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ENCANTO DE GENTE

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Carlos Arturo Caballero

El carioca no gusta de la lluvia ni del frío ni de los días nublados. El carioca gusta del sol, la playa, la samba, el fútbol y los placeres de una vida despreocupada. Y es que Río de Janeiro lleva impregnada la personalidad de un clima propicio para el placer; por ello no es raro que a sus habitantes les entre la melancolía ante la llegada de las lluvias que en marzo anuncian el final del verano. Mientras en Lima la humedad cala hasta los huesos, aquí es posible disfrutar de un sol esplendoroso a 30 grados a la sombra entre fines de julio y principios de agosto. Pero no hay que confiarse, pues así como sale un sol radiante, al día siguiente o durante algunos días más, podría llover y no habrá más remedio que decirle adiós a la playa y sus placeres. En verdad es muy triste caminar por Copacabana e Ipanema en un día nublado y lluvioso, sin garotas ni calor. Esta gris combinación es lo único que puede doblegar la voluntad de los cientos de veraneantes que a diario resisten gustosos el asedio de un sol ardiente.

El circuito de playas más representativo de Río de Janeiro comprende las playas de Leme, Copacabana, Arpoador, Ipanema y Leblon. Es posible recorrerlo a pie, en bicicleta o en auto. La ventaja de hacerlo a pie es que se goza de la vista poco a poco, gradualmente, como quien saborea un buen vino. La playa y la tradicional calzada de ondas blancas y negras, diseñadas por el paisajista brasileño Roberto Burle Marx, corren en paralelo junto a la ciclovía y a la Av. Atlántica en Copacabana. La vista que se aprecia en casi todas las postales de Río corresponde a la que se observa desde la margen izquierda de la playa de Copacabana —una pequeña bahía en forma de una herradura abierta hacia los lados, circundada por enormes edificios, cafés, restaurantes, bares y hoteles—. También en el otro extremo, desde lo alto del Fuerte de Copacabana, se logran buenas tomas de Copacabana. Para el lado de Ipanema, la mejor vista hacia la playa se consigue desde la Pedra do Arpoador, donde se disfruta una magnífica puesta del sol tras el morro “Dois Irmãos”.

Copacabana luce igual prácticamente todos los meses del año: vóley, fútbol, joggers, skaters, ciclistas, turistas, músicos, vendedores ambulantes, paseantes con sus mascotas y los infaltables kioskos que ofrecen agua de coco, cerveza, cachaça y caipirinha para aliviar el calor. Mayormente, es frecuentada por parejas con hijos, jubilados y familias. En cambio, a Ipanema van los jóvenes, generalmente. Los puestos de la prefectura, que se extienden por todo lo largo del circuito de playas, sirven como buen punto de referencia. El puesto 1 comienza en Leme y llega hasta el 5 en Copacabana; del 6 al 12 continúan en Ipanema hasta terminar en Leblon. Entre cada puesto media una distancia de 1 km. aproximadamente. La zona del puesto 8 es mundialmente conocida por ser la preferida de la comunidad gay. En el puesto 9 predomina la gente joven y es la zona más concurrida de la playa de Ipanema. Mucho más reposada y algo más desierta es la playa de Leblon, próxima a la favela Vidigal y al hotel Sheraton.

Salvo que la lluvia eche a perder la rutina carioca, es frecuente ver a jóvenes y adultos trotar a lo largo de la amplia calzada que bordea la playa desde Leme, pasando por Copacabana e Ipanema, hasta culminar en Leblon. No solo las mujeres se preocupan por lucir una figura perfecta, cuyos resultados saltan a la vista, sino que también los jóvenes y adultos mayores se esmeran por verse bien fit. No hay pretexto que valga para no lograrlo, pues cada cierto tramo disponen de módulos para hacer ejercicios a todo lo largo del circuito de playas. A ello se agregan las escuelas de fútbol y vóley playa, y las áreas destinadas a la paleta playa y fútbol net. Sin embargo, aquellos y aquellas que no lucen una esbelta figura tampoco se esfuerzan por ocultarlo. Asimismo, los deportes para los cariocas no conocen de fronteras de género. Mujeres que bien podrían estar bordeando o superando los 40 no desentonan en destreza al jugar una partida de fútbol net, del mismo modo que los muchachos y hombres maduros disfrutan sin prejuicios del vóley playa. Por estos lares, el sol, la arena, la playa y el calor vencen todo prejuicio estético y son el antídoto perfecto contra la mojigatería moralista. La autocensura no está en el libreto cotidiano de las garotas.

Conforme nos adentremos un poco en la playa, seremos testigos privilegiados de la belleza de la mujer carioca, gustosa, exuberante y nada mezquina consigo misma ni con quienes tuvieran el placer de mirarlas y admirarlas. Y es que el secreto de las chicas de Ipanema y Copacabana es sentirse bellas, primero, y luego, como lógica consecuencia, verse así para los demás sin esperar su aprobación. Desde que caminan o bailan, que al final es lo mismo, hasta cuando conversan en esa melodiosa y sibilante candencia vocal que adquiere el portugués en sus labios, las garotas llevan la seducción à flor da pele. Los cariocas gustan de la piel bronceada todo el año. Esta es la pista que de inmediato les facilita identificar a los turistas. «¿Você não é de aquí, né?», me pregunta la mesera del kiosko, el vendedor del puesto del puesto de diarios y el ascensorista del edificio.

Los cariocas también adoran a sus mascotas. Los dueños de mascotas por esta zona no escatiman en precios si de brindar confort y cuidados a sus engreídos se trata, lo que hace de la veterinaria una profesión muy rentable (un tratamiento dental a un cachorro cuesta aproximadamente 200 dólares). Una extraña proyección de la personalidad del dueño hacia la mascota se aprecia en las viejecitas que prefieren las razas pequeñas como los schnauzer, chihuahas, salchichas o puddle; en las parejas de enamorados con los labradores; o en los fisiculturistas con los rottweiller. Me dicen que una señal inequívoca de soledad es tener un perro. Si esto es cierto, entonces esta es la ciudad de los corazones solitarios más densamente poblada del mundo. Tal vez las mascotas están más dispuestas a una relación estable y duradera que la mayor parte de los habitantes de la Ciudad Maravillosa suele rehuir.

Mi deuda con Río de Janeiro aún no está saldada. Queda mucho más por descubrir de su gente y sus costumbres. El tiempo está a mi favor, por lo cual seguiré disfrutando de la sensualidad carioca mientras tomo las últimas notas en esta soleada tarde de navidad en Ipanema.

Río de Janeiro, 25 de diciembre de 2011
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