Archivo por meses: diciembre 2009

‘Érase una vez que se era’ de Silvio Rodríguez

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Después de seis años, me animé a comprar un CD original. La última vez había comprado una compilación de canciones de Luis Eduardo Aute, Paseo por el amor y el deseo, y un par de años atrás, en unas galerías de la calle Capón, unas cintas originales de Jean Michel Jarre. A diferencia de unos diez años atrás, hoy es muy fácil bajar una canción o un álbum completo de Ares y armar luego una propia antología al gusto. Sin embargo, a pesar que comprar un disco original requiere una inversión que no todos los seguidores de alguna banda o solista están dispuestos a hacer, el Cd original es más que solo un producto que contiene aquello que nos fascina -una canción o una película-; se trata del concepto que los creadores del producto concibieron para que acompañe al disco que llega a nuestras manos. Como bien me dijo una vez un gran amigo hasta ahora fanático de los discos originales, el arte, el concepto del arte que envuelve al CD original es tan importante como el contenido.

Totalmente de acuerdo porque ello le imprime un sello especial a cada álbum, una personalidad distinta en cada etapa de la evolución del grupo o del solista, algo que nuevo que nos quiere transmitir. Por estas razones, es que me decidí comprar esta última producción de Silvio Rodríguez de quien conservo gran parte de su discografía en cassettes de la disquera EGREM y Ojalá, producidos en la década de los ochenta.

Érase una vez que se era (2006) es un álbum doble que contiene temas que Silvio había compuesto durante diez años antes de grabar su primer disco Días y Flores (1975). Se trata de una deuda pendiente del cantautor cubano consigo mismo, ya que estas canciones eran conocidas por sus seguidores más fieles quienes las conocieron y difundieron mediante grabaciones no oficiales en conciertos realizados en distintos países.

Cuando Silvio graba un disco no solo se limita a lo estrictamente musical, sino que también interviene de manera decisiva en la concepción del diseño y en la edición del material. De hecho en las producciones más recientes él figura como productor general. Erase una vez que se era no es la excepción. Silvio dispuso que el diseño del disco transmitiera la sensación de un salto al pasado, de una evocación de la etapa previa a su profesionalización como artista. Algo así como el descubrimiento de su protohistoria, de los primeros episodios y experiencias vitales que rodearon sus primeras composiciones y que sirvieron de base para sus posteriores producciones. Por ello es que la cubierta del disco tiene un aire rústico de tonos café oscuros y matices en gris. Asimismo, al interior, contiene fotografía sus amigos entrañables, de aquellos que muy pocos de nosotros tal vez conocemos que fueron importantes para su formación musical entre los que destacan el trovero Noel Nicola y Aída Santamaría, quien lo animó a continuar de muy joven su carrera musical.

Respecto a las canciones, no se vaya pensar que son grabaciones originales de aquellos años en que fueron compuestas (seguramente para algunos esto pueden significar una pequeña decepción). Las canciones han sido grabadas nuevamente con arreglos que permiten reconocerlas, sobre todo a aquellas que se hicieron más conocidas, tales como “Fusil contra fusil”, “El papalote” y un poco menos, “Nunca he creído que nadie me odia”. El tema que más me agradó y al que sugiero que pongan atención es “Epistolario del subdesarrollo” del CD2. Sobre la génesis de esta canción, Silvio dice

Por aquellos años un viaje fuera de Cuba era tan inimaginable como remontarse al cosmos. A través del cine la juventud veía el mítico mundo exterior y sus modas, y algunos trataban de imitarlo desde sus escasos recursos. Esta canción habla de jóvenes que no suelen ser vistos como vanguardias de la sociedad; de muchachos para quienes el bienestar no parece proceder de vivir a la altura de su tiempo, sino del hedonismo (…) entre otras cosas, pretende darle voz a seres humanos quizá no tan ejemplares, pero ante quienes toda sociedad deberá rendir cuentas

Esta canción me parece muy importante porque aclara lo que para muchos, críticos y simpatizantes de Silvio, parecía incuestionable: su total adhesión a la Revolución Cubana y a Fidel Castro sin medias tintas. En este tema, se critica el porqué la juventud cubana no puede disfrutar de los privilegios que los jóvenes de Europa tiene a su alcance y de cómo se las ingenian para recrearse, de manera imperfecta, ese mundo que contemplan desde lejos. Se trata de una autocrítica al régimen y a los sacrificios que la Revolución había previsto para sus generaciones presentes y futuras. El CD2 también contiene un videoclip de esta canción con imágenes de la Cuba actual, lo que nos confirma que aquellas objeciones que Silvio discretamente lanzaba en sus primeras composiciones siguen perdurando en el presente.

“La canción de la trova” es acompañada por Adriano Rodríguez en la segunda voz. En una primera impresión, me había parecido que era Compay Segundo, con quien también grabó alguna canción, porque las voces de ambos son muy parecidas. La participación de Adriano Rodríguez es muy especial porque esta canción surgió a partir de escuchar un disco que reunía las voces de este viejo troveros y de otros más, disco que regaló a su madre y que solía escuchar a menudo hace más de 40 años.

“Judith”, “Una mujer” y “El día en que voy a partir” son canciones de inspiración amorosa. “Judith” tiene unos arreglos y una melodía nostálgica que armonizan muy bien con la letra que suena a advertencia, a presagio, a invocación. El coro es lo mejor de esta canción:

Cuida bien tus estrellas mujer, mujer,
cuida bien tus estrelas
y que nunca las pierdas

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La UNSA con el santo de espaldas

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La huelga de los docentes de la Universidad Nacional de San Agustín

En 1996 ingresé a Literatura en la UNSA. Recuerdo que en la cola para la inscripción al examen de admisión decidí entre entre Periodismo, Psicología, Derecho y Literatura. Finalmente, elegí Literatura porque por aquellos días venía leyendo y releyendo La casa de cartón de Martín Adán y me prometí escribir una obra similar -hasta parafraseaba fragmentos que hacía pasar por propios para impresionar a una novia de esos años- y a mitad de carrera pensé seriamente en hacer mi tesis sobre esta magnífica novelilla. Tengo muy presente aquella época de los claustros agustinos, tanto por los amigos, profesores y demás experiencias que enriquecen los años dorados de cualquier estudiante universitario.

De los maestros quien a primera vista me sorprendió por esa cultura oceánica y por su capacidad para evocar personajes, argumentos, obras, citas y demás fue el doctor Tito Cáceres. Nos enseñó en primer año el curso de Metodología de la Investigación Literaria donde nos introdujo al conocimiento de los diversos métodos de investigación no solo de manera teórica, sino aplicándolo a alguna novela ad hoc para el caso. En segundo año, Willard Díaz se encargaba de “filtrar y reclutar” a los alumnos que, según su criterio, se tomaban los estudios literarios en serio: controles de lectura semanales, clases a pesar de la toma de locales por los estudiantes, exámenes orales constantes, lectura directa de las fuentes… todo ello apuntaba a reducir al máximo la cantidad de alumnos que pudiera escoger como especialidad Literatura. De hecho, la gran mayoría escogía Lingüística muy convencidos por un sector de los profesores de dicha especialidad, de que en Literatura “la chamba era escasa” y que después de terminar Literatura y Lingüística -la UNSA es la única universidad en el Perú hasta donde yo sé que otorga un título con esta doble mención- podrían seguir la complementación pedagógica durante dos años y obtener el ansiado título de educador en Lengua y Literatura. ¿Y por qué no postularon directamente a educación en lugar de desperdiciar 5 años en una carrera espúrea que los obligaría a seguir dos años más para finalmente lograr el objetivo final que era convertirse en pedagogo? Los compañeros de Lingüística que se animaban a contestarme decían que el ingreso a Literatura es mucho más fácil, mientras que a Educación, la probabilidad de ingresar era menor.

Es decir, buena parte de los egresados de mi escuela no tenían la convicción de ejercer la investigación lingüística, ya que solo querían convertirse en maestros de colegio y uno que otro, engancharse en la docencia universitaria si la oportunidad se presentaba y si merecían el favor de algún catedrático que a la sazón ocupara un cargo importante mediante el cual decidiera su contratación en medio de oscuras componendas. Del lado de los literatos el panorama era menos tenebroso, pero al menos, teníamos el consuelo de que los mejores profesores, al menos la minoría mayoritaria o la mayoría moral, estaban en nuestra especialidad. Goyo Torres acababa de regresar a la escuela luego de cursar la maestría de Literatura Latinoamericana en la UNSA y se notaba, aunque no me llegó a enseñar, que venía con un aire renovador; igualmente satisfactorio fue contar con José Gabriel Valdivia, nuestro amigo poeta, en cursos como el Taller de Poesía, y luego para los más jóvenes en Literatura Regional e Introducción a la teoría literaria. Como no recordar a la exigente y puntillosa Nardy Rosado en Lecturas Literarias, quien planteaba inteligentes preguntas de deducción en sus controles de lectura.

Posteriormente, Rosa Núñez se sumó a este equipo de profesores de Literatura en la Escuela de Literatura de la UNSA en Arequipa y conformaron, a trancas y barrancas, un grupo interesante que publicó sus investigaciones en la revista Apóstrofe dirigida por Willard Díaz. Aquel proyecto también contó con la participación de otros investigadores en Humanidades y Ciencias Sociales parte de ellos egresados de la primera y última maestría en Análisis del Discurso dictada en mi Escuela en 1999 y 2000, si la memoria no me falla, por profesores de la Escuela de Literatura de San Marcos.

Este recuento de mi paso por la UNSA no es simple evocación nostálgica, sino una manera de comparar lo que experimenté cuando fui estudiante y lo que vienen experimentando todos los estudiantes de la UNSA en estos precisos momentos. Cerca de tres meses de huelga indefinida de docentes pone en riesgo el año académico en la primera casa de estudios de Arequipa que, año tras año, se ve sumergida y devorada por la incapacidad de sus autoridades desde la cabeza hasta las instancias menores. Ver que en TV UNSA se promociona al Centro Preuniversitario de la Universidad que se prepara para el próximo proceso de admisión, o ver que la universidad anuncia las inscripciones para otro proceso, provoca hilaridad porque simple y llanamente, se trata de una vil estafa: ¿qué le ofrece realmente la UNSA a un joven postulante hoy en día? Huelgas, paros, tomas de locales, pérdida de tiempo, avance sobre la marcha en vacaciones mientras todos los demás están disfrutando de un merecido descanso. Por eso, no llama la atención que las filiales de universidades privadas como la Néstor Cáceres Velásquez de Juliaca, Alas Peruanas o la UTP por mencionar algunas, vean incrementada su población estudiantil, puesto que para algunos los padres de familia resulta cada vez más práctico pagar un poco más, pero ver que sus hijos avanzan.

¿Y qué del prestigio de la San Agustín? ¿la infraestructura? ¿la variedad de carreras que ofrece y la trayectoria de los docentes que la componen? El prestigio se diluye a través del tiempo si es que no hay con qué demostrar que aún está vigente. Ahora no es más que un espejismo en la memoria de nuestros padres y abuelos o sin ir tan lejos, en aquellos que fuimos estudiantes en los años 90. En los 80, la UNSA como todas las universidades públicas del país, atravesaba una crisis política que la arrastraba a la ingobernabilidad y el desorden. Las huelgas impedían que el año académico se desarrollara con normalidad y era frecuente que este se perdiera o retrasara más de la cuenta. Sin embargo, la ciudadanía seguía viendo con ojos de admiración y orgullo a los estudiantes agustinos, símbolo de protesta, inconformidad y rebeldía. Hoy ya no es más así. La ciudadanía quiere ver a sus hijos progresar en un ambiente en el que la discusión y el intercambio de ideas no obstaculice el aprendizaje y en el que la transparencia sea una práctica cotidiana y no una suerte de oasis en medio del desierto. La infraestructura de la UNSA es enorme en edificios, luce muy a la distancia, engorda la vista desde afuera: parques, jardines, un estadio imponente, amplios corredores (la Facultad de Filosofía y Humanidades es una casona antigua que contrasta muy bien con el espíritu que se vive fuera de las aulas, y, personalmente, me gusta más que el de San Marcos que luce como los pasillos del hospital Santa Rosa y que Letras y Humanidades de la PUCP que de tan pulcro que es no da ganas de estropear nada). Todo eso es la UNSA, pero nada de ello es suficiente si es que el recurso humano no está a la altura de las expectativas y ese es el verdaderon problema: docentes, administrativos y alumnos todos son cómplices en esta debacle.

Los catedráticos de la UNSA, salvo honradas excepciones, sienten que ya saldaron cuentas con los estudios y se conforman con lo que vienen repitiendo hace 20 o 30 años. La bibliografía de sus cursos sigue siendo la misma a excepción de algunas enmiendas que cada cierto tiempo hacen a su sílabo, pero más por una cuestión decorativa que por espíritu de renovación. Comenzando desde los concursos, tenemos que muchas veces se sabe quién va a ser nombrado o contratado con mucha antelación al veredicto final. Se sabe de las componendas que existen al interior de algunas facultades para favorecer a ciertos postulantes a la docencia a cambio de su adhesión política cuando ingresen a la universidad. De hecho que esta situación no ocurre en toda la universidad con la misma intensidad, pero ocurre y eso es ya un escándalo. Me preocupa por la gente honesta y preparada que se ve envuelta injustamente en esta situación y doy fe de que sí existen docentes empeñados en que esta huelga cese, que se mantienen en contacto con sus alumnos vía correo electrónico y que ven la manera de asignar tareas, lecturas o encuentros en la casa de algún profesor cuando la situación lo permite. Pero son lo menos, son héroes morales que solo pueden apelar a sus acciones para dejar constancia de que no comparten el sentir de los mediocres que consideran que solo por una cuestión monetaria pueden relegar las expectativas de varias generaciones de estudiantes que sí creen en la UNSA y en lo que representó para sus padres y abuelos. Esta no es la UNSA que hubieran querido ver Antonio Cornejo Polar, Francisco Mostajo, Víctor Andrés Belaúnde, Jose Luis Bustamante y Rivero u otros tantos intelectuales que egresaron de esta casa de estudios. Sin embargo, la gran mayoría de docentes se empecina en no levantar la huelga y seguir postergando a los estudiantes a unas vacaciones forzadas, situación que se ha venido repitiendo durante los últimos 4 años en la misma época: de setiembre a noviembre no trabajaban y entre enero y marzo “recuperaban” en tiempo récord lo anterior e igual percibían su sueldo. No tienen mucho que perder, el futuro para ellos es más reducido a medida que pasan los años, pero no es así para los estudiantes.

Al momento en que estoy terminando de actualizar este post, me he enterado de que desde este lunes la UNSA reinicia labores. Pero ello no nos debería complacer por completo, ya que seguramente, los profesores terminarán a trompicones el ciclo anterior durante el verano, mientras el resto de estudiantes de universidades particulares disfrute de las vacaciones como debería ser (Literatura en San Marcos no ha acatado la huelga y tampoco no todas las escuelas de la Federico Villarreal). Antes, Medicina de la UNSA solía ser la última facultad en plegarse a los paros y me consta que hacían todo lo posible para no detener su avance académico, lo cual le ganaba el respeto del resto de la comunidad agustina de la ciudadanía que le tiene especial afecto a los estudiantes de Medicina de la UNSA. Pero hoy ya no es así y todos los estudiantes, sin excepción, se han visto obligados a perder clases durante casi tres meses.

Los docentes de la UNSA se ganarían la adhesión de la ciudadanía y de los estudiantes respecto al justo pliego de reclamos que vienen elevando ante el Ejecutivo si existiera de su parte un compromiso con su labor como maestros. Pero ¿por qué tendríamos que apoyar a quienes abandonan a su suerte a los alumnos y contribuyen a la debacle progresiva de la universidad? Pensar que el problema de la UNSA es netamente económico, salarial, es equivocarse, porque si mañana mismo les homologaran el sueldo a los docentes de la UNSA estoy seguro que nada cambiaría porque se trata de un problema de actitud, de hábito, de formación. Un giro radical en el corto plazo lo veo complicado porque el cambio generacional es muy lento producto de las redes de poder constituidas por quienes se enquistan en cargos y deciden quién ingresa o no a la docencia universitaria con total prescindencia de méritos académicos. Pedirles a los docentes mediocres, que no son todos, que reformulen su postura es mucho pedir, pero invocar a los estudiantes a no ser cómplices de dicha mediocridad exigiendo y demandando una enseñanza de calidad, asistiendo a clases y fiscalizando a las autoridades es más viable.

Los estudiantes tienen la palabra.

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