Archivo por meses: enero 2008

¿Qué es un cuento?

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La verdad es que nadie sabe cómo debe ser un cuento. El escritor que lo sabe es un mal cuentista, y al segundo cuento se le nota que sabe, y entonces todo suena falso y aburrido y fullero. Hay que ser muy sabio para no dejarse tentar por el saber y la seguridad.

Augusto Monterroso (Tegucigalpa, 1921 – México D.F., 2003)

Enrique Laura
(enrique_l69@hotmail.com)

La respuesta ha resultado tan difícil que a menudo ha sido soslayada incluso por connotados críticos. Pero puede decirse que el cuento es el relato de un hecho que tiene indudable importancia. Aprender a discernir dónde hay un tema para crear un cuento es parte esencial de la técnica, esa técnica es el oficio peculiar con que se trabaja el esqueleto de toda la obra de creación: es la “tekne” de los griegos o, si se quiere, la parte de artesanado imprescindible en el bagaje del artista.

El cuento es un género escueto, al extremo que en un cuento no debe construirse más de un hecho. Lo difícil para el cuentista es que su cuento no tenga ni altos ni bajas caídas, pues se sabe bien, que el cuento debe ir en línea recta, desde que parte hasta que llega. Es así, como el lector no llegará a aburrirse por esos altos y bajas caídas que un mal cuento tenga. El buen cuentista no debe darle oportunidad de recuperarse: tiene que mantener siempre en suspenso al lector. Pero en los cuentos es mejor no decir suficiente que decir demasiado. Considero que hay tres pasos: el primero de ellos es crear al personaje, el segundo crear el ambiente donde el personaje se va a desenvolver y el tercero es como va a hablar ese personaje, como se va a expresar. Esos tres puntos de apoyo son todo lo que se requiere para contar una historia. Concretando, se trabaja con: imaginación, intuición y una aparente verdad. Cuando se consigue, entonces se logra la historia que uno quiere dar a conocer, el trabajo es solitario, no se puede concebir el trabajo colectivo en la literatura, y esa soledad lo lleva a uno a concentrarse en una especie de médium de cosas que uno mismo desconoce, pero sin saber que solamente el inconsciente o la intuición lo llevan a uno a crear y seguir creando.

Como dijo Horacio Quiroga, en su decálogo del perfecto cuentista:

– No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego; si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino.

– Cree en un maestro, Poe, Maupassant, Kipling, Chejov, como en dios mismo. Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en dominarla, cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tu mismo.

– Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Mas que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia.
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¿Qué es un cuento?

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La verdad es que nadie sabe cómo debe ser un cuento. El escritor que lo sabe es un mal cuentista, y al segundo cuento se le nota que sabe, y entonces todo suena falso y aburrido y fullero. Hay que ser muy sabio para no dejarse tentar por el saber y la seguridad.

Augusto Monterroso (Tegucigalpa, 1921 – México D.F., 2003)

Enrique Laura
(enrique_l69@hotmail.com)

La respuesta ha resultado tan difícil que a menudo ha sido soslayada incluso por connotados críticos. Pero puede decirse que el cuento es el relato de un hecho que tiene indudable importancia. Aprender a discernir dónde hay un tema para crear un cuento es parte esencial de la técnica, esa técnica es el oficio peculiar con que se trabaja el esqueleto de toda la obra de creación: es la “tekne” de los griegos o, si se quiere, la parte de artesanado imprescindible en el bagaje del artista.

El cuento es un género escueto, al extremo que en un cuento no debe construirse más de un hecho. Lo difícil para el cuentista es que su cuento no tenga ni altos ni bajas caídas, pues se sabe bien, que el cuento debe ir en línea recta, desde que parte hasta que llega. Es así, como el lector no llegará a aburrirse por esos altos y bajas caídas que un mal cuento tenga. El buen cuentista no debe darle oportunidad de recuperarse: tiene que mantener siempre en suspenso al lector. Pero en los cuentos es mejor no decir suficiente que decir demasiado. Considero que hay tres pasos: el primero de ellos es crear al personaje, el segundo crear el ambiente donde el personaje se va a desenvolver y el tercero es como va a hablar ese personaje, como se va a expresar. Esos tres puntos de apoyo son todo lo que se requiere para contar una historia. Concretando, se trabaja con: imaginación, intuición y una aparente verdad. Cuando se consigue, entonces se logra la historia que uno quiere dar a conocer, el trabajo es solitario, no se puede concebir el trabajo colectivo en la literatura, y esa soledad lo lleva a uno a concentrarse en una especie de médium de cosas que uno mismo desconoce, pero sin saber que solamente el inconsciente o la intuición lo llevan a uno a crear y seguir creando.

Como dijo Horacio Quiroga, en su decálogo del perfecto cuentista:

– No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego; si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino.

– Cree en un maestro, Poe, Maupassant, Kipling, Chejov, como en dios mismo. Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en dominarla, cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tu mismo.

– Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Mas que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia.
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LA UTOPIA ANDINA: del Taki Onqoy al Inkarri

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“El socialismo en el Perú es un difícil encuentro entre el pasado y el futuro. Este es un país antiguo. Redescubrir las tradiciones más lejanas pero para encontrarlas hay que pensar desde el futuro…Perder el temor al futuro, renovar el estilo de pensar y de actuar…El socialismo es un desafío para la creatividad”.

Alberto Flores Galindo (1949-1990)

Víctor Condori
Historiador
Universidad Nacional de San Agustín
josevictorcc2000@yahoo.es

La Conquista española

La conquista del Tawantinsuyo fue realizada por los españoles gracias a la invalorable ayuda que recibieron de numerosos grupos étnicos o naciones, que se hallaban en 1532 forzadamente sometidos a la autoridad de los cuzqueños.

Un gran parte de dichas naciones (huancas, cañaris, chachapoyas, tallanes, etc.) llamados por los españoles “indios amigos”, se encontraban al momento de la conquista reducidos a una rígida política imperial y consideraban a los incas explotadores y tiranos. Razón por la cual, a la llegada de los extranjeros se aliaron con ellos a fin de derrotar a sus opresores y conseguir su anhelada libertad. Asimismo, siendo los españoles unos cuantos, fácilmente podrían dar luego cuenta de ellos.

Desgraciadamente, ellos no comprendieron que los 168 españoles de Cajamarca, solo representaban la “punta de un iceberg” hispano, que por miles arribarían posteriormente a nuestra región y no precisamente en son de paz sino para “ganar la tierra”, atraídos por aquel “dorado” real llamado Perú.

Finalizada la conquista, los españoles se convirtieron en dominadores y todos los demás indios -amigos o enemigos- serían ahora los dominados; y lo que fue peor, sobre ellos se aplicará la política del vencedor: encomiendas, mitas, reducciones y evangelización. Siendo los efectos inmediatos de esta verdaderamente apocalípticos: disminución de la población, desestructuración del mundo andino y sobreexplotación en niveles jamás imaginados. Un verdadero Pachacuti o sea, un trastorno del mundo.

El Taki Onqoy

Frente a esta dramática situación, entre 1560-1570 surgió la primera reacción indígena organizada, que se manifestó en un movimiento nativista de carácter religioso, denominado Taki Onqoy (enfermedad del baile). Dicho movimiento se originó en la región comprendida por las actuales regiones de Ayacucho y Apurimac, en ella los líderes predicaban a sus afligidos seguidores el abandono de los dioses cristianos y todas las costumbres españolas, como la única solución a sus desgracias y padecimientos. Sencillamente, por que las enfermedades y muertes, decían, eran un castigo de las antiguas y olvidadas divinidades andinas -llamadas huacas- por haber sido abandonadas y reemplazadas por el dios de los cristianos. Entonces, había que regresar a formas de vida anteriores a la llegada de los españoles, había que “retornar a las huacas”.

Lastimosamente, el primer movimiento de resistencia pacífica contra la opresión colonial, no tuvo el éxito deseado por sus líderes (un indio llamado Juan Chocne y sus acompañantes denominadas virgen María y María Magdalena) y fue violentamente reprimido por las autoridades eclesiásticas, en la primera campaña de las tristemente célebres “extirpaciones de idolatrías”. Al finalizar la misma, el juez visitador de idolatrías Cristóbal de Albornoz, enorgulleciéndose de su labor manifestaba haber procesado a “8,000 taquiongos.

No obstante su fatal desenlace, este movimiento había demostrado no solo la desesperada situación de la población indígena frente a la brutal explotación colonial, sino también que, para la mayoría de ellos, casi 30 años después de la conquista, los incas seguían siendo tan explotadores y tiranos como los españoles. Por ello buscaron “retornar a las huacas”, que eran las divinidades anteriores a la expansión de los incas, cuyo dios más importante fue el sol.

El Inkarri

Con el paso de los siglos, la radicalización de los sistemas de explotación colonial y la brusca caída demográfica, produjeron un cambio en la memoria colectiva de los vencidos. Frente a una ausencia de esperanza e ilusión tanto en el presente como en el futuro, se comenzó a idealizar el pasado incaico, como el arquetipo de igualdad, justicia y bienestar.

Desgraciadamente, este “mundo feliz” solo existía en la imaginación y el pasado, pues había sido destruido por los españoles e incluso, el último gobernante (Atahualpa) terminó “decapitado” en Cajamarca en julio de 1533. ¿Sería posible reestablecer nuevamente este “paraíso terrenal”? ¿Podría algún día el inca regresar? Eran preguntas que flotaban en medio de este océano de sufrimientos.

Pero no era una quimera, según las enseñanzas de los evangelizadores, ello era posible. En sus misas habían predicado que nuestro señor Jesucristo murió en la cruz, pero resucitó al tercer día, y no solo eso, cuando llegue el día del juicio final volverá, convertido en rey (Cristo Rey) a juzgar a los vivos y a los muertos, a castigar a los opresores y bendecir a los oprimidos.

Un mensaje tan esperanzador tuvo profundo efecto en la población indígena. Con el tiempo los preceptos y enseñanzas cristianas se fusionaron con los deseos colectivos. El resultado de tan curiosa simbiosis, fue el nacimiento del mito del Inkarri:

“El inca fue asesinado por los españoles, su cuerpo decapitado y
enterrado por separado yace bajo tierra; pero dentro de ella, las
partes están uniéndose a la cabeza y cuando llegue ese momento
el inca resucitará, también sus dioses y los indios volverán a
ocupar el lugar que merecen”

Así en la conciencia colectiva de los pobladores andinos del siglo XVIII, el reestablecimiento del Tawantinsuyo y el retorno del inca se convirtieron en hechos posibles; solo había que esperar la llegada de ese momento: el retorno del Inca Rey (Inkarri).*

Referencias Bibliográficas

Burga, Manuel. El Nacimiento de una Utopía. IAA. Lima 1988
Curatola, Marco. “Mito y milenarismo en los andes” Allpanchis X Cuzco 1977.
Flores Galindo, Alberto. Buscando un Inca. IAA Lima 1987.
Torre López, Arturo de la. Movimientos milenaristas y cultos de crisis en el Perú. PUCP
2004.

* Para el desaparecido historiador Alberto Flores Galindo (1949-1990), algunos levantamientos indígenas como los de Juan Santos Atahualpa en 1742 y Tupac Amaru II en 1780, tuvieron directa relación con este sentimiento o deseo colectivo, con esta Utopía Andina.
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LA UTOPIA ANDINA: del Taki Onqoy al Inkarri

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“El socialismo en el Perú es un difícil encuentro entre el pasado y el futuro. Este es un país antiguo. Redescubrir las tradiciones más lejanas pero para encontrarlas hay que pensar desde el futuro…Perder el temor al futuro, renovar el estilo de pensar y de actuar…El socialismo es un desafío para la creatividad”.

Alberto Flores Galindo (1949-1990)

Víctor Condori
Historiador
Universidad Nacional de San Agustín
josevictorcc2000@yahoo.es

La Conquista española

La conquista del Tawantinsuyo fue realizada por los españoles gracias a la invalorable ayuda que recibieron de numerosos grupos étnicos o naciones, que se hallaban en 1532 forzadamente sometidos a la autoridad de los cuzqueños.

Un gran parte de dichas naciones (huancas, cañaris, chachapoyas, tallanes, etc.) llamados por los españoles “indios amigos”, se encontraban al momento de la conquista reducidos a una rígida política imperial y consideraban a los incas explotadores y tiranos. Razón por la cual, a la llegada de los extranjeros se aliaron con ellos a fin de derrotar a sus opresores y conseguir su anhelada libertad. Asimismo, siendo los españoles unos cuantos, fácilmente podrían dar luego cuenta de ellos.

Desgraciadamente, ellos no comprendieron que los 168 españoles de Cajamarca, solo representaban la “punta de un iceberg” hispano, que por miles arribarían posteriormente a nuestra región y no precisamente en son de paz sino para “ganar la tierra”, atraídos por aquel “dorado” real llamado Perú.

Finalizada la conquista, los españoles se convirtieron en dominadores y todos los demás indios -amigos o enemigos- serían ahora los dominados; y lo que fue peor, sobre ellos se aplicará la política del vencedor: encomiendas, mitas, reducciones y evangelización. Siendo los efectos inmediatos de esta verdaderamente apocalípticos: disminución de la población, desestructuración del mundo andino y sobreexplotación en niveles jamás imaginados. Un verdadero Pachacuti o sea, un trastorno del mundo.

El Taki Onqoy

Frente a esta dramática situación, entre 1560-1570 surgió la primera reacción indígena organizada, que se manifestó en un movimiento nativista de carácter religioso, denominado Taki Onqoy (enfermedad del baile). Dicho movimiento se originó en la región comprendida por las actuales regiones de Ayacucho y Apurimac, en ella los líderes predicaban a sus afligidos seguidores el abandono de los dioses cristianos y todas las costumbres españolas, como la única solución a sus desgracias y padecimientos. Sencillamente, por que las enfermedades y muertes, decían, eran un castigo de las antiguas y olvidadas divinidades andinas -llamadas huacas- por haber sido abandonadas y reemplazadas por el dios de los cristianos. Entonces, había que regresar a formas de vida anteriores a la llegada de los españoles, había que “retornar a las huacas”.

Lastimosamente, el primer movimiento de resistencia pacífica contra la opresión colonial, no tuvo el éxito deseado por sus líderes (un indio llamado Juan Chocne y sus acompañantes denominadas virgen María y María Magdalena) y fue violentamente reprimido por las autoridades eclesiásticas, en la primera campaña de las tristemente célebres “extirpaciones de idolatrías”. Al finalizar la misma, el juez visitador de idolatrías Cristóbal de Albornoz, enorgulleciéndose de su labor manifestaba haber procesado a “8,000 taquiongos.

No obstante su fatal desenlace, este movimiento había demostrado no solo la desesperada situación de la población indígena frente a la brutal explotación colonial, sino también que, para la mayoría de ellos, casi 30 años después de la conquista, los incas seguían siendo tan explotadores y tiranos como los españoles. Por ello buscaron “retornar a las huacas”, que eran las divinidades anteriores a la expansión de los incas, cuyo dios más importante fue el sol.

El Inkarri

Con el paso de los siglos, la radicalización de los sistemas de explotación colonial y la brusca caída demográfica, produjeron un cambio en la memoria colectiva de los vencidos. Frente a una ausencia de esperanza e ilusión tanto en el presente como en el futuro, se comenzó a idealizar el pasado incaico, como el arquetipo de igualdad, justicia y bienestar.

Desgraciadamente, este “mundo feliz” solo existía en la imaginación y el pasado, pues había sido destruido por los españoles e incluso, el último gobernante (Atahualpa) terminó “decapitado” en Cajamarca en julio de 1533. ¿Sería posible reestablecer nuevamente este “paraíso terrenal”? ¿Podría algún día el inca regresar? Eran preguntas que flotaban en medio de este océano de sufrimientos.

Pero no era una quimera, según las enseñanzas de los evangelizadores, ello era posible. En sus misas habían predicado que nuestro señor Jesucristo murió en la cruz, pero resucitó al tercer día, y no solo eso, cuando llegue el día del juicio final volverá, convertido en rey (Cristo Rey) a juzgar a los vivos y a los muertos, a castigar a los opresores y bendecir a los oprimidos.

Un mensaje tan esperanzador tuvo profundo efecto en la población indígena. Con el tiempo los preceptos y enseñanzas cristianas se fusionaron con los deseos colectivos. El resultado de tan curiosa simbiosis, fue el nacimiento del mito del Inkarri:

“El inca fue asesinado por los españoles, su cuerpo decapitado y
enterrado por separado yace bajo tierra; pero dentro de ella, las
partes están uniéndose a la cabeza y cuando llegue ese momento
el inca resucitará, también sus dioses y los indios volverán a
ocupar el lugar que merecen”

Así en la conciencia colectiva de los pobladores andinos del siglo XVIII, el reestablecimiento del Tawantinsuyo y el retorno del inca se convirtieron en hechos posibles; solo había que esperar la llegada de ese momento: el retorno del Inca Rey (Inkarri).*

Referencias Bibliográficas

Burga, Manuel. El Nacimiento de una Utopía. IAA. Lima 1988
Curatola, Marco. “Mito y milenarismo en los andes” Allpanchis X Cuzco 1977.
Flores Galindo, Alberto. Buscando un Inca. IAA Lima 1987.
Torre López, Arturo de la. Movimientos milenaristas y cultos de crisis en el Perú. PUCP
2004.

* Para el desaparecido historiador Alberto Flores Galindo (1949-1990), algunos levantamientos indígenas como los de Juan Santos Atahualpa en 1742 y Tupac Amaru II en 1780, tuvieron directa relación con este sentimiento o deseo colectivo, con esta Utopía Andina.
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