En estos días, se ha dicho y repetido –con toda razón- que el voto del domingo debe ser un voto de conciencia. Hay que reconocer que el clima electoral, tal como lo estamos viviendo, no lo hace fácil. Favorece, más bien, lo emocional e intempestivo, la disputa personal con su corte de acusaciones, las imprecisiones, o indiferencia, acerca de hacia donde se quiere enrumbar el país, la miopía que se enreda en la coyuntura y no alcanza a ver lo estructural, una de cuyas expresiones es la institucionalidad democrática que todavía no se repone de los golpes que recibió en años anteriores. Clima que, además, obnubila en muchos la memoria, sin la cual personas y naciones discurren por un presente asumido en forma superficial, y está sujeto a retrocesos.
No debemos olvidar, sin embargo, que la palabra conciencia tiene dentro de ella el término ‘ciencia’, conocimiento, saber. Por ello, es tradicional, en el campo de la ética, decir que la conciencia debe disponer de un básico análisis de la realidad, y de los criterios necesarios para hacer un correcto discernimiento en una situación determinada, sobre todo, en decisiones que implican metas de mediano y largo plazo, valores, sentido y reconocimiento del otro. Supone también ir más allá de los intereses propios, particularmente cuando afectan los derechos de los otros. Lo acaba de recordar el comunicado de la conferencia episcopal peruana: “es el momento de pensar no solo en los beneficios individuales o grupales, sino en el desarrollo integral de toda nuestra sociedad” (“Confianza y esperanza en el Perú”, n.5). Un crecimiento económico que no beneficie al conjunto de la población no contribuye a un auténtico desarrollo humano.
Un voto de conciencia, así entendido, choca con viejos hábitos nacionales que es necesario confrontar y superar. Estilos que vienen precisamente de la in-conciencia de muchos ante la situación de los pobres y socialmente insignificantes de nuestra sociedad. Son aquellos que desde hace décadas, frente a la pobreza y exclusión de tantos, acostumbran a decir que es una situación que ‘no se arregla en una semana’, cosa que se comprendería si no fuera porque esas décadas estuvieron conformadas, como es natural, por numerosas semanas… ¿Cuánto tiempo más hay que esperar para erradicar la pobreza?
Precisemos que cuando hablamos de esa situación inhumana e injusta que es la pobreza, no aludimos solo a lo económico –sin negar su importancia-. tenemos en mente que se trata de una condición compleja con dimensiones sociales, culturales, raciales y otras. Esos diferentes factores dan lugar a desigualdades intolerables. Los que las padecen pueden ser susceptibles, dadas sus necesidades, de convertirse en víctimas del clientelismo, con el riesgo de poner entre paréntesis sus derechos a una vida digna. Se configura, de este modo, una situación inaceptable para una conciencia humana y cristiana (“la Iglesia es abogada de la justicia y de los pobres”, dicen Benedicto XVI y la conferencia episcopal de Aparecida).
Un voto de conciencia significa, entonces, votar por la construcción de una sociedad en la que la dignidad humana y la libertad de todos sean respetadas; y que incluya, prioritariamente, a aquellos a los que no se reconoce “el derecho a tener derechos”, según la conocida y aguda expresión de H. Arendt. Sin justicia no hay paz permanente, una paz que no hay que confundir con la que resulta de una pacificación impuesta. Ningún camino político o económico se justifica si elimina la ética de su horizonte. La política está al servicio del ser humano y, ante todo, de los pobres y necesitados, así como de la vida y la justicia, de otro modo vamos hacia una sociedad inhumana. Los evangelios refieren que durante el juicio a Jesús, Pilatos le formula la pregunta: “¿qué es la verdad?”, pero, enseguida, se marcha sin esperar la respuesta; el escritor Van der Meersch sugiere lo que habría dicho Jesús: “la verdad, Pilatos es estar del lado de los pobres”. Hay, sin duda, un soplo profundamente humano y evangélico en esta afirmación.
Líneas arriba decíamos que se debe tener criterios para discernir en la presente situación electoral, un criterio ético importante es votar a favor de los últimos de la sociedad, reconocerlos como personas llamadas a asumir las riendas de su destino. Y desde esa toma de posición forjar una convivencia social justa para todos.
Eso sería un voto de y con conciencia.