Este boceto está dedicado a dos maestros extraordinarios de la palabra y la acción, de la gratuidad y la eficacia, de la firmeza y la delicadeza: Jimmy Carter (Plains, Georgia 1924) y Gustavo Gutiérrez (Lima, 1928), testigos intelectuales y vitales de la paz auténtica en el cambio de época.
“Juzgando al egoísmo intrínseco presente en la tradición filosófica occidental, Emmanuel Levinas (1905-1995) elaboró una crítica al culto del ídolo del Yo. El gran filósofo judío-francés de origen lituano realizó una original transformación de la herencia filosófica del Occidente grecorromano.
En el hallazgo de la huella de Dios en el rostro del prójimo, su indagación filosófica lo condujo a fundar una “sabiduría de amor”. Levinas formuló una ética de la justicia y la caridad que demanda hondas transformaciones en la sociedad, la economía, la política, la cultura y en todo el armazón del Estado de nuestra época. El gran pensador nos interpela en el encuentro con los asesinados y con los despojados, nos compromete, más allá del límite, a “morir por otro” .
Mirar al límite
El siglo XX fue testigo del asesinato de más de 200 millones de personas inocentes que perdieron la vida tanto en las guerras mundiales y civiles como en los campos de concentración y exterminio nazis y bolcheviques. No somos todavía capaces de estimar la cantidad de seres que han caído víctimas de la pobreza y la hambruna. El asesinato y el despojo a la escala superlativa del holocausto o del hambre constituyen los tests del salvajismo moderno manifestado en la violación de los derechos del otro -o de los otros-.
Levinas denuncia y anuncia que “los imperativos bíblicos ‘no matarás’ y ‘amarás al prójimo’ hayan tenido que esperar durante milenios su introducción como derechos conferidos a la humanidad en el discurso jurídico primordial de nuestra civilización” . El filósofo escucha el clamor del otro y se hace responsable del prójimo. El principio y fundamento de su reflexión filosófica, que el gran pensador sitúa en una “perspectiva de santidad”, es el rostro del amado, del asesinado, del despojado.
La crisis de la filosofía como egolatría
Levinas fue discípulo de Husserl y de Heidegger; asimismo, gozó de la influencia de Bergson. Desde la milenaria tradición filosófica grecolatina y occidental, Levinas vuelve a preguntarse ¿qué es el ser? O, mejor dicho, ¿quién es el ser?, y se responde: “el Ser puede ser tematizado por el pensamiento y, en este sentido, concebido, captado. Puede abordarse mediante la pregunta ‘qué’ o ‘quién’” . El ser es proceso, acontecimiento, aventura.
La respuesta que la filosofía ha dado a estas preguntas ha puesto el énfasis central en el “ser para sí” o en el “cada cual para sí mismo”. La centralidad del Yo en el pensamiento de nuestra civilización ha hecho que el “ser para sí mismo” sea el “señor de sí mismo y del universo”, donde el Yo establece su señorío como propietario del otro.
El pensador recoge la expresión de Pascal “el Yo es aborrecible” y su lugar bajo el Sol “imagen y comienzo de la usurpación de la Tierra toda” . Su argumento es que cuando la egolatría se torna una teodicea -una justificación del sufrimiento del otro-, el otro puede ser objeto de asesinato o de despojo, de holocausto o de hambruna, por mano del Yo. Levinas plantea la existencia de una crisis de la filosofía occidental; la llama una “filosofía en retirada” y, en su reflexión, concibe un nuevo orden de sentido que lo conduce a crear una “fenomenología del rostro del otro”.
Del yo al otro
Levinas indica que el giro del “yo aborrecible” al “rostro del otro” lo llevó a distanciarse de su reflexión inicial vinculada a sus maestros y a la tradición filosófica occidental. En un bello texto llamado Morir por…, el gran pensador judío se aleja de Heidegger y de su obra maestra, El ser y el tiempo, planteando un desplazamiento de la preocupación del “ser para sí” a la elección del “ser para otro” .
Las preguntas por el ser y la nada, por el ser o el no ser, no son las más relevantes; la inversión total se produce a partir del rostro del otro. El giro originado por Levinas en la filosofía occidental nos conduce, del culto idólatra del Yo, a la responsabilidad por la paz y el amor al prójimo.
La fenomenología heredada de los grandes filósofos modernos se transfigura radicalmente a partir del rostro del otro: “Entonces asistimos al nacimiento de lo teorético (…). La filosofía sería, en este sentido, la aparición de una sabiduría que procede del fondo de esa caridad inicial; sería -sin jugar con las palabras- la sabiduría de esta caridad, la sabiduría del amor” .
La fenomenología del rostro es la preocupación intelectual y vital por el huérfano, la viuda y el extranjero; por el asesinado y el despojado. El rostro significa esencialmente “No matarás” y “Amarás al prójimo”. El rostro del otro es lo irreductiblemente único y es escucha del clamor del otro, significa hacerse responsable del prójimo.
El sentido de las investigaciones fenomenológicas de Levinas es el rostro del amado, del asesinado, del despojado. Y, a la vez, la multiplicidad de los irreductiblemente únicos. El más allá abusivo de la teodicea es el más acá del rostro del otro como sujeto humano individual y social: “Y tal es también, quizá, la vía de retorno de la sabiduría del cielo a la tierra” .
La filosofía como sabiduría del amor elabora una ética que tiene repercusiones centrales en la persona, la sociedad, la economía, la cultura y toda la estructura del Estado: “La ética, la solicitud dirigida al ser de quien es diferente de mí mismo, la no indiferencia a la muerte del otro y, por tanto, la posibilidad de morir por otro, la oportunidad de la santidad” . La filosofía y la religión se encuentran en un diálogo fecundo y abierto, la fenomenología del rostro se entrelaza con la ética y la espiritualidad.
En la huella: un silencio que se escucha
En el enigma del mundo humano, la huella “es la proximidad de Dios en el rostro de mi prójimo”, es la alianza originaria entre la pobreza y la muerte del rostro y Dios. Kierkegaard, con su contribución al concepto filosófico de trascendencia aportado por el tema bíblico de la humildad de Dios, fue el primer gran filósofo occidental que comprendió con consistencia la cuestión de Dios.
El vínculo de filiación y fraternidad que revela el misterio de la comunidad entre Dios y los seres humanos adquiere un significado sorprendente: “porque esta alianza entre la pobreza del rostro y el Infinito se inscribe en la fuerza con la cual el prójimo se impone a mi responsabilidad antes de todo compromiso por mi parte -la alianza entre Dios y el pobre se inscribe en nuestra fraternidad-” .
Dios es el principio y el fin, el mundo no puede contenerlo. Dios se manifiesta en su humildad, en su fina voz silenciosa, en el dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, en el morir por otro. Para la fenomenología del rostro del otro y para la tradición bíblica, la santidad como auténtica humanidad se torna en el valor último, en un valor inatacable. La santidad como humanidad. Levinas zanja con “el pensamiento incapaz de Dios”, hegemónico por siglos en la filosofía de Occidente.
Ética y Estado: justicia y caridad
El otro y los otros se encuentran en la sociabilidad entendida como “totalidad de libertades que se mantienen en su singularidad y, al mismo tiempo, se encuentran comprometidas en una totalidad”. La sociabilidad es política y Estado, economía y cultura. En la propuesta de Levinas, la ética del rostro del prójimo se instituye en la ley de leyes del Estado, de la economía y de la cultura en el nuevo orden mundial.
El Estado ético como poder real es una idea bíblica milenaria del Deuteronomio, que ilumina la ley de leyes y las leyes particulares de las formas de Estado, su naturaleza y su principio que rige “entre nosotros”. La ley y la violación de la ley, los derechos humanos y el asesinato o el despojo del prójimo, no son la tragedia humana del pasado sino la barbarie que puede regresar.
Los derechos humanos como los principios últimos, como la más alta expresión jurídica de nuestra civilización, provienen de la tradición bíblica y de la filosófica; surgen del imperativo categórico de la razón práctica y de la responsabilidad del rostro del prójimo. En este punto de visión, el Estado y la sociedad deben “hacerse cargo”, deben tomar como “asunto suyo” el derecho y la justicia del otro.
Es posible un acuerdo entre ética y Estado: “El Estado justo surgirá de los justos y los santos más que de la propaganda y la predicación”. La violencia no debe limitar al Estado; son la caridad y la justicia las que deben limitar al Estado porque sólo estos principios últimos establecen el justo límite de la responsabilidad por el otro. La teodicea autoritaria y totalitaria del mal y el mal radical, del temor y del terror, son la justificación del asesinato y del despojo del prójimo.
El modelo de la utilidad en el mercado de cambio no debe limitar la economía; son la justicia y la caridad las que deben limitar la economía ante el clamor de inmensas masas de seres humanos despojados de sus libertades, marginados en la vulnerabilidad de la pobreza y en la hambruna de los niños famélicos: “que la caridad es imposible sin la justicia, y que la justicia se deforma sin la caridad”. La ética que formula Levinas es una ética y una espiritualidad laica que se consuma en el morir por otro o por otros.
La Epifanía del rostro: la desmesura del amor
La Epifanía del amor, la manifestación del “No matarás” y del “Amor al prójimo”, irrumpe iluminando el futuro de la muerte en el presente del amor. “Morir por otro”, “morir juntos” hace referencia al amor gratuito sin límite: “No se trata de una vida post–morten, sino de la desmesura del sacrificio, la santidad de la caridad y la misericordia” .
Estamos ante una fenomenología de la existencia frente al sentido de la vida y de la muerte que es el amor al rostro del otro, en el que encontramos la huella de la gratuidad del amor silencioso de Dios. Levinas nos lleva al encuentro de la perspectiva de la santidad, la forma más radical y realista de pensar y de comprometerse en el rescate de la morada humana en la nueva edad.”
Manuel Piqueras, La edad de la utopía. Ideele. Lima: 2001.