El poder de la escritura

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Por Mauricio Aguirre

La mirada europea

Cuando llegaron los españoles, llegó con ellos una manera de ver el mundo; está claro, una mirada europea. A la palta la llamaron “pera”; a la llama, “carnero”; al puma, “león”; al ayllu, “familia”. En 1492, luego de la reconquista de la península, la mentalidad española estaba dominada, fundamentalmente, por la supremacía de la religión cristiana frente a la musulmana, por la seguridad otorgada por el poderío de sus armas, pero, también, por el prestigio literario de su “Siglo de Oro”. Con esta mentalidad, las culturas americanas encontradas, o conquistadas, tenían que ser consideradas como civilizaciones inferiores, puesto que tenían dioses paganos, sus armas eran rudimentarias y, sobre todo, no tenían escritura.

El poder sobre las culturas americanas estuvo fundamentado, entonces, en estos tres mecanismos: la religión, las armas y la escritura. Pero estos tres mecanismos no hubieran funcionado automáticamente si los españoles no hubieran estado convencidos de su superioridad y no se hubieran tomado el trabajo de convencer a los indios de ello. Hoy en día, seguimos absolutamente convencidos de ello.

El poder de la escritura

500 años después de la Conquista española, desde las escuelas se nos sigue enseñando que unos fueron superiores a otros y que, por esa misma condición, los inferiores fueron conquistados. Se nos sigue enseñando que, a pesar de que la cultura inca fue “superior” a todas las culturas de la región, era “inferior” a la española. Con estas ideas, nuestros escolares infieren, fácilmente, que, aún en la actualidad, cualquier persona que profese una religión diferente a la “oficial” pertenece a una secta; que cualquier persona que no sabe leer ni escribir es una persona ignorante y sin cultura, y sin ninguna posibilidad de ser un profesional de éxito. Además, estas ideas no quedan en el pensamiento, sino que, comúnmente, se llevan a la acción con lo cual se pasa directamente a la discriminación.

En efecto, en el mundo actual y en nuestro país, a pesar de que aún existen culturas ágrafas que muestran sofisticadas relaciones sociales y, como producto de ellas, diversidad productiva, creencias secularmente establecidas que brindan noción de unidad, costumbres arraigadas en su relación con el mundo que los rodea y maneras distintas de hacer justicia, se mantiene la idea de que los que saben escribir son seres superiores a los que no lo saben.

Es imposible no reconocer la importancia de la escritura en el curso histórico de las ciencias y de la civilización, pero tampoco se puede desconocer que no es el único medio de transmisión de conocimientos. La oralidad es el medio fundamental de las culturas ágrafas para transmitir sus conocimientos y es tan efectivo como la escritura. Sin embargo, a través de la historia, se ha privilegiado a una y subordinado a la otra. Se tratan solo de formas de comunicar el conocimiento, de herramientas. El conocimiento lo produce el pensamiento y cualquier persona o cultura que pueda pensar, independientemente de las herramientas que utilice, puede desarrollar conocimiento. La naturaleza de estas herramientas impide, desde unos criterios lógicos, una comparación y, menos aún, una jerarquización que deviene útil, únicamente, justamente para ejercer poder y dominio de los letrados sobre los iletrados.

El quechua y el castellano

El aprendizaje de una segunda lengua trae, como es natural en todo proceso de aprendizaje, la interferencia de las estructuras (fonéticas, morfológicas, sintácticas y semánticas) de la lengua materna en la lengua meta. Esta se produce tanto a nivel oral como a nivel escrito. Además, la observamos en la forma de hablar de cualquier persona que quiere dominar una segunda lengua, sea esta de la nacionalidad que sea: un francés, un alemán, un norteamericano, un africano, un chino o un quechua-hablante que quiere aprender el castellano pasa por una serie de etapas en las que se muestra con claridad cómo la lengua materna se entromete en la producción de la segunda lengua.

Además, se tiene que anotar que la convivencia de las lenguas andinas y amazónicas y el castellano en este espacio geográfico llamado Perú fue poco armoniosa por decir lo menos. Es decir, el castellano se instituyó como la lengua oficial de la Colonia y así fue también durante la República. Por su lado, las lenguas autóctonas se vieron relegadas a ser utilizadas, básicamente, en los ámbitos domésticos y ya nunca más públicos. Se instauró, pues, en el país, una situación diglósica. Muchos bilingües quechua-castellano, en la actualidad, tienen vergüenza de decir que hablan quechua.

Debido al alto centralismo que ha imperado en el Perú, país multilingüe, en los distintos gobiernos desde la independencia, se ha obligado a los pobladores andinos o amazónicos a aprender el castellano. El castellano producido por este aprendizaje no ha estado exento de emisiones de juicios de valor por los hablantes maternos de castellano. Estos juicios de valor están destinados, justamente, a mantener las relaciones de poder que nos dejó la colonia. En una sociedad clasista como la nuestra, es necesario encontrar maneras de decirle al otro que es inferior a uno y una de estas maneras es atacar su forma de hablar y de escribir. Así, no nos daremos cuenta de que, desde el punto de vista científico, la interferencia de la lengua materna en la segunda lengua es parte de un proceso absolutamente natural de aprendizaje y no de una ignorancia atribuida al nivel cultural.

Una mirada colonialista

Si al razonamiento anterior añadimos que las lenguas andinas y amazónicas han sido consideradas, sin razón lingüística, como inferiores al castellano, comprenderemos entonces que el artículo de Aldo Mariátegui intenta preservar una forma de poder y de dominio cultural. El que una persona no domine la escritura de una segunda lengua no tiene nada que ver con su cultura (entiendo una noción extendida de cultura que he tratado de expresar en este texto y no aquella restringida que tiene ver con los conocimientos enciclopédicos), con su capacidad de representar a una población (como congresista, por ejemplo), ni con su capacidad para aportar con ideas claras. Un artículo como el de Aldo Mariátegui no hace sino confirmar que buena parte de nuestra sociedad está gobernada por un pensamiento sumamente endeudado con nuestro colonial pasado histórico, que buena parte de nuestra sociedad está anclada en ese pasado y que esas cómodas cadenas que lo atan al poder (político, económico y social) son más duras y duraderas que el reconocimiento de los derechos de las personas de no tener el castellano como lengua materna o de hablar un castellano andino. O también puede ser que un artículo como ese se deba a una ignorancia supina y a la tozudez de su autor por no querer aprender cómo está conformada nuestra sociedad con la utilización de un mínimo sentido común.

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