Mark Cox (EEUU, 1959) es un crítico peruanista quien, a partir de sus investigaciones sobre la literatura andina y la narrativa del conflicto armado interno, colocó en la agenda de la crítica literaria peruana el tema de la literatura de la violencia política. No es que Cox haya sido el primero en indagar este corpus de textos desde la crítica literaria, pero sí le cabe el mérito de haber impulsado posteriores estudios sobre este periodo tan complejo de nuestra historia reciente, estudios que amplían o en otros casos discuten sus conclusiones. Cox recibió el doctorado de la Universidad de Florida en 1995 con una tesis sobre la violencia y las relaciones de poder en la narrativa andina desde 1980. Ha editado Pachaticray (El mundo al revés): Ensayos sobre la violencia política y la cultura peruana desde 1980 (2004), Cincuenta años de narrativa peruana en los Andes (2004), El cuento peruano en los años de violencia (2000) y este año publicó La verdad y la memoria: controversias sobre la imagen de Hildebrando Pérez Huarancca (2012). Actualmente, es profesor de literatura latinoamericana y de literatura peruana en Presbyterian College, Carolina del Sur, Estados Unidos.
Pachaticray (El mundo al revés): Ensayos sobre la violencia política y la cultura peruana desde 1980 es una de las primeras compilaciones de testimonios y ensayos sobre la violencia política en el Perú, estos últimos formulados desde los estudios literarios. En este sentido, los científicos sociales llevaban la delantera de las investigaciones acerca de la violencia y el conflicto armado en el Perú desde los ochentas. Las aproximaciones de la crítica literaria peruana de manera sostenida fueron muy posteriores, es decir, hacia inicios de la década del 2000.
La primera parte de este libro reúne testimonios de escritores que presenciaron la violencia de aquellos años, por lo cual ofrecen en retrospectiva una evocación de sus experiencias. Breves pinceladas anecdóticas, pero muy reveladoras de lo que significó ser testigo de un proceso y de su resultado: el ascenso de un movimiento como el PCP-SL conducido por Abimael Guzmán desde la Universidad de Huamanga y el consecuente estallido demencial de violencia que parecía nunca acabar. Juan Alberto Osorio no solo cuenta su paso por la Universidad de Huamanga y la zozobra en la que vivía la población, sino que nos recuerda que esa universidad acogió en sus aulas a muchos escritores e intelectuales nacionales de renombre (Julio Ramón Ribeyro, Miguel Gutiérrez, Manuel J. Baquerizo, Marco Martos, Oswaldo Reynoso, Luis Nieto Degregori, entre otros). Luis Nieto Degregori ofrece una semblanza de Hildebrando Pérez Huarancca, escritor y militante del PCP-SL —a quien la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) atribuye la ejecución de la masacre de Lucanamarca— que sirve para introducir su apreciación sobre la impronta que la violencia política ejerce sobre los escritores indigenistas, además de su propio derrotero como escritor que abordó ese tema. Ricardo Vírhuez considera que el informe de la CVR trastoca la verdad histórica de lo acontecido durante los años de la violencia. Su testimonio narra su experiencia estudiantil en la convulsionada Universidad Nacional Mayor de San Marcos de los ochenta y su trabajo teatral vinculado a obras que recogían el ánimo de la época.
La sección de los ensayos es la más importante de este libro, aunque no todos por igual aporten reflexiones sólidas, siendo este el principal reparo que mantengo con esta publicación: el desnivel en la profundidad analítica entre algunos ensayos, que propiamente no lo son, sino más bien crónicas autobiográficas, notas o digresiones personales, pero que mejor ubicadas estarían en la primera parte. El ensayo de Efraín Kristal traza sucintamente una línea de novelas peruanas que trataron el tema de la violencia desde El padre Horán de Narciso Aréstegui y Aves sin nido de Clorinda Matto, pasando por El Tungsteno de Vallejo, Todas las sangres de Arguedas, hasta Lituma en los andes de Mario Vargas Llosa. Es una acertada panorámica en lo que concierne a las ideas que la articulan: la violencia como medio de explotación, como instrumento para alcanzar metas políticas y como síntoma de una crisis social. Sin embargo, no menciona El mundo es ancho y ajeno de Ciro Alegría o Redoble por Rancas de Manuel Scorza.
El texto de Mark R. Cox analiza someramente, a manera de apuntes, cómo el discurso literario y las instituciones culturales representaron la violencia política en el Perú. La intervención de Cox dista mucho de ser un ensayo en estricto sentido, pues no sustenta una opinión particular, sino que se limita a exponer antecedentes, debates y estadísticas que resultan infructuosas, por ejemplo, el extenso detalle de la procedencia regional de escritores «criollos» y «andinos», (con lo discutible que son ambas categorías), el porcentaje de mujeres que publicaron sobre la violencia política o la distribución porcentual de publicaciones sobre este tema en el interior del país. Infructuosa porque no se vislumbra en ningún momento la utilidad de toda esa gran masa de información estadística. Cox en ningún momento explica qué conclusión obtiene de ello, además de repetir afirmaciones que ya vertió en artículos similares. Siembra atractivas interrogantes pero no se anima a responderlas.
El artículo más inocuo sobre las novelas que Mario Vargas Llosa publicó acerca de la violencia política es el de Carlos Arroyo Reyes, otro texto que está en la antípoda del ensayo y que, por el contrario, funcionaría bien como resumen del argumento de Historia de Mayta y Lituma en los andes. Pero el más delirante es el de Ulises Zevallos Aguilar. El suyo es un buen ejemplo de cómo un crítico literario debería sopesar los límites entre el artículo de opinión, la semblanza y el ensayo académico, que el autor confunde flagrantemente. La respuesta del Movimiento Kloaka a la crisis económica, política y social de los ochenta fue artísticamente fértil, pero políticamente intrascendente. La postura del chico malo incomprendido que se muda al barrio y se junta con otros para tumbarse el sistema está demasiado manida. Agraviar a poetas a través de un manifiesto difícilmente hará mella alguna en el canon literario. La poesía de Kloaka está muy por encima de su postura política o de sus biografías individuales. Pero Zevallos Aguilar los apadrina y celebra su malacrianza, además de ver con desconfianza la diversidad informativa de los medios de comunicación, que hubiera preferido no sean devueltos a sus propietarios a fin de hacer frente al «vendaval neoliberal». El problema no es la diversidad informativa sino la univocidad de la información. Asimismo comete el grosero desliz de reunir en un mismo saco a sindicatos, al PCP-SL y al MRTA, cuyas primeras acciones, afirma «gozaron del apoyo de la mayoría de la población peruana […]» (119).
Zevallos Aguilar ignora el Informe Final de la CVR acerca de los procedimientos indudablemente diferenciados entre sindicatos, Sendero Luminoso (SL) y MRTA para manifestarse contra el Estado, y las valiosas investigaciones de Carlos Iván Degregori, quien enfatiza que SL fue un antimovimiento social. Además, ignora que los sindicatos y los movimientos sociales surgidos en los ochenta fueron el mayor frente de contención contra SL. La mejor lección que se puede obtener de su artículo es la precaución que debería tomar un crítico literario antes de intervenir en asuntos de ciencias sociales o ciencias políticas, no porque sean espacios inexpugnables, sino por la solidez de las afirmaciones vertidas.
El resto de textos abordan la poesía (José A. Mazzotti), el teatro (Carlos Vargas), el cine (Lucía Galleno), los retablos como representación de la memoria colectiva (Ernesto Toledo Brückmann), hasta finalizar con una remembranza (nuevamente, no un ensayo) de Miguel Rubio Zapata, director de Yuyachkani, a propósito de la representación teatral de Antígona, versión de José Watanabe, y la adaptación al teatro de Rosa cuchillo, novela de Óscar Colchado.
Esta compilación de testimonios y ensayos sobre la violencia política en el Perú habría ganado en profundidad si el editor hubiese distribuido mejor algunos de los artículos en razón de lo que proponían. La mayor debilidad de esta publicación está, precisamente, en la desigualdad analítica que ofrecen algunos de los textos que he comentado: algunos con suma rigurosidad y otros sobrevolando el tema, compensando la falta de análisis con digresiones autobiográficas, es decir, el revés de la crítica. Sigue leyendo