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El miércoles 25 de julio en el Salón de Grados de la Escuela de Literatura y Lingüística de la Universidad Nacional de San Agustín estuvieron reunidos cuatro profesores de la especialidad de literatura para discutir acerca del estado de la crítica literaria. Gregorio Torres y Willard Díaz por San Agustín, Miguel Ángel Huamán por San Marcos y Fernando Rivera, egresado agustino que obtuvo el doctorado en literatura en Princeton.
Por la dinámica del conversatorio parecía que se iba a tratar de una revisión de las principales tendencias contemporáneas sobre teoría y crítica literaria. Fernando Rivera comenzó brindando un panorama sobre los estudios subalternos y los estudios culturales desde sus inicios hasta su llegada a Latinoamérica. De manera didáctica y muy clara, desarrolló los principales aspectos de los trabajos de Gayatri Spivak, Raymond Williams, Edward Said, John Beverly del lado anglosajón y Roberto Fernández Retamar, Nelson Osorio, Raúl Bueno, Antonio Cornejo Polar, Ángel Rama por el lado de los estudios latinoamericanos. Hasta ese momento su intervención era netamente expositiva y de carácter orientador.
Pero los asistentes nos sorprendimos cuando el conversatorio adquirió otra tónica luego del ingreso de Miguel Ángel Huamán. Personalmente, no entiendo por qué Rivera tuvo que ponerlo de los temas explicados (formalidad innecesaria si consideramos la tardanza de Miguel Ángel). Minutos después, Rivera le cedió la palabra. El profesor sanmarquino, fiel a su estilo irónico, sutil y ameno, dio un giro total a lo que se venía tratando en el conversatorio. Su intervención trató en primer lugar, sobre el por qué se estudia literatura en el Perú, tomando como ejemplo la crítica literaria periodística: afán de protagonismo, pertenencia a una élite intelectual, consolidación de un espacio de influencia y poder fueron algunas de sus explicaciones.
“Los estudios literarios se han vuelto acríticos en su gran mayoría porque se han preocupado en obtener su estatuto académico propio, en mantener sus espacios corporativos…” (M.A. Huamán)
En su opinión, todo ello deriva en una actitud egoísta e indiferente respecto a los asuntos que debieran ser cuestionados, situación manifiesta en la complicidad ideológica de quienes ocupan un lugar privilegiado en el circuito cultural. De paso aprovechó para aclarar el recto sentido de la palabra “crítica” diferenciando su significando en inglés (criticism), del que adquiere en nuestro entorno, lo cual genera un malentendido cuando se habla de crítica en el Perú: “el término crítica alude a los estudios literarios; en cambio nosotros cuando decimos crítica estamos pensando justo en aquella actividad práctica específica de la reseña de la nota periodística que en palabras de Said es la crítica práctica”. En segundo lugar, relacionó esto con la crisis de la conciencia crítica en la sociedad peruana, la cual se refleja en la educación escolar y universitaria, carente de reflexión. En este contexto, afirmó, las humanidades deben asumir una actitud crítica frente al poder. Finalmente, concluyó en la afirmación de que la crítica debe propiciar un diálogo con el ciudadano común y corriente, ya que el error de muchos intelectuales fue, precisamente, alejar su discurso de la gente común y corriente al oscurecerlo con tecnicismos y especulaciones abstractas. “En veinte años los humanistas se miraron el ombligo y simplemente en el Perú mataron aproximadamente a setenta mil peruanos…y qué dijeron los humanistas en aquella época: nada…”.
La intervención de Willard Díaz giró en torno a la necesidad de establecer estudios regionales basados en la identidad. Comentó que de sus recientes viajes por el sur del país recogió una inquietud general que clamaba porque desde Arequipa se produjera crítica ya que aquí contamos con las herramientas teóricas. “Ustedes tienen la Escuela de Literatura, ustedes tienen el aparato teórico, (…) la educación, (…) la formación. Padilla me lo ha dicho así casi con esas palabras literales.”
Recordó el vacío de reflexión en la macrorregión sur, no por la ausencia de revistas de investigación, sino porque las que existen cuentan con colaboradores de Lima o del extranjero y no del lugar, además de caer en ataques personales y la falta de rigor crítico. Otros temas que trató Díaz fueron el centro, la periferie, el centralismo, el limeñismo y las identidades regionales.
“Somos muy concientes ya en esta provincia y en todas las provincias que Lima no es el Perú, que Lima no puede construir nada nacional…como decía Lenin, cómo se van a poder levantar del cabello por ellos mismos”. (Willard Díaz)
Sostuvo que de su periplo por el sur recogió la demanda de una discusión sobre la identidad regional y que en su opinión, Arequipa debería liderar este proyecto, requisito para iniciar un diálogo con Lima, donde se desconoce cómo son las regiones. El diálogo entre Lima y Arequipa lo considera vital para construir una visión sobre la literatura peruana, ya que Lima por sí sola no puede hacerlo: no se puede pensar la provincia desde la capital. Dentro de este panorama, concluyó afirmando que la función de la crítica en el sur es establecer una agenda propia en torno al tema de la identidad.
Gregorio Torres recogió lo vertido por los expositores y lo relacionó con sus recientes investigaciones acerca de las publicaciones estudiantiles en la Escuela de Literatura. “Yo había llegado a contabilizar 18 revistas de jóvenes la mayoría producidos aquí en la escuela (…) no es un fenómeno ciertamente limeño, también aquí se dio eso (…) yo reclamaba en aquellas publicaciones de jóvenes tuvieran un sesgo más creativo que crítico…”. Goyo encontró una razonable justificación a este fenómeno:
“Cómo podría yo exigir a los jóvenes que produzcan crítica cuando no ven que sus propios profesores producen crítica…de 1500 docentes solo llegaron dos artículos para la publicación de una revista de investigación universitaria”. (Goyo Torres)
Resaltó que un asunto clave en la discusión sobre la crítica es el lugar de enunciación, y a su modo de ver, sostuvo que el canon literario peruano se construye desde Lima, (tesis que ya la hubo expuesto cuatro años antes en Puno, que provocó la airada reacción de Gonzalo Espino, profesor de la Escuela de Literatura de San Marcos). Como muestra de ello, citó que los libros de comunicación en secundaria presentan a los escritores limeños como representantes de un fenómeno literario nacional lo cual contribuye a difundir la idea errónea que en provincia no hay producción literaria. Agregó en directa discrepancia con Willard Díaz que convertir a Arequipa en un centro no sería la solución, sino la creación de policentros: Cusco, Puno y Tacna se bastarían por sí solos para constituir un centro sin depender de Arequipa.
También Fernando Rivera recusó la tesis de la identidad regional expuesta por Willard Díaz: los esencialismos tienden a derivar en fundamentalismos y son el pretexto perfecto para la discriminación y exclusión. ¿Para qué una literatura cuyos límites sean político-geográficos? ¿Para qué jerarquizar creando más centros? Apeló más a un enfoque de literatura comparada que integre las diferencias y acepte las jerarquías existentes. Crear más centros reproduciría dichas jerarquías.
El profesor agustino hábilmente replicó aduciendo que “las identidades no son esencias sino relaciones”, es decir, soy arequipeño en tanto me distingo de otros que no son arequipeños. De ahí que las identidades no sean fijas sino dinámicas. Para ilustrar su noción de lo movible que son las identidades, Willard citó dos ejemplos: Cecilia Valenzuela y Pablo Quintanilla, ambos arequipeños radicados en Lima, la primera conocida periodista y el segundo connotado profesor de filosofía en la Pontificia Universidad Católica. Ambos para él habían dejado de ser arequipeños porque su larga estadía en Lima les impide reconocerse como arequipeños, además de haber sido absorbidos por otra agenda cultural. Insistió en la necesidad de discutir sobre la identidad regional porque si damos por sentado que no existen identidades entonces cómo podemos hablar de crítica o literatura norteamericana, literatura europea, latinoamericana, etc., si no hay identidad. La cuestión que Willard trajo a colación es ¿desde dónde se debe pensar y hacer la crítica? ¿podemos hacer crítica latinoamericana desde los Estados Unidos? ¿crítica regional desde Lima? El lugar de enunciación para Willard contiene un mundo simbólico del cual el sujeto que enuncia su crítica no puede sustraerse. Cuando la réplica de Rivera no se hacía esperar, Willard anunció que un compromiso urgente le impedía continuar y pedía disculpas por su retiro.
Las inquietudes de los estudiantes fueron comentadas por los miembros restantes de la mesa que ampliaron sus explicaciones y entraron en diálogo con el auditorio. Finalmente, ¿Qué nos dejó este conversatorio? Pienso que a los estudiantes de San Agustín les queda la satisfacción de haber visto a un egresado de su escuela que ha demostrado que los estudios literarios son cosa seria, tanto en San Agustín, San Marcos y Princeton. De Miguel Ángel Huamán, comprender que la crítica es un ejercicio cotidiano y de constante cuestionamiento al sistema. Willard Díaz aportó sus renovadas inquietudes por la discusión de las identidades regionales en momentos que se pretende invisibilizar los conflictos culturales; y Goyo Torres nos recordó que en la escuela de Literatura de San Agustín se debe predicar con el ejemplo. La próxima vez, los subalternos tienen la palabra.
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