Esta presentación sintética de una indagación en curso sobre la adolescencia y la violencia en la trama de la posguerra y del posgenocidio ayacuchano, busca aproximarse a las complejas mediaciones personales, sociales e históricas que se manifiestan en los niños y jóvenes que padecen y ejercen violencia en la ciudad de Ayacucho. En esta disertación me referiré esquemáticamente al punto de visión con que abordo esta exploración, a los trazos gruesos de la tragedia ayacuchana en la posguerra, a un testimonio revelador de una violencia simbólica y real desmesurada, y a una propuesta tentativa de prevención general de la violencia que sufren y actúan niños y jóvenes.
Un punto de visión
Una reflexión sobre la violencia y sus causas, y acerca de su prevención, orientada a eliminar sus raíces y aliviar sus consecuencias, tiene como condición necesaria y urgente integrar los hallazgos que surgen del juicio de las ciencias humanas -las ciencias sociales, el psicoanálisis, la psiquiatría y la criminología críticas, y sus aplicaciones más originales y reflexivas-.
Nos encontramos de cara a una de las tragedias humanas de nuestro tiempo; la tragedia ayacuchana metafórica y realmente, es un “rincón de los muertos”: una pequeñísima porción del “cementerio planetario” en expansión. La violencia y su prevención exigen la más elevada palabra y acción en la esfera pública.
Nuestro punto de visión sobre la violencia es que es una tragedia; una catástrofe mortal para las relaciones entre los seres humanos, en la intimidad y en la sociabilidad, en lo privado y en lo publico, en la sociedad y en el estado, entre las naciones y para toda la humanidad. Pero, en tanto es una relación social y personal -una ideología y una acción humanas-, puede ser prevenida .
La perspectiva que proponemos es antitética a la de los diferentes enfoques que carecen de una comprobación científica y de una ética de la vida y libertad humana, y en los que se funda y reproduce la violencia en un círculo vicioso: el de la violencia como “actos de la naturaleza” -a veces llamados “actos de Dios”-, en eterno retorno o repetición, y el de la violencia como una ecuación lineal en la historia, entre criminalidad y criminalización .
Nuestra indagación recusa las explicaciones biologistas y fatalistas de la función del instinto, de la herencia genética y del testamento sociópata en las conductas violentas y criminales ; así como deniega el argumento moralista y simplista legal, institucional y simbólico, del culpable y el inocente, del culpable y el insano, del crimen y el castigo .
En el macrocosmo de la violencia política se revela que la victimación se ensaña más con varones y menos con mujeres, patrón similar al de las guerras mundiales, regionales y civiles, y análogo al modelo de la criminalidad común cosmopolita. En el microcosmo de la violencia familiar, en cambio, se manifiestan pautas inversas: en la pareja, la mujer es victimada a una escala bastante mayor que el varón; y en cuanto a la violencia de adultos contra niños, los varones la sufren en un grado mayor que las mujeres, salvo en abuso y violación sexual semejante a todas las muestras internacionales.
La pobreza es la forma más mortal de violencia en la condición humana los datos hablan de muchísimas más muertes por pobreza que por guerras, criminalidad y victimación familiar, sumados todos. La pobreza sacrifica multitudes de seres humanos, comenzando por los más vulnerables: niños, niñas, adolescentes y ancianos, seguidos por mujeres y varones adultos:
La violencia estructural es también la principal causa de la violencia conductiva, en una escala epidemiológica y socialmente significativa (desde el homicidio y el suicidio hasta la guerra y el genocidio). La pregunta sobre cuál de las dos formas de violencia -estructural o conductiva- es más importante, peligrosa o letal es debatible, porque ellas están inexorablemente relacionadas entre sí, como causa y efecto . (James Gilligan, Nueva York: 2000).
La tragedia ayacuchana
Ayacucho -vocablo quechua que significa rincón de los muertos-, es una pequeña sociedad urbana andina que experimenta una desmesurada violencia familiar, infantil y juvenil, a una intensidad mayor que en ningún otro lugar del Perú, incluida Lima Metropolitana. Hacia el año 2001, la población urbana y la rural en el departamento de Ayacucho fueron paritarias, con una tendencia estructural a la urbanización creciente. El núcleo de esta urbanización expansiva se ubica en el norte ayacuchano, principalmente en la ciudad de Ayacucho.
La guerra insurgente y contrainsurgente sembró muerte, mutilación y despojo en el mundo ayacuchano, especialmente en el campesino. Ayacucho fue el epicentro de un genocidio que involucró seis departamentos de la sierra central y de la sierra sur, con secuelas en la capital del Perú y en importantes capitales de provincias.
Como producto de la violencia vivida en el campo, la migración compulsiva y los desplazados que se asentaron en la ciudad de Ayacucho alumbraron una población urbana muy joven en relación con la tendencia demográfica nacional al envejecimiento —el Perú ha transitado de una población muy joven a una joven— . Se trata de niños y jóvenes hijos de la guerra y de sus hondas secuelas; de niños y jóvenes socialmente marginados y culturalmente excluidos, que sufren vergüenza y humillación; de niños y jóvenes que padecen y ejercen la violencia.
En una sociedad urbana andina con menos de 200,000 habitantes, existen cerca de 4,000 pandilleros y alrededor de 80 pandillas. Aproximadamente un tercio de las pandillas se encuentran en el casco urbano y alrededor de dos tercios en los barrios pobres periféricos .
La presencia del narcotráfico como maquinaria de corrupción y de homicidio, utiliza a los niños y jóvenes que sufren y actúan violencia. Las firmas del narcotráfico instaladas en el corredor norte del departamento de Ayacucho (de la selva del río Ene hasta Huancayo, Ica y Lima), cuya existencia pone en duda la eficacia de la política antidrogas aplicada en el país, comienzan a sembrar muerte y venalidad en el tejido social, los negocios y la política. Se conoce de jefes pandilleros, estudiantes de la UNSCH, que hacen negocios con tráfico de drogas y lenocinios informales; es sabido que niños y adolescentes son utilizados como “burros” para transportar a la selva insumos a los laboratorios de procesamiento de pasta básica de cocaína; un grupo de hombres de negocios que se quedaron en la guerra o que llegaron durante la posguerra, lava dinero (aparecen negocios y casas suntuosas de la noche a la mañana); y se encuentran indicios razonables de que en la política activa existen personas asociadas a las firmas de narcotraficantes .
El fenómeno de la violencia juvenil, especialmente en importantes ciudades de América La¬tina y el Caribe , y en Estados Unidos de Norteamérica, ha surgido bajo distintas formas y por mo¬tivos diferentes; las pandillas juveniles son una de sus manifestaciones sociales. Después de la gue¬rra, la ciudad de Ayacucho encara esta nueva manifestación que muestra perfiles particulares pero también análogos a los de otras sociedades urbanas del mundo. Las pandillas juveniles de Lima no alcanzan la virulencia de la violencia de las “manchas” de Ayacucho porque aquellas no surgie¬ron tras la guerra y el genocidio, ni en el encadenamiento del narcotráfico más agresivo del Perú .
En un estudio reciente señalamos que la violencia social, directa y difusa, evoca las metáforas de las epidemias catastróficas en la historia de las sociedades. La violencia se produce, a la vez, en el hogar y en la calle; sus diferentes manifestaciones —hurtos, robos, vandalismo, agresión física y psicológica, homicidios, violación sexual y trafico ilícito de drogas— degradan los espacios de vecindad y comunicación humana. El consumo de sustancias psicotrópicas es un poderoso estimulante de la violencia, la infracción y el delito en el ámbito doméstico y en el público. En la ciudad de Ayacucho estas características típicas de la violencia social aparecen signadas por la desmesura .
Testimonio sobre una violencia real y simbólica desmesurada
El testimonio que presentamos a continuación corresponde a un magistrado especializado en justicia de niños y adolescentes. Sus respuestas poseen una lucidez excepcional. La entrevista se asemeja a un tipo ideal; ha sido sometida a una prueba de consistencia cruzando todas las entrevistas realizadas y con toda la información recogida en la ciudad de Ayacucho .
–¿Cuál es la atmósfera que se vive en la ciudad de Ayacucho? ¿Es más tranquila ahora, en la posguerra?
–Es una tranquilidad para estar más despierto que dormido, hay miedo en la gente.
–Con la posguerra, la incipiente transición democrática y los cambios que ha traído la apertura de la Iglesia en Ayacucho, ¿se tiene más oxígeno que en el pasado?
—Sí, para las personas e instituciones que trabajan al servicio del pueblo de Ayacucho existe una tranquilidad relativa, porque vivieron durante años entre dos fuegos, como consecuencia de su solidaridad con las víctimas de las violaciones de los derechos humanos, pero para la mayoría de la población ayacuchana la percepción generalizada es que la realidad no ha cambiado y viven con miedo e inseguridad.
—¿Se podría afirmar que los hijos e hijas de los desplazados por la guerra, que migraron compulsivamente del campo a la ciudad, que nacieron en los barrios pobres de la ciudad de Ayacucho, constituyen la fuente principal de reclutamiento de miembros por las pandillas?
—Sí, el campo fue el escenario principal de la violencia entre Sendero y las Fuerzas Armadas. El terror en la población campesina alcanzó dimensiones insospechadas. Migraron compulsivamente, sobre todo a la capital del departamento, el núcleo urbano más importante de Ayacucho. La ciudad se convirtió en receptor de la población campesina que huía del genocidio. Desgraciadamente la urbe ayacuchana es pobrísima; carece de industrias, comercios y servicios. Los bienes y servicios vienen principalmente de fuera: de Huancayo, de Ica, de Lima. No existen fuentes de trabajo y de ingresos propios, ni para la población citadina ni para la desplazada; el subempleo y el desempleo campean. No existen servicios de educación, salud ni alimentación. Como producto de este proceso, impuesto por la fuerza de la violencia y el terror, se formó un cordón de pobreza urbana en la ciudad, habitado por niños, adolescentes y jóvenes, pobres y despreciados. Por ejemplo, los jóvenes que salen de la universidad se dedican a hacer taxi si tienen un carro; si no, sólo les queda hacer mototaxi. Los jóvenes tienen un futuro oscuro en Ayacucho.
—¿Los niños y los jóvenes que se integran a las pandillas son campesinos?
—No, son hijos e hijas de campesinos.
—¿Es posible pensar hoy en el retorno al campo, para mejorar las condiciones de vida de los desplazados?
—La vida en el campo es mucho peor que la de la ciudad; el estancamiento rural y la pobreza campesina son inmensos. En el campo no existen fuentes de trabajo ni de ingresos; se carece de servicios básicos de educación, salud, alimentación. Ni los desplazados ni sus hijos e hijas quieren retornar, salvo a la zona de selva de cultivo de coca, que es la única rentable. En la ciudad pueden sobrevivir “cachueleando”; en el campo es mucho más difícil.
—¿Cómo se ha producido la violencia juvenil y el surgimiento de las pandillas?
—La gente ha venido del campo, ha tenido sus hijos acá en los barrios pobres de la ciudad, los hijos han rebasado la autoridad paterna y materna. La violencia en la pareja, el abandono del padre y la desorganización de la familia lanzan a chicos y chicas a la calle. El exagerado consumo de alcohol en los adultos estimula esta violencia en el hogar. Los hijos y las hijas huyen de la casa y se incorporan a las pandillas.
—¿Cómo actúan las pandillas?
—Las pandillas siembran miedo en las noches, especialmente los fines de semana, que son largos: desde el jueves por la noche, el viernes, el sábado y el domingo. A cinco cuadras a la redonda de la Plaza de Armas, nadie puede caminar porque simplemente se expone a la violencia de las pandillas, a robos y asaltos, agresiones, homicidios, violaciones. Pero peor es la inseguridad que vive la gente en los barrios urbanos marginales de la ciudad de Ayacucho.
—¿Qué tipo de armas portan las pandillas? ¿Qué papel tiene el consumo de alcohol y drogas?
—Portan armas blancas, cuchillos, verduguillos, fierros de construcción afilados como lanzas cortas, y algunos de ellos portan armas de fuego. El consumo masivo de alcohol es un estímulo poderoso de la violencia. Estos muchachos han llegado a tal extremo de violencia que pueden masacrar a una persona para obtener un sol y conseguir una botella de alcohol.
”Frecuentemente toda una pandilla, compuesta por 20 a 25 adolescentes, viola a una chica que es asaltada en la oscuridad. Hay agresiones en las que jóvenes pandilleros atacan a un joven a la salida de una fiesta chicha, uno de los atacantes le perfora la cabeza con un cuchillo de 30 centímetros de largo, produciéndole como consecuencia una paraplejia irreversible. Los homicidios se realizan con una enorme crueldad, traspasando el cráneo de la víctima con un desentornillador o con una lanza de fierro de construcción. Este año 2002 ha habido dos homicidios sonados de jóvenes estudiantes universitarios, uno en el centro y otro en un barrio marginal”.
—¿Existen peleas entre pandillas?
—Acá en el centro existe un cruce de esquinas donde se juntan cuatro discotecas. Muchas noches de los largos fines de semana tenemos peleas terribles entre pandillas. Al salir a las 7 de la mañana a realizar mis diligencias, he visto charcos de sangre en la calle.
—Hemos sabido que las pandillas se nombran a sí mismas con un lenguaje simbólico que evoca la oscuridad, la violencia y la muerte; por ejemplo, la primera pandilla que surgió en la ciudad de Ayacucho, en 1989 muchos de sus miembros fueron asesinados por Sendero ese año, se llamaba “Vampiros”.
—Sí, es verdad; las principales pandillas que hoy actúan en el casco urbano se llaman “Sicarios”, “Sombra” o “Gladiadores”, por citar algunas de ellas.
—¿Qué edades tienen los victimarios?
—Tienen entre 13 y 23 años de edad, la mayoría son varones.
—¿Qué edades tienen las víctimas?
—Son adolescentes y jóvenes. Son más los varones que las mujeres.
Prevención situacional y social de la violencia que sufren y actúan niños y jóvenes
La violencia de las pandillas y de los pandilleros ayacuchanos es tan sólo un microcosmo que se ubica en el macrocosmo de la violencia colectiva de la sociedad peruana, latinoamericana y mundial.
En esta reflexión queremos sugerir una política orientada a prevenir y atender integralmente este fenómeno, en un horizonte de paz ciudadana que alivie las consecuencias de la violencia y que enfoque adecuadamente las causas, para contribuir progresiva pero decididamente a su eliminación. Plantearemos la necesidad de establecer políticas públicas articuladas que abarquen tres vertientes centrales para enfrentar las causas multidimensionales de la violencia —socioculturales, psicológicas y penales—. La centralidad, complejidad y diversidad de las causas de la violencia exigen intervenir de manera creativa y articulada, a través de políticas sociales, políticas de salud mental y políticas de seguridad pública y de responsabilidad penal juvenil .
En esta tarea, es condición sine qua non que las autoridades y la ciudadanía tomen conciencia de que la lucha contra la violencia social, tanto directa como difusa, es antes que nada una cuestión de política social universalista y de política de salud mental preventiva; y luego, sólo en segundo término, de política penal .
Las preguntas cardinales a las que se debe responder, en el horizonte de la paz ciudadana, apuntan a aliviar y eliminar la centralidad, la complejidad y la diversidad de las causas de la violencia. ¿Cómo intervenir de manera articulada, coherente y eficaz, con políticas públicas, sociales, de salud mental, de seguridad para la gente y de responsabilidad penal juvenil, transformando la naturaleza de las políticas públicas convencionales asistencialistas y focalizadas, de dominación y sumisión, violentas y criminógenas?
¿Cómo extender e intensificar un movimiento estatal y ciudadano por la verdad, la justicia y la reparación frente a los crímenes de lesa humanidad contra la población civil, así como por la protección de los derechos y las libertades de los desplazados y sus hijos e hijas nacidos en la ciudad de Ayacucho? ¿Cómo plantear políticas sociales universalistas y de expansión de las libertades individuales y colectivas, orientadas a erradicar la violencia en su dimensión sociocultural? ¿Cómo plantear la ruptura de la asociación positiva entre la violencia y los medios masivos radiales y televisivos? ¿Cómo formular políticas de salud mental orientadas principalmente a prevenir la violencia que emana de la vergüenza y la humillación de víctimas y victimarios? ¿Cómo desarrollar una política de seguridad pública y responsabilidad penal juvenil que no estimule la violencia, la infracción y el delito ¾contra los otros y contra sí mismos¾, como sucede cultural e históricamente con los sistemas legales, penales y simbólicos modernos?
Una reforma cultural y ética de las representaciones colectivas, las costumbres y los hábitos de toda la población, y una transformación social y estatal cuyo propósito sea lograr una genuina paz ciudadana, exigen concretar coherente y eficazmente, a la vez, cuatro políticas públicas centrales en Ayacucho:
1) La verdad, la justicia y la reparación para las víctimas directas e indirectas de la violencia política, en la perspectiva de una reconciliación auténtica .
2) La transformación estructural de la crisis múltiple endémica y la eliminación de las causas socioculturales de clase, de casta y patriarcales de la espiral de violencia .
3) La prevención de la vergüenza y la humillación personal que sufren los que padecen y ejercen la violencia .
4) La protección irrestricta de los derechos humanos de niños y jóvenes que cometen infracciones y delitos, fundando un sistema de responsabilidad penal en concordancia con las normas supranacionales y eliminando el círculo vicioso violento y criminógeno del derecho, la ley y la justicia .
Tratar adecuadamente y a tiempo la violencia de los niños y jóvenes, mediante políticas públicas mediáticas, sociales, psicológicas y penales coordinadas, coherentes y eficaces de acuerdo con el espíritu de las leyes supranacionales, es el camino para acabar con la amenaza de una epidemia catastrófica en las sociedades urbanas masivamente pobres, desiguales y discriminatorias como es la ayacuchana. Aún estamos a tiempo de lograrlo.