Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe
Los Comentarios Reales, obra maestra del Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616), nos lleva a la memoria del bien perdido, a la creación de la lengua de la Mancha como el arte de escribir con un talento y un trabajo artístico excepcional, que universaliza la lengua castellana en Hispanoamérica y el mundo. Como ilumina Mario Vargas Llosa en, El Inca Garcilaso y la lengua de todos: “Pero, si hay que buscar un principio en el largo camino del español, desde sus remotos orígenes en las montañas asediadas de Iberia hasta su formidable proyección presente, no estaría mal señalarle como fecha y lugar de nacimiento los de los Comentarios Reales que escribió, hace cuatro siglos, en un lugar de Andalucía, un cuzqueño expatriado al que espoleaba una agridulce melancolía y esa ansiedad de escribidor de preservar la vida o de crearla, sirviéndose de las palabras”.
Los dos grandes escritores poéticos, desde los Andes y Mesoamérica, el Inca Garcilaso de la Vega y Sor Juana Inés de la Cruz, recrean, fundan y globalizan nuestra lengua en los siglos XVI y XVII -los siglos de oro españoles-, y abren caminos maduros y originales a los escritores hispanoamericanos contemporáneos.
No vamos a negar que en el Siglo XX, César Vallejo, gran poeta universal, abre una huella originalísima e irrepetible. No vamos a negar que en este siglo veinte largo, Mario Vargas Llosa y José María Arguedas, con la fuerza y la delicadeza de sus notables fragmentos, no sólo nos colocan frente a dos visiones de una misma América, sino ante un aporte significante a la lengua hispanoamericana.
En estas Páginas Libres, nuestra exploración, como lectores, camina inspirativamente por los caminos de Sor Juana Inés de la Cruz y del Inca Garcilaso de la Vega, de sus magníficas creaciones. El libro de Octavio Paz, sobre la trama histórica, la vida y la obra de la gran poetisa mexicana, es un comienzo en esta andadura por las huellas insondables de la escritura: “La noche vertiginosa y cíclica de Sor Juana nos revela de pronto su centro fijo: Primero Sueño no es el poema del conocimiento, sino del acto de conocer. El poeta trasmuta sus fatalidades históricas y personales. Una vez más la poesía se alimenta de historia y biografía. Una vez más las trasciende.”.
En 1690 Manuel Fernández de Santa Cruz, obispo de Puebla, publica la crítica de Sor Juana Inés al famoso sermón del jesuíta Antonio de Vieyra sobre “las finezas de Cristo”. La Carta Athenagórica es, quizá, el único escrito teológico de Sor Juana. Al menos es el único que ha llegado hasta nosotros. Escrita por encargo y “con más repugnancia que otra cosa, así por ser de cosas sagradas, a quienes tengo reverente temor, como por parecer querer impugnar, a lo que tengo aversión natural”, la Carta tuvo inmediata resonancia. Era insólito que una monja mexicana se atreviese a criticar, con tanto rigor como osadía intelectual, al célebre confesor de Cristina de Suecia. Pero si la crítica a Vieyra produjo asombro, la singular opinión de la poetisa acerca de los favores divinos debe haber turbado a aquellos mismos que la admiraban.
Sor Juana sostenía que los mayores beneficios de Dios son negativos: “premiar es beneficio, castigar es beneficio y suspender los beneficios es el mayor beneficio y el no hacer finezas la mayor fineza”. En una monja amante de la poesía y de la ciencia, más preocupada por el saber que por el salvarse, esta idea corría el riesgo de ser juzgada como algo más que una sutileza teológica. Al afirmar que las mayores finezas divinas son negativas, ¿no defendía indirectamente su afición al saber profano frente a todos los que la incitaban a dejar los estudios de la tierra por los del cielo? Considerar como favor la indiferencia divina significaba, por otra parte, extender la esfera del libre albedrío. El don más alto de Dios consistía en abandonar los hombres a su suerte.
El obispo de Puebla, editor y amigo de la monja, no oculta su desacuerdo. Con el seudónimo de Sor Filotea de la Cruz, declara en la misiva que precede a la Carta Athenagórica: “Aunque la discreción de Vmd. las llama finezas (a los beneficios negativos), yo las tengo por castigos”. Para un cristiano no hay vida fuera de la gracia. Ante las aficiones intelectuales de Sor Juana el prelado muestra incoformidad semejante: “no pretendo que Vmd. mude de genio, renunciando a los libros, sino que lo mejore leyendo el de Jesucristo…
Lástima que un tan gran entendimiento de tal manera se abata a las raseras noticias de la Tierra que no desee penetrar lo que pasa en el Cielo; y ya que se humilla al suelo que no baje más abajo, considerando lo que pasa en el Infierno”. La discusión teológica pasa a segundo plano. La carta del Obispo enfrenta a Sor Juana con el problema de su vocación y, más radicalmente, con el de la vida religiosa.
La Respuesta a Sor Filotea de la Cruz es el último escrito de Sor Juana. Y, con el Primero Sueño, su obra más significativa. Autobiografía crítica, defensa de su derecho al saber y confesión de los límites de todo humano saber, este texto anuncia su final sumisión. Dos años después vende sus libros y se abandona a los poderes del silencio. Madura para la muerte, no escapa a la epidemia de 1695. Entre las pocas cosas que se encontraron en su celda figura un romance incompleto, “en reconocimiento a las inimitables plumas de la Europa que hicieron mayores sus obras con sus elogios”.
Temo que no sea posible comprender lo que nos dicen su obra y su vida si antes no asimos el sentido de esta renuncia a la palabra. Oír lo que nos dice su callar es algo más que una fórmula barroca de la comprensión. Pues si el silencio es “cosa negativa”, no lo es el callar. El oficio propio del silencio es “decir nada”, que no es lo mismo que nada decir. El silencio es indecible, expresión sonora de la nada. El callar es significante. Aún de “aquellas cosas que no se pueden decir es menester decir siquiera que no se pueden decir, para que se entienda que el callar no es no saber qué decir sino no caber en las voces lo mucho que hay que decir”. ¿Qué es lo que nos callan los últimos años de Sor Juana? Y eso que se calla, ¿pertenece al reino del silencio, esto es, de lo indecible, o al del callar, que habla por alusiones y signos?
La crisis de Sor Juana coincide con los trastornos y calamidades públicas que ensombrecieron el final del siglo XVII mexicano. No parece razonable pensar que lo primero sea efecto de lo segundo. El silencio de Sor Juana no puede explicarse por los tumultos de 1692. Esta clase de explicaciones lineales exigen siempre un tercer término, que a su vez necesita de otro. La cadena de las causas y efectos no tiene fin. Por otra parte, no es posible explicar la cultura por la historia –como si se tratase de órdenes diferentes: uno el mundo de los hechos, otro el de las obras. Los hechos son inseparables de las obras; el hombre se mueve en un mundo de obras. La cultura es historia. Y puede añadirse que lo propio de la historia es la cultura y que no hay más historia que la de la cultura: la de las obras de los hombres, la de los hombres en sus obras. Lo otro es el dominio de las ciencias de la naturaleza.
Así, el silencio de Sor Juana y los tumultos de Nueva España son hechos históricos que no resultan inteligibles sino dentro de la historia de la cultura colonial. Otros hechos, de signo semejante, pueden ayudarnos a comprenderlos. En esos mismos años Sigüenza y Góngora, el hombre más sabio de Nueva España, modifica su actitud ante los indios. La reserva –sino la hostilidad– substituye al antiguo interés. Es sabido que la tradición –entendida como pasado vivo– nunca se nos da hecha: es una creación. Sigüenza es el primero que con plena conciencia intenta crear una tradición novohispana en la que el sepultado mundo indígena sea algo más que el coro de la acción española. La rebelión de los indios y el saqueo del Palacio Virreinal iluminaron con otra luz aquel pasado indígena que él fué uno de los primeros en admirar.
La arqueología mostraba abismos semejantes a los que abría la especulación de Sor Juana. El saber se volvía peligroso. El mundo colonial había perdido de pronto su coherencia y los elementos que lo componían se revelaban bruscamente incompatibles e irreductibles.
En el orden histórico Nueva España había sido fundada como armónica y jerárquica convivencia de muchas razas y naciones, a la sombra de la monarquía austríaca: en el espiritual, sobre la identidad última entre razón y fe. La superioridad del catolicismo frente a las antiguas religiones residía en su carácter racional. Ser de razón equivalía a ser cristiano. Renunciar a la palabra racional, quemar la Audiencia –símbolo del Estado– y negar a los indios, eran actos de significación parecida. En ellos la sociedad novohispana se expresa como negación. Y no frente a algo externo, sino ante sí misma. La Colonia se niega a sí misma, renuncia a ser. El poeta calla, el intelectual abdica, el pueblo se amotina. La crisis desemboca en el silencio y el cadalso. La historia colonial se revela como aventura sin salida. Todas las puertas se cierran, excepto la ultraterrena. Más para traspasarla hay que negarse a sí mismo y