Eras luz de amanecer
súbita
extensa
cálida
remota
cercana
Próxima a la tristeza de mi resurrección
Apareciste
Allí donde florecían almendros desbrozados
en millares de pedazos que retornan como
puntiagudas estrellas
Iluminaste la oscuridad de mi universo
Más allá de los límites de aquella luz de agosto
Que aún resplandece a la distancia
Como el rabioso estallido de una tormenta solar
desplegada sobre un desierto de nieves perpetuas
Trepidante, intrépida, trashumante, incandescente, sibilante
poliforme, excéntrica, luminosa
augustina, vespertina y sigilosa
Así eras tú en aquella tarde de agosto
Un despertar maravilloso y anhelante, sediento y vigoroso
Promisorio como la primavera
Cálido como el estío
Dolorosamente mía como una puñalada sobre mi espalda
Mi existencia se diluyó en tu existencia luminosa
Toda la extensión de tu cuerpo albergó la tristeza de mi fracaso
la tentación de poseer un amor enamorado de sí mismo
la inconmensurable alegría de observar cada mañana
-aunque a intervalos prolongados-
la total, extensa y absoluta plenitud de tu belleza transparente
circundada por tu endemoniada cabellera ultravioleta
Eras
el universo atravesado por una llamarada radiante y silenciosa
que dibujaba un crepúsculo de fuego en el horizonte más lejano
e infinito que Dios hubiera imaginado
Retuviste en tu vientre mi incontinencia y mi violenta manera
de hacer del mundo una tragedia personal de alcance histórico
Definiste una nueva manera de hacer del amor
un sacrificio entregado a los brazos de un Centauro
mítico como el misterio que envuelve tu alejamiento
y que trastorna mi alma enamorada de tu recuerdo
y aterrorizada por tu presente
El terror reaparece bajo la forma de un diminuto nudo
insignificante y cómico
El terror de verte lejos
Y la dificultad de hallarme cercano
“A ese fascinante ligarse de mi vida
A tu existencia.”
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