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¿A dónde va el libre mercado?

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A propósito de un artículo de César Hildebrandt

Arturo Caballero Medina
acaballerom@pucp.edu.pe
www.naufragoaqp.blogspot.com

El periodista antiliberal y el comentarista fiel

Gracias a los comentarios desinteresados de un amigo y ex condiscípulo de la secundaria, Lucho Juárez, es que recientemente me veo más obligado a escribir sobre ciertos temas cuya discusión considero importante. De no ser por este fiel comentarista, difícilmente hubiera leído el artículo que César Hildedrandt escribió sobre el libre mercado en agosto de 2007 (el cual sugiero leer antes de esta nota, puede consultarlo en http://cesarhildebrandt.wordpress.com/2007/08/17/economia-de-mercado/; fiel a su estilo incisivo y mordaz, este connotado periodista odiado y admirado a la vez, de seguro que es extrañado por un gran sector de los televidentes, agotados por las moralejas de Cecilia Valenzuela o nostálgicos por los mejores momentos de Rosa María Palacios: “La ventana indiscreta” parece cada vez más un recetario sobre lo políticamente correcto mientras que “Prensa libre” padece de un ritmo por momentos cansino). En el mencionado artículo, su autor arremete contra el libre mercado, el capitalismo salvaje y el liberalismo con mucho hígado pero sin distinguir el trigo de la paja: solo se regodea con la paja. A continuación, procuraré “despajarizar” lo vertido acerca del libre mercado para completar la otra parte ausente en el texto de Hildebrandt.

La fuente desconocida

Tanto los que defienden a muerte como los que critican el liberalismo político y/o económico cometen el error de no consultar las fuentes sino que reciclan la crítica de la crítica. Dudo que Hildebrandt haya leído La riqueza de las naciones de Adam Smith además de su Teoría de los sentimientos morales los cuales muchos liberales económicos acérrimos y antiliberales también deberían revisar. En La riqueza de las naciones Smith afirma que el mercado debe regular la economía mediante la oferta y la demanda (la mano invisible), pero en ningún momento dice que el Estado deba desaparecer, más bien dice que este debe garantizar el bienestar individual del ciudadano permitiéndole acceder a los requerimientos mínimos para su realización, a partir de lo cual, cada uno podrá escoger su destino. Esto lo complementa en Teoría de los sentimientos morales un tratado acerca de los valores éticos sostenidos por el liberalismo clásico. El desconocimiento de ambos textos induce al error generalizado, en la actualidad, de confundir liberalismo con neoliberalismo y liberalismo político con económico. Obviamente, el ciudadano de a pie no tiene la obligación de conocer estos detalles; sin embargo, aquellos que expresan opiniones favorables o adversas sobre el libre mercado —y por extensión, sobre el liberalismo— o cualquier tema de actualidad no deberían cometer un desliz como este, sobre todo cuando se trata de líderes de opinión como periodistas o políticos (no incluyo a los intelectuales ya que ellos están, lamentablemente, cada vez más lejos de la gente) cuya responsabilidad compartida es hacer pedagogía política.

El liberalismo clásico, en su vertiente política, tiene muchos puntos de coincidencia con el anarquismo (rechazo a la limitación de la libertad) y con el socialismo utópico (bienestar social). Por otro lado, derechos humanos, contrato social, instituciones legales supranacionales, tolerancia con las diferencias, estado de bienestar, etc., son conquistas liberales no socialistas, marxistas ni comunistas. La lucha contra el poder despótico y absolutista de las monarquías europeas la inició el liberalismo, no el marxismo. Estos principios liberales fueron distorsionados en el siglo XX por los ideólogos del capitalismo salvaje (neoliberales) para quienes el mercado está por encima del individuo y lo ético no es más que una molestia a enfrentar.

Hildebrandt enfiló sus baterías contra el libre mercado (con las cuales coincido en parte) pero le faltó pedagogía política para no confundir al lector: todo ello que menciona no es culpa de Adam Smith sino de las tergiversaciones, según algunos expertos, de Milton Friedman y Frederick von Hayek, economistas ultraneoliberales del siglo XX.

Chomsky desarrolla de manera profunda las coincidencias entre liberalismo clásico y socialismo libertario en El gobierno del futuro, conferencia dictada en el Perry Center de Nueva York en 1970. Ahí señala que en el futuro no quedará otra opción que conciliar lo mejor del liberalismo con lo mejor del socialismo para construir un liberalismo de izquierda (posibilidad viable para algunos y para otros un disparate porque se trataría de una contradicción insuperable. Acerca del liberalismo de izquierda sugiero revisar el blog del filósofo Gonzalo Gamio (www.gonzalogamio.blogspot.com) y el del politólogo Martín Tanaka (www.virtuefortuna.blogspot.com). Ambos analizan las posibilidades y obstáculos, respectivamente, que enfrentaría esta síntesis en el Perú).

Chomsky señala que “las ideas liberales clásicas, en su esencia, aunque no en la manera como se desarrollaron, son profundamente anticapitalistas” (15). Critica al libre mercado pero deja en claro que la deshumanización de la sociedad industrial no fue responsabilidad del liberalismo sino del capitalismo industrial de fines del siglo XIX hacia adelante. Este capitalismo solo puso énfasis en la reducción del Estado y en la exacerbación del individualismo el cual no es avalado en su totalidad por el liberalismo clásico ya que busca establecer una comunidad de libre asociación acentuando los vínculos sociales entre sus miembros. Vale la pena citar un fragmento de la conferencia de Chomsky:

“(…) el punto de vista liberal clásico se desarrolla a partir de una determinada idea de la naturaleza humana que hace hincapié en la importancia de la diversidad y la libertad de creación; por lo tanto, ese punto de vista se opone de un modo fundamental al capitalismo industrial con su esclavitud de los salarios, su trabajo alienante y sus principios jerárquicos y autoritarios de organización social y económica (…) el pensamiento liberal clásico se opone a los conceptos del individualismo posesivo, que son inherentes a la ideología capitalista”.

En relación a las limitaciones del libre mercado, Karl Polanyi afirma que el mercado “no podría existir durante un periodo de tiempo prolongado sin arruinar la sustancia humana y natural de la sociedad; aniquilaría físicamente al hombre y destruiría su entorno por completo”. En conclusión, el capitalismo moderno manipuló las tesis del liberalismo clásico; este es el sello del neoliberalismo: capitalismo deshumanizado.

Mercaderes, indiferentes y excluidos

Hildebrandt explota muy bien la pluma ácida, el ejemplo certero y la frase efectista, recursos con los que en dos trazos diseña una estrategia de argumentación práctica para la comprensión del lector pero poco sustancial para el análisis. Los perjuicios del libre mercado deben interpretarse en oposición a sus beneficios. ¿Por qué después de tantos años tenemos tarifa plana de Internet, cable y telefonía? ¿Por qué se reducen las tarifas de llamada a celular y a teléfonos fijos? Por la tremenda oferta que existe de estos servicios en el mercado. Y esta tardía pero beneficiosa reacción de Telefónica no se debe a que el Estado patee el tablero y desconozca los contratos ni a cruzadas sociales contra la inversión española ni a los debates en el congreso sobre la eliminación de la renta básica. Aquello es resultado del esfuerzo de miles de peruanos cuya necesidad los llevó a idear una manera de sacarle la vuelta al sistema aprovechando las ventajas del libre mercado. Me refiero a las cabinas de Internet, los locutorios públicos y a los “hombrecitos celular”. Es a ellos a quienes deberíamos agradecer la rebaja de las tarifas telefónicas porque vienen cubriendo una demanda creciente a precios muy bajos. En 1997, la Universidad Nacional de San Agustín ofrecía el servicio de Internet al público los domingos de 8 a 12 a un precio de 3.50 soles por dos horas. Recuerdo que en el verano de 2000 pagué 4 soles por hora en una cabina ubicada en la avenida Benavides de Miraflores en Lima. Mientras en toda Latinoamérica Telefónica ofrecía tarifa plana de Internet, en el Perú se pagaba por tiempo de conexión en el caso de usuarios domésticos y una tarifa plana solo para distribuidores. ¿Qué sucedió durante los siguientes ocho años? Proliferaron las cabinas públicas de Internet de una manera vertiginosa al punto de que en Arequipa una hora cuesta 0.70 céntimos. (Según estadísticas, el Perú es el país que posee mayores niveles de acceso masivo (cabinas públicas, no doméstico) a Internet en Latinoamérica. Este fue solo el primer paso para que las tarifas de telefonía descendieran puesto que las llamadas por Internet pusieron en sobreaviso a las compañías de telefonía fija y celular: progresivamente, redujeron el precio de la línea fija y de los aparatos y tarifas celulares (los primeros armatostes que llegaron al Perú en 1992 costaban desde 1 000 dólares hacia arriba). Lo curioso es que las campañas de promociones no desalentaron el negocio de las llamadas por Internet sino que, aparte de ello, incentivaron el aprovechamiento de los minutos libres: tal es así que, dependiendo del criterio del “hombrecito celular”, una llamada local cuesta igual que una nacional. (“Los usuarios de telefonía móvil descubrieron que los planes más ventajosos de las empresas del mercado permitían tener minutos más baratos. Así empezó el negocio de vender minutos para llamar a celulares. La ganancia promedio es de 100%”. Fuente: Diario La República.http://www.larepublica.com.pe/content/view/171464/)

Además de la creatividad criolla de los locutorios públicos, no perdamos de vista que gracias al libre mercado es que las tarifas de transporte público urbano no se incrementan de manera correlativa al alza de los combustibles, pese a que dicho aumento estaría plenamente justificado de parte de los transportistas (los precios del pasaje urbano llevan un considerable retraso respecto al alza del combustible: entre 1994 y 2008 el precio de la gasolina y el petróleo aumentó en casi 50% mientras que el pasaje urbano lo hizo en 25 a 30%). Tanto en el transporte urbano masivo como en los taxis existe una “dictadura” de los usuarios quienes retrasan las alzas al no pagar más allá de lo acostumbrado. Este es un típico caso de transferencia de los costos al ofertante del servicio y no al consumidor, como sucede la mayor parte de veces. Sin embargo, aunque los usuarios controlen relativamente estos precios, lo cierto es que también la renovación de unidades de transporte y la adquisición de repuestos es más difícil de sostener debido a que los transportistas no pueden solventar estos costos cada vez mayores por la progresiva reducción de sus ganancias. El resultado: buses y combis contaminadores por carencia de mantenimiento. El caso del transporte urbano masivo y particular es ejemplo de que el mercado libre no solo se sitúa del lado de los ofertantes del servicio o del producto sino también del lado de los usuarios, aunque a veces con perjuicio de ellos mismos.

Muchos se sorprenderían de saber que las localidades más capitalistas del Perú son Puno y Juliaca. Paradójicamente, es en estas ciudades —sobre todo en Juliaca— donde se practica el más rabioso capitalismo de libre mercado a pesar de que suelen hacer noticia por protestar contra el “neoliberalismo hambreador” y por concentrar la mayor cantidad de votos a favor de Ollanta Humala, abanderado del nacionalismo; la región en donde Hernán Fuentes lanza diatribas contra el mercado libre. ¿Cómo entender aquellas protestas si su economía gira en torno de lo que combaten? Simplemente porque aún subsiste un gran sector de la población que no se ha beneficiado del mercado libre como sí sucede con los “hombrecitos celular”. Los contrabandistas no son empresarios que se exponen a los campos minados en la frontera con Chile o a enfrentamientos contra la policía por alguna pasión aventurera: son comerciantes —aunque no todos ellos claro está— que no pueden ingresar a la formalidad por las vallas tan altas que le impone el Estado. En el Chicago de los años 20, el contrabando se desmoronó inmediatamente al derogarse la prohibición sobre el consumo de alcohol.

Entonces, zanjemos el malentendido. Lo que no aceptan los neoliberales ortodoxos es que el Estado intervenga para regular el mercado cuando los individuos ven coaccionada su libertad de elección al no poder alcanzar el grado de realización personal (laboral, artística, académica, etc.) no por la falta de capacidades sino por deficiencias estructurales (vivienda, comunicaciones, salud, educación, economía) que el Estado debe garantizar a sus ciudadanos. Ampliar las redes telefónicas en Asia, Chacarilla o La Planicie es lo económicamente correcto para las empresas de telefonía ya que así podrían asegurar el consumo y la consecuente recuperación del capital; en cambio, instalar Internet, cable y telefonía en Huancavelica, Chumbivilcas o Juli no es atractivo porque los pobladores carecen de recursos para pagar esos servicios y, en consecuencia, no se recuperaría lo invertido. Esta mentalidad empresarial siempre será pragmatista y dudo mucho que cambie a pesar de que la responsabilidad social empresarial es el discurso de moda en las empresas modernas. Hasta que el cambio ocurra, el Estado tiene el legítimo derecho de intervenir en situaciones como el alza indiscriminada de pasajes interprovinciales y alimentos pero no a través del control de precios que genera mayor especulación sino mediante la información y el establecimiento de infraestructura básica. Los alimentos se encarecen por el incremento de los combustibles pero, además, por el flete que agregan los transportistas cuando transitan por carreteras de trocha carrozable. Un maestro rural además de una remuneración digna necesita contar con servicios básicos en la comunidad donde labora, lo mismo que un médico o un abogado. El mercado por sí solo no puede asegurar el progreso de una sociedad si es que no incluye a la mayor parte de sus miembros. Por el contrario, si es excluyente, generará descontento en las mayorías desplazadas. En este sentido, afirmar que la exclusión es implícita al mercado —“Eso es Adam Smith con su Tirifilo más, Milton Friedman con su Lastenio al costado, la mano invisible y el dedo medio en ristre”— según César Hildebrandt, significa caer en inexactitudes.

A lo anterior se agrega que nuestros mercados son imperfectos ya que en lugar de alentar la formación de precios en base a la oferta y la demanda, se fomenta el oligopolio de los reyes de la papa, el camote y la cebolla, y de los intermediarios. Mejores carreteras permitirían a los agricultores primarios (escasa o nulamente tecnificados) a ofrecer sus productos directamente en los mercados sin intermediarios, con el consecuente incremento de sus ganancias, lo cual a mediano o largo plazo deberían invertir en la tecnificación de sus productos tal como viene sucediendo en Ica con la exportación de espárragos a los EEUU; Piura y Tumbes con el mango; y Cajamarca con los lácteos. El alza mundial en el precio de los alimentos bien podría beneficiar a los más necesitados: aquel vasto sector de comunidades empobrecidas debido a los mercados imperfectos y a la ineficiencia del Estado y los gobiernos regionales cuyas arcas están repletas de dinero pero carentes de proyectos de inversión. Para los agricultores de la sierra, el mercado libre dejará de ser “el monstruo detrás de los cerros” cuando comprueben que mejora su nivel de vida tanto por el incremento de sus ingresos como por la calidad de los servicios públicos (salud, educación y vivienda).
De esta manera, nos damos cuenta de que, en realidad, algunos de los vicios atribuidos al libre mercado (desigualdad, exclusión, alza de precios) son corresponsabilidad de las políticas económicas de los estados que dejan al mercado en piloto automático.

En resumen, para que el mercado libre funcione allí donde es excluyente el Estado debe intervenir como promotor de la inversión privada a la vez que asegura la infraestructura básica para el desarrollo de los ciudadanos. Por lo tanto, suele suceder que las deficiencias del libre mercado no sean responsabilidad total de los capitalistas sino también del Estado que abandona a su suerte el bienestar social.

Libertad económica y libertad política

En Alaska, EEUU, una empresa minera fue sancionada severamente al comprobarse que contaminaba el medio ambiente; en Uruguay, sucesivos gobiernos han convocado a plebiscito la cuestión de la privatización del servicio de agua potable y, hasta ahora, siempre ha perdido la privatización. Ambos ejemplos demuestran que salvaguardar los intereses de los ciudadanos no implica atentar contra el libre mercado: se sanciona a los que infringen la ley y se consulta a los directamente afectados sobre decisiones trascendentales como la administración del agua.

Si antes mencioné que la exclusión no es implícita al libre mercado sino que determinadas condiciones estructurales no permiten la inclusión de las mayorías en su circuito, no es menos cierto que los gobiernos son los responsables de los términos en que se negocian los contratos de privatización. Si la negociación es perjudicial para los intereses nacionales, se debe diseñar mecanismos jurídicos que permitan su revisión, lo cual no equivale a patear el tablero y desconocer los acuerdos. El libre mercado no es el culpable de los estropicios o de la ineptitud de los gobiernos que celebran acuerdos sin tomar en cuenta el costo-beneficio para sus ciudadanos. Si a Telefónica se le entregó en bandeja el mercado de las telecomunicaciones en el Perú y no reditúa los beneficios al Estado en los términos estipulados, iluso es creer que por “buena fe” lo harán más adelante. ¿Quién y bajo qué condiciones privatizó las empresas públicas? ¿A dónde fue a parar todo ese dinero? Aquellos sujetos tienen nombre y apellido y son los que deben responder, pero de ahí a satanizar al libre mercado endilgándole la depredación de la riqueza nacional existe un trecho muy largo. No debemos confundir el clientelismo, la prebenda, el favoritismo político con el libre mercado. Mercantilismo no es igual a mercado libre sino que es su distorsión y junto con los anteriores, los causantes de la desconfianza popular ante la libre competencia en el mercado.

Otro aspecto que los neoliberales dogmáticos proclaman a los cuatro vientos es que las libertades económicas generan por añadidura, libertades políticas; es decir, si saturásemos Irak de franquicias de comida rápida entonces ello ayudaría a que los fundamentalistas islámicos se democraticen. La historia ha demostrado lo contrario: que las libertades económicas carentes de libertades políticas han servido para sostener dictaduras en el poder bajo el pretexto del crecimiento económico. En Taiwán, uno de los tigres asiáticos, la dictadura del Kuomintang duró hasta 1991; en Singapur, el sistema de gobierno se aproximaba más al autoritarismo que a una democracia multipartidista: Lee Kuan Yew fue el único primer ministro desde 1959 hasta 1990, cuando por su propia voluntad decidió dejar el cargo; desde 1953, en Corea del Sur las dictaduras militares se sucedieron el poder hasta los años 80; ¿sería necesario abundar sobre el capitalismo neoliberal planificado por el Partido Comunista Chino?; en Chile, los resultados obtenidos por los Chicago boys solventaron ante el mundo la imagen de país en vías de desarrollo, pero Pinochet concentró el poder desde 1973 hasta 1990 (contrariamente a lo que se cree, el despegue económico de Chile se dio en democracia y no en dictadura). En conclusión, la aplicación del neoliberalismo tuvo a las dictaduras militares como soporte para aplacar la resistencia social.

El artículo de César Hildebrandt es reflejo sintomático de la frustración que siente la gran mayoría de peruanos que no percibe los beneficios del libre mercado debido a la corrupción del empresariado clientelista y a la exclusión generada por la falta de infraestructura adecuada (responsabilidad estatal). Los conceptos vertidos por el autor no contribuyen a la elucidación de conceptos frecuentemente utilizados por los medios de comunicación y por la ciudadanía tales como libre mercado, liberalismo, neoliberalismo, libertad económica o libertad política; al contrario, acrecientan la confusión ya que, por un lado, el desarrollo de los mismos es de un alcance limitado (frases efectistas, ejemplos contrastantes, afirmaciones radicales pero sin argumentación coherente) y por otro, desconoce las fuentes básicas de los temas que discute lo cual redunda en una secuela de imprecisiones. Mediante este artículo, espero haber contribuido en algo al conocimiento de lo que significa, a grandes trazos, el libre mercado.

Una sucinta memoria del imaginario social de la economía

Durante la década de los ochenta, el Perú atravesó un creciente proceso inflacionario sin precedentes en la historia económica nacional. Las medidas adoptadas por el gobierno de Alan García (1985-1990) se insertaron dentro de un contexto latinoamericano de aplicación del Consenso de Washington, como se denomina al acuerdo económico establecido por los organismos multilaterales (FMI, BM y Departamento del Tesoro de los Estados Unidos) para América Latina con la finalidad de conducir la recuperación de las economías de esta región. Sin embargo, los resultados no fueron los previstos, ya que en Brasil, México y Argentina se agudizaron los conflictos sociales debido al masivo rechazo de la población a los paquetes de ajuste económico. Esta situación originó que algunos gobiernos implementaran cambios sustanciales en la receta propuesta por el FMI y que otros emplearan la represión para garantizar el orden social y la consecuente aplicación del neoliberalismo. En el caso peruano, hubo un tránsito desde la explícita renuencia a la aplicación de esta política económica hasta su total aceptación sin cuestionamientos.

Un asunto de suma importancia para la opinión pública fue la inflación. Este término se refiere al incremento constante de precios de bienes y servicios, y el paralelo descenso de la capacidad adquisitiva. Este concepto estaba tan instalado en el imaginario latinoamericano que era habitual tema de conversación y debate en los medios de comunicación y en la esfera pública en general. Los candidatos a la presidencia no podían rehuir este tema, de modo que, de acuerdo al contexto de cada nación, se colocaban a favor o en contra de una solución progresiva o radical para la crisis económica. A mediados de los ochenta, el sentir de la población peruana ante la crisis era optimista, debido a que entre 1985 y 1987 el índice inflacionario descendió. Ello significó un aval para el discurso radical contra el FMI sostenido por Alan García. No obstante, la estatización de la banca, anunciada durante el mensaje a la nación en julio de 1987, constituyó el final de esa etapa. La inflación de 1989 llegó a 2000 % anual, lo cual nos brinda una idea de la crisis en aquella década.

La aplicación del modelo neoliberal a partir del gobierno de Alberto Fujimori (1990-2000) disminuyó, aunque de manera drástica y sin paliativos, la hiperinflación. En 2001, la economía nacional ingresó a un breve proceso deflacionario, debido a la sobreoferta de productos agrícolas y la caída del precio internacional del petróleo.  La deflación consiste en el descenso de los precios de bienes y servicios. A pesar que ello aparente ser muy positivo, es tan perjudicial como la inflación, puesto que la deflación origina una caída de la demanda así como de los salarios, las empresas producen menos, reducen costos y también personal. El consumidor deja de comprar porque estima que no amerita comprar un producto que pronto bajará de precio. A diferencia de la inflación, en la cual el consumidor se apresura a adquirir productos para que su dinero no se devalúe y anticiparse ante futuros aumentos de precio.
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A propósito de un artículo de César Hildebrandt

Arturo Caballero Medina
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El periodista antiliberal y el comentarista fiel

Gracias a los comentarios desinteresados de un amigo y ex condiscípulo de la secundaria, Lucho Juárez, es que recientemente me veo más obligado a escribir sobre ciertos temas cuya discusión considero importante. De no ser por este fiel comentarista, difícilmente hubiera leído el artículo que César Hildedrandt escribió sobre el libre mercado en agosto de 2007 (el cual sugiero leer antes de esta nota, puede consultarlo en http://cesarhildebrandt.wordpress.com/2007/08/17/economia-de-mercado/; fiel a su estilo incisivo y mordaz, este connotado periodista odiado y admirado a la vez, de seguro que es extrañado por un gran sector de los televidentes, agotados por las moralejas de Cecilia Valenzuela o nostálgicos por los mejores momentos de Rosa María Palacios: “La ventana indiscreta” parece cada vez más un recetario sobre lo políticamente correcto mientras que “Prensa libre” padece de un ritmo por momentos cansino). En el mencionado artículo, su autor arremete contra el libre mercado, el capitalismo salvaje y el liberalismo con mucho hígado pero sin distinguir el trigo de la paja: solo se regodea con la paja. A continuación, procuraré “despajarizar” lo vertido acerca del libre mercado para completar la otra parte ausente en el texto de Hildebrandt.

La fuente desconocida

Tanto los que defienden a muerte como los que critican el liberalismo político y/o económico cometen el error de no consultar las fuentes sino que reciclan la crítica de la crítica. Dudo que Hildebrandt haya leído La riqueza de las naciones de Adam Smith además de su Teoría de los sentimientos morales los cuales muchos liberales económicos acérrimos y antiliberales también deberían revisar. En La riqueza de las naciones Smith afirma que el mercado debe regular la economía mediante la oferta y la demanda (la mano invisible), pero en ningún momento dice que el Estado deba desaparecer, más bien dice que este debe garantizar el bienestar individual del ciudadano permitiéndole acceder a los requerimientos mínimos para su realización, a partir de lo cual, cada uno podrá escoger su destino. Esto lo complementa en Teoría de los sentimientos morales un tratado acerca de los valores éticos sostenidos por el liberalismo clásico. El desconocimiento de ambos textos induce al error generalizado, en la actualidad, de confundir liberalismo con neoliberalismo y liberalismo político con económico. Obviamente, el ciudadano de a pie no tiene la obligación de conocer estos detalles; sin embargo, aquellos que expresan opiniones favorables o adversas sobre el libre mercado —y por extensión, sobre el liberalismo— o cualquier tema de actualidad no deberían cometer un desliz como este, sobre todo cuando se trata de líderes de opinión como periodistas o políticos (no incluyo a los intelectuales ya que ellos están, lamentablemente, cada vez más lejos de la gente) cuya responsabilidad compartida es hacer pedagogía política.

El liberalismo clásico, en su vertiente política, tiene muchos puntos de coincidencia con el anarquismo (rechazo a la limitación de la libertad) y con el socialismo utópico (bienestar social). Por otro lado, derechos humanos, contrato social, instituciones legales supranacionales, tolerancia con las diferencias, estado de bienestar, etc., son conquistas liberales no socialistas, marxistas ni comunistas. La lucha contra el poder despótico y absolutista de las monarquías europeas la inició el liberalismo, no el marxismo. Estos principios liberales fueron distorsionados en el siglo XX por los ideólogos del capitalismo salvaje (neoliberales) para quienes el mercado está por encima del individuo y lo ético no es más que una molestia a enfrentar.

Hildebrandt enfiló sus baterías contra el libre mercado (con las cuales coincido en parte) pero le faltó pedagogía política para no confundir al lector: todo ello que menciona no es culpa de Adam Smith sino de las tergiversaciones, según algunos expertos, de Milton Friedman y Frederick von Hayek, economistas ultraneoliberales del siglo XX.

Chomsky desarrolla de manera profunda las coincidencias entre liberalismo clásico y socialismo libertario en El gobierno del futuro, conferencia dictada en el Perry Center de Nueva York en 1970. Ahí señala que en el futuro no quedará otra opción que conciliar lo mejor del liberalismo con lo mejor del socialismo para construir un liberalismo de izquierda (posibilidad viable para algunos y para otros un disparate porque se trataría de una contradicción insuperable. Acerca del liberalismo de izquierda sugiero revisar el blog del filósofo Gonzalo Gamio (www.gonzalogamio.blogspot.com) y el del politólogo Martín Tanaka (www.virtuefortuna.blogspot.com). Ambos analizan las posibilidades y obstáculos, respectivamente, que enfrentaría esta síntesis en el Perú).

Chomsky señala que “las ideas liberales clásicas, en su esencia, aunque no en la manera como se desarrollaron, son profundamente anticapitalistas” (15). Critica al libre mercado pero deja en claro que la deshumanización de la sociedad industrial no fue responsabilidad del liberalismo sino del capitalismo industrial de fines del siglo XIX hacia adelante. Este capitalismo solo puso énfasis en la reducción del Estado y en la exacerbación del individualismo el cual no es avalado en su totalidad por el liberalismo clásico ya que busca establecer una comunidad de libre asociación acentuando los vínculos sociales entre sus miembros. Vale la pena citar un fragmento de la conferencia de Chomsky:

“(…) el punto de vista liberal clásico se desarrolla a partir de una determinada idea de la naturaleza humana que hace hincapié en la importancia de la diversidad y la libertad de creación; por lo tanto, ese punto de vista se opone de un modo fundamental al capitalismo industrial con su esclavitud de los salarios, su trabajo alienante y sus principios jerárquicos y autoritarios de organización social y económica (…) el pensamiento liberal clásico se opone a los conceptos del individualismo posesivo, que son inherentes a la ideología capitalista”.

En relación a las limitaciones del libre mercado, Karl Polanyi afirma que el mercado “no podría existir durante un periodo de tiempo prolongado sin arruinar la sustancia humana y natural de la sociedad; aniquilaría físicamente al hombre y destruiría su entorno por completo”. En conclusión, el capitalismo moderno manipuló las tesis del liberalismo clásico; este es el sello del neoliberalismo: capitalismo deshumanizado.

Mercaderes, indiferentes y excluidos

Hildebrandt explota muy bien la pluma ácida, el ejemplo certero y la frase efectista, recursos con los que en dos trazos diseña una estrategia de argumentación práctica para la comprensión del lector pero poco sustancial para el análisis. Los perjuicios del libre mercado deben interpretarse en oposición a sus beneficios. ¿Por qué después de tantos años tenemos tarifa plana de Internet, cable y telefonía? ¿Por qué se reducen las tarifas de llamada a celular y a teléfonos fijos? Por la tremenda oferta que existe de estos servicios en el mercado. Y esta tardía pero beneficiosa reacción de Telefónica no se debe a que el Estado patee el tablero y desconozca los contratos ni a cruzadas sociales contra la inversión española ni a los debates en el congreso sobre la eliminación de la renta básica. Aquello es resultado del esfuerzo de miles de peruanos cuya necesidad los llevó a idear una manera de sacarle la vuelta al sistema aprovechando las ventajas del libre mercado. Me refiero a las cabinas de Internet, los locutorios públicos y a los “hombrecitos celular”. Es a ellos a quienes deberíamos agradecer la rebaja de las tarifas telefónicas porque vienen cubriendo una demanda creciente a precios muy bajos. En 1997, la Universidad Nacional de San Agustín ofrecía el servicio de Internet al público los domingos de 8 a 12 a un precio de 3.50 soles por dos horas. Recuerdo que en el verano de 2000 pagué 4 soles por hora en una cabina ubicada en la avenida Benavides de Miraflores en Lima. Mientras en toda Latinoamérica Telefónica ofrecía tarifa plana de Internet, en el Perú se pagaba por tiempo de conexión en el caso de usuarios domésticos y una tarifa plana solo para distribuidores. ¿Qué sucedió durante los siguientes ocho años? Proliferaron las cabinas públicas de Internet de una manera vertiginosa al punto de que en Arequipa una hora cuesta 0.70 céntimos. (Según estadísticas, el Perú es el país que posee mayores niveles de acceso masivo (cabinas públicas, no doméstico) a Internet en Latinoamérica. Este fue solo el primer paso para que las tarifas de telefonía descendieran puesto que las llamadas por Internet pusieron en sobreaviso a las compañías de telefonía fija y celular: progresivamente, redujeron el precio de la línea fija y de los aparatos y tarifas celulares (los primeros armatostes que llegaron al Perú en 1992 costaban desde 1 000 dólares hacia arriba). Lo curioso es que las campañas de promociones no desalentaron el negocio de las llamadas por Internet sino que, aparte de ello, incentivaron el aprovechamiento de los minutos libres: tal es así que, dependiendo del criterio del “hombrecito celular”, una llamada local cuesta igual que una nacional. (“Los usuarios de telefonía móvil descubrieron que los planes más ventajosos de las empresas del mercado permitían tener minutos más baratos. Así empezó el negocio de vender minutos para llamar a celulares. La ganancia promedio es de 100%”. Fuente: Diario La República.http://www.larepublica.com.pe/content/view/171464/)

Además de la creatividad criolla de los locutorios públicos, no perdamos de vista que gracias al libre mercado es que las tarifas de transporte público urbano no se incrementan de manera correlativa al alza de los combustibles, pese a que dicho aumento estaría plenamente justificado de parte de los transportistas (los precios del pasaje urbano llevan un considerable retraso respecto al alza del combustible: entre 1994 y 2008 el precio de la gasolina y el petróleo aumentó en casi 50% mientras que el pasaje urbano lo hizo en 25 a 30%). Tanto en el transporte urbano masivo como en los taxis existe una “dictadura” de los usuarios quienes retrasan las alzas al no pagar más allá de lo acostumbrado. Este es un típico caso de transferencia de los costos al ofertante del servicio y no al consumidor, como sucede la mayor parte de veces. Sin embargo, aunque los usuarios controlen relativamente estos precios, lo cierto es que también la renovación de unidades de transporte y la adquisición de repuestos es más difícil de sostener debido a que los transportistas no pueden solventar estos costos cada vez mayores por la progresiva reducción de sus ganancias. El resultado: buses y combis contaminadores por carencia de mantenimiento. El caso del transporte urbano masivo y particular es ejemplo de que el mercado libre no solo se sitúa del lado de los ofertantes del servicio o del producto sino también del lado de los usuarios, aunque a veces con perjuicio de ellos mismos.

Muchos se sorprenderían de saber que las localidades más capitalistas del Perú son Puno y Juliaca. Paradójicamente, es en estas ciudades —sobre todo en Juliaca— donde se practica el más rabioso capitalismo de libre mercado a pesar de que suelen hacer noticia por protestar contra el “neoliberalismo hambreador” y por concentrar la mayor cantidad de votos a favor de Ollanta Humala, abanderado del nacionalismo; la región en donde Hernán Fuentes lanza diatribas contra el mercado libre. ¿Cómo entender aquellas protestas si su economía gira en torno de lo que combaten? Simplemente porque aún subsiste un gran sector de la población que no se ha beneficiado del mercado libre como sí sucede con los “hombrecitos celular”. Los contrabandistas no son empresarios que se exponen a los campos minados en la frontera con Chile o a enfrentamientos contra la policía por alguna pasión aventurera: son comerciantes —aunque no todos ellos claro está— que no pueden ingresar a la formalidad por las vallas tan altas que le impone el Estado. En el Chicago de los años 20, el contrabando se desmoronó inmediatamente al derogarse la prohibición sobre el consumo de alcohol.

Entonces, zanjemos el malentendido. Lo que no aceptan los neoliberales ortodoxos es que el Estado intervenga para regular el mercado cuando los individuos ven coaccionada su libertad de elección al no poder alcanzar el grado de realización personal (laboral, artística, académica, etc.) no por la falta de capacidades sino por deficiencias estructurales (vivienda, comunicaciones, salud, educación, economía) que el Estado debe garantizar a sus ciudadanos. Ampliar las redes telefónicas en Asia, Chacarilla o La Planicie es lo económicamente correcto para las empresas de telefonía ya que así podrían asegurar el consumo y la consecuente recuperación del capital; en cambio, instalar Internet, cable y telefonía en Huancavelica, Chumbivilcas o Juli no es atractivo porque los pobladores carecen de recursos para pagar esos servicios y, en consecuencia, no se recuperaría lo invertido. Esta mentalidad empresarial siempre será pragmatista y dudo mucho que cambie a pesar de que la responsabilidad social empresarial es el discurso de moda en las empresas modernas. Hasta que el cambio ocurra, el Estado tiene el legítimo derecho de intervenir en situaciones como el alza indiscriminada de pasajes interprovinciales y alimentos pero no a través del control de precios que genera mayor especulación sino mediante la información y el establecimiento de infraestructura básica. Los alimentos se encarecen por el incremento de los combustibles pero, además, por el flete que agregan los transportistas cuando transitan por carreteras de trocha carrozable. Un maestro rural además de una remuneración digna necesita contar con servicios básicos en la comunidad donde labora, lo mismo que un médico o un abogado. El mercado por sí solo no puede asegurar el progreso de una sociedad si es que no incluye a la mayor parte de sus miembros. Por el contrario, si es excluyente, generará descontento en las mayorías desplazadas. En este sentido, afirmar que la exclusión es implícita al mercado —“Eso es Adam Smith con su Tirifilo más, Milton Friedman con su Lastenio al costado, la mano invisible y el dedo medio en ristre”— según César Hildebrandt, significa caer en inexactitudes.

A lo anterior se agrega que nuestros mercados son imperfectos ya que en lugar de alentar la formación de precios en base a la oferta y la demanda, se fomenta el oligopolio de los reyes de la papa, el camote y la cebolla, y de los intermediarios. Mejores carreteras permitirían a los agricultores primarios (escasa o nulamente tecnificados) a ofrecer sus productos directamente en los mercados sin intermediarios, con el consecuente incremento de sus ganancias, lo cual a mediano o largo plazo deberían invertir en la tecnificación de sus productos tal como viene sucediendo en Ica con la exportación de espárragos a los EEUU; Piura y Tumbes con el mango; y Cajamarca con los lácteos. El alza mundial en el precio de los alimentos bien podría beneficiar a los más necesitados: aquel vasto sector de comunidades empobrecidas debido a los mercados imperfectos y a la ineficiencia del Estado y los gobiernos regionales cuyas arcas están repletas de dinero pero carentes de proyectos de inversión. Para los agricultores de la sierra, el mercado libre dejará de ser “el monstruo detrás de los cerros” cuando comprueben que mejora su nivel de vida tanto por el incremento de sus ingresos como por la calidad de los servicios públicos (salud, educación y vivienda).
De esta manera, nos damos cuenta de que, en realidad, algunos de los vicios atribuidos al libre mercado (desigualdad, exclusión, alza de precios) son corresponsabilidad de las políticas económicas de los estados que dejan al mercado en piloto automático.

En resumen, para que el mercado libre funcione allí donde es excluyente el Estado debe intervenir como promotor de la inversión privada a la vez que asegura la infraestructura básica para el desarrollo de los ciudadanos. Por lo tanto, suele suceder que las deficiencias del libre mercado no sean responsabilidad total de los capitalistas sino también del Estado que abandona a su suerte el bienestar social.

Libertad económica y libertad política

En Alaska, EEUU, una empresa minera fue sancionada severamente al comprobarse que contaminaba el medio ambiente; en Uruguay, sucesivos gobiernos han convocado a plebiscito la cuestión de la privatización del servicio de agua potable y, hasta ahora, siempre ha perdido la privatización. Ambos ejemplos demuestran que salvaguardar los intereses de los ciudadanos no implica atentar contra el libre mercado: se sanciona a los que infringen la ley y se consulta a los directamente afectados sobre decisiones trascendentales como la administración del agua.

Si antes mencioné que la exclusión no es implícita al libre mercado sino que determinadas condiciones estructurales no permiten la inclusión de las mayorías en su circuito, no es menos cierto que los gobiernos son los responsables de los términos en que se negocian los contratos de privatización. Si la negociación es perjudicial para los intereses nacionales, se debe diseñar mecanismos jurídicos que permitan su revisión, lo cual no equivale a patear el tablero y desconocer los acuerdos. El libre mercado no es el culpable de los estropicios o de la ineptitud de los gobiernos que celebran acuerdos sin tomar en cuenta el costo-beneficio para sus ciudadanos. Si a Telefónica se le entregó en bandeja el mercado de las telecomunicaciones en el Perú y no reditúa los beneficios al Estado en los términos estipulados, iluso es creer que por “buena fe” lo harán más adelante. ¿Quién y bajo qué condiciones privatizó las empresas públicas? ¿A dónde fue a parar todo ese dinero? Aquellos sujetos tienen nombre y apellido y son los que deben responder, pero de ahí a satanizar al libre mercado endilgándole la depredación de la riqueza nacional existe un trecho muy largo. No debemos confundir el clientelismo, la prebenda, el favoritismo político con el libre mercado. Mercantilismo no es igual a mercado libre sino que es su distorsión y junto con los anteriores, los causantes de la desconfianza popular ante la libre competencia en el mercado.

Otro aspecto que los neoliberales dogmáticos proclaman a los cuatro vientos es que las libertades económicas generan por añadidura, libertades políticas; es decir, si saturásemos Irak de franquicias de comida rápida entonces ello ayudaría a que los fundamentalistas islámicos se democraticen. La historia ha demostrado lo contrario: que las libertades económicas carentes de libertades políticas han servido para sostener dictaduras en el poder bajo el pretexto del crecimiento económico. En Taiwán, uno de los tigres asiáticos, la dictadura del Kuomintang duró hasta 1991; en Singapur, el sistema de gobierno se aproximaba más al autoritarismo que a una democracia multipartidista: Lee Kuan Yew fue el único primer ministro desde 1959 hasta 1990, cuando por su propia voluntad decidió dejar el cargo; desde 1953, en Corea del Sur las dictaduras militares se sucedieron el poder hasta los años 80; ¿sería necesario abundar sobre el capitalismo neoliberal planificado por el Partido Comunista Chino?; en Chile, los resultados obtenidos por los Chicago boys solventaron ante el mundo la imagen de país en vías de desarrollo, pero Pinochet concentró el poder desde 1973 hasta 1990 (contrariamente a lo que se cree, el despegue económico de Chile se dio en democracia y no en dictadura). En conclusión, la aplicación del neoliberalismo tuvo a las dictaduras militares como soporte para aplacar la resistencia social.

El artículo de César Hildebrandt es reflejo sintomático de la frustración que siente la gran mayoría de peruanos que no percibe los beneficios del libre mercado debido a la corrupción del empresariado clientelista y a la exclusión generada por la falta de infraestructura adecuada (responsabilidad estatal). Los conceptos vertidos por el autor no contribuyen a la elucidación de conceptos frecuentemente utilizados por los medios de comunicación y por la ciudadanía tales como libre mercado, liberalismo, neoliberalismo, libertad económica o libertad política; al contrario, acrecientan la confusión ya que, por un lado, el desarrollo de los mismos es de un alcance limitado (frases efectistas, ejemplos contrastantes, afirmaciones radicales pero sin argumentación coherente) y por otro, desconoce las fuentes básicas de los temas que discute lo cual redunda en una secuela de imprecisiones. Mediante este artículo, espero haber contribuido en algo al conocimiento de lo que significa, a grandes trazos, el libre mercado.
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Televisión, género y homofobia

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Arturo Caballero Medina
acaballerom@pucp.edu.pe
naufraggo@hotmail.com
www.naufragoaqp.blogspot.com

La semana pasada Rafael Romero, nuevo conductor de Habla El Pueblo, entrevistó a Luis Alfonso Morey, gerente general de RBC para, entre otros temas, comentar las declaraciones de Jaime Bayly acerca del “canal interactivo”. En artículos anteriores, mencioné que era cuestión de tiempo que Bayly se pronunciara sobre las opiniones de Ricardo Belmont en las que incluía dentro de la categoría de “televisión basura” a los programas conducidos por los “nuevos líderes de opinión” avalados por la “antipática” encuestadora Ibope Time, entre los que destacó al autor de No se lo digas a nadie y a La chola Chabuca. Belmont dijo que los paradigmas del éxito televisivo son ahora “hombres vestidos de mujer” cuya imagen atenta contra la formación de la niñez peruana.

Bayly, fiel a su estilo insustancial e irónico, aprovechó la previa a la entrevista a Miguel Del Castillo para lanzar sus críticas a RBC Televisión. En ellas más que sustentar una postura coherente sobre las declaraciones cuasi-homofóbicas de Belmont, incidió en la situación de los accionistas supuestamente estafados por el “hermanón” y, sarcásticamente, aludió a la aburrida programación del mencionado canal. Hace mucho tiempo que Bayly no se toma nada en serio, por ello, en vano sería plantearle una conversación sensata —salvo que Miguelito Barraza lo visite de nuevo con un par de copas encima (ahí si que Jaime mostrará su rostro más adusto), o que alguien como Rosa María Palacios lo emplace con argumentos claros—. Así que esperar del “francotirador” una sólida refutación equivaldría a pedirle que retome en serio su carrera literaria.

Pero este no es el problema sino que las reivindicaciones de las minorías sexuales (lésbica, gay, transexual y bisexual) carecen de cuadros notables que defiendan de manera sólida sus reclamos. El común de los ciudadanos de nuestro país identifica al homosexual con el “hombre vestido de mujer” sin considerar todas las variantes intergenéricas existentes —ya Alfred Kinsey en su célebre informe sostuvo los grados intermedios entre la homosexualidad absoluta y heterosexualidad absoluta. El primer prejuicio que debieran combatir de manera inteligente aquellos colectivos proderechos de las minorías sexuales es el que considera al individuo despectivamente llamado “marica” como paradigma del homosexual. Judith Butler, connotada intelectual canadiense de la teoría queer, lesbiana y activista política, autora de libros como Cuerpos que importan o El género en disputa, se manifiesta abiertamente en contra de limitar la opción de género a la adopción de una militancia política; sin embargo, considera que dentro de los colectivos proderechos de las minorías sexuales subsisten diferencias respecto a cómo organizar políticamente su lucha, entendiéndose lo “político” no como militancia partidaria sino como estrategia de subversión del poder.

Esta ausencia de voces acreditadas para ilustrar y defender adecuadamente las luchas de las minorías sexuales es proporcional a la desinformación de la ciudadanía sobre temas como derechos laborales para homosexuales o transmisión del VIH. La tan mentada tolerancia no es suficiente ya que esta no contempla por sí sola el posible contacto enriquecedor con el otro que es diferente. Un paso más allá consiste en el reconocimiento de la diferencia y, en tercer lugar, el respeto mutuo. La articulación de estas tres nociones hará viable una sociedad que no sólo admita la presencia del otro (inmigrante, izquierdista, indígena o gay) sino que, además, promueva la interrelación cultural inevitable en tiempos de contacto entre identidades diversas.

Por ello, Rafael Romero debería informarse bien antes de opinar con ligereza sobre la opción sexual de un individuo. El nuevo conductor de Habla El Pueblo difícilmente puede elaborar argumentos coherentes para defender sus ideas. Al no poder replicar a Alejandro Godoy acerca de los contenidos del Informe Final de la CVR (porque simplemente no lo leyó) dejó en suspenso la respuesta del “blogger” acerca del financiamiento recibido por la CVR. En otra ocasión, cuando Patricia Lozada, conductora de “Qué tal raza”, lo entrevistó, Romero respondía con lugares comunes, superficialidades y frases de café nada consistentes. Pero el premio se lo llevó aquella noche al afirmar que no existe una opción sexual ya que se nace hombre o mujer. Evidentemente, confunde sexo con género, conceptos relacionados aunque diferentes. Sexo, señor Romero, alude a la anatomía y fisiología propia de las glándulas sexuales (testículos u ovarios), cromosomas (xx o xy) y hormonal (testosterona y estrógenos), los cuales, por supuesto, están genéticamente predeterminados y, en consecuencia, no existe posibilidad de elegirlos. Lo que vulgarmente se denomina “opción sexual” alude realmente a la orientación de género la cual consiste en la atracción que un individuo siente hacia alguien del mismo sexo (homosexual), del sexo opuesto (heterosexual) o de ambos sexos (bisexual). La orientación sexual así como la identidad de género son construcciones socioculturales que no siempre encuentran un correlato en lo biológico.
Al respecto, existe abundante bibliografía que explica la diferencia entre “sexo” y “género”.

Lo cierto es que intervenciones fallidas como las de Rafael Romero y refutaciones inconsistentes al estilo de Jaime Bayly le hacen un flaco favor a la comprensión del debate en torno al género. Unos por desconocimiento del tema y otros por la falta de argumentos. Sigue leyendo

Televisión, género y homofobia

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Arturo Caballero Medina
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La semana pasada Rafael Romero, nuevo conductor de Habla El Pueblo, entrevistó a Luis Alfonso Morey, gerente general de RBC para, entre otros temas, comentar las declaraciones de Jaime Bayly acerca del “canal interactivo”. En artículos anteriores, mencioné que era cuestión de tiempo que Bayly se pronunciara sobre las opiniones de Ricardo Belmont en las que incluía dentro de la categoría de “televisión basura” a los programas conducidos por los “nuevos líderes de opinión” avalados por la “antipática” encuestadora Ibope Time, entre los que destacó al autor de No se lo digas a nadie y a La chola Chabuca. Belmont dijo que los paradigmas del éxito televisivo son ahora “hombres vestidos de mujer” cuya imagen atenta contra la formación de la niñez peruana.

Bayly, fiel a su estilo insustancial e irónico, aprovechó la previa a la entrevista a Miguel Del Castillo para lanzar sus críticas a RBC Televisión. En ellas más que sustentar una postura coherente sobre las declaraciones cuasi-homofóbicas de Belmont, incidió en la situación de los accionistas supuestamente estafados por el “hermanón” y, sarcásticamente, aludió a la aburrida programación del mencionado canal. Hace mucho tiempo que Bayly no se toma nada en serio, por ello, en vano sería plantearle una conversación sensata —salvo que Miguelito Barraza lo visite de nuevo con un par de copas encima (ahí si que Jaime mostrará su rostro más adusto), o que alguien como Rosa María Palacios lo emplace con argumentos claros—. Así que esperar del “francotirador” una sólida refutación equivaldría a pedirle que retome en serio su carrera literaria.

Pero este no es el problema sino que las reivindicaciones de las minorías sexuales (lésbica, gay, transexual y bisexual) carecen de cuadros notables que defiendan de manera sólida sus reclamos. El común de los ciudadanos de nuestro país identifica al homosexual con el “hombre vestido de mujer” sin considerar todas las variantes intergenéricas existentes —ya Alfred Kinsey en su célebre informe sostuvo los grados intermedios entre la homosexualidad absoluta y heterosexualidad absoluta. El primer prejuicio que debieran combatir de manera inteligente aquellos colectivos proderechos de las minorías sexuales es el que considera al individuo despectivamente llamado “marica” como paradigma del homosexual. Judith Butler, connotada intelectual canadiense de la teoría queer, lesbiana y activista política, autora de libros como Cuerpos que importan o El género en disputa, se manifiesta abiertamente en contra de limitar la opción de género a la adopción de una militancia política; sin embargo, considera que dentro de los colectivos proderechos de las minorías sexuales subsisten diferencias respecto a cómo organizar políticamente su lucha, entendiéndose lo “político” no como militancia partidaria sino como estrategia de subversión del poder.

Esta ausencia de voces acreditadas para ilustrar y defender adecuadamente las luchas de las minorías sexuales es proporcional a la desinformación de la ciudadanía sobre temas como derechos laborales para homosexuales o transmisión del VIH. La tan mentada tolerancia no es suficiente ya que esta no contempla por sí sola el posible contacto enriquecedor con el otro que es diferente. Un paso más allá consiste en el reconocimiento de la diferencia y, en tercer lugar, el respeto mutuo. La articulación de estas tres nociones hará viable una sociedad que no sólo admita la presencia del otro (inmigrante, izquierdista, indígena o gay) sino que, además, promueva la interrelación cultural inevitable en tiempos de contacto entre identidades diversas.

Por ello, Rafael Romero debería informarse bien antes de opinar con ligereza sobre la opción sexual de un individuo. El nuevo conductor de Habla El Pueblo difícilmente puede elaborar argumentos coherentes para defender sus ideas. Al no poder replicar a Alejandro Godoy acerca de los contenidos del Informe Final de la CVR (porque simplemente no lo leyó) dejó en suspenso la respuesta del “blogger” acerca del financiamiento recibido por la CVR. En otra ocasión, cuando Patricia Lozada, conductora de “Qué tal raza”, lo entrevistó, Romero respondía con lugares comunes, superficialidades y frases de café nada consistentes. Pero el premio se lo llevó aquella noche al afirmar que no existe una opción sexual ya que se nace hombre o mujer. Evidentemente, confunde sexo con género, conceptos relacionados aunque diferentes. Sexo, señor Romero, alude a la anatomía y fisiología propia de las glándulas sexuales (testículos u ovarios), cromosomas (xx o xy) y hormonal (testosterona y estrógenos), los cuales, por supuesto, están genéticamente predeterminados y, en consecuencia, no existe posibilidad de elegirlos. Lo que vulgarmente se denomina “opción sexual” alude realmente a la orientación de género la cual consiste en la atracción que un individuo siente hacia alguien del mismo sexo (homosexual), del sexo opuesto (heterosexual) o de ambos sexos (bisexual). La orientación sexual así como la identidad de género son construcciones socioculturales que no siempre encuentran un correlato en lo biológico.
Al respecto, existe abundante bibliografía que explica la diferencia entre “sexo” y “género”.

Lo cierto es que intervenciones fallidas como las de Rafael Romero y refutaciones inconsistentes al estilo de Jaime Bayly le hacen un flaco favor a la comprensión del debate en torno al género. Unos por desconocimiento del tema y otros por la falta de argumentos. Sigue leyendo

Fundamentalismo y violencia de género

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Arturo Caballero Medina
acaballerom@pucp.edu.pe

“Tienes que subir a la combi más seguido Rosa María”

Argumento esgrimido por Gonzalo Núñez ante Rosa María Palacios para sustentar la realidad del machismo peruano.

El incidente que protagonizaron la árbitra Silvia Reyes y el futbolista uruguayo Mario Leguizamón y, por otro lado, la actitud de la Universidad San Martín de Porres frente a Esther Vargas, resultan muy útiles para ejemplificar los prejuicios latentes en el imaginario colectivo nacional, sobre todo dentro de una sociedad como la peruana que se considera muy liberal en algunos aspectos cuando, en realidad, sigue siendo muy conservadora. En ambos casos, las reacciones de la opinión pública confirman que, primero, la defensa de una causa legítima puede distorsionarse si se ampara en el fundamentalismo y, en segundo lugar, que nuestra sociedad aún no está lista para enfrentar al “fantasma” de la verdad.

Fundamentalismo y machismo feministas

Lo primero que evidenció el caso Reyes-Leguizamón fue la hipersensibilidad social frente al tema de los derechos de la mujer. Ministros, congresistas, Defensoría del Pueblo, colectivos feministas y periodistas deportivos denostaron la actitud del jugador de la San Martín; sin embargo estos diferían de aquellos respecto a cuál debía ser la sanción más ejemplar. Si bien los periodistas deportivos no avalaron la reacción de Leguizamón, dejaron sentado que “en un momento de cólera uno no sabe lo que dice” y que si el ofendido hubiera sido un varón nadie se rasgaría las vestiduras. Gonzalo Núñez sugirió a Rosa María Palacios que abordara combis más seguido para verificar que el trato masculino hacia la mujer en el Perú no es el mismo que recibe la princesa de Asturias en su palacio. Efectivamente, a diario comprobamos que lo dicho por Gonzalo Núñez es cierto pero el error en su razonamiento es pretender sostener una postura (en el Perú se trata mal a las mujeres) mediante ejemplos que no explican el maltrato sino que, por el contrario, merecen ser explicados, es decir, el objeto a explicar no puede servir como explicación. Los fenómenos no se interpretan a sí mismos, simplemente suceden; es la actitud racional la que define una postura frente a los hechos. Lo cuantitativo, lo usual, lo frecuente, a veces no es muy útil como criterio de validez.

Aparentemente, nuestra sociedad —o al menos buena parte de ella— habría desarrollado los anticuerpos necesarios para rechazar el machismo aunque viniera del deporte rey, espacio en el que se reivindica, precisamente, la masculinidad. No lo veo así, ya que otros acontecimientos similares no provocaron ni la menor mueca en las agrupaciones que defienden los derechos de la mujer ni en los (las) que hoy encienden hogueras para “incinerar” a Leguizamón. Cuando la ministra Mercedes Aráoz rendía su informe acerca de las negociaciones del TLC con Estados Unidos, el congresista Daniel Abugattás le espetó la siguiente frase: “En EEUU, usted se puso de rodillas y de espaldas a la realidad peruana”, en alusión a que no se defendieron los intereses nacionales. ¿Alguien solicitó una petición de censura al congresista Abugattás? ¿Discutieron los medios estas expresiones de grueso calibre que sugieren, sutilmente, más que una entrega de intereses una grotesca analogía sexual? Por supuesto que no. Bastó con la retracción del congresista y asunto arreglado, lamentablemente.

En los casos Reyes-Leguizamón y USMP-Vargas fuimos testigos del fundamentalismo oportunista de género, o sea, de aquella actitud —loable en su versión moderada— que en defensa de la absoluta igualdad y de los derechos de género deriva en lo contrario ya que bloquea el debate. Un fundamentalista no detecta fisuras en su sistema de creencias, por ello es que las causas legítimas por las que lucha se distorsionan al adquirir para él el estatus de dogma. Leguizamón cometió una imprudencia pero su agresión no es menor a la que cotidianamente nos tienen acostumbrados los diarios “chicha” quienes estereotipan las conductas sexuales. No es más grave porque la agredida haya sido una mujer, lo es porque se atenta contra la dignidad de un ciudadano más allá de su sexo u opción sexual. Aquellos que promovieron una sanción severa a Leguizamón amparados solo en la condición de mujer de la agredida le hacen un flaco favor a las reivindicaciones del feminismo cuya elaboración teórica es mucho más compleja y vasta que un simple ajuste de cuentas contra el macho dominante.

La violencia no tiene género

Los medios de comunicación sensacionalistas y los programas cómicos alientan la violencia de género al reforzar los estereotipos: la vedette es una mujer fácil, el jugador de fútbol es borracho y juerguero, y los homosexuales se visten de mujer y provocan escándalos. La violencia de género no es (no debería serlo) propiedad de ningún género; sus victimarios y víctimas no distinguen opción sexual. Por ello, quienes censuramos todo tipo de violencia tampoco debemos discriminar entre si el agresor y/o agredido es heterosexual u homosexual.

La ridiculización de lo femenino es un hábito nacional, pero si bien se cuestiona a la prensa sensacionalista por exacerbar la frivolidad, el morbo y todo aquello que sabemos, no es frecuente escuchar de parte de los mismos actantes alrededor del incidente Reyes-Leguizamón o USMP-Esther Vargas, alguna crítica de la proporción a la que emitieron hace pocos días. La mayoría de periodistas demostró su tibieza al opinar sobre la reacción de Gisela Valcárcel al defender su derecho a la privacidad cuando un “urraco” la acosaba tomándole fotos: colocaron por encima el espíritu de cuerpo periodístico antes que la dignidad de un ciudadano y le hicieron el juego a la impunidad mediática del escándalo. Ni qué decir de Laura Bozzo quien enarbolaba la bandera del peor feminismo fanático al manipular paródicamente la victimización de la mujer frente a los abusos masculinos. Lo paradójico de esto es que se proyectaba una imagen que daba cuenta de lo opuesto: la mujer asumía el rol de agresor y el hombre, de víctima. Dicha muestra de feminismo fanático consiste en apropiarse del poder que somete con el fin de redireccionarlo en contra del agresor, pero de ninguna manera, en transformar su esencia agresora. Es decir, subsiste la violencia pero en otra dirección.

La reflexión que el caso Reyes-Leguizamón suscita es que cuando la agresión se produce entre sujetos del mismo género se gradúa la censura ante esta debido a una especie de permisibilidad proporcional al trato intragenérico y, en consecuencia, se invisibiliza la agresión: si a un árbitro varón le mentan la madre jugadores, hinchas y público y las sanciones se dan en el marco de las reglas de juego y de la costumbre local (al jugador lo expulsan y el árbitro, si desea, responde el insulto). En contraste, cuando la agresión ocurre entre sujetos de distinto género, el prejuicio sexista, ya sea por exceso o por defecto, nubla por completo una interpretación desapasionada de la violencia. El fundamentalismo machista o feminista finalmente son extremos que coinciden en la intolerancia: el machismo subsiste gracias a que su discurso tiene eco en hombres y mujeres machistas, es decir, por complicidad; el feminismo susbiste por oposición. Los que dicen defender los derechos de las minorías basándose en la minusvalía o incapacidad de estas para autoconducirse suelen ser los mismos que incentivan el sometimiento cultural. El paternalismo y la sobreprotección no siempre resultan medidas adecuadas para salvaguardar los derechos de las minorías porque llevan implícita la semilla del control y de la superioridad moral de quien protege respecto al protegido.

Hace poco una amiga me comentó que fue intervenida por una mujer policía debido a que conducía mientras usaba el celular. Según su testimonio, la policía le sugirió que le pintara “las uñas de las manos y de los pies” (lo que en argot coimero del personal subalterno femenino significa 20 soles y asunto arreglado). A ello se agregó la prepotencia de la señorita policía en expresiones como “usted obtuvo el brevete en una tómbola” a lo que mi amiga, al mejor estilo de Leguizamón, replicó con “estás amargada porque tu marido no te tiró bien en la mañana”. Esto es una muestra de cierto machismo que ya no se apoya solo en los patriarcas de antaño sino en las matronas —y sus potenciales herederas— que ayer y hoy siguen reproduciendo esto que se denomina machismo feminista.

Perdón San Martín, pero soy lesbiana

Si el fundamentalismo es nocivo por bloquear el debate, lo es, además, porque sobredimensiona la verdad y elimina las dudas. ¿Será acaso sintomático que los incidentes comentados aquí hayan tenido como tercer protagonista a la Universidad San Martín?

La sociedad peruana tiene una especial deuda con la verdad y la reconciliación. A las fuerzas armadas les cuesta reconocer que sí hubo excesos en la lucha contra el terrorismo. A los fujimoristas les es imposible sospechar que su líder conocía las actividades del destacamento Colina. En las elecciones del 90, la realidad exigía un ajuste económico drástico, pero elegimos afrontarlo creyendo en Fujimori y no cuando Vargas Llosa nos lo advirtió. Somos reacios contumaces a la verdad. Cuando esta nos viene de golpe, preferimos digerirla a pedacitos. Cuando llega fragmentada, dilatamos su revelación.

La negación de la verdad, a pesar de su evidencia, suele conducir la actuación de los fundamentalistas morales. La USMP procedió de manera totalmente opuesta en los dos casos referidos. A Leguizamón lo despidieron y lo comunicaron públicamente, en cambio a Esther Vargas quisieron despedirla silenciosamente. Con el primero actuaron por exceso; con la segunda, por defecto. El proceder moralmente correcto de una institución educativa era despedir del equipo al jugador de la San Martín por ofender a una mujer; sin embargo, a su entender lo moralmente correcto también consistía en separar a una docente porque es lesbiana. Aquí los fundamentalistas de la moral se guiaron más por la coyuntura que por los principios; más por el “qué dirán los padres de familia y alumnos que no estén de acuerdo” que por la defensa de un derecho laboral sin discriminación por la opción sexual del trabajador.

Cuando lo moralmente correcto se ampara en la voluntad popular es fácil proceder a su aplicación sin remordimientos; pero si, por el contrario, enfrenta resistencias, lo mejor es recurrir al silencio. Precisamente, la razón cínica saca ventaja de la coyuntura justificando su accionar en la necesidad de encontrar “solo una salida” a un problema. Según las circunstancias, el razonar cínico cuestionará lo moralmente correcto para sacar ventaja de la transgresión (como cuando el chofer de combi no recoge escolares ni invidentes o cuando inducimos a un funcionario público a la coima); o aplicará la norma literalmente, sin miramientos ni murmuraciones (el burócrata ineficiente que se ciñe al reglamento). En uno y en otro, la verdad es cuestionada y manipulada.

Esther Vargas ha declarado que nunca ocultó ser lesbiana. En su blog no hace apología al lesbianismo y mucho menos en sus aulas. No es que a la USMP le incomodaba contar en su club con un jugador machista o con una profesora lesbiana: Leguizamón seguirá pensando lo mismo de Silvia Reyes (y de seguro pensaba lo mismo de toda mujer irritada) y Esther Vargas no cambiará su orientación sexual. Lo que realmente guió el accionar de la USMP fue fundamentalismo moral oportunista y la razón cínica, amparados ambos en la negación y la manipulación de la verdad en aras de lo moralmente correcto.

¿Escribiría Ricardo Palma una tradición al respecto? De seguro que el San Martín del siglo XXI compartiría un café con la árbitra, el jugador y la profesora lesbiana.

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RBC y el Expreso de medianoche

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Arturo Caballero Medina
acaballerom@pucp.edu.pe

En el artículo titulado “Los autobombos del canal 11” expuse mi postura frente a los elogios que Ricardo Belmont dedica a su propio canal en las “reuniones televisadas de gerencia” junto a los periodistas y al gerente general del canal en el programa Habla El Pueblo, conducido por Wilder Orbegoso. Varias semanas después, el canal 11 ha adquirido un inesperado protagonismo debido al supuesto beneficio publicitario de parte del Estado, habida cuenta que Miguel Del Castillo, miembro del directorio, es hijo del primer ministro Jorge Del Castillo. En un país como el nuestro donde los congresistas contratan personal fantasma que nunca labora, donde a los candidatos al Tribunal Constitucional nos son elegidos de acuerdo a méritos académicos —y comparten un opíparo almuerzo con Agustín Mantilla—, y donde un asesor de inteligencia compraba la línea periodística de los canales de señal abierta, hechos como el mencionado no pasan desapercibidos.

Luis Alfonso Morey, gerente general de RBC, fue entrevistado anteayer por Rosa María Palacios, quien acuciosa como de costumbre, emplazó al directivo de RBC para que explicara la posición de su canal frente a la denuncia sobre el referido caso de favoritismo en la publicidad estatal. El directivo afirmó que existe una campaña mediática de la televisión basura que pretende contrarrestar la televisión limpia por la que apuesta RBC. Además, agregó que si en el congreso desean investigar este caso, en aras de la transparencia se deberían revisar los contratos de publicidad que mantienen el resto de canales y medios de comunicación con el Estado. Finalmente, aseguró que Miguel Del Castillo no tuvo que ver en la negociación del contrato de publicidad entre RBC y el Estado Peruano.

En la emisión del martes, como es habitual, Luis Alfonso amplió su explicación aprovechando el espacio del que dispone en Habla El Pueblo, conducido aquella noche por Rafael Romero periodista del diario Expreso. Como invitado se encontraba José Alejandro Godoy, administrador de “Desde el tercer piso”, conocido y frecuentado blog cuyos contenidos sobre análisis de actualidad política y cultural recomiendo leer. Esta vez me sorprendieron los argumentos que Luis Alfonso sostenía para invalidar a otros canales y a Ibope Time. Según él, el resto de canales, a diferencia de RBC, tienen un pasado que los condena porque estuvieron vinculados a la mafia fujimontesinista, por lo cual, carecen de autoridad moral para referirse a su televisora. O sea, en la lógica de Luis Alfonso son los canales en su integridad, y no solo los dueños, quienes cargan con el pasivo de la corrupción, es decir, gerentes, administrativos, periodistas y técnicos. Que las administraciones de canal 2, 4, (el 5 es una historia aparte) y 9 sean actualmente otras, no significa nada para Luis Alfonso: como canal recibieron dinero y punto. Su argumento falla en que no distingue entre el ente abstracto “canal de televisión” y la representación concreta de una determinada administración que dirige el canal. Darle la razón sería, para ponerles un ejemplo cercano a los amigos de RBC, como afirmar que su alianza estratégica (como ellos mismos la llaman) con Expreso los sindica como aliados de la corrupción ya que ese medio en la época que fue dirigido por Eduardo Calmell Del Solar, —el mismo que postuló a una senaduría por FREDEMO y que hoy vive prófugo en Santiago de Chile— puso línea periodística de su diario al servicio del fujimorato y apoyó deliberadamente la segunda reelección de Fujimori. Visto así ¿seguirá Luis Alfonso convencido de que los canales son sospechosos de corrupción porque sus antiguos dueños lo fueron? Aunque para ser honestos, la alianza estratégica RBC-Expreso, más que beneficiar, perjudica al canal del “hermanón”. Expreso no se ha distanciado mucho de la mediocridad periodística y de la cacería de brujas de sus mejores tiempos. Constantemente, ataca a la PUCP, a las ONGs y a la CVR en artículos donde destilan lo peor de su estrechez mental, haciendo gala de su habitual y atrevida ignorancia al momento de emitir opiniones sobre algo que se desconoce, lo cual es un mal sintomático en este país donde existe la mala costumbre de hablar al caballazo: todos se creen con el derecho de hablar de todo y lo peor es que hablan de lo que menos saben.

Ejemplo de lo anterior lo vimos en esta emisión de Habla El Pueblo. José Alejandro Godoy expuso su parecer de manera clara y sencilla sin concesiones. Rafael Romero demostró no estar a la altura de ciertos temas puesto que intervenía con lugares comunes: los caviares, las ONG reciben dinero y no son fiscalizados, los miembros de ONGs en la prensa salieron a criticar la ley que los quería regular, la CVR recibió dinero del Estado… Increíble. ¿Qué pensaba? ¿Qué Backus, Coca-Cola o la Telefónica financiaran la investigación de la CVR? José Alejandro Godoy brindó una lección de mesura, conocimiento y precisión, tal como debe ser cuando se abordan temas confusos, no tanto porque lo sean de veras, sino por la distorsión que sufren en boca de quienes menos saben. ¿Habrá leído Rafael Romero al menos la versión abreviada del Informe de la Comisión de la Verdad?

Sobre Ibope Time, empresa que realiza encuestas de sintonía, en repetidas ocasiones es aludida como el monstruo tras bambalinas por el hecho de ser una empresa chilena que, en opinión de Luis Alfonso —la de Belmont y demás conductores— peligrosamente establece la pauta de la televisión que debe producirse en nuestro país. De refilón, menciona a la Chola Chabuca, a Jaime Bayly y a Magaly Medina como preclaros ejemplos de televisión sin valores. Respecto a Ibope Time, afirmar que solo por su procedencia se justifica sostener que dicha encuestadora maneja la programación en nuestro país y que, además, es la punta de lanza de una invasión extranjera más parece un recurso para encubrir la baja sintonía. Apelar al supuesto “enemigo común” puede resultar útil si se pretende ganar adeptos fácilmente, pero, de todas maneras, en ningún momento exhibieron las pruebas de una acusación tan seria. Acerca de la Chola Chabuca, Bayly y Magaly no es difícil descalificarlos ya que reúnen todas las condiciones que justifican esos programas tipo “esto es lo que le gusta a la gente”, como diría Ferrando. Sin embargo, separemos la paja del trigo: Bayly me resulta desagradable no porque sea gay sino por el bajo vuelo que le da a los programas que realiza en el Perú y por el talento desperdiciado de quien fuera, alguna vez, un notable entrevistador en Telemundo y promesa de novelista; hay cierto aliento homofóbico en las declaraciones de Belmont al señalar a Pimentel y Bayly como modelos de “televisión sin valores” ¿en qué radica ello? No lo precisan ni el hermanón ni los jotitas del 11; sobre Magaly, sería ocioso abundar en argumentos…

En una democracia liberal funcional, la sociedad civil adquiere una gran importancia ya que es ella quien debe vigilar que las instituciones que la representan no distorsionen el derecho a la libertad de expresión. Una sociedad civil organizada delibera, dialoga, refuta y debate sobre aquello que la afecta directamente; el mayor pecado que puede cometer es la indiferencia. Fue la opinión pública quien decidió el retiro de las tropas estadounidenses de Vietnam; la que se opuso en todo el mundo a la invasión de Irak el 2003, la que protesta por la represión en Birmania y el Tíbet. Lamentablemente, nuestra sociedad civil peruana es aún muy tibia, timorata, acomodaticia y oportunista. De cuando en cuando despierta de su letargo (Marcha de los Cuatro Suyos, Arequipazo, Cienciano campéon de la Sudamericana, etc.) pero cuando debe enfrentar los problemas de interés nacional, mira hacia otro lado, “nos hacemos el muertito” para que no nos pase nada. Es por ello, que diarios como La Razón, Correo, Expreso y toda la prensa chicha, los programas de los cómicos ambulantes, Laura Bozzo, China en Acción, el reencauchado Fuego Cruzado, Qué tal mañana y demás por el estilo, campean en el medio. Es por la indiferencia, por la apatía de la sociedad civil que un programa como el de Laura Bozzo se mantuvo tanto tiempo en el aire (¿acaso era nuevo esto de los panelistas falsos?, 1999 señores). Esta actitud es la misma que la gran mayoría de peruanos tuvimos luego del 5 de abril de 1992: celebramos la dictadura de Fujimori, fuimos cómplices por acción u omisión, reclamamos “mano dura” y ya vemos, La Cantuta, Barrios Altos…Aldo Mariátegui o Andrés Bedoya Ugarteche, quienes no tienen la valentía de publicar sus libelos en las ediciones provincianas de Correo, seguirán destilando lo peor de sus plumas.

Todo ello no ocurriría si los consumidores mantuviéramos una actitud crítica frente a lo contenidos difundidos por los medios de comunicación. Son ingenuos aquellos que sostienen que el círculo vicioso de la televisión basura será roto por los medios de comunicación. Si en verdad deseamos que Laura Bozzo no vuelva a denigrar la dignidad de los peruanos, tampoco debemos permitir el insulto ni la acusación sin pruebas ni la silenciosa complicidad del silencio. Es la sociedad civil quien mediante una razonada elección basada en una formación crítica, la que debe sentenciar a los que utilizan la libertad individual para sabotear la democracia. Tomen nota de esto los partidarios del “rating”: su derecho a la libertad de expresión debe respetar nuestro derecho a no ser estupidizado.

Post data: revisen la version online de La Razón. Aquí cito un fragmento.

la guerra contra el terrorismo demandó lo que fuera necesario para ganarla, incluyendo operaciones especiales cuyos responsables, al actuar en defensa de la Nación, no deberían ser tratados como criminales sino condecorados. Cita textual de Uri Ben Schmuel. Más adelante, menciona como diarios ejemplares a Correo y Expreso. Sigue leyendo