo. Justamente, una de las mayores dificultades que observo es la iluminación: el espectador se encuentra ante escenas resplandecientes, sino enceguecedoras, y otras densamente oscuras.

El lenguaje visual es muy discreto. La representación de los espectros fantasmales que atormentaban a la protagonista no convence del mismo modo que sí lo hace su alter ego tentador. En una cinta donde, según declaró su director, narrar la experiencia mística del personaje principal era uno de los objetivos centrales, debió sortearse las limitaciones técnicas o presupuestales con un lenguaje visual mucho más sugerente.

Una lectura ideológica nos revelaría muchas otras aristas socioculturales acerca de la recepción, circulación y representación de la subjetividad en esta cinta: gran parte de la opinión pública acogió con beneplácito este biopic, señal de que urge “re-crear” subjetividades fundacionales, integradoras, no sacadas del presente, sino del pasado, como si el pasado no fuera una construcción proyectada desde el presente.

La búsqueda de una subjetividad fundacional en el pasado desde el presente no es un discurso contrario al del mercado, sino complementario y diría hasta producto del mercado: no es que un director espontáneamente haya decidido ofrecernos una versión libre o polémica de Ana de los Ángeles para exhibir en circuitos alternativos. Esta cinta entró al circuito dentro de la lógica acorde a la distribución comercial: en horarios discretos pero en una cadena de cines que asegura audiencia masiva, situado en el corazón de un área dedicada al consumo. Y siguió el destino que el mercado asigna a la gran mayoría de cintas nacionales: una breve presencia en la cartelera.

Lo que advierto en la cinta es la acometida de capitales simbólicos que actualizan en la comunidad cierto modo de subjetividad: sumisión, no cuestionamiento de la autoridad; conservadurismo cultural, no transformación; el cuerpo femenino como espacio predilecto para la negociación familiar, el sacrificio, la penitencia y la reclusión; subversión contra una tradición (familiar) para fortalecer otra (religiosa), pero no sabotaje de tradiciones constrictoras de la subjetividad como lo son ambas.

La película de Miguel Barreda nos muestra a una Ana de los Ángeles indiferente ante la disidencia intelectual —en las antípodas de Sor Juana Inés de la Cruz, interpretada por Assumpta Serna en Yo, la peor de todas (1990), de María Luisa Bemberg— nada contestataria frente a la autoridad eclesiástica, sino por el contrario, dogmática, intransigente, conservadora, atribulada solo por su propio fantasma transgresor, pero no por la realidad que la interpelaba con la misma gravedad. Segura de sí cuando es abrazada por su fe pero vulnerable ante sí misma. El guion nos ofrece una historia que busca cautivar por la lucha en defensa de una convicción, pero también, invita a reflexionar sobre los excesos de una fe desbordada que en el ocaso de su existencia evalúa con impotencia la inutilidad del autosacrificio.

Ficha técnica
Título: Ana de los Ángeles
Año: 2012
Dirección y guión: Miguel Barreda
Género: drama
Duración: 100 minutos
País: Perú
Reparto: Doris Guillén, Adriana Cebrián, Eliana Borja, Claudia Campos, Roberto Damiani, Marta Rebaza, Carlos Corzo, Gloria Zúñiga

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MARIO YA TIENE QUIEN LE ESCRIBA

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Arequipa y el escribidor. Homenaje a Mario Vargas Llosa
Premio Nobel de Literatura 2010
Carlos Rivera (compilador)
Arequipa, 2012
Cascahuesos

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En marzo de 2011, Carlos Rivera tuvo la gentileza de invitarme a participar de un conversatorio en torno al pensamiento político de Mario Vargas Llosa. Se trataba de un encuentro posterior a otro en el que se abordaron los aspectos literarios de su obra. En ese instante surgió una gran amistad que tuvo como bisagra nuestra común admiración, aunque sin concesiones, por la obra de Mario Vargas Llosa. Un mes después me extendió otra invitación para colaborar en el libro homenaje Arequipa y el escribidor (2011), con motivo del Premio Nobel de Literatura otorgado al autor de La ciudad y los perros, cuya compilación de artículos estuvo a su cargo.

Sin embargo, la prisa por llevar adelante la edición en el tiempo más breve se revirtió en su contra. En aquella oportunidad, se imprimió el libro con muchos errores tipográficos y sin un adecuado trabajo de edición. Si bien Carlos Rivera fue responsable de la publicación, lo cierto es que el presupuesto destinado por el Gobierno Regional no cubría los gastos que exigía la edición y publicación del libro homenaje.

Poco más de un año después, Carlos relanza una segunda edición revisada y ampliada. Algunos textos fueron reemplazados y otros incorporados, como es el caso del discurso que el Dr. Eusebio Quiroz Paz-Soldán leyera durante el homenaje a Mario Vargas Llosa en su primera visita a Arequipa luego de obtener el Premio Nobel de Literatura 2010. Yo participo con un ensayo en el que sustento una relación que pasó desapercibida para la crítica literaria: el pensamiento político y la teoría de la novela de Mario Vargas Llosa. El siguiente ensayo de Henry Rivas rastrea la relación del individuo frente al poder a través de algunas novelas emblemáticas como La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral y El paraíso en la otra esquina. Juan Carlos Valdivia Cano polemiza con el crítico Willard Díaz acerca de las lecturas jurídicas de la literatura. Y pese a que no se trata de un tema directamente vinculado a la obra de Mario Vargas Llosa, Juan Carlos Valdivia recurre a algunos tópicos vargasllosianos, discutibles desde la teoría literaria contemporánea, como la crítica biográfica. Orlando Mazeyra nos ofrece una crónica sobre la biblioteca de Mario Vargas Llosa en su casa de Barranco, escrita con denodada pasión. Mario Rommel Arce traza una semblanza de Belisario Llosa, un ilustre antepasado de Mario Vargas Llosa, a través del cual se pueden seguir las inquietudes político-literarias que constituyen las coordenadas de su obra. La escueta semblanza de Ángela Delgado merecía un desarrollo más amplio y menos frívolo a mi modo de ver. Los textos que posiblemente resulten más atractivos para el lector interesado en el ser humano detrás del novelista son las crónicas de Carlos Rivera, Jose Luis Vargas, Cristhian Ticona y Jorge Turpo Rivas. Las entrevistas de Juan Carlos Soto y José Carlos Mestas completan el panorama con aproximaciones a tópicos bastante explorados sobre la vida y obra de Mario Vargas Llosa. Un relato del escritor César Augusto Álvarez Téllez, extraído de su libro Pimienta caliente, cierra este libro homenaje.

El valor de Arequipa y el escribidor radica en la puesta en escena de lo que cada autor decidió mostrar a partir de nuestra admiración por Mario Vargas Llosa. En cierto sentido, cada uno de nosotros pone al alcance del lector una versión personal del Mario Vargas Llosa que nos cautiva: el novelista, el crítico, el político, el ser humano, el periodista, el intelectual generador de debates, etc. Carlos Rivera, a pesar de las dificultades, logró rectificar la primera edición, y concentrar este sincero esfuerzo de su parte como compilador, la dedicación de José Córdova como editor y de los autores que llevamos adelante una iniciativa que no podía ignorarse.

No es que desee clausurar el tema Vargas Llosa, pero urge descentralizar la atención hacia otros autores y textos que también merecen estudios y discusión, pues Mario ya tiene quien le escriba desde Arequipa.
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VARGAS LLOSA, ASEDIADO

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El efecto Nobel sigue generando publicaciones sobre la vida y obra de Mario Vargas Llosa. En setiempre de este año, Ciudad Editorial publicó una selección de entrevistas sobre el novelista peruano realizadas por Cristian Ticona y Juan Carlos Soto. Excepto la última, las seis primeras tienen como interlocutores a personalidades muy cercanas a Vargas Llosa: Álvaro Vargas Llosa, Alfredo Barnechea, Juan José Armas Marcelo, Efraín Kristal, Alonso Cueto y Roland Forgues ofrecen distintas perspectivas sobre su trayectoria vital y literaria.

Un primer acierto en la organización de las entrevistas es precisamente la diversidad de aproximaciones y la proximidad de los entrevistados respecto al autor que los congrega. Desde la intimidad del hijo mayor que lleva a cuestas la impronta del padre, pasando por las amistades que analizan su pensamiento político, el admirador incontenible que recopila cuanta anécdota le sale al paso, el escritor que confiesa haber sido contagiado del vicio de escribir cuando Vargas Llosa lo tomó en brazos a los cuatro años y los críticos literarios, quienes, a su modo, interpelan la obra del novelista.

Sin embargo, en varios pasajes de las entrevistas, las preguntas redundan en tópicos bastante explorados anteriormente como el fracaso de la campaña presidencial, la influencia de los escritores franceses en su obra, la comparación entre sus novelas mayores o menores (pregunta que Roland Forgues responde con precisión: para la crítica literaria es irrelevante la grandeza o no de una obra, pues ello obedece a una experiencia de lector intermediada por variables muy complejas, que al final no inciden en una cuestión fundamental, sino que más bien sirven para instalar lugares comunes), el giro ideológico del socialismo al liberalismo, la exploración sucinta de sus novelas más reconocidas y los acontecimientos biográficos que mediáticamente el gran público conoce, como el puñetazo a Gabriel García Márquez o su experiencia como cadete en el Colegio Militar Leoncio Prado. Esto da lugar a que varias preguntas —aunque de manera parafraseada— se formulen recurrentemente.

La estructura de las entrevistas está diseñada de tal manera que el lector es situado brevemente en el contexto antes de tomar contacto con el cuerpo de las mismas. En general, nos muestran una semblanza del Vargas Llosa político, escritor y, en algunos casos, el ser humano detrás de ambos. En este punto, la intervención de J.J. Armas Marcelo, autor de Vargas Llosa. El vicio de escribir (1991) resulta la más entretenida por la espontaneidad y pasión que el periodista canario le imprime a sus respuestas, además de la manifiesta admiración por Vargas Llosa y su obra. Armas Marcelo responde como amigo íntimo, como admirador. Por ello sus respuestas son cerradas, no dan lugar a fisuras ni dejan traslucir alguna discrepancia que vulnere las emociones que le suscita hablar sobre un gran amigo. Cabe hacer una precisión sobre lo acotado por Alfredo Barnechea. Vargas Llosa no leyó a los pensadores liberales, Popper y Berlin a partir de 1980, sino durante casi toda la década del setenta, aproximadamente, a partir de 1971. Producto de esas lecturas deviene La guerra del fin del mundo (1980).

Las que me cautivaron más son las de Efraín Kristal y Roland Forgues. El oficio de críticos les permite distanciarse del escritor e indagar con mayor rigurosidad su obra, particularmente Kristal. Uno de los trabajos más consistentes, tanto en el contenido como en el registro escrito, que pude revisar para culminar mi tesis de maestría sobre el pensamiento político de Vargas Llosa fue Temptation of the Word (1998). En su intervención, Kristal expone con claridad sus análisis, relacionando textos, los de Vargas Llosa y los posibles referentes textuales que van más allá de los habitualmente conocidos. La obra de Bataille y Mann no suele ser mencionada como una de las fuentes de la poética vargallosiana, agudamente advertidos por Kristal. Por su parte, Forgues también se desmarca de los lugares comunes. Agrega a Guy de Maupassant como otro referente a tomar en cuenta y rastrea la teoría de la novela de Vargas Llosa, en lo concerniente a «la verdad de las mentiras», hasta Maurice Blanchot.

Vargas Llosa. Seis asedios, tiene el mérito de ser una publicación divulgatoria en formato de entrevista. Las notas a pie auxilian al lector interesado en saber un poco más sobre el autor, pero algunas abusan demasiado del acompañamiento, lo cual obliga a una lectura fragmentada. No obstante, la recurrencia de algunas preguntas dificulta profundizar más allá de los tópicos ampliamente discutidos sobre la obra de nuestro Premio Nobel de Literatura.
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LA ARROGANCIA DE LA REPRESENTACIÓN

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Sasachakuy Tiempo. Memoria y Pervivencia (2010), editado por Mark R. Cox, reúne un conjunto de ensayos sobre la literatura de la violencia política en el Perú distribuidos en tres grupos: perspectivas de escritores andinos, de escritores ex insurgentes y de críticos académicos.

En otros artículos de la primera sección, Dante Castro y Ricardo Vírhuez comentan la novela Abril rojo de Santiago Roncagliolo, además de mostrar sus concepciones acerca de la literatura de la violencia política y sus apreciaciones sobre escritores como Roncagliolo y Alonso Cueto. Castro y Vírhuez descalifican Abril rojo porque hallan en ella varios «errores», ya que lo narrado no coincide con la realidad, y porque representan ofensivamente al hombre andino, por lo cual concluyen que su autor, y los que conforman esa élite, desconocen el tema de la violencia política, según Castro; escriben mal, son racistas y expresan en sus obras una posición de clase burguesa y colonial, según Vírhuez. Es decir, sobre la base de lo leído en Abril rojo y La hora azul atribuyen a Roncagliolo y Cueto las cualidades del narrador y de los personajes. En esta breve nota, me ocuparé de los comentarios del escritor Dante Castro.

En «¿Narrativa de la violencia política o disparate absoluto?», Castro contempla como errores son las divergencias entre la realidad narrada y la realidad histórica y social; por ejemplo, el que Santiago Roncagliolo no se haya informado sobre la estructura del Poder Judicial en lo que toca a los cargos y funciones de los fiscales, pues, por un lado, en relación con el personaje principal, Félix Chacaltana Saldívar, no existen fiscales distritales, sino provinciales: «Si el autor se hubiera dedicado más a investigar la materia de su novela, habría puesto a Félix Chacaltana Saldívar como fiscal provincial adjunto bajo las órdenes de un fiscal provincial titular»; y, por el otro, estos funcionarios no resuelven asuntos de interés privado sino público, por lo cual la mención del narrador sobre el conocimiento del Código Civil es errada, en cambio, lo que debería conocer más es «el Código de Procedimientos Penales, la Constitución y —principalmente— el Código Penal».

Luego, agrega la confusión de instituciones y de épocas. En la novela se dice que el lema de la policía en su escudo es «el honor es su divisa». Sin embargo, aclara, que este lema le pertenece en realidad a la Guardia Civil (GC) creada en 1922. En 1988 durante el primer gobierno de Alan García, se creó la Policía Nacional del Perú (PNP) cuyo lema es «Dios, Patria y Ley», institución que unificó a la Guardia Civil (GC), la Guardia Republicana (GR) y la Policía de Investigaciones del Perú (PIP), por lo cual aquel lema mencionado en la novela «no corresponde con la época ni el espacio tiempo narrado», puesto que la novela se ambienta hacia inicios de la primera década del 2000.

En esta misma línea, observa que Roncagliolo confundió las fuerzas armadas que combatieron la subversión: en la novela se cuenta que el Perro Cáceres era un «sinchi». «Los sinchis […] son miembros de un cuerpo de la antigua Guardia Civil especializado en lucha antisubversiva». Pero luego «se le hace figurar como el teniente EP Alfredo Cáceres Salazar, o sea como un oficial del Ejército Peruano (EP) […] Por lo tanto, el teniente Cáceres no puede figurar primero como oficial del Ejército (EP) y luego ser descrito como un sinchi». Aparte de ello, Castro anota que cuando se narra la trayectoria de Cáceres se dice que los sinchis fueron traídos de la selva para combatir la subversión en Ayacucho, cuando en realidad, «los sinchis combatieron la subversión en Ayacucho, dos antes de que entrase a tallar el Ejército y la Marina».

Castro dice que «Para ser una gran novela [en referencia a Abril rojo], le faltan ingredientes que son exigibles en el tema de la violencia política que vivió el Perú. Necesita verismo, investigación del tema y de los detalles que enriquezcan el universo narrado». Más adelante intenta fortalecer su postura apoyándose en una apretada explicación narratológica de la verosimilitud: «La primera ley que reconocen para la novela los teóricos de la narratología es la ley de verosimilitud. […] La verosimilitud consiste en mantener el equilibrio entre ambos extremos, realidad y ficción, máxime si se escribe de hechos históricos o de un contenido histórico significativo». De acuerdo a su explicación, lo verosímil no tiene lugar en la ficción, o dicho de otra manera, lo verosímil no debería abusar de la ficción sino mantenerse equidistante entre realidad y ficción, con mayor razón si se trata de hechos históricos. Castro entiende que la verosimilitud se apoya en un referente real, objetivo, verdadero, contrastable, o sea, que tenga como correlato la realidad material, la verdad histórica, porque, de lo contrario, la novela y su autor incurren, siguiendo a Castro, en un tratamiento ligero y falto de rigor de un tema que merecería ser abordado con acuerdo a los hechos históricos.

En «Los Andes en llamas» expresa en relación a la novela Historia de Mayta (1984), de Mario Vargas Llosa, que la generación del 50 en el Perú fracasó en su intento de representar la violencia política, si se le concibe a esta como una expresión realista de la lucha de clases en un periodo determinado y agrega que «fueron intentos que no reflejaron con veracidad las condiciones en que los referentes históricos se desenvuelven». Es decir, lo que Dante Castro sugiere es que los escritores de aquella generación no contaron la verdad en sus obras, porque no hubo correspondencia entre el relato literario y el histórico, como si ello fuera condición necesaria para la creación literaria.

Roland Barthes en «El efecto de realidad», anota, en relación a la función de las descripciones en la novela realista, que su sentido «depende de la conformidad, no al modelo, sino a las reglas culturales de la representación», es decir, no con arreglo a la realidad material sino al contexto donde circula. Esto significa que aunque lo narrado difiera de la realidad, ello no afecta el sentido del texto; en otras palabras, la literatura no precisa de la validación de la historia para asegurar la comprensión de su discurso. Barthes concluye que todo realismo en el relato literario es parcelario y errático, por lo cual habla de una «ilusión referencial»: «La verdad de esta ilusión es la siguiente: suprimido de la enunciación realista a título de significado de denotación, lo “real” reaparece a título de significado de connotación; pues en el momento mismo en que se considera que estos detalles denotan directamente lo real, no hacen otra cosa, sin decirlo, que significarlo». Umberto Eco define la «falacia referencial» como el «suponer que el significado de un significante tiene que ver con el objeto correspondiente».

En Las palabras y las cosas (1996), Michel Foucault destaca el tránsito de la teoría de la representación en el lenguaje —fundamento de todos los órdenes del discurso— hacia la historicidad; «el quiebre definitivo de la teoría mimética» que veía en el lenguaje una «tabla espontánea y cuadrícula primera de las cosas», el «enlace indispensable entre la representación y los seres» es reemplazado por una «historicidad profunda» que «las aísla y las define en su coherencia propia, les impone aquellas formas del orden implícitas en la continuidad del tiempo». En suma, «el lenguaje pierde su lugar de privilegio y se convierte, a su vez, en una figura de la historia coherente con la densidad de su pasado. […] a medida que las cosas se enrollan sobre sí mismas, sólo piden a su devenir el principio de su inteligibilidad».

Lo expuesto por Barthes y Foucault se complementa con los aportes de la teoría de la recepción. El lector toma contacto con el texto literario acompañado de un bagaje experiencias y conocimientos previos, propios y compartidos con su espacio y su época. La estética de la recepción remarca la cualidad inconclusa del texto literario, cuyo sentido es completado durante la lectura, y reconociendo la polisemia del discurso literario evita las interpretaciones unívocas o unilaterales. En «El proceso de lectura: enfoque fenomenológico», Wolfgang Iser advierte que «La obra es más que el texto, pues el texto solamente toma vida cuando es concretizado, y además la concretización no es de ningún modo independiente de la disposición individual del lector […]». Y luego añade que es el lector quien pone en marcha una obra. Iser sostiene que el significado no está exclusivamente en el texto sino que se genera durante el proceso de lectura; que el significado no es totalmente textual ni depende arbitrariamente del lector, sino que es resultado de una interacción; y además, que el lector participa en la producción de significados al completar una estructura abierta de sentido que es el texto literario, «al llenar vacíos o indeterminaciones en su estructura, completa la obra literaria».

Por estas razones, el listado de errores hallados por Castro en Abril rojo no revisten mayor dificultad para la comprensión de esta novela. Los diversos sentidos que proyecta la novela, en tanto discurso literario no están determinados por su correspondencia con el referente real, por el contrario, imprime nuevas connotaciones a los referentes reales, refractando aún más la gama de sentidos posibles. A través de Barthes se comprende que la ingenua confianza en que la calidad de una obra literaria se mide por su grado de correspondencia con la verdad histórica solo podría conducir a una interpretación reduccionista y dogmática de una novela, interpretación elaborada a priori, antes de que el texto sea escrito o leído, ya que si la verdad histórica contiene el modelo a reflejar a través de la literatura, solo le correspondería a la novela ratificar esa verdad o esperar que la historia admita como válido el tema, el argumento, la representación de los personajes, etc. Si fuera de este modo, no tendría sentido escribir ni ejercer la crítica literaria, pues ¿para qué hacerlo si ya existe previamente «un sentido» que establece qué y cómo se debe escribir y apreciar la literatura? A semejante actitud crítica la denomino arrogancia de la representación, figura inscrita en el paradigma que opone realidad/ficción dentro del discurso crítico del escritor Dante Castro.

No habría que analizar e interpretar la literatura con la historia como juez, sino indagar en cómo la literatura, en este caso la novela subvierte, discute, interroga o apoya, difunde, apuntala algún modelo de mundo cuyas implicancias pudieran ser liberadoras o nefastas, a lo cual no se llega cotejando realidad ficcional con verdad histórica ni atribuyendo al autor los actos o pensamientos de sus personajes, sino examinando cuan dócil o disidente es el discurso de la novela respecto a los poderes imperantes, y visibilizando cuál es el modelo performativo que propone, es decir, qué acciones suscita su discurso.

Y es que a pesar de que los «errores» que percibió en Abril rojo lo son en la medida que se siga como obligatoria la correspondencia unilateral y determinista de la realidad y la historia sobre la literatura, el desconocimiento de la realidad que Castro atribuye a Roncagliolo no impiden que el lector comprenda el mundo novelado. La «falsedad» producto de la divergencia entre realidad novelada y verdad histórica no provoca que una novela sea inverosímil. Esos datos «errados», minuciosamente observados por Dante Castro, son funcionales al relato, no perjudican la coherencia del argumento ni afectan la maquinaria textual, que es, en suma, lo que interesa al lector. No olvidemos tampoco que «la verdad» de la verdad histórica es un discurso construido desde el poder, variable en el tiempo, y no un depósito estable de hechos objetivos.

La doxa para Barthes «es la Opinión Pública, el Espíritu mayoritario […], la Voz de lo Natural, la Violencia del Prejuicio»; «es la opinión corriente, el sentido repetido […]»; «lo natural, la evidencia, el sentido común, el “esto es así”». Más que prohibir, impone deseos, obliga a su satisfacción. La naturalización de un sentido que debería asumirse cierto por ser evidente es una cualidad de la arrogancia de la doxa. En consecuencia, examinar exclusivamente en una novela cuánto conoce el autor del tema o la realidad que este relata es, una arrogancia de la representación, puesto que coloca a la realidad y la historia como modelos ineludibles para la creación y la crítica literaria. Escribir o criticar una novela a contraluz de la historia para satisfacer esa arrogancia solo causaría que ninguna novela, salvo las más panfletarias, supere sus dictámenes. Sigue leyendo

SOBRE LA CARTA ABIERTA

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La carta abierta dirigida por Orlando Mazeyra a Carlos Meneses Cornejo, director del diario El Pueblo me suscita una breve intervención. Coincido en que un diario como El Pueblo no puede permitirse ignorar la feria del libro ni los homenajes a Reynoso, Colchado o Rivera Martínez, escritores invitados a esta cuarta edición, y a la vez brindarle una cobertura desproporcionada a la presentación del libro de Vanessa de Oliveira, ex prostituta brasilera. La razón por la cual un mismo evento es ignorado y posteriormente cubierto por el decano de la prensa en el sur solo se explicaría, como señala Orlando, por chismografía y escándalo. Una grosera muestra de inconsecuencia, por decir lo menos.

Pero también considero que Orlando tuvo en sus manos la oportunidad de revertir la indiferencia de El Pueblo ante la FIL 2012 y sus invitados más notables, pues como él mismo testimonia al inicio, colabora publicando en este diario. No he leído el artículo de José Carlos Mestas, pero su interés en publicar una nota sobre Vanessa de Oliveira demuestra cuan involucrado está con el acontecer literario nacional. Finalmente, tal vez es su agenda particular y hasta ahí qué se va a hacer… pero Orlando, como él mismo lo indica al inicio de su carta, ha entrevistado a varios escritores, es decir, su compromiso con esa labor está claro. Visto así ¿por qué no envió notas a El Pueblo sobre la FIL y los escritores ninguneados hasta ese momento por el diario? ¿o acaso habiendo sido enviadas, prefirieron publicar el texto de Mestas? Orlando publicó en su blog una entrevista a Fernando Ampuero, (29 de septiembre y 4 de octubre en Lima gris), con motivo de la presentación de su último libro en la FIL, cuatro días después de publicada su carta abierta en el mismo blog y cuatro antes de que finalice la feria. No se precisa la fecha de la entrevista a Ampuero pero al parecer es algo anterior a la FIL. Sobre la feria del libro, concretamente, solo está en su blog la carta abierta dirigida a Carlos Meneses.

En ello observo también inconsecuencia: el diario donde el autor de la carta escribe regularmente ignora la feria del libro local y a sus invitados más distinguidos, pero el autor de la carta también los ignoró en su blog. Un breve seguimiento semanal o un artículo final que dé cuenta de las incidencias, sus impresiones, objeciones, etc., escrito con contundencia como suele hacerlo, sobre la FIL hubiera sido el contrapeso más idóneo a la miopía de quienes tienen a su cargo en El Pueblo la decisión de publicar los contenidos sobre cultura y a los que hallan en la chismografía y el escándalo una motivación para publicar un artículo.

Incluso habría que ir más allá de la cobertura a los escritores canónicos e indagar en lo que la oficialidad no ve o no quiere ver; en entrevistar al autor de un primer libro; en los gestores culturales que organizan presentaciones cuya descripción está ausente del programa oficial en la web de la FIL, a pesar de no ser uno, dos o tres eventos los que realizaron; en las políticas de las editoriales independientes o alternativas, que reproducen la lógica a nivel micro de las grandes editoriales, diría yo, aun más agresivamente.

Mi otra discrepancia es con la invocación a Mario Vargas Llosa para sustentar una postura a favor de la cultura y en contra de su banalización. La idea que VLL posee sobre “cultura” es la de un producto artístico en peligro de extinción porque ya no es apreciado como antes, específicamente, como era apreciado por su generación. Así cultura es definida como obra de arte, representativa de la alta cultura o de la cultura popular, definición adyacente a la de buen gusto, buenos modales y depósito de saberes o erudición. La Kultur alemana se refiere a la creación espiritual de los pueblos y se opone a Zivilisation, empleada para el desarrollo técnico, científico, jurídico, etc., que una sociedad lleva progresivamente hacia adelante, y que de algún modo sirve como referente para establecer una jerarquía entre una sociedad y otra. No en vano VLL reflexiona sobre la “cultura” en clave de “civilización”.

El problema con la noción de cultura utilizada por MVLL es que está concebida en términos de jerarquías fijas, donde hay un horizonte superior al que las sociedades más alejadas deben apuntar para salir de la barbarie, en contraste con aquellas que habrían llegado a ese horizonte: Europa. Recurrir a MVLL para refrendar una posición a favor de la cultura implicaría reducirla a una pieza de arte en peligro porque ya no hay un criterio sólido para mantenerla en el pedestal. Cultura es un modo de habitar el mundo, un estar-en-el-mundo, históricamente permeable. Lo que es funcional para algunas, podría ser fatal para otras. Por ello establecer horizontes comunes para todas deviene jerarquías autoritarias.

Lo más importante de la carta de Orlando no es tanto la manifiesta inepcia de El Pueblo para estar a la altura de los acontecimientos, (este es solo el síntoma) sino que nos exige repensar de qué hablamos cuando hablamos de cultura en Arequipa.

ACTUALIZACIÓN

Orlando me acaba de enviar este comentario. Seguidamente, mi respuesta.

Hola, Arturo. Creo que si no somos amigos, al menos somos conocidos, ¿verdad? Me ayudaste con información para mis talleres de escritura creativa y siempre estoy agradecido contigo por eso. Me tienes como contacto en esta red social y, además, sabes mi correo electrónico porque he colaborado con el Náufrago con ficción y algún que otro artículo en Noticias.
Me hubieras consultado antes de escribir…tu nota, ¿no te parece? Yo he mandado a el diario El Pueblo notas sobre los escritores en mención: Oswaldo Reynoso (publicada el día sábado 21 de setiembre) y sobre Edgardo Rivera Martínez que no les dio la gana de publicarla. Sobre Colchado Lucio: su editor, Arthur Zeballos Herrera, te puede aclarar que pedí una entrevista con él, pero su agenda estaba muy apretada. Además colaboré con notas para Martín Zúñiga quien me pidió que escribiera también sobre Fernando Ampuero (aparte de Reynoso y el homenajeado Rivera Martínez, artículos que han aparecido en su revista Máquina de Leer y en la sección cultural del semanario Vista Previa de Arequipa). ¿Qué quiere decir entonces? Que los señores del diario El Pueblo tenían a la mano un artículo mío sobre E. Rivera Martínez pero no le dieron espacio: sólo hubo espacio para la ex-prostituta brasilera (el domingo y el lunes: dos días consecutivos). Te pido, por favor, que cuando quieras suponer cosas sobre mí tengas la amabilidad de ponerte en contacto conmigo para evitar malos entendidos. Muchas gracias,
ORLANDO

Seguidamente, mi respuesta.

Hola Orlando, lo que mencionas sobre los intentos de entrevista, los artículos publicados en otros medios y la aceptación y la negativa del El Pueblo a publicar uno y otro respectivamente era indispensable en tu carta abierta. En ella solo indicas que El Pueblo no publicó textos previos, mas no que rechazó el que me dices de Rivera Martínez y que sí publicó el de Reynoso (esto último también cambia un poco el panorama: parecía que El Pueblo se mantuvo a espaldas de la FIL hasta el texto de Mestas pero veo que publicaron tu artículo sobre Reynoso el mismo día que el de la De Oliveira o al día sgte. [¿21 o 22?]). En la carta abierta no señalas que se publicó un texto tuyo sobre Reynoso. Lo que menciono se limita a tu blog, (“los ignoró en su blog”) donde no hay algo directo sobre esta cuestión, (siendo el lugar que asignaste para la carta abierta y para los artículos que publicas en simultáneo en otros medios, el espacio más autónomo, personal y a la mano para manifestarse sin censura). De lo escrito no se sigue que la FIL no haya sido de tu interés (la carta lo demuestra) o que no hayas escrito absolutamente nada sobre ello. Pero entre la carta abierta y el resto de los textos que has escrito sobre la FIL hay un impacto diferente, notorio. La carta terminará pesando más. No hubo suposición alguna porque no concluyo nada fuera de lo que muestra la carta y tu blog. Voy a actualizar el post con lo que me señalas. Veo que la carta abierta tenía algunas claves cerradas. Sigue leyendo

EL REVÉS DE LA CRÍTICA

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Mark Cox (EEUU, 1959) es un crítico peruanista quien, a partir de sus investigaciones sobre la literatura andina y la narrativa del conflicto armado interno, colocó en la agenda de la crítica literaria peruana el tema de la literatura de la violencia política. No es que Cox haya sido el primero en indagar este corpus de textos desde la crítica literaria, pero sí le cabe el mérito de haber impulsado posteriores estudios sobre este periodo tan complejo de nuestra historia reciente, estudios que amplían o en otros casos discuten sus conclusiones. Cox recibió el doctorado de la Universidad de Florida en 1995 con una tesis sobre la violencia y las relaciones de poder en la narrativa andina desde 1980. Ha editado Pachaticray (El mundo al revés): Ensayos sobre la violencia política y la cultura peruana desde 1980 (2004), Cincuenta años de narrativa peruana en los Andes (2004), El cuento peruano en los años de violencia (2000) y este año publicó La verdad y la memoria: controversias sobre la imagen de Hildebrando Pérez Huarancca (2012). Actualmente, es profesor de literatura latinoamericana y de literatura peruana en Presbyterian College, Carolina del Sur, Estados Unidos.

Pachaticray (El mundo al revés): Ensayos sobre la violencia política y la cultura peruana desde 1980 es una de las primeras compilaciones de testimonios y ensayos sobre la violencia política en el Perú, estos últimos formulados desde los estudios literarios. En este sentido, los científicos sociales llevaban la delantera de las investigaciones acerca de la violencia y el conflicto armado en el Perú desde los ochentas. Las aproximaciones de la crítica literaria peruana de manera sostenida fueron muy posteriores, es decir, hacia inicios de la década del 2000.

La primera parte de este libro reúne testimonios de escritores que presenciaron la violencia de aquellos años, por lo cual ofrecen en retrospectiva una evocación de sus experiencias. Breves pinceladas anecdóticas, pero muy reveladoras de lo que significó ser testigo de un proceso y de su resultado: el ascenso de un movimiento como el PCP-SL conducido por Abimael Guzmán desde la Universidad de Huamanga y el consecuente estallido demencial de violencia que parecía nunca acabar. Juan Alberto Osorio no solo cuenta su paso por la Universidad de Huamanga y la zozobra en la que vivía la población, sino que nos recuerda que esa universidad acogió en sus aulas a muchos escritores e intelectuales nacionales de renombre (Julio Ramón Ribeyro, Miguel Gutiérrez, Manuel J. Baquerizo, Marco Martos, Oswaldo Reynoso, Luis Nieto Degregori, entre otros). Luis Nieto Degregori ofrece una semblanza de Hildebrando Pérez Huarancca, escritor y militante del PCP-SL —a quien la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) atribuye la ejecución de la masacre de Lucanamarca— que sirve para introducir su apreciación sobre la impronta que la violencia política ejerce sobre los escritores indigenistas, además de su propio derrotero como escritor que abordó ese tema. Ricardo Vírhuez considera que el informe de la CVR trastoca la verdad histórica de lo acontecido durante los años de la violencia. Su testimonio narra su experiencia estudiantil en la convulsionada Universidad Nacional Mayor de San Marcos de los ochenta y su trabajo teatral vinculado a obras que recogían el ánimo de la época.

La sección de los ensayos es la más importante de este libro, aunque no todos por igual aporten reflexiones sólidas, siendo este el principal reparo que mantengo con esta publicación: el desnivel en la profundidad analítica entre algunos ensayos, que propiamente no lo son, sino más bien crónicas autobiográficas, notas o digresiones personales, pero que mejor ubicadas estarían en la primera parte. El ensayo de Efraín Kristal traza sucintamente una línea de novelas peruanas que trataron el tema de la violencia desde El padre Horán de Narciso Aréstegui y Aves sin nido de Clorinda Matto, pasando por El Tungsteno de Vallejo, Todas las sangres de Arguedas, hasta Lituma en los andes de Mario Vargas Llosa. Es una acertada panorámica en lo que concierne a las ideas que la articulan: la violencia como medio de explotación, como instrumento para alcanzar metas políticas y como síntoma de una crisis social. Sin embargo, no menciona El mundo es ancho y ajeno de Ciro Alegría o Redoble por Rancas de Manuel Scorza.

El texto de Mark R. Cox analiza someramente, a manera de apuntes, cómo el discurso literario y las instituciones culturales representaron la violencia política en el Perú. La intervención de Cox dista mucho de ser un ensayo en estricto sentido, pues no sustenta una opinión particular, sino que se limita a exponer antecedentes, debates y estadísticas que resultan infructuosas, por ejemplo, el extenso detalle de la procedencia regional de escritores «criollos» y «andinos», (con lo discutible que son ambas categorías), el porcentaje de mujeres que publicaron sobre la violencia política o la distribución porcentual de publicaciones sobre este tema en el interior del país. Infructuosa porque no se vislumbra en ningún momento la utilidad de toda esa gran masa de información estadística. Cox en ningún momento explica qué conclusión obtiene de ello, además de repetir afirmaciones que ya vertió en artículos similares. Siembra atractivas interrogantes pero no se anima a responderlas.

El artículo más inocuo sobre las novelas que Mario Vargas Llosa publicó acerca de la violencia política es el de Carlos Arroyo Reyes, otro texto que está en la antípoda del ensayo y que, por el contrario, funcionaría bien como resumen del argumento de Historia de Mayta y Lituma en los andes. Pero el más delirante es el de Ulises Zevallos Aguilar. El suyo es un buen ejemplo de cómo un crítico literario debería sopesar los límites entre el artículo de opinión, la semblanza y el ensayo académico, que el autor confunde flagrantemente. La respuesta del Movimiento Kloaka a la crisis económica, política y social de los ochenta fue artísticamente fértil, pero políticamente intrascendente. La postura del chico malo incomprendido que se muda al barrio y se junta con otros para tumbarse el sistema está demasiado manida. Agraviar a poetas a través de un manifiesto difícilmente hará mella alguna en el canon literario. La poesía de Kloaka está muy por encima de su postura política o de sus biografías individuales. Pero Zevallos Aguilar los apadrina y celebra su malacrianza, además de ver con desconfianza la diversidad informativa de los medios de comunicación, que hubiera preferido no sean devueltos a sus propietarios a fin de hacer frente al «vendaval neoliberal». El problema no es la diversidad informativa sino la univocidad de la información. Asimismo comete el grosero desliz de reunir en un mismo saco a sindicatos, al PCP-SL y al MRTA, cuyas primeras acciones, afirma «gozaron del apoyo de la mayoría de la población peruana […]» (119).

Zevallos Aguilar ignora el Informe Final de la CVR acerca de los procedimientos indudablemente diferenciados entre sindicatos, Sendero Luminoso (SL) y MRTA para manifestarse contra el Estado, y las valiosas investigaciones de Carlos Iván Degregori, quien enfatiza que SL fue un antimovimiento social. Además, ignora que los sindicatos y los movimientos sociales surgidos en los ochenta fueron el mayor frente de contención contra SL. La mejor lección que se puede obtener de su artículo es la precaución que debería tomar un crítico literario antes de intervenir en asuntos de ciencias sociales o ciencias políticas, no porque sean espacios inexpugnables, sino por la solidez de las afirmaciones vertidas.

El resto de textos abordan la poesía (José A. Mazzotti), el teatro (Carlos Vargas), el cine (Lucía Galleno), los retablos como representación de la memoria colectiva (Ernesto Toledo Brückmann), hasta finalizar con una remembranza (nuevamente, no un ensayo) de Miguel Rubio Zapata, director de Yuyachkani, a propósito de la representación teatral de Antígona, versión de José Watanabe, y la adaptación al teatro de Rosa cuchillo, novela de Óscar Colchado.

Esta compilación de testimonios y ensayos sobre la violencia política en el Perú habría ganado en profundidad si el editor hubiese distribuido mejor algunos de los artículos en razón de lo que proponían. La mayor debilidad de esta publicación está, precisamente, en la desigualdad analítica que ofrecen algunos de los textos que he comentado: algunos con suma rigurosidad y otros sobrevolando el tema, compensando la falta de análisis con digresiones autobiográficas, es decir, el revés de la crítica. Sigue leyendo

ECHEVERRÍA, EL CAUTIVO

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Martín Kohan (Buenos Aires, 1967) ha publicado las novelas La pérdida de Laura (1993), El informe (1997), Los cautivos. El exilio de Echeverría (2000), Dos veces junio (2002), Segundos afuera (2005), Ciencias morales (Premio Herralde 2007), Cuentas pendientes (2010), Bahía Blanca (2012); dos libros de cuentos: Muero contento (1994) y Una pena extraordinaria (1998); y los ensayos Imágenes de vida, relatos de muerte. Eva Perón: cuerpo y política (1998), en colaboración con Paola Cortés Rocca, y Zona urbana. Ensayo de lectura sobre Walter Benjamin (2004). Además es docente de Teoría literaria en la Universidad de Buenos Aires.

Inscrita dentro de la tradición de la novela histórica argentina, Los cautivos (2000) relata en clave ficcional el exilio del poeta y narrador Esteban Echeverría desde su refugio en la finca «Los Talas» en la pampa bonaerense, hasta su exilio en Montevideo. Lo peculiar es que, diferencia de lo que suele ser norma en las novelas históricas, el protagonista principal está ausente durante toda la narración. No se trata de una novela en la cual Echeverría acapare todas las acciones o una en la cual se pretenda magnificar o desmitificar su figura. El protagonismo de este personaje está en directa relación con lo que su ausencia sugiere, con las huellas que dejó su presencia por donde anduvo. Kohan recurre a la historia pero se toma la licencia de contar a su modo los últimos años de Echeverría desde una intimidad que no consiste en ventilar una vida secreta, oscura o paralela a la imagen histórica del poeta romántico argentino, sino que exhibe mucho más la idealización depositada sobre él. Echeverría no habla, los otros hablan por él.

Ello podría decepcionar al lector de novelas históricas acostumbrado a encontrar en el personaje principal al agente de los grandes acontecimientos o a especular sobre posibles destapes de su vida personal. En ningún sentido, aunque el subtítulo lo sugiera, se trata mucho menos de una novela biográfica. Sin embargo, Los cautivos representa una torsión a la novela sobre el rosismo, por lo mencionado anteriormente y porque propone una lectura contemporánea de la dicotomía entre civilización y barbarie. Así, la mirada del narrador es fundamental para comprender cómo fue descrito el «otro» por los ilustrados romántico-político-liberales argentinos, esa élite intelectual que se vio a sí misma como la que salvaría a la nación de la barbarie atribuida a los federales, la naturaleza y a los indios. Si El Matadero (escrita entre 1838 y 1840, pero publicada en 1871) de Echeverría, como relato fundacional sobre la idea de nación en la Argentina, expuso desde la perspectiva de los ilustrados el horror de la barbarie rosista encarnada en las masas, y Amalia (1851) de José Mármol colocó en primer plano a la juventud unitaria como última esperanza contra la misma amenaza, Los cautivos reescribe la oposición civilización y barbarie mediante la representación de esos otros bárbaros como sujetos conscientes de su marginalidad; animalizados, embrutecidos, instintivos, salvajes, pero no totalmente ingenuos sobre su condición.

Indicio de esto son los títulos y subtítulos de las secciones que conforman la novela. La primera parte, Tierra adentro, comprende el tiempo que Echeverría permaneció oculto en «Los Talas». El bestiario pampeano sirve para nombrar cada una de las secciones de esta primera parte: chajá, moscas, ranas, caranchos, lombriz, perro, ciempiés. El indio también integra este bestiario. En contraste, la segunda parte, El destierro, está organizada cronológicamente a manera de un diario, pero narrado desde la exterioridad del mismo narrador de la primera.

En el lenguaje, el cuerpo y el sexo la barbarie deja su marca distintiva. En la voz del narrador, los gauchos son sujetos rudimentarios en sus costumbres, de hábitos repetitivos, inconscientes del paso del tiempo, con habilidades que él no envidia sino que minimiza o concede muy poco. No es la tortura, como en El Matadero, la escena primordial del relato, sino que aquella se desplaza al sometimiento sexual del cuerpo femenino. El narrador replica la mirada de Echeverría tal como el personaje lo estaría haciendo durante su exilio interior en la finca, donde los paisanos, gauchos y peones una vez enterados de quien es el individuo que está dentro de la casa del patrón creen estar siendo escritos por ese misterioso hombre.

El título hace alusión al poema «La cautiva» de Echeverría, pero invirtiendo la naturaleza de los sujetos cautivos. Mientras en el poema fue un indio malón quien secuestró a una joven mujer blanca y luego a su marido, en la novela de Kohan los cautivos son los gauchos y las huestes federales que merodean la provincia en busca de los traidores unitarios para ejecutarlos. Están presos de su propia barbarie, en la cual una mentalidad ilustrada carece de lugar, por lo cual no queda más que el exilio. De otro lado, los personajes de ambos textos se relacionan simétricamente. En «La cautiva» de Echeverría, María y su esposo Brian mueren en la pampa agreste. Ella posee una personalidad aguerrida, ofrece resistencia y lucha hasta el final para lograr su libertad. Brian es fatalista, resignado ante su destino. Los cautivos presenta a una joven como Luciana Maure dispuesta a dejarlo todo para seguir a Echeverría esperanzada en la promesa del reencuentro, y a un Echeverría más bien distante, agotado y frívolo. Ambos fallecen en Uruguay, lejos de la pampa.

Las referencias intertextuales alcanzan a otra destacada novela sobre el rosismo como Amalia. En un pasaje, se hace intervenir a Daniel Bello, el joven héroe unitario de esa novela. Bello ayuda a Luciana a cruzar el Río de La Plata hacia Uruguay, donde tiene lugar el encuentro con la prostituta Estela Bianco la ciudad de Colonia del Sacramento. Aceptó llevarla cuando supo que el hombre a quien buscaba Luciana era Esteban Echeverría. Ambas, Luciana y Estela, compartieron al mismo hombre, pero mientras la primera desea reencontrarse con él, la segunda lo ve partir impasible, pues comprende que ningún hombre, mucho menos alguien de la talla de Echeverría, podría abandonarlo todo por ella. Sin embargo, Luciana encuentra en Estela los resabios dejados por el paso de Echeverría sobre su cuerpo, al igual que Estela en la joven que acaba de llegar a su vivienda. El intento de hallar en el cuerpo de la otra al amante ausente desencadena una escena que contrasta totalmente con la brutalidad sexual a la que las mujeres son sometidas en tierra adentro en la pampa. Solo alguien que compartió el lecho con Echeverría, ingenua o experta como Luciana o Estela respectivamente, podría explorar sus cuerpos tal como si fuera el propio amante.

Los cautivos no nos propone un relato que pretenda enmendarle la plana a la historia o contribuya a engrosar el chismerío histórico, sino que problematiza los lugares comunes y los supuestos consensos en torno a las perspectivas sobre una de las dicotomías fundacionales de la literatura y la idea de nación en la Argentina como fue la civilización/barbarie. Una novela que nos confirma que la Historia es otra forma de hacer Literatura. Sigue leyendo

Y VOLAR, VOLAR… TAN LEJOS

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Posiblemente, a los 5 años abordé por primera vez un avión. No recuerdo si en el antiguo aeropuerto «Chachani», luego rebautizado como aeropuerto «Arequipa», o en el actual «Alfredo Rodríguez Ballón», pero de hecho fue en algunas de las veces que acompañaba a mi madre a Lima con frecuencia a inicios de los ochenta. Los recuerdos más remotos de mi infancia me llevan al pequeño aeropuerto de Arequipa al que íbamos a recibir o a despedir a mi madre o a los familiares de Lima. Era toda una experiencia para mí, la mayoría de veces muy grata, otras no tanto, como cuando una familia completa que vivía en mi barrio falleció en un accidente de avioneta. Uno de los niños estudiaba conmigo en el jardín.

Luego de la inauguración del «Alfredo Rodríguez Ballón» —nombrado así en homenaje al joven piloto arequipeño que realizara la hazaña de cruzar los andes desde Mendoza hasta Santiago y después hasta Lima en el biplano «Spartan»— mi fascinación aumentó. El aeropuerto me parecía un lugar absolutamente distinto a cualquier otro de la ciudad por su elegancia y amplitud, por la gran cantidad de gente congregada que contrastaba con la soledad instantánea luego de su abordaje. Gustaba jugar con la secadora automática de los baños; era tan pequeño que apretaba el botón para que el aire caliente golpeara mi rostro mojado. Me encantaba corretear por la terraza que me parecía inmensa, interminable, enorme como una pradera. La llegada de los aviones y la gente agolpándose en la baranda frontal pese al ensordecedor ruido de las turbinas era el clímax de la tensa espera.

En el verano de 1987, viajamos con mi madre a Argentina y Chile. Por aquellos años, Lan Chile no operaba en el Perú, así que vimos por conveniente partir desde Arica hasta Santiago. El vuelo duraba casi 4 horas. Hizo escala en Antofagasta y La Serena, si mal no recuerdo. A mis 14 años me parecía emocionante pasar tanto tiempo en el aire, observando las nubes tan de cerca, el desierto, el mar y la cordillera. Las aeromozas eran muy cordiales y estaban atentas a cualquier petición de los pasajeros. La comida, recuerdo, era bastante generosa. A los más pequeños les obsequiaban una lonchera con golosinas y motivos de la empresa. Hoy, el refrigerio es más bien frugal, y la atención aceptable. Eso sí, no hay obsequios para nadie. El tramo de Santiago a Buenos Aires fue más emotivo porque cruzamos la Cordillera de los Andes. De un momento a otro, nos sobrecogió un frío intenso al pasar por encima. Al rato, en adelante solo observaría una extensa pradera verde: la pampa argentina.

Luego de ese viaje que tardé mucho tiempo en olvidar, casi no abordé un avión en seis o siete años. Algún viaje por ahí a Lima o un retorno de urgencia ameritaban sacar un pasaje en avión, pero, definitivamente, mis visitas al Rodríguez Ballón fueron muy escasas en esos años. Algo que recuerdo del Jorge Chávez en los ochenta y noventa era que se permitía ingresar a los familiares y amigos hasta la sala de espera. El estricto control de hoy, de quitarse todas las prendas metálicas, pasar por el detector o no llevar en equipaje de mano perfumes u otras sustancias más allá del tope permitido, no existían. Hasta mediados de los noventa había una terraza en el segundo piso del Jorge Chávez (actualmente ocupada por el patio de comidas) a la que podían acceder los familiares para observar el vuelo. Hoy nos tenemos que resignar con la despedida antes del control de equipajes de mano. Al menos en Arequipa todavía podemos observar la llegada y la partida del vuelo, y lo más emocionante o triste, ver bajar a nuestros seres queridos, o verlos entrar al avión para marcharse.

Después de muchos años, el 2006, hice un viaje fuera del país. Desde Lima hasta Québec, Canadá, vía Montréal y Toronto. Hasta ahora no puedo olvidar la tremenda emoción que me desbordaba antes, durante y después del vuelo. La anécdota fue que mi equipaje de bodega no llegaba. Yo veía al resto de pasajeros tomar sus valijas y a unos pocos esperar el siguiente vuelo hasta que las encontraron. Esperé como seis vuelos y en ninguno estaba mi equipaje. A la fuerza tuve que aplicarme en hablar inglés para explicar mi situación. Una amable funcionaria de Air Canadá me tranquilizó y me confirmó que mi equipaje llegaría al domicilio que registrara. Y así fue. Al día siguiente recibí una llamada en mi hotel para verificar el contenido de mi maleta y por la tarde ya la tenía conmigo. Ese viaje fue el preludio de una andanada de viajes aéreos que estarían por venir.

A medida que se hicieron más frecuentes, la emoción también mermó en mi interior. Faucett, Aeroperú, Americana, Continental sucumbieron y por los aires peruanos viaja soberana Lan Perú, y alguna otra como Taca o Star Perú. En el resto de Latinoamérica no es muy diferente. Desde que llegué a la Argentina, transitar entre el Jorge Chávez del Lima, el Arturo Merino Benítez de Santiago el Jorge Newberry —más conocido como Aeroparque— o el de Ezeiza de Buenos Aires, Pajas Blancas en Córdoba, Guarulhos en São Paulo y el Antonio Carlos Jobim de Río de Janeiro es cada vez menos una aventura, sino un traslado al que cual debo darle el trámite más rápido y anticipado para obtener la mejor oferta de pasajes, más aún en temporada alta.

De todos ellos, el más triste a mi gusto es el Galeão, de Río. La última vez que estuve allí para viajar a Belém do Pará sentí una sensación tan desagradable que no veía el momento en que saliera el vuelo. Los muebles del counter lucen muy viejos. Las salas son amplísimas, grises, opacas y frías. Las tiendas y comercios no son muy suntuosos para la categoría de un aeropuerto internacional. Pero la verdad es que el premio de los aeropuertos más tristes que he conocido se lo lleva el Juscelino Kubitschek de Brasilia. Llamado así en honor al presidente que impulsó la construcción de la nueva capital del Brasil. Luce muy descuidado, desordenado y viejo.

Tal vez a mis 10 o 15 años que un vuelo se retrasara unas horas o un día habría significado un acontecimiento maravilloso, la posibilidad de perderme sin rumbo por una ciudad desconocida. Hoy, como para muchos pasajeros, sería motivo de gran disgusto e incomodidad, pues lo único que se quiere es llegar a casa cuanto antes. Esas vicisitudes son el precio de volar, volar tan lejos…

Córdoba, 1 de setiembre de 2012 Sigue leyendo

LA NOVELA Y LA AMAZONIA

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A sus casi 70 años, Socorro Simões es una investigadora llena de vitalidad. Así lo demuestran las dieciséis ediciones ininterrumpidas del IFNOPAP, cuya coordinación asumió desde el inicio del Programa de Estudios Geo-bioculturales de la Amazonía en la Universidad Federal de Pará. Ni la agitación por el año electoral —que torna hipersensibles a las autoridades políticas al momento de solicitar su apoyo para un evento académico— ni la huelga de profesores y personal administrativo en todas las universidades federales del Brasil impidieron que Socorro llevara a buen puerto el XVI Encuentro Internacional IFNOPAP.

El proyecto cuenta con el apoyo de numerosas instituciones locales y estaduales entre las que destacan la Universidad Federal, la Universidad Estadual, que hace dos años se integró a la organización, y el Gobierno del Estado de Pará. Pero IFNOPAP no sería posible sin la participación activa de los estudiantes entre becarios y voluntarios, que año tras año van incrementando el equipo que dirige la Dra. Simões.

IFNOPAP dista mucho de ser un evento académico convencional. Y posiblemente lo académico en estricto sentido sea lo más opuesto a su naturaleza. Socorro ha insistido mucho en el carácter social y descentralizado de este encuentro. Cada año, el congreso itinerante lleva consigo a los médicos de ProPaz a las comunidades más lejanas de Belém para realizar diagnóstico de diabetes, hipertensión arterial, medición de la vista, etc. Las ponencias se dan en los salones de las escuelas estaduales de las ciudades visitadas. Los estudiantes que integran el proyecto apoyan en la recolección de datos o en el registro de información de los pobladores que no poseen documento de identidad. Dictan minicursos para los profesores de las escuelas del lugar en condiciones muy precarias, pero con mucho entusiasmo.

Para alguien acostumbrado al confort de un congreso al que solo se asiste para incrementar la hoja de vida, entablar contactos con eminencias académicas o disfrutar de la vida nocturna IFNOPAP puede no ser muy recomendable. El calor infernal que a mediados de año alcanza 35 grados, la humedad, lluvias súbitas y torrenciales y el inclemente acoso de los mosquitos provocan que algunos invitados apresuren su retorno lo antes posible o se marchen en cuanto culmina su presentación.

Mosqueiro, Vigías, Capanema, Bragança, Viséu y Castanhal fueron las localidades visitadas este año por IFNOPAP. Mosqueiro es una enorme isla cuya vida nocturna es bastante animada en las cercanías a la rivera de río que la rodea; Bragança es conocida por la danza de la «marujada» y su deliciosa gastronomía; y en Vigías los robos al paso están a la orden del día (bastaron unas cuantas horas en el muelle para que, nadie sabe cómo, alguien ingresara al barco que trasladaba a la comitiva y robara una computadora portátil).

Aunque IFNOPAP reúne a especialistas en diferentes materias, como críticos literarios, biólogos, geógrafos, historiadores, médicos, profesores, etc., a todos los participantes los une un interés común por la Amazonía. Esta fue una de las razones que en un principio me llevó a reconsiderar la invitación, pues los estudios amazónicos son una deuda pendiente en mi formación académica, excepto por un ensayo sobre El hablador de Mario Vargas Llosa, escrito como trabajo final para un curso de literaturas orales, y un capítulo de mi tesis de maestría dedicado a la misma novela.

Sin embargo, pensé que un recorrido a través de las novelas en las que Vargas Llosa narra la Amazonía podría interesar a la variopinta audiencia de IFNOPAP. A Socorro le fascinó tanto la idea que decidió colocar mi participación como conferencia inaugural en la ciudad de Bragança, uno de los destinos del congreso en su modalidad de campus fluctuante. Así fue que me dispuse a leer nuevamente, esta vez con lápiz y papel, La casa verde, Pantaleón y las visitadoras, El hablador y El sueño del celta con el fin de comentar la representación de la Amazonía en estas novelas.

Por aquellos caprichos del destino, mientras navegaba entre los ríos y la floresta, me sumergí en el universo de la casa verde de Anselmo, La Chunga y los Inconquistables; los bares de la Mangachería y los médanos del desierto piurano, en contrapunto con las conversaciones entre Fushía y Aquilino; las correrías de las monjitas en Santa María de Nieva preocupadas por la huida de las jóvenes aguarunas o las tropelías de las fuerzas armadas contra los aguarunas en el Alto Marañón. Las excentricidades del capitán Pantaleón Pantoja y su obsesión porque el servicio de visitadoras fuera todo un éxito amenizaban las prolongadas tardes en que el navío «Clívia» surcaba la bahía de Marajó y resultaba imposible echarse una siesta por el intenso calor. Menos emotivo fue mi reencuentro con Saúl Zuratas y el hablador machiguenga, quizás porque en el tiempo quedó más fresca su imagen en mi memoria. En cambio, un sabor especial significó la revisión de El sueño del celta, por lo que implicaba mi visita a Belém do Pará, la última ciudad donde Roger Casement desempeñó funciones diplomáticas en el Brasil antes de ser comisionado para investigar las denuncias formuladas contra la Peruvian Amazon Company del magnate peruano Julio C. Arana. Nunca antes dispuse de este tiempo y tranquilidad para organizar mi notas rodeado por el mismo paisaje en el que los personajes vargasllosianos luchaban contra el influjo de la barbarie amazónica. Como se puede ver mi primera experiencia amazónica fue algo contrastante. Presencialmente fuera del Perú, pero literariamente muy cerca de él.

Durante los días previos a la conferencia, leía casi todo el día, excepto entre las 12 y las 3 de la tarde cuando el calor alcanzaba niveles realmente insufribles. En esos instantes, me vinieron a la mente algunos pasajes de Cien años de soledad, El coronel no tiene quien le escriba y El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez, donde se cuenta que la vida en esos andurriales entraba en receso a esas horas debido al intenso calor. No es muy diferente por aquí. A excepción de bares y bodegas, el resto de negocios permanecen cerrados.

Si bien a diario me desenvuelvo en portugués cuando visito el Brasil, no me sentía lo suficientemente seguro como para exponer mi artículo por completo en la lengua de Camões, así que lo hice en español, pausado, sin leer, procurando ser lo más claro y ameno posible para atenuar en algo la dificultad de la lengua. La versatilidad de Neil Safier, historiador de la Universidad de Vancouver, quien como pez en el agua transitaba del inglés, al portugués y al español sin mayor dificultad, me despertaba cierta sana envidia, aún mayor al conocer su itinerario posterior a IFNOPAP: una semana en Belo Horizonte, otra más en Río de Janeiro, vuelta a Canadá y luego alistar maletas para iniciar un estancia posdoctoral en la Universidad de Cambridge en Londres. Y es que a diferencia de los profesores universitarios en el Perú, cuya gran mayoría sin temor a equivocarme son cada vez más enseñantes autómatas que investigadores comprometidos con su profesión, en Europa y Estados Unidos la investigación es una labor remunerada y de dedicación exclusiva.

Es la tercera ocasión que las fiestas patrias, de la nación y de la patria chica, Arequipa, me encuentran fuera del Perú y en el mismo país, Brasil. Y acabo de enterarme que también el 15 de agosto, aniversario de la Ciudad Blanca, en Pará se celebra su integración a la República del Brasil, que durante algunos años no estuvo dispuesta a aceptar, pues los paraenses deseaban mantenerse fieles al reino de Portugal. Al parecer, paraenses y arequipeños tenemos históricamente en común contravenir la voluntad del gobierno central.

Al término de estas líneas estoy por hacer maletas para retornar momentáneamente al Perú rumbo a Córdoba, Argentina. Han sido tres largas semanas en Belém y al final de la jornada la única certeza que tengo es que soy una estrella distante: siempre lejos, ausente y apenas visible por poco tiempo.

Belém do Pará, 15 de agosto de 2012
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