Arturo Caballero Medina
Cuando en alguna oportunidad leo los titulares de diarios como El Men o El Chino, me pregunto ilusamente si, en realidad, a los directivos de estos diarios les importa la situación de las jovencitas que se encuentran atrapadas en redes de prostitución clandestina. Por supuesto que no. Porque de ninguna manera el lector que consume ese tipo de noticias se halla interesado por la eliminación de la prostitución, sino que lee aquella nota motivado por el morbo que despierta la noticia de que “menores de edad venden cucú a 20 soles en centro de Lima”. Esto no es una denuncia, es, simplemente, apología de la miseria periodística que impera en gran parte de los medios de comunicación en nuestro país.
Algo similar ocurre en El francotirador de Jaime Bayly. Estoy convencido que, en absoluto, al autor de No se lo digas a nadie no le interesa en lo más mínimo la vergüenza a la que se expusieron los panelistas falsos de Laura Bozzo (reforzada y amplificada en su programa dominical) ni los contenidos vergonzosos a los que nos tiene acostumbrados la autodenominada “abogada de los pobres”. El oportunismo mediático de los programas de la televisión peruana justifica explotar la coyuntura al máximo, sobre todo si de sintonía e ingresos por publicidad se trata.
Si a Jaime Bayly le interesara de verdad desentrañar lo que ocurre detrás del programa de la Bozzo, prepararía una investigación seria basada no solo en los testimonios de los panelistas falsos, sino en pruebas y en los antecedentes que ya existen en otros talk shows. Y este es, precisamente, el punto débil de su argumentación. Cuando Bayly entrevistó a Freddy Palacios, ex investigador del programa de Laura Bozzo, al conductor se le notó predispuesto a condicionar las respuestas del entrevistado y al no obtener las respuestas que esperaba, lo interrumpía. Con esto no quiero decir que avalo lo que hace Laura Bozzo, sino que pecaríamos de ingenuos al considerar a Bayly como el abanderado de la verdad. ¿Qué seriedad le brindó al caso? ¿Qué fuentes contrastó? ¿Acaso hizo un balance o un recuento de los excesos cometidos por Laura Bozzo en los peores momentos de la dictudura de Fujimori? No. Lo que hizo fue forzar a los panelistas a que se autoflagelaran ante el público, hacer escarnio de su propia vergüenza conminándolos a que se arrepientan. Flaco favor el que le hace Bayly a los detractores de la televisión basura.
Pero esto es lo aparente. No debemos perder de vista que lo que está en juego es la credibilidad de la que se jactan ambos conductores quienes no cesan de afirmar que es en el programa del otro donde de engaña. Lo irónico radica en cómo funciona la ficción televisiva; el engaño sirve de cobertor a la verdad: Bayly y Bozzo trafican con la desgracia ajena. El engaño no se asume como facultad propia sino como defecto ineludible del otro. Es también el caso de los panelistas falsos: lo hacían por necesidad. Laura Bozzo dice “ayudo a los pobres”, “confié en sus testimonios”, y Bayly terminará la canción con el estribillo “Laura miente y se enriquece con los más necesitados”. Pero ninguno asumirá su corresponsabilidad en la generación y la amplificación de la mentira y la vergüenza. Mientras tanto, continuará la apología a la miseria televisiva, reflejo de la miseria ética de Jaime Bayly y Laura Bozzo.