La hora azul
Alonso Cueto
2005. Lima. Peisa / Anagrama
La hora azul (2005) y Abril rojo (2006) y son, sin temor a equivocarme, las novelas de la violencia política que han recibido las críticas más lapidarias, provenientes de un amplio sector de los escritores denominados andinos, provincianos o telúricos. Su mayor objeción es la falta de adecuación de las novelas a la realidad histórica producto del desconocimiento del tema relatado tanto documental como vivencial. Efectivamente, una de las deficiencias que señalan es que Santiago Roncagliolo y Alonso Cueto carecen de una experiencia directa de la violencia política, lo cual les dificulta escribir sobre estos acontecimientos, en contraste con los escritores que sí fueron testigos directos o posiblemente protagonistas de la violencia. En relación a esto, añaden que los autores de ambas novelas escriben de una posición de clase, en el sentido marxista del término, que los condiciona a un punto de vista burgués que, indefectiblemente, se vuelca en sus novelas, perspectiva a la que a priori consideran deleznable en sí misma porque no daría cuenta, nuevamente, de la realidad de aquellos sujetos cuya historia se pretende relatar. Además, manifiestan que son novelas de baja calidad literaria, pero que gozan de una amplia cobertura mediática y editorial que los posiciona en un lugar privilegiado del circuito de consumo, ventaja con la que, insisten, no cuentan, los mencionados escritores andinos. Personalmente, discrepo de estas afirmaciones porque no permiten indagar en una cuestión primordial. Se detienen en la interpretación del texto y luego lo ubican en una escala de valor en tanto se acerca o distancia del modelo de buena o mala literatura que poseen, pero no se preguntan por las condiciones que hacen posible estas novelas yendo más allá de los autores que las escribieron.
Sin embargo, a todos los que hemos transitado por las vías de la crítica literaria, de alguna forma, nos cuesta desvincular al autor de su texto y más aún, repartir censuras o aprobaciones. La primera vez que leí La hora azul me dejó la sensación de una novela cumplidora, óptima, de una tarea bien hecha aunque no sobresaliente. La misma impresión tuve de El tigre blanco (1985), El vuelo de la ceniza (1995), Grandes miradas (2003); en cambio, fue mucho más gratificante leer Demonio del mediodía (1999), una muestra del modus vivendi de la clase media limeña de fines de los ochentas. Me exasperaba la serena frialdad de los narradores diseñados por Alonso Cueto; el lenguaje ponderado y nada vibrante de sus relatos me hacía pensar que al autor le faltaba osadía para conmover a su hipotético lector. Algunos años después me siento en el deber de reelaborar estas apreciaciones.
Discutir sobre los modelos de mundo que favorecen la reproducción de ciertos discursos que pugnan por ser hegemónicos en un espacio-tiempo es más relevante que insistir en la grandeza o pequeñez del autor y de sus obras. Por ello los términos «buena» o «mala» literatura son tan elusivos y opacos que pretendiendo abarcar la totalidad de una obra literaria terminan diluyéndose en el vacío de la amplitud que desean comprender. Si fuera inevitable para la teoría y la crítica literaria asignar valores a un texto literario, estos tendrían que provenir no de la elección de uno de los tantos sentidos elegidos por el crítico sino por la magnitud del impacto del o los discursos comprendidos en el texto literario que por su performatividad inciten a la consecución de acciones, algunas de ellas posiblemente conducentes a la hegemonía de un grupo en perjuicio de otros. Y aún así una «gran novela» o «mala novela» nada tiene que ver con el potencial de reproducción de modelos de mundo opresores. Una novela considerada «deficiente» podría ser mucho más reveladora de una ideología hegemónica que las más consagradas por la historiografía literaria. En tal sentido, me interesan más las implicancias ideológicas del discurso que propone la novela de Alonso Cueto y los aparatos sociales que la sostienen.
En La hora azul, la violencia política es un acontecimiento narrado desde la clase social más privilegiada de la metrópoli limeña. Adrián Ormache, narrador protagonista, es un exitoso abogado propietario en sociedad de un exclusivo estudio de abogados. Posee una familia ejemplar y una vida confortable, donde la imagen proyectada es mucho más gravitante que lo vivido interiormente. Al igual que Adrián, su madre Beatriz también fue partícipe de esa performance social. La ruptura de ese mundo aparentemente estable y perfecto ocurre en dos momentos: primero cuando Beatriz sufre una decepción matrimonial poco después de casarse, que la instala en una realidad más áspera y menos idílica (enfrentarse con el divorcio y el estigma social que ello representa); segundo, cuando Adrián se entera de los crímenes cometidos por Alberto, su padre, cuando este estuvo destacado en Ayacucho, y de la amante y el hijo que tuvo con esta. La irrupción de la violencia desestabilizó la burbuja en la que Beatriz y Adrián se encontraban cómodamente instalados. En el caso de Beatriz, el impacto público de la violencia conyugal, causa de su divorcio, fue atenuado con éxito, pues ella se reubicó estratégicamente ante su nueva situación: compensa el fracaso matrimonial y su soledad con actividades de caridad, las amigas, el club, sus hijos y el confort de una vida económicamente resuelta. Todo ello contribuyó en conjunto con su reubicación. Adrián no tuvo la misma suerte, porque en su caso la violencia involucraba a otros sujetos sobre cuyas reacciones no se podía tener control.
El estruendo de la violencia pasada resuena en el presente hasta quebrar la burbuja social en que la vive Adrián Ormache; y de esa clase social que se sentía al margen de la violencia, invulnerable o intocable, a la que le bastaba mirar hacia otro lado para evitarse la molestia de observar algo desagradable que les recordara que también son parte de esa realidad violenta. La hora azul confronta a esa clase social contra las secuelas de la violencia armada, de la cual no fue directa responsable, pero que por su indiferencia está condenada a padecerla, aunque bajo otro registro. Un aspecto a tomar en cuenta aquí es la imposibilidad de evadir y silenciar la violencia. Tanto Adrián como su madre evadían el pasado desagradable cuando este se manifestaba en el presente. En ambos se trata de una postura frente a la violencia de un mismo sujeto, padre o marido según la relación. Adrián continúa rechazando a su padre en el presente pero a través de la figura de su hermano Rubén, con quien, paradójicamente se siente unido. (La continuidad del parentesco es una razón por la cual rechaza en este otro una cualidad tal vez latente en sí mismo. ¿Pese al rechazo de la imagen paterna podría Adrián emular al padre en el presente? Ese temor se advierte en los capítulos iniciales). Adrián siente repugnancia ante su hermano alguien que le recuerda a un ser desagradable, su padre. Así, la violencia adquiere fisonomía humana: las descripciones de personajes como Rubén, Alberto y sus compañeros de armas, Chacho y Guayo —obesos, repulsivos, procaces, rudimentarios, agresivos, machistas— refrenda la idea de que existen sujetos más proclives a la violencia o, de otro modo, que la violencia modela el cuerpo de los sujetos, donde deja sus huellas.
Yo no apoyaría una lectura de La hora azul como una novela de clase que refuerza la hegemonía de la burguesía nacional ni como un relato sobre la frivolidad de la clase alta limeña, tampoco como una novela superficial sobre el conflicto armado interno. Todo lo contrario. Esta novela procede con la alta sociedad de un modo análogo al de Un mundo para Julius (1970), Conversación en La Catedral (1969) o No se lo digas a nadie (1994), es decir, saboteando el modelo de una clase social libre de aflicciones, influyente en la vida pública y líder en la construcción de una idea de nación. La hora azul nos coloca, aunque de una manera distinta a Retablo de Julián Pérez, ante el dilema de sentenciar o comprender. El interés de Adrián por conocer la verdad acerca de lo hecho por su padre lo lleva, una vez enterado de los detalles, a intentar comprender el contexto; el análisis de las circunstancias deviene como marco para juzgar las acciones de los victimarios. Este aspecto merece un desarrollo posterior, pero dejo constancia de que La hora azul propone una relectura del discurso de los victimarios en función de las circunstancias en las que ejercieron la violencia. De este modo se sitúa en el otro extremo de la novela de Julián Pérez que sugiere lo mismo, pero desde el lado de los insurgentes.
Si las víctimas de la violencia tienen legítimas razones para exigir que se escuchen sus testimonios, el discurso de los victimarios también merece audiencia. La hora azul nos invita a preguntarnos por un nuevo lugar de enunciación para comprender integralmente el proceso de la violencia política.