EL REY DE LAS FLORES

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Carlos Arturo Caballero

Yo quiero ser a la zurda más que diestro

Casi una hora demoré en llegar al Orfeo Superdomo de Córdoba. No tanto por la distancia como por el tránsito. El único puente de acceso estaba atestado de gente, pero avanzaba. El ingreso y la ubicación fueron rápidos. El concierto estaba programado para las 21.30 pero ni bien se llenaron las tribunas, el público comenzó a calentar el ambiente con aplausos y cánticos para aplacar de alguna forma la infame tortura de esperar. Once años de ausencia justificaban plenamente las ansias de oírlo cantar. Hasta que Silvio apareció luciendo una remera negra y tejanos, casi tal cual al día anterior que recibió el Honoris Causa en la Sala de las Américas. Lo acompañaban Niurka González (flauta traversa, clarinete y oboe), Oliver Valdez (percusión) y el trío de cuerdas Trovarroco integrado por Rachid López (guitarra), Maikel Elizarde (tres cubano) y César Bacaró (bajo).

Abrió el concierto con “En el claro de la luna”, de su primer álbum, Días y Flores (1975). Luego interpretó algunos temas de su último trabajo Segunda cita (2010), como “Carta a Violeta Parra”, “Sea señora” y “Tonada del albedrío”, alternándolos con las canciones que los convirtieron en la voz más visible de la Nueva Trova cubana. Presentó algunos inéditos como “Cuentan” y “Virgen de Occidente”. En el intermedio, Silvio invitó a Amaury Pérez a cantar juntos “Amigos como tú y yo” y mientras aquel y su grupo se tomaban un respiro, Amaury interpretó dos sus clásicos: “Si yo pudiera” y “Abril” que mantuvieron la emoción de un público que prometía quedarse y pedir más de lo previsto.

Al reaparecer, fue recibido con la misma intensidad que al inicio: todo el recinto aplaudía de pie dando vivas a Cuba, a Fidel y al Che. Pero Silvio no la puso fácil. Los más fanáticos vacilábamos al descifrar los nuevos arreglos que lucían sus canciones más emblemáticas. “Escaramujo” adquirió un particular significado para quienes consideramos la educación como un derecho y no un privilegio: “Yo vivo de preguntar, saber no puede ser lujo”, pues “si saber no es un derecho, seguro será un izquierdo”. El momento cumbre del concierto llegó con “El necio”, metáfora de la persistencia y la lucha por no decaer cuando todos creen que la Historia terminó y que las revoluciones son inútiles: “me vienen a convidar a arrepentirme,/ me vienen a convidar a que no pierda,/ mi vienen a convidar a indefinirme,/ me vienen a convidar a tanta mierda. Dicen que me arrastrarán por sobre rocas / cuando la Revolución se venga abajo”. No fue hasta que escuchamos las primeras líneas que pudimos reconocer “Quien fuera”, “Gaviota”, “El reparador de sueños” y una irreconocible pero amena versión de “Óleo de una mujer con sombrero” a ritmo de country texano. Y así una tras otra desfilaba la trova ardiente de este cubano universal que le canta al amor, a la patria y a la revolución con poesía hecha música.

¿Qué reservaría para el final? ¿Unicornio, Ojalá? Nos sorprendió una prolongada y virtuosa introducción a la “Maza”. Una dulce y minimalista versión al estilo bossanova de “Pequeña serenata diurna” nos anticipaba el fin. Y se levantó. Después de una venia desapareció tras el escenario secundado por sus músicos, pero el público no le dio tregua. Nuevamente de pie, coreábamos su vuelta y aplaudíamos a rabiar. Y volvieron. Antes que sus músicos empezaran Silvio dijo “al final”. Se detuvieron y cantó “Historia de las sillas” y luego caímos en la cuenta que reservó “Ojalá” para el final. Saludó, se fue, pero la gente no cesaba de aplaudir. Segundo retorno. La euforia era tal que amablemente pidió tregua para afinar la guitarra. Era “Paula”, melancólica canción interpretada tal cual lo hiciera muchos años atrás, a voz y guitarra, en la Sala Avellaneda del Teatro Nacional de La Habana. “Paula, yo pudiera darte un inmenso jardín / si pudiera darte todo mi país / todo mi país”. Parecía que esta vez era definitivo, pero no. Los aplausos y las vivas no cesaban. Silvio nos comprendió, sabía que no terminaría así y tomó la guitarra para despedirse con “Te doy una canción”. Vaya que sí fue generoso y tolerante con este público que volvería al día siguiente a abarrotar las tribunas del Orfeo Superdomo si este cubano maravilloso se animara a una tocada más.

Y así se fue entre los aplausos y cánticos que cesaron al mismo tiempo que las luces se encendían y se retiraban los equipos. Señales del fin. No extrañé al “Unicornio”, pero sí “En estos días”, “Desnuda y con sombrilla” y “Qué hago ahora contigo”. Pero no tiene importancia. Ninguna en comparación al placer de verlo tan cerca y a la emoción compartida con cientos de silviófilos. ¡Larga vida al Rey de las Flores!

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